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Francisco, un Papa universal

José M. Castillo Sánchez
www.religiondigital.com/070713

Acabamos de enterarnos que el papa Francisco piensa canonizar a Juan Pablo II y a Juan XXIII. Ya antes se había dicho que tiene también la idea de beatificar a monseñor Romero. Y ahora sabemos que el papa está pensando beatificar a Álvaro del Portillo, el sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer en la prelatura del Opus Dei.

Si reflexionamos, por un momento, en que los difuntos, que son elevados al honor de los altares, representan -entre otras cosas- el modelo de la Iglesia que se quiere poner como ejemplo para todos los cristianos, resulta inevitable preguntarse qué idea tiene el papa Francisco sobre el tipo de Iglesia que, en este momento, le conviene al mundo. Porque es evidente que no es lo mismo la Iglesia de Polonia (la de Juan Pablo II) que la Iglesia del Vaticano II (la de Juan XXIII). Ni se parecen mucho la Iglesia que promovía mons. Romero y la Iglesia que propugna el Opus.

Hace unos días, escribía yo aquí mismo que “el papa Francisco no tiene marcha atrás”. ¿De verdad que no? ¿No estamos viendo que el papa Bergoglio da un paso en una dirección con la misma facilidad con que parece que lo da en la dirección contraria? ¿En qué quedamos, por tanto?

Lo primero, que parece razonable responder a estas preguntas, es que, según la definición del concilio Vaticano I (DH 3064) y la enseñanza del Vaticano II (LG 22), el papa tiene potestad suprema sobre la Iglesia universal. Esto quiere decir lógicamente que el obispo de Roma, en cuanto sucesor de Pedro, es papa de todos los cristianos por igual. Lo mismo de los que se sienten identificados con las ideas de Juan Pablo II o Álvaro del Portillo que quienes se identifican con Juan XXIII o mons. Romero.

Por supuesto, en todo cuanto no toca a la fe, uno se puede sentir más próximo a la manera de pensar, de vivir y de aparecer en público de este papa o del otro. Pero la clave de todo lo que estamos tratando aquí no son cuestiones dogmáticas de fe. Estamos hablando de presuntas intenciones papales. Intenciones que darían pie para sospechar que el papa Francisco quiere un modelo de Iglesia o prefiere otro.

Esto supuesto, lo que está fuera de duda es que el papa Francisco ha dado pruebas sobradas de que prefiere un modelo de ejercer el papado que pretende inspirarse en la sencillez y humildad del Evangelio de Jesús de Nazaret, lo que supone irse despojando de manifestaciones de pompa y boato que poco o nada tienen que ver con la imagen de Jesús que nos ofrecen los evangelios.

Ahora bien, si el papa Francisco es para de todos los cristianos, lo es igualmente de los cristianos de una mentalidad que de los de otra. Francisco se ha encontrado, al ser elegido papa, con una Iglesia dividida y, en no pocos asuntos, una Iglesia dividida en grupos enfrentados. Así las cosas, es obligación del papa no fomentar ni mantener la división y el enfrentamiento, sino todo lo contrario, ayudar a la tolerancia, el respeto, la unión.

Si es que el papa Francisco piensa que lo mejor, para la unión de la Iglesia, es beatificar o canonizar a los personajes enumerados o a otros semejantes, lo que tenemos que hacer los creyentes en Jesús de Nazaret es respetar al papa Bergoglio en sus decisiones. Y no sólo respetarlo, sino, sobre todo, unirnos a él. Y, unidos al papa, ayudarnos todos a recomponer la unidad de la Iglesia.

Por eso -si es que la Iglesia nos importa de verdad- lo único razonable que podemos hacer es dejar de tirar cada uno de la manta con las intenciones de (por lo que sea) quedar por encima de aquellos a quienes consideramos nuestros adversarios. Sólo la unión de todos con todos, en torno a la bondad que aprendemos en el Evangelio de Jesús, podrá ser decisiva para la renovación de la Iglesia.

Sólo quiero añadir, para terminar, que tomar en firme esta postura en la vida nos puede costar mucho, quizá demasiado. Jesús nos enseñó, en el Sermón del Monte, incluso a renunciar al ejercicio de nuestros propios derechos humanos. En la medida en que nos unamos al papa en esta postura fundamental, en esa misma medida estaremos haciendo lo más eficaz que podemos hacer, en este momento, para el futuro de esa Iglesia por la que todos soñamos. Y que será- si es que se realiza este proyecto -una fuerza de reconstrucción y humanización de este mundo en el que se hará posible vivir con paz y esperanza.


Aniversario 34 de la Revolución

Aniversario 34 de la Revolución:
34 años de olvido culpable, 23 de interesada memoria

“Yo no considero a nuestra memoria como algo que retiene una cosa por mero azar y pierde otra por casualidad, sino como una fuerza que ordena a sabiendas y excluye con juicio”. Esta frase de Stefan Zweig en su libro “El mundo de ayer” zarandeó mi memoria y guió mi pluma, al escribir en un nuevo aniversario de la Revolución.

José Luis Rocha


Tachando en rojo el 25 de febrero de 1990, el día de la primera derrota electoral del FSLN, señalándolo como parteaguas histórico, la oposición de raíces sandinistas ha construido el mito de un proceso de conversión satánica del FSLN, desde un pasado beatífico hasta un presente colmado de perversidad y encono. Algunos trazan la línea divisoria el 19 de julio de 1979: ¡el poder absoluto los corrompió absolutamente! Otros eligen fechas menos sonoras.

Todos coinciden en que hubo un punto de inflexión a partir del cual la mística empezó a disiparse y el FSLN pasó a estar más poseído por “el dios de la furia” -y los ángeles de la codicia- que por “el demonio de la ternura”. Los cuatro altos dirigentes sandinistas que hicieron de las memorias de su vida una remembranza de la revolución -Fernando y Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli- han contribuido a apuntalar este mito. No incluyo aquí las también interesantes memorias de Hugo Torres, que se limitan a la etapa previa al triunfo revolucionario.

Tres exigencias ante el mito que construimos

El mito de un antes y un después radicalmente opuestos en el FSLN emprende una suerte de maniqueísmo auto-exculpatorio que falsea el sentido de lo que sucedió, no ayuda a dar sentido a lo que sucede ni logrará procesar adecuadamente nuestra responsabilidad histórica. Es decir, no cumple con la finalidad de los mitos: reconciliar los polos para mitigar nuestra angustia. Es un mito fallido contra el que se levantan tres exigencias.

La primera y más urgente: rescatar la experiencia de las víctimas de las masacres, del hambre por las malas políticas, de la represión, de las confiscaciones abusivas, del control y el espionaje de la Seguridad del Estado, de las extorsiones de los poderosos, etc. El historiador alemán Reinhardt Koselleck encuentra muy pertinente el vínculo historia-derecho y las metáforas que la expresan porque en historia deben ser interrogados los mejores testigos, sus testimonios deben ser contrastados, también debe oírse a la parte contraria para obtener un fiel conocimiento de los hechos.

Prestar oído a esa “parte contraria” fue algo que, quienes fundamentalmente simpatizamos o colaboramos con la Revolución, hicimos poco, de mala gana y con un a priori que las descalificaba y concedía sobreseimiento definitivo a los dirigentes sandinistas.

Segunda exigencia: reconocer que hubo y hay otra Nicaragua -dentro y fuera del sandinismo- que ahora “lee” o “relee” la Revolución -en parte o enteramente- como tragedia. Contra la perspectiva posmoderna de múltiples interpretaciones de validez semejante, propongo buscar una lectura que reconozca las luces y sombras de los procesos, organizaciones y personajes.

Deberíamos apuntar hacia una perspectiva que incorpore en un todo consistente los diversos puntos de vista. Aunque no sea posible ni deseable una sola narración, sería terrible que las futuras generaciones estudiaran la historia de Nicaragua en textos escritos de espaldas a la Revolución, o que sólo contengan elogios o diatribas al FSLN. El saldo a la fecha es una yuxtaposición de narrativas que se dividen en la Revolución como “la noche oscura” o como “el amanecer que dejó de ser una tentación”.

La solución actual de crear una escisión histórica -el FSLN bueno de antes y el FSLN malo de ahora- no hace justicia a quienes vivieron los años 80 como drama horrendo y crea una falsa conciencia que encubre los engranajes de los poderosos para abusar desde la impunidad.

Tarea del momento: releer, rescatar la memoria de las víctimas. No para producir una verdad absoluta y sí para eliminar -hasta donde sea posible- la falsa conciencia, en espera de nuevas lecturas, esclarecimientos y atalayas del conocimiento que permitan una visión con perspectivas más panorámicas.

¿Qué abusos conoció y cómo los justificó?

Nuestra época no tiene dudas de que la historia universal debe ser reescrita de cuando en cuando, escribió Goethe sintetizando la aspiración historiográfica de modificar todo pasado desde la perspectiva de cada presente, beneficiándose de la distancia ganada y los conocimientos adquiridos.

En 1953 le preguntaron al primer ministro chino Zhou Enlai qué pensaba de la revolución francesa. Respondió tajante: “Todavía es muy pronto para decirlo”. Mucho más prematuro es lanzar juicios sobre la Revolución sandinista y sus protagonistas. Pero no lo es para lanzar el reto, acopiar información y denunciar los sesgos interesados y los monumentales silencios de las narraciones actuales.

La tercera exigencia que tenemos pendiente proviene de la necesidad de interpretar mejor lo que nos está sucediendo en Nicaragua. Si no esclarecemos los mecanismos de dominación que ayer operaban mediante la introyección de varios discursos generadores de justificación de lo injustificable, no entenderemos el arrastre que el FSLN sigue ejerciendo y cómo se crea el vacío moral en el que sus abusos se expanden.

Para tantear un terreno tan pantanoso, lancé dos preguntas -sobre todo, aunque no exclusivamente- a ex-funcionarios del gobierno sandinista y a miembros “de la base”, esa cantera sin la cual la maza no es más que un amasijo de cuerdas y tendones. Pregunté qué abusos conoció en los 80 y cómo los justificó.

Entre el mutismo de muchos, las reservas de algunos y la generosa franqueza de otros, tropecé con dos objeciones. La primera converge en esta pregunta: ¿Para qué revolver la podredumbre y propugnar una exhibición de lo que todos ya sabemos? Estoy de acuerdo: Nada más ocioso que demostrar que los dirigentes del FSLN eran tan -o incluso más- pérfidos en los años 80 que en la actualidad.

Pero no se trata de volver la vista a un siempre incompleto catálogo de sus abusos para quedar atónitos ante el abismo de podredumbre, sino para preguntarnos: ¿Qué nos hizo otorgarles patente de corso a una vanguardia cuya dirigencia desde siempre dio muestras de poca o nula solvencia moral? Hay que desentrañar lo que Jacob Burckhardt identificó como la extraña dispensa de las leyes morales habituales que la conciencia otorga a las grandes personalidades. En este sentido, importan los abusos, pero importan más nuestras justificaciones. En ellas reside la clave de los mecanismos de la dominación.

El carácter excepcional de las revoluciones

Un segundo grupo de objetores a quienes pregunté dijo al unísono: Tu planteamiento es interesante… pero este tema debe recibir otro tratamiento… pero ese enfoque no es adecuado… pero habría que estudiar el contexto en que sucedieron los abusos… pero las revoluciones son siempre procesos convulsos. Este conjunto de “peros” apunta a que una revolución es un estado excepcional que suspende las garantías y, por ende, las responsabilidades que se consideran indiscutibles en tiempo ordinario.

Esta posición remite a la escisión elemental que la fenomenología de las religiones establece entre el tiempo profano y el tiempo sagrado. Mircea Eliade dice que una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde un punto de vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. Y ello se debe a que “para el “primitivo” un acto tal no es nunca simplemente fisiológico; es, o puede llegar a serlo, un “sacramento”, una comunión con lo sagrado. El lector se dará cuenta en seguida de que lo sagrado y lo profano constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales asumidas por el hombre a lo largo de su historia”.

La revolución sería así un tiempo sagrado cuya cabal interpretación reclama otros baremos. Quienes cuelgan una etiqueta especial sobre la década de los 80 tienen razón en parte: hubo una lógica especial y unas corrientes ideológicas que distinguen esa etapa de otras. La Revolución sólo es concebible e inteligible en el marco de cierto Zeitgeist, de un determinado espíritu de la época. Pero esa delimitación ideológica no implica una suspensión especial que obligue a una exculpación de lo fáctico, donde acciones, leyes, decretos, políticas y conflictos aparezcan como los únicos concebibles y portadores en sí mismos de las únicas interpretaciones posibles.

Todo pasado está condenado a ser reescrito a la luz -y a las tinieblas- de cada nuevo presente. Será sometido a los parámetros de cada nuevo Zeitgeist. Y esto supone un sometimiento a requerimientos morales de las concepciones históricas del momento, lo cual supone preguntarse por las encrucijadas del pasado desde la privilegiada atalaya de quienes disfrutan la ventaja de conocer el final -aparente- de un episodio de la historia.

¿Los eximimos a ellos de responsabilidad? ¿Nos eximimos nosotros?

Si todo acontecimiento histórico o acción política los atribuimos a la fuerza compulsiva del proceso social, no habría nunca lugar para la responsabilidad personal. La Revolución fue un proceso de complejidad enorme. De acuerdo. ¿Y no lo son otros momentos? ¿No lo es cuanto hoy vivimos? Tomemos el caso de la transición del gobierno sandinista al gobierno de doña Violeta Barrios. Fue una verdadera revolución de las oportunidades para que la vieja y la nueva élite se repartieran con la cuchara grande: indemnizaciones, dobles indemnizaciones, privatizaciones a precios de ganga…

¿Se vale decir que esa pandilla de ladrones no puede ser considerada como tal y tampoco denunciada debido a la complejidad del proceso de transición? Apliquemos en su descargo la misma lógica que exime de responsabilidad durante las revoluciones: la transición de una economía planificada a una de mercado, que desencadena “forzosamente” una acumulación originaria de capitales, el salto hacia un nuevo sistema lleno de incertidumbres, los fondos de ayuda externa vertidos a cantaradas…

Demasiadas compulsiones hacia el lucro fácil en una economía necesitada de nuevos pulmones económicos situados en el sector privado. En fin, una serie de condicionantes que a ningún jurista en su sano juicio se le ocurriría esgrimir como circunstancias atenuantes que invitaban al lucro fácil.

El problema es que a la Revolución se le concede un estatus sacro y una temporalidad especial que sólo tienen sentido dentro de cierta visión religiosa de la política, planteamiento que no tiene un ápice de consistencia y que sólo sirve para eximir de responsabilidades individuales, un intento por lo demás vano, al menos desde que Karl Jaspers acuñara el concepto de “culpa política” y después de las punzantes reflexiones de Hannah Arendt sobre la responsabilidad personal en regímenes que moldean agresivamente conciencias para producir ciertas conductas.

La evasión de la responsabilidad personal se parapeta tras la complejidad o “amoralidad” de un proceso. Pero mi indagación no se refiere a la Revolución, proceso complejo hasta embarullar y rutilante hasta obnubilar. Indudablemente -por más que sea ya manido decirlo en un somero balance- fue la peor y la mejor de las épocas, la más luminosa y la más sombría de forma simultánea. La Revolución fue un proceso jalonado por fuerzas contradictorias, y no sólo “una escuelita toda llena de lápices y papeles”, como cantó uno de sus trovadores y muchos hubiéramos querido o creído que fue.

No se sienta en el banquillo de los acusados a una época. No se juzga el talante ético de un período histórico. Pero sobre la calidad moral de muchos actos de militantes del FSLN no existe complejidad, embrollo ni rutilancia, salvo la que de forma interesada fabriquemos para eximirnos de nuestra responsabilidad ante la historia. Los dirigentes sandinistas son sujetos de responsabilidad jurídica y moral. No lo son las revoluciones ni cualquier otro proceso histórico.

“Nunca confíes en la memoria”

Esta indagación busca ser una brevísima relectura de algunos aspectos de una revolución que, siendo un proceso complejo, junto a la mística heroica de algunos, los ideales de otros, el revanchismo de los resentidos, las luchas de los conscientes, también incluye una revolución de las oportunidades donde un grupo logra colocarse en la cúspide apropiándose de la patente de corso extendida a la Revolución.

Y es que la visión que “reconcilie” en un fresco único los puntos de vista disonantes sobre la Revolución -superando las narrativas yuxtapuestas o contrapuestas- puede emanar de una perspectiva que rescate la complejidad del proceso y lo relate como conducido por grupos dominantes que se sirven con la cuchara grande, ante el silencio, la resistencia muda o la oposición de los dominados, que pueden formar parte, procurar neutralidad u oponerse al movimiento que lidera la Revolución, según se les abran o cierren oportunidades de ascenso social en razón de las políticas, la configuración de la estructura económica y los abusos sistemáticos u ocasionales.

Para quienes simpatizamos y colaboramos con la Revolución, penetrar en esos meandros exige ver de frente los abusos y sus justificaciones. Demanda la suspicacia ante la memoria de uno de los personajes de Luis Sepúlveda en “La sombra de lo que fuimos”: Nunca confíes en la memoria, pues siempre está de parte nuestra; adorna lo atroz, dulcifica lo amargo, pone luz donde sólo hubo sombras. La memoria siempre tiende a la ficción”.

La masacre de los miskitos: el fin justifica los miedos

Más que dulcificado y adornado, lo más amargo permaneció invisible para la mayor parte de las bases sandinistas: nada tan atroz como las masacres y otros abusos contra las comunidades del pueblo miskito.

Haciendo eco a un informe del Catholic Institute por International Relations (CIIR) de Londres titulado “Right to Survive-Human Rights in Nicaragua”, publicado a mediados de 1987, Envío registró que “en diciembre de 1981 un grupo de 17 mískitos civiles fueron ametrallados en Leimus, Zelaya Norte, aparentemente como represalia por un ataque contra un destacamento del ejército en el que murieron varios soldados sandinistas”. Un segundo caso mencionado fue “el de 69 miskitos civiles detenidos por fuerzas de la seguridad del ejército sandinista en la zona de Puerto Cabezas, entre julio y septiembre de 1982, alegándose que después fueron ejecutados por sus captores”.

Envío consignó los hechos narrados en el informe y añadió una suerte de justificación del estado de emergencia en cuyo seno había tenido lugar la masacre: “Porque un estado de emergencia suspende importantes derechos humanos, el único argumento válido que puede haber para declarar el estado de emergencia es que éste asegure la sobrevivencia de la sociedad, y en este sentido, que defienda los derechos humanos. Esto tiene que demostrarse en la práctica. El alegato de un gobierno que declara el estado de emergencia adquiere muchísima más fuerza si puede demostrar que su legitimidad se debe a unas elecciones auténticas llevadas a cabo correctamente. Éste es el caso de Nicaragua”.

Este otro comentario estaba relacionado con el caso de los miskitos: “El estado de emergencia impuesto en Zelaya norte en diciembre de 1981 fue la respuesta a una serie de ataques llevados a cabo desde Honduras por la guerrilla anti-gubernamental de los miskitos aliados a la FDN”. En este caso, Envío reprodujo, sin matices, la visión oficial que el gobierno estaba difundiendo: los miskitos como etnia masivamente vinculada a la contrarrevolución.

Ésta fue la misma explicación que obtuve en el testimonio de un miembro de las tropas especiales Pablo Úbeda, participante en los operativos de represión a los miskitos, que respondió a mis dos preguntas. “Los miskitos no colaboraron con el Frente Sandinista. Colaboró uno o dos, como mucho, cosa que contrasta con lo que pasó con la contrarrevolución, pues no hubo miskito que no estuviera en contra del Frente. Primero porque a los del Pacífico los consideraban españoles y no parte de su raza, y segundo porque suponían que con el tipo de gobierno sandinista les iban a quitar sus tierras y hasta sus costumbres”.

“No hubo miskito que no fuera nuestro enemigo”

La reacción de las tropas era implacable, eliminando el agua miskita donde se movían los peces contrarrevolucionarios. Relata este testigo: “Hubo dos misiones importantes: la “Navidad Roja” y la “Salida sin Retorno”, donde la Contra atacó con todo el güevo, con armas sofisticadas. El ejército junto con las tropas nuestras respondió con todo tipo de artillería, con obuses, katiuskas y fuerza aérea. Fue una guerra de grandes magnitudes, de mucho cansancio y pérdidas humanas de ambos bandos. Hubo momentos en que la Contra casi ya nos tenía asediados y el Frente utilizó una estrategia de ubicar a las familias campesinas que eran parte de los colaboradores de la Contra para concentrarlos en lugares donde estuviera el ejército controlándolos, como Wasminona, Truslaya, Sumubila, Columbus, Sahsa y otros que estaban entre Las Minas y Puerto Cabezas”.

Como la Contra financiaba a los campesinos miskitos para que sembraran arroz y frijoles -por ejemplo, en la zona de Kiawa había un sector donde los campesinos tenían hasta 200 sacos de arroz y frijoles-, las tropas nuestras tenían la orden de echarlo todo al río para perderlo. El resto -cerdos, gallinas, caballos o ganados- se les quitaba, pues eran gente que sostenía a la Contra. Algunos regresaban escondidos a sus lugares de origen. Entonces, para que no tuvieran dónde estar, se les quemaban las casas”.

La gente de Kiawa fueron trasladados al asentamiento de Columbus. Recuerdo que había un montón de cipotitos y todos fueron montados en helicópteros. Las mamás se orinaban y se desmayaban, pues antes de ser evacuadas ellas se llevaban a los niños. Una vez, persiguiendo a los contras, pasamos por una casa donde estaba un viejito y le preguntamos ¿Y su hijo? y él temblando con un bastón dijo: ‘No sé dónde está, se fue con la Contra ese tal por cual’, y uno del ejército lo rafagueó. En ese mismo lugar estaba una señora embarazada bastante joven. Se le hizo la misma pregunta y se negó a responder. Entonces el mismo que rafagueó al viejito le metió un bayonetazo en la barriga”.

La Contra se metía en los poblados o comunidades como La Tronquera, Coconwás, Waspam y otras tantas comunidades en la refriega o más bien cuando se refugiaban en los poblados. El ejército atacaba tratando de abatirlos. Centenares de personas murieron en el fuego cruzado. Oí decir -porque yo no estuve en ese enfrentamiento- que hubo una comunidad en que murieron más de cien personas y donde habían quedado unos cuantos vivos. Entonces vino el ejército y mató a los que habían quedado vivos, tratando de borrar cualquier evidencia. Esa gente fue enterrada en zanjones. También oí decir que sancionaron al que andaba jefeando”.

“El derecho a poder vivir”

Sobre esta tragedia que en boca de un militar que la presenció y protagonizó aparece de forma tan vívida, Envío (octubre 1987) sentenció con un comentario penetrante, pero muy al uso de la época y, definitivamente, de finalidad exculpatoria: “El mayor violador de los derechos humanos en Nicaragua no son los sandinistas ni son los contras. Es el gobierno de Estados Unidos”.

“Barricada” y “El Nuevo Diario” callaban o presentaban versiones oficiales de los hechos. Los inmensos silencios de éstos y otros medios de comunicación generaron una nebulosa de opacidad propicia a la continuidad de los atropellos. La versión de las víctimas miskitas masacradas o desplazadas no tuvo espacio en esos medios. Los padecimientos de los hombres y mujeres concretos no tenían cabida o se despachaban con una frase retórica que depositaba, en el altar de la Revolución, cualquier tipo de víctima propiciatoria, simpatizante o no.

Este desprecio por las tragedias personales lo formuló Franz Hinkelammert de forma inmejorable cuando señaló que la sociedad occidental desprecia los elementos simples de la vida humana -alimentación, vivienda, salud, diversión- porque aspira a metas más importantes:

Habla siempre de un hombre tan infinitamente digno que, en pos de él y de su libertad, el hombre concreto tiene que ser destruido. Que el hombre conozca a Cristo, que salve su alma, que tenga libertad o democracia, que construya el comunismo, son tales fines en nombre de los cuales se han borrado los derechos más simples del hombre concreto. Desde la perspectiva de estos pretendidos valores, estos derechos parecen simplemente fines mediocres, metas materialistas en pugna con las altas ideas de la sociedad. Evidentemente, no se trata de renunciar a ninguno de estos fines. De lo que se trata es de arraigarlos en lo simple e inmediato, que es el derecho de todos los hombres a poder vivir.

“Pensaron que como éramos indios...”

La perspectiva de una muchacha miskita que me dio su testimonio tiene otra tónica muy distinta de la subsunción de los abusos cometidos entre los daños colaterales que el FSLN podía costearse y todos debíamos permitirle:

Viví en carne propia el desplazamiento forzado de nuestra comunidad en Waspam. Yo obviamente era pequeña y no comprendía entonces la intensidad de la violación. Ahora como adulta lo comprendo como una violación hacia el pueblo miskito a permanecer en su lugar de origen en nombre de la ‘seguridad personal’ y la seguridad de la nación. Mi familia paterna quedó de los dos lados del río. A los que quedaron en el lado norte, los acusaron de contras. Y los que se quedaron del lado sur en Tasbapri, un asentamiento creado ad hoc, tuvieron que hacer lo que el Frente decía. Ya te imaginás lo que eso significó para mi abuela.

Mi padre, que tuvo que adaptarse a trabajar para el gobierno sandinista, nunca estuvo satisfecho con el tratamiento que recibió su pueblo. Trabajar en Tasbapri entiendo que nunca fue de su total agrado. Tuvo que explicarle a su gente por qué era necesario estar ahí, en un lugar muy diferente. Supongo que el gobierno sandinista pensó que, como éramos indios, podían meternos en cualquier parte de la selva”.

Los auto-llamados revolucionarios no vimos lo que teníamos ante nuestras narices: un conflicto de dominador/dominados en una región donde, de acuerdo al antropólogo estadounidense Philippe Bourgois, las divisiones étnicas coincidían con una estructura de clases que situaba a miskitos, sumos y ramas en una situación subalterna de casi apartheid.

El FSLN tomó partido en una dominación de siglos, sentándose cómodamente en el trono de los ladinos dominantes. Y desde ahí recetó ataques y reasentamientos. Desde sus mullidos sillones capitalinos, los burócratas revolucionarios pergeñaron políticas para una realidad que desconocían y sobre la que habían diseñado una ecuación simple que equiparaba indígenas a enemigos de la revolución. La licencia para matar era el ipegüe no totalmente imprevisible.

El caso cisneros: todo vale

Las masacres a los mískitos fueron los abusos más trágicos. Pero hubo otros sonoros episodios donde se machacó a hombres y mujeres concretos.

El caso Cisneros es muy elocuente. El 14 de mayo de 1985, el comandante Lenín Cerna, entonces director de la Seguridad del Estado y Viceministro del Interior, mandó a aprehender -con gran aparato de fuerza para que se notara en todo el vecindario- a Sofonías Cisneros, Presidente de una asociación de padres de familia de colegios cristianos. Se le acusaba de despotricar contra los programas del Ministerio de Educación, que a su juicio promovían un adoctrinamiento marxista-leninista y, según Tomás Borge reveló al periodista de “The New York Times” Stephen Kinzer, de haber blasfemado contra Carlos Fonseca Amador y Luis Alfonso Velázquez Flores llamando a uno mariguanero y al otro vagabundo.

“Don Sofo”, un ingeniero civil, tenía a la sazón 60 años. Fue trasladado directamente a las lóbregas celdas de El Chipote, donde, de acuerdo a su testimonio, fue personalmente torturado por Lenín Cerna durante largas horas, golpeado, amenazado y después abandonado desnudo en una solitaria esquina de la capital a las 3 de la madrugada. Igual que otros detenidos, Cisneros denunció haber recibido amenazas de que sería ejecutado y de que a sus familiares se les diría que se suicidó.

Quizás a estas hábiles técnicas se refería Lenín Cerna durante una entrevista concedida a Danilo Aguirre y Ernesto Aburto en 1999: “Cuando después caían presos, también lo confesaban todo espontáneamente sin que nadie les hubiera tocado una sola pulgada de su piel. La clave estaba en dos factores fundamentales: un interrogatorio hábil, verdaderamente inteligente, y un acopio abrumador de pruebas, de evidencias”.

Yo me tragué el cuento

En entrevista a “Der Spiegel” en abril de 1986, Daniel Ortega se pronunció sobre el caso con su ambigua vaguedad habitual: “Hemos oído hablar de este caso e incluso hemos pedido a la Cruz Roja que lo examine. Los señores de la Comisión Permanente de Derechos Humanos, que hicieron la denuncia, son activistas políticos que están en contra de la revolución del pueblo nicaragüense, pero pueden vivir libremente en Nicaragua. Ellos traen estas acusaciones sin pruebas de la presunta tortura... Cisneros sólo quiere calumniar a la Revolución“.

El papá de Sofonías fue secuestrado por la Seguridad del Estado y abandonado en pelota en una calle”, decían algunos de mis compañeros de clase. Yo estudiaba en el mismo colegio y había participado en la Campaña de Alfabetización en la misma escuadra que un hijo homónimo del capturado Sofonías Cisneros. El rumor me pareció totalmente inverosímil. Pero recuerdo compañeros de clase de la Juventud Sandinista que saltando jubilosos lo daban por cierto.

Esa asociación de padres de familia de colegios cristianos era una piedra dentro del zapato de la Revolución y su portavoz un contrarrevolucionario de tomo y lomo. Aun así, este abuso y la burla de los más elementales procedimientos legales no podía ser más que otra más de las miles de calumnias “orquestadas por el imperialismo yanqui y sus esbirros internos”. Opté por tragarme el cuento: Cisneros sólo quería perjudicar a la Revolución con una denuncia disparatada. Años después, el mismo Cerna pronunció un mea culpa reconociendo el atropello a la dignidad de la persona que hubo en el caso Cisneros, aunque sin especificar el grado de su involucramiento directo.

Tomás Borge, juez expedito

Hubo casos menos conocidos, pero nada secretos para muchos de quienes hoy se rasgan las vestiduras ante el malo FSLN de hoy y su desmantelamiento de la institucionalidad.

Le debo esta espantosa revelación al penetrante académico Andrés Pérez-Baltodano: “Puedo mencionar varios abusos serios. Me limito al más grave, ocurrido entre agosto y diciembre de 1979: la orden de ejecución dada por el entonces Ministro del Interior, Tomás Borge, en una reunión ‘de los martes’ a la que asistían los responsables de cada programa del ministerio. Mi presencia en esas reuniones tiene una explicación novelesca. Fui nombrado ‘Asesor Administrativo’ del Ministerio del Interior cuando Tomás Borge desesperadamente buscaba quién les ayudara a organizar el ministerio y Alfredo Alaniz, entonces gerente del Banco Central, me envió en calidad de ‘experto en administración no contaminado con técnicas capitalistas’”.

A la reunión de ‘los martes’ asistía la plana mayor del ministerio: el responsable del Sistema Nacional Penitenciario, el jefe de la Policía Sandinista, el Director de Migración, el Viceministro y, a veces, el responsable de la Seguridad del Estado. Yo llegaba como responsable del Instituto Nicaragüense de Administración Pública, un instituto creado para satisfacer las demandas de servicios administrativos del sector público.

En las reuniones, los responsables de programa presentaban un informe de actividades y describían los problemas principales que enfrentaban. En una ocasión, el responsable del sistema penitenciario mencionó que un grupo de ‘presos somocistas’ estaban dando problemas. Que reclamaban por el trato, la comida y otras cosas. El representante del sistema penitenciario alegó que esto era peligroso y que los presos parecían estarse organizando. Mencionó el nombre de uno de ellos y lo señaló como el cabecilla. Yo estaba sentado a la par de Tomás, quien en ese momento me pedía por señas un cigarrillo. En realidad, me estaba metiendo la mano en la bolsa de mi camisa. El tipo era así de campechano. Sin verle la cara al responsable del sistema penitenciario y mientras sacaba el paquete de cigarros de mi bolsa, pronunció: ‘Matalo’.

Me gustaría decirte que hubo un silencio dramático en la sala de reuniones, pero no fue así. Parecía que el tipo hubiera dicho ‘Saquen una fotocopia’ o ‘Compren café’. Nadie se inmutó. Alguien le dijo: ‘Debés de tener cuidado porque “La Prensa” anda sobre nosotros’, o algo así. Tomás replicó: ‘Él sabe cómo hacer las cosas’, refiriéndose al encargado del sistema penitenciario. Salí muy asustado de la reunión. No me atreví a decirle nada a nadie. En esos días yo ya había aceptado, estúpida y convenientemente, la idiota idea de que para hacer una omelette es necesario quebrar los huevos... O la otra, igualmente idiota: todo parto produce sangre”. Aquel preso fue, naturalmente, ejecutado”.

En nombre de la revolución

¿Cuántos supieron de ese caso u otros semejantes? ¿Cuántos supieron de los arreglos de la cúpula del FSLN con Pablo Escobar Gaviria, hospedado con su familia durante meses junto a las embajadas de los países socialistas y recibido en casas de importantes ministros para negociar el derecho de piso que desde entonces el FSLN no ha dejado de cobrar al narcotráfico?

¿Quién puede decir ahora que no supo de la Diplotienda, el sinsentido de los sinsentidos, en un Estado que se presumía socialista: un centro donde, para captar los siempre escurridizos dólares, se premiaba la capacidad adquisitiva que el sistema negaba a todos los que trabajaban honradamente? Mientras los hijos de los comandantes -después de disfrutar en las playas de Varadero-, podían pasar comprándose una camiseta Lacoste en “la Diplo”, al ciudadano de a pie le condicionaban los pasaportes, como ahora rememora con rabia un ex-periodista de Barricada: “Obligaban a la gente a asistir a cursos de politización, de vigilancia revolucionaria, milicias y reuniones de CDS para concederles permisos de salida del país. Si querías pasaporte, debías demostrar que asistías a las reuniones del CDS y llevar una carta del CDS a migración”.

El gobierno premiaba a los opulentos con artículos que escamoteaba al pueblo en nombre del cual hacía la Revolución. Nada sorprendente: después de repartirse las mansiones de los defenestrados somocistas, desde los primerititos días de la Revolución varios comandantes tomaron a su servicio al sector menos favorecido del pueblo, le pusieron el mandil y la cofia típicos “de las buenas familias”, y los destinaron al trabajo doméstico, dejándolos tan maltrechos y sin derechos laborales como habían estado bajo el somocismo. ¿Derechos laborales? Esa expresión fue barrida del vocabulario revolucionario, junto a todo atisbo de lucha sindical, las más de las veces considerada diversionismo.

Para la cúpula, todo: la casa de Jaime Morales Carazo -considerada una de las viviendas más lujosas de Managua en su momento-, acumulación de las mejores fincas y empresas -a la postre y como tal, el Ingenio Victoria de Julio, regalo del gobierno cubano a Nicaragua-, viajes al exterior con abultados viáticos, vehículos sin límite y todos los diploproductos, entre otras muchas prebendas.

Para el pueblo, medidas de austeridad que atenazaban con rigor extremo los lánguidos bolsillos, como ocurrió en junio de 1988 con la devaluación del córdoba en un 566% y el aumento del precio del combustible en más de un 1,000% y el de transporte inter-urbano en más de un 600%, al tiempo que se mantenía un control estricto sobre los salarios de los maestros, trabajadores de la salud y del sector público en general, cuyo impacto negativo sobre la calidad de vida denunció Envío (julio 1988).

¿Cómo explicarnos toda esta crueldad?

Si todo este contraste y cúmulo de contradicciones no hicieron clic en ninguna antena revolucionaria, es porque estaban embotadas captando consignas y luego mascullándolas como nuevas jaculatorias.

Pero no hicieron ni clic ni mella en quienes trabajaban por convicción en un proceso revolucionario y estaban siempre dispuestos a disculpar violaciones a los derechos humanos como si fueran la secuela inevitable de una época turbulenta.

De otra forma, ¿cómo podríamos explicar que las palizas propinadas a los opositores -a manos y garrotes de las que Tomás Borge bautizó como “turbas divinas”, que hoy reedita un nada original orteguismo- fueran celebradas por tantos? No hubo una voz entre el sandinismo que se levantara desde las páginas de opinión de “Barricada” y “El Nuevo Diario” para censurar semejante barbarie y la complicidad policial. ¿Dónde quedaba el humanitarismo que a tantos arrastró a buscar un cambio social?

El poder llegó a hipnotizar y supeditar incluso el humanitarismo de los sacerdotes que colaboraron con la revolución. Uno de ellos fue en una ocasión invitado por los altos mandos del ejército para conocer a los feroces mastines entrenados para lanzarse directamente a los testículos y la yugular de los contrarrevolucionarios. Vio cómo un soldado, vestido con un grueso traje protector, recibía las tarascadas en las zonas estratégicas. Contó la escena muy impresionado, pero sin una palabra de censura. Viviendo bajo amenaza, todo vale. Eran actos de defensa. Era la guerra contra el imperialismo. Pero los huevos y pescuezos tronchados no eran los de Reagan y sus secuaces, sino los de los miskitos, los campesinos de Wiwilí y los pescadores del río Coco.

Cómo se trataba a amigos y a simpatizantes

Blandir palo, azuzar, perros y lanzar metralla contra los enemigos no tiene nada de novedoso. Pero ¿qué trato se daba a los amigos, colegas, colaboradores, militantes y afiliados? Lancemos de nuevo una mirada escrutadora y desprejuiciada al pasado.

Onofre Guevara, histórico líder obrero, prolífico columnista y una de las más luminosas plumas de análisis político en Nicaragua, fue miembro del personal de “Barricada”, el diario oficial del gobierno sandinista en los 80. Ganó el puesto con sus dotes de escritor y su trayectoria revolucionaria. Ninguna le valió para ser tratado de acuerdo a su peso histórico. Sus recuerdos ponen en evidencia la voluntad de la cúpula del FSLN de organizar un país de subalternos.

Relata Onofre: “Una o dos noches, a mediados de los años ochenta, cuando apenas había terminado mi trabajo en “Barricada”, o estaba por terminarlo, aparecieron unos escoltas ordenándome que me presentara en casa de Tomás Borge. Ni siquiera preguntaban si quería ir o si tenía tiempo disponible. Ya en su casa, después de un breve saludo -frío, distante, como el de un desconocido-, Tomás me señaló una máquina de escribir -aún no usábamos computadora- y me pidió que escribiera párrafos sueltos sobre un tema determinado, sin estructurarlo como un artículo. Y él desapareció. Pasado un lapso de una o dos horas, ya casi a las diez de la noche, se apareció una empleada con la “cena”: pedacitos de pipián cocido con queso encima”.

Después no lo volvía a ver hasta cuando le daba la gana “despedirme” con la misma frialdad. Días posteriores, en un acto político en el César Augusto Silva -antes Country Club-, Tomás fue el orador oficial. Mientras avanzaba en su discurso, yo iba reconociendo las ideas que le había escrito en su casa. La estructura del discurso y sus acostumbradas frases grandilocuentes eran suyas”.

Ya en 1995, cuando llegó a “tomarse” “Barricada” y a expulsar a Carlos Fernando Chamorro, uno de sus secuaces de entonces ordenó que no se publicara mi último artículo del siguiente día, lo que me impulsó a renunciar al periódico. Tomás, al darse cuenta, me envió mensajeros (Lumberto Campbell y Mayra Reyes), para que me convencieran de que me quedara, y como no les hice caso, Tomás me llamó a su oficina con el fin de convencerme. Cuando lo vio imposible, me amenazó con impedir que yo trabajara en cualquier otro medio”.

Yo mando, vos sos mi empleado

Onofre Guevara fue uno de muchos “escritores fantasmas” en aquellos años. Quizás la mayoría ni siquiera haya reflexionado hasta qué punto su buena voluntad e ideales revolucionarios fueron puestos al servicio de la vanidad y el hambre de poder de los dominantes de turno porque no hay un límite nítido donde el servicio a la causa y la servidumbre a la cúpula aparezcan en estado químicamente puro. El testimonio de Onofre desenmascara de manera emblemática la voluntad de subordinar, enviando un mensaje muy claro: yo mando, vos sos mi empleado.

Ese mensaje fue enviado a muchos otros servidores de la Revolución y de los nuevos patrones. El Grupo de Solidaridad-Arenal (Grudesa) de El Arenal, Masatepe, aportó testimonios que ilustran otro nivel de subordinación: “Nos dimos cuenta de que los miembros más pobres de nuestra comunidad fueron mandados a los lugares más peligrosos en la guerra, mientras aquellos con más ‘conectes’ locales fueron mandados a lugares menos peligrosos. Perdimos a tres muchachos de nuestra comunidad en la guerra. Lo consideramos en ese entonces no como corrupción, sino simplemente como nuestra participación en la defensa de la revolución. Ahorita entendemos mucho mejor la injusticia de esa política”.

Un joven se acuerda del miedo que él sentía cuando las autoridades llegaron buscando a su hermano para que se incorporara al ejército. Otros dos hermanos ya andaban en las montañas y su mamá estaba hablando con autoridades locales -sin éxito- para que su tercer hijo no tuviera que ir a la guerra. La familia era muy sandinista. Pero no querían que todos los hijos fueran a la guerra. Ahora entienden la injusticia de la política de ese entonces: múltiples reclutamientos de familias pobres, dejando a muchos jóvenes de familias ‘de recursos y conectes’ en sus casas. Parece que solamente la mamá entendió la injusticia”.

La instrumentalización “revolucionaria”

El ejército sandinista no sólo preservó como especie en extinción a los vástagos de las élites locales y nacionales. También libró de las peores batallas a sus miembros permanentes -que se supone lo eran por convicción- y envió a jugarse el pellejo a los miembros temporales y forzados que prestaban su servicio militar. Y lo hacían a menudo con las uñas porque algunos tenientes y capitanes vendían los pertrechos militares para su beneficio particular en el pujante mercado paralelo y sustituían las mochilas militares por pedestres sacos de cargar frijoles.

A la luz del respeto a la libertad de elección de las personas, obligar a prestar un servicio militar a quienes no compartían los ideales revolucionarios fue una imposición abusiva que desdeñaba las convicciones personales. Enviar a los jóvenes sin los pertrechos apropiados y convertirlos en carne de cañón sumaba al abuso el engaño, la estafa y el crimen. Partidarios, indiferentes y opositores fueron objeto de la instrumentalización cotidiana de los hombres y mujeres concretos.

La más palmaria de las instrumentalizaciones fue la decisión de -tras muchas resistencias- decidirse finalmente a hacer la reforma agraria para crear kibutz armados que sirvieran de barrera de amortiguamiento al avance de la contrarrevolución, que desde hace años está siendo revisualizada como una guerrilla campesina contra las políticas militares, comerciales y de tierras del FSLN. Autoproclamado revolucionario, el FSLN no sólo debía superar en esta materia a las democracias occidentales, especialmente porque la instrumentalización es una denuncia que anida en el corazón de la crítica de Marx al capitalismo.

Las víctimas de la lujuria “revolucionaria”

La sexual, una de las peores instrumentalizaciones, se presentó de mil maneras. Hacerse con las hijas de la rancia burguesía fue un trofeo que muchos comandantes se regalaron y les regalaron: las mujeres como oblea y artículo suntuario que proclamaba la nueva ubicación social de los ganadores. Los abusos sexuales sobre subordinadas también granizaron en todos los ministerios. Las mujeres de menor rango eran parte del merecido descanso del guerrero.

Las víctimas de la lujuria de Tomás Borge son incontables. No menciono sus nombres por respeto a ellas: internacionalistas, compas, subordinadas, escritoras, hijas de escritoras, nietas de escritoras. Seducidas, engañadas, extorsionadas, violadas. El sicalíptico comandante quiso aparearse con tres generaciones a vista, paciencia y regodeo de sus escoltas, amigos y colegas. Muchos lo supieron. Muchas lo temieron. Yo también lo supe. ¿Qué pensé entonces? Que el susodicho comandante no tenía un ápice de calidad moral. Pero ¿quién iba a detenerlo? Y, por supuesto, él no era la Revolución, sino una parte un tanto defectuosa del liderazgo.

El asunto es que esos silencios y esa carencia de derechos de las mujeres tuvieron repercusiones sobre el manejo del tema y su práctica “en la base”. A las mujeres víctimas de violencia machista se les exigía que se abstuvieran de denunciar a sus compañeros porque desde su condición de revolucionarios eran muy importantes para la revolución.

Las mujeres no debían “debilitar” la unidad en defensa de la revolución. El amor a la Revolución puso sordina a toda queja y cercenó las denuncias de raíz. Esta conculcación de derechos incluyó también una cacería de lesbianas, sobre las que pesaba un interdicto tácito. Hay quien menciona la obligación de denunciar a las que eran parte del FSLN porque representaban un “peligro” para la Revolución. Decenas de sanciones fueron aplicadas por interpósitas razones.

La deuda que tenemos todos

Esta pesquisa no busca lanzar una nube pestilente sobre los logros de la Revolución, sino preguntarse por la moralidad de los métodos político-militares del FSLN y los abusos de sus líderes. Se lo debemos a las víctimas: a los miskitos masacrados y desplazados, a los interrogados por la seguridad del Estado, los productores confiscados por vender en el mercado paralelo, a los campesinos a quienes se expropiaron sus tierras, a los que no accedían a la diplotienda...

Se lo debemos a la historia: porque es peligroso avanzar sin chequear el retrovisor, porque no hay historiografía posible sin puntos donde se entretejan los hilos de las narraciones divergentes. Uno de esos puntos consiste en mostrar la dominación de una élite que sometió, subordinó y cabalgó a lomo de amigos y de enemigos. Esta dominación se hizo más patente desde el momento en que quienes negaron el comercio libre y la propiedad privada a pequeños campesinos, luego se mostraron, en lo que respecta a su personal peculio, muy devotos de la propiedad privada y del espíritu empresarial. Se trata de una relectura donde no se sienta en el banquillo a la Revolución, sino a los dominadores y a los que apuntalamos su dominio.

Hoy, como ayer, tenemos el imperio de la ley de los dominantes. Sus abusos y su arbitrariedad. Pero sin ideales. Con un simulacro de ideario. Es una enorme diferencia desde un punto de vista que concede mucha importancia a los elementos subjetivos. Pero un análisis donde el peso lo lleven los elementos objetivos implica diseccionar cómo aquellos ideales de muchos allanaron el camino a esta dominación y a su olvido de los hombres y mujeres concretos.

Para adentrarme en un análisis que urda elementos subjetivos y objetivos, me ocuparé en un próximo texto de las justificaciones de los abusos como mecanismos de dominación introyectados. Me centraré por eso, en las racionalizaciones de las que echamos mano para explicar y justificar.

Continuará...


Miembro del consejo editorial de Envío. Instituto de Sociología de la Universidad Philipps, Marburg.

¡Todos fichados!

www.rebelion.org/080713

Nos lo temíamos (1). Y tanto la literatura (1984, de George Orwell) como el cine de anticipación (Minority Report, de Steven Spielberg) nos habían avisado: con los progresos de las tecnologías de comunicación todos acabaríamos siendo vigilados. Claro, intuíamos que esa violación de nuestra privacidad la ejercería un Estado neototalitario. Ahí nos equivocamos. Porque las inauditas revelaciones efectuadas por el valeroso Edward Snowden sobre la vigilancia orwelliana de nuestras comunicaciones acusan directamente a Estados Unidos, país antaño considerado como “la patria de la libertad”.

Al parecer, desde la promulgación en 2001 de la ley “Patriot Act” (2), eso se acabó. El propio presidente Barack Obama lo acaba de admitir: “No se puede tener un 100% de seguridad y un 100% de privacidad”. Bienvenidos pues a la era del ‘Gran Hermano’...

¿Qué revelaciones ha hecho Snowden? Este antiguo asistente técnico de la CIA, de 29 años, y que últimamente trabajaba para una empresa privada –la Booz Allen Hamilton (3)– subcontratada por la Agencia estadounidense de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), reveló mediante filtraciones a los diarios The Guardian y The Washington Post, la existencia de programas secretos que permiten la vigilancia de las comunicaciones de millones de ciudadanos por parte del Gobierno de Estados Unidos.

Un primer programa entró en vigor en 2006. Consiste en espiar todas las llamadas telefónicas que se efectúan, a través de la compañía Verizon, dentro de Estados Unidos, y las que se hacen desde allí hacia el extranjero. Otro programa, llamado PRISM, fue puesto en marcha en 2008. Supone la recolección de todos los datos enviados por Internet –correos electrónicos, fotos, vídeos, chats, redes sociales, tarjetas de crédito...– únicamente (en principio) por extranjeros que residen fuera del territorio norteamericano. Ambos programas han sido aprobados en secreto por el Congreso de Estados Unidos, al que se habría mantenido, según Barack Obama, “constantemente informado” sobre su desarrollo.

Sobre la dimensión de la increíble violación de nuestros derechos civiles y de nuestras comunicaciones, la prensa ha aportado detalles espeluznantes. El 5 de junio, por ejemplo, The Guardian publicó la orden emitida por el Tribunal de Supervisión de Inteligencia Extranjera, que exigía a la compañía telefónica Verizon la entrega a la NSA del registro de decenas de millones de llamadas de sus clientes. El mandato no autoriza, al parecer, a conocer el contenido de las comunicaciones ni los titulares de los números de teléfono, pero sí permite el control de la duración y el destino de esas llamadas.

El día siguiente The Guardian y The Washington Post revelaron la realidad del programa secreto de vigilancia PRISM, que autoriza a la NSA y al FBI a acceder a los servidores de las nueve principales empresas de Internet (con la notable excepción de Twitter): Microsoft, Yahoo, Google, Facebook (4), PalTalk, AOL, Skype, YouTube y Apple.

Mediante esta violación de las comunicaciones, el Gobierno estadounidense puede acceder a archivos, audios, vídeos, correos electrónicos o fotografías de sus usuarios. PRISM se ha convertido de ese modo en la herramienta más útil de la NSA a la hora de elaborar los informes que diariamente entrega al presidente Obama.

El 7 de junio, los mismos diarios publicaron una directiva de la Casa Blanca en la que el presidente ordenaba a sus agencias de inteligencia (NSA, CIA, FBI) establecer una lista de posibles países susceptibles de ser ‘ciberatacados’ por Washington. Y el 8 de junio, The Guardian filtró la existencia de otro programa que permite a la NSA clasificar los datos que recopila en función del origen de la información. Esta práctica, orientada al ciberespionaje en el exterior, permitió recopilar –sólo en marzo pasado– unos 3.000 millones de datos de ordenadores en Estados Unidos...

Durante estas últimas semanas, ambos periódicos han ido revelando, gracias a filtraciones de Edward Snowden, nuevos programas de ciberespionaje y vigilancia de las comunicaciones en países del resto del mundo. “La NSA –explicó Edward Snowden– ha construido una infraestructura que le permite interceptar prácticamente cualquier tipo de comunicación. Con estas técnicas, la mayoría de las comunicaciones humanas se almacenan para servir en algún momento a un objetivo determinado”.
La Agencia de Seguridad Nacional (NSA), cuyo cuartel general se halla en Fort Meade (Maryland), es la más importante y la más desconocida agencia de inteligencia norteamericana. Es tan secreta que la mayoría de los estadounidenses ignora su existencia. Controla la mayor parte del presupuesto destinado a los servicios de inteligencia, y produce más de cincuenta toneladas de material clasificado al día...

Ella –y no la CIA– es quien posee y opera el grueso de los sistemas estadounidenses de recogida secreta de material de inteligencia: desde una red mundial de satélites hasta las decenas de puestos de escucha, miles de ordenadores y los masivos bosques de antenas situados en las colinas de Virginia Occidental. Una de sus especialidades es espiar a los espías, o sea a los servicios de inteligencia de todas las potencias, amigas o enemigas. Durante la guerra de las Malvinas (1982), por ejemplo, la NSA descifró el código secreto de los servicios de inteligencia argentinos, haciendo así posible la transmisión de información crucial a los británicos sobre las fuerzas argentinas...

Todo el sistema de interceptación de la NSA puede captar discretamente cualquier e-mail, cualquier consulta de Internet o conversación telefónica internacional. El conjunto total de comunicaciones interceptadas y descifradas por la NSA constituye la principal fuente de información clandestina del Gobierno estadounidense.

La NSA colabora estrechamente con el misterioso sistema Echelon. Creado en secreto, después de la Segunda Guerra Mundial, por cinco potencias (los “cinco ojos”) anglosajonas: Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Echelon es un sistema orwelliano de vigilancia global que se extiende por todo el mundo y está orientado hacia los satélites que se utilizan para transmitir la mayor parte de las llamadas telefónicas, comunicaciones por Internet, correos electrónicos y redes sociales.

Echelon puede captar hasta dos millones de conversaciones al minuto. Su misión clandestina es el espionaje de Gobiernos, partidos políticos, organizaciones y empresas. Seis bases a través del mundo recopilan las informaciones e interceptan de forma indiscriminada enormes cantidades de comunicaciones que los superordenadores de la NSA posteriormente criban mediante la introducción de palabras clave en varios idiomas.
En el marco de Echelon, los servicios de inteligencia estadounidense y británico han establecido una larga colaboración secreta. Y ahora hemos sabido, gracias a nuevas revelaciones de Edward Snowden, que el espionaje británico también pincha clandestinamente cables de fibra óptica, lo que le permitió espiar las comunicaciones de las delegaciones que acudieron a la Cumbre del G-20 de Londres en abril de 2009. Sin distinguir entre amigos y enemigos (5).

Mediante el programa Tempora, los servicios británicos no dudan en almacenar colosales cantidades de información obtenida ilegalmente. Por ejemplo, en 2012, manejaron unos 600 millones de “conexiones telefónicas” al día y pincharon, en perfecta ilegalidad, más de 200 cables... Cada cable transporta 10 gigabytes (6) por segundo. En teoría, podrían procesar 21 petabytes (7) al día; lo que equivale a enviar toda la información que contiene la Biblioteca Británica 192 veces al día...

Los servicios de inteligencia constatan que ya hay más de 2.000 millones de usuarios de Internet en el mundo y que casi más de mil millones utilizan Facebook de forma habitual. Por eso se han fijado como objetivo, transgrediendo leyes y principios éticos, controlar todo lo que circula por Internet. Y lo están consiguiendo: “Estamos empezando a dominar Internet”, confesó un espía inglés, “y nuestra capacidad actual es bastante impresionante”.

Para mejorar aún más ese conocimiento de Internet, la Government Communications Headquarters (GCHQ, Agencia de inteligencia británica) lanzó recientemente dos nuevos programas: Mastering The Internet (MTI) sobre cómo dominar Internet, e Interception Modernisation Programme para una explotación orwelliana de las telecomunicaciones globales. Según Edward Snowden, Londres y Washington acumulan ya, diariamente, una cantidad astronómica de datos interceptados clandestinamente a través de las redes mundiales de fibra óptica. Ambos países destinan en total a unos 550 especialistas a analizar esa titánica información.

Con la ayuda de la NSA, la GCHQ se aprovecha de que gran parte de los cables de fibra óptica que conducen las telecomunicaciones planetarias pasan por el Reino Unido, y los ha interceptado con sofisticados programas informáticos. En síntesis, miles de millones de llamadas telefónicas, mensajes electrónicos y datos sobre visitas a Internet son acumulados sin que los ciudadanos lo sepan, bajo pretexto de reforzar la seguridad y combatir el terrorismo y el crimen organizado.

Washington y Londres han puesto en marcha un orwelliano plan ‘Gran Hermano’ con capacidad de saber todo lo que hacemos y decimos en nuestras comunicaciones. Y cuando el presidente Obama apela a la ‘legitimidad’ de tales prácticas de violación de la privacidad, está defendiendo lo injustificable. Además, hay que recordar que por haber realizado labores de información sobre peligrosos grupos terroristas con base en Florida –o sea, una misión que el presidente Obama considera hoy como ‘perfectamente legítima’– cinco cubanos fueron detenidos en 1998 y condenados por la Justicia estadounidense a largas e inmerecidas penas de prisión (8). Un escándalo judicial que es hora de reparar liberando a esos cinco héroes (9).

El presidente Barack Obama está abusando de su poder y restando libertad a todos los ciudadanos del mundo. “Yo no quiero vivir en una sociedad que permite este tipo de actuaciones”, protestó Edward Snowden cuando decidió hacer sus impactantes revelaciones. Las divulgó, y no es casualidad, justo cuando empezaba el juicio contra el soldado Bradley Manning, acusado de filtrar secretos a WikiLeaks, la organización internacional que publica informaciones secretas de fuentes anónimas. Y cuando el cibermilitante Julian Assange lleva un año refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres...

Snowden, Manning, Assange, son paladines de la libertad de expresión, luchadores en beneficio de la salud de la democracia y de los intereses de todos los ciudadanos del planeta. Hoy acosados y perseguidos por el ‘Gran Hermano’ estadounidense (10).

¿Por qué estos tres héroes de nuestro tiempo aceptaron semejante riesgo que les puede hasta costar la vida? Edward Snowden, obligado a pedir asilo político en Ecuador, contesta: “Cuando te das cuenta de que el mundo que ayudaste a crear va a ser peor para la próxima generación y para las siguientes, y que se extienden las capacidades de esa arquitectura de opresión, comprendes que es necesario aceptar cualquier riesgo. Sin que te importen las consecuencias”.

Notas:
(1) Véase Ignacio Ramonet, “Vigilancia total” y “Control social total”, en Le Monde diplomatique en español, respectivamente agosto de 2003 y mayo de 2009.
(2) Propuesta por el presidente George W. Bush y adoptada en el contexto emocional que sucedió a los atentados del 11 de septiembre de 2001, la ley “Patriot Act” autoriza controles que interfieren en la vida privada, suprimen el secreto de la correspondencia y la libertad de información. Ya no se exige una autorización para las escuchas telefónicas. Y los investigadores pueden acceder a las informaciones personales de los ciudadanos sin orden de registro.
(3) En 2012, esta empresa le facturó a la Administración estadounidense 1.300 millones de dólares por “asistencia en misiones de inteligencia”.
(4) Hemos sabido recientemente que Max Kelly, el responsable principal de seguridad de Facebook, encargado de proteger la información personal de los usuarios de esta red social contra ataques externos, dejó esta empresa en 2010 y fue reclutado... por la NSA.
(5) Espiar a diplomáticos extranjeros es legal en el Reino Unido: lo ampara una ley aprobada por los conservadores británicos en 1994 que pone el interés económico nacional por encima de la cortesía diplomática.
(6) El byte es la unidad de información en informática. Un gigabyte es una unidad de almacenamiento de información cuyo símbolo es GB, y equivale a 10 9 bytes, o sea mil millones de bytes, equivalente, en texto escrito, a una furgoneta llena de páginas con texto. (7) Un petabyte (PT) equivale a 1015 bytes.
(8) La misión de los cinco –Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y René González– consistía en infiltrar y observar las actuaciones de grupos de exiliados cubanos para prevenir actos de terrorismo contra Cuba. A propósito del juicio que condenó a varios de ellos a penas de cadena perpetua, Amnistía Internacional declaró en un comunicado que “durante el juicio no se presentó ninguna prueba que demostrase que los acusados realmente hubieran manejado o transmitido información clasificada”.
(9) Véase Fernando Morais, Los últimos soldados de la guerra fría, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2013.
(10) Edward Snowden corre el riesgo de ser condenado a 30 años de prisión después de haber sido acusado oficialmente por la Administración de Estados Unidos de “espionaje”, “robo” y “utilización ilegal de bienes gubernamentales”.


El secreto de Wirikuta

Hermann Bellinghausen
www.jornada.unam.mx/290713

El oro, como la guerra, es enfermedad e insensatez recurrente en las civilizaciones humanas. Igualmente inexplicables, oro y guerra siempre son instrumento y patrimonio de los dominadores, con frecuencia ladrones, asesinos y falsarios. En muchos aspectos la humanidad ha progresado, pero en estos dos no ha hecho sino empeorar, degenerarse e irradiar tal degeneración a las culturas y al planeta, hasta grados de riesgo que hoy desafían la imaginación.

Escribe el poeta francés René Char: Ha comenzado la agonía de una Tierra que era bella, ante la mirada de sus volatineras hermanas y en presencia de sus hijos insensatos. Es aquí donde Wirikuta importa. En su espejo podemos aprender cómo parar esa agonía, para no verla despeñarse en la destrucción irreversible (¿una más?) de un lugar no sólo sagrado y simbólico, sino también un prodigio único de la naturaleza; y todo por el maldito oro, que sale de las entrañas de la Tierra para irse a guardar, vergonzante y codicioso, en bóvedas bancarias de Londres o Zurich. Si al oro le gusta estar bajo tierra, ¿para qué sacarlo? Ah sí, para hacer dinero, ganar. Eso, y nada más. Una muy mínima cantidad se usa de adorno. Así de insensato.

Pocos kilómetros al norte del Trópico de Cáncer, en el altiplano potosino se localiza un muy particular enclave del vasto desierto chihuahuense conocido como Desierto de Coronado. No se deje usted engañar por el nombre: no tiene nada de desierto, es más bien una plana, frondosa y palpitante selva de baja estatura, donde se concentra la mayor biodiversidad de cactáceas del planeta, según el documento Wirikuta, defensa del territorio ancestral de un pueblo originario. Mesa técnica-ambiental (2013). Es mucho más que un desierto: es un jardín.

En pleno siglo XXI, cuando la naturaleza reside in vitro, arrinconada o en reservaciones, aún hay sitios donde la vida es capaz de recomenzar por sí sola continuamente. Pueblo afortunado (aunque lo postulen para la Cruzada contra el Hambre), el wixárika (o huichol) lo ha caminado y reverenciado durante al menos dos mil años, si bien su trazo civilizatorio data de hace nueve mil años en las sierras occidentales, y de cinco mil el consumo humano de jíkuri (conocido como peyote por lo que fue el neologismo azteca para ese fantástico fruto que las culturas seminómadas del norte pusieron al centro de su existencia espiritual y cultural, materializada en el maíz de todos los días: coras, tepehuanes, mexicaneros, rarámuri, y con lealtad ininterrumpida, los wixaritari radicados en los actuales Jalisco, Nayarit y Durango).

Sirva acaso para tentar el corazón nacionalista de quienes lo conserven todavía, el dato de que Wirikuta es casa del águila real, la del escudo mexicano, la que habría indicado el islote que sería Tenochtitlán. Los futuros aztecas venían de allá, del norte, tenían un idioma primo de los wixaritari.

Paradójicamente estos (wirras los apodan sus amigos, que los tienen en todo México y muchas partes más; igual que el desierto: un lugar con amigos, sí), al menos en tiempos históricos, nunca han habitado ni poseído el desierto, ni han reclamado propiedad. Es de nadie, y de todos, el derecho a caminarlo y sostener encuentros con el cacto de la lucidez y el entendimiento.

Quienes sí han poblado la región, también por siglos, son los herederos de pueblos guachichiles y chichimecas, hoy amestizados y con escasa identidad indígena, sólo campesina. Viven –en ranchitos y parajes cerca de los tanques de agua– la vida lacónica y seca del desierto donde la milpa sale pero cuesta y las cabras merodean antes de terminar como cabrito asado en Monterrey. Donde el agua es escasa y se atesora más que si fuera oro. Ellos han convivido con el jardín de Wirikuta en armonía. Y curiosamente no consumen el jíkuri que crece en sus propios terrenos, aunque conocen la inusual riqueza farmacológica de las gobernadoras, biznagas y raíces de esta tierra extravagante y misteriosa.

Se trata pues de un sitio natural conservado en interacción ancestral con los seres humanos, algo que no cuadra con los criterios conservacionistas que sustentan las políticas del Estado. Desmiente la necesidad de vaciar de humanos, con fines de conservación, lugares como Montes Azules en la selva Lacandona (donde yacen importantes ruinas prehispánicas y al menos una ciudad maya: Tzendales).

El peligro brutal que amenaza y ya muerde el jardín es la explotación minera. El gobierno ha entregado cerca de un centenar de concesiones en la Sierra de Catorce y en su Bajío a empresas en su mayoría extranjeras, dice el documento citado. Y aunque la extracción de oro y plata es aún incipiente, los proyectos en curso arruinarán el agua escasa, la flora extraordinaria, la fauna única, la irradiación mítica que determina la espiritualidad y la historia de un pueblo respetable, admirable y vivo.


Quizás no debamos tomar a la ligera la idea de que aquí, en Wirikuta, los dioses comenzaron el mundo.

El mundo de los desechables

Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de… años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII) No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ‘compre y tire que ya se viene el modelo nuevo’.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos..

¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.


Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.