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Carta al Pueblo de Dios

Obispos católicos de Brasil

[28-07-2020]

Somos obispos de la Iglesia Católica, de varias regiones de Brasil, en profunda comunión con el Papa Francisco y su magisterio y en comunión plena con la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil que, en el ejercicio de su misión evangelizadora, siempre se coloca en la defensa de los pequeñitos, de la justicia y de la paz. Escribimos esta Carta al Pueblo de Dios, interpelados por la gravedad del momento en que vivimos, sensibles al Evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia, como un servicio a todos los que desean ver superada esta fase de tantas incertezas y tanto sufrimiento del pueblo.

Evangelizar es la misión propia de la Iglesia, heredada de Jesús. Ella tiene consciencia de que “evangelizar es tornar el Reino de Dios presente en el mundo” (Alegría del Evangelio, 176). Tenemos claridad de que “la propuesta del Evangelio no consiste sólo en una relación personal con Dios. Nuestra repuesta de amor no debería ser entendida como una mera suma de pequeños gestos personales a favor de algunos individuos necesitados […], una serie de acciones destinadas apenas a tranquilizar la propia consciencia. La propuesta es el Reino de Dios […] (Lc 4,43 y Mt 6,33)” (Alegría del Evangelio, 180). Nace de ahí la comprensión de que el Reino de Dios es, compromiso y meta.

En este horizonte nos posicionamos frente a la realidad actual de Brasil. No tenemos intereses político-partidarios, económicos, ideológicos o de cualquier otra naturaleza. Nuestro único interés es el Reino de Dios, presente en nuestra historia, en la medida en que avanzamos en la construcción de una sociedad estructuralmente justa, fraterna y solidaria, como una civilización del amor.

Brasil atraviesa uno de los períodos más difíciles de su historia, comparado a una “tempestad perfecta” que, dolorosamente, precisa ser atravesada. La causa de esta tempestad es la combinación de una crisis de salud sin precedentes, con un avasallador colapso de la economía y con la tensión que se abate sobre los fundamentos de la República, provocada en gran medida por el presidente de la República y otros sectores de la sociedad, resultando en una profunda crisis política y de gobernanza.

Este escenario de peligrosos impases, que colocan nuestro país a la prueba, exige de sus instituciones, líderes y organizaciones civiles mucho más diálogo del que discursos ideológicos cerrados. Somos convocados a presentar propuestas y pactos objetivos procurando la superación de los grandes desafíos, en favor de la vida, principalmente de los segmentos más vulnerables y excluidos, en esta sociedad estructuralmente desigual, injusta y violenta. Esa realidad no comporta indiferencia.

Es deber de quien se coloca en la defensa de la vida posicionarse, claramente, con relación a este escenario. Las elecciones políticas que nos trajeron hasta aquí y la narrativa que propone la complacencia frente a los desmanes del Gobierno Federal, no justifican la inercia y la omisión en el combate a las desgracias que se abatieron sobre el pueblo brasileño.

Desgracias que se abaten también sobre la Casa Común, amenazada constantemente por la acción inescrupulosa de madereros, garimpeiros, mineros, terratenientes y otros defensores de un desarrollo que desprecia los derechos humanos y los de la madre tierra. “No podemos pretender ser saludables en un mundo que está enfermo. Las heridas causadas a nuestra madre tierra nos sangran también” (Papa Francisco, Carta al Presidente de Colombia en ocasión del Día Mundial del Medio Ambiente, 05/06/2020).

Todos, personas e instituciones, seremos juzgados por las acciones u omisiones en este momento tan grave y retador. Asistimos, sistemáticamente, a discursos anticientíficos, que tratan de naturalizar o normalizar el flagelo de los miles de muertes por covid-19, tratándolas como fruto del acaso o del castigo divino, el caos socioeconómico que se avecina, con el desempleo y la carestía que se proyectan para los próximos meses, y las coaliciones políticas que buscan mantener el poder a cualquier precio.

Ese discurso no se basa en los principios éticos y morales, tampoco soporta ser confrontado con la Tradición y la Doctrina Social de la Iglesia, en el seguimiento de Aquel que vino “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Analizando el escenario político, sin pasiones, percibimos claramente la incapacidad e ineptitud del Gobierno Federal para enfrentar estas crisis. Las reformas, laboral y de las pensiones, tenidas como para mejorar la vida de los más pobres, se muestran como trampas que precarizaran aún más la vida del pueblo.

Es verdad que Brasil necesita de medidas y reformas serias, pero no como las que se hicieron, cuyos resultados empeoraron la vida de los pobres, desprotegieron vulnerables, liberaron el uso de agro tóxicos antes prohibidos, aflojaron el control de la deforestación y, por eso, no favorecieron el bien común y la paz social. Es insustentable una economía que insiste en el neoliberalismo, que privilegia el monopolio de pequeños grupos poderosos en detrimento de la gran mayoría de la población.

El sistema del actual gobierno no pone en el centro la persona humana y el bien de todos, sino la defensa intransigente de los intereses de una “economía que mata” (Alegría del Evangelio, 53), centrada en el mercado y las ganancias a cualquier precio.

Convivimos, así, con la incapacidad y la incompetencia del Gobierno Federal, para coordinar sus acciones, agravadas por el hecho de colocarse contra la ciencia, contra estados y municipios, contra poderes de la República; por aproximarse al totalitarismo y utilizar expedientes condenables, como el apoyo y el estímulo a actos contra la democracia, la flexibilización de las leyes de tránsito y del uso de armas de fuego por la población, y el recurso a la práctica de sospechosas acciones de comunicación, como las noticias falsas, que movilizan una masa de seguidores radicales.

El desprecio por la educación, cultura, salud y por la diplomacia también nos asombra. Ese desprecio es visible en las demostraciones de rabia por la educación pública; en el llamado a ideas oscurantistas; en la elección de la educación como enemiga; en los sucesivos y groseros errores en la elección de los ministros de educación y de medio ambiente y del secretario de cultura; en el desconocimiento y depreciación de procesos pedagógicos y de importantes pensadores de Brasil; en la repugnancia por la consciencia crítica y por la libertad de pensamiento y de prensa; en la descalificación de las relaciones diplomáticas con varios países; en la indiferencia con el hecho de que Brasil ocupe uno de los primeros lugares en número de infectados y muertos por la pandemia sin, siquiera, tener un ministro titular en el Ministerio de Salud; en la innecesaria tensión con las otras instituciones de la República en la coordinación del enfrentamiento de la pandemia; en la falta de sensibilidad para con los familiares de los muertos por el nuevo coronavirus y por los profesionales de la salud, que están enfermando en los esfuerzos para salvar vidas.

En el nivel económico, el ministro de economía desdeña a los pequeños empresarios, responsables por la mayoría de los empleos en el país, privilegiando solo los grandes grupos económicos, concentradores de ingresos y los grupos financieros que nada producen. La recesión que nos asombra puede hacer que el número de desempleados sobrepase 20 millones de brasileños. Hay una brutal discontinuidad de la asignación de recursos para las políticas públicas en el campo de la alimentación, educación, vivienda y generación de ingresos.

Cerrando los ojos a los llamados de entidades nacionales e internacionales, el Gobierno Federal demuestra omisión, apatía y rechazo por los más pobres y vulnerables de la sociedad, sean quienes sean: las comunidades indígenas, quilombolas, ribeirinhas, las poblaciones de las periferias urbanas, de los conventillos y el pueblo que vive en las calles, por miles, en todo Brasil.

Estos son los más afectados por la pandemia del nuevo coronavirus y, lamentablemente, no vislumbran medida efectiva que los lleve a tener esperanza de superar las crisis sanitaria y económica que se les imponen de forma cruel.

El Presidente de la República, hace pocos días, en el Plan de Emergencia para enfrentar la covid-19, aprobado en el legislativo federal, bajo el argumento de que no hay previsión presupuestaria, entre otros puntos, vetó el acceso a agua potable, material de higiene, oferta de camas hospitalarias y de cuidados intensivos, ventiladores y máquinas de oxigenación sanguínea, en los territorios indígenas, quilombolas y de comunidades tradicionales (Cf. Presidencia de la CNBB, Carta Abierta al Congreso Nacional, 13/07/2020).

Hasta la religión es utilizada para manipular sentimientos y creencias, provocar divisiones, difundir el odio, crear tensiones entre iglesias y sus líderes. Resáltese cuánto es perniciosa toda asociación entre religión y poder en el Estado laico, especialmente la asociación entre grupos religiosos fundamentalistas y la manutención del poder autoritario.

¿Cómo no estar indignados ante el uso del nombre de Dios y de su Santa Palabra, mezclados con discursos y posturas prejuiciosos, que incitan al odio, en vez de pregonar el amor, para legitimar prácticas que no condicen con el Reino de Dios y su justicia?

¡El momento es de unidad en el respeto a la pluralidad! Por eso, proponemos un amplio diálogo nacional que incluya humanistas, los comprometidos con la democracia, movimientos sociales, hombres y mujeres de buena voluntad, para que se restablezca el respeto a la Constitución Federal y al Estado Democrático de Derecho, con ética en la política, con transparencia de información y del gasto público, con una economía que busque el bien común, con justicia socioambiental, con “tierra, techo y trabajo”, con alegría y protección de la familia, con educación y salud integrales y de calidad para todos.

Estamos comprometidos con el reciente “Pacto por la vida y por el Brasil”, de la CNBB y entidades de la sociedad civil brasileña, y en sintonía con el Papa Francisco, que convoca a la humanidad para pensar un nuevo “Pacto Educativo Global” y la nueva “Economía de Francisco y Clara”, así como, nos unimos a los movimientos eclesiales y populares que buscan nuevas y urgentes alternativas para Brasil.

En este tiempo de la pandemia que nos obliga al distanciamiento social y nos enseña una “nueva norma”, estamos redescubriendo nuestras casas y familias como nuestra iglesia doméstica, un espacio del encuentro con Dios y con los hermanos y hermanas.

Sobre todo, en este ambiente debe brillar la luz del Evangelio que nos hace comprender que este tiempo no es para la indiferencia, para egoísmos, para divisiones ni para el olvido (cf. Papa Francisco, Mensaje Urbi et Orbi, 12/4/20).

Despertémonos, por lo tanto, del sueño que nos inmoviliza y nos hace meros espectadores de la realidad de miles de muertes y de la violencia que nos asolan. Con el apóstol San Pablo, alertamos que “La noche va muy avanzada y está cerca el día: dejemos, pues, las obras propias de la oscuridad y revistámonos de una coraza de luz.” (Rm 13,12).

“¡Yahvé te bendiga y te guarde! ¡Yahvé haga resplandecer su rostro sobre ti y te mire con buenos ojos! ¡Yahvé vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz!” (Nm 6,24-26).