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¿Estamos en tiempo de Evangelio?

Marcelo Barros.
www.atrio.com/270414

Desde que Francisco fue escogido como obispo de Roma, el tema de la Teología de la Liberación ha regresado, cuando se habla del Vaticano y de las posiciones del Papa. En setiembre de 2013, el Papa recibió en su casa a Gustavo Gutiérrez y en Italia salió al públi­co el libro escrito por Gustavo conjuntamente con el ahora Cardenal Müller, actual Presiden­te de la Congregación de la Doctrina de la Fe[1].

De hecho, quienes hacen Teología de la Libe­ración han afirmado que lo más importante no es ésta sino el mismo proceso social y político de liberación, hoy cada vez más necesario y urgente en todos los continentes[2].

Por tanto, no se trata de saber si el Papa adhirió a la Teología de la Liberación. Lo importante es ver que él ha sido sensible y atento a los pro­blemas que esa teología ha denunciado y se­ñalado en todo el mundo. Y es lo que el Papa ha hecho, tanto en sus discursos y entrevistas, en su viaje a Lampedusa para prestar su soli­daridad a los migrantes perseguidos, como en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (n. 53-60).

El 5 de diciembre, la Academia de Ciencias del Vaticano, a pedido del Papa Francisco, invitó a representantes de movimientos sociales de todo el mundo para analizar el reto de una economía de exclusión y de cómo podemos ha­cerle frente.

Quienes han acompañado los discursos claros y contundentes del Papa tienen la impresión de que él pudo haber seguido el movimiento más reciente de la Teología de la Liberación que se manifestó no solamente latinoamericana, sino también internacional. Hasta hoy, en el marco de los Foros Sociales Mundiales, se han rea­lizado cuatro Foros Mundiales sobre Teología y Liberación, contando con la participación de teólogos/as de Europa, Norte América, África y Asia, además de los compañeros/as involu­crados en la preparación y coordinación desde Porto Alegre, Brasil[3].

La actualidad del Evangelio

La simple y simpática presencia del Papa Fran­cisco y las posiciones que ha tomado me re­cuerda un episodio que acompañé, hace poco menos de 50 años, como secretario y conse­jero de Mons. Hélder Câmara, entonces Ar­zobispo de Olinda y Recife. Tenemos en los archivos del Arzobispo una carta personal que envió (1966) a su amigo de tantos años, el Papa Pablo VI.

En su carta, este obispo pro­feta proponía al Papa un gesto profético. El Papa debería renunciar a ser Jefe de Estado para volver a ser solamente obispo de Roma y, como tal, pastor de la unidad de las Iglesias. Y para significar eso, según esa carta, el Papa debería pasar el Vaticano a la ONU y mudarse a San Juan de Letrán, primera residencia de los obispos de Roma.

Pocas semanas después, el arzobispo de Recife recibió una correspondencia del Vaticano. En la carta, el Cardinal Villot, Secretario de Estado, afirmaba: “El Santo Padre agradece su carta, pero le recuerda que no estamos más en los tiempos del Evangelio”.

Mons. Hélder quedó triste con esa respuesta del Vaticano. Si estuviera vivo ahora, ciertamente estaría feliz y diría: finalmente, después de Juan XXIII, tenemos en el Vaticano un cristiano que cree y expresa públicamente la actualidad del Evangelio de Jesús. Vivimos en los tiempos del Evangelio. Incluso si, por el momento, el Papa no pueda mudarse a San Juan de Letrán, o piense que no debe renunciar a ser Jefe de Estado, ya señala de que percibe las contra­dicciones que existen en la realidad actual y revela una libertad interior que va en la direc­ción a la cual el Evangelio llama.

El obispo de Roma

En marzo, durante el último cónclave, un pe­riodista brasileño me preguntó cómo veía yo la posibilidad de un papa brasileño. Le respondí que no quería. Prefería un papa italiano, que fuera obispo de Roma y respetara la autono­mía y la eclesialidad propia de las iglesias lo­cales. Cuando quedó claro que el escogido era Bergoglio, me di cuenta que, en la actual realidad eclesial, la elección de Francisco ha­bía sido una bendición divina. Yo no deseaba un Papa de la Teología de la Liberación, sino uno que acepte convivir con el pluralismo del mundo y de las iglesias. Por eso me parece un buen signo que, desde el inicio, el Papa actual ha dado al mundo.

En general, los periodistas han llamado la atención respecto a la simplicidad con la cual él se presenta y cómo afronta con sinceridad las complejas cuestiones morales e institucio­nales. Yo pienso que la decisión más valiente que ha tomado es, desde el primero momen­to de su elección, presentarse siempre como “obispo de Roma”.

Teológicamente, eso me parece más importante y transformador que sus posiciones éticas y teológicas, porque eso permite que la Iglesia vuelva a respetar la di­versidad de disciplinas, de liturgias e incluso de teologías en los diversos continentes y rea­lidades locales.

Como obispo de Roma y primado de la unidad de las Iglesias, el Papa retoma la eclesiología del Concilio Vaticano II en su propósito de va­lorizar las iglesias locales (particulares). Y al insistir que sacerdotes y obispos vuelvan a la base y busquen servir a las periferias, Francis­co retoma la doctrina de la 2ª Asamblea de los obispos latinoamericanos en Medellín (1968) que proponía: “Una Iglesia servidora y pas­cual, comprometida con la liberación de todo ser humano y de cada persona en su integri­dad” (Med. 5, 15).

Ahí está la base profunda de la Teología de la Liberación que se expan­de hacia afuera de la misma teología. Para mí, lo importante fue que Francisco abrió el diálogo con toda la teología, cualquiera que fuera, porque los dos Papas anteriores solo aceptaban teólogos de la corte. En la Iglesia ya no había más espacio para una teología que no fuera mera repetición de encíclicas y docu­mentos oficiales.

En el protagonismo del Papa Francisco, hay un problema. Si la simpatía de un Papa carismá­tico hace parecer positiva una estructura que en sí es mala y tiene que cambiar (la estruc­tura actual del papado con su visión de Cris­tiandad), él no haría bien al conjunto de la Iglesia[4]. La figura de ese Papa comunicativo y sencillo es buena ahora para crear otro clima y posibilitar cambios en las iglesias locales, pero es fundamental que no quede centrado en el Vaticano.


Interpelación a la Teología de la Liberación

Es posible ver en las palabras y gestos del Papa signos de aprobación de la Teología de la Libe­ración, pero lo más urgente es discernir lo que Francisco nos dice que puede servir de llamado a una revitalización de la Teología de la Li­beración. Sin duda, sus advertencias para que toda la iglesia jerárquica no pierda el contac­to con las bases y, al contrario, vivamos una nueva inserción, es muy importante y útil para todos/as los/as que hacen una teología com­prometida y desde la práctica.

Lamentable­mente, en las últimas décadas, la tentación del academicismo ha amenazado a sectores antes muy comprometidos con los movimien­tos de base. Es necesario volver a eso, sea para apoyar la reforma eclesial propuesta por el Papa, sea para dar nueva vitalidad a nuestra teología.

En los años 70 e inicios de los años 80, algunos compañeros buscaban dialogar e insertarse en los sectores sociales que intentaban cam­biar el mundo. Hoy, desde el inicio de este si­glo, América Latina asiste a un proceso social y político nuevo en diversos países del conti­nente. En una de sus audiencias, el Papa hizo alusión a la integración latinoamericana.

Sin duda, es un campo en el cual la Teología de la Liberación necesita entrar más y participar. El proceso bolivariano no es únicamente una cuestión de gobiernos como los de Nicolás Ma­duro, Rafael Correa y Evo Morales. Es más que eso. Es un proceso impulsado y sostenido por las comunidades indígenas, los movimientos populares y la participación de muchos cris­tianos de base. Es urgente que la Teología de la Liberación pueda participar en esto.

Era la convicción de mi maestro, el padre José Comblin, quien, como teólogo, estuvo varias veces en Venezuela y hasta aceptó acompañar como observador internacional una elección presidencial. Esa intuición favorable al boli­varianismo por parte de Comblin se suma a la de pioneros como Hélder Câmara. Ya en 1965, en una de sus cartas del Concilio, el entonces arzobispo de Olinda y Recife defendía la ne­cesidad del bolivarianismo, como descoloniza­ción de nuestros países en relación al imperio, e integración de nuestros pueblos en una Pa­tria Grande única[5].

Hoy, más que en aquella época, esa inserción es necesaria y urgente. Pienso que, para los hermanos y hermanas que hacen Teología de la Liberación, las palabras y gestos del Papa Francisco puedan ir más allá de lo que podrían significar en sí mismos y resonar como la palabra del Ángel del Apocalip­sis a la Iglesia de Éfeso: “Vuelve a tu primer amor” (Ap2, 5).

Para la Biblia, el primer amor es el Éxodo y el tiempo de la lucha por la tie­rra en el desierto (Cf. Jr 2, 1-2; Os 2, 16-21). Para la iglesia latinoamericana, que encontró su identidad propia en Medellín, ese primer amor solo puede ser volver a la mística del reino de Dios en la inserción concreta con el pueblo que lucha por su liberación.


Marcelo Barros es monje benedictino, teólogo y biblista. Actualmente es coordinador latinoamericano de la Asociación Ecuménica de Teólogos/as del Tercer Mundo (ASETT), consejero en Brasil de las comunidades eclesiales de base y de movimientos sociales. Tiene 45 libros publicados en diversos idiomas y colabora con diversas revistas internacionales de Teología.

[1] Cf. G. GUTIERREZ y G. MULLER, Della parte dei poveri, Teologia della Liberazzione, Teologia della Chiesa, Padova, Messaggero e Bologna, EMI, 2013. Sobre esto, también se puede ver el reportaje de PAOLO RODARI, in La Repubblica, 04/ 09/ 2013.
[2] Esto ya fue señalado por L. BOFF e C. BOFF, Teologia da Libertação e Libertação da Teologia, Petrópolis, Vozes, 1982, p. 15 ss.
[3] Ver LUIZ CARLOS SUSIN, Teologia para outro mundo possível, São Paulo, Paulinas, 2006.
[4] Incluso en este pontificado, la selección de obispos en algunas diócesis del mundo ha sido muy poco democrática y pastoral. En el Vaticano, el Papa Ratzinger había reforzado dos sectores entre los cardenales de la curia: los miembros y partidarios del OPUS DEI y, de otro lado, los miembros y partida­rios de la orden semi-secreta CAVALIERI DI COLOMBO, fundada en los EE.UU (1882) y que se afirma como “el brazo derecho de la Iglesia” porque anualmen­te da millones de dólares para obras sociales de la Iglesia. Esa orden que parece una masonería tiene mucho poder en el Vaticano y disputa puestos en la Curia Romana con el Opus Dei.
Recientemente, el Papa Francisco nombró doce miembros para la poderosa Congregación de los Obis­pos, responsable de proponer al Papa el nombre de los candidatos al episcopado en todo el mundo. El responsable por ese organismo de la curia y hombre de confianza del papa Francisco es el cardenal canadiense Marc Ouellet, muy ligado a los Cavalieri. El arzobispo de Washington, Donald Williams Wuerl, es miembro de los Cavalieri. El cardenal William Levada es otro Cavalieri. El cardenal suizo Kurt Koch, actual presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, es del Opus Dei. Así podría­mos nombrar a muchos de los miembros de la curia y por él. ¿Qué se puede esperar de las propuestas de renovación del Papa Francisco con semejante cuadro en la Curia Romana? Sobre esto, ver ADISTA, 28 diciembre 2013, n. 46, p. 5- 6.
[5] DOM HELDER CÂMARA, Circulares Concilia­res, volumen I, tomo III, 68ª Circular, Roma 16-17/