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OTAN: Peligro para la paz mundial...


OTAN: peligro para la paz mundial

 

Immanuel Wallerstein

www.jornada.unam.mx/221114

 

La mitología oficial dice que entre 1945 (o 1946) y 1989 (o 1991) Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS) se confrontaron entre sí continuamente –en lo político, militar y, sobre todo, ideológico. A esto se le llamó guerra fría. Si ésta fue una guerra, la palabra que debemos subrayar es fría, dado que estas dos potencias nunca se involucraron en alguna acción militar directa contra la otra a lo largo de todo este periodo.

 

No obstante, hubo varios reflejos institucionales de esta guerra fría. En cada uno de ellos fue Estados Unidos, no la URSS, quien dio el primer paso. En 1949, los tres países que ocupaban Alemania combinaron sus zonas para crear la República Federal de Alemania (RFA) como un Estado. La Unión Soviética respondió remodelando su zona como la Republica Democrática Alemana (RDA).

 

En 1949, la OTAN fue establecida por 12 naciones. El 5 de mayo de 1955, las tres potencias occidentales terminaron oficialmente su ocupación de la RFA, reconociendo a ésta como un Estado independiente. Cuatro días después, la RFA fue admitida como miembro de la OTAN. En respuesta, la URSS estableció la Organización del Tratado de Varsovia (OTV) e incluyó a la RDA como uno de sus miembros.

 

Se suponía que el tratado que estableció la OTAN aplicaría únicamente dentro de Europa. Una razón era que los países de Europa occidental tenían todavía colonias fuera de Europa y no deseaban permitir que ninguna agencia tuviera la autoridad de interferir en sus decisiones políticas respecto de estas colonias.

 

Los momentos de confrontación aparentemente tensa entre ambos bandos –el bloqueo de Berlín, la crisis cubana de los misiles– todos terminaron con un resultado que mantenía el statu quo prevaleciente. La más importante invocación de los tratados para involucrarse en acciones militares fue aquella de la URSS que exigía actuar dentro de su propia zona contra eventos que resultaran peligrosos para la URSS –Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, Polonia en 1981. Estados Unidos intervino políticamente bajo circunstancias similares, como cuando ocurrió la potencial entrada al gobierno italiano del Partido Comunista.

 

Este breve recuento resalta el objetivo real de la guerra fría. No era la intención de ésta transformar las realidades políticas del otro lado (excepto en algún momento muy lejos en el futuro). La guerra fría era un mecanismo para que cada bando mantuviera controlados a sus satélites, mientras se mantenía un acuerdo de facto de ambas potencias para dividir el planeta a largo plazo en dos esferas, un tercio para la URSS y dos tercios para Estados Unidos. La prioridad fue puesta en que cada lado garantizara la no utilización de la fuerza militar (en particular armas nucleares) en contra del otro. Esto vino a conocerse como la garantía contra la destrucción mutuamente asegurada.

 

El colapso de la URSS en dos etapas –la retirada de Europa oriental en 1989 y la disolución formal de la URSS en 1991–, en teoría debió ser el fin de la función de la OTAN. De hecho, es bien sabido que cuando el presidente Mikhail Gorbachev, de la URSS, accedió a incorporar la RDA a la RFA, se le hizo la promesa de que no habría la inclusión de los Estados del Tratado de Varsovia a la OTAN. Esta promesa se violó. Y, en cambio, la OTAN asumió por completo un nuevo rol.

 

Después de 1991, la OTAN se confirió a sí misma el papel de policía mundial, según para cualquier cosa que considerara soluciones políticas apropiadas para los problemas del mundo. El primer esfuerzo importante de este tipo ocurrió en el conflicto Kosovo-Serbia, donde el gobierno estadunidense echó su peso tras el establecimiento de un Estado de Kosovo y un cambio de régimen en Serbia. Esto fue seguido de otros esfuerzos –en Afganistán en 2001 para expulsar a los talibanes, en Irak en 2003 para cambiar el régimen de Bagdad, en 2014 para combatir al Estado Islámico (ISIS) en Irak y en Siria, y en 2013-2014 para respaldar a las llamadas fuerzas pro occidentales en Ucrania.

 

Es un hecho que utilizar a la OTAN misma resultó difícil para Estados Unidos. Por alguna razón hubo varias clases de renuencias de los miembros de la OTAN en torno a las acciones emprendidas. Y otra razón fue que, cuando la OTAN se involucró formalmente, como en Kosovo, los militares estadunidenses se sintieron constreñidos por la lentitud de la toma de decisiones políticas en torno a las acciones militares.

Así que, ¿por qué emprender la expansión de la OTAN en vez de su disolución? Esto de nuevo tuvo que ver con la política al interior de Europa y con el deseo estadunidense de controlar a sus supuestos aliados. Fue en el régimen de Bush que el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hablaba de una vieja y una nueva Europa. Por vieja Europa se refería en especial a la renuencia francesa y alemana a estar de acuerdo con las estrategias estadunidenses. Él veía que los países de Europa occidental se apartaban de sus lazos con Estados Unidos. Su percepción era, de hecho, correcta. En respuesta, Estados Unidos confió en cortarle las alas a los europeos occidentales introduciendo a los Estados de Europa oriental a la OTAN, los cuales Estados Unidos consideró más confiables aliados.

 

El conflicto en torno a Ucrania ilumina el peligro de la OTAN. Estados Unidos ha buscado crear nuevas estructuras militares, obviamente apuntando a Rusia, bajo la excusa de que estaban pensadas para una hipotética amenaza iraní. Conforme avanzó el conflicto ucranio, revivió el lenguaje de la guerra fría. Estados Unidos utiliza a la OTAN para presionar a los países de Europa occidental para que estén de acuerdo con acciones anti-rusas. Y dentro de Estados Unidos, el presidente Barack Obama está bajo presión pesada para moverse con fuerza contra la llamada amenaza rusa a Ucrania. Esto se combina con la enorme hostilidad en el Congreso estadunidense ante cualquier acuerdo con los iraníes respecto del desarrollo nuclear.

 

Las fuerzas que en Estados Unidos y Europa occidental buscan evitar la riesgosa locura militar corren el riesgo de ser superados por ésos que sólo pueden ser llamados el partido de la guerra. La OTAN y lo que simboliza hoy representa un severo peligro, pues entraña el reclamo de los países occidentales de interferir en cualquier parte a nombre de las interpretaciones occidentales de las realidades geopolíticas. Esto sólo puede conducir a conflictos ulteriores altamente peligrosos. Renunciar a la OTAN como estructura sería el primer paso hacia la salud mental y la sobrevivencia del mundo.

Las bases estadounidenses de la guerra en Oriente Medio


Las bases estadounidenses de la guerra en Oriente Medio

 


www.rebelion.org/191114

 

Desde 1980, con el lanzamiento de una nueva guerra contra el Estado Islámico (EI) en Iraq y Siria, EEUU se ha embarcado ya en acciones militares agresivas al menos en trece países del gran oriente medio. A partir de ese año, cada uno de los presidentes estadounidenses ha invadido, ocupado, bombardeado o emprendido la guerra en al menos un país de la región. La cifra total de invasiones, ocupaciones, operaciones de bombardeo, campañas de asesinatos con aviones no tripulados y ataques con misiles de crucero llega a varias docenas.

 

Al igual que en las anteriores operaciones militares en el gran oriente medio, las fuerzas estadounidenses que combaten al EI han contado con la ayuda que supone poder acceder y utilizar toda una colección sin precedentes de bases militares. Ocupan una región que se asienta sobre la mayor concentración del mundo de reservas de petróleo y gas natural, desde hace mucho tiempo considerada como el lugar más importante del planeta a nivel geopolítico.

 

En efecto, desde 1980, el ejército de EEUU ha ido acuartelando gradualmente el gran oriente medio de forma tal que sólo podría encontrarse rival en el acuartelamiento de Europa occidental exhibido durante la Guerra Fría o, en términos de concentración, en las bases levantadas para emprender las pasadas guerras de Corea y Vietnam.

 

Sólo en el golfo Pérsico, EEUU tiene bases importantes en todos y cada uno de los países, excepto en Irán. Hay una base cada vez más importante y más grande en Yibuti, a pocos kilómetros de la península Arábiga, atravesando el mar Rojo. Hay bases en Pakistán, en una punta de la región, y en los Balcanes, en la otra; así como en las islas de Diego García y Seychelles, de configuración estratégica.

 

En Afganistán e Iraq, llegó a haber en otro tiempo hasta 800 y 505 bases, respectivamente. Hace poco, la administración Obama firmó un acuerdo con el nuevo presidente afgano Ashraf Ghani para mantener alrededor de 10.000 soldados en al menos nueve bases importantes en su país más allá de la fecha final de las operaciones de combate de finales de año. Las fuerzas de EEUU, que nunca se fueron totalmente de Iraq después de 2011, están ahora volviendo allí a cada vez más bases y en cifras incluso aún mayores.

 

En resumen, casi no hay forma de enfatizar cuán plenamente el ejército estadounidense cubre ahora la región con bases y tropas. Esta infraestructura de guerra lleva en vigor mucho tiempo y se da por sentado que los estadounidenses raramente piensan en ello y los periodistas casi nunca informan sobre la cuestión. Los miembros del Congreso gastan cada año en la región miles de millones de dólares en la construcción y mantenimiento de esas bases, pero hacen pocas preguntas de adónde va a parar el dinero, por qué hay tantas bases y qué papel juegan realmente. Según una estimación, EEUU ha gastado en las últimas cuatro décadas 10 billones de dólares en proteger los suministros de petróleo del golfo Pérsico.

 

Al acercarse su 35 aniversario, la estrategia de mantener esas estructuras de guarniciones, tropas, aviones y buques en oriente medio ha constituido uno de los grandes desastres en la historia de la política exterior estadounidense. La rápida desaparición del debate sobre nuestra más reciente y posiblemente ilegal guerra, debería recordarnos cuán fácilmente esta inmensa estructura de bases ha hecho que cualquiera en la oficina oval se ponga a lanzar una guerra que parece garantizar, al igual que las de sus predecesores, la puesta en marcha de nuevos ciclos de muerte y miseria.

 

Esas bases, por su mera existencia, han ayudado a generar radicalismo y sentimientos antiestadounidenses. Como quedó claro en el caso de Obama bin Laden y las tropas estadounidenses en Arabia Saudí, las bases han fomentado la militancia y los ataques contra EEUU y sus ciudadanos. Les han costado a los contribuyentes miles de millones de dólares, a pesar de que no sean realmente necesarias para asegurar el libre flujo global del petróleo. Han desviado los impuestos del posible desarrollo de fuentes de energías alternativas y de la satisfacción de otras necesidades internas importantes. Y han servido también para apoyar a dictadores y represivos regímenes antidemocráticos, ayudando a bloquear la extensión de la democracia en una región controlada desde hace mucho tiempo por gobernantes coloniales y autócratas.

 

Después de 35 años construyendo bases en la región, es hora ya de mirar cuidadosamente los efectos que el acuartelamiento del gran oriente medio ha tenido en la región, en EEUU y en el mundo.

 

“Inmensas reservas de petróleo”

 

Aunque la construcción de bases en oriente medio empezó decididamente en 1980, hacía tiempo que Washington había intentado utilizar la fuerza militar para controlar esta franja de Eurasia tan rica en recursos y, con ella, la economía global. Desde la II Guerra Mundial, como el difunto Chalmers Johnson, experto en la estrategia de las bases de EEUU, explicaba en 2004: “EEUU ha ido inexorablemente adquiriendo enclaves militares permanentes cuyo único objetivo parece ser el dominio de una de las áreas más importantes estratégicamente del mundo”.

 

En 1945, después de la derrota de Alemania, los secretarios de Guerra, Estado y Marina presionaron, de forma reveladora, para que se completara una base parcialmente construida ya en Dharan, Arabia Saudí, a pesar de la determinación del ejército de que no era necesaria para la guerra contra Japón. “La construcción inmediata de este campo [aéreo]”, postulaban, “mostrará el firme interés estadounidense en Arabia Saudí y, por tanto, tenderá a fortalecer la integridad política de ese país donde inmensas reservas petrolíferas están ahora en manos estadounidenses”.

 

En 1949, el Pentágono había establecido una pequeña fuerza naval permanente para oriente medio (MIDEASTFOR) en Bahrein. A principio de los sesenta, la administración del presidente John F. Kennedy empezó a instalar fuerzas navales en el océano Índico, justo al lado del golfo Pérsico. En el plazo de una década, la Marina había creado en la isla de Diego García, bajo control británico, los cimientos de lo que se convertiría después en la base más importante de EEUU en la región.

 

Mientras, en esos primeros años de la Guerra Fría, Washington buscaba por lo general aumentar su influencia en oriente medio apoyando y armando a poderes regionales como el reino de Arabia Saudí, el Irán del Shah e Israel. Sin embargo, en los meses de la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en 1979 y la revolución en Irán de 1979 para derrocar al Shah, ese enfoque relativo de no intervención había dejado de existir.

 

Acumulando bases

 

En enero de 1980, el presidente Jimmy Carter anunció la catastrófica confirmación de la política estadounidense que llegaría a conocerse como Doctrina Carter. En su discurso del estado de la Unión, advirtió de la potencial pérdida de una región “que contenía más de las dos terceras partes del petróleo exportable del mundo” y “ahora amenazado por las tropas soviéticas” en Afganistán, lo que representaba “una grave amenaza al libre movimiento del petróleo del oriente medio”.

 

Carter advirtió que “cualquier intento por parte de una fuerza exterior para hacerse con el control de la región del golfo sería considerado un ataque contra los intereses vitales de los Estados Unidos de América”. Y añadió explícitamente: “Un ataque de esa clase será repelido por todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar”.

 

Con estas palabras, Carter lanzaba una de los mayores esfuerzos de construcción de bases de la historia. Él y su sucesor, Ronald Reagan, presidieron la expansión de bases en Egipto, Omán, Arabia Saudí y otros países de la región para que albergaran una “Fuerza de Despliegue Rápido”, con la misión de realizar una guardia permanente sobre los suministros de petróleo del oriente medio. Especialmente la base área y naval en Diego García se amplió a un ritmo más rápido que cualquier otra base desde la guerra en Vietnam. En 1986, se habían invertido más de 500 millones de dólares. En poco tiempo, el total subió a miles de millones.

 

Muy pronto, esa Fuerza de Despliegue Rápido creció hasta convertirse en el Mando Central de EEUU, que ha dirigido ya tres guerras en Iraq (1991-2003, 2003-2011, 2014-); la guerra en Afganistán y Pakistán (2001-); la intervención en el Líbano (1982-1984); una serie de ataques a escala menor en Libia (1981, 1986, 1989, 2011); Afganistán (1988) y Sudán (1998); y la “guerra de los buques-cisterna petroleros” con Irán (1987-1988), que llevó al derribo accidental de un avión civil iraní, matando a 290 pasajeros.

 

Mientras tanto, en Afganistán, durante la década de los ochenta, la CIA ayudó a financiar y a orquestar una importante guerra encubierta contra la Unión Soviética apoyando a Osama bin Laden y otros muyahaidines extremistas. El mando ha jugado también un papel destacado en la guerra de aviones no tripulados en Yemen (2002-) y en la guerra tanto abierta como encubierta en Somalia (1992-1994, 2001-).

 

Durante y después de la I Guerra del Golfo de 1991, el Pentágono amplió de forma espectacular su presencia en la región. Se desplegaron cientos de miles de soldados en Arabia Saudí en preparación de la guerra contra el autócrata iraquí y antiguo aliado Sadam Husein. Y tras esa guerra, en Arabia Saudí y Kuwait se dejaron miles de soldados y una infraestructura de bases significativamente ampliada. En otros lugares del golfo, el ejército extendió su presencia naval a una antigua base británica en Bahrain, que alberga allí ahora a la V Flota. Las principales instalaciones aéreas se construyeron en Qatar, y las operaciones de EEUU se ampliaron a Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Omán.

 

La invasión de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003 y las consiguientes ocupaciones de ambos países llevaron a una expansión aún más espectacular de las bases en la región. En el momento más crítico de las guerras, había más de mil puestos de control, puestos de avanzadas y bases importantes estadounidenses sólo en los dos países. El ejército construyó también nuevas bases en Kirguizistán y Uzbekistán (ya cerradas), exploró la posibilidad de hacer lo mismo en Tayikistán y Kazajstán, y al menos sigue utilizando varios países centroasiáticos como rutas logísticas para suministrar a las tropas en Afganistán y orquestar la actual retirada parcial.

 

Aunque la administración Obama no consiguió mantener 58 bases “duraderas” en Iraq tras la retirada de EEUU de 2011, ha firmado un acuerdo con Afganistán que permite que permanezcan tropas estadounidenses en el país hasta 2024 y mantiene el acceso a la base aérea de Bagram y al menos a ocho importantes instalaciones más.

 

Una infraestructura para la guerra

 

Incluso sin una gran infraestructura permanente de bases en Iraq, el ejército estadounidense ha contado con todas las opciones posibles en lo que se refiere a emprender su nueva guerra contra el EI. Tras la retirada de 2011, sólo en ese país sigue habiendo una importante presencia estadounidense en forma de instalaciones parecidas a una base del departamento de Estado, así como la mayor embajada sobre el planeta en Bagdad y un gran contingente de contratistas militares privados.

 

Desde el comienzo de la nueva guerra, han regresado allí al menos 1,600 soldados, que están operando desde un centro de operaciones conjuntas en Bagdad y en una base en la capital del Kurdistán iraquí, en Irbil. La pasada semana, la Casa Blanca anunció que iba a pedirle al congreso que autorizara 5,600 millones de dólares para enviar 1,500 asesores más y otro personal diverso destinados al menos a dos nuevas bases en Bagdad y la provincia de Anbar. Las fuerzas de operaciones especiales y otros efectivos están seguramente operando ya desde lugares aún no revelados.

 

También son muy importantes instalaciones como el Centro de operaciones aéreas combinadas en la base al-Udeid de Qatar. Antes de 2003, el centro de operaciones aéreas del mando central para todo oriente medio estaba en Arabia Saudí. Ese año, el Pentágono lo trasladó a Qatar y, oficialmente, retiró las fuerzas de combate de Arabia Saudí. Eso fue en respuesta al bombardeo en 1996 del complejo militar de las torres Jobar en el reino, otros ataques de al-Qaida en la región y la creciente ira, explotada por este grupo, por la presencia de tropas no musulmanas en la tierra santa musulmana. Al-Udeid alberga ahora alrededor de 9,000 soldados y contratistas que están coordinando gran parte de la nueva guerra en Iraq y Siria.

 

Kuwait ha sido un enclave igualmente importante para las operaciones de Washington desde que las tropas estadounidenses ocuparon el país durante la I Guerra del Golfo. Kuwait sirvió de área principal de preparación y centro logístico de las tropas terrestres en la invasión y ocupación de Iraq de 2003. Se estima que en Kuwait siguen aún 15,000 soldados y, según se informa, el ejército estadounidense está bombardeando las posiciones del EI utilizando aviones que despegan de la base aérea Ali al-Salem en Kuwait.

 

Como un transparentemente promocional artículo del Washington Post confirmaba esta semana, la base aérea de al-Dhafra, en los Emiratos Árabes Unidos, ha lanzado más ataques aéreos en la actual campaña de bombardeos que cualquier otra base en la región. Ese país alberga alrededor de 3,500 soldados sólo en al-Dhafra, así como el puerto más activo de la marina en ultramar. Los bombarderos de largo alcance B-1, B-2 y B-52 estacionados en Diego García ayudaron a lanzar las dos guerras del golfo y la guerra en Afganistán. Es probable que esa base insular esté también jugando un papel en la nueva guerra. Cerca de la frontera iraquí, alrededor de mil soldados estadounidenses y aviones de combate F-16 están operando desde una base jordana. Según el último recuento del Pentágono, el ejército de EEUU tiene 17 bases en Turquía. Aunque el gobierno turco ha impuesto restricciones en su uso, al menos algunas de ellas se están utilizando para enviar aviones no tripulados de vigilancia sobre Siria e Iraq. Puede que en Omán estén utilizándose hasta siete bases.

 

Bahrein es ahora la sede de todas las operaciones en Oriente Medio de la Armada, incluyendo la V Flota, generalmente dedicada a asegurar el libre flujo de petróleo y otros recursos a través del golfo Pérsico y vías navegables de los alrededores. En el golfo Pérsico hay siempre hay al menos un portaaviones preparado para el ataque, toda una base flotante. Por el momento, el USS Carl Vinson está estacionado allí, una crucial plataforma de lanzamiento para la campaña aérea contra el Estado Islámico. Otros navíos que operan en el golfo y el mar Rojo han lanzado misiles de cruceros hacia Iraq y Siria. La Armada tiene incluso acceso incluso a una “base flotante de concentración de tropas” que sirve de base “nenúfar” para helicópteros y barcos patrulleros en la región.

 

En Israel, hay hasta seis bases secretas estadounidenses que pueden utilizarse para armamento y equipamiento de uso rápido en cualquier lugar de la zona. Hay también una “base de facto estadounidense” para la flota de la Armada en el Mediterráneo. Y se sospecha que hay también en uso otros dos lugares secretos. En Egipto, las tropas de EEUU han mantenido al menos dos instalaciones y ocupado al menos dos bases en la península del Sinaí desde 1982 como parte de una operación de mantenimiento de la paz de los Acuerdos de Camp David.

 

En otros lugares de la región, el ejército ha establecido un conjunto de al menos cinco bases para aviones no tripulados en Pakistán; ampliado una base fundamental en Yibuti en el estratégico cuello de botella entre el canal de Suez y el océano Índico; creado o adquirido el acceso a las bases en Etiopía, Kenia y las Seychelles; y establecido nuevas bases en Bulgaria y Rumania, en combinación con la base en Kosovo de la época de la administración Clinton, a lo largo de la orilla occidental del mar Negro, rico en gas.

 

Incluso en Arabia Saudí, a pesar de la retirada pública, sigue allí presente un pequeño contingente militar de EEUU con objeto de entrenar al personal saudí y mantener “calientes” las bases como potenciales apoyos en caso de conflagraciones inesperadas en la región o, presumiblemente, en el mismo Reino. En años recientes, el ejército ha establecido incluso una base secreta para aviones no tripulados en el país, a pesar de los reveses que Washington ha experimentado en sus anteriores aventuras con las bases saudíes.

 

Dictadores, muerte y desastre

 

La presencia actual de EEUU en Arabia Saudí, aunque modesta, debería recordarnos los peligros de mantener bases en la región. El acuartelamiento de la tierra santa musulmana fue para al-Qaida una importante herramienta de reclutamiento y parte del motivo profesado por Osama bin Laden para los ataques del 11-S. (Osama denominó la presencia de tropas estadounidenses “la mayor de las agresiones sufridas por los musulmanes desde la muerte del profeta”.)

 

De hecho, las bases y tropas estadounidenses en oriente medio han sido un “importante catalizador del antiamericanismo y la radicalización” desde que un suicida-bomba mató a 241 marines en el Líbano en 1983. Otros ataques se produjeron en Arabia Saudí en 1996, el Yemen en 2000 contra el portaaviones USS Cole y durante las guerras en Afganistán e Iraq. Las investigaciones han mostrado una fuerte correlación entre la presencia de las bases estadounidenses y el reclutamiento de al-Qaida.

 

Parte del sentimiento de rabia contra EEUU se deriva del apoyo que las bases estadounidenses ofrecen a regímenes opresores y antidemocráticos. Pocos de los países del gran oriente medio son totalmente democráticos y algunos están entre los peores violadores de los derechos humanos del mundo. Y es escandaloso que el gobierno estadounidense haya ofrecido sólo tibias críticas al gobierno bahreiní cuando este reprimió violentamente, con la ayuda de saudíes y emiratíes, a los manifestantes que defendían la democracia.

 

Aparte de Bahrein, las bases estadounidenses se encuentran en la lista de lo que el índice de democracia del Economist llama “regímenes autoritarios”, incluyendo a Afganistán, Bahrein, Yibuti, Egipto, Etiopía, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí, EAU y Yemen. El mantenimiento de bases en esos países sirve para sustentar a autócratas y otros gobiernos represivos, hace a EEUU cómplice de sus crímenes y socava gravemente los esfuerzos para extender la democracia y mejorar el bienestar de los pueblos por todo el mundo.

 

Desde luego, el uso de bases para lanzar guerras y otro tipo de intervenciones cumple el mismo papel, generando rabia, antagonismo y ataques antiestadounidenses. Un informe reciente de la ONU sugiere que la campaña aérea de Washington contra el EI ha llevado a militantes extranjeros a unirse al movimiento a “una escala sin precedentes”.

 

Y así, lo más probable es que continúe el ciclo bélico iniciado en 1980. “Aunque EEUU y las fuerzas aliadas consigan derrotar a este grupo militante”, escribe el coronel retirado del ejército y científico político Andrew Bacevich sobre el EI, “hay pocos motivos para esperar” un resultado positivo en la región. Al igual que Bin Laden y los muyahaidines afganos se transformaron en al-Qaida y los talibán, y al igual que los ex baazistas iraquíes y seguidores de al-Qaida en Iraq se han transformado en el EI, dice Bacevich, “siempre hay esperando al acecho cualquier otro Estado Islámico”.

 

La doctrina Carter de la estrategia de construcción de bases y reforzamiento militar, y su creencia en que “la hábil utilización del poder militar de EEUU” podría asegurar los suministros de petróleo y resolver los problemas de la región estuvo, añade, “viciada desde el principio”. En vez de proporcionar seguridad, la infraestructura de bases en el gran oriente medio ha facilitado aún más el hecho de emprender guerras lejos de casa. Ha posibilitado toda una variedad de guerras y una política exterior intervencionista que ha propiciado repetidos desastres en la región, en EEUU y en el mundo. Desde 2001, las guerras de EEUU en Afganistán, Pakistán, Iraq y el Yemen han causado como mínimo centenares de miles de muertes y posiblemente más de un millón de muertos sólo en Iraq.

 

La triste ironía es que cualquier deseo legítimo de mantener el flujo libre del petróleo regional para la economía global podría haberse ejercido mediante otros medios mucho menos caros y letales. Es innecesario mantener decenas de bases, que cuestan miles de millones de dólares al año, para proteger los suministros de petróleo y asegurar la paz mundial, especialmente en una era en la que EEUU sólo consigue de la región alrededor del 10% de su petróleo y gas natural neto.

 

Además de los daños directos que nuestro gasto militar ha causado, ha desviado el dinero y la atención del desarrollo de fuentes energéticas alternativas que podrían liberar a EEUU y al mundo de la dependencia del petróleo del oriente medio y del ciclo de guerras que nuestras bases militares vienen alimentando.

 

 

David Vine es profesor adjunto de antropología en la American University en Washington DC. Es autor de Island of Shame: The Secret History of the U.S. Military Base on Diego Garcia (Princeton University Press, 2009). Ha escrito para New York Times, Washington Post, The Guardian, y Mother Jones, entre otras publicaciones. Su nuevo libro Base Nation: How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World, aparecerá publicado en 2015 en Metropolitan Books. Su página web es: www.davidvine.net

 

Fuente original:


 

Industria minera: mitos, paradojas y realidades


Industria minera: mitos, paradojas y realidades

 

Giorgio Trucchi

www.envio.org.ni/nov2014

 

Por toda Centroamérica es visible la voracidad de las empresas mineras canadienses. Y por toda la región las comunidades resisten. También sufren y se enferman. No se puede analizar la realidad centroamericana sin tener en cuenta los desastres y las luchas que está provocando la industria minera.

 

Durante las últimas dos décadas la industria minera -en particular la minería metálica- ha retomado gran relevancia en Centroamérica. Ese nuevo auge se debe, por un lado, a la disminución de regulaciones para su actividad de parte de los gobiernos nacionales y por el otro, a la creciente demanda y a los altos precios internacionales de metales como el oro, que en 2013 fue cotizado en 1,300 dólares la onza (28 gramos), un incremento aproximado del 350% en los últimos 15 años[C1] .


Igualmente, la incesante demanda de mineral de hierro para la producción de acero crudo de parte de China, -el mayor consumidor mundial de hierro-, sumada a la aprobación de varias directrices de los países del Norte ante el agotamiento de materias primas para garantizar el abastecimiento de minerales industriales para sus economías, ha profundizado aún más la expansión de la actividad minera en los países centroamericanos.

 

UNA REGIÓN “CONCESIONADA” A LA MINERÍA

 

De acuerdo con el estudio “Impactos de la minería metálica en Centroamérica”, realizado en 2011 por el CEICOM (Centro de Investigación sobre Inversión y Comercio), el 14% de todo el territorio centroamericano está concesionado a empresas mineras, sobre todo de capital canadiense.


El resumen ejecutivo del informe presentado a la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos) sobre los impactos de la minería canadiense da cuenta de que entre el 50% y el 70% de la actividad minera en América Latina está a cargo de empresas canadienses.


Honduras, Nicaragua y Guatemala son los países con más kilómetros cuadrados de territorio concesionados y con más concesiones mineras otorgadas a empresas, tanto nacionales como transnacionales.

 

HONDURAS: EL PAÍS CON MÁS CONCESIONES

 

El país con mayor número de concesiones es Honduras. El “Diagnóstico de la situación minera en Honduras 2007-2012”, realizado por el ICEFI (Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales), evidencia que actualmente hay 72 concesiones mineras metálicas ya otorgadas y 102 solicitudes presentadas. Por su parte, el CEHPRODEC (Centro Hondureño de Promoción para el Desarrollo Comunitario) asegura que existen más y menciona 837 proyectos mineros potenciales -metálicos y no metálicos-, que en términos territoriales significarían casi el 35% del territorio hondureño.

 

GUATEMALA Y NICARAGUA: POR ESE CAMINO

 

En otro diagnóstico presentado en 2013 el ICEFI reveló que en Guatemala hay 107 concesiones mineras metálicas ya otorgadas y 359 nuevas solicitudes. Si a estos datos sumamos los proyectos no metálicos, el total llega a la cantidad abrumadora de 973 proyectos. Los movimientos sociales y populares guatemaltecos alertan que el área total concesionada a empresas mineras supera los 32 mil kilómetros cuadrados, casi el 30% del territorio guatemalteco.


Nicaragua enfrenta una situación muy parecida. El informe “Estado actual del sector minero y sus impactos socio-ambientales en Nicaragua 2012-2013” publicado por el Centro Humboldt reveló que la superficie nicaragüense concesionada es de casi 18 mil kilómetros cuadrados, el 13.5% del territorio nacional, con un total de 446 proyectos mineros.

 

FRENOS EN COSTA RICA

 

En Costa Rica, en 2010 y tras una larga campaña de concientización y movilización nacional, la Asamblea Legislativa votó por unanimidad la prohibición en su territorio de la minería a cielo abierto y el uso de cianuro y mercurio en la actividad minera.



En El Salvador hay un total de 29 proyectos mineros metálicos -más 36 no metálicos-, pero ninguno de ellos se encuentra en fase de explotación.

 

EL SALVADOR: PROYECTOS DETENIDOS

 

En El Salvador, a partir de 2008 varias organizaciones de la sociedad civil iniciaron un minucioso y profundo trabajo de contrainformación para incidir en la opinión pública sobre los efectos perversos de la minería metálica. Buscaban contrarrestar la campaña mediática pro minería, promovida con fuerza por las empresas que estaban desarrollando proyectos de exploración con el apoyo de los grandes medios de información corporativos y los partidos políticos de la derecha salvadoreña.
En el intento de frenar esto las organizaciones sociales coincidieron con el recién electo Presidente Mauricio Funes (2009-2014), lo que condujo al establecimiento de una moratoria ‘de facto’ sobre la minería a cielo abierto.

La decisión del nuevo gobierno y de los diputados del FMLN en la Asamblea Legislativa de no otorgar ningún permiso de explotación minera permitió volver a introducir en la agenda parlamentaria la discusión de un proyecto de ley integral que permita definir un marco legal específico para reglamentar cualquier tipo de extracción.


“Lamentablemente, la visión extractivista de los otros partidos ha atrasado lo que consideramos un paso urgente y necesario. Pero el nuevo presidente Salvador Sánchez Cerén ya se declaró abiertamente contra la minería metálica, dándonos la oportunidad de seguir insistiendo en la urgencia de discutir ese tema”, nos dijo Lourdes Palacios, diputada del FMLN y secretaria de la Comisión de Medio Ambiente y Cambio Climático en el Poder Legislativo.

 

CONGRESO MINERO EN MANAGUA

 

En agosto de 2014, Managua fue sede del Primer Congreso Internacional de Minería, en el que delegaciones de gobiernos y de empresas mineras y expertos en ingeniería y geología de más de 25 países de América Latina, Europa, Estados Unidos y Canadá, debatieron sobre innovaciones, programas y adelantos técnicos y geológicos en la exploración y la explotación minera.


Paralelamente, organizaciones sociales y populares de toda Centroamérica realizaron un foro regional alternativo por la defensa de los bienes comunes, donde denunciaron los falsos mitos que rigen la industria minera y los graves impactos socioambientales que esta actividad y el modelo extractivista dejan a su paso.

 

EL MITO DEL DESARROLLO

 

Un primer mito es que la explotación minera genera bienestar y desarrollo. “Se trata de un desarrollo artificial. Las empresas mineras se instalan en un territorio por un tiempo determinado, dedicándose a la extracción de un recurso no renovable. A medida que el recurso se agota, la inversión y todo lo que se había generado desaparece y lo que queda son pueblos fantasmas, retroceso económico y devastación ambiental”, nos dijo el hondureño Pedro Landa, miembro del CEHPRODEC. Además, las empresas pagan una regalía muy baja por lo que extraen y su contribución al fisco es prácticamente insignificante. De esta manera, dejan al país una cantidad mínima de recursos si se compara con lo que ganan con la exportación del recurso que extraen.


En Nicaragua, el oro fue en 2013 el primer rubro de exportación, con más de 442 millones de dólares. Sin embargo, la regalía del 3% por el oro extraído resultó insignificante ante la enorme ganancia de las compañías mineras. “Dejan las migajas y se llevan el grueso del dinero. Y no les importa lo que pasa después. Cuando el oro se acaba abandonan las minas y los pocos empleos que se han generado, dejando solamente desolación y daños ambientales”, explicaba Tania Sosa, del Centro Humboldt.

La contribución de la actividad minera a la economía nacional de los países centroamericanos sigue siendo marginal, oscilando entre el 1.25% del PIB en Honduras y el 2.5% en Nicaragua. “Si comparamos estos datos con la actividad agrícola, que en Honduras representa casi el 40% del PIB, es evidente que estamos ante una política errada que está destinada al fracaso”, nos dijo Landa.

 

 

EL MITO DEL EMPLEO

 

Un segundo mito de la minería es la generación masiva de empleo. Estudios realizados por el CEHPRODEC demuestran que las empresas mineras medianas, como las que operan en Centroamérica, generan, en su período de mayor explotación, 250-300 empleos directos y unos 1,200 indirectos.


En Honduras la participación de la minería en la generación de empleo absorbió un promedio del 0.2 % de la población económicamente activa, un poco más de 6,300 puestos de trabajo. En Nicaragua y en Guatemala ese porcentaje va un poco más allá del 2%.


Se trata de empleos informales, no calificados, mal pagados y esporádicos. “Las empresas operan un promedio de 10–15 años y después se mudan o comienzan a generar una serie de traspasos de dueños para crear un “velo corporativo” que no permita identificar quién es el propietario. De esa manera ocultan a los responsables de los impactos ambientales, que paulatinamente comienzan a aparecer”, señala Landa.

 

LA MINERÍA “VERDE”: EL NUEVO MITO

 

La generación de una minería amigable con el ambiente, una “minería verde”, representa la tercera gran mentira y el espejismo que el capital transnacional pretende presentar como una realidad.


“Mundialmente es ampliamente conocido que la minería es una industria desastrosamente contaminante y que genera daños que probablemente nunca puedan resarcirse. En un país tan pequeño y, a la vez, tan poblado como El Salvador, la minería y el uso de grandes cantidades de agua y de venenos tienen un fuerte impacto ambiental en la destrucción del ecosistema”, sostuvo Ricardo Navarro, presidente del CESTA-Amigos de la Tierra (Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada).


Las empresas mineras necesitan de mucha agua para realizar sus labores. De acuerdo con la publicación del Centro Humboldt, “La minería o el poder del dinero” estas empresas gastan en un día el agua que una familia campesina consumiría en veinte años. Además, en las minas a cielo abierto para realizar el proceso de lixiviación y separar el oro de la roca se emplea cianuro, altamente tóxico, cuyo uso en minería ya fue prohibido por la Unión Europea desde 2010. El modelo a cielo abierto ocasiona también graves contaminaciones con metales pesados: plomo, arsénico, mercurio, zinc y aluminio.


Según el CEICOM, por cada onza de oro se tienen que remover 20 toneladas de roca, se emplean en promedio 4 kilos de cianuro de sodio y se desperdician 28 mil litros de agua por segundo. Además, por cada gramo de oro se requieren dos o tres gramos de mercurio. Toda esa agua envenenada va a parar a grandes pilas, donde se almacena temporalmente para después ser vertida en ríos y quebradas.


“Las empresas mineras aseguran que con el uso de la nueva tecnología se puede generar una minería amigable con el ambiente. Hasta juran que al final de la explotación minera las zonas que ocuparon estarán en mejores condiciones de las que estaban antes. La verdad es que este proceso acelera la degradación y destrucción socioambiental de la zona”, advirtió Pedro Landa, quien relató que en Honduras existen unos ocho “pasivos ambientales”: minas que nunca fueron tratadas adecuadamente y que hoy están generando graves problemas de salud a la población. Se registran también otros graves impactos: deforestación, contaminación del aire por el polvo que generan las explosiones, pérdida de la capa fértil de los suelos...

 

LAS SECUELAS: GRAVES DAÑOS A LA SALUD

 

“En la zona de Valle de Ángeles, una zona muy turística en las afueras de Tegucigalpa, hay una mina que se cerró hace más de cuarenta años y que continúa generando una cantidad inimaginable de contaminación de aguas ácidas. Dejó montañas de desechos donde hay de todo: mercurio, plomo, arsénico, cadmio, aluminio, hierro… Cuando llueve, desde esos cerros corre agua de color sangre por la cantidad de metales pesados que trae”, dijo Landa.


Para el doctor Juan Almendarez, director del CPTRT (Centro de Prevención, Tratamiento y Rehabilitación de Víctimas de la Tortura) y ex-rector de la UNAH (Universidad Nacional Autónoma de Honduras), uno de los problemas más críticos causados por la minería es el de los impactos sobre la salud.

 

¿QUIÉN RESPONDERÁ?

 

“Para determinar si hay o no contaminación no podemos seguir pensando en la salud desde un enfoque capitalista y reduccionista, basado únicamente en los valores mínimos y máximos que decide la Agencia Ambiental de Estados Unidos. Tenemos que ver la salud como una totalidad de la vida y de los seres vivos. En ese sentido, lo que la minería altera gravemente y destruye es la totalidad de la vida de un lugar, de una comunidad”, explica Almendarez.


En los casos emblemáticos del Valle de Siria en Honduras, y en el de San Miguel Ixtahuacán en Guatemala, lo que la explotación minera dejó fueron graves problemas de la piel, partos prematuros, malformaciones congénitas, abortos, pérdida de la vista y caída del pelo. “¿Quién va a responder por todos estos atropellos a la salud humana?”, se pregunta.

PERIODISTA. TEXTO APARECIDO EN “OPERA MUNDI” Y ADITAL. EDICIÓN DE ENVÍO.


 [C1]El precio actual está en 1,169 dólares la onza.