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Democracia: anteayer y pasado mañana

Guillermo Castro H.

“Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna.”

Karl Marx, 1852[1]

 

“Andamos sobre las olas, y rebotamos y rodamos con ellas;

por lo que no vemos, ni aturdidos del golpe nos detenemos a examinar,

las fuerzas que las mueven. Pero cuando se serene este mar,

puede asegurarse que las estrellas quedarán más cerca de la tierra.

¡El hombre envainará al fin en el sol su espada de batalla!”

José Martí, 1884 [2]

 En 1848, Europa Occidental fue recorrida por una revolución popular que barrió con los últimos restos del mundo anterior a la Revolución Francesa y sustituyó en Francia la monarquía constitucional por la república burguesa. Para el 2 de diciembre de 1851, el proceso político abierto por esa revolución condujo al primer presidente de aquella república, Luis Napoleón Bonaparte, a dar un golpe de Estado conservado, que un año después desembocó en en la proclamación del llamado III Imperio – aquel que llevó a cabo la conquista colonial de Indochina e intentó establecer en México a Maximiliano de Habsburgo como emperador.

El significado histórico de ese desenlace fue abordado ese mismo año por Carlos Marx en su ensayo “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Allí planteó que en Europa la república no significaba entonces, en general, “más que la forma política de la subversión de la sociedad burguesa y no su forma conservadora de vida,” en contraste con los Estados Unidos de América,

donde si bien existen ya clases, éstas no se han plasmado todavía, sino que cambian constantemente y se ceden unas a otras sus partes integrantes, en movimiento continuo; [y] el movimiento febrilmente juvenil de la producción material, que tiene un mundo nuevo que apropiarse, no ha dejado tiempo ni ocasión para eliminar el viejo mundo fantasmal.

No es el caso examinar aquí las vicisitudes del III Imperio, derrotado en 1871 en la guerra franco-prusiana, que abrió paso a su vez a la colaboración de los ejércitos alemán y francés que condujo a la derrota de la Comuna de París, proclamada en el marco de aquella crisis por los trabajadores de la capital de Francia. Importa, si, destacar dos hechos.

El primero consiste en que, a la larga, el liberalismo triunfante encontró una doble solución a la conservación de la organización estatal republicana. Por un lado, asumió el papel de eje del equilibrio entre una izquierda de lenguaje radical y una derecha conservadora. Por el otro, fomentó el modelaje de esa izquierda mediante un proceso en el cual, a decir de Marx, tomó cuerpo una socialdemocracia constituida mediante el procedimiento de limar “la punta revolucionaria” de las reivindicaciones sociales de los trabajadores para darles “un giro democrático”, mientras a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía “se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista.” Con ello, esa socialdemocracia, añadía Marx, pasó a “exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía,” mediante propuestas de transformación social planteadas en nombre de una pequeña burguesía que no deseaba “imponer, por principio, un interés egoísta de clase”, por estar convencida de que “las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases.”

El segundo hecho que conviene recordar aquí es que ese proceso distó mucho de ser ni homogéneo ni universal. En el primer caso, porque sus expresiones dependieron de las formas y grados del desarrollo del capitalismo en el mundo Noratlántico, como se aprecia en la referencia de Marx al caso de los Estados Unidos. Y en el segundo, porque esas luchas democráticas tuvieron lugar fundamentalmente en los Estados que se beneficiaban de la existencia del sistema colonial que regía entonces al mercado mundial, y disputaban entre sí el control de esos beneficios.

La experiencia democrática vendría a universalizarse con la desintegración del sistema colonial a lo largo de la Gran Guerra de 1914-1945. En ese marco, hacia 1930 Antonio Gramsci examinó con gran riqueza los problemas relativos a la formación y las transformaciones de la democracia liberal y su Estado a la luz simultánea de la formación de la Unión Soviética en 1918, y del ascenso del fascismo en Italia y Alemania en la década de 1920. [3] En esa tarea, partió de considerar a la democracia en su relación con el Estado, y a éste en su relación con la sociedad.

A partir de allí, tras caracterizar a la “democracia burguesa” como liberal, parlamentaria y delegada, se planteó el problema de la construcción de un tipo de democracia fundada en el control estricto de los representantes por parte de los representados y en la homogeneidad social de la representación política. Con ello, abría a debate el problema de hacer concreto el derecho “abstracto” al autogobierno del conjunto de la sociedad.

Para Gramsci, la democracia se había convertido en el terreno específico de la lucha de clases en Occidente, y como tal debía ser abordada. A esa visión se vinculan en su trabajo, por ejemplo, los conceptos de hegemonía - que enfatiza la búsqueda de consenso - y de una sociedad regulada como futuro, una vía para superar la distinción entre gobernantes y gobernados. Al respecto, de un modo característico en su pensar, señalaba que

“Aunque sea cierto que para las clases productivas fundamentales (burguesía capitalista y proletariado moderno) el Estado no es concebible más que como forma concreta de un determinado mundo económico […] no se ha establecido que la relación de medio y fin sea fácilmente determinable y adopte el aspecto de un esquema simple y obvio a primera vista.”

 Esto, añadía, sucede en una situación histórica atrasada, con una burguesía débil, cuando las “nuevas ideas” son llevadas sobre todo por la “capa de los intelectuales”, en el caso de regiones semiperiféricas – como el Sur de Europa y de América – o de la periferia colonial, donde ya estaban en ascenso movimientos de liberación nacional que desempeñarían un importante papel en la conformación de un sistema internacional / interestatal a partir de la década de 1950.

Para Gramsci, además, en el análisis del Estado correspondiente a esa democracia la “distinción entre la sociedad política y la sociedad civil [...] es puramente metodológica, no orgánica y en la vida histórica concreta sociedad política y sociedad civil son una misma cosa”. Así, entendía al Estado como “todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados”. Y añadía que al interior de ese Estado operaba además la lucha de la clase subalterna “por mantener la propia autonomía y a veces por construir una propia hegemonía, alternativa a aquella dominante, disputando a la clase dominante el sentido común.”

En esta perspectiva, cabía plantear que “una clase se encuentra madura para proponerse a sí misma como hegemónica solo cuando sabe ‘unificarse en el Estado’”. Con ello, cual la formación de “un nuevo tipo de Estado” generaba el problema de la formación “de una nueva civilización” que tomara cuerpo a partir de aquella “revolución moderna” que reclamara Marx en 1852.

Hoy, aquí, podemos, debemos encarar desde nosotros mismos la tarea de crear las condiciones que faciliten la transición hacia un Estado que sea revolucionario por lo democrática que llegue a ser la civilización que contribuya a generar – esto es, por su capacidad para expresar y ejercer el interés general de la sociedad. Esa civilización no será nueva si se define en confrontación con la barbarie de quienes no participan de ella. Lo será, en cambio, si lo hace desde la naturaleza de quienes la construyen, y contra la falsa erudición que lleva a otros a adversarla.

 Alto Boquete, Panamá, 23 de noviembre de 2022


[1] Marx, Karl (1852): “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, páginas 404 a 498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

[2] “Maestros Ambulantes”: La América. Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975.VIII, 288 - 292.

 [3] Al respecto, Liguori, Guido: “Democracia” y “Estado”, en Liguori, Massimo; Modonesi, Massimo y Voza, Paquale (2022): Diccionario Gramsciano (1926-1937). UNICApress, Cagliari. https://unicapress.unica.it/index.php/unicapress/catalog/view/978-88-3312-066-9/50/569-1

La ciudad moderna: antidemocrática, antihumana y antiecológica

 Olmedo Beluche 

 Buenas tardes. 

Agradezco al Arq. Tomás Correa, coordinador de la Facultad de Arquitectura y Diseño del Centro Regional Universitario de Azuero de la Universidad de Panamá por esta invitación a la VI Bienal de Estudiantes de Arquitectura del Centro Regional Universitario de Azuero (VI BEAC) para reflexionar sobre las causas sociales de la crisis de la ciudad moderna en general, y particularmente de nuestra ciudad capital y las de nuestro país, Panamá. 

Que nuestras ciudades modernas están en crisis no requiere mucha evidencia. Basta salir a la calle: expulsión de pobres y trabajadores desde el centro hacia los suburbios, problemas de transporte público, ineficiente recolección de basura, escaso suministro de agua potable, calles intransitables, cortes frecuentes de energía eléctrica por falta de mantenimiento al sistema, hipotecas de por vida basadas en el interés compuesto, contaminación, destrucción de la naturaleza y del mundo rural, etc. 

En Panamá, no pasa un día sin que los moradores de alguna comunidad salgan a la calle a protestar porque no tienen agua, o calles, o escuelas, o centros de salud, o porque simplemente no se recoge la basura. Esta crítica realidad no puede ser justificada con la excusa de la reciente pandemia de la Covid-19, sino que expresa un deterioro constante que data, al menos, de 40 años y, en caso de la ciudad de Colón, por lo menos 70 años. 

Si viajamos a otros países probablemente encontremos ciudades menos sucias, pero adentrándonos en ellas podremos apreciar muchos componentes de la crisis que describimos, sobre todo si visitamos sus suburbios, tugurios o guetos. Ciudades de decenas de millones de habitantes rodeadas de “favelas”, villas miseria, zonas rojas, como sea que se les llame, así se trate de México, San Pablo, Buenos Aires, o Los Ángeles, Detroit, Nueva York, Johannesburgo, Nueva Delhi, Shanghái, etc. 

¿Cómo explicar esta triste realidad del mundo contemporáneo?  

Federico Engels, en su ensayo “Contribución al problema de la vivienda” (1876), dice: “Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real”.  

En la sociedad actual la producción y reproducción de la vida se hace bajo las condiciones del sistema capitalista de producción: por el cual, una minoría propietaria de los medios de producción explota y obtiene plusvalía (ganancia) del trabajo de una mayoría desposeída de medios de producción que venden su fuerza de trabajo por un salario. 

El antropólogo y geógrafo británico, David Harvey, en “El derecho a la ciudad” señala: “La urbanización siempre ha sido, …, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos… surge una conexión íntima entre el desarrollo del capitalismo y la urbanización.” 

De ahí que el proceso de urbanización moderno sirve por doble vía al sistema de acumulación capitalista: por un lado, es utilizado como mecanismo de inversión y atesoramiento de las enormes sumas de capital generadas por la producción industrial de mercancías, o a veces, como mecanismo al servicio del lavado de capitales salidos de fuentes ilegales, como el narcotráfico, la corrupción o el robo de bienes públicos; por otro lado, se convierte ella misma en fuente de más acumulación de capital y ganancia cuando se mercadean dichas propiedades. 

El crecimiento de las grandes ciudades modernas concede al suelo localizado en determinadas áreas, particularmente aquellas que se hallan centralmente situadas, un incremento artificial y colosal de su valor”, enfatiza Engels en el opúsculo citado. Y agrega que “En realidad la burguesía no conoce más que un método para resolver a su manera la cuestión de la vivienda, es decir, para resolverla de tal suerte que la solución cree siempre de nuevo el problema. Ese método se llama Haussmann”. 

George Eugene Haussmann fue un político francés que, bajo el régimen de Napoleón Tercero, rediseñó la ciudad de París, derribando los barrios populares que poblaban el centro de la ciudad, con sus pequeñas callejuelas, en las que la levantisca población fortificaba con barricadas cada vez que una nueva revolución estallaba. Haussmann trazó las grandes avenidas que hoy adornan el centro de París, creó un plan urbano de viviendas de lujo en el centro y expulsó a los pobres a la periferia de la ciudad. 

A este método urbanístico ahora se le llama gentrificación: apropiación para la extracción de plusvalía de las mejores tierras (renta del suelo) con la expulsión de quienes no pueden pagarla hacia los suburbios. Trasladando los problemas al extrarradio de la ciudad, los suburbios o los guetos. 

La producción del espacio capitalista ha ocasionado el barrido de la ciudad anterior para dejar sitio a una nueva condición desde la que contemplamos la hegemonía del valor de cambio… conducirían a la exclusión de poblaciones enteras y a la desintegración de la ciudad como proyecto colectivo”, ha dicho el filósofo marxista Henri Lefebvre en su ensayo también titulado “El derecho a la ciudad” de 1968. 

La globalización con su integración mundial económica y las megaciudades con decenas de millones habitantes y la cuasi desaparición del mundo rural lleva a algunos, como la arquitecta francesa Françoise Choay a hablar de la “postciudad” y también la “megalópolis”. Para Choay, estas postciudades implican “la desaparición … de ciertos modos locales de vivir juntos con un sentido institucional que era específico de aquellas entidades imbuidas de una cierta identidad y que solían llamarse ciudades”. 

Puede decirse entonces que la ciudadanía moderna, es decir, los habitantes de las ciudades, hemos sido expropiados no solo de los medios de producción, lo que nos condena a vender nuestra fuerza de trabajo por un salario, sino que también hemos sido expropiados de la ciudad que habitamos y la cual ha dejado de pertenecernos. 

Hablando de nuestro país. Nuestra capital, la ciudad de Panamá, fue estructurada por el colonialismo español como centro administrativo y político, y lugar de asiento de las clases dominantes, pero también marcada por el característico modo en que el Istmo se ha insertado en la división internacional del trabajo, y que se ha denominado “transitismo”. 

El “transitismo” ha implicado un territorio y una población dedicados exclusivamente al servicio del comercio internacional, puente de mercancías y de gentes entre dos océanos, en el que, por esa razón ni la agricultura, ni la industria han podido desarrollarse y crecer adecuadamente. El transitismo lo absorbe todo, incluyendo la población que emigra hacia la zona de tránsito, y que absorbe entre 80 y 90 % de la economía. 

En otro ensayo (“Ciudad de Panamá, 500 años entre ferias y miserias”) hemos establecido que la ciudad de Panamá ha pasado por diversas etapas históricas, todas ellas asociadas al transitismo:  

La aldea de pescadores, antes de la conquista española. 

La ciudad colonial transitista.  

La ciudad en la crisis del transitismo del siglo XVIII y XIX.  

La ciudad del ferrocarril y la expropiación del transitismo. 

 La ciudad, “a un canal pegada”, la “ciudad fragmentada”, al decir de Álvaro Uribe. 

La ciudad que recupera de la soberanía sobre la zona expropiada en 1903, y que gracias al canal panameño da impulso al boom inmobiliario del siglo XXI y la “ciudad emparapetada” (Álvaro Uribe). 

No nos detendremos en este momento en cada una de esas etapas que tuvo sus particulares implicaciones sociales, políticas y arquitectónicas. Lo importante es resaltar que ese determinismo geográfico, el transitismo, empeorado por las condiciones de la separación de Colombia y el Tratado Hay Bunau-Varilla, produjo lo que el arquitecto Álvaro Uribe denominó hace 30 años “La ciudad fragmentada”. 

Producto de la aparición de un fenómeno extraño como la Zona del Canal, la ciudad de Panamá se vio forzada a un crecimiento anormal, no concéntrico, sino estirado hacia el este, como un cometa, y con un bache de por medio por la “zona”, con un salto hacia el oeste.  

A ello se sumó el que Estados Unidos no permitió a la oligarquía panameña de 1903 ningún medio de acumulación de capital basado en el transitismo, cuyo control se perdió por efecto del Tratado Hay – Bunau Varilla, y solo le quedaron métodos indirectos de  acumulación de capital: como el rentismo, basado en la propiedad de la tierra de la ciudad y la construcción de insalubres cuartos de inquilinato para los trabajadores del canal. 

La explotación de la vivienda miserable del inquilinato llevó a dos graves conflictos sociales en 1925 y 1932: el Movimiento Inquilinario, con su costo de vidas y represión por parte de las tropas norteamericanas en 1925. 

La apropiación de las fincas que rodeaban la ciudad, hacia el este, por las principales familias de los “próceres” de 1903 (Uribe reproduce un mapa donde ubica la fincas de los Arias, Obarrio, Espinoza, Hurtado, Icaza, Lefevre, etc.), produjo con el tiempo la fragmentación de la ciudad.  

Sin un centavo de inversión privada, esperando que el Estado invirtiera en infraestructura que paulatinamente fue valorizando los terrenos de dichas fincas, hasta que se fraccionaban para la urbanización, pero como áreas aisladas unas de otras, siguiendo los contornos de las fincas para mejor aprovechamiento de la tierra, y sin ningún plan ni control del desarrollo urbano por partes del Estado. Todo lo cual permite comprender mejor la caótica situación del tráfico urbano, el transporte público, etc. 

Álvaro Uribe resume: “… el factor decisivo en la producción de la ciudad, lo ha constituido esa forma de pago exigido por la propiedad monopólica del suelo, la renta,…, En cuanto a la ciudad de Panamá, de lo anterior se desprende que la ausencia de instrumentos de regulación efectiva de la expansión urbana, y … la posición complaciente del Estado…, convirtiendo nuestra ciudad en un mosaico fracturado, en un amasijo de fragmentos… que constituyen un obstáculo para el disfrute pleno de la vida urbana”. 

En “La ciudad fragmentada”, escrita en 1989, cuando empezaba el proceso de “reversión” de las áreas urbanas de la ex Zona del Canal, Uribe finaliza expresando la esperanza de que la reversión de lo que fue la Zona del Canal, permitiera a la ciudad de Panamá corregir muchos de sus “errores” urbanísticos o que, al menos, se hiciera uno mejor para esas áreas revertidas. 

Hoy, más de treinta años después podemos ver que no ha sido así. Dos han sido los criterios utilizados por los planificadores del Ministerio de Economía a cargo de las áreas revertidas:  

1. Por un lado, no permitir el uso completo de las instalaciones revertidas, ni siquiera por agencias gubernamentales, prefiriendo que se deterioren, antes que su entrada al “mercado inmobiliario” produjera una devaluación masiva del monopolio de la tierra en las ciudades de Panamá y Colón. 

2. Cuando se ha procedido a entregar a la gestión privada de algunos lugares, en Albrook, Clayton o Howard, se ha reproducido la anarquía reinante en el resto de la ciudad, sin respetar reglas de uso de suelo, desarrollo de alcantarillados, respeto a la naturaleza, etc. Recientemente un canal de televisión dedicó un ilustrativo espacio a esa realidad en el barrio de Albrook, en el que una moradora confesó que compró su casa allí creyendo que compraba el paraíso y se ha encontrado con el infierno. 

¿Tiene esto solución? 

La solución a los problemas de nuestras ciudades no puede provenir de quienes son los responsables de la actual situación y sus beneficiarios. 

Empezar a resolver los problemas de nuestras ciudades empieza por proponernos recuperar “EL DERECHO A LA CIUDAD”, para TODA la ciudadanía, es decir, todos sus habitantes, como proponen Henri Lefebvre y David Harvey.  

Dar respuesta a este problema no es un simple problema técnico, sino político. Si bien la arquitectura, el diseño y la ingeniería pueden adoptar mejores criterios para realizar su labor respetando el ambiente e integrando espacios públicos para la población, el problema está en los propietarios capitalistas del negocio inmobiliario, quienes buscarán siempre rebajar los costos para maximizar ganancias. Esa es una ley del sistema capitalista y solo se puede cambiar cambiando al sistema económico y social, quitándoles poder a esa minoría y transfiriéndolo a las mayorías. 

Pero eso requiere, como dijo Engels, un cambio tanto de quienes detentan el poder político y económico, así como de la forma de organizar la vida, su producción y reproducción.  

Como dijo Federico Engels: Quien pretende que el modo de producción capitalista, las leyes férreas de la sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin embargo, quiere abolir las consecuencias desagradables pero necesarias, no puede hacer otra cosa que predicar moral a los capitalistas”. Pero para los capitalistas los consejos están demás porque: “En cuestiones de dinero sobran los sentimientos”. 

Recuperar la ciudad requiere que una nueva fuerza social y política desplace del poder a los especuladores, rentistas y los políticos corruptos a su servicio. Recuperar la ciudad requiere la movilización activa, participativa y democrática de la ciudadanía. Recuperar la ciudad requiere una nueva generación de arquitectos y arquitectas, de ingenieros e ingenieras, de diseñadores y diseñadoras dispuestos a diseñar y luchar por una ciudad democrática, humana y ecológica. 

Bibliografía 

Beluche, Olmedo (2020) Ciudad de Panamá, 500 años entre ferias y miserias. Cuadernos Nacionales (26). pp. 72-80. ISSN 1810-5491 

Choay, Françoise (1999) “De la ville a l’urbain”, Revue D’Urbanisme 309, pp. 6-8. 

Costes, Laurence. Del ‘derecho a la ciudad’ de Henri Lefebvre a la universalidad de la urbanización moderna. URBAN. Septiembre de 2011 – Septiembre de 2012. NS 02. http://polired.upm.es 

Engels, Federico. Contribución al problema de la vivienda. Fundación Federico Engels. https://traficantes.net 

Harvey, David. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar 

Lefebvre, Henri. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar 

 

Chitré, 23 de noviembre de 2022.

CANDIDATURA PREMATURA NO MADURA

Miguel Antonio Bernal V.

       El anuncio hecho, el pasado 3 de noviembre, por el rector reelecto de la Universidad de Panamá, hace apenas un año, llama obligatoriamente a la reflexión, al análisis y a la prevención. 

                 En efecto, en su discurso en la Colina, el reelecto designó con nombre, apellido y cargo, ante los escasos presentes, al escogido - por él- como candidato a la Rectoría para el período 2026-2031. O sea, ¡con cuatro años de adelanto! 

                 Para quienes creímos que con García de Paredes, ya habíamos visto todo el daño que  se le podía hacer a la Academia, es necesario reconocer que nos equivocamos de lleno.       

             Cuál monarca autoritario y emulando a sus jefes políticos del PRD, el reelecto rector dio a conocer su delfín y ungido para sucederle, como si la Universidad fuese su feudo y los profesores, estudiantes y administrativos, sus siervos o espoliques. 

    ¿Qué propósitos animan al reelecto para dar un paso de esa  naturaleza que afecta, aún más de lo que ya está, la vida académica y administrativa de la que, una vez fue, nuestra primera casa de estudios?                   

      

       ¿Qué persigue el reelecto, al querer convertir, desde ya, a la Casa de Méndez Pereira, en un tinglado del clientelismo y del electorelismo y sus más abyectas prácticas?   

                   ¿Qué sentido tiene recurrir, en la Universidad, a una "movida" de esa naturaleza como si fuese un Luis Napoleón Bonaparte?         Se que lo respaldarán las huestes oportunistas - gustavitas de ayer y floristas de hoy-. Además del silencio de los muchos que hoy ocupan cargos docentes o administrativos, gracias al dedo nominador.                 Es indignante y vergonzoso todo esto, pero no podemos callar ante lo ignominioso de la actuación de los fariseos del otrora templo del saber. 

     El delfín, heredero del trono y ungido por el reelecto, José E. Moreno, quien ocupa el cargo, ni más ni menos, de vicerrector académico, solo cabe desearle "buen salto".  Por lo pronto, le espera el calvario al que le someterán las huestes de su propio entorno.

Museo de Herrera

 

La idea del museo surge del profesor Don Favio Rodríguez de recoger la historia de la provincia y contarla así como un lugar donde resguardarla. El Edificio de estilo neoclásico fue construido por un arquitecto español a petición del señor José Márquez. Cabe señalar que el edificio que alberga hoy el museo fue la residencia de José Márquez. La mayor parte de las colecciones del museo se obtuvieron gracias a las donaciones del profesor Don Favio Rodríguez Ríos quien además fue el fundador del museo de Herrera. Este comenzó la labor de recopilar piezas para dicho recinto a partir de su labor como docente. La colaboración del patronato del museo fue sin duda trascendental para crear sinergia con la comunidad en cuanto a la preservación de la cultura material de Herrera. Sin duda es especial el apoyo de ciertas familias en estas donaciones como la Familia Ferrari. La colección del Agustín Ferrari aficionado a la arqueología es entonces adquirida por el museo. Así mismo otros objetos que forman parte de la sala de la huerta chitreana fueron donados por familias y personas que tenían esos enseres de la huerta en sus casas.

 

Dumas Myrie S.

Docente universitario

Twitter: @dumas997