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Trump, la religión musulmana y el islam político


Thierry Meyssan

Hace una decena de años que Estados Unidos está atrapado en su propia contradicción ante el islam. Por un lado, se presenta como el país de la libertad religiosa, mientras usa la Hermandad Musulmana para desestabilizar el Medio Oriente ampliado, y al mismo tiempo lucha contra el avance del terrorismo islámico fuera de esa región. Estados Unidos ha prohibido toda la investigación que permitiría establecer la diferencia entre el islam como religión y la manipulación de esa religión con fines políticos.

Después haber roto con el terrorismo de la Hermandad Musulmana, Donald Trump ha decidido reabrir ese dossier, corriendo con ello el peligro de provocar actos de violencia en su propio país ya que, en Estados Unidos, la libertad para practicar la religión musulmana no incluye la de meterse en política.
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En su nueva «Estrategia de Seguridad Nacional», el presidente Trump modifica la terminología oficial y designa los grupos armados musulmanes como «yihadistas terroristas».

¿Es el islam una religión o una ideología?

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, atribuidos a al-Qaeda, una violenta polémica se desató en Washington. ¿Los grupos terroristas eran o no representativos del islam? En caso de respuesta afirmativa, parecía conveniente considerar a todos los musulmanes como enemigos de la patria. En caso de respuesta negativa, era posible establecer una diferencia entre musulmanes «moderados» y «extremistas».

Pero los británicos utilizaban los mismos términos con un sentido diferente: los «moderados» son musulmanes «moderadamente antiimperialistas» –como el Hamas, que no abriga objeción alguna de orden político hacia Israel y que sólo se niega a que los musulmanes sean gobernados por judíos– mientras que los «extremistas» son «musulmanes extremadamente antiimperialistas» –como el Hezbollah, que cuestiona la victoria del Estado colonial israelí sobre los árabes.

La polémica alcanzó su punto culminante en junio de 2006, en una conferencia del New York Metro InfraGard. William Gawthrop, agente y experto del FBI, aseguró que era inútil establecer diferencias entre los distintos grupos terroristas musulmanes dado que todos se basan en la misma ideología: el islam. Se filtraron entonces 5 documentos internos del FBI [1]. Destinados a la formación de los oficiales del FBI, esos documentos plantean que mientras más «islámica» es una persona es también más potencialmente «radical» y que el profeta Mahoma era el líder de una secta violenta. Gawthrop se basaba en un indiscutible estudio del Corán, de los hadiz y de los principales textos teológicos del islam. Mostraba que, a lo largo de la Historia, teólogos de las 4 principales escuelas sunnitas respaldaron la guerra contra los infieles… pero no los pensadores de la escuela chiitas. Gawthrop era también instructor en el Counterintelligence Field Activity (CIFA) del Departamento de Defensa, donde abogó por que se estudiara a Mahoma como jefe militar.

Esa polémica no era nueva. Por una parte, desde 1953 y la visita de Said Ramadan al presidente Eisenhower en la Casa Blanca, la CIA y el Departamento de Defensa trabajaban –fuera de Estados Unidos– con los partidarios del islam político: la Hermandad Musulmana. Por otro lado, durante la segregación racial se admitía que los descendientes de los esclavos podían ser musulmanes, pero sin que ello fuese una forma de definición o reclamo político. En 1965, el líder político negro y musulmán Malcolm X fue asesinado, probablemente con la contribución pasiva del FBI. Herido de muerte, en el suelo, trató de comunicar a su secretaria un mensaje para Said Ramadan.

En respuesta, una importante personalidad musulmana estadounidense, Salam Al-Marayati, amenazó con poner fin a toda cooperación con el FBI [2].

De inmediato, el subsecretario de Justicia James Cole prohibió todos los documentos de ese tipo, no sólo en el FBI, sino en todas las administraciones estadounidenses.

Pero los documentos del FBI estaban concebidos para impartir cursos, donde los instructores especificaban, poniendo en ello mucho énfasis, que no se referían al islam como religión sino como ideología política [3].

Estados Unidos, ¿país de la libertad religiosa o de la islamofobia?

Durante ese periodo, el Departamento de Estado crea varias estructuras encargadas de influir en la opinión pública estadounidense y en las de otros países para que no acusen a Estados Unidos de estar en guerra contra la religión musulmana. Ese dispositivo incluía un equipo de una veintena de personas, que hablaban varios idiomas e intervenían bajo identidades falsas en diversos foros para orientar los debates.

Independientemente de la manera de abordar la cuestión, Estados Unidos acababa siempre volviendo al mismo problema: desde el siglo VII, la palabra «islam» sirve en árabe para designar tanto una religión como una ideología política, a pesar de tratarse de dos cosas completamente diferentes.

Finalmente, en enero de 2008, el Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security) publicó, por iniciativa de Michael Chertoff, la terminología para definir a los terroristas (Terminology to Define the Terrorists: Recommendations from American Muslims). Posteriormente, en marzo de 2008, la oficina del director de la Inteligencia Nacional, encabezada entonces por Mike McConnell, redactó una nota de carácter semántico dirigida a todo el conjunto de la administración. Se trataba de instrucciones que tenían como objetivo eliminar toda sospecha de islamofobia que pudiera existir contra la administración de George Bush hijo, quien había hablado en 2001 de «cruzada contra al-Qaeda», y limpiar la imagen del «país de la libertad religiosa».

Poner a Barack Hussein Obama en la Casa Blanca debía ser suficiente para arreglar el problema. Pero no fue así, principalmente porque, aunque una tercera parte de sus electores creían que Obama era musulmán, él se apresuró a precisar que en realidad era cristiano, aunque proveniente de una familia musulmana, lo cual parecía avalar el esquema identitario de los inmigrantes llegados del norte de Europa, o sea que se puede ser estadounidense siendo musulmán de cultura e incluso musulmán practicante de esa religión, pero el presidente de Estados Unidos tiene que ser cristiano.

De ahí la violenta reacción contra la campaña financiada por el promotor inmobiliario Donald Trump para que se aclarara dónde había nacido Barack Obama –¿en Hawái o en la Kenya británica? Por supuesto, la respuesta a esa pregunta tenía que ver con el respeto de la Constitución estadounidense [4], pero también implicaba aclarar si Obama había nacido cristiano o musulmán.

En 2011, el subsecretario de Estado a cargo de la propaganda (Public Diplomacy) creó el Centro para las Comunicaciones Estratégicas sobre el Antiterrorismo (Center for Strategic Counterterrorism Communications). En 2016, esa estructura pasó a llamarse Centro de Compromiso Global (Global Engagement Center) y extendió sus competencias a la lucha contra Rusia. Su presupuesto se multiplicó entonces por 13. Por supuesto, poner la lucha contra el terrorismo y la rivalidad con Rusia en manos del mismo organismo no contribuyó precisamente a aclarar las cosas. Fue en esa época cuando Washington adoptó la expresión de la ONU «extremismo violento» para designar la ideología de los terroristas [5].

Volvamos atrás. El 22 de diciembre de 2012, la publicación egipcia Rose El-Youssef revelaba la presencia de varios responsables de la Hermandad Musulmana en la administración Obama, como Salam Al-Marayati, quien incluso había representado a la secretaria de Estado Hillary Clinton y presidido la delegación estadounidense a la conferencia de la OSCE sobre los derechos humanos. Laila, la esposa de Al-Marayati, estaba vinculada a Hillary Clinton en la época en que esta última era First Lady y pertenecía a la Comisión sobre la Libertad Religiosa Internacional. La intervención de Al-Marayati contra Gawthrop, 6 años antes, en realidad era una maniobra de los Clinton, que utilizaron la Hermandad Musulmana para modificar la opinión del FBI y del Departamento de Defensa.

El derecho a reflexionar

La polémica resurgió en julio de 2017 con la presentación de una enmienda a la Ley de Programación Militar (NDAA) para autorizar el Departamento de Defensa a estudiar «el uso de doctrinas religiosas musulmanas violentas o no ortodoxas para apoyar la comunicación de los extremistas o de los terroristas y justificarla». Aquel texto fue rechazado por 217 votos contra 208, también en aras de la protección del islam como religión.

Por consiguiente, el presidente Trump ha finalmente aclarado las cosas al aplicar a los terroristas musulmanes la palabra «yihadista», aunque la «yihad» no sea originalmente la lucha armada contra los infieles sino una forma de reflexión y de análisis interno que realiza cada individuo sobre sus propios actos y sobre sí mismo.

Pero las decisiones de Donald Trump han sido hasta ahora objeto de las peores tergiversaciones. Su decreto suspendiendo la inmigración desde países donde los funcionarios estadounidenses no tiene medios de verificar la honestidad del solicitante fue interpretada como una medida «islamófoba» por tratarse de países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas.

Su decisión constituye para Estados Unidos una verdadera revolución intelectual. Hasta ahora, el Departamento de Defensa venía aplicando la estrategia del almirante Arthur Cebrowski, destruyendo en cada país del Gran Medio Oriente –uno por uno– toda forma de organización política mientras que el Departamento de Estado se ocupaba de asegurar que esa política no era antimusulmana per se.

Pero no era eso lo que se percibía desde el punto de vista de las poblaciones del Gran Medio Oriente, o Medio Oriente ampliado. Dado el hecho que Estados Unidos estuvo aplicando durante 15 años la estrategia del almirante Cebrowski [6] únicamente en la parte del mundo mayoritariamente musulmana, era imposible que afganos, persas, turcos y árabes entendieran los eslóganes estadounidenses. Fue por cierto esa la contradicción que Barack Obama se encontró en el momento de su discurso del Cairo, en junio de 2009.

Si bien es posible entender los objetivos de la propaganda estadounidense, lo cierto es que la primera víctima de esa propaganda ha sido… Estados Unidos. En efecto, no es la estrategia estadounidense de destrucción del Gran Medio Oriente sino la contradicción entre el bello discurso de Estados Unidos y su apoyo a la Hermandad Musulmana en el exterior lo que le ha llevado a prohibir toda investigación sobre el origen del islam político, tanto en suelo estadounidense como por parte de sus aliados.

Sin embargo, Mahoma fue a la vez general y gobernante. Esa particular situación histórica permitió, desde los inicios mismos del islam, que una corriente de pensamiento tratara de manipular esa religión para hacerse del poder. La mayoría de los musulmanes se educó con hadiz escritos mucho después de la muerte del Profeta, textos que le atribuyen hazañas militares y un pensamiento político en particular. La Hermandad Musulmana se apoya en importantes antecedentes.

En todo caso, Estados Unidos no logrará distinguir entre los dos sentidos de la palabra islam mientras no haya resuelto la cuestión de su propia identidad. Donald Trump y sus electores admiten sin dificultad que negros e hispanos sean ciudadanos de Estados Unidos, pero no que ejerzan funciones políticas de primer plano.

Paradójicamente, aunque sería conveniente que intelectuales musulmanes emprendan esa investigación y permitan así separar su religión de la manipulación política de la que ha sido objeto, Estados Unidos tendrá probablemente que realizar ese trabajo por sí solo. A pesar de que hay en Estados Unidos numerosos investigadores musulmanes, es poco probable que ese país logre no proyectar sobre ese tema sus propios problemas culturales, con lo cual corre el peligro de interpretarlo erróneamente.


[1] El lector hallará aquí [en inglés] los principales documentos citados en este artículo.
[2] “The wrong way to fight terrorism”, Salam Al-Marayati, Los Angeles Times, 19 de octubre de 2011.
[3] Este video de un curso impartido en Quantico, el cuartel general del FBI, no deja duda alguna al respecto.
[4] La Constitución estipula que el presidente de los Estados Unidos de América tiene que ser nacido en suelo estadounidense. Nota de la Red Voltaire.
[5] «Plan d’action pour la prévention de l’extrémisme violent», por Ban Ki-moon, Réseau Voltaire, 24 de diciembre de 2015.
[6] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004. «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití) , Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.