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Un estudio sobre la duplicidad británica


Cien años han pasado desde que este documento cambió el curso de la historia y sin embargo, Gran Bretaña sigue sin admitir la negación de Israel del derecho palestino a la autodeterminación nacional ni su propia complicidad.

La Declaración Balfour, emitida el 2 de noviembre de 1917, fue un breve documento que cambió el curso de la historia. En ella el gobierno británico se comprometía a apoyar el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina siempre que no se hiciera nada “para perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”.

En aquel momento los judíos constituían el 10% de la población de Palestina: 60.000 judíos y poco más de 600.000 árabes. No obstante, Gran Bretaña decidió reconocer el derecho a la autodeterminación nacional de la pequeña minoría y negárselo rotundamente a la mayoría indiscutible. En palabras del escritor judío Arthur Koestler: aquí hubo una nación que prometió a otra nación la tierra de una tercera nación.

Algunos informes coetáneos presentaron la Declaración Balfour como un gesto desinteresado e incluso como un noble proyecto cristiano para ayudar a que un pueblo antiguo reconstruyese su vida nacional en su patria ancestral. Tales argumentos emanaban del romanticismo bíblico de algunos funcionarios británicos y de sus simpatías hacia los judíos ante la difícil situación que afrontaban en Europa oriental.

Los estudios posteriores establecen que el principal motivo para emitir la declaración fue el frío cálculo de los intereses imperiales británicos. Se creyó, erróneamente, que una alianza con el movimiento sionista en Palestina serviría mejor a los intereses de Gran Bretaña.

Palestina controlaba las líneas de comunicaciones del Imperio Británico al Lejano Oriente. Francia, el principal aliado de Gran Bretaña en la guerra contra Alemania, también era un rival influyente en Palestina. Bajo el acuerdo secreto de Sykes-Picot de 1916, los dos países habían dividido Oriente Próximo en zonas de influencia pero acordando una administración internacional para Palestina. Al ayudar a los sionistas a apoderarse de Palestina, los británicos esperaban asegurar su presencia dominante en la zona y excluir a los franceses. Los franceses llamaron a los británicos “Pérfida Albión”. La Declaración Balfour constituyó un ejemplo primordial de esa traición permanente.

Las principales víctimas de Balfour

Sin embargo, las principales víctimas de la Declaración Balfour no fueron los franceses sino los árabes de Palestina. La declaración fue un típico documento colonial europeo improvisado por un pequeño grupo de hombres con una mentalidad absolutamente colonial. Se formuló con un desprecio absoluto hacia los derechos políticos de la mayoría de la población indígena.

El secretario de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, no hizo ningún esfuerzo por disimular su desprecio hacia los árabes. En 1922 escribía:

El sionismo, sea correcto o incorrecto, bueno o malo, está arraigado en tradiciones milenarias, en necesidades actuales y en futuras esperanzas de trascendencia mucho más profunda que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa tierra antigua. Difícilmente podría hallarse un ejemplo más sorprendente de lo que Edward Said llamó “la epistemología moral del imperialismo”.

Balfour no era más que un lánguido aristócrata inglés. La verdadera fuerza motriz de la declaración no fue Balfour sino David Lloyd George, el exaltado radical galés que dirigía el gobierno (1916-1922). En política exterior, Lloyd George era un imperialista británico pasado de moda y un acaparador de territorios. Sin embargo, su apoyo al sionismo no se fundamentaba en un análisis sólido de los intereses británicos sino en la ignorancia: admiraba a los judíos pero también los temía, y no comprendió que los sionistas eran una minoría dentro de una minoría.

Al alinear a Gran Bretaña con el movimiento sionista Lloyd George actuó desde la perspectiva errónea –y antisemita– según la cual los judíos eran extraordinariamente influyentes y hacían girar las ruedas de la historia. En realidad, el pueblo judío estaba indefenso y sin otra influencia que no fuera la del mito del poder clandestino.

En resumen, el apoyo británico al sionismo durante la guerra estaba enraizado en una arrogante actitud colonial hacia los árabes y en una concepción equivocada sobre el poder internacional de los judíos.

Una doble obligación

Gran Bretaña agravó su primer error al incluir los términos de la Declaración Balfour en el Mandato de la Liga de Naciones para Palestina. Lo que había sido una mera promesa de una gran potencia a un aliado menor se convirtió en un instrumento internacional jurídicamente vinculante.
Para ser más precisos, Gran Bretaña en tanto que potencia mandataria, asumió una doble obligación: ayudar a los judíos a construir un hogar nacional en toda la Palestina del Mandato y, al mismo tiempo, proteger los derechos civiles y religiosos de los árabes. Gran Bretaña cumplió la primera obligación pero rechazó honrar lo irrisorio de esa segunda parte.

Que Gran Bretaña fue culpable de duplicidad y de dobles tratos es incuestionable. Por lo tanto, la verdadera pregunta es: ¿consiguió Gran Bretaña alguna recompensa concreta con esa política inmoral? Mi respuesta a esa pregunta es que no.

La Declaración Balfour fue un pesado fardo para Gran Bretaña desde el comienzo del Mandato hasta que alcanzó su infame final en mayo de 1948.

Los sionistas se quejaron de que todo lo que Gran Bretaña hizo por ellos en el período de entreguerras no estuvo a la altura de lo prometido inicialmente. Argumentaron que la declaración implicaba el apoyo a un Estado judío independiente; los funcionarios británicos replicaron que solo habían prometido un hogar nacional, que no es lo mismo que un Estado. Entretanto, lo que Gran Bretaña provocó fue el resentimiento no solo de los palestinos sino de millones de árabes y musulmanes de todo el mundo.

En su obra clásica Britain's Moment in the Middle East [El momento de Gran Bretaña en Oriente Próximo], Elizabeth Monroe ofrece un juicio equilibrado sobre este episodio. “Calculada únicamente por los intereses británicos”, escribe Monroe, “[la Declaración Balfour] constituye uno de los mayores errores en nuestra historia imperial”.
En retrospectiva, la Declaración Balfour parecería un error estratégico colosal. El resultado final fue que permitió que los sionistas tomaran el poder en Palestina, una toma de poder que se ha mantenido hasta nuestros días en forma de expansión de asentamientos ilegales pero incesantes en Cisjordania y a expensas de los palestinos.

Mentalidad arraigada

Ante esta conmemoración histórica, uno podría esperar que los dirigentes británicos agachasen con vergüenza la cabeza y rechazaran este tóxico legado de su pasado colonialista. Pero los últimos tres primeros ministros británicos de los dos principales partidos políticos, Tony Blair, Gordon Brown y David Cameron, han mostrado un firme apoyo a Israel y una absoluta indiferencia hacia los derechos de los palestinos.

Theresa May, la actual primera ministra, es una de las dirigentes más pro-israelíes de Europa. En un discurso pronunciado en diciembre de 2016 ante los Amigos Conservadores de Israel, que incluye a más del 80% de los diputados tories y a todo el gabinete, elogió a Israel como “un país extraordinario” y “un faro de tolerancia”. Echando sal en las heridas palestinas, calificó la Declaración Balfour como “una de las más importantes de la historia” y prometió celebrarla en el aniversario.

Una petición firmada por 13.637 personas, incluido quien esto escribe, ha solicitado al gobierno que pida disculpas por la Declaración Balfour. El gobierno ha respondido en los siguientes términos:

La Declaración Balfour es una declaración histórica por la que el Gobierno de Su Majestad no tiene intención de disculparse. Estamos orgullosos de nuestro papel en la creación del Estado de Israel.

La declaración se escribió en un mundo de potencias imperiales rivales, en medio de la Primera Guerra Mundial y en el ocaso del Imperio Otomano. En ese contexto, establecer una patria para el pueblo judío en la tierra en la que tenían vínculos históricos y religiosos tan fuertes fue lo correcto y moral, especialmente ante el trasfondo de siglos de persecución.

Mucho ha sucedido desde 1917. Reconocemos que la declaración debería haber exigido la protección de los derechos políticos de las comunidades no judías en Palestina, en particular su derecho a la autodeterminación. Sin embargo, lo importante ahora es mirar hacia adelante y establecer la seguridad y la justicia tanto para los israelíes como para los palestinos a través de una paz duradera.

Aunque haya pasado un siglo parece que la mentalidad colonial sigue profundamente arraigada en la elite política británica. Los líderes británicos contemporáneos, como sus predecesores de la Primera Guerra Mundial, todavía se refieren a los árabes como “las comunidades no judías en Palestina”.

Es cierto que el gobierno reconoce que la declaración debería haber protegido los derechos políticos de los árabes de Palestina. Pero no admite la obstinada negación de Israel al derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino, ni la propia complicidad de Gran Bretaña en esta negación permanente. Los gobernantes de Gran Bretaña, al igual que los reyes Borbones de Francia, no han aprendido nada en los 100 años transcurridos.

Avi Shlaim es profesor emérito de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oxford y autor de The Iron Wall: Israel and the Arab World (2014) y Palestine: Reappraisals, Revisions, Refutations (2009).