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África muere


Alberto Vásquez-Figueroa
www.eldiario.es / 02-04-07-11/09/18

La Unión Europea dispone del denominado Reglamento Dublín III, que obliga a todos los estados miembros, y que puntualiza que los inmigrantes y refugiados son responsabilidad del país en el que desembarcan en primer lugar.

Ello ejerce una gran presión sobre España, Italia, Grecia, Malta y Turquía debido a que la norma internacional exige que las embarcaciones que rescatan a refugiados están obligadas a desembarcarlos en el puerto más cercano.

Como la mayoría provienen del África subsahariana, a través de las costas libias, su punto de llegada lógico es Italia, que por primera vez se ha negado a acatar el Reglamento.

Dicha negativa está a punto de provocar la ruptura en la Unión Europea, debido a las enormes diferencias que existen entre el punto de vista de los países que aceptan a los inmigrantes y el de quienes los rechazan.

El fin de la Eurozona –deseada por muchas grandes potencias– significaría una catástrofe, por lo que –basándose en experiencias anteriores que dieron buenos resultados– este informe pretende demostrar que el grave problema al que nos enfrentamos no estriba en un exceso de población, sino en que ésta se encuentra mal distribuida y se desaprovechan inmensas regiones potencialmente productivas.

*****
Cuando el capitán Alfred Dreyfus fue injustamente declarado culpable de alta traición, uno de los asistentes al juicio, el escritor y periodista austríaco Theodor Herzl, comprendió que el antisionismo dividiría a Europa a semejanza de como lo está dividiendo actualmente el tema de la inmigración.

En 1897 fundó la Organización Sionista Mundial y tras fracasar en su intento de crear el Estado de Israel en unos territorios que aún pertenecían al poderoso imperio otomano, intentó comprar colonias africanas con el fin de instalar en ellas a los judíos que se encontraban en peligro en Rusia, Polonia y Alemania.

Temiendo la llegada de un auténtico holocausto –cosa que ocurrió décadas más tarde–, envió a África expertos en agricultura, educación, obras públicas e hidrología, que se aplicaron a seleccionar territorios idóneos, y tras unos primeros estudios instaló en Kenia a familias judías procedentes de Siberia.

Pese a que murió muy joven, está considerado el "Padre de la Patria Israelí". Quienes le sucedieron no supieron impulsar sus proyectos, pero su iniciativa significó un importante precedente, ya que resulta interesante analizar cuánto dejó escrito sobre la forma de administrar lo que denominaba “las nuevas patrias judías”:

"Durante los primeros años debemos trabajar en silencio, con humildad y ahínco, intentando aprender de los nativos, puesto que más sabe de sus tierras, sus bienes y sus males, el más ignorante pastor local que el más ilustrado filósofo vienés".

"El contenido de un complejo manuscrito se asimila en meses de estudio, pero desentrañar los secretos de una determinada naturaleza exige el esfuerzo de varias generaciones".
La idea de crear territorios que acojan a desplazados tiene por tanto más de un siglo, y el hecho de que una buena idea quede aparcada no significa que deba descartarse si contiene elementos válidos. Muchos proyectos fracasaron porque se habían adelantado a su tiempo y tan solo triunfaron cuando llegó su momento.

Los descendientes de las familias judías que Herzl había enviado a Kenia aún rezan en la sinagoga que construyeron en 1914, admiten haberse adaptado a la vida en África y no sienten el menor interés en mudarse a Israel.

"Si vivimos en paz con los keniatas no tenemos por qué irnos a vivir en guerra con los palestinos. El mundo es lo suficientemente grande y empeñarse en volver a los tiempos del Templo de Salomón es como empeñarse en volver al altar de los sacrificios de los aztecas".

No obstante, hace unos treinta años, algunos judíos recuperaron las ideas de Herzl, debido a que millones de sus correligionarios aspiraban a instalarse en una tierra prometida en la que ya no cabían todos, y advirtieron a sus gobernantes que, si continuaba la presión de los colonos sobre territorios que legalmente no les pertenecían, la situación degeneraría en continuas masacres. Masacres de las que el mundo es testigo casi a diario.

Ese nuevo proyecto cayó una vez más en el olvido, puesto que pretendía encontrar territorios que acogieran a judíos –¡solo a judíos!– y ya nadie deseaba codearse con ellos. Unos por miedo, otros por convicciones políticas y otros por puro antisemitismo, los posibles candidatos les cerraron las puertas.

Sus estudios indican que en Somalia, Egipto, Sudán, Yemen, Etiopía, Mauritania, Senegal, Jordania o Namibia existen enormes extensiones de zonas costeras en las que podrían instalarse colonias con un prometedor futuro, pese a que actualmente carezcan de infraestructuras.

La mejor prueba de que están en lo cierto se encuentra en Almería, antaño un desierto despoblado, bueno tan solo para rodar películas, pero que en apenas treinta años y gracias el uso de invernaderos, el aporte de agua y las nuevas tecnologías, se ha convertido en uno de los mayores abastecedores de alimentos de Europa, superando a regiones históricamente muy fértiles. Cada semana exporta miles de toneladas de frutas y verduras y es uno de los lugares del planeta que produce más beneficios por metro cuadrado, proporcionando alimentos a millones de personas.

Y Almería tan solo cuenta con doscientos kilómetros de costa desértica aprovechable mientras que en África existen nueve mil, en Medio Oriente cuatro mil, en Sudamérica tres mil y en Australia dos mil quinientos.

Theodor Herzl pretendía comprar esos territorios a las potencias coloniales, pero hoy en día resulta imposible, puesto que se trata de países independientes y no existe casi ninguno cuyas leyes le permitan vender parte de sus territorios. No obstante, las leyes de varios de ellos les permiten arrendarlos por un período de noventa años, de forma semejante a como suele actuar la corona inglesa.

Si en las antaño desoladas costas almerienses trabajan y viven casi trescientas mil personas, en las costas africanas podrían trabajar y vivir sesenta millones, que a su vez proporcionarían alimentos a decenas de millones.

Se han localizado muchos puntos idóneos, pero los mejores están situados en lugares en los que cerca del mar se alzan cadenas montañosas que frenan los vientos. En otros tiempos algunos fueron increíblemente fértiles, pero los cambios en la climatología los desertificó.

Al norte de Somalia, en el llamado Cuerno de África, existe una cadena montañosa en cuyas laderas aún se distinguen zonas verdes o aislados palmerales que dan fe de su pasada fertilidad. Supera a Italia en extensión, pero la gran diferencia entre ambos países estriba en que Italia dispone de agua, lo que le permite sostener a doscientos habitantes por kilómetro cuadrado mientras que en Somalia apenas logran malvivir trece. ¡Solo trece! ¡Y solo por falta de agua!

Agua o muerte

Pueblos, ciudades, civilizaciones e incluso especies animales han desaparecido a causa de las sequías, pero no se sabe de ninguna ciudad, civilización o especie animal que haya desaparecido por falta de petróleo.

Controlar el mercado del agua resulta mucho más beneficioso que controlar el mercado del petróleo, puesto que la mitad de los seres humanos nunca necesitan petróleo mientras que todos necesitan agua para sobrevivir, regar, abrevar el ganado o mantener unas mínimas condiciones higiénicas.

Ese fue el motivo por el que a principios del mil novecientos se llegó a una lógica conclusión: o se trasladaban las grandes ciudades industriales a la orilla de los ríos, o se desviaban los ríos hacia las grandes ciudades industriales. Pero los ríos no son de fiar; un día amanecen secos, al otro se desbordan, y tienen la mala costumbre de arrojar la mayor parte de su riqueza al mar.
Tan solo el Amazonas desperdicia cada día la quinta parte del agua dulce del planeta, suficiente como para apagar la sed de los siete mil millones de hombres, mujeres y niños que lo pueblan.

Debido a ello, tras la Segunda Guerra Mundial el control del agua empezó a convertirse casi un monopolio. En la actualidad, una docena de empresas (en su mayoría francesas) regulan el mercado mundial, y setenta años de ingentes beneficios han dado como fruto una industria firmemente asentada: el agua embotellada.

Las tradicionales fuentes de gran número pueblos han dejado de manar mientras se denuncia a funcionarios que aceptan sobornos por añadirle al agua demasiados productos químicos, con la disculpa de “depurarla al máximo”. El agua que abastece a las grandes ciudades ha comenzado a deteriorarse, lo que obliga a las amas de casa a cargar con pesadas garrafas si no quieren que cuanto cocinen sepa a diablos o su familia sufra vómitos y diarreas. Se ha llegado a un punto en el que en cualquier restaurante cobra un euro por un botellín de un tercio de litro, mientras que un litro de gasolina también cuesta un euro.

Que el agua cueste tres veces más que una gasolina que hay que buscar, extraer, refinar y transportar desde el otro extremo del mundo, es uno de los mayores latrocinios que se hayan cometido jamás.

Pocas personas están dispuestas a matar por un litro de gasolina, pero muchas han matado y seguirán matando por un litro de agua, puesto que nadie soporta tres días sin beber.

El tráfico de agua embotellada se ha convertido en un negocio más criminal que el tráfico de armas, drogas, alcohol, tabaco o prostitutas, puesto que tan solo compra armas, se droga, bebe, fuma o se acuesta con prostitutas quien quiere, mientras que el agua resulta imprescindible para vivir.

Pero las autoridades lo consienten.
Y no solo lo consienten; lo protegen.

Desde hace trece años, la empresa gubernamental Tragsa guarda en sus oficinas de la calle Maldonado nº 58, y la empresa gubernamental Acuamed guarda en sus oficinas de la calle Albasanz nº 11 –ambas de Madrid–, un informe de mil doscientas páginas con toda clase planos, detalles y presupuestos referentes a un sistema de desalación que ellos mismos desarrollaron y que proporciona agua de primera calidad a once céntimos los mil litros, lo cual contrasta escandalosamente con los tres euros por litro.

Un numeroso grupo de sus mejores técnicos, dirigidos por los ingenieros Dionisio López y María Iglesias, dedicaron ocho años de estudio e invirtieron siete millones de euros en desarrollarlo y en elegir los lugares idóneos para llevarlo a cabo. El presupuesto final está firmado por la ingeniera del ministerio Mª José Mateo del Horno.

Ni Tragsa ni Acuamed permiten que dichos estudios salgan a la luz, pero existen tres copias; una se encuentra en poder de la Universidad de La Laguna, la otra en el despacho del juez Eloy Velasco, y la tercera a disposición de aquellas autoridades que quieran acabar con las mafias del agua.

Nota: el anterior director general de Acuamed y su directora de proyectos acabaron en la cárcel, pero muy pronto salieron en libertad condicional pagando una fianza de trescientos mil euros que aún nadie sabe cómo obtuvieron.


De todo cuanto aquí se ha expuesto se deduce que el agua, su existencia, su carencia o su control, subyace en el problema de la crisis de los emigrantes tal como lo ha venido haciendo en casi todas las grandes crisis de la humanidad, pero curiosamente, en el mismo problema puede encontrarse una solución.

El negocio del agua embotellada factura cientos de miles de millones en todo el mundo, pese a lo cual paga unos impuestos mínimos, debido a que el agua está considerada una necesidad vital. Pero desde el momento en que ha sido manipulada y embotellada debería pagar los mismos impuestos que el alcohol o los refrescos, añadiéndole un plus por lo que contaminan sus botellas de plástico.

Los mares sufren, los ríos sufren, los hombres sufren, y los únicos que se benefician son los empresarios y los políticos corruptos.

Con el dinero que se recaudase y lo que se debe invertir cada día de cada mes de cada año en cuidar y alimentar a los refugiados que continuaran llegando, se podría crear un fondo que convirtiera esos diez mil kilómetros de costas desérticas africanas en medio centenar de nuevas Almerías.  

O por lo menos hacer una primera prueba que demostrase que resulta factible.

Serán muchos los que pregunten por qué tenemos que hacer algo por quienes invaden nuestros países sin haber sido invitados; a esos se les puede responder que, o lo hacemos, o acabaran arrollándonos y con razón, porque durante trescientos años invadimos África sin haber sido invitados, nos apoderamos de sus riquezas, violamos a sus mujeres y esclavizamos a sus hijos vendiéndolos como animales para que nos enriquecieran cortando caña de azúcar o cultivando algodón.
Justo es que quieran recuperar una mínima parte de cuanto les  arrebatamos, y más vale que les ayudemos a recuperarlo sin esperar a tener que enfrentarnos a ellos cuando vengan empuñando las armas que nosotros mismos les estamos vendiendo.

***
Coltán, fue el primer libro en contar las atrocidades que se están cometiendo en el Congo, donde se masacra a niños a base de obligarles a que extraigan el mineral que necesitamos para nuestros teléfonos móviles.  Sin embargo, no es el sistemático expolio de minerales estratégicos o de todo tipo de recursos lo que está consiguiendo que el continente agonice y sus habitantes huyan; su peor enemigo es la imparable sequía que afectado a los países subsaharianos. 

A principios de los años veinte, una terrible sequía asoló el Medio Oeste americano con lo que la tierra de las grandes praderas, muy ligera y carente de humedad, comenzó a levantarse por efectos del viento, formando, una gigantesca nube de polvo que giró sobre si misma aumentando de tamaño hasta llegar casi desde el Golfo de México hasta las Grandes Lagos, y desde las Montañas Rocosas hasta las orillas del Missisippi.

Fue la peor catástrofe natural de la historia americana y en su novela Las uvas de las Ira, John Steinbeck describió de forma magistral cómo llevó a la ruina a unos desesperados agricultores que se vieron obligados a emigrar en masa.

Esa emigración constituyó el principio del desastre debido a que abandonaban sus granjas sin pagar las hipotecas lo que llevó a los bancos agrícolas a encontrarse dueños de inmensas cantidades de tierras que nadie quería y a una absoluta carencia de liquidez. Fueron quebrando uno tras otro y en su caída arrastraron a los bancos comerciales e industriales. Los desconcertados ahorristas invirtieron en una bolsa cuyos títulos comenzaron a aumentar de valor de forma injustificada en lo que no era más que un juego de especulación sin la menor base económica.

Lógicamente la burbuja estalló dando origen a la gran depresión que llevó a los norteamericanos a la ruina reduciendo su producto interior bruto a la tercera parte en menos de cuatro años.

Sorprende que la debacle de la primera potencia económica mundial fuera el resultado de una simple sequía, pero lo cierto es que las sequías nunca son simples. El ser humano puede resistir dos semanas sin comer, pero no sobrevive tres días sin beber y de igual modo los países e incluso las civilizaciones pueden soportar muy duras pruebas excepto una falta de agua cuyos nocivos efectos siempre perduran, aunque no se adviertan a simple vista.

Consciente de ello hace veinticuatro años diseñé un sistema de desalar agua por presión natural que reducía los costes a la décima parte debido a que apenas consumía energía eléctrica.

Poco después ocurrió algo muy curioso; me telefoneó Ignacio González, quien más tarde sería presidente de la Comunidad de Madrid -y al que no conocía- para invitarme a comer con Esperanza Aguirre, a la que tampoco conocía.

Durante la comida, Esperanza Aguirre me indicó que había sido elegida por Aznar como futura ministra de Medio Ambiente, y que lo primero que haría sería desarrollar mi sistema porque estaba convencida de que era la forma de resolver los problemas del agua en España.

- "Qué lista es esta señora" -me dije- Y que fácil está resultando todo.

No obstante, quiso el destino -y el recién nombrado presidente Aznar- que, a última hora, Isabel Tocino fuera nombrada Ministra de Medio Ambiente y Esperanza Aguirre de Cultura. Meses después me la encontré en una cena y me comentó:

- Te he hecho un flaco favor; le he dicho a Isabel Tocino que si quiere resolver el problema del agua recurra a ti y me ha respondido que me ocupe de mi ministerio que ella no se mete en el mío. Y conociéndola como la conozco me consta que serás el último a quien recurra.

Me quedó el consuelo de saber que mi primer gran fracaso no se debía a fallos técnicos o intereses económicos sino al carácter de una ministra que duraría muy poco en el cargo.

No me costó demasiado asimilarlo debido a que la empresa gubernamental Tragsa se interesó por el tema, firmé un acuerdo con su director general, Miguel Cavero, y tras siete años de trabajo y con un coste de casi seis millones de euros, se realizaron los estudios que demostraron la idoneidad del sistema.

Consiste en elevar agua de mar a una montaña cercana que tenga unos quinientos metros de altura puesto que mientras las desaladoras tradicionales consumen energía durante todo el día, las de presión natural sólo la consume en horas valle para subir el agua al depósito de la montaña.

También se puede subir con molinos de viento tradicionales que son más baratos y prácticos que los aerogeneradores.


Agua que sube con viento es energía potencial gratuita.

Cuando el agua se encuentra en lo alto de la montaña se pueden hacer dos cosas; la primera es desalarla mediante "ósmosis inversa" aprovechando la diferencia de altura.

La segunda es dejarla caer devolviendo energía en hora punta, tal como hacen actualmente las centrales hidráulicas reversibles en ríos y pantanos. Se devuelve un 6% menos que la energía que se utilizó, pero en las horas que más se necesita.

Proyecto Mar Rojo- Mar Muerto 

En enero de mil novecientos noventa y cinco el gobierno jordano me pidió construir una planta desaladora de presión natural en el golfo de Acaba con el fin de llevar agua a la capital Amman.

Me pareció que resultaría poco práctico, pero pusieron a mi disposición un helicóptero y al recorrer el país advertí que se podía hacer un trasvase entre el Mar Rojo y el Mar Muerto y que aprovechando los cuatrocientos metros de diferencia de nivel entre ambas cuencas desalaría a coste mínimo dos millones de metros cúbicos diarios, suficientes para convertir Israel, Jordania, Siria y Palestina en un vergel.

Tragsa colaboró en el desarrollo, me concedieron la patente internacional y al poco tiempo un alto cargo del gobierno israelí -Gustavo Kronemberg- vino a Madrid con intención de comprar los derechos, aunque puntualizando que solo proporcionarían agua a Israel, nunca a Jordania y mucho menos a Siria o Palestina.

Le hice ver que resultaba inaceptable puesto que todo había partido de una iniciativa jordana y que lo que ofrecía ni siquiera cubría los gastos. Meses después regresó con idéntica propuesta y cuando le eché en cara que fuera tan intransigente me respondió:

- Es que soy judío.
-Siempre creí que los judíos tenían fama de negociadores- dije.
- Los que somos de origen uruguayo, no.

Así quedaron las cosas, pero al poco Sir Edmund Rothschild, presidente de la Banca Rothschild, me invitó a Londres con el fin de comunicarme que estaba en total desacuerdo con la actitud israelí ya que el agua debía ser para todos, judíos o no.

Su bisabuelo había financiado a Theodor Kerzl pero Sir Edmund opinaba que Israel no podía seguir acogiendo a cuantos deseaban instalarse en su territorio ya que su necesidad de expansión provocaba sangrientos conflictos entre colonos y palestinos. Según él, había llegado el momento de volver a buscar nuevos asentamientos tanto para judíos como para gentiles.

El 23 de abril de 1998 le escribió al primer ministro inglés, Tony Blair, pidiéndole que se implicase en un proyecto que denominó "El río de la vida", ya que salvaría millones de ellas y frenaría una avalancha de refugiados que empezaba a ser preocupante.

El 17 de mayo, Blair le respondió que su ministro de Asuntos Exteriores, Robin Cook, se pondría en contacto con los gobiernos de Jordania, Siria, e Israel.

El 2 de octubre del 2002, Sir Edmund le envió una carta al entonces ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, solicitando que continuara colaborando en el proyecto y el 14 de noviembre Arias Cañete le confirmó que Tragsa seguiría financiándolo.

Lo hizo y además consiguió que la Oficina Española de Expansión Exterior corriera con los gastos de mis viajes tanto a Jordania como a Siria y Dubái. En los tres países mantuve reuniones con sus primeros ministros y durante mi estancia en Damasco también ocurrió un hecho curioso.

Tras la muerte de Hafez al-Asad y hasta la llegada de su hijo, Bashar, el poder, quedó en manos del general Tlass quien una noche me invitó a su casa. Yo iba escoltado por motoristas que hacían sonar sus sirenas imaginando que acudía a un palacio de Las Mil y Una Noches, pero me encontré con que el hombre más poderoso y temido del país vivía en un sencillo apartamento en cuyo comedor podía verse un cartucho con dos barras de pan. Me pareció un personaje encantador y entusiasmado por la idea de resolver el tema del agua en su país. Al poco apareció su hija, una criatura realmente fascinante y el general nos invitó a cenar a un famoso restaurante en el que bailaban los "derviches". Por desgracia acudió también el novio de su hija.

Tlass ordenó que al día siguiente me recibieran cuatro de sus ministros, que ocupaban, eso sí, auténticos palacios. Me disgusté mucho cuando años después descubrí que ese mismo general Tlass era el encargado de masacrar a los rebeldes sirios.

Electrocutando gaviotas

Durante un almuerzo en Lanzarote al que asistíamos, cada cual con sus respectivas esposas, José Saramago, premio Nobel de literatura, Bernardo Bertolucci, "Oscar" por su película El último emperador, el eurodiputado Manuel Medina, el futuro ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, y José Luis Rodríguez Zapatero, éste último le prometió a Bertolucci que si llegaba a la presidencia respaldaría mi proyecto.

Cumplió su palabra, una nueva empresa gubernamental Acuamed sustituyó a Tragsa, y tras dos años de trabajo y otros tres millones de euros se diseñó la primera desaladora de presión natural que proporcionaría agua al poniente de Almería a un coste de once céntimos por metro cúbico.

El proyecto final consta de casi mil páginas.

No obstante, en julio del 2006 la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ordenó archivarlo. Parecer ser que los ministros que duran poco en el cargo son los que más daño hacen, no se sabe muy bien si por ignorancia, por avaricia o porque astutos funcionarios saben cómo manipular su ego.

La disculpa que se puso en este caso -y que salió publicada en el Boletín Oficial del Estado- fue "que se podían electrocutar las gaviotas". Como técnicamente no se podía atacar el sistema se alegó tamaño disparate pese a que una gaviota no se puede electrocutar si no existen cables eléctricos.

A continuación, Cristina Narbona ordenó la construcción de cincuenta y tres desaladoras convencionales en las que se invirtieron casi tres mil millones, pero solo se terminaron seis que funcionan al diez por ciento de su capacidad. La Comunidad Europea reclamó los mil millones que había adelantado pero nadie sabía dónde estaba ese dinero.

Que una ministra -actual Presidenta de Honor de un partido socialista que mi abuelo ayudó a fundar en Canarias- firmara algo que era falso en el Boletín Oficial del Estado me obligó a rendirme.

Ahora se están haciendo muchas preguntas sobre las desaladoras que nunca funcionan, pero por aquel entonces yo ya estaba arruinado y Sir Edmund Rothschild había muerto sin ver cumplido su sueño de ver correr un Río de la vida.

Han pasado doce años y aún no he conseguido recuperarme, pero al ver cómo los niños se ahogan en nuestros mares he decidido intentarlo de nuevo pese a que tenga que volver enfrentarme a quienes lo permiten y a quienes siguen vendiendo agua tres veces más cara que la gasolina.

¿Qué más pueden hacerme?

Cuando falleció mi madre, mi padre que había sufrido mucho entre los campos de concentración y ocho años de deportación en Marruecos, enfermó de lo que por aquel entonces se denominaba “tisis galopante”, razón por la que me enviaron a vivir con mi tío, que era el delegado de hacienda en el puesto militar de Cabo Juby, en el desierto del Sahara.

Mis tíos tenían una diminuta granja con cabras, gallinas y conejos de la que se ocupaba el gigantón más fuerte, listo y trabajador que he conocido, un senegalés que había sido esclavizado de niño pero que a base de mucho esfuerzo había conseguido comprar su libertad.

Cuando íbamos a cazar no nos alejábamos del mar y de ese modo nunca pasamos sed debido a que Suílem siempre llevaba consigo una tetera, un pitorro, un cazo y una lata. Con la leña que abunda en las playas desiertas encendía una hoguera ponía encima la tetera con agua de mar y colocaba el pitorro de forma que el vapor fuera a parar al cazo, con lo que se convertía en agua potable. Por las noches colocaba la lata doblada ligeramente inclinada y en un ángulo muy abierto y recogía el rocío del amanecer consiguiendo que resbalara hasta el cazo. Dependiendo de la leña o humedad del ambiente obteníamos más o menos agua, pero siempre suficiente para resistir todo el día.

Yo le consideraba un superhéroe, pero una mañana me lo encontré llorando y me desconcertó cuando me aclaró que lloraba de alegría porque mi tío le había prestado el dinero que necesitaba para comprar la libertad de la que iba a ser su esposa.

Aquella revelación me dejó estupefacto; no podía creer que en el “protectorado” de un país católico, apostólico y romano se consintiese la esclavitud, pero así era debido a que las autoridades hacían la vista gorda con el fin de evitar problemas con los cadíes locales.

De todo ello se deduce que Suílem me enseñó dos cosas importantes: que siempre existe una forma de esclavitud y que, cuando el mar está cerca los seres humanos inteligentes consiguen sobrevivir. 

Por desgracia para mí -y digo bien al decir desgracia ya que mucho dinero y disgustos me ha costado-  he dedicado gran parte de mi tiempo a intentar demostrar que ambas cosas son ciertas, y son ciertas porque un esclavo senegalés analfabeto sabía más de la vida y del desierto que todos los intelectuales del planeta, lo cual está de acuerdo con lo que ya conté sobre las teorías de Theodor Herzl, y lo que dejó escrito sobre los futuros asentamientos judíos: 

"Durante los primeros años debemos trabajar en silencio, con humildad y ahínco, intentando aprender de los nativos, puesto que más sabe de sus tierras, sus bienes y sus males el más ignorante pastor local que el más ilustrado filósofo vienés". 

Suílem también solía decir: “Lo peor del desierto es que no tiene montañas”, lo cual suena a perogrullada, pero al analizar la frase se descubre que es la razón por la que millones de seres humanos han muerto, mueren y seguirán muriendo de sed.

La vida sobre la tierra se debe a que el sol calienta el mar, el vapor asciende y forma nubes que el viento empuja hasta que altas montañas las detienen y les obligan a descargar su contenido en forma de una lluvia que da origen a los ríos que riegan los campos.

Asia tiene la cordillera del Himalaya y sus monzones; Europa, los Alpes; Norteamérica, las Rocosas y Sudamérica, los Andes que ejercen de centinelas impidiendo que las nubes pasen de largo sin pagar su tributo de agua, pero el Sahara, el mayor de los desiertos, carece de guardianes de ochocientos metros de altura por lo que las nubes cruzan y se alejan ante la desesperación de los sedientos.      

Herzl y Suílem -cada uno en su mundo- eran hombres sabios, y muy estúpido debe considerarse a quien no aprenda de ellos.

Lejos del mar, la vida en el desierto es casi imposible sobre todo en unos tiempos en los que las sequías están agrandando sus límites al punto de que quienes allí habitan no tienen más remedio que marcharse o morir.

Y, paradójicamente, muchos de ellos mueren en el mar que podría hacer sido su salvación.

La ONU confirma que novecientos emigrantes se han ahogado en el Mediterráneo entre julio y agosto, lo cual significa un treinta por ciento más que durante el mismo periodo del año pasado. Esta ola de muertes -mil quinientas anuales- ha coincidido con la intensificación de la política de disuasión emprendida por los gobiernos europeos que por si fuera poco han “confiado” la tarea de detenerlos a los guardacostas libios.
Gracias a dicha política, uno de cada treinta adultos muere o desaparece -entre los niños el porcentaje se duplica- por lo que el Mediterráneo se ha convertido en un inmenso cementerio y en una deshonra para los países ribereños.

Ni siquiera entre quienes alardean de cristianos parece estar de moda “dar de beber al sediento” o “dar posada al peregrino” puesto que a su modo de ver las obras de misericordia dependen de la ideología.

Los italianos deberían cambiar su famoso Mare Nostrum por Vergoña Nostra y los españoles a Don Quijote por Sancho Panza.   

Colonizadores 

El gran problema de nuestros océanos estriba en que, si toda la sal que contienen se extrajera y se distribuyera sobre todos los continentes, los cubrirían con un manto de cientos de metros de altura con lo que tendríamos billones de toneladas de agua potable pero ni un solo metro cuadrado de tierra cultivable.

Sin embargo, la gran ventaja de nuestros océanos es que tiene más agua que sal, y ahora sabemos cómo convertirla en potable a bajo coste.

El Planeta Azul, es decir, el planeta del agua, gasta miles de millones intentando descubrir si hay agua en Marte con la absurda pero muy rentable disculpa de que tal vez dentro de mil años la humanidad se verá obligada a trasladarse allí.

¿No resultaría más barato y más práctico hacer de la Tierra un lugar mejor evitando que un muy lejano día tuviéramos que emigrar?
Admito que sería absurdo llevar agua a Sudán, Chad, Níger, Malí o el sur de Argelia o Libia, pero sus habitantes son escasos –apenas dos por kilómetro cuadrado- y la mayoría están deseando que se les proporcione la oportunidad de trabajar y sacar adelante a sus familias.

Y dado que resultaría muy difícil llevar el agua a los sedientos, ¿no sería más práctico llevar los sedientos a donde se encuentra el agua?
En las fronteras africanas que separan la vida de la muerte existen millones de hombres, mujeres y niños que tienen derecho a intentar salvarse, por lo que seguirán viniendo en oleadas cada vez mayores debido a que la sed no perdona.

Y quien lo dude que intente soportar tres días sin beber.
¡Solo tres días! 
O que dedique medio minuto de su tiempo a leer las noticias que publica la prensa esta misma semana:

En Sudáfrica la sequía ha obligado a declarar el estado de "desastre nacional". Ciudad del Cabo ha fijado un plan de emergencia denominado 'Día Cero' por el cual habrá que limitar de forma extrema el acceso al agua.

La guerra no es la única causa de desplazamientos en Siria. La sequía que azota a los campos de cultivos genera el éxodo rural hacia las ciudades y es una de las causas que impulsa el conflicto.

En Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania, Níger y Senegal las hambrunas provocadas por las crisis hídricas son una constante.

California ha sido otra de las grandes afectadas por los incendios durante todo el año. La gran cantidad de árboles muertos por la sequía permiten que los incendios forestales se propaguen rápidamente. En junio, el denominado 'Mendocino Complex' arrasó un total de 114.800 hectáreas siendo el peor de su historia.

En Australia la escasez de precipitaciones afecta al noventa y ocho por ciento del territorio de Nueva Gales del Sur. Los peces luchan por sobrevivir y los animales huyen.

El norte de Europa también es víctima de las sequías. La ola de calor y las escasas precipitaciones han provocado incendios en el Círculo Polar Ártico. Suecia se ha visto obligada a solicitar ayuda internacional por una oleada de fuegos.

Esa es una realidad indiscutible y ya he contado cómo, a principios de mil novecientos y previniendo el holocausto, Theodor Herzl supo elegir los lugares a los que enviar a sus correligionarios en peligro, por lo que lo lógico, lo humano y lo decente sería aprovechar sus enseñanzas, buscar los puntos que eligió -Kenia, Somalia, Egipto, Yemen, Namibia, Jordania o el propio Israel- y llegar a acuerdos con sus autoridades que resultasen beneficioso para todos.

Tendrían que convencerse de que no se les envían refugiados, sino colonos dispuestos a trabajar y poner en valor nuevos territorios porque los grandes países fueron construidos por colonizadores a los que impulsaba el hambre y la desesperación.

Un inmenso número de ellos fueron españoles que de igual modo llegaron hambrientos y asustados en barcos atestados, y como hoy en día, esa hambre y esa desesperación proliferan, lo decente e inteligente sería canalizarlas en la dirección apropiada.

Resultaría factible llegar a acuerdos con algunos gobiernos con el fin de que arrendasen parte de sus territorios a condición de no esquilmar sus recursos forestales, minerales o pesqueros.
Tan solo se les alquilaría la superficie costera improductiva y al cabo de noventa años se les devolvería incluidas las viviendas, las carreteras, los invernaderos, las plantas desaladoras, las fábricas y las piscifactorías que se hubieran construido. 

Cierto es que un proyecto de semejante envergadura exigiría una inversión considerable, pero a la larga se convertiría en una inversión productiva, mientras que el gasto diario de cuidar, mantener y proteger a cuantos llegan y seguirán llegando día tras día y año tras año nunca se recuperará. 

Una vez firmados los acuerdos, los territorios quedarían bajo la tutela de un Consejo de Administración presidido por un delegado de las Naciones Unidas con leyes propias e independientes de las del país arrendador.  

Y si algunos opinan que carecemos de hombres justos capaces de dictar leyes justas, será porque no confían en sí mismos y en ese caso no valdría la pena defender con tanto ahínco su forma de vida.

Una de las primeras alegaciones que se esgrimen contra esta idea se basa en el convencimiento de que no se pueden confiar en los corruptos gobernantes africanos, a lo cual cabe responder que resulta imaginable que un gobernante africano sea capaz de darle lecciones de corrupción a un gobernante europeo.

Existen en el continente hombres y mujeres intachables, y lo que se debería hacer es buscar a alguien sin tendencias políticas que pudiera convertirse en líder, portavoz e interlocutor válido de los refugiados ya que resulta absurdo intentar dialogar con quienes están a punto de ahogarse o tienen los pies y las manos cortadas por las cuchillas de las vallas metálicas.
En esos momentos, tan solo son desesperados que luchan por su vida y lo que se necesita son personas equilibradas y sensatas que sepan trasmitirle al resto del mundo las necesidades de su gente, y a su gente lo que puede ofrecerles el resto del mundo.

La paz no se consigue a base de sangre y muerte, sino a base de entendimiento.

Y quien crea que esas personas no existen, que recuerde al sudafricano Nelson Mandela, al ghanés Kofi Annan o al senegalés Sédar Senghor.

Incluso se podría recurrir, por sus raíces africanas, al mismísimo expresidente norteamericano, Barack Obama.

La gran utopía  

Muchos de quienes lean las soluciones que aquí se ofrecen para intentar contener de forma justa y humana el éxodo de refugiados, considerarán que tan solo se trata de una utopía, pero tal vez les convendría detenerse a pensar que la mayor utopía se centra en suponer que esa invasión se detendrá por el simple hecho de que unos cuantos políticos de corto recorrido se limiten a intercambiar vidas por votos.

Se reparten a los emigrantes como si fueran la cuota de basura que le corresponde, pero muy pronto la avalancha les desbordará y se quedarán sin lugar donde acogerlos.

Cuando comprendan que el problema les supera se retirarán con pensión vitalicia pasando el problema a su sucesor, que volverá a hacer lo mismo.
Pero siempre será más fuerte quien lucha por su vida y la de sus hijos, que quien lucha por una pensión vitalicia.

Puede que los racistas sigan considerándolo una gran utopía, pero la mayor utopía de Adolf Hitler fue suponer que conseguiría acabar con los judíos o cuantos no perteneciesen a una raza que consideraba superior. Y acabó suicidándose.

Cuando José Manuel Soria -el mismo José Manuel Soria que tuvo que dimitir como ministro porque mintió públicamente al asegurar que no tenía nada que ver con Los Papeles de Panamá- era alcalde de Las Palmas, un equipo de la empresa gubernamental Tragsa fue a ofrecerle la posibilidad de construir una desaladora de presión natural que proporcionaría toda el agua que pudiera necesitar una ciudad que estaba sufriendo -tal como casi siempre sufre-  una grave crisis de abastecimiento.

Al concluir la reunión, el representante de la empresa que comercializaba el agua -creo que recordar que se llamaba Camacho aunque puedo estar equivocado- me invitó a comer al cercano hotel Santa Catalina, donde me espetó con una demoledora sinceridad:

-Nunca permitiré que se construya una de tus desaladoras.
-¿Y eso?
-Porque desalamos el agua a noventa pesetas metro cúbico y la vendemos a ciento ochenta, es decir que ganamos noventa. Con tu sistema el coste sería de treinta con lo cual legalmente tan solo nos permitirían venderla a sesenta con lo que tan solo ganaríamos treinta. Si lo aceptara acabaría de ascensorista.

Poco después, siendo ya presidente del Cabildo, Soria compró a un precio escandaloso una desaladora de segunda mano desechada por los israelíes.
Todo aquel que haya pasado por la autopista que une aeropuerto con Las Palmas la recordará, puesto que era un enorme tubo oxidado del largo de un campo de fútbol que se encontraba junto a la central eléctrica. Se supone que funcionaba por el ya entonces obsoleto sistema de evaporación, pero lo cierto es que jamás funcionó y acabó vendiéndose como chatarra.

Hace unos cinco años la Universidad de La Laguna otorgó una Matrícula de honor cum laude al proyecto de fin de carrera de dos ingenieros que habían diseñado una planta de presión natural que desalaría agua para la isla de Tenerife a un precio 88% inferior al de cualquier otro sistema.

El proyecto había sido supervisado por el profesor de universidad Carlos Soler Liceras que había alcanzado justa fama como experto en temas hidráulicos y por haber encontrado la mítica Fuente Santa de la isla de La Palma, que llevaba trescientos años perdida a causa de una erupción volcánica.

El trabajo se basaba en los estudios que Tragsa y Acuamed habían hecho para abastecer el poniente de Almería.

También existe un proyecto similar para Gran Canaria, pero todos ellos duermen en los cajones de ministros que probablemente tienen cuentas corrientes en Panamá.

Me excuso por haber insistido en el tema, pero mi intención es hacer comprender que el problema de la carencia de agua no es de los técnicos, sino de los gobernantes, cualquiera que sea su ideología.

Los partidos políticos españoles tienes siglas muy diferentes, pero un símbolo en común: €.
A ese respecto recuerdo que en una ocasión el ministerio de Industria me pidió que impartiera una conferencia a los inventores españoles y lo primero que les dije fue: 

Cuando inventen algo no se pregunten a quién beneficia; pregúntense a quién perjudica, porque del poder del perjudicado dependerá que su invento prospere.

Si empresas como la antaño poderosísima Kodak, los fabricantes de máquinas de escribir o tantos otros que acabaron en la ruina hubieran sospechado la debacle que iban a significar los ordenadores o internet, hubieran mandado cortar cientos de cabezas que empezaban a tener ideas sumamente peligrosas. 

La tubería de Gadafi

Hace unos quince años el embajador de Libia en Madrid me citó para preguntarme si se podía hacer una desaladora de presión natural en su país debido a que en el sur se había descubierto un inmenso acuífero, Gadafi se había gastado nueve mil millones de euros en construir un acueducto que llevara esa agua a Trípoli, pero aún no había llegado ni una gota. Al parecer el irascible coronel echaba chispas.

Cuando el embajador me enseñó el faraónico proyecto comprendí que tal enfado resultaba lógico debido a que una empresa canadiense había semienterrado, cientos de kilómetros de tuberías partiendo desde la costa hacia el interior.

Las tuberías medían cuatro metros de diámetro y eran de fibrocemento, por lo que al llegar al desierto de Aziza, donde se da la mayor diferencia de temperatura del planeta -cincuenta grados a mediodía y seis al amanecer- se cuartearon convirtiéndose en auténticos coladores.

Le señalé al embajador que, a mi modo de ver, tenían que haber empezado desde el acuífero hacia la costa e ir llenando las tuberías de agua con el fin de que resistiesen las diferencias de temperatura.
Al poco el embajador volvió a citarme para comunicarme que el coronel me invitaba a ir a Trípoli, pero yo había escrito una novela Matar a Gadafi por lo que consideré que si acudía a la cita me fusilaría, no por haberle convertido en el villano de una novela, sino porque fuera tan escandalosamente mala.

Ahí acabó una historia que me hizo comprender que para conseguir enterrar bien una tubería de cuatro metros de diámetro y no se cuartease con el sol del desierto jordano sería necesario abrir una zanja de seis por seis, lo cual significaba un movimiento de tierras brutal.

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En un apartado anterior me he referido al proyecto de desaladora aprovechando los cuatrocientos metros de desnivel entre Mar Rojo-Mar Muerto y quiero aclarar que las patentes me las concedieron los gobiernos de Jordania e Israel, que son los únicos que pueden hacerlo puesto que ningún otro país tiene acceso directo al Mar Muerto.

(Cierto es que también debería habérsela solicitado a Palestina, pero en aquel tiempo no disponían de un representante accesible.)

Al repasar los presupuestos advertimos que la mayor parte del gasto se iba en tuberías por lo que decidimos sustituirlas por un canal a cielo abierto, y fue entonces cuando un ingeniero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas -Domingo Guinea- advirtió que cubriendo ese canal con cristal amorfo parte del agua se convertiría en vapor y se produciría una inmensa cantidad de energía aprovechable.

Pese a que se supone que soy medio-padre de la criatura, se trata de una tecnología que me cuesta entender, pero me enorgullece saber que algunas de mis ideas, a menudo absurdas, sirven para que gente mucho más preparada que yo busque nuevos caminos.

Buen ejemplo de ello fueron José Román Wilhelmi Ayza, José Ángel Sánchez Fernández y Juan Ignacio Pérez Díaz, quienes desarrollaron un proyecto basado en esas ideas, por el que se conseguiría que la curva eléctrica nacional se aplanase, lo cual ahorraría millones y rebajaría el coste de las tarifas eléctricas.

Lo enviaron al ministerio de Industria del que curiosamente en esos momentos era titular José Manuel Soria, y pese a que estaba firmado por tres catedráticos de innegable prestigio y llevaba el sello de la Universidad Politécnica de Madrid, también lo “archivaron”.

Los hombres nacen, crecen, mueren y se corrompen.
Los gobiernos nacen, crecen, se corrompen y mueren.
Aquel gobierno murió por una metástasis de corrupción.
En el actual ya han comenzado a detectarse células malignas.

El viejo de la montaña

Hace unos ochocientos años, Hassan-i Sabbah, más conocido por El Viejo de la Montaña fundó en Egipto una secta integrista ismailí, pero al verse acosado construyó una fortaleza en la cima de una montaña al sur del mar Caspio, se apoderó de plazas fuertes en Siria, Irán y Palestina, llegó a constituir lo que podría considerarse un estado ismailí, e inició una metódica labor de proselitismo en la que aquellos que realizaban acciones armadas se denominaban a si mismo fedayines; es decir, “Los que mueren por la causa”.

Se convirtieron en un ejército de fanáticos especializados en el terror y el magnicidio a costa de inmolarse, hasta tal punto de intentar asesinar al sultán Saladino durante el asedio a Jerusalén.
Reclutaban hombres jóvenes, los drogaban con hachís y los instalaban un fabuloso palacio, rodeados de hermosas huríes, música, bailes, manjares, piscinas y todo cuanto pudieran desear, lo que les obligaba a creer que habían accedido al paraíso.

Al cabo de un tiempo les devolvían a la realidad y les aseguraban que cuanto habían vivido era una pequeña muestra de lo que les esperaba en caso de “morir por la causa”. Del término hashashin, o consumidor de hachís, proviene la palabra asesino, que se vulgarizó designando a cualquier homicida, pero que en su origen se refería a los miembros de la secta ismailí.

Los seguidores de Hassan-i Sabbah derramaron ríos de sangre hasta que un astuto visir reclutó hombres jóvenes que instaló en un palacio en el que había hermosas huríes, música, bailes, manjares, piscinas y todo cuanto pudieran desear...

Al cabo de un tiempo les dijo:
-Esto es lo que os proporcionaré durante un mes, de verdad, nada de ilusorios placeres en el más allá, cada vez que asesinéis a un “asesino”.
En poco tiempo acabó con el problema en su país y alrededores.

Mil doscientos años después, Osama Bin-Laden se inspiró en Hassan-i Sabbah -incluso en lo de viejo, el corte de la barba y el hecho de esconderse en las montañas- a la hora de instaurar un reino de terror que culminaría con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.
Hoy en día los modernos “visires” no ofrecen huríes sino dinero a quienes asesinan a “asesinos”, con lo que se demuestra que ningún problema es nuevo ni ninguna solución es nueva; lo único que cambia es la ropa.

Cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable, del mismo modo que cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable la pena de muerte, pero cuando se descubre que esos fanáticos son capaces de ponerse al volante de una furgoneta y matar inocentes en las Ramblas de Barcelona o el Paseo de los Ingleses de Niza, la moralidad comienza a flaquear.

Geografía del hambre

Josué de Castro, la máxima autoridad en la materia, dejó escrito en su insuperable Geografía del Hambre:
Las consecuencias más graves del hambre crónica son una notoria apatía y una tradicional indiferencia y falta de ambición. Dicho estado, con su deficiencia en ciertas vitaminas, comienza por embotar el apetito y cuando no se sufre hambre física a causa de la falta de alimentos el ser humano pierde el mayor estímulo a la hora de luchar por su vida; la necesidad de comer.

No obstante, se ha comprobado que a los pocos meses de que esos seres desnutridos reciban una alimentación racional son capaces de trabajar como el que más, y quienes menos creen en esa posibilidad de recuperación son quienes nunca han tenido que recuperarse de un hambre crónica.

De nada sirve lo que sabes, si no sabes para qué sirve lo que sabes.
Siempre he sido enemigo de quienes quieren saber por el hecho de demostrar que saben, abarcando demasiados campos, jugando a ser Leonardos da Vinci y opinando sobre todo lo opinable, pero uno de los ingenieros que más me ayudó en mis comienzos trabajaba en Navantia, “sabía para que servía lo que sabía”, por lo que una tarde me confesó que sospechaba que los submarinos que su empresa estaba construyendo para la Armada habían sido mal diseñados, pesaban demasiado y si se sumergían no volverían a salir a flote.

Cuando le pregunté por qué no lo denunciaba me replicó:
-Porque muchos con muchos galones se están “forrando”. Si les digo a mis superiores que no saben lo que hacen me despiden y tengo mujer e hijos que alimentar. El escándalo estallará por sí solo.

Tiempo después, durante una visita a las instalaciones de la empresa gubernamental Indra, en Aranjuez, le comenté con uno de sus altos ejecutivos el tema de los submarinos. Se limitó a sonreír ladinamente y me condujo a un almacén en el que me enseñó una especie de anillo de acero circular de unos cinco metros de diámetro y uno de alto, que por lo visto debía formar parte del radar o del sonar y me señaló:
-Pues si ya pesan demasiado, imagínate cuando les añadan estos trastos que al parecer tampoco están incluidos en los cálculos.

Cuando estalló el escándalo y salió a la luz que el contrato inicial era de 1.755 millones de euros por los cuatro submarinos, pero que en uno solo, ya se habían invertido 2.135 millones y no flotaría por lo que se hacía necesario cortarlo por la mitad y alargarlo diez metros, la cúpula de la empresa, varios funcionarios gubernamentales y altos mandos militares fueron enviados a su casa, pero ninguno a la cárcel.

Cabe suponer que quien tenga que sumergirse en semejante chapuza remendada lo hará acojonado y sin dejar de pensar en el argentino Ara San Juan que desapareció con cuarenta y cuatro tripulantes a bordo, puesto que los corruptos no entienden de banderas ni incluso cuando las han besado jurando proteger a las tropas bajo su mando .
Los lectores comprenderán que no quiera dar los nombres del ingeniero de Navantia ni del alto cargo de Indra.

De todo lo expuesto se deduce que nuestros gobernantes se sienten mucho más atraídos por Panamá que por África, pero tal vez, con suerte, alguno se detenga a pensar que con lo que cuesta uno solo de esos inútiles y peligrosos ataúdes de acero podían construirse en las costas africanas docenas de desaladoras de presión natural que calmaran la sed de millones de infelices.

En éstos momentos, con nuevos ingenieros y dirigentes, Navantia está en condiciones de fabricar y montar la mayor parte de los elementos de esas desaladoras, lo cual no quitaría trabajo a sus obreros sino que les proporcionaría uno mucho más satisfactorio y útil.

Del mismo modo, en lugar de vender bombas a los saudíes para que destrocen a niños yemeníes, se debían construir desaladoras en Yemen que sirvan para dar de beber y alimentar a esos mismos niños.

Y quien alegue que lo único que hago es intentar beneficiarme económicamente debe saber que he dejado de pagar las patentes por lo que cualquiera puede hacer mis desaladoras y eso significa que jamás recuperaré mi dinero ni el que invirtió mi hermano.

Los buitres que llevan años esperando el momento en que se lanzarán sobre la presa y ganarán millones que tendrán que compartir con los políticos pero, pese a que se descojonen de risa, me quedará la satisfacción de saber que jamás soborné a nadie, ni permití que nadie me sobornara.

Triste consuelo es ese, pero más vale un triste consuelo por haber sido decente que una alegre felicitación por haber sido ladrón.