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Los Pecados que conducen a la enfermedad y a la muerte…

Por: Rev. Manning Maxie Suárez +

Para la sociedad moderna, hablar y comprender a profundidad el tema del pecado “per se”, no es usual entre los ciudadanos de esta nación. Hoy día, a pesar que la gran mayoría se considera cristiano o comparte los valores de la cristiandad, se habla constantemente del pecado como si fuera un chiste social, así lo vemos reflejado en los medios de comunicación donde es permisible como parte de la actitud de la persona y la sociedad.  

La palabra “pecado” se define en la teología cristiana como el abuso que los humanos, creación de Dios, hemos hecho de la libertad que Dios ha dado.  No “reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, fuera de esta relación, el mal del pecado no se podrá desenmascar en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios. (Catecismo: La realidad del pecado 386).  El pecado no es “un defecto de crecimiento de la persona, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de esta libertad que Dios da a las personas que son creadas por amor para que puedan amarle y amarse mutuamente. (Catecismo: La realidad del pecado 387).

Así, La enseñanza del significado de la palabra “pecado original” la debemos comprender como "lo contrario" de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Jesucristo. El pecado debe entenderse como rebelión contra el orden establecido por Dios en este Universo, por lo tanto estar en pecado es estar en abierta oposición a toda regla o mandato divino.

Si el Dios a quién adoramos es el “Dios de la Vida”, y nos “rebelamos” al mismo, entonces es claro que nuestras actitudes personales y sociales en nuestra práctica de la libertad, es para generar todo lo contrario a lo que Dios desea para nosotros que es la Gracia y la Salud.  En otras palabras: El Caos.  ¿De dónde viene entonces el mal? Pues del “mal moral” "Buscaba el origen del mal y no encontraba solución" decía san Agustín (Confessiones, 7,7.11).

Así en principio los pecados que conducen a la muerte eterna son los que la Iglesia ha llamado los siete (7) pecados capitales que son: la soberbia, la lujuria, la gula, la avaricia, la envidia, la ira y la pereza.  De estos siete me centraré, solo en tres de ellos que son: la soberbia, la lujuria y la avaricia o codicia.  

El pecado de la Soberbia es “creer que uno es mejor que el otro”. El Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino, señalaba que es “el apetito desordenado de la propia excelencia de uno mismo”.  Es el pecado de la era moderna, donde los hombres son autosuficientes, rechazando radical e irrevocablemente a Dios y los valores de su Reino. Ellos no desean depender de la gracia de Dios.  

Las personas que son Soberbias comparten el mismo pecado que los ángeles caídos del cielo, como señala el IV Concilio de la Iglesia celebrado en Letrán "El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).   Son un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn. 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).  Optar por la soberbia es optar por el rechazo a la salvación. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C).

El pecado de la lujuria: la sexualidad en nuestros días es un tema abordado con frecuencia en los medios de comunicación social.  En muchos casos, informando correctamente y en otros desinformando a las personas; en el Internet de las cosas, muchas informaciones sobre el sexo son descomunales, a veces desvirtuando el significado real del mismo y aumentando la corrupción de las costumbres donde exaltan inmoderadamente el sexo, favoreciendo una cultura hedonista licenciosa que no respeta el orden esencial de su naturaleza.  Consideramos que la lujuria se considera a una compulsión sexual o adicción a las relaciones sexuales desenfrenados.  Optar por la práctica del pecado de la lujuria es optar por el rechazo también a la salvación.  Recordemos lo que san Pablo de Tarso, nos enseña en su teología cuando nos recuerda que la unión corporal en el “desenfreno” profana el templo del Espíritu Santo, en el que el mismo cristiano se ha convertido.

El pecado de la codicia: Simplemente es, ese afán excesivo por las riquezas; es, ese deseo desordenado de adquirir o poseer más de lo que uno necesita.  Es un desorden en la conducta humana.  La codicia fue y es una acción condenada desde hace más de tres (3) mil años como lo podemos observar en el decálogo de Moisés: «No codiciarás nada que sea de tu prójimo» (Éxodo 20, 17).  En otro texto bíblico dice: «No desearás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo» (Deuteronomio 5, 21).  Ambos libros pertenecen al pentateuco.  El pecado de la codicia, lleva a las personas a la violencia y a las injusticias prohibidas por el quinto precepto “Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad.” (Miqueas 2, 2). La codicia tiene su origen, en la idolatría que es condenada en las tres primeras prescripciones de la ley “De la invención de los ídolos se siguió la inmoralidad; fue algo que destruyó la vida.” (Sabiduría 14, 12).   Optar por la práctica del pecado de la codicia es optar por el rechazo también a la salvación.  Jesús nos enseñará: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6, 21).

Los pecados de soberbia, lujuria y de codicia son pecados que optan por el rechazo voluntario de la salvación que Jesucristo nos ofrece como opción de vida.  ¿Porqué escribo de esto?, ¿Qué sentido tiene para nosotros en este tiempo de la Pandemia?

La Pandemia nos obliga a repensar, que nuestras acciones en la vida no han sido las más correctas, ni para nosotros los seres humanos ni para nuestras relaciones con el planeta nuestra “Casa Común”.  “Somos la única especie que hemos planificado nuestra propia autodestrucción” y eso gracias a la práctica de antivalores como la soberbia, la lujuria y de la codicia.  La pandemia nos permite replantear nuestro sistema de creencias socio política y económica en pro de un mejor planeta. Tener una conciencia ética del entorno, a pensar distinto, a ser optimista, a fomentar la creatividad, a ser proactivo e ir poco a poco tomando compromiso con la regeneración personal y del planeta. 

Va a ser un proceso doloroso, no será fácil, necesitaremos ayuda de otros que hayan pasado por estos procesos, pero no es imposible cambiar de actitudes y aptitudes que se puedan llevar a cabo.  Podemos iniciar primero por aceptar lo que nos presenta Jesús, es optar por procesos que nos permitirán tener como sociedad cristiana, una mente abierta a la conversión de vida, y a la revalorización de la vida con valores del reino de Dios y a optar por la salvación que Jesucristo nos ofrece como opción de vida.  Ojalá que esta reflexión no caiga en saco roto...  Anímate Panamá!

Sacerdote.

Publicado en: https://www.laestrella.com.pa/opinion/columnistas/200430/pecados-conducen-enfermedad-muerte

Un estudio indispensable para comprender la crisis del agro panameño

Un estudio indispensable para comprender la crisis del agro panameño

Por: Olmedo Beluche

(Hay muchas facetas que perdurarán de la vida de Marco Gandásegui entre quienes le conocimos, una de ellas es su aporte a las Ciencias Sociales panameñas. Como tributo a su legado académico traemos esta reseña sobre su libro “La fuerza de trabajo en el agro”, que fuera base para mi tesis doctoral)
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La fuerza de trabajo en el agro. Experiencia de desarrollo capitalista en Panamá. (CELA, 2da. Edición. Panamá, 1990), del panameño Marco A. Gandásegui, constituye el primer estudio sociológico en profundidad de la evolución de las relaciones sociales en el campo panameño.

Si bien ha habido estudios de diversos alcances sobre la producción agropecuaria, ninguno se propuso un objetivo más totalizante que esta investigación producida por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA). La primera edición data de 1985, bajo la dirección de la Dra. Carmen Miró, y con la participación, además del autor, de William Hughes, Andrés Achong y Félix Mascarín.

La obra incluye cinco capítulos: I. Subsunción del trabajo en el capital; II. Campesino: productor paupérrimo o reserva de trabajo; III. Panamá, sociedad de transición; IV. La política del gobierno en el sector agrícola; V. Requerimientos globales de mano de obra. Un importante anexo de 36 páginas aborda un análisis histórico de las luchas sociales en el campo panameño durante los siglos XIX y XX, el surgimiento de las ligas campesinas, y las políticas de los partidos socialista y comunista que dirigieron esos conflictos.

El libro analiza el período que va de la década de 1960 a la de 1980, caracterizado por una disminución significativa de la población rural debido a la migración masiva al área metropolitana asociada a un crecimiento de la productividad y la producción, y una modificación en las relaciones sociales de producción. En este período las relaciones comunitarias o patriarcales “fueron reemplazadas por relaciones salariales. El valor del trabajo fue sustituido por el valor de la fuerza de trabajo” (Pág. 8).

Este proceso de transformaciones sociales se produce bajo la influencia del Código Agrario (1962), que establece los criterios del capitalismo panameño para el sector y, a contramano, encuentra la resistencia social del campesinado en la formación de Ligas Campesinas, forma de autoorganización de los pequeños precaristas para defender el acceso a la tierra; junto con la irrupción de una política social a través de cooperativas de productores, la más importante, la “Juan XXIII”, promovida por la iglesia Católica.

Todo ello en la década de 1960, a la que le seguiría la siguiente década bajo el régimen populista de Omar Torrijos, una continuidad de la promoción del sector agroindustrial (con específicas políticas proteccionistas), junto con una política social desde el Estado para tratar de amortiguar las contradicciones en el campo, con la llamada Confederación Nacional de Asentamientos Campesinos (CONAC).

De la subsunción formal del “campesino paupérrimo” a la subsunción real del proletariado agrícola mal pagado.

Para explicar el paso del pequeño campesino precarista a semiproletario, o jornalero a medio tiempo para la agroindustria, el primer capítulo utiliza el concepto de subsunción formal y subsunción real del trabajo en el capital, proveniente de la teoría marxista (El Capital, Capítulo VI, Inédito. Siglo XXI).

El capital, como se sabe, tiene tres formas de explotar o extraer plusvalía del trabajo ajeno. La primera, es la explotación indirecta, en la que el productor sigue siendo dueño de sus medios de producción y relativamente autónomo, pero se ve sometido a la explotación del gran capital mediante diversos mecanismos, como los préstamos o el control de la comercialización.

La segunda es la subsunción formal, en la que campesino precarista mantiene una pequeña producción, pero se ve obligado a vender su fuera de trabajo de manera estacional para completar sus ingresos.

Y la tercera es la subsunción real, que constituye el momento propiamente capitalista de las relaciones sociales de producción, en la que el productor ha sido despojado por completo de los medios de producción y se ve obligado a vender su fuerza de trabajo por un salario.

El concepto de subsunción permite entender si el campesino precarista, semiproletarizado, es un “productor paupérrimo”, que complementa con un salario temporal los ingresos de una producción agrícola que no le alcanza para satisfacer sus necesidades, o es un trabajador asalariado, que debe complementar sus ingresos con una producción parcial de su parcela. En el primer caso estaríamos ante una persistencia de formas de producción precapitalistas, subsumidas formalmente por el capital; en el segundo, ante una subsunción real o directa bajo un modo de producción predominantemente capitalista.

El predominio de una u otra forma de subsunción se expresa en mercados regionales de trabajo, en las que ambas se mezclan en diverso grado, dependiendo de la penetración que haya alcanzado el capital. Al respecto, dice el autor, ese grado de penetración del capital “define cuál es la modalidad predominante” (Pág. 44), aunque en el desarrollo del proceso se va imponiendo cada vez más la subsunción real.

Caída relativa de la agricultura y peso creciente de la agroindustria

Durante el período estudiado, la participación del sector agropecuario en el Producto Interno Bruto pasó de 27.1% en 1960, a 24.8% en 1965 y 21% en 1970. Esta tendencia se sostuvo, y en 1975 la participación del sector en el PIB descendió a 18,6%.

La década 1960 – 1970 fue de un gran dinamismo económico, con un crecimiento promedio anual del PIB del 8,1%. En ese marco general, la producción agropecuaria se expandió en promedió un 5,3% anual, muy por debajo del ritmo de crecimiento de la industria (11,1%) y del conjunto del sector no agrícola de la economía (8,9%).

En esta década, los sectores dinámicos que impulsaron al sector agropecuario fueron la producción bananera, la caña de azúcar y la ganadería (esta última se incrementó en un notable 62,5%). Esos sectores son los de la agroindustria, principalmente de exportación. Por el contrario, la producción de maíz y frijol de bejuco, centrada en medianos y pequeños productores, se vieron afectadas negativamente.

El período 1970-77 (año límite de estos datos) estuvo marcada por estancamiento de la economía mundial asociado a la llamada “crisis del petróleo”, que afectó a Panamá también. El ritmo de crecimiento del PIB panameño disminuyó a un promedio anual del 3,9% entre 1970 y 1975, mientras el sector financiero mantuvo un 12,9% anual.

En cambio, la producción industrial cayó drásticamente (1,3%), mientras el sector agropecuario alcanzaba un magro 1,6%. El banano y la importante expansión de la producción azucarera mediante la creación de ingenios estatales fueron los motores del sector agropecuario. Hubo también un importante el incremento en la producción de arroz para el mercado interno, concentrada en manos de productores de tamaño intermedio.

En el comercio exterior, el sector agropecuario pasó de representar el 69,1% del total en 1960 al 65,6% en 1970. De esos totales, el banano - exportado principalmente por Chiquita Brands -, representaba el 89,4% en 1960 y el 87,1% en 1970, mientras la exportación de azúcar refinada también era relevante. Todo ello confirma el peso de la agroindustria en la economía sectorial en detrimento de la mediana y pequeña producción.

Para Gandásegui, entre 1960 y 1970 se manifiesta “una leve tendencia hacia la mayor concentración de la tierra disponible por parte de las grandes explotaciones” (Pág. 89). La desigualdad social se aprecia en que, para 1971, el 16,3% de la tierra cultivable se concentra en el 1% de las explotaciones, mientras que el 51,7% de los agricultores disponía del 3,7% de la tierra cultivable (Pág. 86).

Lo anterior se vio reflejado en una disminución “drástica” de las ventas de productos provenientes de las pequeñas parcelas, menores a 20 ha. “El número total de las explotaciones disminuyó entre 1961 y 1971, en un 4 por ciento. En el mismo lapso, el número de fincas que efectuaban ventas decreció en un 17.5 por ciento. La disminución del número de fincas con ventas inferiores a B/. 500.00 fue del 24 por ciento” En cambio, las explotaciones con ventas superiores a B/. 500.00 se incrementaron “en un 33.4 por ciento” (Pág. 113).

El proceso de proletarización del campesinado panameño

La disminución del peso relativo de producción agropecuaria en el PIB coincide con una disminución relativa y absoluta de la mano de obra agrícola en el conjunto de la Población Económicamente Activa (PEA). En 1960, la fuerza de trabajo agrícola representaba el 50% de la PEA, y de allí pasó al 47,1% en 1965 y el 36,5% en 1970.

En 1960, el 41,2 % de la población rural se concentraba en explotaciones inferiores a 5 ha. En el 87,8% de las fincas, la fuerza de trabajo era exclusivamente humana, ocupada en una agricultura de subsistencia. El 59,2% de la fuerza de trabajo estaba integrada por trabajadores por cuenta propia, y solo el 14,1% por asalariados (Pág. 116).

La tendencia a la proletarización de la fuerza de trabajo agrícola se expresa en el hecho de que, si en 1960 sólo había 739 asalariados en el sector – equivalentes al 1,8% de la PEA nacional, en 1965 ya eran 1.322 y en 1969 uno 2.000. A mediados de la década siguiente, superaban los 15.000, en su mayor parte empleados temporales contratados para las zafras, concentrados en su mayoría en las provincias de Chiriquí, Coclé y Panamá.

En 1960, el 78,9 % de estos trabajadores recibían salarios inferiores los cien balboas mensuales. El salario promedio era de 80,29 balboas, y la mayoría se ubicaba en el tramo de los 50 a 75 balboas mensuales. A partir de 1965, se aprecia un incremento de los salarios. Para 1975, el tramo de los que ganaban menos de cien balboas pasó al 38,8%.

En este último año, el 41% se ubicaba en el tramo de entre 100 y 200 balboas mensuales que, sumados a los de cien balboas mensuales, abarcaban el 79,8% de la fuerza de trabajo agrícola. Con todo, el estudio no vincula el incremento absoluto de los salarios con el de la inflación característica del período, por lo que no debe deducirse a priori que se trate de un mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores (Págs. 124 -127).

Para 1975, la empresa bananera, United Brands o Chiquita, era la mayor empleadora de la fuerza de trabajo agrícola (aunque había y “bananeros independientes” la mayoría eran suplidores de Chiquita), con 11.176 trabajadores; mientras que los ingenios, principalmente estatales (Corporación La Victoria) empleaban alrededor de 5.400.

La política estatal del capitalismo panameño para el agro

La política del estado panameño para el sector agropecuario se materializó en el Código Agrario de 1962. El Código se enmarcó dentro la política exterior de Estados Unidos hacia Latinoamérica mediante la llamada “Alianza para el Progreso”, creada para enfrentar a la entonces naciente Revolución Cubana mediante la promoción de políticas sociales que desactivaran conflictos potencialmente desestabilizadores del orden vigente en la región. Esto impulsar una reforma agraria limitada, que atenuara las grandes desigualdades sociales que afectaban el campo latinoamericano.

La expedición del Código Agrario fue seguida en 1963 por la creación de una agencia estatal de Reforma Agraria, que debía legitimar la posesión de las tierras en manos de pequeños campesinos, para protegerlos del despojo a manos de la gran propiedad agraria. Sin embargo, esta política se hizo bajo un régimen jurídico que no resolvió el problema de fondo, que persiste hasta nuestros días.

En vez de otorgar títulos de propiedad jurídicamente válidos a los pequeños campesinos que demostraran el usufructo de sus tierras por un período de tiempo, la Reforma Agraria creó un régimen jurídico intermedio, denominado Título Posesorio, que brindaba un reconocimiento limitado a dichos campesinos, pero que carecía de verdadero reconocimiento por el mercado capitalista. En Panamá sólo la gran propiedad agraria posee Títulos de Propiedad, mientras que la gran masa de campesinos posee Títulos Posesorios, lo cual ha sido causa de conflictos hasta el presente.

Aunque el Código Agrario se proponía la volición “del acaparamiento de tierras incultas u ociosas con fines especulativos”, sus resultados fueron pobres, por no decir nulos. En 1968, se había expedido sólo el 9,7% de los títulos solicitados, que apenas representaban 44 mil ha. “Además, sólo se adquirieron para el fondo de tierras de la reforma agraria 14 fincas que representaban 11.068 hectáreas” (Pág.155), apenas el 2,3% del total de fondos de tierras que se había proyectado hasta 1977.

Un pequeño cambio se observa en la política agraria con posterioridad al Golpe de Estado de 1968, bajo el régimen populista del general Omar Torrijos. La Estrategia nacional para el desarrollo 1970-1980 presentada al país en 1971 se propuso aumentar la participación del sector agrícola en el PIB impulsando las exportaciones agropecuarias mediante una serie de políticas proteccionistas e incentivos. Este es el período de la historia republicana en que el Estado panameño se dotó de la más amplia política agropecuaria, cuyos alcances ayudaron a consolidar el proceso de expansión capitalista en el campo panameño, sin resolver las disparidades sociales, pese a incluir medidas de amortiguamiento de las mismas.

Las políticas económicas y sociales para el campo en la década torrijista incluyeron incentivos crediticios; fomento de la mecanización y la innovación tecnológica; exoneraciones fiscales; altas tasas arancelarias a importaciones de determinados productos; amplia inversión en caminos de penetración; apoyos a la comercialización, como el establecimiento de precios sostén para determinados rubros; la creación de empresas estatales en el rubro de los ingenios azucareros, que producían para el mercado nacional, y permitían a los ingenios privados producir para la exportación, y la entrega de tierras a precaristas bajo la forma jurídica de los Asentamientos Campesinos, para su explotación colectiva. Ni antes, ni después hubo una política más ambiciosa para el sector.

Todo ello se tradujo en una expansión productiva que logró la autosuficiencia en la producción de arroz, y una cobertura de la producción nacional en otros rubros de la canasta básica como azúcar, frijol y maíz. Sin embargo, las políticas proteccionistas declinarían a partir del impacto de la crisis económica mundial, en 1974, al punto de paralizar iniciativas como la expansión de los ingenios estatales, que entró en franca crisis en los años posteriores.

Gandásegui sintetiza los resultados de esta fase histórica en los siguientes términos:

En cuanto al sector del campesinado, aunque esta expansión del capitalismo en la agricultura creó asentamientos, juntas agrarias y cooperativas de producción agropecuaria, la masa campesina en su conjunto disminuyó debido al proceso de proletarización generado en el campo (Pág. 179).

El desarrollo de relaciones sociales capitalistas en el campo no resolvió la crisis de la pequeña producción, que siguió produciendo fuerza de trabajo para la agroindustria o la emigración urbana.

La transformación de las relaciones sociales de producción en el agro panameño (1960-78)

El capítulo V del libro se ocupa del proceso de transformación de las relaciones sociales de producción en el campo panameño, a partir de los criterios teóricos presentados en el primer capítulo sobre el proceso de subsunción del trabajo. Para ello, utiliza una metodología que calcula los requerimientos de “días/hombres” de trabajo en los 8 principales rubros de producción y por regiones productivas en el período que va de 1960 a 1978. Los rubros del estudio son: arroz, maíz, caña de azúcar, frijol, tomate, banano, plátano y café.

El análisis distingue entre los rubros en que la fuerza de trabajo ha sido subsumida realmente por el capital, como la producción de banano; aquellos en que hay una subsunción formal o parcial a través del trabajo estacionales, como la caña de azúcar, el tomate y el café, y aquellos en que la subsunción sigue siendo indirecta, como en las producciones de maíz y frijol.

Al respecto, se distinguen dos períodos. El primero, entre 1960 y 1970, en que la expansión capitalista en el agro tuvo un carácter “veloz” y operó mediante un proceso “más violento y desordenado”, y el ocurrido entre 1970 y 1978, en que el “reordenamiento impuesto por el gobierno frenó el desalojo irracional de la población campesina de sus tierras”, logrando retener a miles de familias en las áreas rurales, constituyéndolas como reserva de la fuerza de trabajo (Pág. 184).

Las conclusiones generales de la investigación demuestran el proceso de penetración de las relaciones producción capitalistas en el agro panameño en el período bajo estudio. Así, el Cuadro No. 75 muestra la evolución medida en “requerimientos de mano de obra, según tipo de subsunción, en miles de días/hombres de trabajo”, entre 1961 y 1978. En 1961, la subsunción indirecta demandaba el 46,3% de la fuerza de trabajo; la formal el 22,3%, y la real el 31,4%. En 1978, la indirecta reclamaba el 20,9% de la fuerza de trabajo; la formal, el 30,5%, y la real el 48,6%.

Lo anterior muestra un aumento sistemático del proceso de penetración de las relaciones sociales capitalistas en los procesos de trabajo del sector agropecuario panameño, que alcanzó a la mitad de la fuerza de trabajo al final del período estudiado. Las otras formas persisten, aunque en decadencia.

El Código Agrario y la penetración capitalista en el campo

En el Anexo, el autor identifica tres momentos históricos del conflicto social en el campo entre los siglos XIX y XX. El primero, a mediados del siglo XIX, coincide con la reactivación económica por la construcción del ferrocarril transístmico. Una pequeña guerra civil entre los pequeños productores de la región de Azuero y los grandes terratenientes de las provincias de Veraguas y Coclé, parece haber estado vinculada a la disputa por el control del abastecimiento de la zona de tránsito.

El segundo momento corresponde a la guerra civil de 1899 – 1903 – conocida como Guerra de los Mil Días (1899 -1903) -, cuando Panamá aún formaba parte de Colombia. Iniciada en Colombia como una disputa entre los partidos liberal y conservador por motivos esencialmente políticos, adquirió en Panamá la connotación de una guerra campesino-indígena contra los terratenientes, en la que los primeros defendían sus tierras de cultivo de las arbitrarias expropiaciones por los ganaderos, y de la carga de impuestos que les imponían el Estado y la Iglesia. Victoriano Lorenzo fue fusilado en 1903.

El tercer momento, ya en el siglo XX, de desarrolla entre las décadas de 1930 y 1960, cuando tiene lugar un proceso de organización y politización de los campesinos precaristas en conflicto con los terratenientes, con el apoyo del Partido Socialista y el Partido Comunista. En esta fase se producen grandes movilizaciones campesinas, dirigidas por el socialista Demetrio Porras, y ocurre un proceso de autoorganización que produjo decenas de Ligas Campesinas y cooperativas agrícolas, como la “Juan XXIII”, promovida desde la jerarquía de la Iglesia Católica, para contrarrestar la influencia de socialistas y comunistas.

Este proceso desembocaría en la década de 1970, bajo el régimen del general Torrijos, en el sistema de Asentamientos Campesinos, por el que se entregaban tierras nacionales y expropiadas (las menos) a campesinos precaristas para que las explotaran colectivamente con el apoyo en la comercialización del Ministerio de Desarrollo Agropecuario.

Gandásegui estima que, pese a la influencia de los comunistas de mitad de siglo pasado en el campesinado precarista, éstos no tenían una comprensión correcta de la penetración del capitalismo en el campo panameño. Al respecto, plantea lo siguiente:

La dirección política del movimiento campesino adoptó la visión ideológica del Partido del Pueblo, que identificaba a los terratenientes como señores feudales. El error no le permitió a los campesinos, y a sus aliados, comprender la dirección de los acontecimientos.

Para el autor, lo ocurrido en Panamá no ha sido una lucha democrático-burguesa contra el feudalismo, sino un proceso de penetración y modernización capitalista del agro, que operado mediante la subsunción formal (o indirecta) al capital, que a su vez ha abierto paso a la subsunción real (o directa) al capital.

En el primer caso, aun cuando el campesino - pequeño, mediano o grande -, mantiene sus formas de trabajo y su propiedad sobre la tierra, es explotado por el capital indirectamente mediante las cadenas de comercialización y crédito. En el segundo, cuando el precarista ya no puede sostener a su familia con su trabajo directo sobre la tierra, o es despojado de su tierra por el ganadero terrateniente, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo como peón de las grandes haciendas o agroindustrias, o emigra a las ciudades en busca de compradores para la única mercancía de que dispone: su propia fuerza de trabajo.

Al respecto, dice Gandásegui, la izquierda del período no percibió que el propio Código Agrario de 1962 fue – y sigue siendo - la forma jurídica que adquirió el proceso de penetración capitalista en el campo. El Código Agrario, que se mantiene vigente hasta el momento con pocas modificaciones, creó la figura jurídica del “derecho posesorio”, que se le reconoce al campesino que trabajaba una parcela, pero carece de valor para acceder al crédito o al mercado de tierras capitalista.

En el sentido contrario, el Código Agrario permitió la expansión sin límites de los grandes propietarios y empresas amparados en supuestos proyectos productivos (150 hectáreas directamente, o más de 500 por medio de Decreto Ejecutivo), y formalizó la perniciosa práctica de la ganadería extensiva que daba a cada ganadero dos hectáreas por cabeza de ganado.

No es casual que el gobierno encubriera la política de reforma agraria con su velo popular. Los sectores que luchaban por una reforma agraria que beneficiara a los campesinos no comprendieron bien lo que ocurría. Concebían el sistema del asalariado (capitalista) en oposición a la ganadería (de rasgos feudales). Confundían la enfermedad con el “bisturí”. Era precisamente por medio del sistema de ganadería extensivo que se separaba rápidamente al campesino de la tierra. Era la forma más eficiente, además, de generar una amplia masa de fuerza de trabajo. En otras palabras, el Código Agrario de 1962 fue el instrumento que utilizó el desarrollo capitalista para abrirse paso en el agro sin contratiempos legales.

Los criterios expuestos por Gandásegui son válidos tanto para la década de 1960 como para el régimen de Omar Torrijos. Este mantuvo la vigencia del Código Agrario y porque todas sus medidas - que hoy podrían ser vistas como “progresivas” desde la óptica neoliberal vigente -, propiciaron el desarrollo consecuente del capitalismo en el agro panameño. Torrijos no construía el socialismo, ni la transición al mismo, sino el capitalismo dependiente panameño, con su mercado interno y su provisión de fuerza de trabajo, mediatizando sus peores contradicciones mediante una gestión social populista. No es casual que bajo su régimen Panamá pasara de ser un país mayormente rural a uno urbano.

Conclusiones

La fuerza de trabajo en el agro es, sin duda, una referencia obligada para cualquier investigación que pretenda actualizar el análisis del sector agropecuario de la economía panameña. En esa perspectiva, constituye un valioso antecedente para abordar el proceso de desarrollo del capitalismo en el agro más allá de las transformaciones en curso a partir de la década de 1980, que dieron lugar a la consolidación y ampliación de los resultados de dicho proceso.

La década de 1980, en efecto, estuvo marcada por la llamada “Crisis de la Deuda” latinoamericana, la imposición de los criterios económicos del “Consenso de Washington”, que abrió paso a la globalización neoliberal, con claras consecuencias para el sector agropecuario. Esa fue, también, la década en que tuvo lugar la crisis política del régimen del General Noriega. Así, el período, 1980-1990 requiere un análisis que establezca las tendencias en las relaciones sociales de producción en el agro panameño bajo el influjo de esos fenómenos.

La fase posterior a la Invasión de 1989 y el establecimiento del llamado régimen democrático se caracteriza por la consolidación del neoliberalismo en Panamá, en particular bajo el gobierno de Ernesto Pérez Balladares (1994-97) y el ingreso del país a la Organización Mundial de Comercio. Todo ello dio lugar a una inflexión en las políticas económicas para el sector agropecuario.

A partir del año 2000, con la reversión del Canal, parece configurarse otro momento, con un esquema de acumulación centrado en el rentismo inmobiliario, de efectos muy específicos en la lucha por la propiedad de la tierra, en especial en zonas costeras, y en conflicto creciente que enfrenta a empresas mineras e hidroeléctricas con las pequeñas comunidades rurales y las etnias indígenas de tierras altas. En ese marco ocurre, en 2012, la entrada en vigencia del Tratado de Promoción Comercial con Estados Unidos, que abre un capítulo nuevo y turbulento en la historia de la producción agropecuaria panameña.

El libro de Gandásegui señaló un camino, y recorrió su primer tramo. Aún está pendiente la tarea de recorrer ese camino hasta el presente, y trazar sus alternativas de futuro.


Panamá, enero de 2013.

UN VALOR INTELECTUAL

Por: Miguel Antonio Bernal

       En el limitado y estrecho espacio,  que brinda el oprobio geogáfico y la sociedad panameña, a los valores intelectuales, Marco A Gandasegui hijo, supo como pocos, labrar con rigor y austeridad un compromiso permanente de investigación, producción y actuación social.

       La tenacidad, el desprendimiento y la paciente resistencia, hicieron que a los largo de casi seis décadas la presencia de Marco estuviese presente y dedicada en los análisis de nuestra realidad. En su permanente aventura de pensar, para conquistar el necesario conocimiento como instrumento para el cambio, no tuvo descanso.

       El periodismo, la sociología, la academia las publicaciones constantes de artículos, folletss, libros, conferencias  lo envolvieron sin sosiego. Tempranamente nos compartió, nuestro Augusto Comte panameño, la importancia de la ciencia para el estudio de nuestra sociedad y nos abrió caminos para que sus alumnos, colegas y lectores, hiciesemos ell esfuerzo por aplicar los métodos científicos al estudio de los diversos sectores integrantes de nuestra sociedad.

       La continua acción sociel de Gandasegui está plasmada desde sus primeras publicaciones, como “La Concentraciíón del Poder Económico en Panamá”, en la que nos brinda la aplicación de los vastos conocimientos que le brindó la Universidad Chilena en los albores de los sesenta.

       La inclinación al “inminente malentendido” que promueven desde siempre, en nuestro medio, los adversarios del conocimiento, no lo detuvieron en su confianza en sus capacidades, las cuales supo documentar pare todos nosotros.

       Marco contribuyó a construir opinión pública aquí y allende a nuestras fronteras. Su titánica labor al frente de la Revista Tareas y del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA), con la invalorable compañía de Valeria, quedan también como testigos materiales de un valor intelectual protagonista de nuestra historia social.


       El profesor, el Maestro más bien, ha partido en medio de un momento singular de nuestro acontecer, cuando más se necesita las  orientaciones de un valor intellectual como Gandasegui. Los pasillos, las salas de conferencia y las aulas de la Universidad de Panamá, acusan su ausencia.     
Quienes lo conocimos y compartimos, le agradeceremos siempre, su permanante afán de poner en circulación las ideas, a las cuales supo ser en todo momento fiel. Un sentido y respetuoso ¡hasta luego! 

Trece tesis sobre la catástrofe (ecológica) inminente y los medios (revolucionarios) de evitarla



I. La crisis ecológica está ya presente y se convertirá todavía más, en los meses y años próximos, en la cuestión social y política más importante del siglo XXI. El porvenir del planeta y de la humanidad va a decidirse en los próximos decenios. Los cálculos de algunos científicos en relación con los escenarios para el 2100 no son muy útiles, por dos razones: a) científica: considerando todos los efectos retroactivos imposibles de calcular, es muy aventurado hacer proyecciones de un siglo; b) política: a finales del siglo, todos y todas nosotros, nuestros hijos y nietos habrán partido y entonces ¿qué interés tiene?

II. La crisis ecológica incluye varios aspectos, de consecuencias peligrosas, pero la cuestión climática es sin duda la amenaza más dramática. Como explica el GIEC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático], si la temperatura media sobrepasa más de 1,5 grados en relación con la del período preindustrial, existe el riesgo de que se desencadene un proceso irreversible de cambio climático.

¿Cuáles serían las consecuencias? A continuación se señalan algunos ejemplos: la multiplicación de mega-incendios como el de Australia; la desaparición de los ríos y la desertificación de los suelos; el deshielo y la dislocación de los glaciares polares y la elevación del nivel del mar, que puede alcanzar hasta decenas de metros, mientras que solo con dos metros amplias regiones de Bengala, de India y de Tailandia, así como las principales ciudades de la civilización humana –Hong-Kong, Calcuta, Viena?, Amsterdam, Shangai, Londres, Nueva York, Río- desaparecerán bajo el mar. ¿Hasta dónde podrá subir la temperatura? ¿A partir de qué temperatura estará amenazada la vida humana sobre este planeta? Nadie tiene respuesta a estas preguntas…

III. Estos son riesgos de catástrofe sin precedente en la historia humana. Sería preciso volver al Plioceno, hace algunos millones de años, para encontrar una condición climática análoga a la que podrá instaurarse en el futuro gracias al cambio climático. La mayor parte de los geólogos estiman que hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, en el que las condiciones del planeta se han modificado por la actividad humana. ¿Qué actividad? El cambio climático empezó con la Revolución Industrial del siglo XVIII, pero fue después de 1945, con la globalización neoliberal, cuando tuvo lugar un salto cualitativo. En otros términos, es la civilización industrial capitalista moderna quien es responsable de la acumulación de CO2 en la atmósfera y, con ello, del calentamiento global.

IV. La responsabilidad del sistema capitalista en la catástrofe inminente está ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en la Encíclica Laudatio Si’, sin pronunciar la palabra capitalismo, denunciaba un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso, exclusivamente basado en “el principio de maximización del beneficio” como responsable a la vez de la injusticia social y de la destrucción de nuestra Casa Común, la Naturaleza. Una consigna universalmente coreada en las manifestaciones ecologistas en todos los lugares del mundo es: “¡Cambiemos el sistema, no el clima!” La actitud de los principales representantes de este sistema, partidarios del business as usual – millonarios, banqueros, expertos, oligarcas, politicastros- puede ser resumida en la frase atribuida a Luis XIV: “Después de mí, el diluvio”.

V. El carácter sistémico del problema se ilustra cruelmente con el comportamiento de todos los gobiernos (con rarísimas excepciones) al servicio de la acumulación de capital, de las multinacionales, de la oligarquía fósil, de la mercantilización general y del libre comercio. Algunos -Donald Trump, Jair Bolsonaro, Scott Morrison (Australia)- son abiertamente ecocidas y negacionistas climáticos. Los otros, los razonables, dan el tono en las reuniones anuales de la COP (¿Conferencias de los Partidos o Circos Organizados Periódicamente?) que se caracterizan por una vaga retórica verde y una completa inercia. La de más éxito fue la COP21, en París, que concluyó con solemnes promesas de reducciones de emisiones por todos los gobiernos participantes -no cumplidas, salvo por algunas islas del Pacífico-; ahora bien, si se hubieran cumplido, los científicos calculan que la temperatura podría sin embargo subir hasta 3,3 grados suplementarios.

VI. El capitalismo verde, los mercados de derechos de emisión, los mecanismos de compensación y otras manipulaciones de la pretendida economía de mercado sostenible se han revelado completamente ineficaces. Mientras que se enverdece a diestra y siniestra, las emisiones suben en flecha y la catástrofe se aproxima a grandes pasos. No hay solución a la crisis ecológica en el marco del capitalismo, un sistema enteramente volcado al productivismo, al consumismo, a la lucha feroz por las partes de mercado, a la acumulación del capital y a la maximización de los beneficios. Su lógica intrínsecamente perversa conduce inevitablemente a la ruptura de los equilibrios ecológicos y a la destrucción de los ecosistemas.

VII. Las únicas alternativas efectivas, capaces de evitar la catástrofe, son las alternativas radicales. Radical quiere decir que ataca a las raíces del mal. Si la raíz es el sistema capitalista, son necesarias alternativas anti-sistémicas, es decir anticapitalistas, como el ecosocialismo, un socialismo ecológico a la altura de los desafíos del siglo XXI. Otras alternativas radicales como el ecofeminismo, la ecología social (Murray Bookchin), la ecología política de André Gorz o el decrecimiento anticapitalista, tienen mucho en común con el ecosocialismo: en los últimos años se han desarrollado las relaciones de influencia recíprocas.

VIII. ¿Qué es el socialismo? Para muchos marxistas es la transformación de las relaciones de producción –mediante la apropiación colectiva de los medios de producción- para permitir el libre desarrollo de las fuerzas productivas. El ecosocialismo se reclama de Marx, pero rompe de forma explícita con ese modelo productivista. Ciertamente, la apropiación colectiva es indispensable, pero es también necesario transformar radicalmente las mismas fuerzas productivas: a) cambiando sus fuentes de energía (renovables en lugar de fósiles); b) reduciendo el consumo global de energía; c) reduciendo (decrecimiento) la producción de bienes y suprimiendo las actividades inútiles (publicidad) y las perjudiciales (pesticidas, armas de guerra); d) poniendo fin a la obsolescencia programada.

El socialismo implica también la transformación de los modelos de consumo, de las formas de transporte, del urbanismo, del modo de vida. En resumen, es mucho más que una modificación de las formas de propiedad: se trata de un cambio civilizatorio, basado en los valores de solidaridad, igualdad y libertad y respeto de la naturaleza. La civilización ecosocialista rompe con el productivismo y el consumismo para privilegiar la reducción del tiempo de trabajo y, así, la extensión del tiempo libre dedicado a las actividades sociales, políticas, lúdicas, artísticas, eróticas, etc., etc. Marx designaba ese objetivo con el término Reino de la libertad.

IX. Para cumplir la transición hacia el ecosocialismo es necesaria una planificación democrática, orientada por dos criterios: la satisfacción de las verdaderas necesidades y el respeto de los equilibrios ecológicos del planeta. Es la misma población –una vez desembarazada del bombardeo publicitario y de la obsesión consumista fabricada por el mercado capitalista- quien decidirá, democráticamente, cuáles son las verdaderas necesidades. El ecosocialismo es una apuesta por la racionalidad democrática de las clases populares.

X. Para llevar a cabo el proyecto ecosocialista no bastan las reformas parciales. Sería necesaria una verdadera revolución social. ¿Cómo definir esta revolución? Podríamos referirnos a una nota de Walter Benjamin, en un margen a sus tesis Sobre el concepto de historia (1940) : “Marx ha dicho que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Quizá las cosas se presentan de otra forma. Puede que las revoluciones sean el acto por el que la humanidad que viaje en el tren aprieta los frenos de urgencia”. Traducción en palabras del siglo XXI: todas y todos somos pasajeros de un tren suicida, que se llama Civilización Capitalista Industrial Moderna. Este tren se acerca, a una velocidad creciente, a un abismo catastrófico: el cambio climático. La acción revolucionaria tiene por objetivo detenerlo, antes de que sea demasiado tarde.

XI. El ecosocialismo es a la vez un proyecto de futuro y una estrategia para el combate aquí y ahora. No se trata de esperar a que las condiciones estén maduras: hay que promover la convergencia entre luchas sociales y luchas ecológicas y batirse contra las iniciativas más destructoras de los poderes al servicio del capital. Es lo que Naomi Klein llama Blockadia. En el interior de las movilizaciones de este tipo podrá emerger, en las luchas, la conciencia anticapitalista y el interés por el ecosocialismo. Las propuestas como el Green New Deal forman parte de ese combate, en sus formas radicales, que exigen el abandono efectivo de las energías fósiles, pero no en las que se limitan a reciclar el capitalismo verde.

XII. ¿Cuál es el sujeto de este combate? El dogmatismo obrerista/industrialista del pasado ya no es actual. Las fuerzas que hoy se encuentran en primera línea del enfrentamiento son los jóvenes, las mujeres, los indígenas, los campesinos. Las mujeres están muy presentes en el formidable levantamiento de la juventud lanzado por el llamamiento de Greta Thunberg, una de las grandes fuentes de esperanza para el futuro. Como nos explican las ecofeministas, esta participación masiva de las mujeres en las movilizaciones proviene del hecho de que ellas son las primeras víctimas de los daños ecológicos del sistema. Los sindicatos comienzan, aquí o allá, a comprometerse también. Eso es importante, ya que, en último análisis, no se podrá abatir al sistema sin la participación activa de los trabajadores y las trabajadoras de las ciudades y de los campos, que constituyen la mayoría de la población. La primera condición es, en cada movimiento, asociar los objetivos ecológicos (cierre de las minas de carbón o de los pozos de petróleo, o de centrales térmicas, etc.) con la garantía del empleo de los y las trabajadores y trabajadoras afectados.

XIII. ¿Tenemos posibilidades de ganar esta batalla antes de que sea demasiado tarde? Contrariamente a los pretendidos colapsólogos, que proclaman, a bombo y platillo, que la catástrofe es inevitable y que cualquier resistencia es inútil, creemos que el futuro sigue abierto. No hay ninguna garantía que ese futuro será ecosocialista: es el objeto de una apuesta en el sentido pascaliano, en la que se comprometen todas las fuerzas, en un trabajo por lo incierto. Pero, como decía, con una gran y simple prudencia, Bertold Brecht: “El que lucha puede perder. El que no lucha ha perdido ya”.



Siete meses del gobierno Bukele


Siete meses del gobierno Bukele
Pandillas, Fmln y Arena en crisis, optimismo… y agua

Luis Antonio Monterrosa
www.envio.org.ni / febrero 2020

Mientras el Fmln y Arena continúan en arenas movedizas y cada paso que dan hunde más a la izquierda y a la derecha tradicionales, el optimismo por el nuevo gobierno de Nayib Bukele se mantiene. Las percepciones de la población sobre el futuro del país han cambiado, aun cuando persisten problemas de difícil solución, como el de las pandillas. Como el del agua.

El año 2019 cerró y el año 2020 abrió agitando el escenario político que han ocupado durante tantos años el Fmln y Arena, la izquierda y la derecha tradicionales. Acusaciones por enriquecimiento ilícito contra dirigentes de ambos partidos. Acusación por negociaciones ilícitas con maras y pandillas contra un dirigente de Arena. Y se mantiene la popularidad de Bukele entre quienes fueron de izquierda o de derecha.

¿DE DÓNDE VIENE LA IZQUIERDA...?

Sigfrido Reyes, dirigente del Fmln, expresidente de la Asamblea Legislativa y, durante el gobierno de Salvador Sánchez Cerén, director de la Oficina de Promoción de Exportaciones, con un jugoso salario de 7 mil dólares, fue acusado por los delitos de peculado, lavado de dinero, estafa agravada y enriquecimiento ilícito. Se le señala la auto-autorización de viáticos durante su gestión en el Legislativo y de sospechosas transacciones financieras en bienes raíces.

El operativo policial de inicios de enero de 2020 logró capturar a su esposa y a cuatro colaboradores, pero no a Reyes y a su asistente. Se presume que huyó antes del país y que está en Francia o en Rusia, aunque las redes sociales especulan humorísticamente que debe estar en la residencia de Mauricio Funes en Managua…

En el Fmln, las reacciones fueron diversas. Dirigentes como Medardo González o Lorena Peña salieron en defensa de Reyes, argumentando persecución política. Óscar Ortiz dejó el caso en manos de la justicia, tratando de deslindar al partido del prófugo. La pregunta que plantea este caso no es ya hacia dónde va la izquierda, es de dónde viene...

¿DE DÓNDE VIENE LA DERECHA…?

En el otro extremo del escenario, Norman Quijano, excandidato presidencial de Arena en 2014, cuando perdió frente a Sánchez Cerén, y quien dejó en octubre de 2019 la presidencia del Legislativo, enfrenta un proceso judicial por la llamada “Operación Jaque”, que terminó con la condena de un nutrido grupo de pandilleros, arrastrando a personalidades políticas.

Durante el juicio contra Quijano se presentaron evidencias de que el Fmln y Arena habían realizado encuentros con pandillas, siendo el más notorio el que revela el video de una reunión en la que aparece Quijano. Quijano ha sostenido una y otra vez que jamás ha negociado con pandillas, aunque ha aceptado haberlo hecho con pastores de iglesias evangélicas que trabajaban con pandilleros en su rehabilitación.

Y aunque Quijano no es el único indiciado de Arena, y los hay del Fmln, las acusaciones contra Quijano han causado revuelo porque no se esperaba que el Fiscal General de la República hiciese la solicitud de antejuicio contra él, protegido por el fuero legislativo. La pregunta que plantea este caso es la misma: no es ya hacia dónde va la derecha, es de dónde viene…

Todo esto ocurre en un contexto en el que las más recientes encuestas revelan optimismo en la población sobre el futuro del país por la percepción de un clima de mayor seguridad. Esto asegura un buen nivel de confianza en la nueva administración de Nayib Bukele.

LA TREGUA ENTRE PANDILLAS

El caso que llevó a los tribunales a Norman Quijano exige remontarse al año 2012. Aquel año, durante el gobierno de Mauricio Funes, se registró el mayor descenso en la tasa de homicidios en el país en el período de postguerra y este logro se atribuyó a lo que se llamó “Tregua entre pandillas”.

Un equipo auspiciado por el gobierno de Funes construyó condiciones para que los máximos líderes de las dos principales pandillas en El Salvador, la Mara Salvatrucha 13 y la Pandilla 18, acordaran una tregua entre ellas, lo que disminuyó el riesgo de homicidios de “civiles”, entendiendo por civiles a “no combatientes miembros de maras y pandillas”. La tregua consiguió también una disminución de las extorsiones.

El equipo promotor de la tregua estuvo bajo el liderazgo de Raúl Mijango, excoordinador adjunto del Fmln, quien para entonces se había desligado prácticamente del partido, y del obispo castrense Fabio Colindres, quien no siempre contó con el respaldo de la Conferencia Episcopal, del arzobispo Escobar Alas y del ahora cardenal Rosa Chávez.

Este equipo generó espacios de entendimiento en los Centros Penales. Allí podían contar con interlocutores disponibles de ambos grupos y contaban también con el ascendiente que los privados de libertad tienen sobre los del resto de la mara o de la pandilla: se les reconoce un cierto halo de heroísmo al pandillero genuino, que es el que combate a su rival hasta la muerte o hasta que termina en prisión.

El equipo logró avances en la tregua y un “mejoramiento” de las condiciones infernales que los centros penales suelen tener, por la idea prevaleciente en el sistema de que la cárcel no es un centro de rehabilitación, sino de retribución: entre peores sean las condiciones, mejor será el sistema punitivo.

ÉXITOS DE LA TREGUA

Tan bien iba el proyecto de la tregua que el presidente Funes presentó la experiencia en la Asamblea General de Naciones Unidas de 2012, destacando la reducción de la tasa de homicidios. También se logró que la OEA, entonces con José Miguel Insulza como secretario general, participara como garante del proceso.

Si la tregua en El Salvador funcionaba, esto representaba un mecanismo alternativo para abordar el problema de las pandillas en otros países latinoamericanos, incluso en Estados Unidos, recolocando el diálogo como instrumento adecuado para abordar no sólo conflictos políticos, también para abordar la conflictividad social. Para el Estado salvadoreño este logro legitimaba del diálogo que llevó a los Acuerdos de 1992 que pusieron fin a la guerra civil.

En la tregua se involucró toda la maquinaria del Estado y una vez alcanzado el acuerdo entre las dos pandillas, se decidió llevar bienestar a territorios priorizados que comenzaron a llamarse Municipios Libres de Violencia, entre ellos Cuscatancingo, Ilopango y Apopa (centro del país). La idea era que el Estado hiciese presencia en esos lugares mejorando las escuelas y los servicios de salud, y haciendo pequeñas obras públicas de gran impacto contratando mano de obra local.

Los territorios que iban a ser beneficiados comenzaron a publicitar el acercamiento de autoridades del gobierno central y municipal con diversos líderes de pandillas y maras, que mostraban su disposición a abandonar la violencia. Con la tregua, las pandillas, expresiones anómalas de organización social para protestar por la exclusión, tendrían acceso a servicios públicos.

SE DESMORONA LA TREGUA ENTRE PANDILLAS

Todo parecía ir bien, cuando todo se desmoronó… “Sombras tenebrosas” comenzaron a cuestionar la transparencia y los propósitos que se estaban empleando en la tregua. Se comenzó a sospechar, sin que nunca se llegara a probar, que el Estado habría hecho concesiones ilegales a maras y pandillas, dentro y fuera de los penales. Y comenzó a correrse el rumor de que todo tenía objetivos electorales.

Los medios de comunicación diseminaron la idea de un posible pacto del Estado con “los emisarios del mal”. El verdadero problema, denunciado por los alcaldes en los territorios, fue que la inversión del Estado para mejorar los servicios nunca llegó. La prueba decisiva de que no había transparencia la dio la embajada de Estados Unidos cuestionando el uso que se estaba haciendo de sus fondos de cooperación para los nuevos programas de atención a maras y pandillas, a través de proyectos como el Programa de Apoyo Temporal al Ingreso (PATI) del Fondo de Inversión para el Desarrollo Local (FISDL).

A los cuestionamientos siguieron las retractaciones. Y peor todavía, siguió un proceso de criminalización del diálogo como medio para abordar los conflictos provocados por maras y pandillas. El gobierno de Funes comenzó a desmarcarse de la tregua y a ser gestor de cualquier otra iniciativa en esa dirección porque el éxito social de la tregua parecía llevarle a un posible fracaso político, no tanto por sus resultados en el ámbito de la seguridad, sino porque en la visión general de una sociedad que cree firmemente en el castigo, políticos y gente de iglesia, dirigentes y dirigidos, vieron en el hecho de dialogar con las pandillas una concesión demasiada riesgosa. Se debía volver a los métodos más conocidos y seguros: la represión.

Resultado final de la tregua: amenazas de enjuiciar a cualquiera que promoviera el diálogo con maras y pandillas y el enjuiciamiento de Raúl Mijango, ya no por dirigir el esfuerzo, sino por una serie de acusaciones a todas luces infundadas por las que fue condenado a trece años de cárcel. Hay que recordar que, en 2014, Mijango -quien venía de las filas del histórico Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una de las cinco organizaciones que formaron el FMLN-, había comenzado a hablar de un nuevo partido de izquierda, que llegó a bautizarse, sin haber nacido, como Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP). Y hay que destacar que ni el Ministro de Defensa, general Munguía Payés, ni monseñor Colindres, que apadrinaron los esfuerzos de la tregua, fueron enjuiciados.

DE LA TREGUA FALLIDAA LA TREGUA HIPÓCRITA

Después de esta crisis fabricada, todos los partidos políticos se dieron a la tarea de desconocer el diálogo como instrumento de abordaje de las problemáticas sociales, mientras enarbolaban la bandera de la represión.

En la campaña de las elecciones presidenciales de 2014, seguridad y pandillas fueron temas priorizados por todos los candidatos. Y mientras los procesos judiciales habían evidenciado que todo el mundo político condenaba la fallida tregua, los políticos en campaña prometían resolver el problema de las pandillas para ganar votos.

Los primeros fueron algunos alcaldes, como los de Apopa o Ilopango, cuestionados por valerse de la fuerza de las pandillas para sus propios intereses políticos. El de Apopa fue condenado a prisión, el de Ilopango falleció antes del proceso judicial. Testimonios de pandilleros judicializados -algunos aportando como pruebas videos tomados con su propio teléfono- mostraban a dirigentes políticos participando en reuniones con pandilleros haciéndoles diversos ofrecimientos a cambio de votos, y en más de algún caso entregándoles gruesos fajos de billetes. Si estas reuniones privadas no deberían haber sido el problema, sí llamó la atención que estos dirigentes practicaban una doble moral condenando a cualquiera que se reuniera con pandilleros.

POLÍTICOS CON PANDILLEROS

En el contexto electoral de 2014 todo esto sólo podía significar que estas actividades no tenían otro objetivo que el de favorecer a unos candidatos y el de perjudicar a los adversarios.

Los políticos del Fmln identificados por participar en estas reuniones o que supieron de ellas y de las negociaciones con pandilleros son Arístides Valencia, exministro de Gobernación; Medardo González, exsecretario general del partido, Benito Lara, exministro de Justicia y José Luis Merino, hombre fuerte de la ahora decaída Alba Petróleos. Los políticos de Arena identificados en estas reuniones son, además de Norman Quijano, en ese entonces candidato presidencial; Ernesto Muyshondt, actual alcalde de San Salvador; y Jorge Velado, expresidente del partido.

También fueron mencionados el actual ministro de Gobernación, Mario Durán, y el actual director de la Unidad de Reconstrucción del Tejido Social, Carlos Marroquín. Aunque el presidente Nayib Bukele se ha rasgado las vestiduras por los hechos en que estos dirigentes políticos se han visto involucrados, solicitando su enjuiciamiento, se conoce de un posible nivel de entendimiento que Bukele mantuvo con pandillas para lograr avanzar el proyecto de recuperación del Centro Histórico de San Salvador cuando era alcalde de la capital.

LA “TREGUA MAFIOSA”

Esta “tregua mafiosa”, como la llamaron algunos, entre ellos el sacerdote pasionista Antonio Rodríguez -quien favorecía el diálogo con las pandillas-, fue una sublime expresión de la hipocresía de los políticos que, mientras condenaban acercarse a las pandillas buscando una salida a la violencia, se acercaron a ellas buscando no sólo votos, también -como en el caso del alcalde de Apopa- asociarse con estos grupos para favorecer su poder político y económico por medio del terror que las pandillas provocan. ¿Contribuirá todo esto al declive final de los partidos tradicionales de izquierda y de derecha, y con su hundimiento, pondrá fin a un modo de hacer política basado en la negociación oscura y camandulera?

NAYIB BUKELE Y LAS PANDILLAS

Al llegar Nayib Bukele a la Presidencia priorizó el problema de la seguridad ciudadana y el de la violencia, partiendo en sus discursos de que los gobiernos que le precedieron no se habían hecho cargo del problema de forma efectiva y, de hecho, habían permitido el incremento de las pandillas.

“Debemos ganarnos a los jóvenes antes de que las pandillas se los puedan ganar” dijo Bukele. El plan de “recuperación de territorios” que propuso y ha implementado, tratando de responder a la demanda más sentida de la población, la seguridad, ha sido una versión con rasgos de los previos planes de Mano Dura.

Unidades de la Policía, con apoyo del Ejército, han realizado operativos en ciertos territorios considerados prioritarios por la presencia y actividades de las pandillas y en lugares significativos como en el Centro Histórico de San Salvador.

A las capturas masivas tras los operativos, siguió un endurecimiento de las condiciones de los pandilleros en las cárceles, lo que parece haber contribuido a la disminución del índice de homicidios. “El 80% de las órdenes de homicidios y extorsiones salen de los penales”, dijo Bukele y ordenó a las empresas de telecomunicaciones bloquearles la señal telefónica y de internet, algo que los gobiernos de Arena y los del Fmln nunca tuvieron la intención de hacer o nunca lo lograron. Bukele también se ha propuesto atacar a quienes financian a las pandillas, “a los que están arriba”, señalando que en algunos casos son dirigentes de los partidos políticos.

Los planes gubernamentales incluyen dar “oportunidades” a los jóvenes en riesgo, creando programas de educación, desarrollo local y capacitaciones en oficios en los territorios “recuperados” a través de la Dirección de Reconstrucción del Tejido Social. Para ello, el gobierno ha solicitado a la Asamblea reorientar créditos y a la comunidad internacional apoyo financiero con empréstitos o con cooperación financiera. Con todas estas medidas, Bukele busca terminar con la criminalidad asociada a las pandillas.

ARENA Y EL FMLN EN ARENAS MOVEDIZAS

El anunciado deterioro del gobierno instalado en junio de 2019 no llega aún. Donde se cultivaron advertencias con el “ya verán cuando llegue el desengaño”, no florecen.
La tónica política generalizada sigue siendo que Arena y el Fmln siguen en arenas movedizas y entre más se mueven más se hunden. Mientras eso ocurre, otros partidos han jugado con más astucia y continúan flotando. Como Gana, el que sirvió a Bukele como vehículo para su candidatura presidencial. Y como el PCN -el tradicional partido de los militares-, que ha dado signos de entendimiento con el Ejecutivo, sobre todo desde que su dirigente Mario Ponce asumió la presidencia del Legislativo. También van reviviendo opciones de centro-izquierda como Cambio Democrático (CD), aunque algunos de sus líderes históricos, como Héctor Dada y Rubén Zamora, quienes se han mostrado críticos de Bukele, ya se han retirado del partido. También han aparecido nuevas opciones en la derecha, como el partido Nuevos Tiempos, fundado por jóvenes disidentes de Arena, al que no hay que confundir con el partido Nuevas Ideas, impulsado por Bukele.

De no cambiar mucho, este escenario anuncia la victoria de Nuevas Ideas en las próximas elecciones para diputados y alcaldes (febrero 2021), al menos en el Legislativo, porque los resultados en los comicios municipales pueden ser muy diversos. Esto provoca temores ante una deriva del gobierno hacia el autoritarismo, especialmente por la ausencia de una oposición decente y honesta, sea de derecha o de izquierda. Pero esa debilidad es imputable a la oposición y no al actual gobierno, por críticas que se le hagan.

BUKELE: CREÍBLE Y POPULAR

El gobierno de Nayib Bukele continúa gozando de credibilidad. La encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (Iudop), realizada a fines de 2019, muestra números favorables a su gestión y una percepción optimista ante el futuro, especialmente en el ámbito de la seguridad ciudadana. En el año 2014 apenas un 14%, y un porcentaje menor (7.6%) en 2017, decía que el país iba “a mejor”. Ahora, apenas unos meses después de la llegada de Bukele, el 65% de la población dice que 2019 fue “mejor que 2018”. Si es o no realidad que el país va “mejor”, es ésa la percepción mayoritaria. Y ya se sabe que todas las encuestas lo que revelan son percepciones.

Tal vez haya que preocuparse precisamente por este optimismo que, sin ser excesivo, puede no sólo ser manipulable por fuerzas políticas y económicas y, sobre todo, puede conducir a una pasividad de la sociedad civil, la organizada y la desorganizada, a la hora de reclamar derechos. Durante los diez años de gobierno del Fmln muchas de las combativas organizaciones sociales salvadoreñas aparcaron demandas y acciones para no importunar la gestión gubernamental del partido de izquierda y el resultado no fue nada positivo. Un primer signo de preocupación es ya el hecho de que en los movimientos sociales no sean perceptibles ni liderazgos ni agenda.

HAY MÁS SEGURIDAD Y CONTINÚA EL OPTIMISMO

El optimismo tiene su base en una mejoría en la seguridad ciudadana. En la Encuesta del Iudop de fines de 2019, hecha pública en enero de 2020, casi un 70% de la población dice sentirse más segura y lo atribuye a los planes de seguridad del gobierno de Bukele. La Presidencia aparece con un índice de confianza de casi el 50% desbancando a la iglesia católica, a las iglesias evangélicas y a las fuerzas armadas. Ante esto, hay quienes recuerdan que Mauricio Funes, hoy prófugo de la justicia salvadoreña y acogido por Daniel Ortega en Nicaragua, también gozó de esa confianza e inició su mandato en un ambiente de optimismo.

Aunque en el país se perciba mayor seguridad, es importante el contraste con el deterioro de la imagen de la Policía Nacional Civil y de las Fuerzas Conjuntas de patrullaje (Policía-Ejército), cuando han salido a la luz nuevos Grupos de Exterminio comandados por policías, expresión de las anteriores y persistentes estrategias de mano dura implementadas para enfrentar el problema de las pandillas.

DE LA NUEVA POLARIZACIÓN

Un dato importante de la encuesta del IUDOP señala que más de tres cuartas partes de la población salvadoreña dice no tener simpatía política ni afiliación a ningún partido político.

En un escenario dominado durante 30 años por Arena y el Fmln, con veinte años de gobiernos areneros y diez años de gobiernos efemelenistas, resulta muy llamativa esta respuesta. De ella se desprende una pregunta: ¿Dónde están los seguidores y los militantes de estos dos partidos? Evidentemente, muchos, tanto de la derecha como de la izquierda, terminaron votando por Bukele. Así que dirigentes políticos y analistas tradicionales que critican al gobierno de Bukele, hígado en mano, deban callarse ante la simpatía que le tiene la población llana.

Todavía más. De la cuarta parte de la población que afirma que sí tiene simpatía política, el 70% se identifica con Nuevas Ideas, el partido de Bukele, mientras Arena y el Fmln gozan de sólo un 11% cada uno. Hoy, los dos poderosos partidos, representantes indiscutidos de la derecha y la izquierda, han sido reducidos a su mínima expresión, y no por la fuerza de la imposición política de Nuevas Ideas, sino por el “negocio” en que ambos convirtieron la política a lo largo de treinta años.

Si Bukele rompió la polarización tradicional entre Arena y el Fmln, entre derecha e izquierda, surge la pregunta: ¿Dónde se ubica Nuevas Ideas y Bukele? Teniendo en cuenta a sus simpatizantes y votantes, también a algunos personajes públicos, Bukele y su partido se nutren de ambas corrientes. Más allá de esta evidencia, permanece la pregunta: ¿Se trata de un nuevo modo, honesto o al menos más honesto, de hacer política o simplemente asistimos al típico inicio de una nueva gestión que levanta los ánimos y luego se convierte en una tragedia vestida de corrupción? También salta otra pregunta: ¿No se irá convirtiendo Bukele en un nuevo imán de polarización: los partidos tradicionales a un lado y Nuevas Ideas al otro?

AGUA A LA VISTA

Enero de 2020 será recordado por la crisis de abastecimiento de agua potable en el área metropolitana de San Salvador, que no derivó en el habitual despido de funcionarios por sus irresponsabilidades en la gestión del recurso hídrico.

El agua comenzó a llegar a las casas de la capital turbia y con mal olor, pero se siguió considerando potable y la ministra de Salud aconsejó que se hirviera antes de consumirla. Al parecer, en la principal planta potabilizadora, situada a unos 50 kilómetros al norte de San Salvador, se había producido una proliferación de algas, a pesar de que recientemente se le había hecho a la planta un trabajo de mantenimiento que privó de agua al área metropolitana durante casi una semana.

Aunque el gobierno se movilizó para abastecer los hogares con agua embotellada, y aprovechase la ocasión para las típicas fotos de funcionarios participando en el reparto de agua, nunca terminó el gobierno de presentar un informe cien por ciento creíble. Afortunadamente, los análisis de potabilidad que la Universidad Nacional realizó, aunque confirmaron la existencia de algas en el agua, concluyeron también que los niveles no resultaban dañinos para las personas que la consumieron.

En el contexto de esta nueva crisis del agua está la subyacente lucha por la privatización del agua, medida anhelada por personajes vinculados históricamente al gran capital. El gobierno de Bukele ha repetido en diversas ocasiones que es partidario de crear un ente regulador de carácter estatal y ha dicho que es contrario a la privatización. Sin embargo, no está de más sospechar que la crisis de enero pareciera corresponder a la típica muestra de ineficacia e ineficiencia gubernamental para después argumentar la privatización. Siendo el abastecimiento de agua una reivindicación histórica, especialmente en el área metropolitana, el gobierno central se encontró en el agua con un imprevisto talón de Aquiles por el cual no termina de deducir responsabilidades. ¿Cuál será el costo?

PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA Y CIENCIAS POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS DE EL SALVADOR.