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Symphony No. 2 / Sergei Rachmaninoff / Vasily Petrenko / Oslo Philharmonic



The Oslo Philharmonic with conductor Vasily Petrenko perform Sergei Rachmaninoff's Symphony No. 2 in Elbphilharmonie in Hamburg on 15th October 2019.

Produced by Elbphilharmonie Hamburg and the Oslo Philharmonic
Audio: NDR Kultur 2019
Licensed by Studio Hamburg Enterprises GmbH

¿Me vale la misa que se ve en la tele? ¿me puedo confesar por teléfono?"

Por: José María Castillo
www.religiondigital.org / 23.04.2020

Con motivo de la pandemia del virus, a medida que van pasando los días, van aumentando las preocupaciones, en los ambientes clericales y eclesiásticos, por el hecho de la creciente dificultad para que la gente acuda a las iglesias. Y en las iglesias, los creyentes puedan rezar, oír misa, confesarse, practicar la religión en este tiempo de tantas carencias y problemas. Se multiplican las dudas y las preguntas: ¿me vale la misa que se ve en la tele? ¿me puedo confesar por teléfono? Y así sucesivamente. 

Sinceramente, a mí no me preocupa (ni me interesa mucho) toda esta “casuística sacramental” que ha surgido con motivo de la reclusión y el encierro que nos ha impuesto el coronavirus. Cuando, entre los cristianos, nacieron los sacramentos, no existían los actuales medios de comunicación. Además, hay sacramentos que no sé cómo se pueden celebrar a distancia. Por ejemplo, la eucaristía, que originalmente fue una “cena compartida”. ¿Cena alguien por el hecho de ver en la tele que otros cenan?

A mí me parece que el “enclaustramiento”, que estamos soportando por causa de la pandemia del virus, no va a modificar mucho la actual práctica sacramental de los cristianos. Cuando vayamos saliendo de la situación actual, esperamos que todo seguirá como estaba.

En todo caso, lo más importante que se me ocurre decir, en este momento, es que a todos nos vendría bien recordar (o informarnos) de que fue precisamente en los primeros siglos, cuando las prácticas sacramentales no estaban tan organizadas y reglamentadas como ahora, ni siquiera se sabía cuántos eran los sacramentos, entonces precisamente fue cuando el cristianismo floreció con más vigor y más pujanza. Este asunto –tan determinante– está bien documentado y analizado. 

Fue justamente cuando el imperio romano empezó a debilitarse, en la llamada “época de angustia”, desde Marco Aurelio a Constantino (161-306) (E. R. Dodds), entonces precisamente fue cuando el cristianismo arraigó en lo más vivo de la población. No por la multiplicación y exactitud de sus ceremonias. Eran tiempos en que los cristianos no tenían ni templos. Y hasta les era impensable el simple hecho de enseñar la cruz. Porque, en aquella cultura, decir que se creía en un “Dios crucificado”, era una contradicción tan absurda, como si hoy dijéramos que ponemos nuestra fe en un “dios ahorcado”.   

Entonces, ¿qué es lo que impresionó tanto a la gente, que aquella iglesia, en tan poco tiempo, atrajo a tantos adeptos? Una agrupación de adeptos, que vivía un sentido comunitario tan fuerte, que unía a los individuos y a las familias, más que por unos determinados ritos religiosos, sobre todo por una forma común de vida, como acertadamente dejó escrito Orígenes (Contra Cels., 1, 1), esto fue decisivo, incluso determinante.

Por eso la iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida; tenía un fondo para los funerales de los pobres y un servicio para para las épocas de epidemia (cf. Arístides, Apol. 15. 7-9; Harnack, Mission, I, 147-198). Pero más importante que estos beneficios materiales era el “sentimiento de grupo”, que acogía sobre todo a los que vivían como desarraigados en las grandes ciudades. Como bien ha escrito Dodds, “debieron ser muchos los que experimentaron un profundo desamparo: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a su vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros” (o. c., 178-179).


¿Una Eucaristía sin Iglesia?

Termino y ésta es mi conclusión: no sé si los templos se van a quedar vacíos; ni sé tampoco si habrá gente que tranquilice su conciencia viendo una misa por la tele o se piense que Dios le perdona porque habla con un cura mediante el móvil. Sinceramente, todo eso no me preocupa gran cosa. Lo que, de verdad, me interesa y me preocupa es que, demasiados responsables y dirigentes de la iglesia actual puedan dar la impresión de que es más importante observar y someterse a la religión (con sus normas y rituales) que ser fieles al proyecto de vida que nos propone el Evangelio. 


Las lenguas indígenas son la clave para comprender quiénes somos realmente


Survival International
www.cpalsocial.org / 17-04-2020

El Año Internacional de las Lenguas Indígenas, el pasado 2019, es la celebración de la diversidad humana y un recordatorio del ritmo a que está desapareciendo dicha diversidad. Con cada lengua que se extingue perdemos una pieza fundamental del rompecabezas humano.

Las lenguas constituyen uno de los mayores emblemas de la diversidad humana, pues revelan las sorprendentes diferencias con las que los seres humanos sabemos percibir y relacionarnos con el mundo y darle sentido. También son las exquisitas bibliotecas existentes, en las que hallamos la historia colectiva, el conocimiento, la mitología y las percepciones de todo un pueblo. Sin embargo, esta diversidad se está perdiendo a un ritmo alarmante. Algunos expertos se atreven incluso a afirmar que el 90% de las lenguas del mundo están en riesgo de extinción.

Pero ¿por qué preocupa la pérdida de lenguas indígenas? Sigue leyendo para ver por qué las lenguas indígenas son fundamentales para comprender el mundo en que vivimos, quiénes somos realmente y de qué somos capaces los seres humanos…


Niños de la tribu kua, Kalahari, Bosuana. Que los niños no hablen la lengua de sus padres es la causa fundamental de la extinción de una lengua. © Forest Woodward / Survival, 2015

Las lenguas mueren porque la gente deja de hablarlas debido a presiones sociales, cambios demográficos y fuerzas externas. La colonización, y el capitalismo globalizado a que dio lugar posteriormente, han sido tal vez la principal causa de la desaparición de lenguas en la historia de la humanidad, y este legado sigue vivo y activo actualmente.

Survival International ha emprendido una campaña contra las (internados) que contribuyen activamente a la muerte de lenguas al enseñar a los niños indígenas en el dialecto dominante o el idioma oficial del Estado y no en su lengua materna. Esta supresión cultural sistemática es una amenaza para la vida de millones de niñas y niños, sus familias, las comunidades indígenas y la supervivencia de lenguas en todo el globo.

Aunque existen alrededor de 7.000 lenguas habladas en la Tierra, más o menos la mitad de la población mundial habla 23 idiomas. Por otro lado, lo que significa que casi la mitad de la diversidad lingüística actual del planeta está amenazada.

La zona lingüísticamente más diversa del planeta es la isla de Nueva Guinea, dividida entre el Estado independiente de y, que se halla bajo ocupación indonesia. En una extensión de 786.000 km² se hablan unas mil lenguas. Compárese esto con Europa, ¡donde se hablan unas cien lenguas en una zona de más de diez millones de km²!

Existe una estrecha correlación entre la diversidad lingüística y la biodiversidad. Las lenguas están estrechamente relacionadas con el entorno en que se hablan, de modo que en esas zonas existe un conocimiento rico, detallado y técnico de la flora, la fauna y el hábitat de las mismas.

Cuando los científicos “descubren” una nueva especie, uno podría apostar hasta su último euro a que los indígenas que viven en esa zona ya tienen un nombre para esa especie y un profundo conocimiento de la misma. Estas lenguas son enciclopedias ecológicas y, puesto que en su mayor parte no están escritas, cuando dejan de hablarse esa sabiduría y esa comprensión únicas se pierden para siempre. La diversidad biológica y la diversidad lingüística van de la mano; si una está amenazada, la otra también.

Alrededor de la mitad de las lenguas del mundo carecen de forma escrita, pero esto no significa en modo alguno que carezcan de cultura.

Las lenguas no escritas son ricas en tradiciones orales; historias, canciones, poesía y rituales se transmiten de una generación a otra y se mantienen notablemente coherentes y fiables en el tiempo. Científicos hallan cada vez más pruebas de, transmitidos y preservados de forma impresionante a través de cientos de generaciones.

Ningún ser humano en la Tierra habla una lengua “primitiva”, porque tal cosa, sencillamente, no existe. Todos los idiomas tienen unas reglas complejas y únicas de pronunciación, vocabulario y gramática que todos sus hablantes conocen y comprenden intuitivamente.

De hecho, las lenguas indígenas suelen ser en general las más complejas, especializadas e idiosincráticas, sobre todo las que se hablan en zonas remotas por parte de pocos centenares de personas. A causa de esta singularidad, las lenguas más amenazadas son lógicamente las que más tienen que enseñarnos sobre la increíble amplitud y la variedad de la percepción y la experiencia humanas.
Algunas lenguas indígenas demuestran que la expresión humana no se limita a la palabra hablada. Las más famosas son tal vez las lenguas de tambor africanas, que permiten transmitir mensajes entre comunidades a una velocidad de más de 160 kilómetros por hora.

No es como silbar la melodía de una canción, sino que se silban palabras y frases con la misma flexibilidad que el habla normal. Esto permite a la gente comunicarse efectivamente en terrenos montañosos, en el mar o en un bosque tupido. Va muy bien para cazar, porque suena como el trino de un ave y por tanto no ahuyenta a las presas.

El conocimiento, los puntos de vista y las ideas contenidas en las lenguas indígenas tienen un valor inconmensurable para la humanidad.
© Survival International

La lengua que hablas determina tu manera de relacionarte con el mundo, pero no limita tu capacidad de pensar y entender. Mientras que nosotros ordenaríamos una secuencia de acontecimientos o imágenes de izquierda a derecha, empezando por la izquierda y terminando en la derecha, como el curso del sol a lo largo del día. Esto significa que el orden en que colocarían, por ejemplo, una secuencia de fotos que muestran a una persona que envejece cambiaría en función de la posición en que se hallen en un momento dado.

La mayoría de nosotros carecemos de esta capacidad para orientarnos instintivamente entre este y oeste, de modo que seríamos incapaces de colocar las fotos en el orden “correcto” para los hablantes de esta lengua. Sin embargo, el hecho de que veamos el mundo de un modo distinto no implica que no comprendamos su lógica.
Sea cual sea la lengua que se habla, las personas son personas, incluidas algunas variantes como “tata”, “dada” y “nana”. ¿Es esto una prueba de que existe alguna profunda relación histórica entre todas las lenguas?

No. Lo que demuestra en realidad es que la boca de todos los bebés tiene la misma estructura. Sonidos como “ma”, “pa”, “da”, “ta” y “ga” son los más fáciles de pronunciar, de modo que son los primeros que aprenden los bebés. Todos los progenitores cariñosos consideran que su hijo o hija ha de dirigirse a ellos personalmente, de manera que “mamá” y “papá” pasan a formar parte del vocabulario.

Las lenguas son la prueba de que todos los seres humanos son básicamente parecidos, pero al mismo tiempo diversos, innovadores y únicos de un modo fascinante. No solo revelan la deslumbrante variedad de la cultura y la experiencia humanas, sino que también nos proporcionan, mejor que ningún otro fenómeno, la noción de lo que significa ser humanos, además de los límites y posibilidades de nuestras mentes.

Cosas que podríamos suponer que son comunes a todos los humanos, como que el pasado está detrás y el futuro delante de nosotros, que lo que sigue al 1 es el 2 y que el azul y el verde son colores diferentes, resultan no ser el caso para todo el mundo; otras lenguas lo hacen de modo distinto. Incluso hay pruebas de que la lengua que uno habla cambia realmente la estructura de su cerebro.

Se calcula que ya el 97% de las lenguas humanas que han existido históricamente se han extinguido. Esto representa un vacío enorme en nuestro conocimiento y nuestra comprensión de nosotros mismos como seres humanos. Cuando muere una sola lengua, desaparece para siempre una pieza fundamental del puzle humano.


A los niños wanniyala-aettos se les enseña la lengua y religión de la población mayoritaria cingalesa. © Survival International

La causa fundamental de la muerte de una lengua se da cuando los niños dejan de hablar la lengua de sus progenitores. Esto puede ocurrir por una serie de razones, pero un factor clave es cuando a los niños se les hace sentir vergüenza por hablar la lengua de su familia. Survival impulsa una campaña contra la “reprogramación” de niños indígenas en “Escuelas Fábrica” (internados) de todo el mundo.

Además de acelerar la extinción de cientos de lenguas indígenas, el trauma infligido a las víctimas y comunidades se transmite de una generación a otra y todavía causa sufrimiento en la actualidad.

Una mujer y su bebé se bañan en un arroyo cerca de su comunidad. Sean cuales sean nuestras diferencias, la lengua demuestra que los padres y madres de todo el mundo se relacionan con sus hijas e hijos de un modo similar.

Agricultura: el camino a pasado mañana


Por: Guillermo Castro H.
17-04-2020

“los ecosistemas sostienen las economías (y la salud);
pero las economías no sustentan los ecosistemas”
Miguel Altieri y Clara Nicholls

La crisis detonada por el COVID19 pude, debe, ser encarada en dos planos. El más urgente consiste sin duda en proteger las vidas humanas. El más importante, sin embargo, consiste en mirar al futuro más allá de los males que encaramos hoy. Todos coinciden en que la pandemia cambiará el mundo. Que eso sea para bien o para mal, depende en una medida decisiva del grado de participación social bien informada en la formulación y la toma de decisiones en una amplia diversidad de campos de la vida humana.

Uno de esos cambios es el de las relaciones entre las sociedades y la producción de los alimentos que necesitan para subsistir. Sobre esto, Miguel Altieri y Clara Nicholls nos advierten que la pandemia de COVID 19 confirma lo estrecho de los vínculos entre “la salud humana, animal, de las plantas y la ecológica”, y nos llama “a repensar nuestro modo de desarrollo capitalista y a cuestionarnos las formas en que nos relacionamos con la naturaleza.” Al respecto, proponen analizar el problema desde la perspectiva de la agroecología, cuyo enfoque sistémico nos ayuda a comprender cómo la forma en que son producidos nuestros alimentos puede auspiciar el bienestar, o generar grandes riesgos y daños para la salud, como lo hace la agricultura industrial.

Hoy, añaden, los monocultivos a gran escala ocupan cerca del 80% de las 1,500 millones de hectáreas arables en el planeta, carecen de diversidad ecológica, y son muy vulnerables a las plagas. El solo control de esas plagas demanda alrededor de 2,300 millones de kilogramos de pesticidas cada año, lo cual además ocasiona daños ambientales y en la salud pública estimados en más de 10 mil millones de dólares al año solo en los Estados Unidos. Esto, sin considerar los costos asociados a los efectos tóxicos agudos y/o crónicos que causan los pesticidas a través de sus residuos en los alimentos, ni los derivados del uso igualmente masivo de fertilizantes artificiales.

Por su parte, la ganadería industrial estabulada es muy vulnerable a la devastación por diferentes virus como la gripe aviar y la influenza. Las prácticas en estas operaciones industriales con miles de pollos, cerdos, vacas (confinamiento, exposición respiratoria a altas concentraciones de amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc. que emanan de los desechos que generan) “no solo tornan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden patrocinar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más virulentos e infecciosos.” A esto se agrega el uso “masivo e indiscriminado de productos antibióticos y promotores de crecimiento”, contaminantes y costosos. Esto contribuye a crear “condiciones de resistencia de cepas patógenas a los medicamentos contra súper bacterias como Pseudomonas aeruginosa, Escherichia coli, Staphylococcus aureus ySalmonellas.”

La expansión constante de estas prácticas productiva da lugar, además, al reemplazo de los agropaisajes biodiversos “por grandes áreas de monocultivo que causan la deforestación”. Con ello, dicen, “los patógenos previamente encajonados en hábitats naturales, se están extendiendo a las comunidades agrícolas, ganaderas y humanas, debido a las perturbaciones causadas por la agricultura industrial y sus agroquímicos e innovaciones biotecnológicas.”

Todo esto ha ido haciendo cada vez más frágil el sistema alimentario globalizado, incrementando la inseguridad alimentaria sobre todo en los sectores más pobres de todas las sociedades del planeta y, en particular, “para los países que importan más del 50% de los alimentos que consumen sus poblaciones” y para “para las ciudades con más de cinco millones de habitantes” que deben importar al menos “dos mil toneladas de alimentos por día, los cuales además viajan en promedio unos 1,000 kilómetros.”

Ante este carácter “altamente insostenible y vulnerable a factores externos” del sistema alimentario dominante, la agroecología provee las bases para la transición hacia una agricultura que no solo tiene capacidad de proporcionar a las familias rurales beneficios sociales, económicos y ambientales significativos, sino que también tiene la capacidad de alimentar a las masas urbanas de manera equitativa y sostenible.

Por lo mismo, dicen, urge “promover nuevos sistemas alimentarios locales para garantizar la producción de alimentos abundantes, saludables y asequibles para una creciente población humana urbanizada.”

El sistema agroecológico, en efecto, trabaja con la naturaleza y no contra ella. Así, “exhibe altos niveles de diversidad y resiliencia al tiempo que ofrece rendimientos razonables, y funciones y servicios ecosistémicos.” La agroecología, además, propone restaurar los paisajes que rodean las fincas, lo que enriquece la matriz ecológica y sus funciones como el control natural de plagas, la conservación de agua y del suelo, la regulación climática, la regulación biológica, entre muchas otras. Con esto […] también crea “rompe-fuegos ecológicos” que pueden ayudar a evitar el “escape” de patógenos de sus hábitats.

Esta transformación tecnológica demanda plantear el cambio social necesario para hacerla viable. La agroecología, en este sentido, es también una ecología política, en cuanto requiere restaurar las capacidades de producción de los pequeños agricultores,” promoviendo “un aumento en los rendimientos agrícolas tradicionales y la mejora de la agrobiodiversidad con efectos positivos sobre la seguridad alimentaria y la integridad ambiental.” Y esto es tanto como decir que requiere crear sociedades en las que los pequeños productores y las comunidades indígenas sean efectivamente actores políticos por derecho propio.

Aquí se trata ante todo de establecer un equilibrio nuevo y más sano en la organización de la producción de alimentos. Hoy, los pequeños agricultores manejan solo el 30% de la tierra cultivable mundial, pero producen “entre el 50% y el 70% de los alimentos que se consumen en la mayoría de los países.” En estas circunstancias, la agroecología permitiría “producir localmente gran parte de los alimentos necesarios para las comunidades rurales y urbanas, particularmente en un mundo amenazado por el cambio climático y otros disturbios, como las pandemias.”

Todo esto confirma una verdad elemental: si deseamos una relación distinta con nuestro entorno natural, tendremos que crear sociedades que organicen de manera diferente sus relaciones con ese entorno. Y requiere plantear de manera nueva el papel de los pequeños productores agropecuarios en la definición de nuestras políticas y estrategias de relación con la naturaleza, y en la creación de las formas de organización productiva que esa relación demande.

En esto, no somos nuevos. Ya nos había advertido Martí que ser bueno “es el único modo de ser dichoso”, y ser culto “el único modo de ser libre”, para advertirnos enseguida que. “en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.” Y a eso agrega enseguida que “el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza.”

La crisis de la gestión neoliberal de la globalización, que destruye en un mismo proceso las condiciones sociales, naturales y territoriales de producción en aras de la acumulación incesante de ganancias, nos permite ver con mayor claridad el importante papel que ha de desempeñar la agroecología (política) en el futuro de nuestra especie, donde la prosperidad será ante todo el principal soporte de la solidaridad. En este terreno, ya vamos sabiendo en qué dirección caminar.

"No quiero misas con público, son una aberración"


www.religiondigital.org / 28.04.2020

He copiado algunos titulares últimos de RD (27.4.20), que aparecen igualmente en la prensa de España, Italia o Argentina…:
“¿Cuándo volverán las misas abiertas al público en España?... La Junta de Andalucía propone que haya misas con público a partir de este domingo.” “Los funerales, primer paso en la desescalada que permitirá la vuelta de las misas con público en España... José A. Rosas: "Organizadores del 'Devolvednos la misa' también lanzan campañas negras contra obispos españoles, argentinos o brasileños". “Culto, sí, pero no así': misas como aspirinas y curas convertidos en expendedurías de bendiciones desde los tejados... Los obispos italianos acusan a Conte de "excluir arbitrariamente" las misas con público en el desconfinamiento del país”.

Esos titulares me han producido gran rabia y tristeza: Las “misas con público” son una aberración cristiana. Si lo hubiéramos comentado con Jesús, si hubiéramos preguntado a Marcos o Mateo, a Pablo o Juan, a Salomé, María de Nazaret o Magdalena, nos hubieran respondido: Está loca esa gente; las misas no son un espectáculo de público, un partido de fútbol, una corrida o teatro. Las misas las celebran todos en el ruedo, no hay tendido para el público, no hay unos que hacen y otros miran, todos son “con‒celebrantes”, cuadrilla de Jesús.

‒ “¿Y si viene y se junta mucha gente?” Habrá que organizarlas en grupos, como en el caso de las “comidas” de Jesús, cuando alguna vez venían unos 500. ¿Cómo? En grupos de cien o de cincuenta, o más pequeños (cf. Mc 6, 39-41; cf. Mc 8,1-12).

‒ “¿Y si vienen curiosos a ver, escuchar, como público?” ¡Aquí no hay curiosos! A la misa no va nadie a escuchar, a ver el espectáculo; y si alguno viene de público se le dice que aquel no es su sitio. Que se siente si quiere, pero que comparta, que hay palabra y pan para todos que llegan, como dice cuidadosamente San Pablo en 1 Cor 12-14.

--Una misa a la que va la gente de público para ver, escuchar, mirar… no es eucaristía cristiana, es otra cosa… más propia de paganos y del circo o del fútbol teatro que del evangelio. Por eso debe terminar ese lenguaje de la misa con público, y discutiendo sobre el número de gradas o la separación de los curiosos…

‒ “¿Y en caso de virus, no habrá leyes especiales misas...?” Las leyes sociales del ministro de turno o de la policía serán las mismas que para otras reuniones de familia o grupo… No tiene que haber diferencia. Si hay normas convenidas para tiempos de virus serán las mismas en las misas y en otras celebraciones de familia: en espacio, en número, con mascarilla o sin ellas, con niños civilizados etc.

‒ “Pero entonces se destruye la esencia de la misa… que necesita más gente, con profesionales para cada grupo…” ¡Eso es una simpleza! Las misas no se hacen o reparten con entrada, como espectáculo de público, sino que se pueden y deben celebrar siempre que haya dos o tres cristianos reunidos en nombre de Jesús.  

‒ “El número es clave”, bastan ¡dos o tres! Así dice con todo cuidado el evangelio de Mt 18, que ofrece la primera “legislación sobre el tema”, la más importante de todas, por encima de todo posible Derecho Canónico posterior: Allí donde están reunidos dos o tres en mi nombre allí estoy yo, dice Jesús... Allí está él, la vida de Dios, como palabras, como amor mutuo, como pan…

‒ “Pero esas misas de “dos o tres” (o de cinco o de quince…) ¿son misas de verdad?” ¡Claro! Tan de verdad y mucho más que la misa de un Papa solo en el Vaticano o la del obispo de Granada en su catedral… Son más misas aún que las misas grandes del espectáculo, no necesitan permiso de nadie, tienen el permiso (mandato) de Jesús…

‒ “Pero es que nos quitan la misa…” dicen grupos de política más que de cristianismo en España, Argentina, México, Colombia… ¡Esos que dicen así y protestan contra los políticos de turno, que velan por la salud de la población, no quieren la misa de Jesús, ni se interesan por el evangelio, sino que sólo quieren un tipo de poder social o político, como han dicho muy bien los obispos de Argentina

Ciertamente, el tema no es tan simple…

Junto a esa misa de la casa, la primera, la más importante, de dos o tres (o cinco o quince) reunidos en cualquier casa o lugar, como dice Jesús y como hacían Pablo y su gente, yo quiero también la misa que se pueda celebrar en una iglesia más grande, como aquella en la que participo normalmente con Mabel en San Morales (imagen), porque nos vemos, nos saludamos, compartimos la fe, y es hermoso escuchar y concelebrar todos con Don Juan Pedro, nuestro “párroco” (¡ojo, parroquia significa casa, comunidad de la casa…!). Y espero que podamos hacerlo pronto.

Por eso es normal que mucha gente espere que se puedan celebrar pronto misas públicas, aunque nunca para el público…, pues una misa para el público no es misa, y por más teología que estudio no sé cómo puede estar/ser allí Jesús. Quiero que pueda haber pronto misas más abiertas, en las que participan más cristianos, todos concelebrantes (no para el público…), quiero que se organicen bien, y para eso están las autoridades sanitarias y los obispos… Pero sin olvidar que la primera misa no es esa de la gran gente que puede venir, porque le cae de paso, sino la misa de los grupos de comida y conversación de Mc 6, con unos 50 o 100 en cada corro (¡no más!) o los más pequeños de Mt 18, con dos o tres, que pueden ser los padres y abuelos con el niño, o los hermanos, o tres o cuatro cristianos del bloque de casas.

Reflexiones posteriores

La misa no es cosa de jerarquías, sino de creyentes

Dios no es jerarquía (poder sagrado) sino amor expansivo y comunión gratuita: no se revela en un sistema sacral superior, sino en el amor personal de quienes salen al encuentro de los excluidos y suscitan ámbitos de diálogo afectivo y contemplativo. La autoridad de la iglesia se identifica con el amor mutuo de los creyentes, fundado en la palabra de gracia de los apóstoles de Jesús. Ciertamente, la iglesia es apostólica, pero no clerical ni episcopal en el sentido posterior.

La iglesia no la forma la jerarquía, sino los creyentes reunidos… Por eso, allí donde hay un grupo de cristianos reunidos se puede y se debe celebrar la eucaristía. Ciertamente, la función de obispos y presbíteros es muy importante, pero no para celebrar la eucaristía en exclusiva, sino para coordinar la alabanza y vida de los diversos grupos cristianos.

No hay una iglesia de jerarcas que celebran y de público que asiste…
Jesús no ha querido establecer una nueva estructura social, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento de reino, que es fermento de vida y esperanza abierta a todos los pueblos de la tierra. Es evidente que, si quiere perdurar, ese movimiento debe estructurarse, con sus comunidades (iglesias) y sus instituciones de autoridad o ministerios, que han de ser transparentes, para que exprese y expanda por ellas la gracia y libertad del evangelio. Pero la iglesia se organizó de un modo romano, convirtiéndose en sistema de poder junto al estado (o en contra del estado).
Pues bien, ese tiempo de poder clerical, con unos que celebran y otros de público, está acabando y la iglesia ha de tornar a lo que era: autoridad y comunión gratuita (de tipo afectivo, gozoso, liberado, al servicio de los pobres). Por eso debe renunciar a sus ventajas anteriores, no para resguardarse en la pura intimidad (una sacristía privada), sino para actuar y expresarse más abiertamente, superando el mimetismo del poder económico y civil, cultural y sacral, judicial y militar que han venido uniéndose con ella.

No queremos defender sólo una iglesia invisible, sino todo lo contrario, queremos una iglesia bien visible, presente en todos los caminos de la vida, pero no en línea de poder, sino de animación, no como estructura sacral objetivada, sino como unión gratuita de amor abierta a todos. Pues bien, da la impresión de que la iglesia jerárquica (no el gran pueblo de Dios que cree en Cristo) tiene miedo: no quiere perder lo que piensa que tiene, desea aferrarse a privilegios (jurídicos, sacrales, culturales...) y dice que lo hace para servicio de los pobres, aunque, en realidad está queriendo mantenerse a sí misma. Por eso, es normal que haya un divorcio cada vez mayor entre la jerarquía eclesial (eso que pudiéramos llamar el “aparato”) y el conjunto de los fieles.

Ha terminado un ciclo clerical de poder

Va a llegar una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo, una generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes en el sentido de “celebradores separados”, por encima del público… Como saben la carta 1 de Pedro y la carta a los Hebreos, todos los cristianos son sacerdotes, celebrantes de Dios, no público que consume misas en el mercado mejor o peor de la religión cristiana.
Según eso, la iglesia es comunidad de celebrantes sacerdotes, de manera que sin que se juntan dos o tres (¡no los diez que mandaba el orden judío de la sinagoga!) los cristianos pueden celebrar. El texto de Mt 18 es taxativo. Los judíos de ley habían establecido un número de diez (y encima machos, varones) para que hubiera celebración judía. En contra de eso, los cristianos de Mateo, siguiendo a Jesús, establecieron que bastaban dos o tres para celebrar, sin necesidad de que fueran varones…

El modelo jerárquico ha pervivido en la visión de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.
En contra de eso, debemos redescubrir el misterio de Dios (es Infinito) y su revelación en los excluidos del sistema: el huérfano-viuda-extranjero de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos de Jesús, para acentuar, al mismo tiempo, la experiencia esencial de comunión, que supera las gradaciones ontológicas.

Sólo allí donde Dios rompe el sistema y supera la lógica de sometimiento sacral se podrá hablar de libertad y comunión igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se supere la lógica de jerarquización sacral se podrá volver a una misa sin público, una misa en la que todos son celebrantes, empezando por los más pobres, como dice de un modo radical la carta de Santiago, cuando pide que los pobres se sienten en el primer asiento (es decir, en el del cura o el obispo).

Dos o tres no uno sólo… Uno a solas puede orar, pero no "decir" misa…

La aberración de cierto cristianismo ha llegado a tal límite que se dice que algunos curas celebran misas solitarias (ellos solos) en el campanario de la iglesia, o en una iglesia vacía… Pues bien, por mucho que digan algunos cánones, eso no es misa, es espectáculo de campanario o rito vacío… Una misa de uno solo, por muy obispo que sea no es misa… Hacen falta por lo menos dos o tres, como los de Emaús, como los de Mt 18… Dos o tres que sean simplemente cristianos, es decir, que se sientan unidos a Jesús, que conversen, que celebren, que den gracias y bendigan, que tomen en honor a Jesús el pan y el vino o los equivalentes… Eso es misa, eso va a misa, como se dice en mi tierra.

No hay misa por televisión o a la carta…

No voy en modo alguno en contra de una misa de televisión (sea del canal 13 o del 2, me da lo mismo). Pero lo que se “hace” en televisión para un público no es misa, por más piadosa que sea, por más que la diga el Papa. Y recuerdo que Mabel y yo hemos “compartido” con piedad esas misas pascuales del papa televisivo este año 2020.

Pero oír por televisión la misa no es misa, es otra cosa. Para que haya misa de verdad es necesario que estén allí dos o tres reunidos, en el salón o cocina de la casa… Y que no se limiten a oír y ver… sino que hablen, se hablen y quieran entre ellos, y que compartan el pan y el vino o sus equivalentes, recordando así a Jesús. La misa verdadera es la de ellos, los dos o quince reunidos en la habitación, dialogando, queriéndose, comiendo juntos, no la de la televisión, que no está mal, pero que es otra cosa.

Sólo así puede volver el cristianismo…

Algunos se lamentan y hablan de la descristianización de occidente. Pues bien, pienso que es hermoso y bueno que haya sido así. No habíamos gozado la gratuidad, sino invertido con técnicas de sistema o mercado. Ciertamente, muchísimas personas de la administración eclesial han sido y son ejemplo de honradez personal y eficacia. Pero el sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que habíamos identificado con un tipo de administración cristiana. Por eso, es bueno que ese sistema esté fallando, desde una perspectiva de evangelio: parece normal que gran parte de los antiguos creyentes de este final del segundo milenio estén dejando la estructura eclesial y no quieran ser cristianos en la forma antigua.

Esto no lo digo yo, lo está diciendo con mucha más fuerza que yo el Papa Francisco, siendo muy criticado por ello, en muchos lugares. Este fallo de las instituciones sociales de la iglesia nos invita a buscar y descubrir su verdad en su plano de gracia y comunión personal, pues sólo así reciben su sentido los signos de la iglesia (oración contemplativa y comunicación de fe, bautismo y perdón, matrimonio y eucaristía...). Lógicamente, estos signos no se pueden realizar por sistema o encargo, sino que han de vivirse en apertura hacia el misterio, en encuentro personal, libre y creador, entre los humanos.

Planificar las experiencias eclesiales en forma de mercado, buscando rentabilidad programada y dejando su gestión para una instancia superior, esto es, para unos ministros cristianos que actúan como administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros me sustituyan en el amor del matrimonio o la experiencia familiar de comunión y amistad. Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de administración, en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero la iglesia no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede delegar en nadie la gestión de sus asuntos (oración y comunicación de fe, encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben cultivar la fe y amor de un modo autónomo, desde la raíz del evangelio.

El tiempo de una burocracia clerical ha terminado

Esta situación había nacido de la misma riqueza de una iglesia que se ha sentido heredera del orden imperial de Roma. Avanzando en un camino que había sido iniciado, en plano político, jurídico y militar por el imperio romano, ella ha creado una burocracia espléndida, capaz de operar de una manera unitaria en asuntos religiosos, realizando funciones de anticipación y suplencia jurídica y social, que pueden ser buenas, pero no cristianas, pues usurpando la libertad y comunión dialogal de los creyentes.

Ese tiempo de anticipación y suplencia de la iglesia clerical superior, por encima de los fieles (tomados como público) ha terminado, porque no era bueno, y porque ya no es necesario. Ella había sido modelo de organización y legalidad, incluso en plano de política. Gracias a Dios, ese estadio ha pasado y el sistema global funciona perfectamente sin ella. Por eso y, sobre todo, por fidelidad al evangelio, debe abandonar sus mediaciones y poderes diplomático-administrativos, para ser lo que es: portadora de gratuidad y encuentro personal, donde cada uno dice su palabra y todos pueden comunicarse, sin intermediarios sacrales o sociales.

La misma dinámica de jerarquización y sacralización, antes evocada, había propiciado el surgimiento de una buena racionalidad sacral que conduce en el fondo al ateísmo práctico de las masas. Pero esa situación ha terminado. No es que la iglesia se vuelva inoperante y quede relegada a lo privado, como un hobby más entre los muchos de la gente, sino todo lo contrario: ella debe salir del sistema para encontrar su lugar propio y volverse significativa e importante, pero no en política, sino como experiencia de gratuidad compartida.
Comunicación cristiana

La iglesia es una comunidad comunicativa, sin más tarea que el despliegue y apertura del diálogo de amor de Dios en Cristo a todos los humanos. No hay verdad cristiana fuera de la comunión personal de hombres y mujeres que creen en Jesús y expanden su fe-amor a los humanos. Amor mutuo: eso es la verdad. Comunión afectiva y efectiva abierta a todos los humanos: eso es iglesia. Un largo y hermoso camino se abre a los creyentes: itinerario de comunicación, reto humano, invitación cristiana.

Madrugá sin procesiones en Sevilla

El Dios de los cristianos no está fuera, sino en la misma comunicación en la comunión de los creyentes, pues por Cristo se ha hecho carne de vida, muerte, entrega y pascua, en el tejido de violencia de la historia (para convertirlo en campo de diálogo humano). No podemos buscarle en una trascendencia resguardada, sino en la misma acción comunicativa de amor entre creyentes. Por eso, los ministerios cristianos son mediaciones comunicativas: no expresan el poder de un dios en sí (principio superior y separado, que se goza imponiendo su dictado), sino la comunicación de Dios en Cristo; mediadores de esa comunicación quieren ser los ministros.

No representación con (para el) público. 2020: Un año bueno

Los que quieren “misas con público” se están equivocando de sitio. Que vayan al circo, al teatro, al fútbol o a los toros. La misa se parece más a un baile donde bailan todos, todos… de forma que la música les salga de dentro, sin necesidad de una orquesta fuera, por encima. Jesús rechazó es tipo de teatro religioso, y precisamente los dueños del teatro le condenaron a muerte, el teatro de Roma, el de un tipo de sacerdotes de templo.
Éste (tiempo del coronavirus, primavera 2020) es un tiempo malo en otros sentidos, pero puede ser muy bueno para replantear el cristianismo, pues Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes buscan recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia...

Pues bien, este es un tiempo para que los grupos de cristianos sin cura externo se animen a celebrar por sí mismos, desde el evangelio. Los cristianos no son súbditos de un sistema sagrado, no son públicos para un espectáculo u organización, sino valen y son por ellos mismos: son dignos de amor, especialmente si están necesitados; son celebrantes de la fiesta de Jesús, que está presente en cada uno y en la comunidad reunida. Jesús no dice: "Donde haya dos o tres reunidos en mi nombre que vayan donde el obispo y le pida cura...sino que celebren ellos mismo, que él. Jesús, está con ellos".

Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia, en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento, el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad: nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los expulsados del sistema… y así lo celebramos, reunidos en nombre de Jesús, con su palabra, con su pan compartido.

Participación en la liturgia en tiempos de coronavirus

Ante el siglo XXI y XXII…

Se dijo hace un tiempo que el siglo XXI será místico o no será, pues el sistema corre el riesgo de encerrarse y encerrarnos en su cofre de violencia. Pues bien, más que místico en sentido abstracto, pienso que este siglo XXI del coronavirus ha de ser un siglo de gratuidad y comunión, de celebración compartida de la vida, de un modo directo. De lo contrario, nuestra humanidad puede destruirse a sí misma.

Parecía en otro tiempo que podíamos vivir por impulso biológico o deseo, dominados por una religión impositiva (temor al infierno) e dirigidos por la búsqueda de un mejor futuro (cielo). Muchos piensan que esos motivos son ya insuficientes. Necesitamos razones y experiencias más hondas, sensaciones y esperanzas para amar de un modo gratuito, pues de lo contrario el sistema acabará por destruirnos. Entre esas sensaciones y esperanzas está, sin duda, el amor mutuo, directo, inmediato, vinculado a la contemplación del misterio (sabernos amados, acogidos), expresado en forma de acción de gracias (eucaristía) y de bendición (eulogía)… en cada grupo, en cada casa…

Nos estamos jugando el futuro, nos estamos jugando el cristianismo
El momento y tema es clave. Por un lado, se extiende implacable un sistema económico y político (policial), sin resquicio para la gratuidad y ternura, el perdón y reconciliación, imponiendo sobre todos su "coraza de hierro" de ley necesaria. Por otro lado, aumentan las divisiones sociales y el odio: choque entre colectivos nacionales, minorías y mayorías, exilados y emigrantes... Crecen los grupos contrapuestos, la violencia aumenta, muchos se sienten inseguros. En este contexto se vuelve cada vez más necesaria una experiencia contagiosa y creadora de perdón y de la comunión directa...

La iglesia actual, desde el Vaticano II hasta el Papa Francisco, está hablando de crear comunidades, de una nueva evangelización... pero no hace nada, casi nada... a pesar de los intentos del Papa Francisco. Quizá muchos "jerarcas" no se dan cuenta, ellos mantienen la esquizofrenia. Ellos son parte del problema. No se trata sólo de que ellos cambien, tienen que cambiar las comunidades. Pero sin un cambio radical de la jerarquía, sin una destrucción de la jerarquía como poder sacral, para volver al evangelio, no hay solución posible.

El momento es acuciante: nos estamos jugando el futuro de la humanidad, no sólo por el coronavirus, sino por el virus más fuerte del poder por el poder y de la soledad… Mirada en ese fondo, la disputa sobre el ministro autorizado (si es todo cristiano, sólo un presbítero o la comunidad) y las discusiones legales sobre el modelo legal de absolución (individual o comunitaria) se vuelven secundarias, en la línea de los obsesivos rituales. Todo perdón humano es signo y presencia del perdón de Dios en Cristo, por encima de las leyes que impone el sistema; toda celebración cristiana de dos o tres reunidos en nombre de Jesús, desde su Palabra, ante su Pan es Eucaristía. Más que la manera jurídicamente válida de impartirlo de celebrar el perdón y la mesa de amor de Jesús importa el perdón en cuanto tal, importa la comunión.

Según el rito vigente (con su Código de Derecho Canónico), para que esta celebración del perdón y de la vida, la eucaristía, tenga valor "oficial" habrá un presbítero que avale y proclame el perdón y las palabras de la misa. Pero eso es Derecho Canónico (del malo), no es evangelio del bueno, el de Mt 18 donde se dicen: Allí donde os perdonáis (no dice con cura o sin cura) yo os perdono; y allí donde os reunís dos o tres (no dice con cura o sin cura) yo estoy con vosotros, como pan de vida, yo soy eucaristía.

¿Y para qué valen entonces los curas, los presbíteros y obispos, con los diáconos?

Para mucho, para muchísimo. Ahora es cuando valen… Como en todo grupo social (por la misma identidad humana, antes que el evangelio…), todo grupo necesita un tipo de liberados, animadores, no para “usurpar” la autoridad de perdón y de eucaristía de los cristianos que se reúnen en casas o aldeas, en grandes iglesias, en pisos de barrio, o tiempos de coronavirus…, sino para animar a la gente. El poder del perdón o de la eucaristía no lo tiene un cura ordenado, sino la comunidad de los cristianos que pueden y deben reunirse por gracia de Dios y mandato de Jesús para perdonarse, para celebrar la misa, y así lo hizo la iglesia primitiva a lo largo de dos siglos, por lo menos. Pero es muy bueno que surgieran obispos y curas para animar ese perdón y celebración de todos. Pues bien, tras 17 o 18 siglos de “suplencia clerical”, vuelve ese tiempo primitivo, vuelve la misa sin público, bendito sea.

Sólo ahora, los verdaderos curas y obispos encontrarán su tarea más honda y más gratificante, no la de ser una especie de “patronos sacrales”, sino la de actuar como delegados, animadores y testigos de las comunidades. Conozco a muchísimos curas que así lo hacen, que lo están haciendo de un modo cristiano, genial, en este tiempo de coronavirus. Ellos, con las comunidades cristianas, son garantes del camino del evangelio. De ellos seguiré tratando en este portal de RD.

Salud en tiempos de crisis


Por: Jorge L. Prosperi R.
www.laestrella.com.pa / 27-04-2020

La Rectoría del Ministerio de Salud constituye la capacidad del Estado para tomar responsabilidad por la salud y el bienestar de la población, al igual que para conducir el sistema de salud en su totalidad. Esta capacidad del Minsa es fundamental para ejercer la llamada gobernanza del sector salud. Adquiere especial relevancia en momentos como el actual y requerirá del máximo respaldo por parte del Ejecutivo.

La función rectora implica tres dimensiones indelegables: la primera es la dimensión de Conducción, la cual comprende la capacidad de orientar a las instituciones del sector público y privado y movilizar instituciones y grupos sociales en apoyo de la Política Nacional de Salud. En este momento de crisis, el liderazgo del Minsa es evidente todos los días en la planificación del quehacer de las instituciones para coordinar la respuesta intersectorial para hacerle frente a la pandemia en el país, y en las “ruedas de prensa” dirigidas por la ministra de Salud, con la presencia del director de la CSS y otros ministros. La prueba de fuego vendrá cuando superemos la pandemia y salgamos de la cuarentena. Habrá que mantener el esfuerzo y el respaldo del Ejecutivo para mantener la coordinación intersectorial que necesitamos.

No menos importantes son las llamadas Funciones Esenciales de Salud Pública. No es el momento para analizar el desempeño de esta capacidad, pero será obligatorio a medida que vayamos superando esta crisis. Las instituciones del sector deben aprovechar la oportunidad para buscar en conjunto el fortalecimiento de las competencias necesarias. Incluyen entre otras: el ejercicio de la vigilancia de la salud pública, el control de riesgos y daños en salud pública, la promoción de la salud, la participación de los ciudadanos en la salud, la garantía y mejoramiento de la calidad de los servicios de salud individuales y colectivos.

Finalmente, la Rectoría tiene la dimensión de Regulación y Fiscalización. La he dejado para el final porque la considero la más importante en estos tiempos de crisis. La función reguladora tiene como propósito diseñar el marco normativo que protege y promueve la salud de la población, así como garantizar su cumplimiento. La regulación y la vigilancia de su aplicación son necesarias para garantizar el papel estatal de ordenar los factores de producción y distribución de los recursos, bienes, servicios y oportunidades de salud en función de principios de solidaridad y equidad. Si dicha garantía no se ejerce, las leyes y normativas pierden efectividad, ya que su función se reduce a ser declarativa.

A pesar de ello, existen tendencias a restringirla en función de los intereses del mercado, lo cual cobra especial relevancia en momentos en los que la demanda de insumos y equipos médico-quirúrgicos crea oportunidades para hacer negocios con los recursos del Estado. Por otro lado, no me sorprendería la resistencia de empresas y negocios para cumplir con las medidas de distanciamiento social y bioseguridad, a medida que vayamos levantando la cuarentena, y quieran volver a la situación previa a la pandemia. El Minsa necesitará del efectivo respaldo del Ejecutivo, así como de la población, para hacer cumplir estas normativas.

La existencia de individuos y empresas que se resisten a cumplir con el marco normativo que protege y promueve la salud de la población, ha sido identificada por Transparencia Internacional (TI) en América Latina, al advertir que la corrupción puede aumentar en la región a partir de las compras y contrataciones que realizan los Gobiernos para afrontar la pandemia, y reclamó máxima publicidad de la información sobre esas transacciones y activar las agencias nacionales antimonopolio para evitar colusión entre actores económicos o prácticas que resulten en la especulación de los precios.

Consciente de esta posibilidad, nuestro primer mandatario ha reiterado que no permitirá irregularidades en las compras públicas de insumos para enfrentar la crisis del COVID-19. Por su parte, la población panameña ha estado pendiente, ejerciendo a través de las redes sociales, medios y foros, su derecho de controlar la gestión de los funcionarios, denunciando el posible uso de la pandemia para abusar de los ya de por sí limitados recursos públicos. Le toca al Minsa aprovechar el respaldo institucional y ciudadano para continuar ejerciendo con optimismo y confianza su función de fiscalización y control.


El SUFRIMIENTO Y LA DESESPERANZA DEL PUEBLO PANAMEÑO POR LA PANDEMIA DEL COVID19.


Por: Rev. Manning Maxie Suárez


El sufrimiento del pueblo panameño por la pandemia del covid-19 me recuerda al sufrimiento de los hijos de Israel en Egipto, al final vino la liberación de todo.  La historia del sufrimiento del pueblo hebreo en Egipto, es una historia que va más allá de los años 1,250 a.C.  Pero el inicio de este sufrimiento deshumanizante de este pueblo errante, se remonta a la historia de los hijos de José (en hebreo: יוֹסֵף) hijo de Jacob y de Raquel, en el antiguo Egipto donde el mismo José fue un esclavo de un funcionario egipcio llamado Potifar. La historia se expresa con más detalles al final del libro del Génesis (c.50) y el inicio del libro del Éxodo c.1 y 2.

En el escenario de la historia del gran libertador Moisés, los mismos fueron esclavizados por un sistema monárquico y déspota, duro e implacable con sus políticas hacía aquellos que ellos consideraban como “no confiables” por el Faraón (Éx. 1, 9-10).  Las razones políticas expresadas en estos versículos llevó a endurecer su posición para con ellos: 1).- Endurecer el trabajo, 2).- Trato cruel a toda la población (v.13), 3).- Asesinato de los nacidos con sexo masculino (v. 16 y 22), 4).- Maltrato de la fuerza laboral (c.2, 11), y así se sumaban las injusticias contra el pueblo hebrero.


Sin embargo, Dios (Yhwh), no se olvidó de las promesas realizadas a los patriarcas de su pueblo Abraham, de Isaac y de Jacob y llamó al libertador, a Moisés (Éx.3). y le dijo: “Claramente he visto cómo sufre mi pueblo que está en Egipto”. (Éx.3,7b). Lo que establece que Dios observa desde los cielos y juzga nuestras acciones aquí en la tierra.  Asigna a Moisés la gran tarea de la liberación del pueblo hebreo de la opresión (Éx.3,10).    

Sin embargo, el corazón del ser humano, es duro y nuestra prepotencia no nos permite muchas veces ver la verdad que Dios desea para nosotros.  Los hebreos tuvieron que sufrir con los egipcios, pruebas duras para lograr doblar la voluntad del Faraón (Éx.3,20).  10 Plagas fueron enviadas para doblar la voluntad de los mismos:  I – La conversión del agua en sangre (Éx. 7,14-24), II - La Invasión de las ranas (Éx. 8,1-15), III – Los Piojos (Éx. 8,16-19), IV - Las Moscas (Éx. 8,20-32), V - La Peste del ganado (Éx. 9,1-7), VI - La de las Úlceras (Éx. 9,8-12), VII - La de la Lluvia de fuego y granizo (Éx. 9,13-35), VIII - La de las Langostas (Éx. 10,1-20) IX - La de las Tinieblas (Éx. 10,21-29) y La de la Muerte de los primogénitos (Éx. 11,1-10; 12,29-36).  Al final de todas estas intervenciones de Dios en la historia de Egipto e Israel el resultado fue la liberación del pueblo de la esclavitud por más de 430 años (Éx.12,40-42).  Ese fue el inicio de la Pascua (Pésaj), un día de alegría y gozo para el pueblo hebreo, un día de liberación.

La gran mayoría del pueblo panameño es creyente en Dios, en el Dios de Jesucristo. La fe, que es don del Espíritu Santo, nos permite no perder la esperanza de un mundo mejor, un mundo con justicia y equidad que es lo que adolecemos hoy día en Panamá. Somos un pueblo desigual y con muy poca justicia social.   Como pueblo creyente, podemos aprender mucho de la experiencia del pueblo hebreo y del liderazgo de Moisés el gran libertador de este pueblo. 

La Pandemia del Covid-19 en Panamá, así como las plagas de Egipto hace miles de años atrás, que han dejado más de “430” muertos pero que seguramente serán muchos más. La plaga nos ha permitido revalorizar nuestra relación con Dios, con el Mundo y con los hombres y mujeres que lo habitan.  Es hora de tomar decisiones serias que impacten la vida de todos, no solo para Panamá sino para el Mundo que nos rodea, y no seguir más con ese concepto de “MÁS DE LO MISMO”.  Un “NO ROTUNDO” al pasado injusto, sin equidad y un “SI ROTUNDO” con el Dios de la historia y de la Vida que nos puede ayudar a construir un mundo más justo y equitativo. 

¿Vamos a continuar con esas prácticas viejas de corrupción y anti éticas?, ¿De tratos injustos a todos nuestros conciudadanos y residentes extranjeros en el campo laboral?, ¿Vamos a mantener este sistema económico injusto que ahoga a nuestras familias, sacrificándolas? O vamos a tomar en serio la “NUEVA NORMALIDAD”, que debe ser una vida más cónsona con la Vida como nos la dio Dios mismo a través de su hijo Jesucristo y que nos permite sentirnos parte de un pueblo escogido y bendecido.  Temas estos para la reflexión diaria.

Sacerdote.