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El Vaticano condena la “ideología de género”


Juan J. Tamayo A.

El 10 de junio pasado la Congregación para la Educación Católica hizo público un documento titulado “Varón y hembra los creó”. Para una vía de diálogo sobe la cuestión del gender (género) en la educación1, en el que se sumaba a las condenas contra la “ideología de género” que vienen haciendo al unísono, en cómplice alianza y plena sintonía, los partidos políticos de la derecha y de la extrema derecha, la mayoría de los obispos católicos del mundo –incluidos los españoles, quizá los más radicales- las organizaciones educativas católicas, las organizaciones Provida y un amplio sector de “los evangélicos”, preferentemente en América Latina. 

No deja de ser llamativa la coincidencia de sectores y colectivos con intereses tan aparentemente diferentes –¿o no lo son tanto?-. Llama asimismo la atención la falta de creatividad en la argumentación y la repetición mimética de los eslóganes que vienen produciéndose en las últimas décadas sin asomo alguno de originalidad. Tratándose de una institución del más alto nivel eclesiástico como es la Congregación romana para la Educación Católica, máximo órgano del Vaticano en esta materia, sorprende la pobreza de sus argumentos. Todo en el documento es previsible. No hay nada nuevo que no hayan dicho las instancias religiosas y políticas del arco conservador.

El tono no puede ser más alarmista y destructivo desde el principio. En lo concerniente a la afectividad y a la sexualidad el documento asevera que nos encontramos ante “una verdadera y propia emergencia educativa” y critica aquellos caminos educativos que reflejan “una antropología contraria a la fe (cristiana se entiende) y a la justa razón”. El juicio no puede ser más descalificador, y ello apelando a la fe y a la razón, como si la Congregación romana tuviera el monopolio de ambas instancias, cuando no es así. Ciertamente no lo tiene en el terreno de la razón, que a lo largo de la Modernidad europea se independizó de la religión. Pero tampoco en el de la fe cristiana, que implica plurales y divergentes interpretaciones, todas ellas respetables.    

El documento responsabiliza a la “ideología de género” de contribuir a desestabilizar la familia, vaciarla de su fundamento antropológico, cancelar la diferencia sexual y la reciprocidad natural entre el hombre y la mujer, y conducir a proyectos educativos que promueven una intimidad afectiva desvinculada de la diversidad biológica. Hace un planteamiento de la sexualidad y de la afectividad sesgadamente biologicista. Sitúa a la sexualidad en el centro como elemento básico configurador y constitutivo de la personalidad, al tiempo que presenta la diversidad sexual hombre-mujer aneja a la complementariedad de los dos sexos. 

Me parece objetable desde todos los puntos de vista la distinción, e incluso la contraposición, que establece entre la ideología de género y las investigaciones sobre el género. Resulta científicamente indefendible, pedagógicamente desorientadora y teóricamente falsa tal dicotomía en la que la “ideología de género” es presentada como la imposición de un pensamiento único que determina y la educación de los niños, mientras que considera las investigaciones sobre el género la forma de vivir la diferencia sexual entre hombre y mujer en las diferentes culturas. En realidad, teoría de género e investigaciones sobre el género son inseparables. Más aún, estas constituyen el fundamento científico de aquella.     

Tras las gruesas e infundadas descalificaciones de la “ideología de género”, resulta poco creíble la metodología que propone el documento en el diálogo sobre el gender, articulada en torno a las actitudes de “escuchar, razonar y proponer” para favorecer el encuentro, ya que el contenido del documento constituye una negación de dicha metodología. No favorece el encuentro, sino que cierra toda posibilidad del mismo, ya que se orienta a “una educación cristiana arraigada en la fe que, a juicio del documento romano, “todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre”. Dentro de este planteamiento tan totalizante y excluyente no hay posibilidad alguna de diálogo y menos aún de encuentro.

El tono y el contenido del texto vaticano más que de diálogo me parecen de polémica, más que de análisis sereno es alarmista, más que de crítica constructiva es de rechazo, más que de cuestionamiento, como era de esperar, parte de presupuestos patriarcales y de prejuicios androcéntricos. 

Con todo, yo valoro positivamente la propuesta del documento de “una educación de niños y jóvenes que respete a cada persona en su particular y diferente condición, de modo que nadie, debido a sus condiciones personales (discapacidad, origen, religión, tendencias afectivas, etc.) pueda convertirse en objeto de acoso, violencia, insultos y discriminación injusta”. Ahora bien, el respeto en este terreno empieza por reconocer el carácter científico de la teoría de género y no descalificarla de entrada con la expresión “ideología de género”, como hace sistemáticamente el texto vaticano.  

Notas

1. Cf. Congregación para la Educación Católica, “Varón y hembra los creó”. Para una vía de diálogo sobe la cuestión del gender (género) en la educación, Ciudad del Vaticano, mayo 2019.

Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Un proyecto de Iglesia para el futuro en España (San Pablo, Madrid, 2019)

La cueva



                                                                                                           Seamos humildes, 
pues nuestra capacidad de recibir datos 
es muy superior a la de analizarlos.

La cueva era muy cómoda. Tenía una temperatura estable que apa­ren­ta­ba ser templada en invierno y fresca en verano. Desde su entrada, abierta en mi­tad de un farallón, podía verse cómodamente el inmenso valle donde pastaban los mamíferos con que se alimentaba el matrimonio y los dos hijos que habían so­brevivido a los seis partos de la mujer.

Cuando sus padres y su hermano mayor quemaban leña para calentarse y para asar la carne de los animales que cazaban, el menor de los dos hijos, que era apenas un niño, sacaba del fuego pedacitos de carbón y reproducía sobre las piedras las siluetas de los miembros de su familia o de los animales salvajes que veía pastar en el valle. Al principio sus padres y su hermano reían mucho cuan­do veían lo que él pintaba, pero cuando toda la cueva quedó embadurnada de carbón, su madre empezó a frotar las paredes con la piel de un rinoceronte la­nudo hasta que todo volvió a quedar limpio.

Él insistía en manifestar su talento. Buscó una tierra roja que abundaba cer­ca de la cueva, extrajo los jugos verdes y morados de ciertas frutas que re­co­lec­taban en el valle y así pudo reproducir los colores naturales de sus modelos. Tam­bién descubrió que estos materiales se fijaban más firmemente a las pa­re­des de la cueva si se mezclaban con la grasa de los animales.

Su madre persistía en la manía de la limpieza y le prohibió «decorar» la parte próxima a la entrada, por lo que se vio obligado a trabajar en el fondo de la cueva, alumbrándose con una lámpara de grasa de oso.

La ventajosa posición de atalaya de aquella vivienda tenía un in­con­ve­nien­te: Todos los inviernos las lluvias arrastraban la tierra de la ladera, dándoles a los habitantes algunos sustos. El último derrumbe casi tapó la entrada y el ca­be­za de familia se propuso buscar, apenas se lo permitiera la llegada del buen tiem­po, un hogar más seguro para los suyos.
Llegó la primavera y el padre y su hijo mayor emprendieron un viaje de exploración a lo largo de la cordillera, buscando un nuevo hogar. Después de va­rios días regresaron con la feliz noticia de que habían encontrado una nueva ca­ver­na abierta al sol del mediodía y próxima a otro valle con abundante caza, pe­ro sin el peligro de los desprendimientos. La familia se mudó, las lluvias si­guie­ron precipitando tierra sobre la boca de aquella cueva y seis inviernos después ya no quedaban huellas del que fue hogar del pequeño artista. Su obra quedó se­pultada por más de veinte mil años.

֍ ֍ ֍

El hijo del señor marqués estudiaba en Madrid y vino aquel verano a pa­sar sus vacaciones acompañado por un colega. El joven aristócrata cabalgaba jun­to a su amigo mostrándole orgulloso las posesiones de su padre. Llegaron a un fértil valle que le rendía al señor marqués pingües ganancias en frutas y ce­re­a­les. El visitante reparó en el intenso color almagre de los farallones que limi­ta­ban la finca por el Norte. Allí se dirigieron y, mientras trepaban por las es­tri­ba­cio­nes de la pared rocosa, el condiscípulo del hijo del señor marqués le decía a su amigo:

— ¡Esto es nada menos que mármol rojo! ¿Cómo no os habéis dado cuen­ta antes de que tenéis aquí un tesoro?

El señor marqués instaló aquel mismo año una cantera para extraer las va­liosas piedras. Llevarían trabajando los obreros unos seis meses cuando a­pa­re­ció entre las vetas de mármol una profunda cueva a la que no le dieron mayor im­portancia.

Llegó el verano y el señor marqués, agradecido, quiso que su hijo invitara al amigo que vino el año anterior, para que viera cómo progresaba su des­cu­bri­mien­to. Volvieron los dos jóvenes al cerro y, al ver la boca de la caverna, ma­ni­fes­taron su deseo de explorarla. El capataz de la cantera les dio unas linternas y entraron. La cueva era muy accesible, sin pozos ni lugares peligrosos. Cuando ya se disponían a salir, descubrieron un pasillo que conducía a otra sala. En­fo­ca­ron las paredes y quedaron absortos al ver una magnífica colección de pin­tu­ras rupestres.

El señor marqués, cuyo bagaje cultural era muy inferior a su abolengo, le dio tan poca importancia al hallazgo, que ni siquiera sintió curiosidad por ver a­que­llos monigotes y sólo se preocupó por seguir sacando valiosas lajas de már­mol. El alboroto que armaron en Madrid su heredero y el colega hizo que el mi­nis­terio de Cultura diera orden de paralizar los trabajos, con el consiguiente dis­gus­to del señor marqués.

Vinieron arqueólogos, espeleólogos, paleontólogos y varios ólogos más; to­maron fotografías, levantaron planos, expusieron teorías y discutieron a­ca­lo­ra­da­mente. Unos decían que el hecho de que las imágenes sólo aparecieran en la par­te más profunda de la cueva demostraba la existencia de un santuario y que las figuras antropomorfas representaban chamanes realizando ritos religiosos. O­tros aseguraban que las representaciones de rumiantes y solípedos en un mis­mo ámbito simbolizaban los sexos femenino y masculino y estaba claro que allí se practicaba la magia de la fertilidad. No faltaron los que aseguraban que las fi­gu­ras de animales útiles habían sido pintadas para tener éxito en la cacería y, por lo tanto, era evidente la teoría funcional de la magia simpática. Algunos te­ó­ri­cos de las artes descubrieron vínculos entre los rasgos estilizados de aquellas pin­turas rupestres y el cubismo de Braque y Picasso.

A ninguno se le ocurrió que el au­tor de las figuras pudiera ser un niño que pintaba por la misma razón por la que brincan los corderos o cantan los pájaros: porque le gustaba hacerlo lo mismo dentro que fuera de la cueva.

Juegos de espejo


Sergio Ramírez

El tirano Manuel Estrada Cabrera, cruel y extravagante, celebraba cada año en Guatemala las Fiestas de Minerva, unos fastos con procesiones de vestales con antorchas y veladas artísticas en honor a la diosa de la sabiduría. Cuando en 1902 se dio una terrible erupción del volcán Santa María, resolvió que esa erupción no existía. El decreto se imprimió en hojas sueltas y se mandó a leer en las calles donde la gente oraba de rodillas, estremecida de miedo ante los continuos temblores y retumbos, y mientras la lluvia de cenizas volvía negro el cielo y hundía bajo su peso los techos de las casas, el empleado público que leía el decreto debía ser alumbrado por lámparas de carburo para cumplir su cometido.

En su alucinación, quien ostenta el poder absoluto se cree capaz de modificar la realidad, o ignorarla y sustituirla por otra que se avenga a sus designios. Pero en esta simulación campea toda una representación teatral en la que no sólo participa el director de escena que ordena y manda, sino los actores que obedecen, y hay también teloneros y tramoyistas: alguien redacta el decreto aboliendo una erupción; alguien lo lee en las esquinas con voz que busca imponerse sobre el estruendo de los retumbos, alguien sostiene a su lado la lámpara, buscando disipar la oscuridad.

El poder altera la neuroquímica del cerebro, dice el neurólogo británico Peter Garrard; “lo degrada de forma más profunda y persistente cuanto mayor y más duradero es ese poder, y lo degrada del todo si carece de límites. Ser obedecido –o creer serlo– magnifica la ­autoconfianza del poderoso en sus propias habilidades hasta privarle de la capacidad de dudar de sí mismo y termina aislado de la realidad”.

Pero en el cerebro de quien obedece, y entra a participar de la simulación, se produce también, por reflejo, una degradación simétrica. Cree más en lo que supone que ve su líder que en lo que ven sus ojos, compartiendo así su delirio; a veces anticipándose a él y siempre reforzándolo.

Sukhvinder Obhi, neurocientífico de la Universidad de Ontario, explica que las neuronas del que obedece crean una mímica inconsciente, de ahí que no necesita vivir algo en carne propia para sentir empatía con el que manda. Su experiencia es suficiente para convertirse en la experiencia del obediente.

Es el papel de las neuronas espejo, que produce el efecto espejo. El cerebro muestra un comportamiento distinto al realizar acciones que en el interior se sabe que son incorrectas o deshonestas, pero que brindarán bienestar individual y prosperidad. Pero, sobre todo, esas acciones de obediencia crean una identidad colectiva. Al ser parte de un cuerpo donde todos piensan de manera igual, y se ven las cosas bajo los mismos colores y contornos, se obtiene fuerza, sentido de pertenencia.

Al renunciar a su propio pensamiento, el individuo obediente se disuelve en los demás, conectados todos por la adoración a aquel de quien emana el pensamiento mágico, y el único que puede otorgar acceso al poder. Es cuando se produce la empatía total, sin límites. Se llega a producir entonces una verdadera lesión cerebral.

El poder absoluto, al afectar el funcionamiento de las neuronas, erige fantasías persistentes que sustituyen a la realidad dentro de la cámara de aislamiento en que se convierte el cerebro. Desde el poder absoluto, que no es cuestionado nunca y que sólo se rodea de silencio, de miedo y de aceptación servil, las conexiones con la realidad exterior se diluyen y van volviéndose cada vez más tenues hasta convertirse en meros reflejos de un universo ajeno.

Los vacíos que la falta de percepción del mundo real deja en la mente del que tiene en su puño todos los hilos del poder, son llenados por ideas inconmovibles que la disfunción neuronal representa en forma de símbolos absolutos, como son Dios, la patria, el pueblo, el partido, la historia, el destino, la felicidad, la alegría, el amor; y los súbditos, allegados, intermediarios, operadores, peones, al recibir esas percepciones reflejadas en el espejo, las hacen suyas y se comprometen con ellas.

El poderoso pasa de gestionar la realidad tal como es, a estar convencido de que es él quien crea la realidad, dice Garrard, y acaba por reñir con los hechos cuando no se ajustan a sus deseos. O busca modificarlos o alterarlos aun por medio de la violencia.

Y como se trata de una enfermedad transmisible, los seguidores, que han perdido el sentido común, llegan a creer que mientras mantengan su voluntad unida a la de quien manda, sin la menor contradicción, esas ideas convertidas en símbolos, paz, amor, felicidad, se harán realidad; y para lograrlo, todo será digno de justificación, aun la cárcel, tortura, exilio; el crimen, los desmanes.

Los demás, que se han quedado fuera del círculo mágico que ampara el poder, o lo rechazan, también se convierten en símbolos, pero de carga negativa y, por tanto, hay que disciplinarlos, y neutralizarlos. No valen la pena, son un estorbo, son prescindibles, son eliminables; la felicidad se construye sin ellos, y contra ellos. Es el sentido que siempre ha tenido la secta.
En la cabeza disfuncional del poderoso absoluto no existe la ausencia de poder, que sólo es posible con base en una concepción democrática que implica límites en el ejercicio del mando, y también en su duración. El poder para siempre no admite alternativas y la secta tampoco admite ninguna posibilidad de sustitución del elegido por el destino, o por la historia, porque significa su propia desaparición, el abandono de su propia zona de confort.

De allí que debajo de la mentira de los símbolos pintados de alegres colores, lo que crece es la degradación, se multiplica la corrupción, se deforman las instituciones, y el ministerio encargado de la tortura pasa a llamarse ministerio del Amor, y el ministerio de la Verdad fabrica las mentiras.

Esa es la tragedia.

Masatepe, junio 2019.


«Mindfulness»: la nueva espiritualidad capitalista


Ronald Purser
www.nuso.org / mayo 2019

La práctica de meditación conocida como mindfulness es la nueva espiritualidad capitalista. Fetichiza el presente, favorece el «momentismo», fomenta el olvido de la memoria histórica y apunta contra la imaginación utópica. Una nueva espiritualidad a la medida del mercado. Una nueva espiritualidad a imagen y semejanza de McDonald's.

Según sus patrocinadores, estamos en medio de una «revolución de la conciencia». Jon Kabat-Zinn, recientemente apodado el «padre del mindfulness», llega a proclamar que estamos al borde de un renacimiento global, y que el mindfulness «puede ser realmente la única esperanza que la especie y el planeta tienen para sobrevivir los próximos doscientos años».

¿En serio? ¿Una revolución? ¿Un renacimiento global? ¿Qué es exactamente lo que ha sido volcado o transformado radicalmente para obtener un estatus tan grandioso?

La última vez que vi las noticias, Wall Street y las corporaciones seguían haciendo negocios como de costumbre, los intereses especiales y la corrupción política seguían sin control, y las escuelas públicas seguían sufriendo de falta de fondos y negligencia masiva. La concentración de la riqueza y la desigualdad se encuentra ahora en niveles sin precedentes. El encarcelamiento masivo y el hacinamiento en las cárceles se han convertido en una nueva plaga social, mientras que los disparos indiscriminados de la policía contra los afroamericanos y la demonización de los pobres siguen siendo moneda corriente. El imperialismo militarista de Estados Unidos continúa extendiéndose, y los desastres inminentes del calentamiento global ya se están mostrando de manera más evidente.

En este contexto, la arrogancia y la ingenuidad política de las porristas de la «revolución» consciente es asombrosa. Parecen tan enamorados de hacer el bien y de salvar al mundo que estos verdaderos creyentes, no importa cuán sinceros sean, sufren de una enorme ceguera. Parecen no tener en cuenta el hecho de que, con demasiada frecuencia, la atención se ha reducido a una técnica de autoayuda mercantil e instrumental que, sin saberlo, refuerza los imperativos neoliberales.

Para Kabat-Zinn y sus seguidores, los culpables de los problemas de una sociedad disfuncional son los individuos descerebrados e inadaptados, y no los marcos políticos y económicos en los que se ven obligados a actuar. Al transferir la carga de la responsabilidad de la gestión de su propio bienestar a los individuos, y al privatizar y patologizar el estrés, el orden neoliberal ha sido una bendición para la industria del mindfulness, que ahora se cotiza en 1.100 millones de dólares.

El mindfulness ha surgido como una nueva religión del «yo», libre de las cargas de la esfera pública. La revolución que proclama no ocurre en las calles o a través de la lucha colectiva y las protestas políticas o las manifestaciones no violentas, sino en las cabezas de individuos atomizados. Un mensaje recurrente es que el hecho de que no prestemos atención al momento presente -que nos perdamos en reflexiones mentales y en vagar por la mente- es la causa subyacente de nuestra insatisfacción y angustia.

Kabat-Zinn lleva esto un paso más allá. Afirma que nuestra «sociedad entera está sufriendo de un desorden de atención generalizado». Aparentemente, el estrés y el sufrimiento social no son el resultado de desigualdades masivas, prácticas empresariales nefastas o corrupción política, sino de una crisis dentro de nuestras cabezas, lo que él llama una «enfermedad del pensamiento».

En otras palabras, el capitalismo en sí mismo no es intrínsecamente problemático; más bien, el problema es la incapacidad de los individuos para ser conscientes y resistentes en una economía precaria e incierta. Y no es de extrañar que los mercaderes atentos tengan justo los bienes que necesitamos para ser capitalistas atentos y contentos.

El mindfulness, la psicología positiva, y la industria de la felicidad comparten un núcleo común en términos de despolitización del estrés. La ubicuidad de la retórica individualista del estrés -con su mensaje cultural subyacente de que el estrés es un hecho- debería hacernos sospechar. Como señala Mark Fisher en su libro Realismo capitalista, la privatización del estrés ha llevado a una «destrucción casi total del concepto de lo público».

El estrés, nos dicen los apologistas del mindfulness, es una influencia nociva que destroza nuestras mentes y cuerpos, y depende de nosotros como individuos el «estar atentos» y «ser conscientes». Es una proposición seductora que tiene potentes efectos de verdad. En primer lugar, estamos condicionados a aceptar el hecho de que hay una epidemia de estrés y que es simplemente una fatalidad de la era moderna.

Segundo, como el estrés es supuestamente omnipresente, es nuestra responsabilidad como sujetos estresados manejarlo, controlarlo y adaptarlo consciente y vigilantemente a los esclavos de una economía capitalista. La atención se centra en esta vulnerabilidad y, al menos en la superficie, aparece como una técnica benigna para el auto-empoderamiento.
Pero en su libro «Una nación bajo estrés»: El problema del Estrés como Concepto, Dana Becker señala que el concepto de estrés oscurece y oculta «los problemas sociales al individualizarlos de manera que perjudican más a aquellos que tienen menos que ganar con el status quo». De hecho, Becker ha acuñado el término estresismo para describir «la creencia actual de que las tensiones de la vida contemporánea son principalmente problemas del estilo de vida individual que deben resolverse mediante el control del estrés, en oposición a la creencia de que estas tensiones están vinculadas a las fuerzas sociales y necesitan resolverse principalmente mediante medios sociales y políticos».

Al ingerir de manera acrítica las premisas culturales del estresismo, el movimiento del mindfulness se ha promovido a sí mismo como un remedio científico. Pero el foco sigue estando puesto en el individuo que espera que sane la llamada «enfermedad del pensamiento» de la civilización moderna. Se nos dice que, al practicar el mindfulness, podemos cambiar hábilmente nuestro frenético «modo de hacer» a un «modo de ser» más armonioso, aprendiendo a soltar y a fluir en situaciones estresantes.

El mindfulness es la nueva inmunización, una vacuna mental que supuestamente puede ayudarnos a prosperar en medio del estrés de la vida moderna. Depende de nosotros convertirnos en lo que Tim Newton ha llamado individuos «en forma contra el estrés». El mindfulness se comercializa a menudo como una forma de mejorar nuestra productividad, una técnica útil para desarrollar la aptitud mental necesaria para que podamos convertirnos en trabajadores más productivos y eficaces. No es coincidencia que el lema de la aplicación de meditación más exitosa de mindfulness, Headspace, sea «una membresía de gimnasio para la mente».

La máxima de este movimiento es 'vivir el presente'. Para los devotos conscientes, el cambio social y político depende de la fantasía de convertir a las masas distraídas para que sigan este consejo y vivan 'conscientes'. El fetiche del presente auspiciado por el mindfulness es una práctica que cultiva la amnesia social, fomentando el olvido colectivo de la memoria histórica y, al mismo tiempo, excluyendo eficazmente la imaginación utópica.

Este momentismo actual aparece, al menos en la superficie, como un solvente terapéutico para todos nuestros problemas, haciendo más soportable nuestra situación actual. Pero esta capacidad de soportar el status quo equivale a un retiro permanente al refugio psíquico contra bombardeos de ahora, una especie de enterrar la cabeza en la arena, que actúa como un paliativo desinfectado para los sujetos neoliberales que han perdido la esperanza al pensar alternativas al capitalismo.

El movimiento mindfulness opera en resonancia con lo que Eric Cazdynen su libro, The Already Dead: The New Time of Politics, Culture and Illness, caracteriza como «la nueva crónica». Cazdyn explica que la nueva crónica «extiende el presente hacia el futuro, enterrando en el proceso la fuerza de lo terminal, haciendo que parezca que el presente nunca terminará». Solo tienes que estar en el momento presente y todo estará bien. Viviendo conscientemente, podemos continuar nuestras vidas aplazando, evadiendo y reprimiendo cualquier crisis en curso.

La falsa revolución de la conciencia proporciona una forma de enfrentar sin cesar los problemas del capitalismo refugiándose en la fragilidad del momento presente; la nueva crónica nos deja conscientes de mantener el statu quo. Se trata de un optimismo cruel que anima a conformarse con una pasividad política resignada. El mindfulness se convierte entonces en una forma de manejar, naturalizar y perdurar los sistemas tóxicos, en lugar de convertir el cambio personal en un cuestionamiento crítico de las condiciones históricas, culturales y políticas que son responsables del sufrimiento social.

Pero nada de esto significa que la conciencia debe ser prohibida, o que cualquiera que la encuentre útil sea engañado. Hay formas emergentes de conciencia social y cívica que evitan esta trampa. Estos métodos se están liberando del enfoque biomédico en la patología individual al integrar el activismo por la justicia social con la investigación contemplativa, cultivando el pensamiento crítico en lugar de la separación sin prejuicios.

Los innovadores en este campo están reescribiendo los planes de estudio de mindfulness mediante el empleo de pedagogías críticas y anti opresivas. Por ejemplo, Beth Berila ha desarrollado métodos de atención plena que ayudan a los practicantes a descubrir cómo han interiorizado la opresión, así como formas de desmantelar y desaprender el privilegio. Mushim Patricia Ikeda, junto con los maestros del Centro de Meditación de East Bay, ha desarrollado numerosos programas que conectan las preocupaciones por la justicia social con las enseñanzas budistas sobre la interdependencia, a fin de fomentar la solidaridad y el activismo comprometido con la causa. Y la Red de Mindfulness y Cambio Social del Reino Unido está experimentando con prácticas de mindfulness que abordan cuestiones sociales, políticas y ambientales.

Cuando reconocemos que el descontento, la ansiedad y el estrés no son solo culpa nuestra, sino que están relacionados con causas estructurales, la atención se convierte en combustible para encender la resistencia.

El maíz: primer combustible de la ruta transístmica

Comparto ensayo histórico escrito por  Hirisnel Sucre Serrano y publicado hoy por La Prensa en ocasion de los  500 años de la Fundación de la Ciudad de Panamá  .

El maíz: primer combustible de la ruta transístmica
- https://m.prensa.com/opinion/maiz-primer-combustible-ruta-transistmica_0_5373212718.html