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Carta “Placuit Deo”

Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, 01.03.2018

Congregación para la Doctrina de la Fe

Carta Placuit Deo

a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana

I.      Introducción
1.    «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 P 1, 4). […] Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»[1]. La enseñanza sobre la salvación en Cristo requiere siempre ser profundizada nuevamente. Manteniendo fija la mirada en el Señor Jesús, la Iglesia se dirige con amor materno a todos los hombres, para anunciarles todo el designio de la Alianza del Padre que, a través del Espíritu Santo, quiere «recapitular en Cristo todas las cosas» (cf. Ef 1,1 0). La presente Carta pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales.

II.   El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana

2.     El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de toda el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4, 12; Rm 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15).[2] Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza.[3] En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

3.     El Santo Padre Francisco, en su magisterio ordinario, se ha referido a menudo a dos tendencias que representan las dos desviaciones que acabamos de mencionar y que en algunos aspectos se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo.[4] En nuestros tiempos, prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios.[5] Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo,[6] que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida».[7] Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre.[8] Por otro lado, está claro que la comparación con las herejías pelagiana y gnóstica solo se refiere a rasgos generales comunes, sin entrar en juicios sobre la naturaleza exacta de los antiguos errores. De hecho, la diferencia entre el contexto histórico secularizado de hoy y el de los primeros siglos cristianos, en el que nacieron estas herejías, es grande[9]. Sin embargo, en la medida en que el gnosticismo y el pelagianismo son peligros perennes de una errada comprensión de la fe bíblica, es posible encontrar cierta familiaridad con los movimientos contemporáneos apenas descritos.

4.    Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica? Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29).

III.    Aspiración humana a la salvación

5.    El hombre se percibe a sí mismo, directa o indirectamente, como un enigma: ¿Quién soy yo que existo, pero no tengo en mí el principio de mi existir? Cada persona, a su modo, busca la felicidad, e intenta alcanzarla recurriendo a los recursos que tiene a disposición. Sin embargo, esta aspiración universal no necesariamente se expresa o se declara; más bien, es más secreta y oculta de lo que parece, y está lista para revelarse en situaciones particulares. Muy a menudo coincide con la esperanza de la salud física, a veces toma la forma de ansiedad por un mayor bienestar económico, se expresa ampliamente a través de la necesidad de una paz interior y una convivencia serena con el prójimo. Por otro lado, si bien la cuestión de la salvación se presenta como un compromiso por un bien mayor, también conserva el carácter de resistencia y superación del dolor. A la lucha para conquistar el bien, se une la lucha para defenderse del mal: de la ignorancia y el error, de la fragilidad y la debilidad, de la enfermedad y la muerte.

6.    Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia.[10] Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él.[11] «La vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina».[12] La revelación, de esta manera, no se limita a anunciar la salvación como una respuesta a la expectativa contemporánea. «Si la redención, por el contrario, hubiera de ser juzgada o medida por la necesidad existencial de los seres humanos, ¿cómo podríamos soslayar la sospecha de haber simplemente creado un Dios Redentor a imagen de nuestra propia necesidad?».[13]

7.    Además es necesario afirmar que, de acuerdo con la fe bíblica, el origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo, experimentada como un límite o como una prisión de la que debemos ser salvados. Por el contrario, la fe proclama que todo el cosmos es bueno, en cuanto creado por Dios (cf. Gn 1, 31; Sb 1, 13-14; 1 Tm 4 4), y que el mal que más daña al hombre es el que procede de su corazón (cf. Mt 15, 18-19; Gn 3, 1-19). Pecando, el hombre ha abandonado la fuente del amor y se ha perdido en formas espurias de amor, que lo encierran cada vez más en sí mismo. Esta separación de Dios – de Aquel que es fuente de comunión y de vida – que conduce a la pérdida de la armonía entre los hombres y de los hombres con el mundo, introduciendo el dominio de la disgregación y de la muerte (cf. Rm 5, 12). En consecuencia, la salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él.

IV.     Cristo, Salvador y Salvación
8.    En ningún momento del camino del hombre, Dios ha dejado de ofrecer su salvación a los hijos de Adán (cf. Gn 3, 15), estableciendo una alianza con todos los hombres en Noé (cf. Gn 9, 9) y, más tarde, con Abraham y su descendencia (cf. Gn 15, 18). La salvación divina asume así el orden creativo compartido por todos los hombres y recorre su camino concreto a través de la historia. Eligiéndose un pueblo, a quien ha ofrecido los medios para luchar contra el pecado y acercarse a Él, Dios ha preparado la venida de «un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor» (Lc 1, 69). En la plenitud de los tiempos, el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, quien anunció el reino de Dios, curando todo tipo de enfermedades (cf. Mt 4, 23). Las curaciones realizadas por Jesús, en las cuales se hacía presente la providencia de Dios, eran un signo que se refería a su persona, a Aquel que se ha revelado plenamente como el Señor de la vida y la muerte en su evento pascual. Según el Evangelio, la salvación para todos los pueblos comienza con la aceptación de Jesús: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lc 19, 9). La buena noticia de la salvación tienen nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[14]

9.    La fe cristiana, a través de su tradición centenaria, ha ilustrado, a través de muchas figuras, esta obra salvadora del Hijo encarnado. Lo ha hecho sin nunca separar el aspecto curativo de la salvación, por el que Cristo nos rescata del pecado, del aspecto edificante, por el cual Él nos hace hijos de Dios, partícipes de su naturaleza divina (cf. 2 P 1, 4). Teniendo en cuenta la perspectiva salvífica que desciende (de Dios que viene a rescatar a los hombres), Jesús es iluminador y revelador, redentor y liberador, el que diviniza al hombre y lo justifica. Asumiendo la perspectiva ascendiente (desde los hombres que acuden a Dios), Él es el que, como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, ofrece al Padre, en el nombre de los hombres, el culto perfecto: se sacrifica, expía los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor. De esta manera aparece, en la vida de Jesús, una admirable sinergia de la acción divina con la acción humana, que muestra la falta de fundamento de la perspectiva individualista. Por un lado, de hecho, el sentido descendiente testimonia la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su amor salvífico. Por otra parte, el sentido ascendiente nos recuerda que, por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer «buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (Ef 2, 10).

10.    Está claro, además, que la salvación que Jesús ha traído en su propia persona no ocurre solo de manera interior. De hecho, para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, el Hijo se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14). Es precisamente asumiendo la carne (cf. Rm 8, 3; Hb 2, 14: 1 Jn 4, 2), naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4), que «se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre»[15] y nuestro hermano (cf. Hb 2, 14). Así, en la medida en que Él ha entrado a formar pare de la familia humana, «se ha unido, en cierto modo, con todo hombre»[16] y ha establecido un nuevo orden de relaciones con Dios, su Padre, y con todos los hombres, en quienes podemos ser incorporado para participar a su propia vida. En consecuencia, la asunción de la carne, lejos de limitar la acción salvadora de Cristo, le permite mediar concretamente la salvación de Dios para todos los hijos de Adán.

11.    En conclusión, para responder, tanto al reduccionismo individualista de tendencia pelagiana, como al reduccionismo neo-gnóstico que promete una liberación meramente interior, es necesario recordar la forma en que Jesús es Salvador. No se ha limitado a mostrarnos el camino para encontrar a Dios, un camino que podríamos seguir por nuestra cuenta, obedeciendo sus palabras e imitando su ejemplo. Cristo, más bien, para abrirnos la puerta de la liberación, se ha convertido Él mismo en el camino: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6).[17] Además, este camino no es un camino meramente interno, al margen de nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Por el contrario, Jesús nos ha dado un «camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne» (Hb 10, 20). En resumen, Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu (cf. 1 Jn 4, 13). Así se ha convirtió «en cierto modo, en el principio de toda gracia según la humanidad».[18] Él es, al mismo tiempo, el Salvador y la Salvación.

V.     La Salvación en la Iglesia, cuerpo de Cristo

12.    El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo (Rm 8, 9). Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia reduccionista. La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo-pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia. Además, dado que la gracia que Cristo nos da no es, como pretende la visión neo-gnóstica, una salvación puramente interior, sino que nos introduce en las relaciones concretas que Él mismo vivió, la Iglesia es una comunidad visible: en ella tocamos el carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos. En resumen, la mediación salvífica de la Iglesia, «sacramento universal de salvación»,[19] nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad.

13.    Tanto la visión individualista como la meramente interior de la salvación contradicen también la economía sacramental a través de la cual Dios ha querido salvar a la persona humana. La participación, en la Iglesia, al nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los sacramentos, entre los cuales el bautismo es la puerta,[20] y la Eucaristía, la fuente y cumbre.[21] Así vemos, por un lado, la inconsistencia de las pretensiones de auto-salvación, que solo cuentan con las fuerzas humanas. La fe confiesa, por el contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de nuestro modo concreto de vivir las relaciones con Dios, con los hombres y con la creación (cf. Mt 28, 19). Así, limpiados del pecado original y de todo pecado, estamos llamados a una vida nueva existencia conforme a Cristo (cf. Rm 6, 4). Con la gracia de los siete sacramentos, los creyentes crecen y se regeneran continuamente, especialmente cuando el camino se vuelve más difícil y no faltan las caídas. Cuando, pecando, abandonan su amor a Cristo, pueden ser reintroducidos, a través del sacramento de la Penitencia, en el orden de las relaciones inaugurado por Jesús, para caminar como ha caminado Él (cf. 1 Jn 2, 6). De esta manera, miramos con esperanza el juicio final, en el que se juzgará a cada persona en la realidad de su amor (cf. Rm 13, 8-10), especialmente para los más débiles (cf. Mt 25, 31-46).

14.  La economía salvífica sacramental también se opone a las tendencias que proponen una salvación meramente interior. El gnosticismo, de hecho, se asocia con una mirada negativa en el orden creado, comprendido como limitación de la libertad absoluta del espíritu humano. Como consecuencia, la salvación es vista como la liberación del cuerpo y de las relaciones concretas en las que vive la persona. En cuanto somos salvados, en cambio, «por la oblación del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10; cf. Col 1, 22), la verdadera salvación, lejos de ser liberación del cuerpo, también incluye su santificación (cf. Ro 12, 1). El cuerpo humano ha sido modelado por Dios, quien ha inscrito en él un lenguaje que invita a la persona humana a reconocer los dones del Creador y a vivir en comunión con los hermanos.[22] El Salvador ha restablecido y renovado, con su Encarnación y su misterio pascual, este lenguaje originario y nos lo ha comunicado en la economía corporal de los sacramentos. Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales.[23]

VI.    Conclusión: comunicar la fe, esperando al Salvador

15.    La conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio.[24] En este esfuerzo también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia».[25] Mientras se dedica con todas sus fuerzas a la evangelización, la Iglesia continúa a invocar la venida definitiva del Salvador, ya que «en esperanza estamos salvados» (Rm 8, 24). La salvación del hombre se realizará solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte (cf. 1 Co 15, 26), participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación. La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres. Fundados en la fe, sostenidos por la esperanza, trabajando en la caridad, siguiendo el ejemplo de María, la Madre del Salvador y la primera de los salvados, estamos seguros de que «somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3, 20-21).

El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida el día 16 de febrero de 2018. Ha aprobado esta Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 24 de enero de 2018, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 22 de febrero de 2018, Fiesta de la Cátedra de San Pedro.

Luis F. Ladaria, S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Prefecto

Giacomo Morandi
Arzobispo titular de Cerveteri
Secretario

El proyecto francés de reconocimiento de «Rojava»


Thierry Meyssan
www.voltairenet.org / 090118

La discusión en Francia sobre dónde serían juzgados los yihadistas franceses capturados en Siria es un caso evidente de falso debate, alimentado por una televisora y un periodista que ocultan al público sus vínculos particulares. Y tras ese falso debate en realidad se prepara la eliminación de los posibles testimonios sobre el papel militar de Francia contra Siria. En espera de que lo acepten sus aliados, Francia prepara el reconocimiento de un Estado de opereta, bajo el nombre de «Rojava» y siguiendo el esquema ya utilizado en «Kosovo».

El 5 de enero de 2018, el presidente francés Emmanuel Macron recibió en el palacio del Elíseo a su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan.

Desde la perspectiva de Ankara, ese encuentro debía permitir a Turquía fortalecer sus contactos con la Unión Europea, evitando pasar por su interlocutor tradicional –Alemania– en momentos en que las relaciones germano-turcas han alcanzado un alto grado de tensión.

Lo más importante es que Ankara quería ponerse de acuerdo con París sobre sus proyectos futuros. El Reino Unido ha puesto en manos de Turquía el manejo del dispositivo de los yihadistas, ahora financiados por Qatar. El presidente turco Erdogan está tratando de alcanzar dos objetivos en materia de política exterior:


  • En primer lugar, obtener el respaldo de los nacionalistas kemalistas aplicando el juramento nacional del antiguo Parlamento Otomano. Por eso, el ejército turco ocupa ilegalmente el norte de Chipre, el norte de Siria y el norte de Irak [1].
  • Continuar las guerras a través de los yihadistas, desplazando los principales combates desde Siria hacia el Cuerno de África y la península arábiga.  Por eso, durante los últimos 6 meses, Erdogan ha enviado discretamente 1,500 soldados a Somalia y otros 35,000 a Qatar. También está enviando tropas a Sudán y ya se dispone a desplegar fuerzas militares en Yibuti.

Desde el punto de vista de París, el encuentro entre los presidentes Erdogan y Macron debía reactivar los compromisos franco-turcos adoptados en secreto en 2011, con el consentimiento del Reino Unido, por los entonces ministros de Exteriores Juppé y Davutoglu, fundamentalmente para crear en el norte de Siria un nuevo Estado, hacia donde Ankara pudiera expulsar a los kurdos de Turquía [2].

Aquel acuerdo franco-turco fue roto unilateralmente por el predecesor del presidente Macron –Francois Hollande– luego de la batalla de Ain al-Arab –la ciudad siria que la terminología de la OTAN designa ahora como «Kobane». Aquel retroceso de Hollande provocó una dura reacción turca, bajo la forma de atentados perpetrados por el Emirato Islámico (Daesh) el 13 de noviembre de 2015 [3]. Ese proyecto no contradice las opciones actuales del Reino Unido y Turquía.

Consciente de la reticencia del parlamento francés ante esa aventura, el presidente Macron ha optado por hacer que todo eso se haga inevitable… abriendo antes una cuestión secundaria.

El regreso de los yihadistas

Al ser entrevistado en el programa del periodista Jean-Jacques Bourdin para RMC y BFM-TV, el 4 de enero de 2018, el secretario de Estado y vocero del gobierno francés, Benjamin Griveaux, declaró que los yihadistas capturados en Siria por la coalición internacional contra Daesh –o sea, por las fuerzas bajo las órdenes del Pentágono– podrán ser juzgados en el norte de Siria «si las instituciones judiciales son capaces de garantizar un juicio justo» con «respeto de los derechos de la defensa».

Benjamin Grivaux es un ex colaborador de Dominique Strauss-Kahn [4]. Muy vinculado ahora a Emmanuel Macron, Benjamin Grivaux participó en toda la campaña electoral del hoy presidente de Francia. Su esposa, que es abogada, redactó la parte jurídica del programa electoral de Macron.

Poco después, el mismo periodista, Jean-Jacques Bourdin, entrevistaba a Khaled Issa, representante de «Rojava» en París, quien confirmaba que su «gobierno» está dispuesto a juzgar a los yihadistas de nacionalidad francesa. Pero decía de pasada que la decisión de juzgarlos allí o de «extraditarlos» no sería de Francia sino que la tomaría la «coalición internacional», de manera global, para todos los yihadistas en general, independientemente de sus nacionalidades.

Al día siguiente, 5 de enero, el mismo Jean-Jacques Bourdin entrevistaba a la ministra de Justicia de Francia, Nicole Belloubet, quien declara entonces, refiriéndose al mismo asunto, que «no hay Estado reconocido pero hay autoridades locales y podemos admitir que estas puedan proceder a la realización de juicios».

En ninguna de esas tres entrevistas, el periodista Jean-Jacques Bourdin hizo el menor esfuerzo por precisar si los veredictos que se pronunciaran en «Rojava» contarían con el reconocimiento de la justicia francesa (Non bis in idem), sin el cual los acusados serían procesados nuevamente y pudieran ser condenados por segunda vez por los mismos hechos y volver a ser encarcelados –también por los mismos hechos– si volviesen a Francia.

Cuando entrevistó a la ministra de Justicia, Bourdin la interrogó sobre otras cuestiones y sorprendió al público mencionando asuntos sobre los que el gobierno nunca se había pronunciado, sin precisar cómo había tenido acceso a esa información confidencial.

El periodista Jean-Jacques Bourdin está casado con Anne Nivat, corresponsal de guerra, furiosamente anti-rusa y notoriamente vinculada a la DGSE francesa (Dirección General de la Inteligencia Exterior, siglas en francés). BFM TV es propiedad de una firma que pertenece a los hombres de negocios Patrick Drahi y Bruno Ledoux. Este último es además propietario del local que sirve de sede a la representación de «Rojava» en París.

En sus respuestas a Bourdin, Benjamin Griveaux y Nicole Belloubet evitaron cuidadosamente el uso de palabras como «kurdo», «Kurdistán» y «Rojava», hablando simplemente de las «autoridades» (sic) del norte de Siria.

Allanando el camino hacia una violación flagrante del derecho

Si finalmente se decidiese que los ciudadanos franceses pueden ser juzgados en «Rojava», esa decisión violaría:


  • el Tratado franco-sirio que reconoce las jurisdicciones de la República Árabe Siria como las únicas legítimas en suelo sirio;
  • la Convención Europea de Derechos Humanos, o Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. 
  • Su artículo 6 precisa que, para que un juicio sea equitativo, tiene que existir un tribunal establecido por ley y sus decisiones deben carácter ejecutorio. Al no disponer «Rojava» de prisiones, sólo dos veredictos serían realmente aplicables: la excarcelación del acusado o su condena a muerte. Por supuesto, nada impedirá que se pronuncien otros veredictos y que los condenados sean discretamente “reciclados” enviándolos a luchar en otros teatros de operaciones. 
  • Su artículo 7 plantea como principio que no hay pena sin ley (Nullum crimen, nulla poena sine lege [5]). Hoy por hoy no existe un código penal kurdo.
  • la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que figura en el Preámbulo de la Constitución de Francia, cuyo Artículo 7 estipula que quienes soliciten, impartan y ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias deben ser castigados.
  • la Constitution francesa actualmente en vigor.
  • Su artículo 55 estipula que los tratados bilaterales regularmente aplicados por las otras partes firmantes, siguen siendo de obligatorio cumplimiento para Francia, lo cual es el caso de los Tratados entre Francia y Siria.
  • Su artículo 68 plantea la responsabilidad penal de los miembros del gobierno y del presidente de la República Francesa por todo «incumplimiento de sus deberes manifiestamente incompatible con el ejercicio de su mandato».

Eliminación de testimonios

Antes de emprender un camino del que sabe perfectamente que contradice a fondo el Derecho, el gobierno francés ha utilizado los medios de prensa para crear un profundo rechazo al «regreso de los yihadistas». Ningún otro país afectado por ese fenómeno ha abierto este tipo de debate sobre ese tema. Nada diferencia a esos individuos de los demás asesinos que comparecen ante los tribunales ya existentes y que purgan normalmente las condenas pronunciadas contra ellos.

Luego de haber cegado a la opinión pública, el gobierno de Francia trata de ocultar su responsabilidad y la de sus predecesores. Al verse acusados, algunos de los yihadistas franceses seguramente mencionarían, en plena audiencia pública ante los tribunales franceses, sus vínculos con la DGSE francesa y el papel del ministerio de los Ejércitos (antiguo ministerio francés de Defensa) en esta guerra.

El gobierno del presidente Emmanuel Macron y del primer ministro Edouard Philippe sigue así los pasos de sus predecesores [6]. Aún se recuerda, por ejemplo, cómo el gobierno del presidente Sarkozy y de su primer ministro Francois Fillon hizo desaparecer los testimonios de los soldados franceses que Siria capturó y posteriormente liberó al aplicar el acuerdo de paz que aquel gobierno francés concluyó con Damasco a raíz de la derrota del emirato islámico instaurado en Baba Amro. Ningún medio de la prensa francesa publicó esa información, a pesar de que la prensa árabe desbordaba de artículos sobre ese tema en marzo de 2012, cuando los militares franceses capturados por las tropas sirias fueron entregados al almirante francés Edouard Guillaud en la frontera sirio-libanesa.

Hacia el reconocimiento de «Rojava»

El principio jurídico de la «cosa juzgada» (res iudicata) hará automático el reconocimiento de «Rojava» como Estado soberano e independiente.

En este telegrama del 5 de enero de 1921, el Alto Comisionado francés a cargo de la colonización de Siria (mandato concedido por la Sociedad de las Naciones) anuncia el reclutamiento, con ayuda de Turquía, de 900 kurdos de la tribu de los millis para reprimir la rebelión nacionalista árabe en Alepo y Raqqa. Esos mercenarios kurdos combatieron como gendarmes franceses bajo la bandera que ahora porta el llamado “Ejército Sirio Libre”.

Fuente: Archives de l’armée de Terre française.

Históricamente, los kurdos son un pueblo nómada, como una versión guerrera de los gitanos de Europa. Circulaban por el valle del Éufrates y eventualmente cruzaban el norte de Siria [7]. Al final del Imperio Otomano, grupos kurdos fueron reclutados para participar en el exterminio de los cristianos en general, principalmente contra los armenios [8]. Como pago por sus crímenes, recibieron las tierras de los armenios que habían masacrado y se volvieron sedentarios. Bajo la colonización francesa en Siria, kurdos de la tribu millis fueron reclutados para tratar de aplastar el nacionalismo árabe en Raqqa y Alepo y salieron de Siria al proclamarse la independencia.

La región que los medios han comenzado a designar en los últimos años como «Rojava» abarca tierras árabes donde los kurdos han estado presentes sólo desde la represión desatada contra ellos como etnia en Turquía, durante la guerra civil turca de los años 1980. Las poblaciones árabes musulmanas y cristianas que vivían en esa región fueron expulsadas de allí recientemente, durante la guerra desatada contra Siria, y los kurdos impiden ahora su regreso como ciudadanos sirios.

«Rojava» fue puesta en manos del PYD, un partido kurdo que fue marxista-leninista y prosoviético, súbitamente convertido en anarquista y proestadounidense [9]. A pesar de lo que afirman sus comunicadores, el PYD mantiene una organización jerárquica extremadamente estructurada, un culto totalitario a su fundador y una disciplina férrea. Lo mejor que puede decirse es que aplica la paridad de género para los cargos de responsabilidad, ocupados simultáneamente por un hombre y una mujer. Esa paridad se aplica también a su estado mayor, a pesar de que no abundan las mujeres entre los combatientes del PYD, en todo caso son mucho menos numerosas que en otros ejércitos mixtos de la región, como las fuerzas armadas de Israel y el ejército de la República Árabe Siria.

Publicado por Robin Wright 9 meses antes de la ofensiva del Emirato Islámico (Daesh) en Irak y Siria, este mapa presenta las fronteras de “Rojava” y del “Califato”. Según la investigadora del Pentágono, este mapa corrige el que Ralf Peters había publicado en 2005 para ilustrar el rediseño del Medio Oriente ampliado.

En 2013, el Pentágono tenía previsto apoyar el plan franco-turco en el marco del rediseño del Gran Medio Oriente, o Medio Oriente ampliado. Para ese rediseño, habría organizado simultáneamente la creación de un «Sunnistán», que abarcaría territorios de Irak y Siria, conforme al mapa publicado por Robin Wright. Pero el Pentágono abandonó ambos proyectos cuando el presidente Trump decidió acabar con Daesh, y ahora sólo ve el tema kurdo como una justificación para la presencia de soldados estadounidenses en Siria. Sería por tanto conveniente tratar de lograr que Estados Unidos volviese también al plan inicial.

Por otro lado, dado el fracaso, en 2017, de la creación de otro Estado kurdo, en el norte de Irak y con apoyo de Israel [10], París y Ankara están obligados a anticipar la oposición de Irán, Irak y Siria, e incluso una oposición generalizada de prácticamente todo el mundo árabe.
Ankara, que en 2011 realmente deseaba la creación de un seudo Estado kurdo en el norte de Siria, se opone si la nueva entidad se halla bajo la influencia de Estados Unidos –que ya trató de asesinar al presidente turco Erdogan en 3 ocasiones y que se tomó el trabajo de financiar un partido kurdo para hacerle perder la mayoría en el parlamento turco.

En su conferencia de prensa común con el presidente francés Macron, el presidente Erdogan trazó claramente su línea roja: impedir a toda costa que el PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán que tanto Turquía como Francia mantienen clasificado como «organización terrorista», logre crear un corredor que le permita importar armas desde el Mediterráneo hacia el sudeste de Anatolia. Se trata entonces de lograr que los conflictos entre el PKK y «Rojava» provoquen una ruptura definitiva y que el nuevo Estado no tenga acceso al Mediterráneo, que era lo previsto en el plan inicial.


[1] «La estrategia militar de la nueva Turquía», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 13 de octubre de 2017.
[2] «El inconfesable proyecto de creación de un seudo Kurdistán», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de diciembre de 2015.
[3] «El móvil de los atentados de París y Bruselas», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de marzo de 2016.
[4] Dominique Strauss-Kahn, ministro de varios gobiernos socialistas en Francia, es el ex director general del FMI que tuvo que abandonar ese cargo en mayo de 2011 después de ser encarcelado en Estados Unidos bajo la acusación de haber agredido sexualmente a una camarera en un hotel de Nueva York. Nota de la Red Voltaire.
[5] Para explicarlo de forma rápida, este es el llamado «principio de legalidad» en virtud del cual al no existir ley no puede decretarse que hay crimen ni puede imponerse castigo. Nota del Traductor.
[6] «Militares franceses se entrenan para dirigir Daesh», Red Voltaire, 25 de octubre de 2016.
[7] Sobre los kurdos, ver en nuestro sitio web la investigación (la tercera parte está pendiente de publicación en español) de la autora Sarah Abed.
[8] «La Turquía de hoy continúa el genocidio armenio», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 30 de abril de 2015.
[9] «Las brigadas anarquistas de la OTAN», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 12 de septiembre de 2017.
[10] «Kurdistán, lo que se esconde tras el referéndum», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria) , Red Voltaire, 26 de septiembre de 2017.

¿María de Nazaret o la Virgen?


María López Vigil
Agenda Latinoamericana 2018

No hay mujer más famosa en el mundo que la madre de Jesús. Al escuchar ese nombre (María, Miriam, Maryam, Mary, Marija, Marie, Miren…) responden millones de niñas y mujeres en todo el mundo.

Bendita entre las mujeres y tocaya de tantas mujeres, qué poco sabemos de esta niña campesina y judía, criada en Nazaret, que no sabía leer, pero sí contar las cabras que pastoreaba en los cerros de su caserío… Seguramente, muy jovencita fue dada en matrimonio por su padre. No sabemos cuántos años tenía cuándo dio a luz a Jesús. Sí sabemos que lo amamantó, lo lavó y vistió, lo cuidó…    

En los evangelios encontramos sólo breves datos que nos permiten imaginar su relación con su hijo, ya profeta. Dejan constancia que le costó entender lo que Jesús anunciaba cuando hablaba del Reino de Dios. Hasta loco lo creyó. (Lucas 8, 19-21) Sin contarnos cómo llegó a comprenderlo, nos dicen que después lo acompañaba por los caminos con otras mujeres y que estuvo presente cuando lo torturaron en la cruz. La última vez que la “vemos” es reunida en Jerusalén con los seguidores de Jesús, cincuenta días después de aquella jornada amarga, cuando ella, con otras mujeres y con ellos, decidieron anunciar que Jesús seguía vivo. Empezaba así el movimiento de Jesús.    

Hay también en los evangelios otros relatos simbólicos sobre ella: el ángel que le anuncia su embarazo, la visita a su prima y el canto que entonó ese día, su angustia por el hijo perdido a los doce años…

A pesar de todo, lo que más “sabemos” de ella son creencias que han transformado a María de Nazaret en “la Virgen”. Hasta su nombre desaparece a menudo cuando la nombran, centrando toda su identidad en eso: en la virginidad.

La iglesia católica proclama cuatro “dogmas de fe” sobre ella, en un culto en ascenso con el correr de los siglos. Según los dogmas, es madre de Dios (siglo 4), es virgen perpetua (antes, durante y después del parto, siglo 6), no tiene pecado original (siglo 19) y subió al cielo en cuerpo y alma (siglo 20). Proclama también la iglesia católica otras cuatro “verdades fundamentales”: es corredentora, es reina, es madre espiritual de los creyentes y es medianera de todas las gracias. Como si no bastara, da por ciertas algunas de sus “apariciones” en cuevas, arbustos, mares y nubes…

De todos los ropajes con los que concilios, teólogos y pontífices han revestido a Maryam, el dogma que ha arraigado más en el imaginario popular es el de la virginidad, que mucha gente suele confundir con el de la concepción inmaculada, entendiéndolo como que Jesús fue concebido “inmaculadamente”, es decir, sin la “suciedad” de una relación sexual.

Hay dogmas de fe, impuestos como creencias que deben ser aceptados sin discusión y bajo pena de excomunión y de infierno, que tienen consecuencias dañinas, especialmente en quienes en la sociedad no han sido enseñados a pensar con su propia cabeza y a dudar. ¿No será el mejor ejemplo el dogma de la redención? Porque quienes han sido enseñados a creer que fuimos salvados por dolor y sangre, piensan que nos salvamos sufriendo, aguantando pacientemente las “cruces” que Dios nos manda, sean las injusticias de un patrón explotador, el desgobierno de un dictador, el maltrato de un marido abusivo o cualquier otro agravio…   

¿No tendrá también consecuencias negativas el dogma de la virginidad de María? A partir del texto simbólico del ángel que le anuncia su embarazo, interpretado como un hecho real, y a partir del texto mítico del Génesis sobre el pecado de Eva, interpretado como un hecho histórico y fundamento de toda la dogmática, se ha ido construyendo, siglo a siglo, hasta nuestros días, uno de los imaginarios religiosos más contradictorios sobre “la Mujer”.

¿No hemos escuchado una y otra vez que la mujer ideal fue la sumisa, la que por ser virgen fue elegida madre de Dios? ¿Y que la mujer proscrita es la rebelde, la que pecando abrió las puertas del mal en el mundo, la madre de todos los humanos? De un modo o de otro, dicho o no dicho, entre María y Eva hemos sido colocadas todas las mujeres.  

La María simbólica, la “esclava del Señor”, se nos presenta a las mujeres como un modelo a imitar, aunque siempre inalcanzable porque ninguna mujer llega a ser madre siendo virgen. La Eva mítica se nos presenta como una alerta roja, advirtiéndonos que las mujeres somos frágiles, débiles, inclinadas a tentar y susceptibles de ser tentadas…   

¿No será dañino el dogma de la virginidad de María, al presentar la virginidad como el valor que en las mujeres más agrada a Dios? ¿Será sano presentar la virginidad como un valor superior al sano y alegre disfrute de la sexualidad? ¿Será positivo presentar la pasividad y sumisión con que María acepta lo extraño de su embarazo, como virtudes que deben adornar a todas las mujeres?   

A todos, mujeres y también hombres, el dogma de la virginidad de María, incrustado en las conciencias, nos transmite una idea dañina: el desprecio de la sexualidad, especialmente de la femenina. San Agustín, que, 17 siglos después de sus escritos, tanto sigue influyendo en la teología, anudó estas tres ideas: lo pecaminoso del sexo, el nacimiento virginal de Jesús y la superioridad de la virginidad sobre la vida sexual.

El edificio dogmático está construido de tal forma que cualquier piedra que se coloque necesita apoyarse en otra. El dogma de la virginidad de María tiene mucho que ver con los dogmas con que fue revestido Jesús de Nazaret hasta convertirlo en Cristo. Su origen extraordinario, el hijo de un dios concebido humano en el seno de una virgen, llevó a hacer también dogma que en el parto María había conservado su virginidad y que después del nacimiento de Jesús jamás habría tenido relaciones sexuales. Algunos teólogos obsesionados por la virginidad, predicaron que la madre de María también había sido virgen. Y otros consideraron nacimientos virginales en cadena desde la cuarta generación previa a Jesús. Toda esta especulación para “asegurar” la divinidad de Jesús basándola en la idea de que el cuerpo y la sexualidad no son ni divinos ni sagrados.

No hay ninguna religión que ignore el significado del cuerpo. Todas tienden a normar las dos principales funciones de nuestros cuerpos: la alimentación y la sexualidad. Por ser un impulso tan vital, la moral sexual ha ocupado un lugar central en todas las religiones. En las religiones ancestrales de la humanidad abundaron los ritos que bendecían la fertilidad y el principio sexual femenino como símbolo divino y sagrado. Pero con el avance de las religiones patriarcales, de las que derivan todas las religiones actuales, la sexualidad femenina fue censurada con una severidad nunca aplicada a la de los hombres.

¿No son estas ideas malsanas ajenas al mensaje de Jesús? Jesús confió en las mujeres y las integró a su grupo y nunca habló de nada parecido a una “moral sexual”. Todo esto echó raíces en la teología posterior, acentuando una visión negativa de la sexualidad. La relación sexual dejó de ser un placer sagrado, maravillosa vía de comunicación humana, una metáfora del amor de Dios, para convertirse en algo sucio, negativo, degradante. 

Uno de los orígenes de este daño está en el dogma de la virginidad de María. ¿No podremos revisarlo? ¿No podremos rechazarlo? Para empezar a cambiar de mentalidad, llamémosla María de Nazaret, Maryam, nunca más “la Virgen”.  

Ella fue la madre de Jesús. Su embarazo fue fruto de una relación sexual. No sabremos nunca quién engendró a Jesús. Ella lo parió con los dolores con los que todas las mujeres dan a luz. Y tuvo otros hijos. Los evangelios mencionan a sus hermanos y hablan de “sus hermanas”. Mateo nos da los nombres de los cuatro hermanos de Jesús.  

Dios te salve, Maryam, llena eres de gracia, naciste como todas nosotras, te embarazaste como nos embarazamos nosotras, pariste como todas nosotras y moriste como moriremos todas. Bendita tú entre las mujeres no sólo por haber sido su madre, sino porque estás ahí, al comienzo del movimiento de Jesús, forjadora, inspiradora y pionera, junto a otras mujeres, de aquella primera comunidad que empezó a construir el Reino de Dios.



“Ser bautizado por las miradas de la gente”

www.religiondigital.com / 080118

Entrevista a Javier Melloni

Oriente es la “debilidad” que nutre buena parte de su pensamiento lúcido y rebosante de fe. Se escapa en cuanto puede para volver con todos sus silencios y sonrisas encima. Le buscan por todas partes a él y a su discurso convencido, pero él cuenta los días para retornar a esas calles de la India y quitarse nombre, camisa, zapatos… y sonreír sin marca, sin atributos, por su puesto sin credo. Él anhela volver a lavarse en la fuente de la esquina y ser sólo un humano más entre los humanos que festejan la suerte del agua en cada mañana.

Cada tres o cuatro años vuelve unos meses a esa geografía urbana colmada, donde busca “ser bautizado por las miradas de la gente”. Cotizado teólogo que se lo pelean por doquier para impartir cursos y seminarios, antropólogo, autor de sólida obra en varios idiomas, referencia ineludible en diálogo interreligioso mundial…, pero él desea retornar a las callejuelas del incógnito y perderse entre los mil y un olores y a fuerza de perderse, quién sabe, quizás de nuevo hallarse.

Incondicional de Jesús y de Su Compañía, desconoce si el Nazareno en nuestros días sería cristiano. Le importan poco las etiquetas a este defensor de la inocencia, de la humildad y de las gentes puras.

Vive en la Cueva de Manresa, donde San Ignacio dio un giro providencial a su vida, mas no permanece encerrado, pues el mundo reclama constantemente su verbo sabio, pero a la vez actual, cercano y rebosante de fe. Hombre de estudio, no rehuye su vocación misionera: “Todos somos misioneros de todos. Misión ya no es proselitismo, sino reciprocidad. Es dejarte permeabilizar por el otro tanto como tú compartes lo tuyo con él. La misión es irradiación gratuita de lo que a ti te da vida. Compartir tu luz, pero dejando que el otro también irradie la suya. El proselitismo, por el contrario, es una devoración del otro”.

Anchos son los márgenes que propone Melloni para el encuentro de quienes comulgan en el amor de Jesús. Hay un Cristo también más allá del cristianismo que defiende con firmeza el jesuita de Manresa, sin por ello mermar sonrisa a su rostro eternamente juvenil.

Reía también la fuente mientras mantuvimos a su vera esta larga charla. Era en un patio de la Universidad de Alicante, en el marco del III Parlamento Valenciano-Catalán de las Religiones (12 y 13 de mayo), allí donde gentes de las más diversas comunidades espirituales y religiosas, en torno al diálogo y la celebración, volvían a ser hermanas.

Está persuadido de que la gente continúa teniendo sed de Dios, de que vivir es el arte de tomar y de desprendernos, de que la trascendencia es espacio de gratuidad y sorpresa, la promesa de un crecimiento sin límites. Está convencido de que interioridad y solidaridad son las dos caras de una misma moneda, de que tampoco hay más allá, ni más acá, sino una única Realidad, con multiplicidad de ámbitos y de niveles…

Melloni es cruce de muchos sentires, caminos, visiones y tradiciones… y él se crece y goza en ese jardín cada día más ancho y fértil de fraterna comunión que con tanta paciencia, ternura y lucidez ha ido labrando, junto a todos los que creen en los credos reencontrados.

Las respuestas brotan fáciles de quien contempla la vida y a Dios, “la Fuente continua de donación y receptividad”, con mirada inteligente, pero a la vez tremendamente sencilla y generosa. Arrancamos la charla con el diálogo interreligioso, “la misma Melodía tocadas por diferentes instrumentos…”, con sus artífices “peregrinos de nuestros días que integran todas las montañas…”

¿Pueden las religiones, los credos unidos volver a ser esperanza sobre la tierra?

Durante gran parte del siglo XX se anunció la muerte de Dios, el final de las religiones. Sin embargo, las religiones vuelven a tomar su lugar en la plaza pública. Ello genera desconcierto y esperanza al mismo tiempo. Porque hay un modo regresivo y otro progresivo de retomar ese lugar que se había perdido: como una nostalgia del pasado o como una nostalgia del futuro, que son direcciones muy diferentes.
El modo regresivo sería encerrarse en el pasado y utilizar un lenguaje mítico obsoleto. Una religión que somete, que impide que la gente no piense por sí misma, es sumamente peligrosa. La población más secularizada ve con temor esa corriente.

En cambio, para quienes vemos las religiones como un fenómeno progresivo, como un impulso hacia delante, entendemos que contienen un legado de espiritualidad, de conocimiento humano de lo Invisible que es insustituible. Las diversas tradiciones son portadoras de una sabiduría sobre el origen y fin de todas las cosas que es necesaria para el proceso planetario en el que estamos viviendo.

Pero las religiones no pueden vivir sólo de su pasado. Ese es su peligro. Es cierto que los textos sagrados son irrepetibles y que tienen una unción y una densidad de revelación que no se puede equiparar con cualquier texto que se pueda inventar. Esta emanación es constitutiva de su carácter revelatorio, pero a condición de que no sean utilizados como pretextos para quedarse anclados en la época cultural en que fueron entregados, en el mundo psicológico al que iba dirigido. Es absolutamente necesaria e indispensable la actualización de los textos y abrirlos a su interpretación y aplicación contemporáneas.

La clave estriba en descubrir el meta-texto que une a todas las tradiciones religiosas sin que pierdan con ello su especificidad. Hay que preservar su sabor original, pero aprender a leerlos con claves no excluyentes, ni exclusivistas, que es el peligro de ciertos textos sagrados.

¿Cómo podemos debilitar las fronteras entre los credos?

Descubriendo lo que nos une, no lo que nos separa; descubriendo que las fronteras son sólo mentales, nacidas del temor para preservar la identidad. La identidad es necesaria y también el conocimiento del propio contorno. Las fronteras son esos contornos de identidades. Pero estos límites pueden estar blindados o abiertos; pueden estar crispados, pendientes sólo de que el otro no absorba mi identidad, o pueden estar al servicio de descubrir la diferencia enriquecedora de la alteridad.

Cada piel de ser humano es esa frontera: donde acabo yo empiezas tú. Pero al mismo tiempo es abertura: mi acabar es tu empezar. Lo mismo ocurre con las religiones.

¿En la práctica, cómo ensanchamos ese espacio de encuentro?

Retomo las palabras que acabamos de escuchar de Federico Mayor Zaragoza: pasando de una cultura de la guerra y la autoafirmación a una cultura de la conversación, del encuentro. Con palabras más técnicas, pasando de la palabra dialéctica a la palabra dialógica. La dialéctica nace de la competitividad, empeñados en vencer al otro, mientras que, en el encuentro dialógico, la palabra de uno crece con la palabra del otro. Mi decir se prolonga en tu decir y entre los dos vamos construyendo algo que no estaba ni en ti ni en mí antes de comenzar la conversación. Emerge entonces algo nuevo, que es la epifanía del encuentro. Al final del diálogo estamos más allá de donde estábamos antes de comenzar. Éste es un reto de los encuentros a todos los niveles: religioso, cultural y de valores. Constato que cada vez hay más gente que lo vive así.

El conocimiento posibilita amor. Sólo amamos lo que conocemos. Es necesario propiciar encuentros con el otro. No para que me imagine cómo es el otro, sino para que él se revele tal como es y yo pueda conocerlo. Llegar, por lo tanto, a descubrirlo no a partir de los fantasmas o prejuicios que proyecto sobre él, sino a partir de lo que él me dice sobre sí. Ese conocimiento permite amar lo que se me ha mostrado, no lo que yo había esbozado a partir del miedo.

¿Podemos avanzar en un encuentro más allá del diálogo?

Es tiempo de muchas cosas a la vez. Todas las iniciativas tienen su lugar y su razón de ser. Es bueno y necesario que haya grupos que desde el interior de cada tradición religiosa -e incluso desde ninguna tradición-, aboguen por un espacio común que trascienda los espacios antiguos. Es bueno que esos espacios existan, pero también es conveniente que en las tradiciones religiosas haya gente que preserve su identidad irrenunciable, sin deseo de dejar de ser ellos mismos. Ese modo de encontrarse es también necesario.

Para que haya colores secundarios no tienen que desaparecer los primarios. Para que pueda seguir habiendo gamas de mezcla, tienen que seguir existiendo los colores elementales, pues sólo con ellos se pueden hacer más colores. Del mismo modo, la existencia de los colores primarios no priva el que haya secundarios y terciarios.

¿Cuáles son los límites del diálogo interreligioso?

El blanco es síntesis de todos los colores, pero no puede ser todo blanco. El límite sería evitar una unión a costa de perder el polo de diversidad y especificidad que enriquece esa unión. Entonces nos encontraríamos ante una fusión que crea confusión. Hay que evitar ese extremo, como también el contrario: las posiciones blindadas tan preocupadas por su propia identidad hacen imposible el encuentro. Hemos de lograr una danza entre ambas sensibilidades para que se fecunden una a otra.

Otro modo de hablar de un límite para el diálogo interreligioso sería no perder la memoria. Atravesados de futuro, no debemos de olvidar que hay una sedimentación del pasado muy rica. No podemos olvidar el ayer, como si de repente con nosotros empezara la historia. Miles de años nos sostienen y no los podemos despreciar. Hemos de cuidar no perder el legado y ser respetuosos con los procesos. Hemos de ser audaces y a la vez pacientes. No podemos banalizar la herencia que hemos recibido y perder la identidad sin más. En el diálogo interreligioso se encuentran personas fuertemente enraizadas en tradiciones milenarias que desean que perduren, y al mismo tiempo, están las gentes vinculadas a nuevas formas de religión. Los dos ámbitos son necesarios. Del mismo modo que es necesario que en estos encuentros se practiquen los cultos particulares, así como que haya actos comunes de culto y de celebración que sean transconfesionales.

La unidad a costa de la diversidad es la tentación de los totalitarismos, mientras que la diversidad motivada por la incapacidad de encontrarse con el diferente es también un fenómeno enfermizo y regresivo. Es preciso asumir ambos valores. Lo rico de la aventura en la que nos hallamos es el encuentro que preserva la diferencia.

Cada elemento fractal de esa unión en lo diverso ha de cultivarse en sí mismo y cuidar su identidad, pues de lo contrario acaba perdiendo la fuerza de su singularidad. Organizar todo esto en la práctica y en lo concreto no es precisamente sencillo.

¿Cuál es la misión de los seguidores de Jesús?

Devenir Jesús hoy. Convertirse en Jesús. La misión de los seguidores de Jesús es cristificarse, alcanzar el lugar de Jesús, su estado espiritual y existencial en tanto que seres humanos. Saber expresar su mensaje en el lenguaje de nuestra época. Jesús nos invita a ser seres humanos de nuestro tiempo, en nuestro tiempo y más allá de nuestro tiempo.

¿Cómo imaginas a Jesús en nuestros días?

Entrañablemente amable y a la vez terriblemente molesto; inconfundiblemente cercano y familiar y, al mismo tiempo, desconcertantemente diferente a lo que imaginábamos. Reconocible, porque Jesús emanaría a Jesús. Sabríamos que es Él, pero a la vez resultaría impredecible. A lo mejor Jesús no sería cristiano. Que Cristo no fuera cristiano plantearía, sin duda, un problema a los cristianos: ¿Cómo reconocer a Jesús más allá del cristianismo?

Imagino a Jesús a un mismo tiempo crítico y esperanzador, radical y a la vez de exquisita tolerancia. Reconoceríamos en él una emanación desconcertante de santidad, incandescencia excesiva debida a la cerrazón de nuestras mentes. Jesús es reconocible en los corazones abiertos de cualquier tradición y, por lo tanto, en la medida en que estemos abiertos, los cristianos también le reconoceríamos.

¿Es preciso ejercitarnos con la idea de Cristo más allá del cristianismo?

Claro. El problema está en el “ismo”. El “ismo” implica la demarcación de un territorio en el que todo aquello que no está incluido en lo que conocemos no puede ser nuestro. El hecho de que Jesús muera más allá de las murallas de la ciudad mesiánica significa que cualquier intento de apoderarnos del Mesías queda reventado por la misma realidad de Cristo.

No nos podemos apropiar de lo sagrado. La muerte y la resurrección de Jesús suponen el desbordamiento de los límites de la ciudad mesiánica, del espacio que nosotros hemos asignado a Dios. Jesús nos viene a decir que no nos pertenece a nosotros en exclusiva. El misterio pascual es el trascendimiento de los espacios mentales que construimos a nuestra imagen.

Las apariciones tras la resurrección de Jesús no supusieron un inmediato reconocimiento. Sus seguidores no tenían categorías para identificarlo, sólo las antiguas. De ahí el “No me toques, no me retengas” que lanza a María Magdalena. Con ello le indica que no es Él quien ha de volver al mundo antiguo, sino que es ella la que debe avanzar hacia Él. Se trata del proceso de renovación que cada persona y cada generación están llamadas a realizar.

¿Se acomodaría fácilmente Jesús a la estructura eclesial de nuestros días?

No. Jesús no pertenecía a la tribu de Leví ni a la dinastía de Sadoc; por lo tanto, no era sacerdote ni rabino. Era lo que denominamos hoy un laico. ¿En qué tradición hubiera nacido hoy? Insisto en decir que no tendría que ser necesariamente cristiano. Ni necesariamente tendría que volver a ser un hombre. A lo mejor sería mujer.

Jesús no estaría en contra de la Institución por el capricho de reventarlo todo. El problema de toda institución religiosa -y por lo tanto, de la iglesia cristiana y católica- es su pretensión de monopolio sobre Dios, su tentación de acaparar a Dios, de convertirse en la única interprete, en la única mediación con lo divino.

Desde la institución se puede mediar, pero el problema es el querer convertirse en los únicos mediadores. Ahí es donde entra el pecado, el pecado de la exclusión. Desde el momento en que Jesús es salvación, es claro que no va a ubicarse en el marco de la jerarquía. Se sitúa como alternativa para abrir lo que los otros cierran. Constitutivamente tiene que estar fuera de la institución. Trata de abrir espacios que la institución no reconoce. De aquí que Jesús se sitúe en el margen. De lo contrario, no añadiría nada a lo que ya conocemos.

¿Qué es lo que te atrajo de la figura de Ignacio de Loyola

Sus “y” y no sus “o”. La alternativa no es contemplación o acción, sino contemplación y acción. No es eficacia o pobreza, sino eficacia con pobreza. No es fe o razón, sino fe y razón. No se trata de escoger entre ser idiota y creer, esto es, dejar de pensar porque tenemos fe, ni de pensar a costa de dejar de creer. No, pensamos y creemos a la vez. La fe orienta y unge el pensamiento y el pensamiento articula e indaga en el horizonte que abre la fe.

El carisma ignaciano supone una integración de las diferentes dimensiones de lo humano. Los jesuitas somos un poco lobos esteparios, monjes solitarios y a la vez vivimos en comunidad. De nuevo aquí se da la integración: la individualidad no se opone a la comunidad, sino que ambas se dan la vez y se fecundan entre ellas. Se nos cultiva fuertemente la personalidad, pero viviendo en comunidad. Otro ejemplo: carisma e institución. Nos sentimos vinculados a la Iglesia y a la vez somos contestatarios.

¿Pioneros también en una vocación universal?

Universales y a la vez locales. Concebimos la localidad desde la inculturación, esto es, respetando a las culturas y los valores que contiene cada una de ellas, lo que permite descubrir nuevas interpretaciones del Evangelio.

A un nivel más personal, los Ejercicios Espirituales son nuestro camino iniciático para descubrir nuestro propio lugar en el mundo. El director de los Ejercicios -por cierto, un nombre poco adecuado porque su labor no es la dirigir sino sólo acompañar-, es quien da las pautas para propiciar ese proceso de discernimiento; se trata de hacer un recorrido intransferiblemente personal que el acompañante ayuda a objetivar.

Esa libertad y respeto a la decisión personal se ejercita tanto en la vida espiritual como en el propio gobierno de la Compañía. De aquí el voto de confianza que supone encomendar una misión a un jesuita o a un grupo de jesuitas. Somos enviados para impulsar un dinamismo que es diferente según los tiempos y los lugares. Somos enviados para potenciar vida y liberar bloqueos. Tratamos de promover la libertad tanto en los procesos personales como colectivos.

¿El cuarto voto seguiría plenamente actual?

El cuarto voto es un voto de fidelidad a la Iglesia, una cuestión compleja de nuestro pasado. Más que un voto de obediencia es un voto de disponibilidad para la misión. La intuición de San Ignacio fue: nos adherimos a ti, Sumo Pontífice, porque tú tienes la visión de conjunto, tú ves desde la atalaya y dispones de una perspectiva que va más allá de los estados y de las diócesis.

¿De qué forma influyó Arrupe en tu vocación?

Una de las razones por las que soy jesuita es el padre Arrupe. En el momento en que discernía mi vocación él era el Padre General de la Compañía. Me atrajo su “sí” al mundo. Vi en él que se puede ser un hombre de Dios tanto desplazándose a pie o en un carromato como descendiendo de un avión intercontinental. Concedía ruedas de prensa en las que compartía experiencias de Dios, en las que los mismos periodistas quedaban sobrecogidos. Esas conferencias podían convertirse en auténticos ejercicios espirituales.

Peregriné a Roma a los 17 años desde Taizé. En el encuentro que mantuve con el Padre Arrupe me transmitió que interiormente la pobreza se puede vivir sin límites, por mucha abundancia que haya a nuestro alrededor. Celebramos este año el centenario de su nacimiento, celebración que estamos llevando con una cierta discreción, ya que Roma no está mucho por la labor. Sin embargo, estamos constatando que el propio pueblo lo está haciendo santo.

¿Fue San Ignacio, por su correspondencia con misioneros en los otros continentes, un precursor del mundo global de nuestros días?

Para bien y para mal, la fundación de los jesuitas coincide con la expansión de Occidente a África, a Asia y a América. Repito, para bien y para mal, la Compañía de Jesús fue uno de los instrumentos que favoreció ese inicio de la globalización. Se dice que San Ignacio es el santo moderno que más kilómetros recorrió a pie. Sus desplazamientos por la Península, Tierra Santa, Francia, Italia, Países Bajos, Inglaterra, su vuelta por unos meses a su tierra natal,… los hizo a pie, “solo y a pie”, como dice en su autobiografía.

San Francisco Javier es también un gigante de los inicios. De los 11 años que pasó en Oriente desde que salió de Lisboa, un tercio del tiempo trascurrió en el mar. Casi cuatro años navegando de un lado a otro, con lo impaciente que él era.

Gobierno de grandes universidades y a la vez compromiso con los más desheredados… ¿No son dos mundos dentro de la Compañía, no hay descarnamiento?

Volvemos a las “y”. Puede haber desencuentro y confrontación entre esos ámbitos, pero forma parte de la vida de la familia el que haya debates internos e intensos. Lo importante es que podamos estar en los dos mundos y que fluya la misma savia.
¿Fluye?

Fluye. Los años posconciliares fueron tensos y rugientes. Con el paso del tiempo hay más serenidad en la misma Compañía y reconocimiento de que entre todos nos complementamos.

En eso consiste la incomodidad y a la vez la gracia de ser jesuita: en ejercitarnos en la capacidad de integrar los contrarios. Eso es complejo, aparentemente incoherente; sin embargo, hay gran riqueza en ello.

¿En el compromiso con los pobres, no se ha cruzado en algún momento la raya y abrazado un exceso de visceralidad?…

Yo creo que nos hemos quedado cortos. Muy pocos jesuitas se pasaron. Los que persistieron en su exceso acabaron dejando por sí mismos la Compañía. Llega un momento en el que si vives con resentimiento algo se te rompe por dentro.

El lenguaje marxista era duro, pero lo era mucho más la situación que se vivía en la América Latina de los setenta y ochenta. Nos cuesta comprender lo que fueron aquellas dictaduras brutales, que, además, se amparaban en principios cristianos.

La Teología de la liberación es una opción preferencial por los pobres, opción que no es excluyente. Detrás de ello hay una gran ternura por el dolor de los últimos, de los desamparados. En determinadas situaciones, ese dolor se puede expresar en términos beligerantes. Como dice Mario Benedetti, “todo depende del dolor con que se mira”. La Teología de la Liberación nace de compartir ese dolor con los que sufren la violencia de los poderosos. Sin embargo, no es América el continente que más me atrae…

¿Ahora te vas a África?

Sí, me han pedido que asesore un encuentro con jesuitas africanos para ver cómo se pueden traducir los Ejercicios ignacianos a la simbología aborigen. Pero África la conozco muy poco. Asia es el continente que me fascina. Allí todo es Presencia.

¿Dónde encuentra Melloni esa Presencia?

En la inocencia de la gente sencilla, en sus rostros llenos de luz, en sus miradas transparentes. “¡Te bendigo Padre porque has ocultado esta inocencia a los sabios y entendidos y la has revelado a los humildes…!”, me digo a mí mismo, parafraseando las palabras de Jesús, y deseando recuperar esa inocencia. Inocencia que percibo aún en muchas personas, también en Occidente.

Pero la India me produjo un “shock”, pues esa pureza primigenia aún está allí, brotando a borbotones de los rostros de las personas. Hace diez años realicé una primera estancia de un año. En los primeros meses, me lo pensaba mucho antes de salir a la calle; tomaba aire antes de hacerlo, porque aquello era una verdadera jungla: multitudes hacinadas en las aceras; tránsito caótico entre vacas, cabras, carros, triciclos motorizados; indumentarias de lo más diversas; mendigos, saddhus, templos, colores y olores de especias, inciensos y excrementos, calor abrumador o lluvias torrenciales,… Todo ello tanto en las grandes ciudades como en las pequeñas poblaciones.

Pero al cabo de unos meses salía a las calles a ser bautizado por las miradas de la gente. Salía a mirar y a ser mirado, a sentirme humano entre los humanos, sin nada que ocultar o proteger, sin nombre, cargo ni atributo… Era simplemente un ser humano entre otros seres humanos, compartiendo el milagro de existir, sin nada que ganar o perder, sólo celebrando el don de ser.
La calle allí significa otra cosa. Quien vive en la calle en la India vive acompañado. No es lo mismo que los “homeless” que nosotros conocemos, que han quedado totalmente al margen del círculo de la vida. Se trata de otra cosa. Cada pequeña fuente es una fiesta. ¿Qué problema es que no haya agua corriente en la casa, si está compartida en la esquina de la calle?

¿Lo sagrado está más presente allí en la India?

Los indios están muy receptivos y abiertos a la trascendencia. Todo es sagrado para ellos. Por lo que a nosotros respecta, no sé si hemos perdido esta apertura o si la hemos tenido alguna vez. Hemos desarrollado culturas muy distintas. Hay muy pocos lugares en nuestra geografía que no hayan recibido el impacto de la modernidad, lo cual se traduce en la capacidad de producción y de manipulación. Nos hemos ido llenando de cosas a costa de embotarnos y de perder el contacto con la inmediatez de la vida.

Todo lo que había aprendido desde pequeño como signo de buena educación -ir calzado, con camisa, comer con cubiertos, sentarse en la silla “como Dios manda”…-, resultaba improcedente en la India. Allí, me tenía que descalzar, quitarme la camisa, comer con las manos y en el suelo… Descubrí una relación de inmediatez con las cosas que había perdido y comencé a disfrutar de una gran libertad…

¿Cómo podríamos recuperar de nuevo ese sentido de lo sagrado en Occidente?

Para ello es preciso recuperar la capacidad de agradecimiento. Si todo lo que tenemos lo disfrutáramos conscientes de que es puro don, descubriríamos el gozo de la gratitud.

He vivido en India experiencias fascinantes de encuentros silentes con grupos de personas en los que simplemente nos mirábamos sonriéndonos mutuamente, celebrando el mero hecho de ser humanos en un momento y espacio determinados. Nos manifestábamos abiertos al otro, reconociéndonos hermanos, recibiéndonos de una Vida que tomaba forma en un tú y en un yo. En esos instantes, en medio de la naturaleza, más allá de todo, éramos Uno con formas diferentes. Ese momento es una de las cimas de experiencia humana y espiritual que he vivido.

Experiencias de este orden difícilmente ocurren en nuestras tierras. En el cristianismo la naturaleza no está sacralizada como teofanía. El cristianismo es primordialmente antropocéntrico, aunque podamos encontrar en su historia seres como San Francisco de Asís…

A pesar de todo, estoy convencido de que todavía somos capaces de mucha inocencia y ternura en nuestro mundo.

A lo largo de todos estos años, ¿has tenido tu “caída del caballo” o tu compromiso en la fe ha sido una evolución paulatina?

Mi experiencia fundante sucedió a los 14 años, en una misa a la que fui solo, el día de Todos los Santos. En el momento de comulgar se produjo en mí una explosión. Todo era amor y no había más que amor por todas partes, formas de amor, piélago de amor, amor por arriba, por abajo… “¡Señor, dije, quiero ser tuyo! ¡No hay causa humana mayor a la que pueda entregarme después de haber recibido esto de ti!”. Hubiera salido a la calle y parado los coches diciendo a la gente: “¡Todo es amor! ¡Somos de amor para amor!”. Deseé ser llevado para siempre al Lugar de donde procedía tanta plenitud. Después comprendí que se me había dado para comunicar a los demás esta experiencia, esta certeza. Así empezó mi aventura: con una anticipación del Final.

Lo que me atrajo de la Compañía es su “sí” al mundo contemporáneo. Es este mundo el que hay que transformar, sin clericalismos, sin cerrazón… Ahí entra el padre Arrupe. Esa “nostalgia del futuro” era lo que me atraía y me sigue atrayendo de la Compañía.

En los años de formación, que se hicieron largos, lo que me sostuvo en tiempos de crisis fue el nombre de Jesús. Me reconfortaba pensar que aspiraba a formar parte de los compañeros de Jesús, que iba a ser de Jesús. Sentía que estaba donde debía estar. Lo sigo sintiendo.

¿También te habrá sostenido esa experiencia sublime que viviste a los catorce años?

Eso está ahí y es intocable. Puede pasar lo que sea, que nada puede ni podrá dañar eso. Es sagrado, incólume. Eso “es”, lo demás se va acercando hacia ahí.