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Irak y Siria: de las armas de destrucción masiva al gas sarín

Marcos Roitman Rosenmann
www.jornada.unam.mx/090417

Como ya es costumbre, las disyuntivas que presentan los países que avalan el bombardeo de Estados Unidos en Siria se fundamentan en un hecho controvertido. Nadie puede asegurar que el ataque con gas sarín fuera una verdad irrefutable, de allí que los medios de comunicación se curen en salud y antepongan la coletilla presunto ataque con gas sarín. El resto ya lo conocemos. La fuerza aérea del régimen de Bashar Assad bombardeó la población de Jan Sheijun.

La noticia saltó a los medios de comunicación mediante una nota divulgada por la agencia Reuters, citando como fuente fidedigna al Observatorio Sirio de Derechos Humanos, en manos de la Coalición Nacional de Fuerzas Opositoras, y el frente Al Nusra. A partir de ese momento cobró fuerza y se esparció por todo el mundo. Las fuerzas gubernamentales, se dice, habrían bombardeado con gas sarín a la población civil, causando centenares de heridos y decenas de muertos.

Pero un artículo publicado por Javier Benítez, citando a Juan Aguilar, experto internacionalista, ponía en duda tal hecho. Con un título llamativo: Ataque químico en Siria, estamos ante un montaje, se limitaba a describir las imágenes proporcionadas por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Mirando con detenimiento, dice, se puede ver que las personas que prestan socorro no llevan guantes ni trajes de protección, ni escafandras, elementos imprescindibles ante un ataque con gas sarín. Entre otras consecuencias, el gas sarín se pega a la piel, produce intoxicación y puede terminar causando la muerte. Sin protección, la exposición al gas sarín afectará a toda persona que estuviera a su alrededor.

Es posible que la intoxicación se haya producido por la presencia de cloro, componente habitual en los depósitos donde se fabrican o guardan armas químicas. Ello daría credibilidad al gobierno de Assad negando el uso de gas sarín y reconociendo que bombardeó un depósito de armamento químico, donde posiblemente se ocultara gas sarín.

Curiosamente, Seymour Hersh, periodista estadunidense, galardonado, entre otros, con el Premio Pulitzer y uno de los más respetados por la profesión, señaló en una entrevista publicada por la página web Conjugando Adjetivos, el 5 de febrero de 2016, lo siguiente: Hillary Clinton aprobó el envío de gas sarín a los rebeldes sirios. Según cuenta, la administración Obama buscó acusar al gobierno de Siria de realizar ataques con gas sarín para utilizarlo como excusa para invadir Siria. Igualmente, manifestó, Hillary Clinton había aprobado el suministro de armas químicas a los rebeldes sirios. La CIA y el M16 británico asumieron la misión, subraya Hersh, de trasladar las armas de los arsenales procedentes de Libia a Siria.

Nada de lo apuntado ha sido puesto sobre la mesa. Los medios de comunicación se han limitado a reproducir las afirmaciones de los rebeldes y dar por bueno el ataque de Donald Trump a la base militar de Shairet. Europa Occidental, la OTAN y los aliados fieles, Gran Bretaña, Francia, se han apresurado a dar el visto bueno a un ataque que vulnera todos los principios del derecho internacional.

Parece ser que cualquier duda razonable cae en el saco del maniqueísmo. Inmediatamente surgen los cuestionamientos. ¿Acaso estás de acuerdo con el asesinato de niños y población civil? ¿Apoyas a un tirano? ¿El mundo no estaría mejor sin Bashar Assad? Cualquier argumento en sentido contrario se desvanece en medio de un aluvión de insultos y la consabida descalificación.

Lo dicho me recuerda la campaña lanzada por Estados Unidos para justificar la segunda invasión a Irak: la existencia de armas de destrucción masiva.

Todos los informes realizados por científicos, analistas y comisiones señalaban su inexistencia. A pesar de las manifestaciones y de los millones de personas que en todo el mundo salieron a protestar bajo el grito de ¡No a la guerra!, desmontando tal afirmación, el trío de las Azores procedió a invadir Irak en nombre de la lucha contra el terrorismo internacional. Su argumento central era irrefutable: que Sadam Hussein y sus ejércitos tenían dichos arsenales. No pasó mucho tiempo para que se demostrara la falsedad y la inexistencia de las armas de destrucción masiva. Pero ninguno de los conocidos como el trío de las Azores, Blair, Bush y Aznar, han asumido responsabilidades ni han sido juzgados por crímenes de guerra. Siguen defendiendo la invasión argumentando que Irak es un país seguro (sic).


Hoy se pretende hacer nuevamente lo mismo: ocultar la verdad a cambio de conseguir el objetivo final, que es invadir Siria bajo el pretexto de poseer arsenales, bombardear con armas químicas y gas sarín. El negocio será, como siempre, para las multinacionales. Ya se están frotando las manos y repartiéndose el botín.

Siria: el juego Trump-Putin

Robert Fisk
www.jornada.unam.mx/080417

¿Así que Bashar al-Assad usó gas? Los rusos debieron saberlo. Ellos están en las bases aéreas, en los ministerios, en los cuarteles militares. Y si dicen que los sirios no usaron gas, más vale que estén seguros. Los rusos tuvieron advertencia previa de los 59 misiles crucero de Trump. Muchas horas de advertencia –no una hora, como asegura Washington– habrían permitido que los jets sirios estuvieran muy lejos de la base aérea. No hay que matar rusos en esta guerra: su presencia habría significado bajas.

¿Será que el ejército sirio, quizás un poquito arrogante después de capturar Alepo oriental, decidió tratar de poner fin a la guerra con rapidez? Es necesario hacer esa pregunta. En el pasado, aldeas en las que vivieron oficiales del ejército –y en las que vivieron sus familias– han sido gaseadas. Los sirios culparon a los turcos por dar el gas a Jabhat al-Nusra, la organización afiliada a Al Qaeda en Siria, y al Estado Islámico. Los rusos dijeron que en ataques anteriores con gas en Damasco se utilizaron componentes químicos enviados a Siria desde Libia a través de Turquía.

Desde la Primera Guerra Mundial, cuando el gas hizo su aparición en Ypres –y en Gaza, cuando las fuerzas del general Allenby lo usaron contra los turcos otomanos–, las armas químicas han desatado un horror al que ni siquiera Hitler se atrevió a recurrir en contra de los aliados. Pero, ¿qué hizo Saddam Hussein? Usó armas químicas contra los kurdos en Halabja; de hecho, se pudo oír su voz describiéndolo en el tribunal de Bagdad, después que él mismo fue colgado.

Pero, ¿usarían las tropas sirias semejantes armas contra su propio pueblo? Las imágenes parecen decisivas. Aterradoras. Abominables. Pero debemos también recordar los 250 mil civiles de Alepo oriental, que se convirtieron en 150 mil y luego en 90 mil. La guerra en Siria se ha vuelto el conflicto peor informado del mundo. ¿Cuántas muertes ha causado? ¿400 mil? ¿450 mil? O 500 mil, la cifra más reciente.

¿Cómo completamos las cifras de muertes por gas? ¿Le creemos al gobierno sirio? Cuando ocurrió el último ataque con gas en Damasco, la ONU, en un breve párrafo a mitad de su reporte subsecuente, apuntó que los proyectiles químicos habían sido comprometidos al ser transportados entre diferentes ubicaciones.

Pero entonces llegamos a los rusos. Ellos avalaron el retiro de todas las armas de gas en Siria. Salvaron el discurso de Obama después que éste amenazó –y luego reculó– con un ataque aéreo sobre las armas químicas sirias. Ahora los rusos han visto lo que Trump hará cuando crea (si es que cree) que se realizaron ataques con gas. Y los rusos, según me dicen, sabían todo acerca de la incursión estadunidense… y desde mucho antes de que ocurriera. ¿Habrán dejado algún avión sirio en la base? ¿O alguna de esas armas en la pista? ¿O en búnkers reforzados?


En realidad, el ataque estadunidense a Siria dice más de las relaciones Trump-Putin que de Estados Unidos y Medio Oriente. Ese es un problema que Rex Tillerson tiene que resolver. Y Bashar al-Assad, por supuesto. No lo duden: por la noche las llamadas entre Damasco y Moscú serán muy largas.

Mocoa - Tenemos que cambiar nuestro comportamiento con el pueblo y con la naturaleza.

www.cpalsocial.org/060417

La compasión crece en el país, conmovido por la tragedia de más de 290 muertos en Mocoa. Niños y niñas que esperan a las mamás que no llegarán nunca. Jóvenes y adultos raspados y fracturados, que lloran porque el agua les arrebató a hermanas e hijos. Mujeres que tratan de sacar la nevera y el armario retenidos por el lodazal. Multitudes en el cementerio que aguardan la identificación de cadáveres. Piedras inmensas que testimonian la fuerza del torrente que sepultó 17 barrios.

Todos nos sentimos llamados a responder con la fraternidad que nos hace nación. La solidaridad ha llevado a que en Bogotá, Medellín, Cali y las demás ciudades, familias y grupos de iglesia, empresarios y empleados, universitarios y escolares, taxistas y comerciantes, católicos, cristianos y humanistas hagamos una sola comunidad de ciudadanos con los indígenas, campesinos y pobladores de Putumayo. Su sufrimiento es nuestro. Por eso siguen aumentando las donaciones de sangre, alimentos, agua, frazadas y dinero, desde todos los estratos sociales.

El presidente Juan Manuel Santos y su esposa pernoctan en la ciudad destruida. Su presencia ratifica que ganamos claridad en el sentido de las prioridades: primero la gente. Sí, primero que la política, que las empresas y las agendas sociales. Primero las víctimas que el culto religioso. Hemos visto al ejército entregado a rescatar y proteger la vida de los compatriotas con su experiencia, disciplina y aviones. La policía ha ido hasta el heroísmo en el joven patrullero que, salvando a otros, dejó la vida empalizada entre troncos. Allí han sido incansables religiosas y voluntarias que pasan desapercibidas, la Cruz Roja Nacional, los bomberos de Cali y muchos otros, incluidos colaboradores internacionales.

En medio de la angustia, impresiona la madurez en la fe cristiana de los sobrevivientes. La confianza de que Dios está con ellos, compartiendo su dolor; la gratitud para celebrar la vida recobrada en medio de pérdidas descomunales, y la fuerza para mantener la esperanza.

La solidaridad y la sabiduría que emergen nos ayudan a volver a creer en nosotros y nos obligan a ser responsables. Para que la tragedia no vuelva a ocurrir en el Putumayo ni en ningún lugar del país. Y para esto tenemos que cambiar nuestro comportamiento con el pueblo y con la naturaleza.

Las víctimas que habitaban las márgenes peligrosas de los ríos Mulato y Sangoyaco se asentaron en esos barrancos porque allí no tenía precio el suelo, pues carecían de dinero y de crédito para vivir en otra parte. No son pobres, sino empobrecidos por la guerra interminable que los desplazó y por las injusticias y exclusiones de la sociedad que hemos creado; como si la economía de mercado estuviera condenada a ser una máquina de egoísmos, desigualdad y exclusiones.

La montaña, por su parte, se rompió por las lluvias sorpresivas del cambio climático. Pero también por lo que hemos hecho deforestando las selvas, hasta obligar a que las aguas bajen por los cerros como por un tejado, arrancando piedras y árboles que revientan en avalanchas. Por eso, nuestros ríos botan al mar diariamente más de un millón de toneladas del suelo de Colombia. Y los lodos sedimentan los cauces y las ciénagas, haciendo que las aguas sin reposo ni profundidad pasen enfurecidas haciendo desastres en el Magdalena y en el Cauca.

Si queremos que las tragedias de avalanchas sean mínimas, paremos la desigualdad social y los odios, que se vuelven guerra, y detengamos la deforestación.


¿Por qué no crear 400.000 empleos para recuperar los bosques de las cordilleras? Nos darían montañas sin riesgos, aguas tranquilas, peces por millones y el acrecentamiento del capital natural, en el que Colombia aventaja a casi todos los países de la Tierra.

La iglesia que queremos y necesitamos Recuerdo de Alberto Iniesta

José Mª Castillo
www.atrio.org/090417

Recordamos aquí a Alberto Iniesta. Y la Iglesia que él quiso y que nosotros necesitamos. Pero este recuerdo será acertado, si tenemos presente que recordamos a Alberto y su gestión como obispo de Vallecas cuando estamos viviendo una “crisis” y una “estafa”. Y hacemos este recuerdo cuando nos damos cuenta de que la crisis va disminuyendo, pero la estafa no disminuye.

Además, lo peor del caso es que no pocos de nuestros obispos dan la impresión de que o no se enteran de la estafa que estamos soportando; o (lo que sería más grave) se enteran, pero, más allá de algunas exhortaciones superficiales y genéricas, con las que algunos prelados despachan un asunto de tanta gravedad, las preocupaciones apostólicas de tales pastores –al menos por lo que dicen– parece que se centran en los temas en los que ponen mayor énfasis: el sexo, la identidad de género, la homofobia, el poder y los privilegios de la Iglesia, aunque estas cosas no se digan nunca así, tal como son y tal como suenan.

Alberto Iniesta

Alberto Iniesta ha sido, sin duda ni exageración, uno de los hombres más ejemplares que hemos tenido en España, en nuestra reciente historia del siglo XX. Su proyecto de la Asamblea de Vallecas, en marzo de 1975, cuando estaba agonizando la dictadura franquista en nuestro país, fue una intuición que se adelantó a los sueños de democracia, que, con dudas e indecisiones, los políticos y los clérigos de aquellos años gestionaron, en la transición que desembocó en la Constitución del 78.

Dicho en pocas palabras, la Asamblea de Vallecas fue, no sólo un “proyecto de Iglesia”. Además de eso, fue un “proyecto de sociedad”. Una sociedad en la que el pueblo toma la palabra. Y toma, sobre todo, la capacidad de decidir. Para resolver los problemas más graves que nos afectan a todos los ciudadanos. Sobre todo, los problemas que nos impiden ser ciudadanos libres, que viven en una sociedad igualitaria y justa.

Conocí a Alberto Iniesta en abril de 1971. En aquel abril, antes de la “Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes”, se celebró en Ginebra un Encuentro de los Consejos Presbiterales de Europa, en el que participaron más de doscientos sacerdotes. La representación española, presidida por el entonces obispo de Málaga, Angel Suquía, estaba compuesta por un grupo de sacerdotes, entre los que estábamos Alberto Iniesta y yo. Y precisamente a Iniesta y a mí se nos encargó hacer y presentar la ponencia sobre la Iglesia que estábamos necesitando. Un trabajo que tuvimos que hacer en pocos días. Fue entonces cuando quedé impresionado por la genialidad, la humanidad y la profunda espiritualidad de Alberto Iniesta. Un hombre que sólo quería el bien de la Iglesia, para bien de la sociedad.

Así las cosas, lo que más me impresionó, en mis muchas horas de convivencia y conversación con Alberto Iniesta, en Madrid, en Ginebra, en octubre de 1971 (en Roma), en el Sínodo Mundial de Obispos, cuyo tema fue el “sacerdocio” y “la justicia en el mundo”, lo que más me impresionó –repito– fue la convicción más firme, que tenía Alberto Iniesta: la Iglesia necesita, de forma apremiante, una reforma a fondo. No se trata de una “reforma doctrinal”, sino de una “reforma de vida”, en la “gestión del gobierno” y en la “participación del pueblo” en la toma de decisiones.

Como era de esperar –y de temer–, ni el sistema religioso del Vaticano, ni el sistema político de Franco, podían permitir el planteamiento pastoral, participativo y democrático de Iniesta. En consecuencia, sucedió lo que era de temer. A última hora, en vísperas de la Asamblea de Vallecas, de Roma vino la prohibición de darle a la Iglesia aquel nuevo giro, que era el primer paso de una reforma y una renovación a fondo, no sólo de la Iglesia, sino igualmente de la sociedad [1].

Además, todo aquello se ejecutó de la forma más tajante y (yo añadiría que también) más cruel que se podía ejecutar. Alberto Iniesta fue llamado urgentemente a Roma. Y –por lo que después se pudo saber-, a Iniesta, no sólo se le prohibió, de forma terminante, la celebración de la Asamblea, sino que además el bueno de Alberto fue (y se sintió) ofendido y humillado por el cardenal prefecto de la congregación de obispos. Ofendido y humillado hasta el extremo de verse hundido e incapacitado, durante años, en un monasterio cisterciense, a donde se retiró para superar su profunda depresión. Hasta que ya, en edad de jubilación, regresó a su diócesis de origen, Albacete, para terminar sus días en paz, estudio y oración.

La Iglesia que necesitamos: volvamos al origen

¿Qué Iglesia quiso Alberto Iniesta? ¿Por qué la Iglesia, que quiso Alberto Iniesta, resultó ser intolerable, absolutamente inaceptable, para el sistema político de una dictadura y para el sistema religioso del Vaticano?

La respuesta fácil, convencional, que tienen estas preguntas, es conocida. Y es, por eso, la respuesta que siempre damos. La Iglesia, que se buscaba mediante la Asamblea de Vallecas, en marzo de 1975, no cabía, no pudo caber o encajar en el régimen dictatorial del franquismo, ni en el Código de Derecho Canónico de la Iglesia Católica. Por eso, aquello tuvo el final que tuvo. El fracaso de un proyecto que muchos añoramos.

¿Es posible en este momento volver a intentarlo? Hay que hacerlo. Pero va a necesitar tiempo y paciencia. Después de 30 años, bloqueando la renovación que inició el Vaticano II, la Iglesia está viviendo una situación de desconcierto. ¿Por qué este desconcierto? Cuando tenemos un papa, Francisco, que quiere limpiar el papado de la pompa y el hieratismo que nunca quiso Jesús, el boato y la mentira que condena el Evangelio, en esta situación, un sector señalado del episcopado, en lugar de alegrarse y unirse al papa Francisco, lo que están haciendo quienes se han vinculado a ese sector de cardenales, obispos y clérigos es poner dificultades al papa. Y así, aumentar el desconcierto en determinados sectores de la Iglesia.

¿Qué hacer, estando así las cosas? Vamos a ir derechamente al origen. Y a lo más original de la Iglesia. Todo comenzó, como sabemos, con el anuncio, que realizó Jesús, de la “Buena Noticia”, es decir, la llegada del Reinado de Dios [2]. Es verdad que quien fundó y gobernó las primeras “asambleas” cristianas (“ekklesiai”) fue Pablo. Pero también es verdad que, si Pablo pudo fundar y gobernar aquellas “iglesias”, lo hizo porque antes que él y su experiencia en el camino de Damasco, había existido Jesús de Nazaret, su mensaje, su forma de vida y su muerte en una cruz.

La “fe” y el “seguimiento”

Si el origen primitivo de la Iglesia se analiza detenidamente, lo que llama la atención, en este proceso incipiente de “fundación” de la Iglesia, es que los evangelios (especialmente los sinópticos) no ponen en, el centro de este origen primero de la Iglesia, la “fe” (“pistis”, “pisteuo”) de los discípulos de Jesús, sino el “seguimiento” (“akoloutheo”) que aquellos discípulos aceptaron para compartir su vida con la vida que llevó Jesús. Baste pensar que, en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se elogia 36 veces, del seguimiento de Jesús se habla 56 veces. O sea, el “seguimiento” aparece 20 veces más que la “fe”.

Pero lo importante no es la cantidad de veces que se menciona la fe o el seguimiento. Lo elocuente, en este asunto capital, es la significación relevante que los relatos evangélicos le dan al seguimiento de Jesús. Y lo que ese seguimiento representa en la vida. En efecto, según los sinópticos, cuando Jesús empezó a reunir el primer grupo de discípulos y las primeras multitudes de gente, que se iban con él y le escuchaban, en ningún relato se dice que Jesús les propusiera el tema de la fe, como pregunta, como exigencia, como condición para estar con él, para vivir el proyecto que él les presentaba. Y menos aún. En ninguna parte dicen los evangelios que la fe fuera la condición para estar con Jesús o para ser discípulo suyo.

Esto necesita alguna explicación. En los evangelios sinópticos, se habla de la fe en los relatos de curaciones, cuando Jesús resuelve las situaciones de sufrimiento de enfermos o personas excluidas. A estas personas, Jesús les dice siempre lo mismo: “tu fe te ha salvado”, es decir, “tu fe te ha curado”. Es la fe-confianza, la fe de quienes se fían de Jesús, viendo en él la solución del sufrimiento de este mundo. Y es importante caer en la cuenta de que esto es así, según los evangelios, incluso en los casos de personas que, sin duda, tenían otra religión y otras creencias, como ocurrió con el centurión romano (Mt 8:5,13 par), con la curación de la mujer cananea (Mc 7:24-30 par) y en la sanación del leproso galileo (Lc 17:11-19) [3].
Sin embargo –y en contraste con lo que acabo de indicar-, lo que la teología no ha tenido debidamente en cuenta es que, cuando los evangelios afrontan el problema fundamental de quienes pueden o no pueden estar con Jesús, la clave de la respuesta a este problema es el “seguimiento” de Jesús, tanto para los “discípulos” (Mc 1:16-20; Mt 4:12,17; Lc 4:14-15), como para el “pueblo” (“óchlos”) (Mt 4:25; 8:1).

Por eso, lo primero que hizo Jesús fue llamar a los discípulos al seguimiento (Mc 1:16-20; Mt 4:12-17; Lc 5:11; cf. Jn 1:37-43). Jesús no empezó por pedir a aquellos hombres una “profesión de fe” o la aceptación de un “credo”. No. Lo primero fue una palabra: “sígueme”.

Ahora bien, si esto efectivamente es así, queda patente lo que con tanta lucidez dijo Juan Bautista Metz: “Sólo siguiendo a Cristo saben los cristianos a quién se han confiado y quién los salva”. Lo que, a su vez, significa algo que es mucho más fuerte: “El saber cristológico no se constituye ni se transmite primariamente mediante conceptos, sino en los relatos de seguimiento” [4]. Esto significa algo que seguramente jamás hemos pensado: a Jesús y su Evangelio, no lo conocemos –ni nos relacionamos con él– mediante creencias o actos religiosos, sino siguiendo a Jesús.

Es decir, a Jesús lo conocemos en la medida en que abandonamos todo lo que sea necesario abandonar, para poder compartir la forma de vivir, las convicciones y el proyecto de vida de Jesús. Baste recordar que, según los evangelios, Jesús sólo pronuncia una palabra: “Sígueme” (“akolouthei moi”) (Mc 2:14 par). Esto es todo (Bonhoeffer). Es lo que le dijo Jesús a un “publicano”, un pecador, un hombre de vida escandalosa. Un hombre al que Jesús no le preguntó si “creía” o “no creía”. Ni “en qué creía”. Ni si “se arrepentía” de su mala vida. A Jesús, por lo visto, no le interesaba nada de eso que tanto les suele interesar a los confesores, a los predicadores.
Pero hay más. Cuando Jesús llama a alguien para que le siga, Jesús no propone “para qué” llama, ni presenta un determinado “proyecto”, un “ideal”, un “programa” de vida, unas “condiciones” [5]. Incluso algo más fuerte: según los relatos de las llamadas al “seguimiento” (Mt 8:21-22; Lc 9:59-60; Mc 10:17-22; Mt 19:16-22; Lc 18:18-23), Jesús exige el “despojo total”. O sea, “abandonar toda seguridad” o condiciones de seguridad en la vida: ni familia, ni dinero, ni trabajo fijo, ni vivienda, ni despedirse de la propia familia, ni siquiera enterrar al propio padre (Mt 8:22) [6].

¿Significa esto que ser cristiano (o pertenecer a la Iglesia) equivale a convertirse en un “carismático itinerante”? ¿Tiene que ser la Iglesia “un movimiento de auto-marginados”? [7]. Quienes intentamos seguir a Jesús, por eso mismo, ¿no tenemos más remedio que vivir según las pautas de una “conducta desviada”? [8]. ¿Esto es posible y recomendable?

Jesús solo, como “seguridad”

Aquí tocamos la cuestión capital. No sólo para entender el Evangelio. Además de eso, para entender la Iglesia. Me explico: Es evidente que lo que Jesús exige, cuando le dice al que pretende ser creyente: “Sígueme”, en realidad lo que le dice es que abandone su casa, su familia, su trabajo, su dinero, sus observancias religiosas (hasta la cima de tales observancias, el entierro del propio padre). Y todo esto, sin ofrecerle, al que es llamado, ni un programa, ni un proyecto, ni una misión, ni unas condiciones, nada.

¿Qué significa esto? ¿Es esto razonable o realizable? Si somos consecuentes con la llamada de Jesús a “seguirle”, sólo una cosa queda en pie, en la vida del que es llamado: “Jesús solo”. Y esto, ¿qué significa y qué representa?

Lo que está aquí en juego es el problema de la “seguridad” en la vida. Sin pensarlo, tantas veces; sin darnos cuenta de lo que más nos angustia y más deseamos, en el fondo, siempre tenemos planteado el problema de nuestra seguridad en la vida. La casa, la familia, el dinero, la profesión, el prestigio, la salud, el estatus social, la institución a la que pertenecemos, la política, el derecho, la economía, las relaciones que mantenemos con los demás, la religión…. Todo eso es un conjunto de cosas tan importantes, porque nos dan seguridad en la vida. O, si no tenemos esas cosas, nos sentimos en la inseguridad y en la soledad. Esto nos suena a patético, por el miedo que nos provoca.

Esto supuesto, la insistencia de Jesús en el llamamiento a “seguirle” nos viene a decir que CREEMOS EN JESÚS SI PONEMOS SÓLO EN JESÚS NUESTRA SEGURIDAD. En definitiva, si ponemos nuestra absoluta “seguridad (Sicherheit) y alivio” (Geborgenheit) [9] en la convicción de que estamos con Jesús, vivimos con él y como él. Porque sólo cuando nuestra vida se proyecta así, entonces es CUANDO SOMOS VERDADERAMENTE LIBRES. Y es que, en el fondo, el problema que nos plantea el Evangelio es el problema de la libertad.

Por esto Jesús insiste en la libertad ante la familia, ante el poder, ante el dinero, ante la religión. Jesús insiste en la libertad en estas situaciones y ante estas realidades, no porque estas cosas –como es lógico– sean malas, sino porque estas cosas tienen tanta presencia y tanta fuerza en nuestra vida, que nos limitan o hasta nos privan de la libertad.

El fondo del problema

Estamos tocando el fondo del problema más grave y más apremiante, que tiene que afrontar la Iglesia. Es el problema que era patente cuando Alberto Iniesta convocó la Asamblea de Vallecas. Y bien sabemos la dura respuesta que Iniesta tuvo que soportar, tanto del poder político, como del poder religioso. ¿Por qué ambos poderes son tan brutalmente intolerantes en situaciones como la que presentó Alberto Iniesta?

Porque, para los poderes que dominan y sostienen el sistema que nos rige, es determinante mantener la desigualdad. Una desigualdad que potencian, mantienen o consienten los poderes económicos, los poderes políticos, los poderes jurídicos y los poderes religiosos. De ahí, entre otras cosas, los “silencios sociales” [10], que mantienen estos poderes en las cuestiones más determinantes de las desigualdades.

Todos estos poderes están inter-determinados de tal forma que, para que sigan funcionando con la eficacia que a ellos les interesa, esa eficacia no se consigue sino a base de producir y potenciar las desigualdades. Sean cuales sean las teorías, que cada cual tenga o defienda, para mantener los intereses de los que mandan, no hay más remedio que mantener las desigualdades económicas, políticas, jurídicas y religiosas.

Por ejemplo, en economía: casi la mitad de la riqueza mundial está en manos solo del 1 por ciento de la población. En política, la cosa resulta patente cuando es un hecho que el hombre políticamente más poderoso del mundo es Donald Trump. En derecho-justicia, no hay que dar muchas explicaciones después de lo que estamos viendo y viviendo en España con motivo del comportamiento de determinados tribunales y sus jueces, de acuerdo con lo que les permite el vigente derecho penal o procesal. En religión, lo más fuerte es la violencia, el terrorismo, y en la Iglesia católica, el vigente Código de Derecho Canónico, que arrastra la violencia totalitaria del medievo hasta los tiempos actuales, cuando ya nos gloriamos de vivir en la “tercera Ilustración”.

Pues bien, estando así las cosas, todo esto nos ha llevado hasta una situación, que seguramente no podíamos imaginar: cuando hemos alcanzado el progreso tecnológico y científico más elevado, ahora precisamente es cuando vivimos en el mundo más inseguro. Estamos destrozando el planeta Tierra, estamos matando o dejando que se mueran millones de seres humanos cada año, hemos multiplicado el sufrimiento en el mundo, nos sentimos amenazados por incontables peligros, son ya demasiados los jóvenes que se ven sin futuro, los países más ricos levantan muros de separación, etc, etc…..

La consecuencia, que inevitablemente se ha seguido de este estado de cosas, es que a todos nosotros –seguramente sin que nos demos cuenta de lo que nos pasa– nos han invadido dos experiencias paralizantes y destructivas: la inseguridad y el miedo. Casi nadie habla de esto a fondo. Casi nadie se atreve a pensar en serio lo que vive en su más secreta intimidad. Pero sospecho que la inseguridad y el miedo son el peso y la carga que todos llevamos a cuestas. Y son la causa inconfesable de “los silencios sociales y otras artimañas” con las que, no sólo los poderosos nos ocultan la realidad, sino igualmente con las que los débiles nos escapamos de complicaciones y así perpetuamos la situación de sufrimiento en que vivimos.

La Iglesia que queremos y necesitamos

Ahora se comprende mejor la Iglesia que queremos y la Iglesia que necesitamos. He explicado cómo nació el primer germen de la Iglesia. Y en los evangelios consta que los relatos del origen de la Iglesia son relatos de llamadas al seguimiento de Jesús. Esto quiere decir que el “seguimiento” de Jesús es constitutivo del ser mismo de la Iglesia. Como es igualmente constitutivo de la cristología.
Por otra parte, sabemos que lo que destacan los relatos de “seguimiento” es la llamada al despojo de los soportes fundamentales que nos dan seguridad: dinero, familia, trabajo, instalación, estatus social, religión. Jesús pidió a aquellos hombres –los primeros apóstoles– el “despojo total”. No por motivos de “ascética”, como lo interpretaron los monjes a partir del siglo tercero. Menos aún, por el “desprecio del mundo” y de todo lo que nos produce felicidad y disfrute de la vida, como lo entendió la espiritualidad medieval. No para obtener la paz personal e interior, el “Dharma”, según la tradición budista laica [11].

Lo que Jesús vio como específico y determinante, para la Iglesia y para los cristianos, es la superación del miedo y la inseguridad. Porque solamente así, podremos integrar en nuestras vidas el “proyecto de vida” que llevó Jesús y nos exigió Jesús, si es que queremos de verdad hacer presente el Evangelio en nuestra sociedad. Y nunca tendríamos que olvidar los creyentes en Cristo que, por trazar el camino que supera el miedo y la inseguridad, “Jesús aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” [12].

Sin duda, a esto se refería Jesús cuando les dijo, no solo a sus discípulos, sino “a todos” (Lc 9:23): “Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga” (Mc 8:34; Mt 16:24; Lc 9:23). Hoy no es posible interpretar estas palabras de Jesús como un llamamiento “para vivir en los márgenes” [13] de la vida y de la sociedad. Seguir a Jesús es cargar con su cruz. Pero, ¿qué significa esto y qué es lo que exige?

En la sociedad de la “corrupción” y la “desigualdad”, que genera el “miedo” y la “inseguridad”, seguir a Jesús, creer en Jesús, vivir en la Iglesia, no es una exigencia de heroísmos y singularidades que nos empujarían a tener que andar, como una especie de fugitivos, por los márgenes de la vida, como excluidos sociales. No se trata de eso. La exigencia de Jesús es enteramente razonable. Es lo que tendría que ser lo común para todo ciudadano. Estamos hablando sencillamente de “ser ciudadanos honrados y honestos, que cumplen con sus obligaciones cívicas y, si es que en algo los cristianos se diferencian de los demás, tendría que ser por su sensibilidad ante el sufrimiento y la desigualdad que impone el desorden establecido”.

La Iglesia como factor de cambio

La Iglesia “que queremos y necesitamos” es la gran comunidad de creyentes en Jesús, que produce este proyecto de vida, lo cultiva, lo fomenta, lo mantiene. Pero aquí lo que importa es entender bien lo que queremos decir cuando hablamos de “la gran comunidad”.

Es evidente que, en los evangelios, la presencia y la importancia de los “Doce” (“discípulos” o “apóstoles”) se destaca en la vida y en el proyecto de Jesús. Pero, tan cierto como eso, es que, en la antigüedad tardía (en los primeros siglos de la Iglesia), el cristianismo fue un factor de cambio decisivo. Un cambio, no sólo religioso, sino también social. Además, esto se realizó no sólo por la doctrina que enseñaban los obispos, sino sobre todo por la forma de vida que llevaron los cristianos, en la crisis del imperio ya ante de Constantino (s. IV) [14]. ¿En qué y por qué fue el cristianismo “factor de cambio”?

“Durante el siglo II e incluso el III, el cristianismo aún era en gran parte (aunque con algunas excepciones) un ejército de desheredados” [15]. Pero también es cierto que el cristianismo, además de sus promesas para la otra vida y sus prácticas religiosas, poseía un sentido comunitario más fuerte que todo cuanto ofrecían los otros grupos mistéricos de aquel tiempo, sobre todo “por la forma común de vida, como acertadamente advirtió Celso” [16].
Sabemos con seguridad que, en aquellos tiempos de miseria, escasez y hambre, la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida [17]. Y, más que nada, ofrecía un sentimiento de grupo que el cristianismo de entonces estaba en condiciones de fomentar. La Iglesia consistía, sobre todo, en comunidades de acogida en las que la gente se sentía protegida por derechos que la sociedad no le ofrecía.

Hoy, cuando nos estamos dando cuenta de que se puede salir de la “crisis” económica, manteniendo a grandes sectores de la población en la “estafa” cruel de los que se ven hundidos en lo más bajo de la desigualdad, comprendemos mejor lo que explicó admirablemente el profesor E. R. Dodds.

Me refiero al horror del sentimiento de desamparo que puede experimentar cualquier ser humano en medio de sus semejantes. Debieron ser muchos los que experimentaron este desamparo, en la antigüedad tardía: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y de dar a su propia vida algún sentido. Y es que dentro de la comunidad cristiana se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesaba por nosotros, en este mundo y en el otro [18].

Por esto, exactamente por esto, el cristianismo fue un agente decisivo de transformación de la cultura y de la sociedad. Los historiadores mejor documentados lo han dicho sin rodeos, al explicar lo que representó “la caída del imperio romano”: “el cristianismo fue en cierto sentido una fuerza igualadora y promotora de una progresiva democratización. Insistía en que todo el mundo, con independencia de cuál fuera su posición económica o social, tenía un alma y un valor parejo en el drama cósmico de la salvación, y algunos de los textos evangélicos sugerían incluso que las riquezas de este mundo podían constituir un obstáculo para la salvación” [19].

La iglesia que humanizó el imperio, hasta que ella misma se dejó corromper por la fuerza perversa de los poderes, las riquezas y los privilegios, esa iglesia que queremos y necesitamos, fue la gran comunidad que igualaba al pueblo, a la sociedad, a los ciudadanos. La iglesia de los que no se daban por satisfechos con la fe cristiana, sino que, junto a la fe y por la fuerza de aquella fe, vivían el seguimiento que Jesús exigió a los apóstoles, a los discípulos y al pueblo en general, según los numerosos relatos evangélicos que nos han conservado esta “memoria peligrosa”, que nos resistimos a recordar. Y, sobre todo, la memoria que no soportamos actualizar, hacerla viva y presente en esta Iglesia nuestra de hoy.

Conclusión

Mi conclusión es clara. Hay dos maneras de entender la iglesia y de vivir en ella. La iglesia de la “sumisión” y la iglesia de la “necesidad”. ¿Qué significan estas dos maneras de entender y vivir la iglesia? Cuando lo importante y decisivo en la iglesia es el “poder” de los que mandan, la iglesia no tiene más remedio que ser la iglesia de la “sumisión”. Cuando lo importante y decisivo en la iglesia es el “sufrimiento” del mundo y en el mundo, la iglesia no tiene más remedio que ser la Iglesia de la “necesidad”.

La iglesia del “poder”, somete a sus fieles. Eso es lo principal para ella. Y utiliza los grandes temas de la teología para someter: la fe, los sacramentos, la muerte, el infierno, la moral, la predicación, la liturgia, el derecho canónico, la catequesis, la espiritualidad, todo sirve y es eficaz para tener a la gente sumisa. Y el gobierno eclesiástico es un gran ejercicio de sumisión. Se somete el pensamiento y la capacidad de pensar, se somete la voluntad y la capacidad de decidir, se premia al sumiso, se castiga al desobediente. Y todo el gobierno de la iglesia se organiza según este imponente tinglado de poder y sumisión.

La iglesia de la “necesidad”, se afana, trabaja, lucha, por lo que más necesita la gente: palpar y vivir que todos, siendo “diferentes” en los hechos patentes que vemos y tocamos, sim embargo todos somos “iguales” en dignidad y derechos.

Porque la iglesia no se gestó, ni nació, del poder, sino que se gestó y nació del Evangelio. El Evangelio en el que leemos que lo más importante, para Jesús, no fue mantener e imponer su poder, sino remediar el sufrimiento, responder a lo que más necesita la gente, que es aliviar, remediar, suprimir sus muchos sufrimientos. Por esto, Jesús curó a los enfermos, perdonó a los pecadores, alivió el yugo que nos impone este mundo y sus leyes, no obligó nunca a nada, ni exigió obediencia a nadie.

Sobre eta base, nació la iglesia. Y desde esta base, Jesús nos enseñó, no sólo ni principalmente la importancia de la fe, sino, junto a la fe y antes que la fe, el seguimiento de Jesús. Por eso, la “iglesia de la sumisión” produce esclavos. Mientras que la “iglesia de la necesidad” produce personas libres.

Teniendo siempre en cuenta que solamente las personas verdaderamente libres pueden superar y vencer el miedo y la inseguridad. Las dos grandes ataduras que nos impiden ser agentes de cambio en esta sociedad nuestra, la sociedad de la crisis y la estafa. Lo que nos empuja constantemente a los “silencios sociales” cómplices, que perpetúan el sufrimiento que estamos soportando; y el que les espera a las generaciones que vendrán después de nosotros.

A no ser que nos empeñemos, con el poder del Espíritu y la luz del Evangelio, en recuperar la capacidad de factor de cambio que caracteriza a la Iglesia de Jesús, el Mesías, el Señor.


[1] Un buen análisis de aquella prohibición y su significado, en Pastoral Misionera, 3 (1975). El 27 de abril de aquel mismo año (1975), se celebró en El Escorial, una asamblea en la que participaron más de 100 comunidades de base para analizar el significado de la prohibición de la Asamblea de Vallecas. Cf. R. Díaz Salazar, Iglesia Dictadura y Democracia, Madrid, Ediciones HOAC, 1981, 282.
[2] Conc. Vaticano II, Lumen Gentium, 5, 1.
[3] J. Alfaro, “Fides in terminologia bíblica”: Gregorianum 42 (1961) 476-477.
[4] Johann Baptist Metz, La fe, en la historia y la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 66-67.
[5] Dietrich Bonhoeffer, Nachfolge, München, Kaiser, 1982, 28-29.
[6] Por influjo de los Jasidim y de los Fariseos, el último servicio a los muertos había sido enaltecido a la cima de todas las buenas obras. Martin Hengel, Seguimiento y Carisma. La radicalidad de la llamada de Jesús, Santander, Sal Terrae, 1981, 21.
[7] Gerd Theissen, El Movimiento de Jesús. Historia social de una revolución de valores, Salamanca, Sígueme, 2005, 35-37.
[8] O. c., 36.
[9] Diestrich Bonhoeffer, o. p., 29.
[10] Joaquín Estefanía, Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto?, Barcelona, Planeta, 2017, 136-138.
[11] Kotaró Suzuki, “El Buda histórico y el Buda eterno”: Teologías en entredicho, Fundación UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo), Campo de Gibraltar, 2011, 59-68.
[12] Gerd Theissen, El movimiento de Jesús. Historia de una revolución de valores, Salamanca, Sígueme, 2005, 33.
[13] Warren Carter, Mateo y los márgenes. Una lectura sociopolítica y religiosa, Estella, Verbo Divino, 2007, 499.
[14] E. R. Dodds, Paganos y cristianos en una época de angustia, Madrid, Cristiandad, 1975, 173-179.
[15] E. R. Dodds, o. c., 175. Cf. Justino, Apol., II, 10. 8; Atenágoras, Leg., 11. 3: Tácito, Orat., 32, 1; Min. Felix, Oct., 8, 4; 12. 7; Orígenes, C. Celsum 1, 27. Aunque esto podía decirse igualmente, en buena medida, de los paganos.
[16] Cf. Orígenes, Contra Celsum, 1, 1.
[17] Cf. Hendrik Bolkestein, Wohltätigkeit und Armenpflege im Vorchristlichen Altertum, Utrecht, Ootoek, 1939. Y sobre todo, Allmecht Dihle, Die Goldene Regel, Göttingen, Vandenhoet & Ruprecht, 1962, 61-71; 117-127. Cf. E. R. Dodds, o. c., 178, n. 109.
[18] E. R. Dodds, o. c., 179.
[19] Peter Heather, La caída del Imperio Romano, Barcelona, Crítica, 2008, 164.


Estos son los bancos que financian la industria militar

Carlos del Castillo
www.publico.es/06/04/2017  

Fabricar armas es legal. Solo unas pocas, como las bombas de racimo, las químicas o biológicas son consideradas inaceptables, al ser imposible argumentar en contra de que su uso afecta tanto a civiles como a combatientes. El resto, incluidas las nucleares, son perfectamente legales. 

En un mundo en guerra, fabricar armas es un negocio lucrativo. Los conflictos abiertos de Siria, Irak, la franja de Gaza, Ucrania, Yemen, Libia, Sudán, Somalia o la guerra contra el narcotráfico en México necesitan abastecimiento continuo de armamento. Sumando a la ecuación a los señores de la guerra en África o las guerrillas que operan en latinoamérica el resultado es un jugoso pastel a repartir.

España entró fuerte en ese mercado espoleada por la crisis económica. Es desde hace años el séptimo exportador de armas a nivel mundial, solo por detrás de los grandes fabricantes como EEUU, Rusia, China y las potencias militares europeas, Alemania, Francia y Reino Unido. 

Fabricar y exportar armas es legal, y financiarlas también lo es. Las grandes entidades bancarias españolas participan en el negocio, lideradas por el BBVA y el Santander. "Los bancos, aseguradoras y empresas de inversión españolas han dedicado entre 2011 y 2015 casi 5.900 millones de euros al sector de las armas", revela Jordi Calvo, investigador del Centre Delàs d'Estudis per la Pau. 
Calvo, autor del informe Los bancos que invierten en armas, advierte de que las entidades financieras españolas han apostado claramente por el negocio de la muerte. Apoyándose en el crecimiento de España como exportadora, están "poniéndose a la altura de los mayores inversores de la industria armamentística".

Teniendo en cuenta que el ratio de endeudamiento de las empresas de armas es del 73%, similar a la del resto de la industria española, el "floreciente negocio armamentístico no solo beneficia a las empresas de armas sino también a los bancos y aseguradoras", recoge el investigador en el informe. 

La investigación internacional Don't Bank on the Bomb de la organización neerlandesa PAX arroja cifras similares. Incluyendo datos de 2016, PAX —que audita las actividades que favorecen la proliferación de las armas nucleares en el mundo— eleva la inversión española en la industria militar por encima de los 6.500 millones de euros desde 2013.

Amnistía Internacional (AI) ha interpelado en varias ocasiones a gobiernos y entidades sobre la importancia de cerrar el grifo de la financiación. Al menos si están interesados en evitar "violaciones graves de derechos humanos y crímenes de derecho internacional" como las que ocurren casi a diario en Siria.  

"La financiación y la inversión no son actividades neutrales; determinan y facilitan la actividad económica, incluso en el sector armamentístico. Los bancos y otras instituciones financieras desempeñan un papel crucial en los esfuerzos globales para frenar la fabricación, transferencia y uso de armas", explica David Pereira, presidente de AI en Luxemburgo. Pereira encabezó un estudio que analizó la importancia de la falta de restricciones en ese país —gran centro financiero europeo— para la distribución de la inversión mundial en la industria militar. 

El estudio del Centre Delás, que también recoge las inversiones de entidades internacionales, señala que empresas como Airbus y Boeing (aeronaves militares), Maxam (explosivos), Navantia (buques), Finmeccanica (aeroespacial) o General Dynamics (propietaria de la española Santa Bárbara Sistemas) son las principales destinatarias de la inversión. 

"BBVA, Santander, Deutsche Bank, Citibank e ING son los más importantes financiadores armas, seguidos en un segundo nivel de importancia por Banca March, Bankia, Caixabank, Banco Popular, Banco Sabadell y Bankinter. Sin olvidar que Unicaja, Banco Mare Nostrum (BMN), Caja Rural, Ibercaja, Kutxabank, Liberbank, Banco Alcalá, Banco Caminos, Caja de Arquitectos y Banco Mediolanum invierten en armas, aunque en cuantías menores", concluye Jordi Calvo.

Las armas, un rastro imposible de seguir

Cuando no es directamente secreto, el negocio de las armas está oculto, desdibujado con eufemismos. El Gobierno, encargado de evitar que las armas españolas terminen en países en conflicto —lo que sería ilegal— no concede licencias para la exportación de armas, sino de material de defensa. Dentro de este, la mayor parte es material de doble uso.

Las actas de la junta interministerial responsable de autorizar las ventas al exterior son secretas. Además, para el Gobierno el concepto de "en guerra" no es tan claro como podría parecer, puesto que sigue autorizando ventas a Arabia Saudí, que lidera una coalición de países árabes que bombardea a discreción Yemen. Todo ello da forma a un entramado que resulta muy útil cuando se encuentran armas españolas sobre el campo de batalla yemení, ya que hace casi imposible exigir responsabilidades. 

La misma táctica que el Gobierno utilizan las empresas productoras de armas. El gigante español Maxam, el mayor fabricante de explosivos de Europa y segundo del mundo asegura que solo el 20% de su negocio es militar, y que este "se ocupa de la destrucción y reciclaje de todo tipo de municiones y explosivos, de la descontaminación y de la limpieza y mantenimiento de vehículos aéreos". Maxam es un importante cliente de las inversiones de BBVA, Santanter o Bankia. Factura 1.000 millones de euros al año.

"Los bancos intentan evadir su responsabilidad diciendo que no trabajan con armas prohibidas y que siempre siguen la legislación en vigor, que no financian armas que van a acabar en conflictos armados. Pero ¿cómo lo saben? El problema de las armas es su trazabilidad. Es imposible saber si un banco ha financiado un arma que acaba en Yemen", alerta Audrey Esnault.

"Se escudan en que las empresas hacen de todo"

Esnault es activista. Forma parte de la campaña de la campaña Banca Armada, que pretende "concienciar", visibilizar una situación "sobre la que normalmente hay mucho secretismo" como es la de la financiación del sector armamentístico.

Miembros de la campaña participarán este viernes en la junta de accionistas del Banco Santander para denunciar la colaboración de la entidad con los fabricantes de armas. Será la quinta y última junta de 2017, tras tomar la palabra en las de CaixaBank, Bankia, BBVA y Sabadell. La reacción del presidente y los accionistas depende de cada banco, "desde lo más frío como Santander o BBVA donde haces la intervención y no dicen nada, hasta la de junta del Sabadell de la semana pasada, en la que aplaudieron", relata Esnault a Público.

"Siempre dicen que las empresas son muy grandes y hacen de todo. Por ejemplo Indra, como es una empresa española, tienden a defenderla. Son empresas que hacen muchas cosas, pero Indra tiene un 20% de producción militar", expone la activista sobre la multinacional española, a la que el Instituto para la Paz de Estocolmo, referencia mundial en esta cuestión, llegó a colocar en su top 100 de productores de armas: "Fabrican electrónica militar. Un arma no es solo una pistola o una bomba, es todo lo que se usa para matar como destino final. El software de un misil que destruye un edificio es un arma. Indra diseña ese tipo de software".

"Los bancos forman parte de este negocio. Es imposible negar su corresponsabilidad. Para estar seguro al 100% de no financiar un arma que será utilizada contra la población civil en Yemen, la única solución es no financiar armas, dar préstamos o tener acciones en empresas que las producen".


CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE DE PANAMÁ SOBRE VENEZUELA

Las organizaciones y ciudadanos firmantes le solicitamos respetuosamente al Presidente Juan Carlos Varela que, con obediencia al principio de No Intervención en los asuntos internos de los Estados, Panamá rechace la acción de la OEA, tendiente a contrarrestar lo que se ha calificado como una ruptura democrática y constitucional en la República Bolivariana de Venezuela.

El Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de ese país suspendió a la Asamblea Nacional por desacato y asumió sus funciones en vista de que la misma no cumplió su mandato constitucional de separar a tres diputados cuyas elecciones estuvieron plagadas de irregularidades.

El problema suscitado constituye un asunto de competencia exclusivamente interna de Venezuela conforme a la Carta de la OEA y a la Constitución de ese país, que otorga facultades a la Sala Constitucional del TSJ para resolver diferencias o conflictos que se susciten entre los órganos del Estado.

Por lo tanto, sin inmiscuirnos en un debate que sólo incumbe al pueblo y el gobierno de Venezuela, advertimos al señor Presidente la importancia de que Panamá, en cumplimiento de su deber constitucional de acatar las normas de Derecho Internacional Público, acate el Artículo 19 de la Carta de la OEA, que es del tenor siguiente:

“Artículo 19 Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyen.”

En consecuencia, la OEA no puede condenar a Venezuela por ninguna acción que tome bajo su soberanía y, por ende, no puede enviar misiones internacionales a ese país como no sea para propiciar una solución pacífica entre sus ciudadanos sin injerencias externas.

Los panameños no olvidamos que fue precisamente la intervención de la OEA en un asunto interno de Panamá lo que abrió el camino de la desestabilización, la intervención y la invasión de EE.UU. a nuestro país el 20 de diciembre de 1989.

En mayo de 1989, cuando se cumplían cuatro años de intervenciones de EE.UU. para derrocar el gobierno nacional y eliminar al general Manuel Antonio Noriega, sin que nunca la OEA hubiese protestado por ello, el organismo regional decidió, en violación del citado Artículo 19, que la oposición (Endara-Arias Calderón-Ford) había ganado las elecciones, a pesar de que habían sido anuladas por el Tribunal Electoral tras demostrarse que EE.UU. las había intervenido a través de financiamiento a la oposición y de agentes de inteligencia que fueron capturados con las manos en la masa.

Los firmantes de esta Carta Abierta le solicitamos al señor Presidente que Panamá respete y pida que se respete la soberanía de Venezuela para que sean exclusivamente sus ciudadanos, pero no los violadores de la ley, quienes emprendan, sin injerencias externas, un diálogo amplio, positivo e incluyente que garantice la independencia, la paz, el respeto a la Constitución y el progreso del pueblo.

Resulta paradójico que Venezuela, el país que obtiene los más altos niveles de Desarrollo Humano según las Naciones Unidas, y cuyos gobiernos han sido los más democráticos en el Continente Americano, sea objeto de expulsión mediante una Carta Democrática que, sin duda alguna, es más aplicable a la mayoría de los gobiernos que hoy intervienen en los asuntos internos de la República Bolivariana de Venezuela.

La No Intervención es un principio universal de origen bolivariano que es nuestra primera línea de defensa de nuestro patrimonio continental.


2 de abril de 2017.