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El Mandato de Vida.

El Mandato de Vida.

En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra.
 La tierra no tenía entonces ninguna forma;
todo era un mar profundo cubierto de oscuridad,
 y el espíritu de Dios se movía sobre el agua.
Génesis 1:1-2.

Hace millones de años, el hombre miraba a su entorno y al universo maravillado de la magnificencia del mismo y del misterio que ello enceraba; muchas veces no podía creer lo que veía y oía pues su cerebro y su capacidad de razonar no le bastaba para tener el entendimiento sobre estas maravillas creadas por un ser superior y que llamamos Dios.  El mismo que llegara a ser testigo ocular y presencial de la misma creación se daba cuenta de lo maravilloso e impresionante que era el cosmo entero.  Ese Neanderthal, Crogmañon, u Hombre de Pekin, vivía admirado y estupefacto ante la inmensidad que lo rodeaba.

Nosotros mismos en nuestro interior, no somos tan diferentes de ese hombre primitivo, seguimos admirando las obras de Dios, y mirando al cielo a ver si encontramos respuestas inteligentes a nuestros problemas existenciales y cotidianos.  Acaso no es cierto que cuando vivimos experiencias amargas y dolorosas no es costumbre nuestra, enfocar nuestros ojos al cielo y desde lo profundo de nuestro ser exclamar una oración a Dios.  Somos buscadores de lo infinito, de la verdad y conquistadores de nuevos mundos, eso nunca cambiará en nosotros, pues tenemos una sed profunda de saber, de conocer ¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos?, y por otro lado, ¿Cuál es nuestro destino final?...

La tierra se nos ha quedado muy pequeña al pasar el tiempo, y la luna ya no llena nuestras expectativas, aunque no sepamos toda la verdad de las veces que se visitó, aunque nos fascinaría construir una ciudad en ella y habitarla; así que siempre miraremos más allá, y buscaremos las fórmulas matemáticas y científicas que nos permita explorar el espacio sideral más allá de lo inimaginable.  Solo en estos días atrás, leía en un diario de la localidad que un astrónomo había descubierto un nuevo planeta casi de la misma proporciones del planeta Neptuno; ¿Cuál será nuestro límite?, ¿Tendremos en realidad un límite?.

En el campo científico, que se ha convertido para muchos en la excusa humana para la probabilidad de que ya no sólo se quiere o se desea creer sino probar la misma, hemos tenido avances inimaginables en estos últimos cien años de historia.  Y aunque muchos de ellos, tenían justificación en principio militar, para la defensa y seguridad de algunas naciones del “primer mundo”, no dejan de maravillarnos las mismas, pues hoy están más accesibles a nuestras manos, han facilitado un poco la vida a muchas personas en este planeta.  Hace solo cincuenta años era prácticamente impensable para millones de personas la posibilidad de la clonación; la fertilidad Invitro; la curación de algunos cánceres; el tratamiento con cobalto; la partición del átomo; los satélites de comunicación y defensa en el espacio sideral; las parábolicas en los techos de las casas de la clase media y baja de nuestras sociedades; el invento de la fibra óptica; del aeroplano; los viajes espaciales en los transbordadores; el control y vigilancia meteorológica del planeta; lo impresionante del mundo de los medios de comunicación y del Internet.

El mundo actual, no se parece en nada tecnológicamente, al mundo de hace veinte, treinta o cuarenta años atrás; ese mundo quedó atrás, en la historia como una de las épocas más creativas e innovadoras de toda la historia humana, aunque personalmente creo que es el inicio de un período más profundo, más creativo, que se aproxima a velocidades inimaginables.   Una nueva era de inventivas y de creaciones que deberán hacer la vida del hombre en el planeta tierra más sencilla y con más significación para el mismo.

Sin embargo, estas creaciones e invenciones no llenan el vacío profundo que posee la vida del hombre, y el mismo seguirá creando e innovando como un loco sin razón y seguirá explorando hasta el confin del Universo hasta alcanzar su meta: El Conocimiento total de todas las cosas existentes y aquellas que ni aún sospechamos.

Y es que conocerse, involucra para todos, darle sentido a la vida que poseemos.  Conocerse significa: explorar, investigar, indagar, innovar, saber, estar atentos, profundizar…  Es estar interesados en obtener información sobre nosotros mismos, información de nuestro pasado inmediato, información de nuestro entorno, de nuestra manera en que fuimos educados en nuestros hogares y con qué valores, información de nuestra escolaridad, información de nuestras raíces familiares, de la clase de amistades que siempre hemos tenido o nos han sido impuestos, de nuestra relación con nuestros familiares especialmente con nuestros padres sean estos naturales o por adopción.

Conocernos es un trabajo arduo, profundo y de sanación interna.  Alguien me señalaba que la tarea de conocerse era muy parecida a la que hacen los expertos y técnicos en computación cuando activan un programa de antivirus y de desfragmentación en el sistema operativo de una computadora.  Es decir, recorre archivo por archivo y va limpiando y reparando los daños encontrados, botando aquello que no sirve y ocupa espacio en el disco duro y optimizando la memoria del mismo.  Es algo parecido, pero más complejo pues aunque en el fondo tenemos memoria no somos solo chips computacionales.

En el conocimiento intrínseco se encuentra la clave para poder entender todo esta maraña de cosas alrededor e internamente en nosotros.  Es decir, para descubrirnos, para entendernos profundamente, para saber el por qué actuamos y somos así y de esta manera; este acto en sí es un paso profundo hacía la sabiduría que todo ser humano aspira profundamente.

Así que es una tarea inmediata y urgente, que se abre paso, para que en nosotros brille el pensamiento maravilloso y poderoso del cambio hacia lo que yo personalmente llamaría: La humildad del ser sabios.  Esta no es otra cosa, sino la de saber ¿quiénes fuimos o éramos?, ¿por qué fuimos así de esta manera en particular?, ¿quiénes actualmente somos?, y finalmente ¿qué seremos en el futuro inmediato?.  Este acto de la búsqueda de la humildad de la sabiduría, será lo que permitirá aceptarnos tal y como somos; y solo a partir, de esta aceptación de tu yo personal, se inicia un camino maravilloso de crecimiento personal sin límites alguno.  En este sentido, es un encuentro con la plenitud total: con Dios mismo.