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La muerte anunciada del papa Francisco

Aníbal Malvar
www.publico.es/110315

Los periódicos italianos andan muy garibaldinos estos días. Este papa Francisco no ceja en su recalcitrante empeño de vestirle transparencias a la Banca Vaticana. O sea, que el papa quiere que sepamos qué cuentan las cuentas del Banco de Dios. Y eso parece que incomoda un tanto a la más alta curia. Lo que propone Francisco es una auditoría, hacer públicas las tripas financieras del Banco Vaticano, no financiar a dictaduras asesinas, dejar de blanquear el dinero de la mafia, abandonar su estatus de paraíso fiscal y otras menudencias escasamente significativas, pero engorrosas para los profesionales de la salvación de almas.

El primer papa que intentó lavar el Banco Vaticano –Juan Pablo I– apareció fiambrito en su cama a los 33 días de ser elegido. Y el segundo, Ratzinger, dimitió. Y es que los designios del señor son incluso más inescrutables cuando hay dinero de por medio. Así que cuidadito, Francisco, con excitar con transparencias financieras a tu dominguero e iracundo jefe.

El asesinato de papas fue cosa de mucho arraigo popular en otros tiempos, pero la costumbre se había perdido últimamente, como tantas otras tradiciones bellas. En el año 606, hace nada, una turbamulta hambrienta ya se cargó al primero, un tal Sabiniano. Era tan odiado que su cortejo nupcial con la Parca tuvo que desplazarse del Vaticano al cementerio a escondidas.

Hubo también pontífices asesinados por ser gais, como Juan VIII. Andaban las calendas por el año 900 o así. El tema de la identidad sexual de buena parte de los miembros de la iglesia, según tengo entendido, todavía está en debate. Y no por el asunto del sexo de los ángeles, que era cosa de científicos hablando en clave de temas prohibidos de investigar. Ay, Bizancio.

Pero a mí el asesinato de papa que más me distrae es el de Alejandro VI, el padre de César y de Lucrecia Borgia. Algunos historiadores dicen que murió por error al intentar envenenar la comida de otro. Se comió el plato equivocado, y así nos desamparó, en 1503, de la tutela moral de uno de los más altos doctores del Necronomicón de nuestra casta iglesia católica.

Ahora este papa Francisco se muestra decidido, también, a morir asesinado. Lo cual ya va pareciendo costumbre pontifical insana. Eso de airear las cuentas de la Banca Vaticana, según dicen los periódicos locales de allí, no está sentando bien entre la alta curia. Que, según relata L´Estampa, acusan a Bergoglio de “sovietización” de la Basílica de San Pedro y alrededores. No me extraña que Pablo Iglesias haya declarado que no le importaría tener una entrevista con este papa. Si es que yo creo, también, que a este Vaticano lo financia Venezuela.

Lo único que me preocupa hondamente de este asunto, a parte de la certeza de que van a asesinar a un papa, es que la iglesia vaya por delante, en ideas e iniciativas, del sistema financiero. La iglesia siempre ha sido muy lenta. Que se lo pregunten a Galilei, condenado a cadena perpetua en 1633 por hacerse unas risas con el geoocentrismo de Ptolomeo. Cierto es que a finales del siglo XX el papa Juan Pablo II reconoció “ciertos errores” en este delicado asunto. Considero oportuno recordarlo, porque el sistema financiero no ha reconocido ninguno. Y ya digo que nuestros amados mercados, a la hora de reconocer, me parecen más lentos que la iglesia con Galilei. Que ya es decir.

Que la iglesia sea más veloz que el sistema financiero en este tema de la transparencia de la banca se atisba preocupante. Sobre todo para la iglesia. Y para este pobre papa. En el paraíso fiscal del Vaticano están en juego 7.000 millones de euros legales y todo el dinero negro que sigue levitando en santidad por sus cámaras ocultas y por sus sociedades off-shoreCoppola debería ir buscando financiación para rodar El Padrino IV. Va a tener la posibilidad de plantar, al inicio de los créditos, esa frase tan odiada entre la cinefilia: basada en hechos reales. Y, esta vez, con razón. Pobre papa.


El cuarto lago más grande del mundo se esfumó y se convirtió en un desierto tóxico

www.ecoportal.net/050315

Bastaron solo 40 años de acción humana para acabar con una de las maravillas del mundo, el cuarto lago más grande del mundo ha llegado a su fin.

De los 60.000 kilómetros cuadrados de agua, con una profundidad de hasta 40 metros, ahora solo quedan recuerdos, porque en la actualidad sólo el 10% del agua está presente en lo que antes fue un enorme lago.

El 90% restante se ha evaporado y desaparecido.

En la década de 1960, la Unión Soviética llevó a cabo un importante proyecto de desviación de agua en las llanuras áridas de Kazakstán, Uzbekistán y Turkmenistán.

De dos grandes ríos de la región, alimentados principalmente por el deshielo y las precipitaciones en las alejadas montañas, fueron utilizados para transformar el desierto y dejarlo útil para granjas de algodón y otros cultivos.
El lago que hicieron, conocido como el Mar de Aral, fue en algún momento el cuarto más grande del mundo.

Los dos ríos más grandes de Asia solían alimentar al mar de Aral: uno -el Sir Daria- desde el norte, el otro –el Amu Daria- desde el sur.

Lo sorprendente es que en tan solo 40 años, uno de los lagos más grandes del mundo, se secara casi por completo.

El Mar de Aral desaparece, el cuarto lago más grande del mundo ha llegado a su fin. Los ríos que alimentaban al Mar de Aral, también eran una fuente de irrigación para la industria de algodón de la Unión Soviética.

El gobierno soviético quería transformar a Asia Central en el mayor productor de algodón del mundo, y por un periodo, en los años 80 Uzbekistán cultivó más algodón que cualquier otro país del mundo.

A medida que el lago se secó, la pesca y las comunidades que dependían de él, se derrumbaron. El agua cada vez más salada se contaminó con la gran cantidad de fertilizantes y pesticidas que fueron arrojadas. El polvo que sopa desde el lecho del lago, contaminado con productos químicos agrícolas, se convirtió en un verdadero peligro para la salud pública. El polvo salado voló desde el lago hasta acomodarse en los campos con lo que degradó el suelo.
La última imagen divulgada por la NASA del lago en 2014, muestra claramente la disminución del agua.
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A medida que el lago se iba encogiendo, los enormes volúmenes de pesticidas e insecticidas acumulados se fue concentrando y los peces murieron por el alto grado de contaminación.

El desarrollo de la industria del algodón terminó por destruir el lago y obviamente, también a la industria pesquera.


El clima cambió

Como consecuencia, la pérdida de la influencia de una gran masa de agua hizo que los inviernos fueran más fríos y los veranos más cálidos y secos.

El pasto se secó y los pequeños lagos de agua fresca que existían cerca de las costas desaparecieron completamente.

Los antílopes que se solían ver en el sector se redujeron drásticamente, al igual que muchas otras especies.

En un último esfuerzo para salvar lago del lago, Kazajstán construyó una presa entre el norte y el sur del Mar de Aral. Finalizada en 2005, la presa era básicamente una sentencia de muerte para el Mar de Aral del sur. Toda el agua que fluye en la cuenca del desierto desde el Syr Darya ahora se queda en el Mar de Aral Norte.

Hoy día lo que queda es un paisaje desértico gobernado por abandonados barcos que están inmóviles en la superficie de lo que alguna vez fue un mar.


50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas


Introducción

En los últimos 50 años, Estados Unidos y las potencias europeas han desatado incontables guerras imperiales en todo el mundo. La ofensiva hacia la supremacía mundial ha estado envuelta en la retórica del "liderazgo mundial", y las consecuencias han sido devastadoras para los pueblos contra los que se han dirigido esas guerras. Las más grandes, largas y numerosas las ha llevado a cabo Estados Unidos. Presidentes de ambos partidos han estado al frente de esta cruzada por el poder mundial. La ideología que anima el imperialismo ha ido cambiando del "anticomunismo" del pasado al "antiterrorismo" actual.

Como parte de su proyecto de dominación mundial, Washington ha utilizado y combinado muchas formas de guerra, incluyendo invasiones militares y ocupaciones; ejércitos mercenarios y golpes militares; además de financiar partidos políticos, ONGs y multitudes en las calles para derrocar gobiernos debidamente constituidos. Los motores de esta cruzada por el poder mundial varían según la localización geográfica y la composición económica de los países destinatarios.

Lo que queda claro cuando se analiza la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo es el relativo declive de los intereses económicos y la aparición de consideraciones de tipo político y militar. Esto se debe en parte a la desaparición de los regímenes colectivistas (la URSS y Europa Oriental) y a la conversión al capitalismo de China y los regímenes de izquierdas en Asia, África y Latinoamérica.

El declive de las fuerzas económicas como motor del imperialismo es el resultado de la llegada del neoliberalismo global. La mayoría de las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea no están amenazadas por nacionalizaciones o expropiaciones que podrían desencadenar una intervención política imperial. De hecho, incluso los regímenes posneoliberales invitan a las multinacionales a invertir, comerciar y explotar recursos naturales. Los intereses económicos entran en juego en la formulación de políticas imperiales solo si (y cuando) surgen regímenes nacionalistas que desafían a las multinacionales estadounidenses, como en el caso de Venezuela bajo el presidente Chávez.

La clave de la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo se halla en las configuraciones del poder político, militar e ideológico que se han hecho con el control de las palancas del estado imperial. La historia reciente de las guerras imperiales estadounidenses ha demostrado que las prioridades militares estratégicas –bases militares, presupuestos y burocracia– han estado muy por encima de cualquier interés económico localizado de las multinacionales.

Por otra parte, la mayoría de los gastos y las largas y costosas intervenciones militares del estado imperial estadounidense en Oriente Medio han sido a instancias de Israel. El acaparamiento de posiciones políticas estratégicas en el Ejecutivo y en el Congreso por parte de la configuración del poder sionista estadounidense ha reforzado la centralidad de los intereses militares en detrimento de los económicos.

La "privatización" de las guerras imperiales –el gran aumento y uso de mercenarios contratados por el Pentágono– ha supuesto el saqueo de decenas de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense. La industria militar privada, que provee de combatientes mercenarios, se ha convertido en una fuerza muy "influyente" que está moldeando la naturaleza y las consecuencias del proceso de construcción del imperio estadounidense.

Los estrategas militares, los defensores de los intereses coloniales israelíes en Oriente Medio y las corporaciones militares y de inteligencia son actores fundamentales del estado imperial, y es su influencia en la toma de decisiones la que explica porqué el resultado de las guerras imperiales estadounidenses no ha sido un imperio económico próspero y políticamente estable. En vez de eso, sus políticas han tenido como resultado economías devastadas e inestables que se rebelan continuamente.

Vamos a empezar identificando las cambiantes áreas y regiones implicadas en la construcción del imperio estadounidense desde mediados de los setenta hasta la actualidad. Luego examinaremos los métodos, las fuerzas impulsoras y los resultados de la expansión imperial. A continuación pasaremos a describir el actual mapa geopolítico de la construcción imperial y el carácter variado de la resistencia antiimperialista. Concluiremos examinando el porqué y el cómo de la construcción del imperio y, más concretamente, las consecuencias y los resultados de medio siglo de expansión imperial estadounidense.

Imperialismo en el periodo post Vietnam: guerras por poderes en América Central, Afganistán y el sur de África

La derrota del imperialismo estadounidense en Indochina marca el final de una fase de construcción del imperio y el comienzo de otra: el paso de invasiones territoriales a guerras por poderes. A partir de las presidencias de Gerald Ford y James Carter, el estado imperialista estadounidense empezó a recurrir cada vez más a apoderados. Reclutó, financió y armó ejércitos por poderes para destruir una gran variedad de regímenes y movimientos nacionalistas y social-revolucionarios en tres continentes.

Con el apoyo logístico del ejército y las agencias de inteligencia paquistaníes, y con el respaldo económico de Arabia Saudita, Washington financió y armó fuerzas extremistas islámicas en todo el mundo para invadir y destrozar el régimen afgano, laico, progresista y apoyado por la Unión Soviética.

La segunda intervención por poderes tuvo lugar en el sur de África, donde el estado imperial estadounidense, aliado con Sudáfrica, financió y armó ejércitos por poderes contra los regímenes antiimperialistas de Angola y Mozambique.

La tercera ocurrió en América Central, donde Estados Unidos financió, armó y entrenó escuadrones de la muerte en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras para acabar con los movimientos populares y las insurgencias armadas, causando más de 300.000 civiles muertos.

La "estrategia de guerra por poderes" del estado imperial de Estados Unidos se extendió a América del Sur: la CIA y el Pentágono apoyaron golpes de Estado en Uruguay (general Álvarez), Chile (general Pinochet), Argentina (general Videla), Bolivia (general Banzer) y Perú (general Morales). La construcción del imperio por poderes se hizo en gran medida a instancias de las multinacionales estadounidenses, que durante ese periodo tuvieron un papel destacado a la hora de establecer las prioridades del estado imperial.

Las guerras por poderes estuvieron acompañadas por invasiones militares directas: la diminuta isla de Granada (1983) y Panamá (1989) bajo los presidentes Reagan y Bush padre. Blancos fáciles, con pocas víctimas y pocos gastos militares: ensayos generales para relanzar importantes operaciones militares en un futuro cercano.

Lo que sorprende de las "guerras por poderes" son sus resultados contrapuestos. En América Central, Afganistán y África esas guerras no desembocaron en prósperas neo-colonias ni resultaron lucrativas para las corporaciones estadounidenses. En cambio, los golpes de Estado por poderes en América del Sur se tradujeron en extensas privatizaciones y abultados beneficios para las multinacionales estadounidenses.

La guerra por poderes en Afganistán trajo consigo el ascenso y la consolidación del "régimen islámico" talibán, que se oponía tanto a la influencia soviética como a la expansión imperial estadounidense. Con el tiempo el ascenso y la consolidación del nacionalismo islámico desafiaría a los aliados de Estados Unidos en el sur de Asia y en la región del Golfo, y conduciría a la invasión militar estadounidense de 2001 y a una larga guerra (15 años) que aún no ha terminado, y que probablemente supondrá la derrota y retirada militar de Estados Unidos.

Los principales beneficiarios desde el punto de vista económico fueron los clientes políticos afganos de Washington, los "contratistas" mercenarios estadounidenses, los funcionarios militares responsables de adquisiciones y los administradores coloniales que saquearon cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense a través de transacciones ilegales o fraudulentas.

Las multinacionales no-militares no se beneficiaron en absoluto del saqueo del Tesoro de Estados Unidos. De hecho, la guerra y el movimiento de resistencia dificultaron la entrada de capital privado estadounidense a largo plazo en Afganistán y las regiones fronterizas limítrofes de Pakistán.

La guerra por poderes en el sur de África arrasó las economías locales, especialmente las economías agrícolas nacionales, desarraigó a millones de trabajadores y campesinos e impidió la entrada de las empresas petrolíferas estadounidenses durante más de dos décadas. El resultado "positivo" fue la des-radicalización de la elite nacionalista revolucionaria.

Sin embargo, la conversión política de los "revolucionarios" del sur de África al neoliberalismo no benefició demasiado a las multinacionales estadounidenses, pues los nuevos gobernantes se volvieron oligarcas cleptócratas y pusieron en marcha regímenes patrimoniales asociándose con diversas multinacionales, sobre todo asiáticas y europeas.

Las guerras por poderes en América Central también tuvieron resultados contrapuestos. En Nicaragua la revolución sandinista derrotó al régimen de Somoza apoyado conjuntamente por Estados Unidos e Israel, pero inmediatamente después tuvo que enfrentarse a un ejército mercenario contrarrevolucionario financiado, armado y entrenado por Estados Unidos ("la contra") con base en Honduras. La guerra estadounidense destrozó muchos proyectos económicos progresistas, socavó la economía y eventualmente derivó en la victoria electoral de Violeta Chamorro, que contó con el patrocinio y el respaldo de Estados Unidos. Dos décadas más tarde los apoderados de Estados Unidos fueron derrotados por una coalición política liderada por sandinistas des-radicalizados.

En El Salvador, Guatemala y Honduras, las guerras por poderes estadounidenses terminaron consolidando regímenes clientelistas que se encargaron de destruir la economía productiva y provocaron la huida de millones de refugiados de guerra hacia Estados Unidos. El dominio imperial estadounidense erosionó las bases del mercado laboral productivo y engendró bandas asesinas de narcotraficantes.

En resumen, en la mayoría de los casos las guerras por poderes de Estados Unidos lograron evitar el ascenso de regímenes nacionalistas de izquierdas, pero también condujeron a la destrucción de las bases económicas y políticas de un imperio neocolonial próspero y estable.

El imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable, contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales
Para entender las operaciones, la estructura y la actuación del imperialismo estadounidense en América Latina es necesario reconocer la constelación de fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado imperial.

A diferencia de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la facción militarista-sionista ha establecido su hegemonía, en América Latina las multinacionales han jugado un papel fundamental dirigiendo la política del estado imperial. En América Latina, los militaristas desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado por (1) el poder de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la derecha a la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el auge de las materias primas.

Al contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista ha tenido poca influencia en la política del estado imperial en esta región, ya que los intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y, con la posible excepción de Argentina, América Latina no es una prioridad.

Durante más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos estadounidenses dominaron y dictaron la política imperial de Estados Unidos hacia América Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la CIA fueron instrumentos del imperialismo económico mediante la intervención directa (invasiones), "golpes militares" por poderes, o la combinación de ambos.

El poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su punto más alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por poderes, invasiones militares directas (República Dominicana, Panamá, Granada) y elecciones controladas civil y militarmente se crearon estados vasallos y se impusieron nuevos gobernantes clientelistas.

Los resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la imposición de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por las multinacionales, y sus apéndices financieros internacionales (FMI, BM, BID) se encargaron de privatizar sectores económicos estratégicos muy lucrativos, se hicieron con el control del comercio y proyectaron un plan de integración regional que afianzó el dominio imperial de Estados Unidos.
La expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el resultado de las estructuras y las dinámicas internas de las multinacionales, sino que dependió de (1) la receptividad del país "anfitrión" o, más exactamente, de la correlación interna de las fuerzas de clase en América Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2) desempeño de la economía: su crecimiento o su susceptibilidad a las crisis.

América Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los regímenes clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un impacto negativo enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el poder del estado imperial y revirtiendo el avance económico de las multinacionales.

El avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el periodo que va desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción de políticas neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el incremento de deudas ilícitas y la transferencia de miles de millones de dólares al exterior.

Sin embargo, la concentración de riqueza y propiedad desencadenó una profunda crisis socioeconómica en toda la región, la cual eventualmente condujo al derrocamiento o destitución de los colaboradores imperiales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua.

En Brasil y en los países andinos surgieron poderosos movimientos sociales antiimperialistas, sobre todo en el campo. En las ciudades, los movimientos de trabajadores desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder gobiernos de centro-izquierda que "re-negociaron" las relaciones con el estado imperial estadounidense.

La influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina se fue debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de recursos militares del estado imperial para intervenir e imponer de nuevo presidentes clientelistas neoliberales, pues sus prioridades militares estaban en otra parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.
A diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América Latina no contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno respaldo de las fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos regímenes cívico-militares clientelistas de Estados Unidos en América Latina.

El plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en torno a Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de centro-izquierda. El estado imperial recurrió entonces a los acuerdos de libre comercio con México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. Como resultado de la crisis económica y del colapso de la mayoría de las economías latinoamericanas, el "neoliberalismo", la ideología de la penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus partidarios fueron marginados.

Los cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las relaciones comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América Latina. El crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la demanda y el aumento de los precios de las materias primas condujo a un considerable debilitamiento del dominio estadounidense en los mercados latinoamericanos.

Los países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y encontraron nuevos mercados exteriores, especialmente China. El incremento de los ingresos de las exportaciones se tradujo en una mayor capacidad de autofinanciación. Y tanto el FMI, como el BM y el BID, los instrumentos económicos que sirvieron para impulsar las imposiciones económicas de Estados Unidos ("condicionalidad"), fueron orillados.

El estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes latinoamericanos que adoptaron opciones económicas, mercados y medidas de financiamiento muy diversas. Con considerable apoyo popular en sus países y los mandos civil y militar unificados, América Latina fue saliendo tímidamente de la esfera estadounidense de dominación imperialista.

El estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los "éxitos" cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de su influencia utilizando el método de "ensayo y error" para enfrentar los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron apoyando a los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda credibilidad en América Latina.

El estado imperial no supo adaptarse a los cambios, lo que hizo que aumentara la oposición popular y de los gobiernos de centro-izquierda a los "mercados libres" y la desregulación bancaria. A diferencia de las reformas sociales promovidas por el presidente Kennedy vía la "Alianza para el Progreso" para contrarrestar el impacto generado por la revolución cubana, esta vez no se diseñaron programas de ayuda económica a gran escala para imponerse a la centro-izquierda, quizás debido a las restricciones presupuestarias derivadas de las costosas guerras en otros lugares.

La desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo unidas a las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a propuestas rivales de cómo recuperar el dominio. La "facción militarista" recurrió a (y revivió) la fórmula del golpe militar para llevar a cabo la restauración: se organizaron golpes de Estado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay; salvo los dos últimos, todos fracasaron. La derrota de los representantes de Estados Unidos consolidó los regímenes independientes y antiimperialistas de centro-izquierda. Incluso el "éxito" del golpe estadounidense en Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota diplomática: los gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el papel de Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.

La derrota de la estrategia militarista reforzó la facción político-diplomática del estado imperial. Con propuestas positivas hacia los en apariencia "regímenes de centro-izquierda", esta facción ganó influencia diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la expansión de las multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con los dos últimos países la facción económica del estado imperial consolidó acuerdos bilaterales de libre comercio.

Una tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras dos, combinó cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia muy agresiva de desestabilización política dirigida al "cambio de régimen" (golpe de Estado) en Venezuela.

La heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus orientaciones enfrentadas refleja la complejidad de los intereses implicados en la construcción del imperio en América Latina y tiene como consecuencia políticas aparentemente contradictorias, un fenómeno que resulta menos evidente en Oriente Medio, donde la configuración del poder militarista-sionista domina la formulación de políticas imperiales.

Por ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones contrainsurgentes en Colombia (una prioridad de la facción militarista) se acompaña de acuerdos bilaterales de libre comercio y negociaciones de paz entre el gobierno de Santos y la insurgencia armada de las FARC (una prioridad de la facción de las multinacionales).

Recuperar el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las posibilidades electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el neoliberal Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado mediático imperial, Clarín, enfrentando la legislación que desconcentra el monopolio mediático; (3) explotar la muerte del fiscal Alberto Nisman, colaborador de la CIA y el Mossad, para desacreditar al gobierno de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a los fondos de inversión especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el pago de intereses desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales cuestionables, bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.

Tanto la facción militarista como la de las multinacionales del estado imperial coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con múltiples flancos, la cual busca restaurar el poder de un régimen neoliberal controlado por Estados Unidos.

Las contingencias que evitaron la recuperación del poder imperial durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del precio de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de derechas apoyados por el estado imperial. El menor crecimiento de China ha afectado a las estrategias de diversificación del mercado latinoamericano. El equilibrio interno de las fuerzas de clase se ha desplazado hacia la derecha, hacia los clientes políticos de Estados Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay. 

Reflexiones teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina

La construcción del imperio estadounidense en América Latina es un proceso cíclico que refleja los cambios estructurales registrados en el poder político y la reestructuración de la economía mundial: fuerzas y factores que "ignoran" el estado imperial y la tendencia del capital a acumularse. La acumulación y expansión del capital no dependen simplemente de las fuerzas impersonales "del mercado", pues las relaciones sociales bajo las cuales funciona el "mercado" operan dentro de los límites de la lucha de clases.

La pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las largas guerras territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América Latina. Lo que mueve la política del estado imperial estadounidense es la búsqueda de recursos (agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por cuenta propia con bajos ingresos) y mercados (tamaño y poder adquisitivo de 600 millones de consumidores). Detrás de la expansión imperial se hallan los intereses económicos de las multinacionales.

Aun cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur están situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos económicos, no los militares.

Sin embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora estos motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar teniendo en cuenta otras prioridades: el control de las zonas productoras de petróleo, la destrucción de las naciones o los movimientos islámicos, o simplemente acabar con los adversarios antiimperialistas. La facción militarista-sionista consideró que los "beneficios" para Israel, su supremacía militar en Oriente Medio, eran más importantes que asegurar la supremacía económica de Estados Unidos en América Latina. Este hecho se observa claramente si analizamos las prioridades imperiales en función de los recursos estatales utilizados para fines políticos.

Incluso si tenemos en cuenta el objetivo de la "seguridad nacional" y lo interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de los territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense a países islámicos impulsado por la ideología islamofóbica concomitante, los asesinatos masivos y el desarraigo de millones de musulmanes resultantes, han producido el efecto contrario: terrorismo recíproco. Las "guerras totales" de Estados Unidos contra civiles han provocado ataques islamistas contra ciudadanos occidentales.

Los países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico son menos beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la mira de los militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio demostraría el carácter absolutamente "irracional" de la estrategia militarista.

Sin embargo, si tenemos en cuenta la composición y los intereses concretos que mueven individualmente a los responsables de las políticas del estado imperial, vemos que existe algo así como una perversa "racionalidad". Los militaristas defienden la "racionalidad" de costosas e interminables guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse de "las puertas al petróleo" mientras que los sionistas esgrimen el mayor poder regional alcanzado por Israel.

Si bien durante más de un siglo, América Latina fue un objetivo prioritario de la conquista económica imperial, en el siglo XXI ha perdido su primacía a favor de Oriente Medio.

La desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo

El mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos no se lo dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más bien, el imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista con la ayuda de líderes políticos clientelistas, organizaciones y estados vasallos en la URSS, Europa del este, los estados bálticos, los Balcanes y el Cáucaso.
La estrategia de penetración política y financiación a gran escala y a largo plazo que llevaron a cabo Estados Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa al derrumbe de los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de estados vasallos. Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y serían incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexó Alemania Oriental y dominó los mercados de Polonia, la República Checa y otros estados de Europa Central.

Los banqueros de Estados Unidos y Londres colaboraron con los mafiosos oligarcas ruso-israelíes en actividades conjuntas para llevar a cabo el expolio de recursos, industrias, bienes inmuebles y fondos de pensiones. La Unión Europea explotó a decenas de millones de científicos, ingenieros y trabajadores altamente cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de ellos como mano de obra barata en sus propios países.

El "imperialismo por invitación" avalado por el régimen vasallo de Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas militares del Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión extranjera en las guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán, Iraq y Siria. Sus instalaciones militares fueron convertidas en bases militares y emplazamientos de misiles para cercar a Rusia.

La conquista imperial estadounidense del Este creó un "mundo unipolar", en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de Washington creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían intervenir impunemente.

El alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se ampliaron con la incorporación de China al capitalismo y la invitación de su gobierno a las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea a entrar y explotar la mano de obra barata del país. La expansión global del imperio estadounidense reforzó la sensación de poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer dicho poder contra cualquier adversario o competidor.

Entre 1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la frontera de Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su posición en China e Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados Unidos en América Latina desmantelaron sus economías nacionales, privatizando y desnacionalizando más de cinco mil empresas públicas de sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se vieron afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y finanzas.

A lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose mediante la estrategia de la penetración política y la fuerza militar. El presidente George H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq. Clinton bombardeó Yugoslavia, y Alemania y la Unión Europea se unieron a Estados Unidos para dividir Yugoslavia en "mini-estados".

El crucial año 2000: la cima y el declive del imperio

El rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones para el declive del imperio de Estados Unidos.

El saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo liderazgo bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el estado y la economía y poner fin al vasallaje.

El liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología de Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado. Los centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una regulación excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del imperio se estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que competir con el sector financiero por las partidas presupuestarias y los subsidios federales.

El crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las zonas de conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del resentimiento y la hostilidad ante la destrucción provocada por los bombardeos y las invasiones. Los gobernantes clientelistas, estrechos colaboradores del imperio, vieron debilitado su poder. El imperio mundial superó la capacidad de Estados Unidos para controlar satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos avanzados coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las tensiones internas exigía el recorte y el repliegue.

Todas las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La sensación de invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del imperio a sobrestimar su capacidad de expandirse, de mantener el control y de contener la inevitable resistencia antiimperialista.

Las crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América Latina se aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron desde Venezuela (1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y Bolivia (2003-2005). Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil, Uruguay y Honduras. Los movimientos de masas conformados por comunidades indígenas y mineras tomaron un nuevo impulso en las zonas rurales. Los planes imperiales que se habían elaborado para garantizar la integración centrada en Estados Unidos fueron rechazados.

En su lugar proliferaron múltiples acuerdos regionales que excluían a Estados Unidos: ALBA, UNASUR, CELAC. La rebelión interna de América Latina coincidió con el ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias primas debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.

Washington perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, su intervención en Venezuela (2001) y el embargo en contra de Cuba fueron repudiados por todos los gobiernos, incluso por los aliados conservadores.

Washington se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender un imperio global que establecerlo. Los estrategas imperiales en Washington vieron las guerras de Oriente Medio a través del prisma de las prioridades militares israelíes, ignorando los intereses económicos globales de las multinacionales.

Los estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar de vasallos y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para gobernar en países con movimientos armados de resistencia nacional. Aumentaron las guerras, las invasiones y las ocupaciones militares. A Iraq y Afganistán se sumaron Yemen, Somalia, Libia, Siria y Paquistán. Los gastos del estado imperial estadounidense excedieron con mucho cualquier transferencia de riqueza desde los países ocupados.

Cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron saqueados por una enorme burocracia mercenaria civil y militar.
El papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura institucional y las bases económicas necesarias para que las multinacionales pudieran instalarse y ganar dinero.

Aferrado a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo militar-político del estado imperial diseñó una ideología global para justificar y fundamentar una política de guerra permanente y múltiple. La doctrina de la "guerra al terror" justificó la guerra en todas partes y en ninguna. La doctrina era "elástica", se podía adaptar a cada zona de conflicto e invitaba a nuevos compromisos militares: Afganistán, Libia, Irán y el Líbano fueron designados como zonas de guerra.

La "doctrina del terror", de alcance global, ofreció una justificación para múltiples guerras y para la destrucción (no explotación) masiva de sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la "guerra contra el terrorismo" justificó la tortura (Abu Ghraib), los campos de concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a Afganistán e Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de efectivos de las fuerzas especiales estuvieron en activo en montones de países, sembrando el caos y la muerte.

Además, el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de pueblos islámicos enteros propagaron la violencia en los centros imperiales de París, Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización del terror del estado imperial se tradujo en terror individual.

El terror imperial dio lugar al terror al interior de los estados: el primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras, conducido y justificado por representantes políticos electos y autoridades militares. El segundo mediante un grupo transversal de "internacionalistas" que inmediatamente se identificaron con las víctimas del terror del estado imperial.

El imperialismo contemporáneo: perspectivas presentes y futuras

Para entender el futuro del imperialismo estadounidense es importante resumir y evaluar la experiencia y las políticas del último cuarto de siglo.
Entre 1990 y 2015 observamos un declive económico, político e incluso militar en la construcción del imperio estadounidense en la mayoría de regiones del mundo, aunque el proceso no es lineal y probablemente tampoco irreversible.

A pesar de que en Washington se ha hablado mucho de la necesidad de reconfigurar las prioridades imperiales para tener en cuenta los intereses económicos de las multinacionales, se ha conseguido muy poco... La estrategia de Obama de "bascular hacia Asia" se ha concretado en nuevos acuerdos militares con Japón, Australia y Filipinas alrededor de China, y refleja la incapacidad de diseñar acuerdos de libre comercio que excluyan a este país.

Entre tanto, Estados Unidos ha reanudado la guerra y ha vuelto a entrar en Iraq y Afganistán, además de haber iniciado nuevas guerras en Siria y Ucrania. Está claro que la primacía de la facción militarista sigue siendo el factor determinante en el diseño de las políticas del estado imperial.

El motor militar imperial es aún más evidente en la intervención estadounidense en apoyo del golpe de Estado en Ucrania y la decisión subsiguiente de financiar y armar a la junta de Kiev. La ofensiva imperial en Ucrania y los planes para incorporarla a la Unión Europea y la OTAN constituyen una flagrante agresión militar: la extensión de las bases, las instalaciones y las maniobras militares estadounidenses hasta la frontera de Rusia, junto con la imposición de sanciones económicas, han perjudicado duramente el comercio y las inversiones estadounidenses en Rusia. La construcción del imperio estadounidense sigue dando prioridad a la expansión militar incluso a costa de los intereses económicos imperiales occidentales en Europa.

El bombardeo de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea arruinó el floreciente comercio y los acuerdos de inversión entre las multinacionales imperiales del petróleo y el gas y el gobierno de Gadafi... Los ataques aéreos de la OTAN destrozaron la economía, la sociedad y el orden político, convirtiendo Libia en un territorio invadido por clanes enfrentados, bandas, terroristas y la violencia armada.

Durante el último medio siglo, el liderazgo político y las estrategias del estado imperial han cambiado drásticamente. En el periodo que va de 1975 hasta 1990 las multinacionales tuvieron un papel central marcando la dirección de la política del estado imperial: aprovechando los mercados asiáticos, negociando la apertura del mercado con China, promoviendo y apoyando gobiernos neoliberales militares y civiles en América Latina, e instalando y financiando gobiernos pro-capitalistas en Rusia, Europa del Este, los Balcanes y los estados bálticos.

Incluso en los casos donde el estado imperial recurrió a la intervención militar, Yugoslavia e Iraq, los bombardeos crearon oportunidades económicas favorables para las multinacionales estadounidenses. El gobierno de Bush padre favoreció los intereses petroleros de Estados Unidos mediante el programa "petróleo por comida" acordado con Sadam Husein en Iraq.

Por su parte, Clinton promovió gobiernos de libre comercio en los mini-estados resultantes de la división de la Yugoslavia socialista.

No obstante, el liderazgo y las políticas del estado imperial cambiaron radicalmente desde finales de los noventa en adelante. El estado imperial del presidente Clinton estaba formado por antiguos representantes de las multinacionales, banqueros de Wall Street y conocidos militaristas y sionistas recién ascendidos.

El resultado fue una política híbrida con la que el estado imperial promovió de manera activa las oportunidades de las multinacionales bajo los regímenes neoliberales de los países ex comunistas de Europa y de América Latina, y amplió los lazos de éstas con China y Vietnam, mientras llevaba a cabo devastadoras intervenciones militares en Somalia, Yugoslavia e Iraq.

El "equilibrio de fuerzas" dentro del estado imperialista cambió drásticamente, inclinándose a favor de la facción militarista-sionista, a partir del 11 de septiembre de 2001: el ataque terrorista de origen dudoso y las demoliciones de bandera falsa en Nueva York y Washington sirvieron para afianzar a los militaristas que estaban al mando del enorme aparato del estado imperial. Como consecuencia del 11 de septiembre la facción militarista-sionista del estado imperial subordinó los intereses de las multinacionales a su estrategia de guerras totales.

Esto, a su vez, llevó a la invasión, ocupación y destrucción de la infraestructura civil de Iraq y Afganistán (en lugar de aprovecharla para la expansión de las multinacionales). El régimen colonial de Estados Unidos desmanteló el estado iraquí (en lugar de reorganizarlo en función de las necesidades de las multinacionales). El asesinato y la migración forzosa de millones de profesionales cualificados, administradores y miembros del ejército y de la policía paralizaron cualquier recuperación económica (en lugar de emplearlos al servicio del estado colonial y las multinacionales)

La enorme influencia militarista-sionista en el estado imperial introdujo importantes cambios en la política, la orientación, las prioridades y el modus operandi del imperialismo estadounidense. La ideología de la "guerra global al terror" sustituyó a la doctrina de las multinacionales a favor de la "globalización económica".

Las guerras perpetuas (los "terroristas" no estaban circunscritos a determinados lugares ni momentos) reemplazaron a las guerras limitadas y a las intervenciones para abrir mercados o instalar regímenes favorables a las políticas neoliberales que beneficiaran a las multinacionales estadounidenses.

Las guerras en Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África –contra países islámicos que se oponían a la expansión colonial de Israel en Palestina, Siria, el Líbano y el resto– pasaron a ocupar el centro de la actividad del estado imperial, desplazando a la estrategia para explotar las oportunidades económicas en Asia, América Latina y los países ex comunistas de Europa del Este.

La nueva concepción militarista de la construcción del imperio supuso gastos billonarios y no tuvo en cuenta ni se preocupó por las ganancias del capital privado. En cambio, bajo la hegemonía de las multinacionales, el estado imperial intervino para garantizar concesiones de petróleo, gas y minerales en América Latina y Oriente Medio, y las ganancias de las multinacionales compensaron de sobra los gastos de la conquista militar. La configuración militarista del estado imperial permitió el saqueo del Tesoro estadounidense para financiar sus ocupaciones, gastando enormes sumas en un ejército de colaboradores coloniales corruptos, en los "contratistas militares" privados, y en funcionarios militares estadounidenses responsables de adquisiciones (sic).

Anteriormente la expansión de las multinacionales en el exterior había generado beneficios para el Tesoro de Estados Unidos por el pago de impuestos directos y mediante los ingresos procedentes del comercio y la transformación de materias primas.

En la última década y media, los mayores y más estables beneficios de las multinacionales se han producido en zonas y países donde la participación del estado imperial militarizado ha sido mínima: China, América Latina y Europa. Donde menos beneficios han obtenido y más han perdido las multinacionales ha sido en las regiones donde la implicación del estado imperial ha sido mayor.

Las "zonas de guerra" que se extienden desde Libia hasta Somalia, el Líbano, Siria, Iraq, Ucrania, Irán, Afganistán y Paquistán son las regiones donde las multinacionales imperiales han sufrido un mayor deterioro y abandono.

Los principales "beneficiarios" de las actuales políticas del estado imperial son los contratistas militares privados y el complejo militar-industrial-de seguridad estadounidense. En el exterior, los beneficiarios del estado incluyen a Israel y Arabia Saudita. Por otro lado, los gobernantes clientelistas jordanos, egipcios, iraquíes, afganos y paquistaníes han guardado decenas de miles de millones en cuentas off-shore.

Entre los beneficiarios "no estatales" se encuentran los ejércitos mercenarios por poderes. En Siria, Iraq, Libia, Somalia y Ucrania también se han visto favorecidos decenas de miles de colaboradores en las autodenominadas organizaciones "no gubernamentales".

El análisis coste-beneficio o la construcción del imperio bajo la protección del estado imperial militarista-sionista

Una década y media es tiempo suficiente para evaluar los resultados del dominio militarista-sionista en el estado imperial.

Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental, sobre todo Alemania, lograron expandir su imperio en Europa Oriental, los Balcanes y las regiones del Báltico sin disparar un solo tiro. Estos países fueron convertidos en estados vasallos de la Unión Europea, sus mercados conquistados y sus industrias desnacionalizadas. Sus fuerzas armadas fueron contratadas como mercenarios de la OTAN. Alemania Occidental se anexó Alemania Oriental. La mano de obra cualificada barata, los inmigrantes y desempleados, aumentaron los beneficios de las multinacionales de la Unión Europea y Estados Unidos.

Rusia fue temporalmente reducida a estado vasallo entre 1991 y 2001. El nivel de vida descendió vertiginosamente y se redujeron los programas del estado de bienestar. Aumentó la tasa de mortalidad. Las desigualdades de clase se ampliaron. Los millonarios y los mil millonarios se apropiaron de los recursos públicos y participaron con las multinacionales imperiales en el saqueo de la economía. Los líderes y partidos socialistas y comunistas fueron reprimidos o cooptados.

En cambio, la expansión militar imperial en lo que va del siglo XXI está siendo un fracaso muy costoso. La "guerra en Afganistán" resultó una sangría de vidas y de dinero y provocó una ignominiosa retirada. Lo que quedó fue un débil gobierno títere y un ejército mercenario poco fiable. Ha sido la guerra más larga de la historia de Estados Unidos y uno de sus mayores fracasos. Al final, los movimientos de resistencia nacionalistas-islamistas –los llamados "talibanes" y los grupos de resistencia antiimperialistas etno-religiosos y nacionalistas aliados– dominan las zonas rurales, atacan continuamente las ciudades y se preparan para tomar el poder.

La guerra de Iraq, la invasión y los diez años de ocupación por parte del estado imperial diezmaron la economía del país. La ocupación fomentó la guerra etno-religiosa. Oficiales baazistas y militares profesionales se unieron a los islamistas-nacionalistas y formaron un poderoso movimiento de resistencia (EIIL) que derrotó al ejército mercenario chiita apoyado por el imperio durante la segunda década de la guerra. El estado imperial se vio forzado a volver a entrar y participar directamente en una larga guerra. El coste de la guerra se disparó hasta más de un billón de dólares. Se obstaculizó la explotación del petróleo y el Tesoro de Estados Unidos vertió decenas de miles de millones de dólares para sostener una "guerra sin fin".

El estado imperial estadounidense y la Unión Europea, junto con Arabia Saudita y Turquía, financiaron milicias mercenarias islámicas para invadir Siria y derrocar al régimen secular, nacionalista y anti-sionista de Bachar al Assad. La guerra imperial abrió la puerta para que las fuerzas islámicas-baazistas –EIIL– se extendieran hasta Siria. Los kurdos y otros grupos armados les arrebataron territorio y fragmentaron el país. Después de casi cinco años de guerra y crecientes costes militares, las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea se han quedado fuera del mercado sirio.

El apoyo estadounidense a la agresión israelí contra el Líbano ha hecho que aumente el poder de la resistencia armada antiimperialista de Hezbolá. El Líbano, Siria e Irán constituyen en este momento una alternativa seria al eje de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudita e Israel.

La política estadounidense de sanciones a Irán no ha logrado debilitar el régimen nacionalista y, en cambio, ha cercenado las oportunidades económicas de todas las grandes multinacionales del petróleo y el gas de Estados Unidos y la Unión Europea, así como las de los exportadores de artículos de fabricación estadounidense. China ha ocupado su lugar.

La invasión de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea destruyó la economía y supuso la pérdida de miles de millones de dólares en inversiones de las multinacionales y la interrupción de las exportaciones.

La toma del poder por el estado imperial estadounidense mediante un golpe de Estado por poderes en Kiev, provocó una poderosa rebelión antiimperialista dirigida por milicias armadas en el Este (Donetsk y Lugansk) y la aniquilación de la economía ucraniana.
En resumen, el control militar-sionista del estado imperial ha conducido a largas y costosas guerras imposibles de ganar que han debilitado los mercados y los proyectos de inversión de las multinacionales estadounidenses. El militarismo ha reducido la presencia económica imperial y ha provocado movimientos de resistencia antiimperialistas cada vez más amplios, a la vez que ha aumentado la lista de países inviables, inestables y caóticos que escapan al control imperial.

El imperialismo económico ha seguido obteniendo beneficios en partes de Europa, Asia, América Latina y África a pesar de las guerras imperiales y las sanciones económicas que el enormemente militarizado estado imperial ha llevado a cabo en otros lugares.

Sin embargo, la toma del poder en Ucrania por los militaristas estadounidenses y las sanciones a Rusia han erosionado el lucrativo comercio y las inversiones de la Unión Europea en Rusia. Bajo la tutela del FMI, la Unión Europea y Estados Unidos, Ucrania se ha convertido en una economía fuertemente endeudada, al borde de la quiebra, dirigida por cleptócratas totalmente dependientes de los préstamos del extranjero y la intervención militar.

Al priorizar las sanciones y el conflicto con Rusia, Irán y Siria, el estado imperial militarizado no ha conseguido profundizar y ampliar sus lazos económicos con Asia, América Latina y África. La conquista política y económica de Europa del Este y partes de la URSS ha perdido importancia. Las guerras perpetuas perdidas en Oriente Medio, el norte de África y el Cáucaso han mermado la capacidad del estado imperial para llevar adelante la construcción del imperio en Asia y América Latina.
La pérdida de riqueza, los costes internos de las guerras perpetuas, ha erosionado las bases electorales de la construcción del imperio.

Solamente un cambio radical en la composición del estado imperial y una reorientación de sus prioridades para situar la expansión económica en el centro de las mismas podrían impedir el actual declive del imperio. El peligro está en que, si el estado imperialista sionista militarista sigue interviniendo en guerras perdidas, puede subir la apuesta y deslizarse hacia una confrontación nuclear: ¡un imperio entre cenizas nucleares!


Papa Francisco, dos años: en contra y a favor

Xabier Pikaza
www.religiondigital.com/090315

Hace dos años (13.3.13) el cónclave secreto de cardenales eligió como Papa al Cardenal Jorge Bergoglio, que tomó el nombre de Francisco, el cristiano de Asís, como recordando que la Iglesia debía volver a la pobreza hecha fraternidad, al evangelio sin glosa.

Dos años son muchísimo tiempo para los que esperan impacientes unos cambios que parecen necesarios, aunque resulte difícil concretarlos. Pero son muy poco para el ritmo de tiempo de una Iglesia hecha de siglos, parada en el XVI (Trento y Vaticano), atrancada en el XI (reforma gregoriana), arraigada en el IV (sistema sacral helenista y romano).

Con esta ocasión, siguiendo el esquema de las discusiones escolásticas (¡que no eran bizantinas en el mal sentido de la palabra!), quiero evocar siete cosas en contra del Papa, para presentar después siete a favor. En el fondo está la imagen de la estación del tren del Vaticano. Quien lea hasta el final verá que mi juicio es positivo, que pienso que Francisco se ha puesto en buen, pero que espero aún mucho más.

-- Dicen algunos que los trenes llevan parados hace siglos en una vía muerta de esa estación (imagen 2).

-- Otros responden que el Papa recibe y anima a los jóvenes desde esa estación, que es un signo del verdadero Vaticano (imagen 1).

-- ¿Qué pasa con el tren del Vaticano y con el Papa Francisco que más que "Pontífice (guardián de puentes) tendría que ser Maquinista del tren del Evangelio?


UNA MARCHA CON DIFICULTADES. SIETE "CONTRAS", UN TREN PARADO EN LA ESTACIÓN DEL VATICANO

Algunos me dicen que todo es lo mismo, con un pequeño retoque cosmético… Vivir en Santa Marta en vez de hacerlo en la estancias del viejo Vaticano, hablar un lenguaje más popular, romper alguna vez el protocolo (¡para que se note mejor el protocolo!). Parece que cambia mucho, para que todo siga igual; así me vienen diciendo algunos, y quiero recoger sus voces, en forma de siete “peros”, que significan “aquí nada se mueve”, y el que se mueve queda irremisiblemente fuera, evidentemente, el lector verá que ésa no es mi opinión, pero la pongo aquí, como se hacía en los tratados filosófico/teológicos de la Escolástica. Así aparece por ejemplo en la STh de Tomás de Aquino.

1. Ciertamente, Francisco ha realizado algunos signos muy significativos, en su lenguaje más cercano, en su forma de acercarse a los marginados, en su libertad frente a las instituciones. Pero no todos están de acuerdo con esos pequeños movimientos, especialmente entre sus hermanos de episcopado. Así me dijo un amigo (colega de escuela, obispo en las Américas): “Desengáñate, Xabier, todo esto es un bluff, un maquillaje de imagen. Ya lo verás pronto, nos está engañando. Hace que se mueve, un paso hacia adelante, para quedar otra vez donde estaba, en la vía muerta de la estación vaticana, convertida Término Absoluto. Tú has estado en Roma, sabes lo que es la Stazione Termini, pues eso; allí acaba todo, queda para siempre”.

2. Sí, me han dicho otros. Éstas son palabras textuales de un Catedrático de Teología de la Universidad Católica más famosa del mundo: “Francisco dice cosas, y algunas importantes, pero donde no tenía que decirlas: Volviendo tras un viaje de avión, en rueda de prensa informal, ante periodistas, pero luego nada… Le falta seriedad: Repite ocurrencias de momento, titulares de periódico, para que la gente se entretenga, en especial los periodistas que no tienen otra cosa que hacer.

Pero los que estudiamos y enseñamos historia de la iglesia vemos que es poco más que engaño. Pequeños cambios externos, mucho protagonismo, Viva il Papa otra vez, con pequeños matices en el nombramiento de obispos, pero luego todo igual: Mucho Opus, con cielinos y catecúmenos y demás grupos de presión. El evangelio no ha pasado por esa Estación del Vaticano, convertida en Sepulcro donde han enterrado a Pedro para que no salva a vivir a la calle con el aliento de Jesús”.

3. Un padre de familia me sigue rebatiendo, después de haber leído mi libro: “Sí, le interesa el tema de la familia. Conoce la calle algo más que los papas anteriores, pero la conoce por haber pasado algunas veces por allí, sin haber vivido y sufrido sus problemas. Ciertamente, ha querido que la Iglesia sea realista ante la nueva realidad de la familia, parejas de hecho, amores y soledades múltiples, libertad sexual, formas de ser distintas (con hetero- y homo-sexualidad y otros asuntos)…

Sin duda, quiere una ma-paternidad responsable… Esas cosas de las que tú has hablado en tu libro sobre La Familia en la Biblia. Pero luego todo sigue igual: Está empeñado en un Sínodo abierto entre el 2014 y el 2015…, pero no ha sido capaz ni siquiera de lograr que triunfen las tesis que él parece defender, presentadas en el aula sinodal por el Cardenal Kasper. No te desengañes, todo es lo mismo. Seguimos ante una iglesia de clérigos que sólo conocen la problemática familiar de un modo sesgado, de oídas y escondidas”.

4. Dejo que hable otro y que me diga: “Parece que la joya de su corona es la lucha contra la pederastia clerical, me dice otro, y está muy bien. Fíjate que ha dedicado a eso la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¡Qué diría Pio V si levantara la cabeza! Pero resulta que todo termina en la foto y en unas cuantas frases. Mientras no cambie el tipo de clero (¡que no está para cambiar!) todo seguirá lo mismo. Tú sabes bien que todos, incluidos los ministros del evangelio (y ellos más que todos los restantes, pues han de ser maduros en amor) necesitan un “escape”, un desaguadero, como decía Teresa, la Santa de este año, cuando le criticaban su amistad con Gracián.

Sólo cuando la afectividad del clero sea clara y claramente se despliegue, en matrimonio o celibato, o en otros esquemas, pero con libertad clara y caminos de “escape (de recreación de las vidas frustradas) podrán evitarse abrevaderos escondidos. Tú conoces bien ese campo; una parte del clero de la iglesia vive en estado de frustración. Y por lo que parece, el Papa no ha hecho todavía en ese campo nada.

5. ¡Ah, el dinero! Está muy bien lo que va diciendo el Papa Francisco, añade un cristiano de base, comprometido en la lucha contra la pobreza. Noticias y más noticias, me recuerda, comisiones y más comisiones sobre el IOR y el Banco Vaticano, con expulsiones y protestas de los expulsados. Pero en el fondo todo sigue igual. Napoleón decía que “cuando quiero que una cosa se haga la hago, y cuando no quiero se haga nombro una comisión”. Así parece que estamos en el reino de las comisiones, cono cardenales o funcionarios de Curia en la foto, pero siempre los mismos, sin cesar lo mismo, pequeños retoques que llegarán, a lo más, a la supresión del secreto bancario, con lo que debía haberse empezado. ¡No, no ha hecho nada este Francisco, me dice diciendo este cristiano! ¡Tenía que haber empezado con un golpe de mano, cambiar las cosas desde el fondo, suprimir toda pareja de hecho entre Vaticano y Capital… ¡El Papa tiene autoridad para hacerlo, pues que lo haga, y no se ande con medias tintas, que sólo sirven para titulares de prensa que a algunos nos están cansando!

6. El sexto pecado no es el sexo, sino la Curia Vaticana, me dice un viejo amigo, que quisiera volver a creer en la Iglesia, pero que no encuentra aún razones para creer en ella. El Papa Francisco ha nombrado una comisión de 8 cardenales encargados de la Reforma, que se juntan un par de veces al año para decir cada vez que el Papa es muy bueno y que las cosas andan bien, que llegará la luz… pero ese parto esperado de montes no llega. Estas cosas, añade, hay que hacerlas rápido, y no basta una Reforma, que desemboca en un más de lo mismo.

Es necesaria una Ruptura, romper la baraja del sistema, abrir un camino que sea radicalmente evangélico (como Jesús, que empezó en la calle), para trazar una forma distinta de comunicación cristiana, fundada en el encuentro directo entre todas las personas (¡todos iguales!), sin nudos de poder superior, como los de ahora, volver a la raíz, “rifare daccapo” como decían los sabios cardenales de antaño y ese capo o cabeza desde el que se debe rehacer, recrear, no es otro que el Jesús caminante, que no necesitaba este tipo de curias.

7. El séptimo es la mujer o, mejor dicho, la igualdad en la iglesia. Hay docenas de titulares en los que el Papa habla de la dignidad de la mujer, de la igualdad de los hombres y mujeres en la Iglesia, me dice Eloísa, que me llamó ayer, día de la mujer (8.3.15), diciendo: “Mira tu Papa, echa flores a las mujeres desde la barrera del balcón del Vaticano, pero no permite que ellas sean sin más personas en la iglesia, en igualdad de derechos y deberes”.
Es como si la Iglesia tuviera un miedo ancestral a las mujeres, como si necesitara “domesticarlas”. Así me decía Eloísa, no sé si es cierto. Pero el hecho es que la Stazione Vaticano hay un letrero que dice “vietato a donne” o “divieto di ingresso per le donne” (prohibido entrar a las mujeres). Estas cosas (de la importancia e igualdad de las mujeres en la Iglesia) no se dicen, se hacen, sin más programas, sin más discusiones, volviendo a la raíz del evangelio (¡no hay varón, no hay mujer, hay seres humanos” Gal 3, 28). Si se ponen a buscar razones los escolásticos de turno podrán encontrar justificaciones para todo, como el Diablo de las tentaciones de Jesús. Sólo esta igualdad radical hará que hombres y mujeres puedan creer en el evangelio.

No he querido "criticar" la postura de aquellos que insisten en estos siete "peros" de la marcha de Francisco. Creo que a través de ellos se ofrece una visión sesgada de su pontificado. Pero hay en ellos algo que debe tomarse bien en cuenta para valorar el camino y tarea de la iglesia.

En esa línea, conforme a mi estilo, no he querido criticar los siete puntos anteriores, sino que los dejo ahí, como temas abiertos, momentos de un camino en el que el Papa Francisco debe (a mi juicio) precisar la puntería y optar de un modo más intenso a favor del evangelio, sin miedos, sin deseo de contentar a todos... como verá quien siga leyendo.

SIETE A FAVOR. LA BUENA "MARCHA" DE FRANCISCO

Recordando la famosa palabra de Galileo Galilei, frente a los siete peros anteriores (¡aquí nada/nadie se mueve), me gustaría contestar “eppur si muove”, y sin embargo se mueve. Galileo se refería a la tierra, que muchos preferían parada/clavada en el suelo del centro de todos los espacios. Yo quiero referirme al tren de la Iglesia de Francisco que lleva parada en su pequeña estación del Vaticano desde hace siglos. Nadie recuerda cuándo se movió por última vez, aunque intentó hacerlo en el Concilio (1962-1965), pero cuando empezaba la máquina a moverse, la pararon.

Éste es el tema, que Francisco y otros muchos con él pongamos en marcha un tren viejo, para que se ponga a la cabeza de la humanidad o, mejor dicho, para que el tren de la Iglesia Vaticano se ponga al lado del resto de la humanidad, al servicio de la vida, es decir, del Dios encarnado por Jesús en la historia concreta de los hombres. Desde ese fondo, antes de precisar los siete puntos de la marcha de ese tren, quiero recordar los cinco momentos del gran programa de Francisco en Evangelii Gaudium:

1. Primerear, tomar la iniciativa.  Jesús ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, la Iglesia sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos.

2. Involucrarse.  Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, así tiene que «oler a oveja».

3. Acompañar. La Iglesia debe acompañar a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico.

4. Fructificar. La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña.

5. Festejar. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien.

1. Recuperar a Jesús, volver al evangelio

Éste es el punto de partida, volver a la calle de los hombres, como hijo Jesús… Estoy convencido de que es esto lo que quiere hacer Francisco. En un mundo sin certezas, con grandes dolores, los cristianos deben ofrecer y proclamar el mensaje de Jesús, como experiencia gozosa de vida, testimonio de trascendencia y compromiso de humanidad, al servicio de los más necesitados.

Ese mensaje no sirve para confirmar lo que había (un orden superior ya dado, un Vaticano), ni para sacralizar el sistema imperante, sino para encender una luz y ofrecer una experiencia alternativa de humanidad. La Iglesia sólo puede ofrecer ese mensaje a través de su palabra y con el testimonio de su vida, volviendo con Jesús al mundo concreto de los hombres y mujeres que parecen y están a veces muy perdidos en el mundo.

Francisco sabe que no hay más principio de renovación que Jesús, entendido con radicalidad, desde su proyecto mesiánico de Reino, un proyecto que los primeros cristianos han retomado tras la pascua. Éste es un Jesús a quien ahora (principios del siglo XXI) debemos situar ya en un mundo post-cristiano, donde ya no puede probarse la existencia de Dios en un nivel científico-social, pues todo sucede como si Dios no existiera y la Iglesia no importara.

Pues bien, en este mundo, la Iglesia de los seguidores de Jesús no puede entenderse ya en un plano de poder (con privilegios especiales, como Estado o sistema religioso), sino como grupo que ofrece el testimonio de su vida y mensaje en un contexto esencialmente pluralista. Creo que por ahí avanza el tren que Francisco quiere poner en marcha.

2. En un mundo distinto, un Dios encarnado y comprometido

Por eso, los cristianos ya no pueden entenderse como “sociedad total” (con pretensión de verdad sobre los otros), sino como presencia kerigmática es decir, como fermento, dentro de una sociedad civil autónoma, donde nadie puede arrogarse una pretensión de saber y poder absoluto (ni los creyentes, ni los no creyentes; ni los cristianos, ni los fieles de otras religiones). La iglesia ya no está por encima de los otros, como Madre y Maestra que resuelve todos los problemas desde su “trascendencia”, sino que ella se inserta en el espacio de una humanidad dividida, para así dialogar con todos, ofreciendo sin imposición superior su ejemplo de vida. Pienso que eso quiere, que está empezando a realizar el papa Francisco.

Desde esta base (antes que la Iglesia está el hombre concreto, los hombres en necesidad y riqueza vital) se entiende la tarea kerigmática (es decir, de testimonio y anuncio) de Jesús, que es testigo del Dios kenótico, es decir, que no se impone con poder desde lo alto (como clave ontológica de realidad), sino que se ofrece en Persona, ofreciendo su Vida y entrando en la vida de los hombres, asumiendo el sufrimiento de la realidad, de un modo purificador y creador, en compromiso personal, para transformar todo lo que existe.

Pienso que aquí se sitúa el programa de Francisco, en el paso de un “Dios de poder” (que organiza las cosas desde arriba) a un Dios de encarnación, es decir, de “kénosis”, un Dios de Jesús que se introduce y vive en la vida de los hombres. Éste es el gran anuncio de la Iglesia, la buena noticia (evangelio) de su vida que algunos creyentes de vieja cristiandad parece que no han entendido todavía, pues da la impresión de que quieren que la Iglesia se pueda seguir imponiendo como antes sobre el mundo.

3. En gesto de solidaridad, a paso de hombre

Francisco sabe que el mensaje y camino de Jesús ha de entenderse como experiencia y tarea de solidaridad, dirigida a superar en lo posible el sufrimiento, ofreciendo y compartiendo unos estímulos de vida.

Pues bien, en ese contexto, los cristianos no pueden apelar a una verdad antecedente para imponerla desde arriba (su verdad no se prueba, ni refuta con razones), pero pueden (y deben) ofrecer un camino compartido de experiencia y esperanza sanadora, que les permite superar la angustia de la muerte. Por eso, ellos no quieren crear un sistema sagrado, que domine sobre el mundo, sino abrir para los hombres un espacio de libertad y diálogo interhumano, en gesto de comunión personal.

En principio, el Dios de Francisco (de sus discursos y sus gestos) ya no aparece como Señor impositivo (dominando desde arriba la historia de los hombres), sino como amor y vida encarnada, al servicio del despliegue de la vida, desde el interior de la historia. El dios de la filosofía y de la práctica ontológica de un tipo de Iglesia imperial no responde bien al evangelio.

El nuevo cristianismo ha de insistir en lo que he llamado la kénosis de Dios, que es su presencia creadora y redentora en el interior de la vida de los hombres: Dios no está sobre el mundo (creación) para dominarlo desde arriba, ni en sus bordes para limitarlo, sino en su mismo centro, para así animarlo, siendo así su alma, en gesto de participación, sufrimiento compartido y transformación.

Según eso, el Dios de la Iglesia de Cristo es el Dios del mismo camino de la historia de los hombres.

4. De la teocracia a la comunión

Francisco quiere pasar del Dios teo-crático (autoridad dominadora) al Dios interior y compañero de la comunión personal y de la comunicación libre entre los hombres, como habían descubierto los israelitas en su camino de desierto y como supieron los cristianos al situarse ante Jesús. El Dios teo-crático dominaba sobre el hombre y le imponía su pretendida verdad desde arriba.

Por el contrario, el Dios de Jesucristo penetra en la vida de los hombres y mujeres, potenciando su diálogo en amor y superando así el poder de la muerte (en esperanza de resurrección). Sólo en ese contexto se puede hablar de un designio de Dios, que no se impone por ley física o social, sino que abre un camino de futuro (resurrección) por desbordamiento gratuito de vida. Dios no traza (ni impone) un designio establecido de antemano, sino que abre un camino, que él mismo recorre con (a través) de los hombres.
Ese Cristo de Dios de Francisco no es por tanto una especie de emperador supremo, que podría conceder su potestad a la Iglesia, sino el hombre Jesús, aquel en quien Dios ha encarna de manera privilegiada su proyecto de amor, comprometido en el despliegue de la historia de los hombres. Ese Cristo de Dios no sobre-viene sobre un mundo ya hecho, para dirigirlo desde arriba, sino que se introduce como hombre de amor en el mismo despliegue de la historia de los hombres. Así lo hizo Jesús en Galilea, así quiere hacerlo Francisco desde el Vaticano, donde lo tiene inmensamente más duro. Jesús salió del ámbito sacral del templo para iniciar su camino. Francisco sólo a salido a medias de su Vaticano simbólico para retomar la marcha del evangelio.
5. Iglesia, una experiencia de comunión
Desde el fondo anterior ha de entenderse la nueva visión de la Iglesia, que se despliega y entiende como experiencia de comunión, abierta a los que creen en Jesús, y, de un modo más extenso, a todos los hombres que aceptan y promueven el misterio de la vida en actitud de encuentro mutuo, sin imposición intelectual ni moral (ni social), pero con una gran creatividad. Hoy, por vez primera, tras veinte siglos visión sacral impositiva (los jerarcas religiosos dirigen desde arriba, desde su Vaticano la vida de los hombres), es posible exponer y abrir el cristianismo (la Iglesia) como proyecto y camino de humanidad kenótico-redentora, abierta por Jesús a la culminación pascual de Dios (es decir, de la Humanidad).
Todos hablan en la Iglesia de comunión de hermanos (de iguales), desde los más pobres, pero de hecho se trata de una “comunión protegida” a través de una especie de dictadura sacral donde algunos dicen lo que otros han de hacer. Pues bien, Francisco ha querido iniciar un camino distinto, en el que su palabra no se impone, sino que penetra como fermento (con Jesús) en el diálogo y palabra de los hombres, para caminar todos los que quieran en igualdad y amor, desde el misterio de Dios. Eso significa que Francisco no tienen que poner en marcha el tren de la Stazione Vaticano, sino quizá dejarlo allí, para salir de sus muros y asumir el camino del tren de la humanidad, con Jesús en el corazón y en los labios.
6. Una Iglesia para el evangelio.
No es el evangelio para la Iglesia, sino la Iglesia para la evangelización, es decir, para la extensión del mensaje y presencia del Reino de Dios. Eso implicará un cambio de estructura eclesial, que es difícil programar de antemano, pues ello sólo puede hacerse a medida que se avanza en el camino. No se trata de tirar por la borda lo que ha sido la tarea histórica de la Iglesia, sino de asumirla para recrearla (superarla sin negarla) según el evangelio.El antiguo paradigma ontológico (un cristianismo entendido como instancia de verdad que podría imponerse de algún modo sobre el mundo) no responde a las nuevas experiencias de la vida social y de la ciencia. Por impulso científico/social y, quizá por influjo de fondo del mismo evangelio, la modernidad ha destruido ese paradigma, de manera que las formas de religión antigua (ontológica) están perdiendo su sentido. Según todos los indicios, nos hallamos en un momento clave de transformación, de manera que si la jerarquía de la Iglesia sigue defendiendo su modelo antiguo acabará perdiendo su sentido (y se opondrá además al evangelio). Pues bien, el nuevo paradigma emergente, por el que Dios no aparece dominando desde arriba, de un modo necesario todo lo que existe, abre un camino nuevo para el cristianismo.
Quizá por vez primera, tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el riesgo de velar el evangelio, los cristianos pueden recuperar el poder radical de la propuesta de Jesús. Ésta no es ocasión para pequeños retoques estéticos, sino para un cambio radical, en línea de evangelio y de modernidad, en clave católica, pero aceptando y compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas (ortodoxa, protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y encarnación que también puede encontrarse en otras religiones.
7. ¿Un nuevo concilio? ¿Devolver la Iglesia a los pobres?
Algunos cristianos quieren que, en este contexto, a los cincuenta años del Vaticano II, aprovechando el tirón de Francisco se convoque un nuevo Concilio abierto a las diversas confesiones cristianas y, en el fondo, a todas las religiones. Quizá es idea buena, pero tendría que ser un concilio distinto, que no sea exclusivo de obispos (de estos obispos que apenas asumen el espíritu de Francisco, muchos de ellos agazapados, esperando que acabe este paréntesis argentino de la Iglesia). Pienso que un Concilio con los obispos actuales de la Iglesia no lograría mucho, y eso lo ha visto el mismo Papa en el Sínodo de la Familia (y en la resistencia que encuentra en muchos cardenales) que no aceptó (en la primera fase del 2014) sus propuestas.
Sería necesario un concilio distinto, de tipo evangélico, fundado en la realidad del ser humano, desde los pobres del mundo, el concilio de aquellos cojos-mancos-ciegos con los que se encontró Jesús que le llevaron a salir de las instituciones establecidas para iniciar una marcha de evangelio. Por eso, para volver a la imagen del comienzo, quizá sería necesario olvidar la vieja Estación del Vaticano, para recrear el espíritu de Jesús desde las calles y plazas de la vida, desde los márgenes, como quiso Jesús. Creo que eso quiere el papa Francisco, aunque quizá debería apresurarse… Yo quiero que se cure, que vaya viendo, palpando, sintiendo… para dar un día, pronto, un gran “golpe de evangelio”, para sacar la Iglesia de los muros de esta Estación ya larga del Tren del Evangelio, parado demasiado tiempo en la estación del Vaticano. Y todo eso por amor al evangelio, por amor a la Iglesia.