Por: Guillermo Castro H.
De
reenquicimiento y remolde son estos tiempos, sin duda. De eso nos hablan – en
lo que hace al conocer de nuestra época, y a las creencias en cambio- los
historiadores Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz en lo que hace al
Antropoceno como ámbito de relación entre la especie humana y el planeta del
que hace parte.[2]
Ese nombre, nos dicen, designa a “nuestra época, nuestra condición”, que está
en curso desde fines del siglo XVIII y es a un tiempo “el signo nuestra
potencia, pero también de nuestra impotencia”:
Es una tierra cuya atmósfera está alterada
por el billón cuatrocientos mil millones de toneladas de CO2 que le hemos
echado al quemar carbón y petróleo. Es un tejido vivo empobrecido y
artificializado, impregnado por una muchedumbre de nuevas moléculas químicas de
síntesis que modifican hasta nuestra descendencia. Es un mundo más caliente y
más pesado de riesgos y de catástrofes, con una cubierta glacial reducida,
mares más altos, climas desarreglados.
En un mundo tal, lo que encaramos “no es una
crisis medioambiental, es una revolución geológica de origen humano.” Y, al
propio tiempo, es una revolución en nuestras posibilidades de comprensión del
alcance de las relaciones entre las sociedades humanas y la naturaleza de la
que hacen parte, y de la cual dependen para su existencia actual y su
desarrollo futuro. Desde esa perspectiva, pensar a esta época como un
acontecimiento histórico que vincula de un modo nuevo las ciencias de lo
natural y de lo humano, tan meticulosamente separadas desde mediados del siglo
XIX, permite observar que en esta circunstancia no basta ya con la acumulación
de datos científicos para comprometer las revoluciones/ involuciones
necesarias, cuya comprensión demanda “forjar nuevos relatos y, por tanto,
nuevos imaginarios para el Antropoceno. Repensar el pasado para abrir el
porvenir.”
Propuesto por primera vez en febrero de 2000,
durante un coloquio del Programa Internacional Geósfera- Biosfera en
Cuernavaca, México, la idea del Antropoceno inauguró el debate acerca del paso
del Holoceno – la época posterior a la última glaciación, en que la Humanidad
encontró en el planeta las condiciones para el desarrollo de la agricultura y
la creación de civilizaciones- a una época geológica nueva, en cuya formación
los humanos han desempeñado, y desempeñan, un papel de primer orden.
En particular, el Antropoceno se caracteriza
por “un incremento inaudito de la movilización humana de energía: primero el
carbón, luego los hidrocarburos y el uranio han acrecentado el consumo de
energía en un factor dieciséis en el siglo XX.” Este salto energético del
Antropoceno. En ese proceso
Los pastizales, los cultivos y las ciudades,
que representaban el 5 % de la superficie terrestre en 1750 y el 12 % en 1900,
terminaron por cubrir actualmente cerca de un tercio de esa superficie.
Contando los biomas parcialmente antropizados, se considera que hoy el 83 % de
la superficie emergida no congelada del planeta está bajo la influencia humana
directa (Ellis, 2011). El 90 % de la fotosíntesis en la Tierra se hace en esos
“biomas antropogénicos”, es decir, en conjuntos ecológicos dispuestos por los
seres humanos.
A través de ese panorama, el Antropoceno, la
edad de los humanos, abrió en la geocultura del sistema mundial “un punto de
encuentro de geólogos, ecólogos, especialistas en el clima y del sistema
Tierra, historiadores, filósofos, ciudadanos y movimientos ecologistas para
pensar en conjunto esta edad en la que la humanidad se volvió una fuerza
geológica importante.” Todo esto ha inaugurado “un nuevo campo de investigación
absolutamente fundamental para el crecimiento de las ciencias naturales y de
las humanidades.”
Ese campo se ubica en un marco de referencia
que renueva nuestra comprensión de la crisis ambiental contemporánea,
trascendiendo la idea misma del “entorno” como “lo que nos rodeaba, el lugar de
donde íbamos a extraer los recursos, abandonar los desechos, o bien... aquel
que se debía en ciertos puntos dejar virgen”, y permitía a los
economistas considerar como externalidades a los procesos de degradación
ambiental. Desde esa perspectiva, las figuras del parque natural, los
ecosistemas, el entorno y el “desarrollo sostenible” permitían reconocer a la
naturaleza “como esencial, pero separada de nosotros. No parecía para nada que
ella planteara limite serio al crecimiento, consigna entonada a todo pecho por
los jefes de empresa, los economistas ortodoxos y los decididores políticos sin
proyecto.”
En el Antropoceno, por contraste, en lugar
del entorno tenemos el sistema Tierra, con lo cual.
Los procesos ecobiogeoquímicos globales y
profundos que hemos perturbado, hacen irrupción en el corazón de la escena
política y de nuestras vidas cotidianas. […] Salidos del progreso lineal
e inexorable, que estaba encargado de hacer callar a los que criticaban el
mundo liberal, industrial y consumista, acusándolos de querer que
retrocediéramos, de acá́ en adelante el devenir de la Tierra y el conjunto de
sus seres es lo que está en juego. Y este devenir incierto, plagado de efectos
de umbral, no se parece para nada al apacible río prometido por la ideología
del progreso.
Así,
dicen, la idea de Antropoceno anula la separación entre naturaleza y cultura,
entre historia humana e historia de la vida y de la Tierra.
Para Fressoz y Bonneuil, el Antropoceno nos
coloca ante una doble realidad. Por un lado está el hecho de que la Tierra “ha
visto otras vidas desde hace cuatro mil millones de años, y que la vida
proseguirá́ bajo una forma u otra, con o sin humanos, fuesen o no fuerza
telúrica.” Por otro, el de que “los nuevos estados a los que lanzamos la Tierra
serán portadores de trastornos, penurias y violencias que la volverán más
difícilmente habitable por los humanos. En este sentido, lo que importa es
entender que el Antropoceno “es un punto de no-retorno. Designa un desarreglo
ecológico global, una bifurcación geológica sin regreso previsible a la
‘normal’ del Holoceno.”
Así, vivir en el Antropoceno es “habitar el
mundo no-lineal y poco predecible de las respuestas del sistema Tierra, o más
bien de la historia-Tierra, a nuestras perturbaciones.” Por lo mismo, el
Antropoceno es también “un acontecimiento político”, que no será́ “un largo río
tranquilo para las sociedades humanas” y podría revelarse “más conflictivo, más
insidiosamente bárbaro de lo que lo fueron las guerras mundiales y los
totalitarismos del siglo XX. Habitar menos espantosamente la Tierra se ha
vuelto la apuesta del siglo XXI, bajo pena de sacudidas políticas y
geopolíticas de importancia.”
Estamos, así, ante un problema político
que es también una categoría de las ciencias del sistema Tierra. El
Antropoceno, en efecto, demanda
arbitrar entre diversas fuerzas humanas
antagonistas del planeta, entre las improntas causadas por diferentes grupos
humanos (clases, naciones), por diferentes escogencias técnicas e industriales
o entre diferentes modos de vida y de consumo. Importa entonces investir
políticamente el Antropoceno para superar las contradicciones y los límites de
un modelo de modernidad que se globalizó desde hace dos siglos, y explorar las
vías de un descenso rápido y equitativamente repartido de la impronta
ecológica de las sociedades.
En nuestro tiempo ya es imposible ocultar que
las relaciones “sociales” están plagadas de procesos “ecosistémicos” y que los
diversos flujos de materia, de energía y de información que atraviesan en
diferentes escalas el sistema Tierra están con frecuencia polarizados por
actividades humanas diferenciadas. Ante esta circunstancia, las ciencias
humanas y sociales están en renovación, profundamente obligadas en la
actualidad por el Antropoceno a pensar la nueva condición humana por fuera de
este dualismo, y empujadas a franquear las fronteras mediante el desarrollo de
campos que algunos (aún) consideran “híbridos”, como la historia ambiental, la
ecología política y la economía ecológica, que apenas empiezan a tener alguna
presencia en Panamá.
Ese desarrollo anuncia nuevas humanidades
ambientales, que ya son imprescindible para el diálogo con lo que Bonneuil y
Fressoz llaman las ciencias “inhumanas”. Con ello se abre el camino que lleve a
superar la brecha entre las “dos culturas” inaugurada por el positivismo del
XIX, para poner fin “al reparto celoso de los territorios y a la ‘guerra de las
ciencias’”. Ese será un remedio contribuirá sin duda a aliviar aquella angustia
“con que se vive en todas partes del mundo en la época de transición en que nos
ha tocado vivir”, a que se refería José Martí en el mundo de su propio tiempo,
que abriría eventualmente paso al que nos corresponde cambiar de rumbo hoy.[3]
Ciudad del Saber, Panamá, 25 de julio de 2025
[1] “Prólogo a El Poema del Niágara”. Nueva York,
1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII,
225.
[2] Bonneuil Ch. y Fressoz J. (2020). “El acontecimiento antropoceno”. Ciencias Sociales y Educación, 9(17), 251-280. Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia. https://revistas.udem.edu.co/index.php/Ciencias_Sociales/article/view/3414/3033
[3] Martí, José: “La exhibición sanitaria”. La
América, Nueva York, mayo de 1884. Ibid., VIII, 437.
Visita
mi blog martianodigital.com