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Golpe de Estado en Grecia



En Grecia ganó las últimas elecciones Syriza con un programa que pretendía sacar a la economía griega de la crisis en la que estaba sumida con una receta distinta a la de la austeridad, que es la que se ha venido aplicando en todos los países de la UE.

La austeridad -en forma de privatizaciones, recortes salariales, y desregularización del mercado de trabajo- se ha mostrado como una vía completamente ineficaz para resolver los problemas que amenazan a la población europea (el creciente paro, la desigualdad social, la deuda), problemas que están teniendo consecuencias catastróficas inmediatas sobre la vida de las personas.

Los gobiernos anteriores al de Syriza aplicaron disciplinadamente las recetas dictadas por la Troika, (BCE, FMI y CE), una alianza de organismos que se encuentra fuera del control democrático, y que vela por los intereses de los llamados mercados -los poderes económicos y financieros. La Troika pone una serie de condiciones a los gobiernos a cambio de recibir los rescates financieros que impiden que la banca pierda liquidez y evitando que la economía del país llegue a una situación de bancarrota.

Así ha sucedido en Grecia durante los últimos años. Pero, hay que tener muy en cuenta que no se trata de rescates que favorezcan a la población, por mucho que nuestros dirigentes políticos estén intentando vender la idea de que los países de la UE hemos sido muy solidarios con Grecia, un país, al parecer, lleno de vagos y de funcionarios multimillonarios, que han estado viviendo a costa de los trabajadores europeos.

Lo que se ha rescatado en Grecia ha sido a las entidades financieras, y en realidad, a los bancos alemanes y franceses, principales tenedores de deuda pública griega. Así lo ha reconocido en una carta Olivier Blanchard, principal economista del FMI, quien dice expresamente que la mayor parte de los rescates ha ido a parar a bancos con sede en Francia y Alemania. La increíblemente grande deuda griega tiene su origen no en el gasto público, sino en la transformación en deuda pública de la deuda privada generada por la banca.
El problema de la deuda es una especie de espiral infinita, pues para impedir la quiebra de la economía se acude a nuevos rescates financieros, cuyos intereses se suman a la deuda ya existente, deuda que tiene que pagar el Estado, es decir, la gente. Sin duda, la deuda funciona como un eficaz instrumento de chantaje político: tu economía se está hundiendo y estás en peligro de dejar de ser solvente. Te puedo prestar dinero para salvar tu sistema financiero, pero a cambio tienes que hacer lo que yo te ordene, con independencia de lo que quieran tus electores. Así funciona en este momento la UE.

¿Cómo salir de la espiral? Syriza ganó las elecciones con un programa en el que se comprometía a emprender un camino distinto. Para solucionar los problemas de la economía griega Syriza planteaba la necesidad de llevar a cabo una serie de reformas en la economía que favorecieran los intereses del pueblo griego, obedeciendo así el mandato principal de todo gobierno democrático.

Para ello es imprescindible buscar una solución al problema de la deuda pública, que actualmente representa el 180 % del PIB. La solución pasa por una reestructuración de la deuda, que puede llevarse a cabo de distintas maneras: en forma de quita, a través de moratorias o a través de una rebaja de los tipos de interés. Que la solución pasa por la reestructuración lo han dicho muchos economistas, e incluso el FMI ha hablado de la necesidad de una quita.

Lo que el gobierno de Syriza ha planteado desde el principio es, pues, algo de sentido común, como han declarado muchos economistas, algunos de ellos premios nobel en economía, y no la ocurrencia de unos fanáticos, como quieren hacer pensar a la opinión pública las elites europeas, empresa a la que están contribuyendo eficazmente los medios de comunicación, y algunos intelectuales, como por ejemplo en nuestro país Fernando Savater que ha escrito hace unos días un repugnante artículo en El País en el que acusa a Syriza de haber apelado a la “bestia sarnosa del nacionalismo” por haber convocado un referendum democrático. La única salida posible pasa por una reestructuración de la deuda griega, porque el pago de la deuda y de los intereses mantiene a la economía griega completamente ahogada.

Para poder llevar a cabo reformas en la economía e incentivar el crecimiento económico, el Estado tiene que poder invertir en gasto público, pero si todos sus ingresos se dedican al pago de los intereses de la deuda difícilmente va a poder hacerlo. La solución económica existe. Porque ante lo que estamos no es ante un problema técnico o económico, sino ante un problema de orden político, en el que se está jugando, nada menos que la posibilidad de la democracia. Y es un problema que no sólo afecta a Grecia, sino que afecta a toda la UE.

El Eurogrupo, que en un momento de las negociaciones llegó a expulsar al anterior ministro de finanzas griego Yannis Varoufakis de una reunión, comportándose como un verdadero cártel mafioso, ha estado jugando con la amenaza de la expulsión de la zona euro a Grecia si su gobierno no capitulaba y cumplía obediente las condiciones impuestas por Alemania, condiciones que de ser aceptadas suponen renunciar a las medidas con las que ganó las elecciones.

Ante el chantaje el gobierno griego convocó un referendum -algo insólito en la UE, donde los gobiernos nos tienen acostumbrados a una disciplina militar frente a los mandatos de la Troika- para preguntar a su pueblo sobre el acuerdo que en aquel momento estaba sobre la mesa. El No ganó de manera rotunda, a pesar de que desde el anuncio del referendum se emprendió la guerra mediática más salvaje que se pueda imaginar a favor del Sí.

De nuevo hemos visto a los medios de comunicación, a los políticos y a los intelectuales menospreciar, insultar y acusar de falta de responsabilidad al primer ministro griego Alexis Tsipras. Por poner tan sólo un ejemplo, la que fuera ministra de sanidad del último gobierno del PSOE, Trinidad Jiménez, en el programa de Ana Pastor en el que se analizaban los resultados del referendum griego, se permitió decir públicamente, en la televisión, que lo que había que exigir a Tsipras para que se llegara a un acuerdo era sentido de la responsabilidad, y enterarse de cómo funciona la maquinaria europea.

¿Y cómo funciona la maquinaria europea? ¿A base de golpes de estado encubiertos, como lo fue la reforma del artículo 135 de la Constitución española que acordaron el PP y el PSOE, y que obliga al Estado a priorizar el pago de los intereses de la deuda frente al gasto social? Trinidad Jiménez insinuaba que la celebración del referendum no iba a resolver el problema de Grecia, y que más bien iba a servir para tensar aun más la situación. Desde luego ella sí sabe cómo funciona la maquinaria europea: como una mafia.

Pero entonces en lugar de exigir responsabilidad a Tsipras lo que debería hacer es denunciar con todas sus fuerzas que en la UE nos gobierna una banda de mafiosos, y que no es posible, por mucho que se ganen unas elecciones o un referendum, desobedecer a los mercados. Hace poco en una entrevista, Varoufakis contaba que cuando se le ocurrió preguntar por el funcionamiento del Eurogrupo, por la vigencia de la norma de la unanimidad en la toma de decisiones, la respuesta que recibió fue que el Eurogrupo no existe. Aunque es el organismo que toma las más importantes decisiones dentro de la UE que afectan a la vida de todas personas que viven dentro de la UE, el Eurogrupo no existe. Y como no existe no tiene reglamentos de funcionamiento interno, no tiene normas, ni mucho menos actas. Pues bien, un organismo inexistente es la institución con mayor poder de toda la UE.

Tenía razón Trinidad Jiménez al augurar que el resultado del referéndum no iba a ayudar a Grecia. Eso sólo podría pasar en una UE en la que se respetara la soberanía de los Estados y la democracia. El “acuerdo” al que se ha llegado entre Grecia y Alemania, o más bien el resultado de un chantaje despiadado tras 17 horas de negociación supone asumir unas condiciones absolutamente inaceptables, mucho peores que las que se planteaban en un principio.

Es indudable que lo que se está buscando es humillar al pueblo griego, y hundir al gobierno de Syriza, el primer gobierno de toda la UE que se ha atrevido a enfrentarse a la Troika y decir No. Entre las durísimas condiciones imprescindibles para que se recupere la “confianza” perdida por la irresponsabilidad del gobierno griego se incluye entre otras la financiación de la deuda a través de la privatización masiva, y recortes en las pensiones.

Pero además se obliga a dar marcha atrás en las reformas emprendidas en estos meses de gobierno, y la imposibilidad de emprender reformas sin el visto bueno de las instituciones europeas: “Para normalizar completamente los métodos de trabajo con las instituciones, el Gobierno deberá consultar y acordar con las instituciones –la Troika- cualquier iniciativa legislativa en áreas relevantes y con la debida antelación en consultas públicas o parlamentarias”.
Lo que tenemos delante por tanto es, como correctamente se ha nombrado desde las redes sociales, un golpe de estado, porque se está quitando a Grecia -y a todos los países de la UE la capacidad de legislar. Cuando se le arrebata a una nación el poder de legislarse a sí misma, se le ha arrebatado la soberanía. A Grecia se le están imponiendo unas condiciones para el rescate que suponen no sólo incumplir su programa electoral, sino anular la capacidad legislativa del Parlamento.

Se trata de un golpe de estado en toda regla, y no sólo en Grecia, sino a toda la UE. El mensaje que están enviando los poderes financieros a la población europea es que aquí no hay alternativa, que las decisiones no se toman en los Parlamentos, que no hay democracia que valga. Lo que se puede o no se puede hacer no lo decide el poder político. Lo que nos están diciendo es que no seamos ingenuas, que los mecanismos democráticos europeos, en realidad, son una farsa, porque las decisiones importantes no se toman ahí.

Y es que si realmente se tomaran en los parlamentos sería un desastre, porque al pueblo, ignorante y pobre, a veces le da por votar a opciones políticas como Syriza, un partido de ignorantes y de pobres, que no saben nada de economía y que pretenden poner por encima de los intereses de los ricos y de los poderosos los intereses de los pobres e ignorantes. A Syriza se le ha olvidado que cada uno ocupa el lugar que le corresponde, y que los pobres e ignorantes -y aquí pueden entrar países enteros como Grecia, como España o como Portugal- lo vienen siendo históricamente.

El único gesto político que los mercados están dispuestos a aceptar es de ponerse de rodillas frente a Alemania, y si pretendes no arrodillarte y mantenerte en pie, reclamando tu soberanía, entonces te vas a enterar de lo que vale un peine: no sabes con quien estás hablando. Te van a retorcer el brazo hasta que grites de dolor y hasta que te arrepientas de haber pronunciado en algún momento que no eras una colonia de Alemania. Y van a seguir retorciéndole el brazo a Grecia mientras el resto de países miran cómo se lo retuercen, para que olviden definitivamente, si es que alguna vez se les pasó por la cabeza, votar de manera equivocada, es decir, votar a una opción que no esté dispuesta a aceptar los chantajes de una banda de gangsters.

Lo que se está jugando en este momento es nada menos que la soberanía de los pueblos europeos, y no es la primera vez que sucede en Europa. Lo que se está disputando es que la democracia y el Estado de Derecho tengan alguna posibilidad, o que por el contrario sean los intereses de los poderes económicos, por encima de los intereses de las personas, los que dictaminen el funcionamiento de las instituciones.

Como lleva diciendo desde hace muchos años el filósofo Carlos Fernández Liria, cuando las reglas del juego las ponen los mercados, los Parlamentos sólo tienen una posibilidad de existir: siempre y cuando no sirvan para nada. En cuanto un Parlamento pretende cambiar mínimamente las reglas del juego, entonces se da un golpe de estado, más o menos encubierto, para poner los puntos sobre las íes, y así se le enseña al electorado lo que tiene que votar.