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Odio, frustración y valores reaccionarios


Gonzalo Berrón
www.alainet.org / 091018

La expresiva performance del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL), puede ser explicada por tres factores que actuaron de forma simultánea: antipetismo (odio), rechazo al sistema político (frustración) y la consolidación cultural de valores conservadores en la sociedad brasileña.

Odio: Bolsonaro reactivó y capitalizó el “antipetismo” visceral de las clases altas y medias, pero lo llevó hasta los límites socioeconómicos de esas clases y capturó parte de los sectores populares. Montado en el mismo sentimiento que movilizó una parte de junio de 2013, que casi provocara la derrota de Dilma Rousseff en 2014 y que le diera aire al poder judicial y el legislativo para avanzar en un impeachment de dudosa legalidad, Bolsonaro aglutinó para sí el odio al PT que otrora condensara el tradicional polo “tucano” (PSDB, el partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso) de la ecuación política de los últimos 20 años del Brasil. El candidato Geraldo Alckmin sólo obtuvo 6% de los votos (4to lugar), y perdió 19 escaños en el Parlamento, la peor elección en la historia del partido.

Frustración: En un marco de profunda frustración con la clase política, Bolsonaro ha sido muy hábil en librarse de su pasado y construirse como el outsider que no es: fue diputado federal por 27 años, estuvo afiliado al PP durante 11 años de esos 27, el partido con mayor cantidad de cuadros procesados en la operación Lava Jato. El vendaval de esta operación, con matices, claro, pues el principal blanco siempre fue el PT, cayó sobre todos los partidos que formaron parte del juego democrático desde el restablecimiento de la misma a fines de los 80. Los escándalos de corrupción alcanzaron al PT, al PSDB, el MDB (ex PMDB, el partido de Temer), DEM (ex PFL, el partido conservador más tradicional), y a muchos de los llamados “partidos fisiológicos”, del centro pragmático, produciendo un descrédito generalizado en la población en relación a la política. En un contexto de “son todos ladrones”, “son todos iguales” o “sólo trabajan en beneficio propio”, el ex capitán, con un estilo simplón y directo, pero de mucha astucia, logró despegarse de esa clase y erigirse como una persona fuera de ese sistema corrompido. Sin dudas, el hecho que no tenga denuncias fuertes ha ayudado a fomentar esa imagen.

Valores reaccionarios: Los valores de tolerancia y respeto a la diferencia e inclusión social que fueron promovidos mediante políticas públicas y como producto de reivindicaciones sociales muy fuertes en la sociedad brasileña reactivaron, de forma paulatina, reacciones quizás más fuertes aún de los sectores conservadores. En la retórica conservadora, las políticas positivas en relación a raza, género, sexo y condición socioeconómica fueron transformadas en “privilegios”, en “paternalismo”, en atentado a la “familia”, en políticas de fomento a personas que no quieren trabajar, o que no se merecen la ayuda del Estado.

A esta reacción conservadora se le debe sumar el creciente peso social y cultural de las iglesias evangélicas, que en Brasil están muy cercanas a superar el número de fieles de las iglesias católicas. A pesar de su diversidad y de que no todos los fieles repiten en la política lo que sus dirigentes indican, los evangélicos mayoritarios o más activos políticamente son los más conservadores y sus valores dialogan con el discurso de conservadorismo radical de Jair Bolsonaro: familia, anti gays y unión LGBT, o aborto, más la noción de meritocracia, derivada de la llamada “teología de la prosperidad” que atribuye al esfuerzo individual la razón del éxito en la vida. Por ejemplo, el movimiento de mujeres #EleNão (#ElNo) sirvió en la estrategia del candidato, para atizar con imágenes y mensajes manipulados (fake news) los valores “de la izquierda” y contra la familia que este movimiento pregonaría – y no la lucha por la amenaza a derechos que las posiciones de Bolsonaro representan para las mujeres, protagonistas de las principales movilizaciones de calle realizadas en el contexto de la campaña electoral.

La guerra electoral. El bombardeo electoral de alta intensidad que las huestes del candidato del PSL desataron contra el candidato del PT en los últimos 10 días antes de la elección, fundamentalmente a través de las redes sociales (whatsapp), se mostró extremadamente eficiente para activar el antipetismo y la reacción conservadora. El aluvión de audios, videos y memes circulando por las redes sociales, siendo un altísimo porcentaje de fakenews o de información manipulada, desactivó el mayor tiempo de televisión que otros candidatos tuvieron y acertó un golpe decisivo a Haddad y el PT que, tras una campaña mayoritariamente basada en propuestas programáticas (“paz y amor”), decidió ya tarde iniciar el contraataque sobre Bolsonaro.

Hoy las bolsas suben y el dólar cae, es la “euforia” del mercado en relación a la posibilidad de un gobierno que promete no tocar los intereses económicos de las elites brasileñas y mano dura para controlar las contradicciones sociales que las medidas de ajuste y retroceso de la protección social y laboral ya están generando en la población más pobre del Brasil.

En las tres semanas que vienen, se verá si es posible cambiar la tendencia, iniciada con el retorno de la democracia brasileña, de que quien gana el primer turno gana también el segundo. Bolsonaro ya dijo que seguirá su campaña del mismo modo, Haddad intenta desde el minuto 1 agrupar al campo democrático y hacer señas hacia el centro del espectro político para disputar sectores democráticos liberales.

Tendrá al mismo tiempo que atacar al candidato del PSL para intentar una “desconstrucción” de su figura en los medios, las redes y las calles. Y podrá, finalmente debatir propuestas y programas frente a frente con Bolsonaro, que aprovechó el atentado que sufrió en manos de una persona desequilibrada para huir de los debates televisivos y la confrontación directa sobre políticas públicas. Dependerá del talento personal del petista y del empeño del campo democrático y popular evitar que el Brasil se transforme en otro de los tristes casos de atraso político, social y cultural de la onda fascistoide del neoliberalismo actual en el mundo.