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Democracia: anteayer y pasado mañana

Guillermo Castro H.

“Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna.”

Karl Marx, 1852[1]

 

“Andamos sobre las olas, y rebotamos y rodamos con ellas;

por lo que no vemos, ni aturdidos del golpe nos detenemos a examinar,

las fuerzas que las mueven. Pero cuando se serene este mar,

puede asegurarse que las estrellas quedarán más cerca de la tierra.

¡El hombre envainará al fin en el sol su espada de batalla!”

José Martí, 1884 [2]

 En 1848, Europa Occidental fue recorrida por una revolución popular que barrió con los últimos restos del mundo anterior a la Revolución Francesa y sustituyó en Francia la monarquía constitucional por la república burguesa. Para el 2 de diciembre de 1851, el proceso político abierto por esa revolución condujo al primer presidente de aquella república, Luis Napoleón Bonaparte, a dar un golpe de Estado conservado, que un año después desembocó en en la proclamación del llamado III Imperio – aquel que llevó a cabo la conquista colonial de Indochina e intentó establecer en México a Maximiliano de Habsburgo como emperador.

El significado histórico de ese desenlace fue abordado ese mismo año por Carlos Marx en su ensayo “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Allí planteó que en Europa la república no significaba entonces, en general, “más que la forma política de la subversión de la sociedad burguesa y no su forma conservadora de vida,” en contraste con los Estados Unidos de América,

donde si bien existen ya clases, éstas no se han plasmado todavía, sino que cambian constantemente y se ceden unas a otras sus partes integrantes, en movimiento continuo; [y] el movimiento febrilmente juvenil de la producción material, que tiene un mundo nuevo que apropiarse, no ha dejado tiempo ni ocasión para eliminar el viejo mundo fantasmal.

No es el caso examinar aquí las vicisitudes del III Imperio, derrotado en 1871 en la guerra franco-prusiana, que abrió paso a su vez a la colaboración de los ejércitos alemán y francés que condujo a la derrota de la Comuna de París, proclamada en el marco de aquella crisis por los trabajadores de la capital de Francia. Importa, si, destacar dos hechos.

El primero consiste en que, a la larga, el liberalismo triunfante encontró una doble solución a la conservación de la organización estatal republicana. Por un lado, asumió el papel de eje del equilibrio entre una izquierda de lenguaje radical y una derecha conservadora. Por el otro, fomentó el modelaje de esa izquierda mediante un proceso en el cual, a decir de Marx, tomó cuerpo una socialdemocracia constituida mediante el procedimiento de limar “la punta revolucionaria” de las reivindicaciones sociales de los trabajadores para darles “un giro democrático”, mientras a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía “se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista.” Con ello, esa socialdemocracia, añadía Marx, pasó a “exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía,” mediante propuestas de transformación social planteadas en nombre de una pequeña burguesía que no deseaba “imponer, por principio, un interés egoísta de clase”, por estar convencida de que “las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases.”

El segundo hecho que conviene recordar aquí es que ese proceso distó mucho de ser ni homogéneo ni universal. En el primer caso, porque sus expresiones dependieron de las formas y grados del desarrollo del capitalismo en el mundo Noratlántico, como se aprecia en la referencia de Marx al caso de los Estados Unidos. Y en el segundo, porque esas luchas democráticas tuvieron lugar fundamentalmente en los Estados que se beneficiaban de la existencia del sistema colonial que regía entonces al mercado mundial, y disputaban entre sí el control de esos beneficios.

La experiencia democrática vendría a universalizarse con la desintegración del sistema colonial a lo largo de la Gran Guerra de 1914-1945. En ese marco, hacia 1930 Antonio Gramsci examinó con gran riqueza los problemas relativos a la formación y las transformaciones de la democracia liberal y su Estado a la luz simultánea de la formación de la Unión Soviética en 1918, y del ascenso del fascismo en Italia y Alemania en la década de 1920. [3] En esa tarea, partió de considerar a la democracia en su relación con el Estado, y a éste en su relación con la sociedad.

A partir de allí, tras caracterizar a la “democracia burguesa” como liberal, parlamentaria y delegada, se planteó el problema de la construcción de un tipo de democracia fundada en el control estricto de los representantes por parte de los representados y en la homogeneidad social de la representación política. Con ello, abría a debate el problema de hacer concreto el derecho “abstracto” al autogobierno del conjunto de la sociedad.

Para Gramsci, la democracia se había convertido en el terreno específico de la lucha de clases en Occidente, y como tal debía ser abordada. A esa visión se vinculan en su trabajo, por ejemplo, los conceptos de hegemonía - que enfatiza la búsqueda de consenso - y de una sociedad regulada como futuro, una vía para superar la distinción entre gobernantes y gobernados. Al respecto, de un modo característico en su pensar, señalaba que

“Aunque sea cierto que para las clases productivas fundamentales (burguesía capitalista y proletariado moderno) el Estado no es concebible más que como forma concreta de un determinado mundo económico […] no se ha establecido que la relación de medio y fin sea fácilmente determinable y adopte el aspecto de un esquema simple y obvio a primera vista.”

 Esto, añadía, sucede en una situación histórica atrasada, con una burguesía débil, cuando las “nuevas ideas” son llevadas sobre todo por la “capa de los intelectuales”, en el caso de regiones semiperiféricas – como el Sur de Europa y de América – o de la periferia colonial, donde ya estaban en ascenso movimientos de liberación nacional que desempeñarían un importante papel en la conformación de un sistema internacional / interestatal a partir de la década de 1950.

Para Gramsci, además, en el análisis del Estado correspondiente a esa democracia la “distinción entre la sociedad política y la sociedad civil [...] es puramente metodológica, no orgánica y en la vida histórica concreta sociedad política y sociedad civil son una misma cosa”. Así, entendía al Estado como “todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados”. Y añadía que al interior de ese Estado operaba además la lucha de la clase subalterna “por mantener la propia autonomía y a veces por construir una propia hegemonía, alternativa a aquella dominante, disputando a la clase dominante el sentido común.”

En esta perspectiva, cabía plantear que “una clase se encuentra madura para proponerse a sí misma como hegemónica solo cuando sabe ‘unificarse en el Estado’”. Con ello, cual la formación de “un nuevo tipo de Estado” generaba el problema de la formación “de una nueva civilización” que tomara cuerpo a partir de aquella “revolución moderna” que reclamara Marx en 1852.

Hoy, aquí, podemos, debemos encarar desde nosotros mismos la tarea de crear las condiciones que faciliten la transición hacia un Estado que sea revolucionario por lo democrática que llegue a ser la civilización que contribuya a generar – esto es, por su capacidad para expresar y ejercer el interés general de la sociedad. Esa civilización no será nueva si se define en confrontación con la barbarie de quienes no participan de ella. Lo será, en cambio, si lo hace desde la naturaleza de quienes la construyen, y contra la falsa erudición que lleva a otros a adversarla.

 Alto Boquete, Panamá, 23 de noviembre de 2022


[1] Marx, Karl (1852): “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, páginas 404 a 498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

[2] “Maestros Ambulantes”: La América. Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975.VIII, 288 - 292.

 [3] Al respecto, Liguori, Guido: “Democracia” y “Estado”, en Liguori, Massimo; Modonesi, Massimo y Voza, Paquale (2022): Diccionario Gramsciano (1926-1937). UNICApress, Cagliari. https://unicapress.unica.it/index.php/unicapress/catalog/view/978-88-3312-066-9/50/569-1

La ciudad moderna: antidemocrática, antihumana y antiecológica

 Olmedo Beluche 

 Buenas tardes. 

Agradezco al Arq. Tomás Correa, coordinador de la Facultad de Arquitectura y Diseño del Centro Regional Universitario de Azuero de la Universidad de Panamá por esta invitación a la VI Bienal de Estudiantes de Arquitectura del Centro Regional Universitario de Azuero (VI BEAC) para reflexionar sobre las causas sociales de la crisis de la ciudad moderna en general, y particularmente de nuestra ciudad capital y las de nuestro país, Panamá. 

Que nuestras ciudades modernas están en crisis no requiere mucha evidencia. Basta salir a la calle: expulsión de pobres y trabajadores desde el centro hacia los suburbios, problemas de transporte público, ineficiente recolección de basura, escaso suministro de agua potable, calles intransitables, cortes frecuentes de energía eléctrica por falta de mantenimiento al sistema, hipotecas de por vida basadas en el interés compuesto, contaminación, destrucción de la naturaleza y del mundo rural, etc. 

En Panamá, no pasa un día sin que los moradores de alguna comunidad salgan a la calle a protestar porque no tienen agua, o calles, o escuelas, o centros de salud, o porque simplemente no se recoge la basura. Esta crítica realidad no puede ser justificada con la excusa de la reciente pandemia de la Covid-19, sino que expresa un deterioro constante que data, al menos, de 40 años y, en caso de la ciudad de Colón, por lo menos 70 años. 

Si viajamos a otros países probablemente encontremos ciudades menos sucias, pero adentrándonos en ellas podremos apreciar muchos componentes de la crisis que describimos, sobre todo si visitamos sus suburbios, tugurios o guetos. Ciudades de decenas de millones de habitantes rodeadas de “favelas”, villas miseria, zonas rojas, como sea que se les llame, así se trate de México, San Pablo, Buenos Aires, o Los Ángeles, Detroit, Nueva York, Johannesburgo, Nueva Delhi, Shanghái, etc. 

¿Cómo explicar esta triste realidad del mundo contemporáneo?  

Federico Engels, en su ensayo “Contribución al problema de la vivienda” (1876), dice: “Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real”.  

En la sociedad actual la producción y reproducción de la vida se hace bajo las condiciones del sistema capitalista de producción: por el cual, una minoría propietaria de los medios de producción explota y obtiene plusvalía (ganancia) del trabajo de una mayoría desposeída de medios de producción que venden su fuerza de trabajo por un salario. 

El antropólogo y geógrafo británico, David Harvey, en “El derecho a la ciudad” señala: “La urbanización siempre ha sido, …, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos… surge una conexión íntima entre el desarrollo del capitalismo y la urbanización.” 

De ahí que el proceso de urbanización moderno sirve por doble vía al sistema de acumulación capitalista: por un lado, es utilizado como mecanismo de inversión y atesoramiento de las enormes sumas de capital generadas por la producción industrial de mercancías, o a veces, como mecanismo al servicio del lavado de capitales salidos de fuentes ilegales, como el narcotráfico, la corrupción o el robo de bienes públicos; por otro lado, se convierte ella misma en fuente de más acumulación de capital y ganancia cuando se mercadean dichas propiedades. 

El crecimiento de las grandes ciudades modernas concede al suelo localizado en determinadas áreas, particularmente aquellas que se hallan centralmente situadas, un incremento artificial y colosal de su valor”, enfatiza Engels en el opúsculo citado. Y agrega que “En realidad la burguesía no conoce más que un método para resolver a su manera la cuestión de la vivienda, es decir, para resolverla de tal suerte que la solución cree siempre de nuevo el problema. Ese método se llama Haussmann”. 

George Eugene Haussmann fue un político francés que, bajo el régimen de Napoleón Tercero, rediseñó la ciudad de París, derribando los barrios populares que poblaban el centro de la ciudad, con sus pequeñas callejuelas, en las que la levantisca población fortificaba con barricadas cada vez que una nueva revolución estallaba. Haussmann trazó las grandes avenidas que hoy adornan el centro de París, creó un plan urbano de viviendas de lujo en el centro y expulsó a los pobres a la periferia de la ciudad. 

A este método urbanístico ahora se le llama gentrificación: apropiación para la extracción de plusvalía de las mejores tierras (renta del suelo) con la expulsión de quienes no pueden pagarla hacia los suburbios. Trasladando los problemas al extrarradio de la ciudad, los suburbios o los guetos. 

La producción del espacio capitalista ha ocasionado el barrido de la ciudad anterior para dejar sitio a una nueva condición desde la que contemplamos la hegemonía del valor de cambio… conducirían a la exclusión de poblaciones enteras y a la desintegración de la ciudad como proyecto colectivo”, ha dicho el filósofo marxista Henri Lefebvre en su ensayo también titulado “El derecho a la ciudad” de 1968. 

La globalización con su integración mundial económica y las megaciudades con decenas de millones habitantes y la cuasi desaparición del mundo rural lleva a algunos, como la arquitecta francesa Françoise Choay a hablar de la “postciudad” y también la “megalópolis”. Para Choay, estas postciudades implican “la desaparición … de ciertos modos locales de vivir juntos con un sentido institucional que era específico de aquellas entidades imbuidas de una cierta identidad y que solían llamarse ciudades”. 

Puede decirse entonces que la ciudadanía moderna, es decir, los habitantes de las ciudades, hemos sido expropiados no solo de los medios de producción, lo que nos condena a vender nuestra fuerza de trabajo por un salario, sino que también hemos sido expropiados de la ciudad que habitamos y la cual ha dejado de pertenecernos. 

Hablando de nuestro país. Nuestra capital, la ciudad de Panamá, fue estructurada por el colonialismo español como centro administrativo y político, y lugar de asiento de las clases dominantes, pero también marcada por el característico modo en que el Istmo se ha insertado en la división internacional del trabajo, y que se ha denominado “transitismo”. 

El “transitismo” ha implicado un territorio y una población dedicados exclusivamente al servicio del comercio internacional, puente de mercancías y de gentes entre dos océanos, en el que, por esa razón ni la agricultura, ni la industria han podido desarrollarse y crecer adecuadamente. El transitismo lo absorbe todo, incluyendo la población que emigra hacia la zona de tránsito, y que absorbe entre 80 y 90 % de la economía. 

En otro ensayo (“Ciudad de Panamá, 500 años entre ferias y miserias”) hemos establecido que la ciudad de Panamá ha pasado por diversas etapas históricas, todas ellas asociadas al transitismo:  

La aldea de pescadores, antes de la conquista española. 

La ciudad colonial transitista.  

La ciudad en la crisis del transitismo del siglo XVIII y XIX.  

La ciudad del ferrocarril y la expropiación del transitismo. 

 La ciudad, “a un canal pegada”, la “ciudad fragmentada”, al decir de Álvaro Uribe. 

La ciudad que recupera de la soberanía sobre la zona expropiada en 1903, y que gracias al canal panameño da impulso al boom inmobiliario del siglo XXI y la “ciudad emparapetada” (Álvaro Uribe). 

No nos detendremos en este momento en cada una de esas etapas que tuvo sus particulares implicaciones sociales, políticas y arquitectónicas. Lo importante es resaltar que ese determinismo geográfico, el transitismo, empeorado por las condiciones de la separación de Colombia y el Tratado Hay Bunau-Varilla, produjo lo que el arquitecto Álvaro Uribe denominó hace 30 años “La ciudad fragmentada”. 

Producto de la aparición de un fenómeno extraño como la Zona del Canal, la ciudad de Panamá se vio forzada a un crecimiento anormal, no concéntrico, sino estirado hacia el este, como un cometa, y con un bache de por medio por la “zona”, con un salto hacia el oeste.  

A ello se sumó el que Estados Unidos no permitió a la oligarquía panameña de 1903 ningún medio de acumulación de capital basado en el transitismo, cuyo control se perdió por efecto del Tratado Hay – Bunau Varilla, y solo le quedaron métodos indirectos de  acumulación de capital: como el rentismo, basado en la propiedad de la tierra de la ciudad y la construcción de insalubres cuartos de inquilinato para los trabajadores del canal. 

La explotación de la vivienda miserable del inquilinato llevó a dos graves conflictos sociales en 1925 y 1932: el Movimiento Inquilinario, con su costo de vidas y represión por parte de las tropas norteamericanas en 1925. 

La apropiación de las fincas que rodeaban la ciudad, hacia el este, por las principales familias de los “próceres” de 1903 (Uribe reproduce un mapa donde ubica la fincas de los Arias, Obarrio, Espinoza, Hurtado, Icaza, Lefevre, etc.), produjo con el tiempo la fragmentación de la ciudad.  

Sin un centavo de inversión privada, esperando que el Estado invirtiera en infraestructura que paulatinamente fue valorizando los terrenos de dichas fincas, hasta que se fraccionaban para la urbanización, pero como áreas aisladas unas de otras, siguiendo los contornos de las fincas para mejor aprovechamiento de la tierra, y sin ningún plan ni control del desarrollo urbano por partes del Estado. Todo lo cual permite comprender mejor la caótica situación del tráfico urbano, el transporte público, etc. 

Álvaro Uribe resume: “… el factor decisivo en la producción de la ciudad, lo ha constituido esa forma de pago exigido por la propiedad monopólica del suelo, la renta,…, En cuanto a la ciudad de Panamá, de lo anterior se desprende que la ausencia de instrumentos de regulación efectiva de la expansión urbana, y … la posición complaciente del Estado…, convirtiendo nuestra ciudad en un mosaico fracturado, en un amasijo de fragmentos… que constituyen un obstáculo para el disfrute pleno de la vida urbana”. 

En “La ciudad fragmentada”, escrita en 1989, cuando empezaba el proceso de “reversión” de las áreas urbanas de la ex Zona del Canal, Uribe finaliza expresando la esperanza de que la reversión de lo que fue la Zona del Canal, permitiera a la ciudad de Panamá corregir muchos de sus “errores” urbanísticos o que, al menos, se hiciera uno mejor para esas áreas revertidas. 

Hoy, más de treinta años después podemos ver que no ha sido así. Dos han sido los criterios utilizados por los planificadores del Ministerio de Economía a cargo de las áreas revertidas:  

1. Por un lado, no permitir el uso completo de las instalaciones revertidas, ni siquiera por agencias gubernamentales, prefiriendo que se deterioren, antes que su entrada al “mercado inmobiliario” produjera una devaluación masiva del monopolio de la tierra en las ciudades de Panamá y Colón. 

2. Cuando se ha procedido a entregar a la gestión privada de algunos lugares, en Albrook, Clayton o Howard, se ha reproducido la anarquía reinante en el resto de la ciudad, sin respetar reglas de uso de suelo, desarrollo de alcantarillados, respeto a la naturaleza, etc. Recientemente un canal de televisión dedicó un ilustrativo espacio a esa realidad en el barrio de Albrook, en el que una moradora confesó que compró su casa allí creyendo que compraba el paraíso y se ha encontrado con el infierno. 

¿Tiene esto solución? 

La solución a los problemas de nuestras ciudades no puede provenir de quienes son los responsables de la actual situación y sus beneficiarios. 

Empezar a resolver los problemas de nuestras ciudades empieza por proponernos recuperar “EL DERECHO A LA CIUDAD”, para TODA la ciudadanía, es decir, todos sus habitantes, como proponen Henri Lefebvre y David Harvey.  

Dar respuesta a este problema no es un simple problema técnico, sino político. Si bien la arquitectura, el diseño y la ingeniería pueden adoptar mejores criterios para realizar su labor respetando el ambiente e integrando espacios públicos para la población, el problema está en los propietarios capitalistas del negocio inmobiliario, quienes buscarán siempre rebajar los costos para maximizar ganancias. Esa es una ley del sistema capitalista y solo se puede cambiar cambiando al sistema económico y social, quitándoles poder a esa minoría y transfiriéndolo a las mayorías. 

Pero eso requiere, como dijo Engels, un cambio tanto de quienes detentan el poder político y económico, así como de la forma de organizar la vida, su producción y reproducción.  

Como dijo Federico Engels: Quien pretende que el modo de producción capitalista, las leyes férreas de la sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin embargo, quiere abolir las consecuencias desagradables pero necesarias, no puede hacer otra cosa que predicar moral a los capitalistas”. Pero para los capitalistas los consejos están demás porque: “En cuestiones de dinero sobran los sentimientos”. 

Recuperar la ciudad requiere que una nueva fuerza social y política desplace del poder a los especuladores, rentistas y los políticos corruptos a su servicio. Recuperar la ciudad requiere la movilización activa, participativa y democrática de la ciudadanía. Recuperar la ciudad requiere una nueva generación de arquitectos y arquitectas, de ingenieros e ingenieras, de diseñadores y diseñadoras dispuestos a diseñar y luchar por una ciudad democrática, humana y ecológica. 

Bibliografía 

Beluche, Olmedo (2020) Ciudad de Panamá, 500 años entre ferias y miserias. Cuadernos Nacionales (26). pp. 72-80. ISSN 1810-5491 

Choay, Françoise (1999) “De la ville a l’urbain”, Revue D’Urbanisme 309, pp. 6-8. 

Costes, Laurence. Del ‘derecho a la ciudad’ de Henri Lefebvre a la universalidad de la urbanización moderna. URBAN. Septiembre de 2011 – Septiembre de 2012. NS 02. http://polired.upm.es 

Engels, Federico. Contribución al problema de la vivienda. Fundación Federico Engels. https://traficantes.net 

Harvey, David. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar 

Lefebvre, Henri. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar 

 

Chitré, 23 de noviembre de 2022.

CANDIDATURA PREMATURA NO MADURA

Miguel Antonio Bernal V.

       El anuncio hecho, el pasado 3 de noviembre, por el rector reelecto de la Universidad de Panamá, hace apenas un año, llama obligatoriamente a la reflexión, al análisis y a la prevención. 

                 En efecto, en su discurso en la Colina, el reelecto designó con nombre, apellido y cargo, ante los escasos presentes, al escogido - por él- como candidato a la Rectoría para el período 2026-2031. O sea, ¡con cuatro años de adelanto! 

                 Para quienes creímos que con García de Paredes, ya habíamos visto todo el daño que  se le podía hacer a la Academia, es necesario reconocer que nos equivocamos de lleno.       

             Cuál monarca autoritario y emulando a sus jefes políticos del PRD, el reelecto rector dio a conocer su delfín y ungido para sucederle, como si la Universidad fuese su feudo y los profesores, estudiantes y administrativos, sus siervos o espoliques. 

    ¿Qué propósitos animan al reelecto para dar un paso de esa  naturaleza que afecta, aún más de lo que ya está, la vida académica y administrativa de la que, una vez fue, nuestra primera casa de estudios?                   

      

       ¿Qué persigue el reelecto, al querer convertir, desde ya, a la Casa de Méndez Pereira, en un tinglado del clientelismo y del electorelismo y sus más abyectas prácticas?   

                   ¿Qué sentido tiene recurrir, en la Universidad, a una "movida" de esa naturaleza como si fuese un Luis Napoleón Bonaparte?         Se que lo respaldarán las huestes oportunistas - gustavitas de ayer y floristas de hoy-. Además del silencio de los muchos que hoy ocupan cargos docentes o administrativos, gracias al dedo nominador.                 Es indignante y vergonzoso todo esto, pero no podemos callar ante lo ignominioso de la actuación de los fariseos del otrora templo del saber. 

     El delfín, heredero del trono y ungido por el reelecto, José E. Moreno, quien ocupa el cargo, ni más ni menos, de vicerrector académico, solo cabe desearle "buen salto".  Por lo pronto, le espera el calvario al que le someterán las huestes de su propio entorno.

Museo de Herrera

 

La idea del museo surge del profesor Don Favio Rodríguez de recoger la historia de la provincia y contarla así como un lugar donde resguardarla. El Edificio de estilo neoclásico fue construido por un arquitecto español a petición del señor José Márquez. Cabe señalar que el edificio que alberga hoy el museo fue la residencia de José Márquez. La mayor parte de las colecciones del museo se obtuvieron gracias a las donaciones del profesor Don Favio Rodríguez Ríos quien además fue el fundador del museo de Herrera. Este comenzó la labor de recopilar piezas para dicho recinto a partir de su labor como docente. La colaboración del patronato del museo fue sin duda trascendental para crear sinergia con la comunidad en cuanto a la preservación de la cultura material de Herrera. Sin duda es especial el apoyo de ciertas familias en estas donaciones como la Familia Ferrari. La colección del Agustín Ferrari aficionado a la arqueología es entonces adquirida por el museo. Así mismo otros objetos que forman parte de la sala de la huerta chitreana fueron donados por familias y personas que tenían esos enseres de la huerta en sus casas.

 

Dumas Myrie S.

Docente universitario

Twitter: @dumas997

10 DE NOVIEMBRE

Por: Miguel Antonio Bernal

 “Por ahora nos temen, y es la época de sacar partido. Pero ¡ay !de nosotros si la dejamos escapar. En todo caso yo habré cumplido  un deber señalando el peligro antes de que sea demasiado tarde. Antes que colombiano soy panameño! (Justo Arosemena. carta de 13 de marzo de 1862)

      

       A los panameños nos toca vivir una época que pone a prueba lo que nos caracteriza como personas, nos toca vivir momentos y situaciones que nos enfrentan a tensiones inéditas y nos permite crecer y madurar espíritualmente, nos corresponde ser cada día más comprensivos y más sensibles al mundo que nos rodea y a sus retos, sobre todo a nuestros jóvenes, a quienes sus cualidades ya los llevan, desde temprana edad, a hacer realidades sus sueños.

       El Maestro de nuestras Juventudes, Don Octavio Mendez Pereira nos decía:

        “Qué sería de la humanidad sin los juegos y la inconsciencia de los niños, sin las rebeldías y desmanes de los jóvenes, que sería de nuestro progreso moral, sin la savia que salta de cada generación, sin su ansía de actualizar las cosas, sin la protesta de ésta contra la cobardía, resignación, claudicación, complicidad, arribismo o cálculo de los llamados hombres modernos que han visto ya esfurmarse sus ideales.  No es freno, no es guía  constante, lo que necesitan nuestros jóvenes, sino al contrario estímulos superiores que recojan y eleven cada vez más su energía juvenil, que no es por sobra sino por falta por lo que peca en el fondo”

      

Estamos recorriendo las páginas de un libro en las que todos queremos escribir, en las que todos queremos estar. Pero para estarlo debe haber una causa, una razón; enfrentándonos ya en la segunda decada dell siglo XXI se nos ocurren muchas. El conocimiento, el canal, la democracia, la deuda externa, la lucha tecnológica, etc.  Está en cada unos de nosotros el ir preparándonos para enfrentarnos a estos problemas y ayudandonos, ayudar también al país.

La dignidad y el honor de nuestra nación y de nuestra historia, deben pesar cada vez más para fortalecer nuestras instituciones, nuestras aspiraciones, nuestros ideales,  para llenar la función creadora de esa voluntad nacional firme e indivisible para actualizar nuestro futuro y estar presentes en los veloces cambios del mundo de hoy.

La nacionalidad hoy día y, para nosotros, en un día como hoy, como fenómeno político va más allá que la nación.  Lo anterior es importante para comprender el particularismo de los panameños. A finales de 1820 el destino de la nación panameña estaba marcado. Los anhelos panameños eran ya un sentir generalizado en todo el Istmo, y así los patriotas de La Villa de Los Santos, proclamaron la emancipación el 10 de noviembre de 1821.  Los demás pueblos del interior se unieron a la empresa nacional, al sueño libertario.

       Es nuestro compromiso hoy como panameños el realizar los cambios que nos permitan librarnos de viejas limitaciones ideológicas y de vergonzosas servidumbres políticas, que nos conduzcan a abandonar la exasperación política que solo contribuye a aumentar la angustia ciudadana ante el vacio de responsabilidades.

       Debemos entonces,  aclararnos en conciencia, ¿qué es lo que queremos?, ¿cuáles son los sucesivos pasos a dar? y, qué ritmo conviene a nuestra andadura que, rápida o lenta, no debe ser jamás  titubeante.

Con el Caudillo santeño Belisario Porras afirmamos que:

       “No está la Patria, no puede existir el patriotismo donde se ponen de relieve símbolos y no realidades, donde en lugar de deberes se habla de derechos, y donde en definitiva los elementos del Estado, significadamente esprituales, buscan en la vida vegetativa el reposo inconsciente que acaba por anular las excelencias de la vida social...La Patria es la fortaleza inexpugnable del progreso y de la civilización , siempre que sus defensores sepan manejar dos armas: la del deber y la del sacrificio”

       Todavía podemos salvar a Panamá!  Con las notas del himno santeño, cuna de nuestra nacionalidad, lancemos compatriotas nuestro grito, no solo para derramar laureles de amor en recuerdo de quienes fueron los primeros orfebres de la Patria, si no también para reafirmar nuestro compromiso de asumir con vocación y firmeza, con esperanza y vigor la real, absoluta y verdadera  democratización de nuestra nación. Solo así habrá Patria, solo así podremos estar orgullosos de ser ante todo  Panameños y lograr que por siempre ¡Viva el 10 de Noviembre!   ¡Viva Panamá!  

10/11/22

“El Grito de la Villa (10 de Noviembre de 1821)” de Ernesto J. Nicolau


Por:  Dr. Olmedo Beluche 

En el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de España, la Vicerrectoría de Extensión junto con la Comisión del Bicentenario de la Universidad de Panamá, han reeditado la obra El Grito de la Villa (10 de Noviembre de 1821) del historiador panameño Ernesto J. Nicolau (Nicolau, 2021).  

A decir de Bonifacio Pereira Jiménez, que prologa la primera edición que data de 1961 (Nicolau E. J., 1961), así como de Milcíades Pinzón Rodríguez, que prologa la actual reedición, al momento de conmemorarse el Centenario de la Independencia de España se había roto el hilo de la memoria sobre los acontecimientos del 10 de Noviembre de 1821 en La Villa de Los Santos: el acta permanecía desaparecida, se desconocían a los personajes que protagonizaron los acontecimientos e incluso se creía que los hechos habían sucedido el 13 de noviembre. 

Como la historia es uno de los campos más fértiles en que se desarrollan las contradicciones sociales, podría decirse que los comerciantes de la ciudad de Panamá, aliados a los latifundistas de Veraguas, habían impuesto su versión de la Independencia y la centralidad del 28 de Noviembre, en detrimento de los pequeños y medianos campesinos del Interior (La Villa, Las Tablas, Pesé, Natá, Ocú, Macaracas, Pocrí, Las Minas y San Francisco de la Montaña) quienes en verdad habían decidido el curso de la Independencia en el Istmo. 

En la década de 1920, Ernesto J. Nicolau viajó a Colombia y recuperó de los archivos no sólo el acta de La Villa, sino una serie de documentos que le permitieron hacer la reconstrucción minuciosa de los hechos y conocer a los actores principales. Ese es el gran mérito de Nicolau y su libro. Éste es uno de los mayores aportes a la historia de los habitantes del Istmo.  

Nos dice algo sobre las dificultades de la labor del historiador en Panamá el hecho de que, si bien Ernesto J. Nicolau retorna a Panamá con la documentación en 1928, y va publicando fragmentariamente en artículos de la Revista Cultural Lotería (Nicolau E. J., 1944), la edición completa de la obra solo se alcanza en 1961. Probablemente en ese momento tuvo cierta divulgación, porque se logró la legitimación de la conmemoración oficial del Grito de La Villa, pero la obra fue quedando en manos de eruditos y desconocida para el gran público, hasta esta reedición de 2021, que esperamos tenga mejor suerte. 

El objetivo de la Independencia era la constitución de la República, ¿Cuál, Panamá o Colombia? 

Las historias oficiales de los estados hispanoamericanos han deformado los acontecimientos de la Independencia de España para borrar las causas materiales concretas que motivaron las acciones de la gente de aquel entonces, para difuminar los intereses y demandas de cada clase social, para presentar todos los hechos como si estuvieran motivados por el sueño “ideal” de construir la “nación” independiente. Evidentemente, la historia así tratada no es más que un instrumento de una ideología política nacionalista al servicio de la clase social que controla el estado nacional (Beluche, 2021). 

Para el caso panameño se presenta el acontecimiento como si los personajes que protagonizaron la independencia lo hicieron en busca de la constitución de la República de Panamá como hoy la conocemos. Una consecuencia graciosa de esta manipulación histórica se expresó en el error de un monumento construido en 2021 por las autoridades de la provincia de Coclé en la conmemoración del “Bicentenario de la República de Panamá” (Reyes, 2021).  

En 1821 no existía una “nación panameña” ni siquiera como identidad unificada de los habitantes del Istmo y, en todo caso, “panameños” lo eran los habitantes de la ciudad de Panamá.  El “Istmo” o las “provincias del Istmo” es el concepto que se utilizaba para referirse a la región y sus habitantes, así está en las actas de independencia. Cuando se hace referencia a un estado nación en oposición al imperio español, tanto el Acta del 10 de Noviembre en La Villa, como la del 28 de Noviembre en Panamá, hablan de la República de Colombia con toda claridad. 

Como brillantemente muestra el libro de Ernesto J. Nicolau, en el Istmo la unidad política básica, bajo cuya identidad actuaron los habitantes, eran los cabildos de cada pueblo o ciudad. Cada cabildo tenía sus líderes y tomaba sus decisiones que influían sobre los habitantes de la región circundante, pero nadie, ni Fábrega (aun siendo Panamá la capital política y económica del Istmo) pretendió hablar en nombre del conjunto. Cada cabildo decidió en su momento y a su vez propuso consultar a los demás, incluso el 28 de Noviembre. 

Nadie ostentaba la legitimidad política para hablar en nombre del conjunto. Lo más cercano a una entidad colectiva eran las Asambleas Provinciales, que establecía la Constitución de Cádiz recién reinstaurada por el gobierno liberal del general De Riego en España, y cuya primera elección se realizó en el Istmo pocas semanas antes de que se desataran los acontecimientos de noviembre de 1821.  

Por un lado, se trató de dos Asambleas, pues eran dos provincias diferenciadas en el Istmo, Panamá y Veraguas. Por otro lado, esas Asambleas no jugaron ningún papel relevante en la independencia, el cual sí tuvieron los ayuntamientos o cabildos. 

Las causas reales del Grito de La Villa de 1810 

La motivación concreta de los pueblos del interior para sublevarse no fue la “libertad” o la “patria” en abstracto, como suele decir la historia oficial, sino el disgusto del campesinado por la leva y avituallamiento forzoso del ejército realista ordenado por el capitán general Juan de la Cruz Mourgeon en sus preparativos para zarpar hacia Sudamérica, para combatir a los independentistas en Quito, en los últimos meses de 1821. 

Dice Nicolau: “… el Capitán General se dedicó a poner en juego toda la habilidad imaginable en los preparativos de su expedición; reclutó milicianos; exigió contribuciones de guerra onerosísimas entre aquellos que no podían tomar las armas, y gravó con grandes impuestos a los comerciantes; recurrió a los tesoros sagrados de las iglesias, y mandó expediciones a los pueblos del interior con el fin de acaparar todos los recursos que estuvieran al alcance de la mano o no. 

En los pueblos se realizaron hazañas de verdadero saqueo, pues las tropas entraban a las casas, ponían presos a los dueños, y se llevaban lo que encontraran en ellas” (Pág. 6). 

Ahí en ese párrafo está la causa real, material, concreta, que explica por qué en 1821 la sublevación popular en favor de la independencia de España empezó en las regiones campesinas y por qué La Villa de Los Santos se puso a la cabeza del movimiento. La gente se cansó de esos abusos. 

Más adelante agrega Nicolau: “La contribución forzosa impuesta por Murgeon (errata en el texto, es Mourgeon) en la ciudad Capital, así como la irreverente disposición de apropiarse de los bienes de la Iglesia para el sostenimiento de su expedición, no sólo se hizo sentir, de manera abrumadora, en ese sitio, sino que tornó la vida difícil en el resto del Istmo, principalmente en ciertos lugares como La Villa de Los Santos, Natá, Penonomé, Santiago, Pesé, Ocú, Parita, Alanje y otros, en donde los soldados españoles atropellaban a hombres y mujeres, ancianos y niños, llenaron las cárceles de personas inocentes con el fin de amedrentarlos y extraer de sus haberes la contribución de guerra que arbitrariamente se les había impuesto. Tales desafueros impulsaron a los nativos a recurrir a la formalidad de la protesta airada y luego a la acción colectiva del levantamiento armado, lo cual verificaron en algunas partes, como ocurrió en Alanje, Las Tablas, La Villa, etc., pero con tan mala suerte que sus esfuerzos se estrellaban contra la superioridad de la fuerza militar que los subyugaba. Las autoridades bien pronto reducían a la impotencia a los exaltados, porque carecía de armas y de medios para proveérselas” (Págs. 25-26).   

Los actores de la independencia en el Istmo 

La independencia en el Istmo tuvo dos personajes decisivos: el natariego Francisco Gómez Miró y el santeño Segundo Villarreal.  

Gómez Miró es la mente lúcida e ilustrada que entiende a cabalidad el momento político, pues está informado del proceso independentista en toda la región, es el que con su verbo revolucionario inspira a sus coterráneos interioranos a actuar, y viaja de Natá a La Villa incendiando los ánimos. El historiador Ernesto J. Nicolau señala que Francisco Gómez Miró redactó una proclama que hizo circular antes del 10 de Noviembre por todo el interior promoviendo la causa de la independencia y la adhesión al proyecto encabezado por El Libertador. Lamentablemente no se conoce el contenido de dicho documento. 

Segundo Villarreal es el caudillo militar, que despertaba la confianza suficiente para que la gente acudiera en masa a organizarse en los batallones de voluntarios que debían enfrentar a los realistas españoles y de la ciudad de Panamá. Villarreal desencadena la acción armando un pequeño batallón que atacó exitosamente el cuartel de La Villa y luego la cárcel, de la que liberaron los presos. Sobre estos hechos consumados Segundo Villarreal exige al alcalde Julián Chávez la convocatoria de un cabildo abierto, al cual rodean y entra con las tropas del batallón y la masa del pueblo, pese a que formalmente él no pertenecía al ayuntamiento. 

El cabildo del 10 de Noviembre de 1821 que proclamó la independencia nombró a Segundo Villarreal con el grado de coronel con los poderes para organizar los batallones que defendieran la decisión tomada. La obra de Nicolau lista los nombres de todos los voluntarios que acudieron al llamado de Villarreal para conformar los batallones de milicias: más de 100 en La Villa, Las Tablas 206, Pocrí 103, Pesé y Las Minas 101, Parita 106 y Ocú con 103. Un verdadero ejército, aunque con pocas armas.  

La primera reunión del ayuntamiento de La Villa, reunida el 11 de noviembre, decidió mediante otra acta nombrar a Segundo Villarreal “Gobernador Político y Militar del Partido”. Partido es la denominación equivalente a distrito. 

En Natá llegaron pronto las noticias de los acontecimientos de La Villa y pueblos aledaños, y en seguida Gómez Miró se puso al frente, logrando el 15 de Noviembre la proclama de independencia en Natá y la conformación de un gobierno provisional local. Logrado esto, inmediatamente se dirigió a La Villa para coordinar, a donde llegó el 17 de noviembre. 

A La Villa acudieron también los emisarios enviados desde Panamá por José de Fábrega, los tenientes coroneles José M. Chiari y José de la Cruz Pérez, con las instrucciones de revertir los acontecimientos no con un “espíritu violento”, sino con un “razonamiento benévolo para inducir a los rebeldes al abandono de sus deseos de independencia”. Se enviaron a dos militares para que “por su respetabilidad inspirasen obediencia” (Pág. 49). 

El 20 de noviembre se realizó un cabildo abierto en La Villa para escuchar a los emisarios de Panamá. Estaban en la sala con derecho a voz y voto Segundo Villarreal y Francisco Gómez Miró. Afuera el pueblo llenaba la plaza y los alrededores. Hablaron los emisarios militares expresando “la confianza de que, apartándose como lo esperaban, de las malas influencias de algunos espíritus intransigentes y revoltosos, volviesen todos a la subordinación del régimen español que los reclamaba y que prestasen juramento de fidelidad al Rey y a la Constitución españoles, a cambio de un perdón general….  A las palabras de los Comisionados siguió un momento de expectativa y ansiedad. Era la autoridad real que hablaba… y ante este hecho de trascendental importancia, la concurrencia quedó sin orientación, atónita, anonadada” (Pág. 51). 

En este trance decisivo, tomó la palabra Francisco Gómez Miró, con “una voz varonil, llena de entusiasmo, plena de energías y con la arrogancia del que nada teme en la vida, se hace oír fulminante; niega toda obediencia al Rey, y a nombre de sus colegas y en nombre de su pueblo, confirma la valiente y heroica resolución de los natariegos: “PERDER HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE SANGRE DE SUS VENAS” antes de abandonar sus ideales independentistas” (Pág. 52). 

Más aún, en nombre de Natá y Penonomé ofrece poner en armas 4,000 hombres “para atacar, sin pérdida de tiempo, al Gobierno de Panamá, si dentro de un tiempo prudencial no se sometía a la demanda de adhesión republicana que ya se le había hecho…”. Y lanzó la misma amenaza contra la provincia de Veraguas, bastión de los latifundistas como Fábrega y del conservadurismo monárquico y católico (Pág. 53). 

Nicolau describe cómo, lo que era duda e indecisión momentos antes, ante las palabras de Gómez Miró se transforma en ardoroso entusiasmo de la multitud que grita vivas a los libertadores, a Bolívar, a Santander, a Villarreal, a Gómez Miró, a la Gran Colombia (errata, pues el nombre era Colombia a secas) (Pág. 53). Gómez Miró continúa el discurso argumentando sobre los males de la opresión monárquica y los beneficios de la libertad republicana.  

La suerte estaba echada y la multitud saca en hombros al orador gritando consignas. Los emisarios militares de Panamá toman nota y se retiran discretamente. La voluntad de marchar a una república independiente (Colombia) estaba ratificada por el pueblo santeño en masa el 20 de Noviembre de 1821. Si Panamá y Veraguas no se sumaban a este proceso lo que seguía era la guerra civil. 

La labor revolucionaria de Francisco Gómez Miró prosiguió con su retorno a Natá a donde llega el 21 de noviembre e informa en un cabildo abierto lo sucedido en La Villa y la alianza defensiva entre ese municipio y los natariegos. Conforma un gobierno local y organiza las milicias, las cuales marchan por las calles de Natá el 25 de noviembre, cuando un nuevo cabildo ratifica la adhesión a la independencia y lo nombra Comandante de Batallón. Todo ese día, que era domingo, el pueblo celebró el acontecimiento. 

Gómez Miró también tuvo una actitud decidida que volcó en consolidar la independencia en lo que hoy llamamos el “interior”, que fue el ultimátum contra el cabildo conservador de Santiago de Veraguas. Recordemos que Santiago era el bastión del latifundismo, monárquico y católico del que José de Fábrega había sido su gobernador por varios años. La Villa había dado un plazo de mes y medio a los santiagueños para sumarse a la independencia o ser atacados, pero Gómez Miró, desde Natá redujo el plazo a 3 días, argumentando que demasiado tiempo les daría a los conservadores de Santiago oportunidad de unirse a los realistas de Panamá. 

Los conservadores de Santiago habían dirigido una carta al gobierno de Fábrega en Panamá pidiéndole protección frente a los acontecimientos que se estaban suscitando. Esta misiva fue redactada por la señora Bartola García de Paredes que pertenecía a las familias prominentes de la provincia. Pero las fuerzas revolucionarias de Natá interceptaron la carta, lo que sirvió a Gómez Miró para usarla de advertencia a los enviados de Santiago a Natá (Agustín García Romero y Calixto López) y darles el ultimátum para que se sumaran a la independencia (Pág. 84). 

Ayudó en estas circunstancias que el cabildo de San Francisco de La Montaña, cercano a Santiago proclamó la independencia. Santiago proclamó la suya recién el 1 de diciembre, no queda claro si ya estaban informados de la decisión tomada el 28 de Noviembre en Panamá o si fueron forzados por los acontecimientos del interior. 

Las actas adhieren a la República de Colombia 

Contrario al mito muy extendido en Panamá de que los istmeños en ese momento pudieron considerar la constitución de un estado-nación propio y que adhirieron a Colombia después de mucho reflexionar, de manera “voluntaria”; las actas de La Villa y de Panamá se suman a la República de Colombia de manera directa y sin titubeos, e invocan la protección de El Libertador. Lo cual era lógico, pues el Istmo pertenecía, desde el siglo XVIII, al otrora virreinato de La Nueva Granada, en ese momento transformado en República de Colombia por obra de los ejércitos libertadores. 

El Acta de Independencia de La Villa dice que, después de haber considerado todos los abusos que se han descrito al inicio de este artículo: “Que por todo ello, deseosos de vivir bajo el sistema Republicano, que sigue todo Colombia, anhelaba el mismo pueblo que esta Villa jurase la Independencia del Gobierno español… vistas todas las reflexiones que se hicieron …, se procediese al Juramento de Independencia, como en efecto se hizo, ..., cuyo acto se celebró con plausible gozo y una indecible conmoción del espíritu de cada uno del pueblo, quien aclamó se titulase esta VILLA LIBRE CIUDAD con consideración a ser la primera en todo el Istmo, que había tenido la felicidad de proclamarse libre e independiente bajo el auspicio y garantía de Colombia … ” (Pág. 29 y 30). 

Contrario al supuesto protagonismo que la historia oficial da a José de Fábrega en la independencia de 1821, hay que destacar la desconfianza que él inspiraba a los habitantes de La Villa de esa época. El Acta del 10 de Noviembre muestra el temor de la esperada reacción contraria a la proclama, por parte de Fábrega, y así se expresa también en la carta que ellos envían al Libertador, informando de la proclama de independencia y “solicitan protección militar”. 

Sobre esta misiva de los santeños al Libertador, que lastimosamente Nicolau no transcribe de modo literal y tampoco dice quien la llevó (Págs. 33 y 34), es curioso que la misma llegó a Bogotá, pero el vicepresidente Santander, no la entrega inmediatamente a Bolívar (que estaba combatiendo en el sur), sino que la guarda para analizar la situación y luego la remite junto con la de Fábrega posterior al 28 de Noviembre (esta sí la reproduce Nicolau completa en las páginas 81 a 83). Siendo esta última la que responde El Libertador en una muy conocida misiva. 

No nos detendremos en los acontecimientos en la ciudad de Panamá, conocidos gracias a la obra de Mariano Arosemena (Arosemena, 1999), y también Ernesto J. Nicolau reconstruye minuciosamente. En esta reseña nos interesa un elemento del Acta del 28 de Noviembre que generalmente suele presentarse de manera adulterada. Se dice que los panameños, luego de considerar diversas opciones, ninguna de las cuales era viable en realidad, decidieron “espontáneamente” unirse a Colombia. 

Sin embargo, el acta es clara, lo “espontáneo” es la proclamación de la independencia, no la unión a Colombia a la que dice que las provincias del Istmo “pertenecen”. 

1º. Panamá espontáneamente y conforme al voto general de los pueblos de su comprensión, se declara libre e independiente del Español. 

2º. El territorio de las Provincias del Istmo pertenece al estado Republicano de Colombia, a cuyo Congreso irá a representar oportunamente su Diputado” (Pág. 70). 

El libro de Nicolau recoge el debate producido en el cabildo de Panamá el 28 de Noviembre respecto al futuro del Istmo. Hubo todo tipo de especulaciones: respecto a si debían unirse a Ecuador o Perú (regiones donde la independencia no estaba consolidada); o si convertirse en país “anseático” bajo “protección” (coloniaje) de otra potencia (que sólo podía ser Inglaterra); incluso unirse al imperio mexicano de Iturbide; hasta llegar al reconocimiento de la incapacidad de ser una república independiente; para terminar aceptando la propuesta de José Vallarino Jiménez, “ferviente colombianista”, de ser parte de la República de Colombia (Págs. 68.69). 

Nicolau cita una frase, cuya fuente no esclarece, según la cual Vallarino dijo literalmente que el Istmo se declara libre e independiente del dominio español, y “se anexa voluntariamente a la Gran Colombia” (sic, pág. 69). Al no estar claro la fuente de donde proviene la cita, sumado a la errata de hablar de “Gran Colombia”, siendo que este concepto solo nacería mucho después, diera la impresión de que es una frase construida con posterioridad a 1821, por lo cual debe ser puesta en duda. Lo cierto y verificable es que esa frase no está en el Acta del 28 de Noviembre de 1821. Por el contrario, el Acta dice literalmente lo que ya citamos: “El territorio de las Provincias del Istmo pertenece al estado Republicano de Colombia”. 

¿Y Rufina Alfaro? 

Es notable el hecho de que, en la profusión de documentos citados por Ernesto J. Nicolau, no existe ninguna alusión a la participación de Rufina Alfaro en los acontecimientos del 10 de Noviembre de 1821 en La Villa de Los Santos. También es evidente que, entre todos los nombres que se citan, en los batallones de Villarreal y en la composición de los cabildos, no se mencionan mujeres. Salvo el caso citado de la señora Bartola García de Paredes, de Santiago y su carta interceptada por Gómez Miró. Cabe reflexionar: ¿Rufina Alfaro no aparece porque, como era costumbre en la época, las mujeres estaban excluidas de la vida pública y política? ¿Los historiadores mantuvieron un criterio patriarcal y misógino anulando toda referencia a ella? 

Investigadoras como Natividad Gutiérrez, sostienen la hipótesis de que la actuación de las mujeres en la Independencia, estuvo estrechamente relacionada con las de sus familias, en especial de sus cónyuges, y del grupo social al que pertenecían (Gutiérrez, 2004). De manera que, si bien no se las nombra en la narración de los hechos, ellas estaban allí. Junto a los nombres masculinos que se citan hay que considerar que estaban madres, hermanas, esposas e hijas. 

Sin embargo, la historia de la independencia sí ha recogido la participación de muchas mujeres. Por citar a algunas: desde Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, en México; Juana Azurduy de Padilla, en Bolivia; Concepción Mariño en Venezuela; Policarpa Salavatierra en Nueva Granada; Manuela Sáenz en el Ecuador; etc.  

Tocará a historiadores e historiadoras del siglo XXI procurar establecer los nombres y la participación de las mujeres istmeñas en los hechos de la Independencia, separando la historia mítica de Rufina Alfaro para rescatar la verdad de los hechos.  

El historiador coclesano, José Aparicio Bernal (Bernal, 2015), ha establecido que Rufina Alfaro es un mito creado por Ernesto de Jesús Castillero Reyes, en un artículo de la Revista Lotería Nº 80 de 1948. Antes de ese artículo, no hubo ninguna referencia a Rufina Alfaro. Tampoco la menciona Ernesto J. Nicolau, pese a sus grandes conocimientos y documentación que muestra su libro.  

Como dice Aparicio Bernal: “Nosotros, consideramos que las fuentes orales son importantes para dilucidar un hecho histórico, pero se debe tener mucho cuidado con el tiempo. Si el Grito santeño se dio el 10 de Noviembre de 1821 y el artículo de Castillero nace en 1948, fueron 127 largos años. De plano, tuvo que sufrir modificaciones en tan largo periodo de tiempo, si es que la información fue correcta”.  

La explicación lógica de que un historiador, como Castillero Reyes, haga un tratamiento mítico a un personaje de no probada existencia real, como Rufina Alfaro, es que a mitad del siglo XX la intelectualidad panameña se encontraba construyendo el concepto de “nación romántica”, al decir, de Luis Pulido Ritter, tratando de buscar en un pasado reescrito a conveniencia la justificación de un estado nacional nacido con el estigma de la intervención de Estados Unidos de América en 1903. Así pasó con Anayansi, un personaje literario que muchos pretenden darle una vida real (Pulido R., 2008). 

En el único lugar del libro de Ernesto J. Nicolau que se cita a Rufina Alfaro es en el prólogo de 2021, del sociólogo Milciades Pinzón Rodríguez, quien cuela a la “mítica Rufina Alfaro” junto a nombres de personajes históricos de La Villa, sabiendo muy bien el prologuista que el libro que presenta no se refiere en absoluto a ese personaje. 

Dos últimas reflexiones: tal vez éxito del mito de Rufina Alfaro se debe a que llena el vacío dejado por la falta de referencia a mujeres reales que jugaron un papel relevante en la Independencia en el Istmo; por otro lado, insistir en este mito ha sido utilizado por la historia oficial para opacar el grandioso papel jugado por personas como Segundo Villarreal y Francisco Gómez Miró.  

En lo personal me parece más grandioso y revolucionario el discurso de Francisco Gómez Miró en La Villa el 20 de Noviembre, que los supuestos devaneos de una supuesta guapa chica que enamoró a un supuesto oficial español para ayudar a la Independencia, disquisiciones morbosas en las que la grandeza del hecho histórico es rebajado a bochinche. 

Bibliografía 

Arosemena, M. (1999). Apuntamientos históricos. 1801-1840. Panamá: Biblioteca de la Nacionalidad. Autoridad del Canal de Panamá. Obtenido de http://bdigital.binal.ac.pa/binal/iframes/cldetalle.php?id=193&from=l 

Beluche, O. (2021). Independencia hispanoamericana y lucha de clases. Obtenido de https://sociologia-alas.org/2021/09/28/libro-independencia-hispanoamericana-y-lucha-de-clases/ 

Bernal, J. A. (10 de Noviembre de 2015). El mito de Rufina Alfaro. La Estrella de Panamá. Obtenido de https://www.laestrella.com.pa/opinion/columnistas/151110/mito-rufina-alfaro 

Gutiérrez, N. (2004). Mujeres y Nacionalismos: De la independencia a la nación del nuevo milenio. México: Instituto de Investigaciones Sociales. 

Nicolau, E. J. (1944). 10 de noviembre de 1821. (42), 25-28. 

Nicolau, E. J. (1961). El grito de la Villa, 10 noviembre 1821: capítulo de historia de Panamá. Panamá: Ediciones del Ministerio de Educación, Departamento de Bellas Artes y Publicaciones. 

Nicolau, E. j. (2021). El Grito de la Villa. 10 de Noviembre de 1821. Panamá: Vicerrectoría de Extensión y Comisión del Bicentenario de la Universidad de Panamá. 

Pulido R., L. (2008). Filosofía de la nación romántica (Seis ensayos críticos sobre el pensamiento intelectual y filosófico en Panamá, 1930-1960). Panamá: Editorial Mariano Arosemena. 

Reyes, I. R. (14 de mayo de 2021). Corrigen título del monumento al Bicentenario en Penonomé. Obtenido de 24 Noticias VIP: https://www.noticiasvip24.com/corrigen-titulo-del-monumento-al-bicentenario-en-penonome/