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Uniones prematrimoniales bendecidas


Juan Masia Clavel


 

(Cuestionario del Sínodo. Pregunta 27: “acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio”; pregunta 41: “elementos positivos en las convivencias de hecho”; pregunta 42: Crece el número de quienes después de haber vivido juntos durante largo tiempo piden la celebración del matrimonio en la Iglesia”; p.43_ “afrontar estas situaciones de forma constructiva”).

 

En la práctica pastoral comprobamos el resultado de acompañar a las parejas desde los primeros pasos de su convivencia de hecho hasta la formalización del matrimonio canónico, pasando por el rito prematrimonial de esponsales. Estas parejas, por ser creyentes, desean ver bendecida su unión, aunque las circunstancias (adquisición del piso, consolidación del empleo, situaciones familiares) aconsejen retrasar la formalización de su unión.

 

Vale para estos casos la misa de esponsales como promesa mutua de contraer matrimonio. En ella reciben la bendición sobre el comienzo del proceso de su unión, que culminará más tarde en la celebración de la boda canónica.

 

No se requieren trámites burocráticos, ni parroquiales, ni civiles. Es una bendición, como tantas otras en el ritual de bendiciones; o lo que se llama un “sacramental”, por ejemplo, agua bendita para santiguarse o una aspersión para bendecir una morada.

 

Sobre la cohabitación no debe entrometerse quien acompaña pastoralmente, respetando las decisiones en conciencia de los “cónyuges en camino hacia el matrimonio”.

 

Esta práctica pastoral presupone:


1) Una teología del matrimonio como proceso; distinguir entre una boda, que dura un momento, y la comunión de vida y amor, que dura años.
2) Una revisión de la moral sexual; más bien una moral de las relaciones (recíprocas, amorosas, justas, respetuosas), centrada en el reconocimiento y promesa mutua para unirse y crecer de modo auténticamente humano (unio consummatur modo humano: la unión se consuma de manera apropiada al ser humano).

 

Como ejemplo, el caso siguiente, vivido en el centro de atención pastoral a inmigrantes:

 

“Satoru y María (nombres ficticios de dos jóvenes creyentes: japonés y extranjera) se conocieron al asistir a celebraciones en el centro de acogida a inmigrantes. María es empleada del hogar y ahorra dinero para enviar a la familia en su país. Satoru es alumno de postgrado; para costearse sus estudios, hace horas como repartidor eventual; frecuenta además el voluntariado.

 

Tomando café con ambos después de la misa, me comentan que se han instalado en un estrecho apartamento de aquel barrio. “Asómese a verlo, padre, y de paso nos bendice la casa”, dice María. “Con gusto, le digo, pero bendecir solo la casa, sabe a poco. Mejor bendeciros a vosotros”. Se miran los dos sonrientes, y María me dice: “Para dentro de un año ya podrá ser la boda, pero ahora no estamos en condiciones”. “No me refiero a la boda, le contesto, sino al comienzo del camino hacia el matrimonio. Puesto que ya convivís, es natural como creyentes que sois, que queráis ver bendecida vuestra unión, con mucho mayor motivo que ver bendecida vuestra casa”.

 

“¿Y eso se puede hacer?”, pregunta Satoru. “Pues claro, si bendecimos el agua para el bautismo, y bendecimos el óleo para rezar con los enfermos, y bendecimos la cosecha en septiembre, y bendecimos a los animales de compañía, y bendecimos a los peregrinos al empezar su viaje... ¿qué nos impide bendecir el comienzo de la convivencia de una pareja que se quiere y que empieza a recorrer el camino hacia su matrimonio? Ya sabéis que la boda es un momento, pero el matrimonio es un camino.

 

Ese camino de la unión matrimonial empieza antes de la boda, continúa después y dura mucho, confiamos en que dure toda la vida. Por eso me habréis oido decir en la homilía de la boda de vuestros amigos (y lo repetiré también en la vuestra cuando llegue el día) que Dios os bendice para que sigáis juntos “hasta que esa vida juntos os termine de unir” (que, dicho así, es mucho mejor que decir: “hasta que la muerte os separe”).

“Muy bien, padre, usted no pierde oportunidad para dar el sermón”, dice Satoru riendo. “Pues punto final al sermón y fijemos la fecha. ¿Cuándo os viene bien?”. “El fin de semana próximo viene del pueblo la madre de Satoru. Podemos venir con ella a la iglesia”. “Mejor que vaya la iglesia a vuestra casa, ¿no decíais que querías la bendición de la casa?”. “De acuerdo, así la madre cocinará alguna cosilla”.

 

Aquel domingo por la tarde nos reunimos los cuatro en el pequeño apartamento y, sentados en el suelo de esterilla japonesa de tatami, celebramos la eucaristía. En el ofertorio, María y Satoru se dieron el sí para empezar su camino prematrimonial. Después de la misa merendamos con el dulce casero de la madre y un vino de la tierra de María. No podía faltar la foto para enviarla a la familia lejana.

 

Unas semanas después María me comentó la sorpresa de su familia: “¡Qué boda más extraña!, dijeron”. Tuvo que explicarles por carta que la boda sería más adelante. “No iba a darles todas esas explicaciones del padre Juan sobre el camino prematrimonial. Pero mi abuela parece que lo entendió, dice que en su tiempo a eso le llamaban la toma de dichos y el pedir la mano”.

 

En cambio, Satoru tuvo problema cuando se lo contó al cura de la otra parroquia del barrio, que dijo: “Eso no se puede hacer y tampoco se puede hacer lo que hacéis vosotros, que estáis ya viviendo juntos. Hay que esperar hasta después de la boda para acostarse”. Le tranquilicé a Satoru: “No te preocupes, lo que ocurre es que ese padre dio clase en el Seminario y todavía ahora que está jubilado sigue leyendo más el Derecho Canónico que el Evangelio de Jesús. Lo que Jesús quiere es que María y tú os queráis más y mejor. Para eso os bendijo al empezar vuestro camino...”