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LAS LUCHAS UNIVERSITARIAS EN NICARAGUA (1)


Cómo se llegó a la masacre de estudiantes del 23 de julio de 1959

José Luis Rocha
www.envio.org.ni / septiembre 2018

Los universitarios de hoy se enfrentan a mayores exigencias que los de ayer. Sobre sus espaldas la historia ha echado cuatro centenares de muertos. Y enfrentan una dictadura que ha probado ser más sangrienta que la de los Somoza. Repasar la historia de lucha de quienes los precedieron, y saber de dónde vienen les puede dar luces para saber mejor a dónde deben ir.

El historiador británico Cristopher Hill creía firmemente que “la historia tiene que ser reescrita en cada generación porque, aunque el pasado no cambia, el presente sí lo hace; cada generación se hace nuevas preguntas sobre el pasado y encuentra nuevas áreas de sintonía conforme vuelve a vivir diferentes aspectos de la experiencia de sus predecesores”.

La revuelta de abril, en gran medida protagonizada por los estudiantes universitarios, puede recibir luces provenientes de las viejas revueltas de los universitarios que lucharon contra los dos primeros Somoza -Anastasio Somoza García y Luis Somoza Debayle-, dejando de lado al tercero, que se enfrentó a una organización guerrillera y una insurrección armada. El presupuesto de este intercambio de luces es que los universitarios de hoy están viviendo algunos aspectos de la experiencia de sus predecesores y que las semejanzas y divergencias nos pueden ayudar a caracterizar lo que está ocurriendo ahora. Repasemos la historia...

“NECESITAMOS ACCIONES MÁS CONTUNDENTES”

Sucedió hace medio siglo exacto: Carlos Fonseca Amador dirigió un mensaje a los estudiantes revolucionarios en abril de 1968. Fonseca tenía en su haber más de una década de lucha que empezó en las aulas de secundaria, continuó en los recintos universitarios y culminó en la clandestinidad como guerrillero. El documento fue impreso en un destartalado mimeógrafo y tenía trece escasas, pero explosivas páginas. El corazón del mensaje era un reproche al movimiento estudiantil: “Mientras los estudiantes guerrilleros han derramado su sangre, en lo esencial los estudiantes revolucionarios que han permanecido en las aulas se han cruzado de brazos”. Ante las muertes de los estudiantes guerrilleros, “la solidaridad del movimiento estudiantil organizado se ha reducido a lanzar simples proclamitas de pésame... En el origen de la inactividad estudiantil debe ponerse de relieve la indisciplina política de los estudiantes revolucionarios y la penetración capitalista en las dos universidades del país”.

Carlos Fonseca no diagnosticó a los universitarios como apáticos en política. Conocía las organizaciones que los convocaban y desde el FSLN fomentaba el Frente Estudiantil Revolucionario (FER). Sostenía que el problema era su falta de activismo y sus métodos demasiado suaves. Quería acicatearlos para que se lanzaran hacia acciones más contundentes. Hablando en plata: incluso, o sobre todo, acciones fuera del marco de la ley. La carta de Fonseca tuvo efectos perceptibles en el crecimiento del FER, en su victoria en el Centro Universitario de la Universidad Nacional (CUUN) y en la multiplicación de acciones de sabotaje al régimen.

TIEMPOS DE MIMEÓGRAFOS Y DE PALABRAS CON MAYOR VALOR

Eran tiempos en que los estudiantes universitarios enfrentaban una dictadura. Tiempos como los de ahora: dolorosamente interesantes. Por eso creo que su estudio puede arrojar algunas luces sobre las luchas actuales si atendemos a los contrastes y a las coincidencias.

Para columbrarlas me enfoqué en los movimientos universitarios del tiempo de la dinastía somocista y recabé información en más de una docena de fuentes. Sólo una trata específicamente del movimiento universitario: “Masacre estudiantil”, de Rolando Avendaña Sandino, centrada en la masacre del 23 de julio de 1959. Por esa razón tuve que armar un rompecabezas tomando piezas aquí y allá, en un caleidoscopio de relatos discontinuos. La fuente más interesante e inspiradora fue “Memorias de la lucha sandinista”, de Mónica Baltodano, una pulcra y tamizada transcripción en tres tomos de las entrevistas radiales que la autora sostuvo fundamentalmente con militantes del FSLN. Algunas sesiones fueron dedicadas a las luchas estudiantiles de los años 60 y 70. Me serví también de la biografía de Mariano Fiallos Gil que escribió Sergio Ramírez y la de Carlos Fonseca Amador de Matilde Zimmermann.

Si bien dar cuenta de la rebelión de abril de 2018 sin mencionar Facebook y WhatsApp daría por resultado un relato muy incompleto, todas las fuentes mencionadas y otras que cito escriben en más de un momento las palabras “mimeógrafo” y “esténcil”. Los volantes, panfletos, documentos de estudio, manifiestos, proclamas y pronunciamientos de esa época fueron pasados al esténcil e impresos en ese ruidoso aparato llamado mimeógrafo.

Su desaparición marcó el fin de una época que empezó en 1887, cuando Thomas Alba Edison lo patentó y se extendió durante un siglo. Sin caer en el determinismo tecnológico, creo que los costos en tiempo, riesgos y dinero que imponía el mimeógrafo hacían que las palabras gravitaran con un peso muy específico y un valor mayor.

LAS PRIMERAS UNIVERSIDADES

A inicios de los años 50 existían dos universidades en Nicaragua: la Universidad de Oriente y Mediodía en Granada y la Universidad Nacional en León. La de Granada sólo duró de 1947 a 1951. La de León fue fundada en 1812 por un decreto del rey Fernando VII y elevada al rango de Universidad Nacional en 1947.

Entre 1941 y 1946 funcionó en Managua la Universidad Central. Anastasio Somoza García la fundó y la clausuró, muy contrariado al ver que los estudiantes de esa universidad se habían convertido en los líderes del movimiento anti-reeleccionista y antisomocista. Poco después de cancelarla declaró: “Dos hijas tuve en mi gestión de gobierno: la Academia Militar y la Universidad Central. A las dos consideré niñas de mis ojos. Pero la segunda me salió puta”.

Sólo forzando los términos se puede hablar de movimiento universitario o de organizaciones universitarias antes de que la Universidad Nacional obtuviera su autonomía. Existía una Juventud Liberal Nicaragüense (fundada en 1941) y una Juventud Conservadora, que nació en 1952 y tuvo como antecedente el fascistoide Movimiento de los Camisas Azules. La Juventud Liberal Nicaragüense dio a luz a un ala femenina en 1955.

Las actividades de estas organizaciones discurrían fundamentalmente al margen de la universidad, que no era terreno propicio para ningún tipo de acción política ni de otro tipo. Ni siquiera académico. Cuando en 1957 Mariano Fiallos Gil asume la rectoría de la Universidad Nacional, los estudiantes apenas tenían presencia en las aulas. Se matriculaban y se examinaban al cabo de varios años de prepararse en sus casas. “En esos años -recuerda Rolando Avendaña, estudiante que llegó poco después de ese período- el mal llamado catedrático llegaba tres o cuatro veces en todo el curso. Profesores y alumnos eran extraños, apenas se conocieron alguna vez. El estudiante que deseaba aprovecharse tenía que estudiar por su cuenta, ya que eran contadas las ocasiones en que escuchaba una charla sobre la materia que cursaba. Se llegaba a las pruebas finales y un índice elevado de alumnos salían reprobados”.

LOS PRIMEROS UNIVERSITARIOS

No se podía hablar con propiedad de un cuerpo estudiantil porque los alumnos apenas ponían un pie en el campus. Esta dinámica imponía un corsé a las posibilidades organizativas.

Así ha ocurrido en otros sectores y en otros países. Los movimientos de trabajadores en Inglaterra surgen después de la revolución industrial, cuando la permanencia de un grupo amplio de trabajadores en un mismo local a lo largo de la extensa jornada laboral y su concurrencia durante largos períodos es ocasión de pláticas que se transforman en conspiraciones. Los universitarios nicaragüenses alcanzaron esas ventajas del roce cotidiano hasta finales de los años 50.

Esto no quiere decir que antes no se aglutinaran ocasionalmente ni que les fueran ajenas las expresiones políticas. Los carnavales y desfiles bufos universitarios con alusiones políticas han tenido una larga tradición. Según Sergio Ramírez nacieron en 1930. Las autoridades hicieron un vano intento de suspenderlos en 1932, temiendo que por ese medio los universitarios expresaran su rechazo a la invasión de Nicaragua por tropas militares estadounidenses.

Según Ramírez, tras esa sanción, los estudiantes se valieron de otras estrategias para expresar su descontento: “Las fuerzas norteamericanas impusieron que debían revisar previamente la lista de disfraces y disfrazados que participarían en el desfile del carnaval, para evitar que se aludiera a asuntos políticos o a los funcionarios del gobierno, lo que no fue aceptado por el comité de estudiantes; se decidió que no habría desfile bufo sino un solemne entierro de la constitución política, en el cual los estudiantes marcharon con pañuelos amarrados en la boca”.

CONTRARIOS A LA REELECCIÓN

Hay señales inequívocas de que los universitarios seguían con atención los eventos políticos en otros países del istmo. El 27 de junio de 1944 los estudiantes de la Universidad Central se manifestaron en solidaridad con los estudiantes de la Universidad San Carlos de Guatemala, cuyo recinto había sido clausurado.

El tema de la protesta era el rechazo a la reelección, tanto de Ubico en Guatemala como de Somoza García en Nicaragua. Ubico había sido derrocado, pero una junta derechista había ocupado su lugar y el viejo general aguardaba tras bambalinas el resultado de su última jugada política. Dos mil manifestantes contra la reelección recorrieron las calles del centro de Managua, número considerable si tenemos presente que el total de estudiantes universitarios no debía pasar de 600 y el de habitantes del país apenas llegaba a los 900 mil.

Cuando pasaban por las cárceles del Hormiguero -hoy conocidas como El Chipote-, la Guardia Nacional les lanzó bombas lacrimógenas y realizó más de 600 detenciones. Al día siguiente, en protesta por el enorme número de dirigentes presos y perseguidos, las mujeres organizaron una manifestación de enlutadas que fue atacada por una turba somocista armada de palos y piedras. A esa misma hora, Anastasio Somoza García organizó una contramanifestación cuyo escaso éxito alarmó al dictador. Su reacción ante esta correlación de fuerzas fue cerrar la Universidad Central.

LA EFÍMERA JUVENTUD SOMOCISTA UNIVERSITARIA

En 1955 fue fundada, para el trabajo entre los estudiantes de educación superior, la Juventud Universitaria Somocista (JUS), cuyo primer cometido fue garantizar la reelección de Anastasio Somoza García.

Nació a la vida social con un agasajo en el que Julio Centeno Gómez recitó un poema en honor del dictador. La JUS entró en confrontación inmediata con el Centro Universitario, máxima autoridad juvenil en la universidad. En 1956, de un total de 930 estudiantes, sólo 154 firmaron una carta respaldando a la JUS. A partir de 1958, por considerarse una organización partidaria cuyas actividades podían violentar la autonomía universitaria, la JUS funcionó como una organización extra-universitaria.

Según el historiador Ricardo Baltodano, “la JUS no pasó de ser en esta primera época una sigla, una forma de hacerse visible ante el régimen, su actividad fue dispersa, asistemática, no reivindicó problemas tan sentidos por el estudiantado como la autonomía universitaria, nunca contó con un propio proyecto, visión y análisis, por eso su vida duró relativamente muy poco tiempo”.

Años después, la masacre del 23 de julio de 1959 sacó a la JUS de circulación. Sus miembros quedaron desprestigiados por su complicidad. En las primeras elecciones para la presidencia del CUUN en 1960, votaron 778 estudiantes de los 1,200 que estaban matriculados. El candidato liberal sólo obtuvo 78 votos. El sentimiento anti-somocista era mayoritario. Rolando Avendaña recuerda: “Al llegar a la universidad no me extrañó escuchar, apreciar y palpar la continua efervescencia anti-gobiernista. No me extrañó saber que, de los mil estudiantes, novecientos eran opositores al gobierno”.

1956, AÑO CERO: SOMOZA AJUSTICIADO, FONSECA UNIVERSITARIO

1956 fue un parteaguas. No sólo fue el año del ajusticiamiento de Somoza García. También fue el año en que Carlos Fonseca ingresó como estudiante de Leyes a la Universidad Nacional de Nicaragua en León, en plena lucha por su autonomía. El éxito la convertiría dos años después en Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

Casi de inmediato se fundó la primera célula de estudios marxistas. Fonseca se engavilló en un grupo de estudiantes vinculados al Partido Socialista Nicaragüense (PSN) hermanados por el deseo de ponerle fin a la dictadura. Algunos de estos jóvenes participaban en la Juventud Democrática Nicaragüense (JDN), que se disolvió en 1959, y después en la Juventud Revolucionaria Nicaragüense (JRN). Ambos eran intentos por incluir en las luchas a la gran masa de jóvenes no escolarizados.

Después del exitoso atentado de Rigoberto López Pérez contra el primer Somoza, los alrededores de la universidad fueron convertidos en un campo militar y centenares de estudiantes fueron detenidos, Carlos Fonseca entre ellos. Aunque no conocía a López Pérez ni sabía del complot, estuvo confinado. Sólo estuvo siete semanas porque su padre, administrador de bienes de la familia Somoza, intervino en su favor. Tomás Borge permaneció dos años preso.

1958: LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA Y LA PRIMERA HUELGA ESTUDIANTIL

En 1957 Carlos Fonseca participó, como delegado del Partido Socialista Nicaragüense (PSN), en el Sexto Congreso Mundial de los Estudiantes y la Juventud por la Paz y la Amistad que se celebró en Moscú. Plasmó su experiencia en la Unión Soviética en “Un nicaragüense en Moscú”, redactado a inicios de 1958.

Ese año se obtuvo la autonomía universitaria. Fonseca inició su segundo año de derecho y fue elegido por el rector Mariano Fiallos y por Carlos Tünnermann para pronunciar el discurso de bienvenida a los estudiantes. Avanzado el año, el 15 de octubre, Fonseca y otros estudiantes se reunieron con Luis Somoza para demandar la libertad de los estudiantes que estaban presos desde que Somoza García fuera asesinado.

Su mecanismo de presión fue la primera huelga nacional de estudiantes en la historia de Nicaragua. Esa huelga fue la plataforma para involucrar a los estudiantes de secundaria y fundar entre ellos una organización estudiantil. Los universitarios solían impartir charlas en los institutos públicos para estimular la participación de los futuros bachilleres.

1959: CUBA ILUMINA LA RUTA

En ese ambiente de continua agitación contra el régimen se recibió la noticia del triunfo de la revolución cubana en enero de 1959, celebrado en varias ciudades de Nicaragua, sobre todo en Managua, donde -según el diario La Prensa- estallaron cohetes y cargas cerradas todo el día. Jóvenes del Partido Conservador, Partido Liberal Independiente y Partido Social Cristiano organizaron una marcha en la que gritaban ¡Viva la libertad!, ¡Viva Cuba libre! y ¡Viva Fidel! La Guardia Nacional disolvió la marcha, pero no la chispa que había iluminado una ruta de cambio.

El triunfo de la revolución cubana llenó de entusiasmo a muchos estudiantes y, como poco a poco fueron concluyendo, les estaba señalando el método: la lucha armada, una vía de acceso al poder que a los partidos socialistas y comunistas latinoamericanos les había sido “desaconsejada” por el Kremlin.

Bajo el impacto del triunfo en Cuba, un grupo de jóvenes fundaron la Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN), en la que militaban el Presidente del CUUN, Joaquín Solís Piura, Fernando Gordillo y Manolo Morales, entre otros universitarios, y también jóvenes obreros como Julio Buitrago y José Benito Escobar. Los órganos de seguridad del régimen consideraban a la JPN como una agrupación comunistoide que se había infiltrado en la universidad.

CRISIS ECONÓMICA Y OPCIÓN ARMADA

Los sucesos de 1959 vinieron precedidos y sucedidos por una aguda crisis económica. El comercio cerró numerosos establecimientos y hubo despidos masivos de trabajadores realizados incluso por firmas de inveterada solvencia. El crédito bancario estaba deprimido y el costo de la vida era el más alto de la región.

Cuando la situación llegó a un punto álgido, los obispos católicos ofrecieron una mediación entre el gobierno y los grupos descontentos para buscar soluciones, pero su propuesta no obtuvo eco. El embajador de España estaba alarmado porque un grupo importante de españoles residentes en Nicaragua -la mayoría directores de colegio y/o sacerdotes- estaban decididos a apoyar al movimiento anti-somocista.

En ese contexto, la corrupción del régimen suscitó un repudio multitudinario, acicateado por revelaciones del diario La Prensa sobre los 23 mil córdobas que se gastaron en amueblar la embajada en Washington y los 25 mil más para el transporte del mobiliario.

El descontento se extendió por varios años más: entre 1960 y 1964 cerca de un millón de asalariados participaron en 28 huelgas. Ante las crecientes protestas, la reacción de Luis Somoza fue la represión. Pero combinó el palo con un poco de zanahoria: creó el Instituto Nicaragüense de la Vivienda (1959) y el Banco Central (1960). También estableció el salario mínimo, anunció una reforma agraria y legalizó el derecho a la huelga (1962), medidas que provocaron un abierto rechazo del empresariado, que no respetó el salario mínimo y persiguió a los huelguistas.

Carlos Fonseca dejó las aulas universitarias para hacer un viaje a La Habana donde se enroló en una expedición contra Somoza que fue emboscada por tropas del Ejército de Honduras y de la Guardia Nacional de Nicaragua en El Chaparral, Honduras, el 24 de junio de 1959. Seis rebeldes murieron y Fonseca se debatió entre la vida y la muerte con un pulmón perforado por una bala. Durante un tiempo se le dio por muerto.

Su opción por la vía armada lo llevó a un punto sin retorno a la vida universitaria. Tampoco volvió a las filas del Partido Socialista. La victoria de la Revolución cubana y su interpretación de las razones de la masacre en El Chaparral lo convencieron de que la lucha armada era el único camino para derrocar a Somoza. Esto tendría contundentes consecuencias para el trabajo organizativo en la universidad.

23 DE JULIO DE 1959: JORNADA HISTÓRICA

En 1959, el habitual desfile bufo de “los pelones” -estudiantes universitarios de primer ingreso- fue suspendido en solidaridad por los caídos en El Chaparral. En su lugar hubo un silencioso desfile de duelo con muchachos vistiendo camisas blancas y corbatas negras y las muchachas con trajes de luto. Esa provocación fue suficiente para desatar la represión.

Según Avendaña, antes de partir hubo una asamblea donde “Fernando Gordillo, estudiante del segundo año de Ciencias Jurídicas y Sociales, brillante orador, valiente en sus pronunciamientos de opositor al régimen, pronunció un discurso sentido aquella mañana; luego se sometió a votación el programa elaborado por miembros del Centro Universitario, en homenaje póstumo a los estudiantes universitarios caídos en El Chaparral. Como primer paso se solicitó a todos los estudiantes allí congregados que portaran desde ese mismo momento escarapelas negras y cintas negras en señal del dolor que embargaba a todo el conglomerado universitario”.

En la asamblea, los jóvenes redactaron mensajes que enviaron por cable a la OEA, a la ONU y a Ramón Villeda Morales, entonces presidente de Honduras.

La manifestación estudiantil salió a la calle. No tenía rumbo fijo. “Eran cosas que no nos preocupaban -recuerda Fernando Gordillo en una crónica que distribuyó como folleto mimeografiado-. Alguien, es difícil personificar en la multitud de sucesos los detalles, propuso que nos dirigiéramos al barrio de Subtiava, lo que fue aceptado de inmediato. En ese momento, Subtiava con su tradición de rebeldía, nos pareció el mejor sitio para expresar la nuestra”.

CÓMO INICIÓ LA MASACRE

Con el cometido de sumar a los estudiantes de Derecho, la marcha fue de Subtiava hacia la Facultad de Derecho, una ruta que pasaba cerca del cuartel de la Guardia Nacional. Los manifestantes recorrieron un trecho y fueron encarados por un contingente de la Guardia Nacional dirigido por el mayor Ortiz, que días antes -durante una manifestación previa el 2 de julio- les había advertido a los estudiantes: “Muchachos, no me comprometan porque tengo órdenes de ‘bañarlos’”.

Gordillo recuerda que “era un grupo como de 15, algunos respiraban agitados todavía por la carrera... Como siempre, los guardias se mostraban agresivos y malencarados, quizás porque como dice Gorki, en el fondo no les gustaba lo que estaban haciendo; llevaban cascos de acero y tenían la bayoneta calada, los acompañaban algunos policías de tráfico con pistola en mano que, al contrario de los guardias, trataban de actuar con cinismo burlándose de nosotros”.

Avendaño asegura que, “mientras la Guardia reforzaba su armería con armas de trípode y bombas lacrimógenas, los estudiantes adoptaron una actitud de brazos caídos al sentarse sobre el pavimento cantando el himno nacional y clamando ¡Libertad!, actitud en la que se mantuvieron una hora”.

“¡DISOLVEREMOS LA MANIFESTACIÓN!”

Después de un tiempo, estudiantes y guardias acordaron un retiro simultáneo: “Un paso que diéramos nosotros para atrás lo darían igualmente los guardias, y después no habría presos ni represalias”, recuerda Gordillo. La manifestación había recorrido unas cuadras sobre la Calle Real cuando el líder del CUUN, Joaquín Solís Piura, comunicó que varios estudiantes habían sido detenidos junto al restaurante El Sesteo y pidió que el grupo se mantuviera en ese punto mientras intentaban dialogar con el comandante departamental. Éste se rehusó a entregar a los detenidos mientras no se disolviera la manifestación y les dijo a los líderes: “Si ustedes, que son los dirigentes universitarios, no logran disolver la manifestación, la Guardia la disolverá con bombas lacrimógenas y después con balas”.

La marcha continuó hasta el Instituto Nacional de Occidente, donde se detuvo para pedir el apoyo de los estudiantes. Las malas nuevas seguían llegando: más universitarios detenidos. Junto a la iglesia San Francisco había una multitud hirviendo de indignación. Caminaron hacia la universidad hasta que un pelotón les bloqueó el paso en el parque La Merced.

Allí Gordillo vio que “un guardia borracho se había metido en medio de la multitud… No intentaba ningún gesto y cuando alguno de los que opinaban por golpearlo lo increpaba, alzaba los ojos, casi diría humildemente y se encogía. Viendo que en realidad podía suceder que algunos lo maltrataran, se decidió sacarlo de en medio”.

“TABLETEAN LAS AMETRALLADORAS”

Sergio Ramírez rememora esos momentos: “Mi recuerdo de Fernando en toda esa tarde es fijo: faltando ya poco para la masacre, lo veo capturar en el parque La Merced a un soldado raso que anda de pase, lo veo que trata de llevárselo prisionero hacia la universidad apoyado por otros estudiantes, quiere exigir la libertad de compañeros nuestros detenidos en el comando departamental; llega corriendo una escuadra de guardias armados con fusiles Garand, disparan al aire, le quitan al rehén, le ordenan que pase, lo veo con las manos puestas sobre la cabeza mientras se lo llevan, lo siguen en gesto solidario otros estudiantes que van en fila india, también con las manos sobre la cabeza, lo sigo yo, lo pierdo cuando estamos ya en la calle de la masacre, dicen que han soltado a Fernando, que han soltado a los detenidos en el comando...”.

“Delante de mí están las banderas, cerrando la esquina frente al Club Social el pelotón de soldados, hay gritos de protesta, consignas, alguien da la orden de volver a la universidad, los soldados se colocan en tres filas, acostados, de rodillas, de pie, descorren los cerrojos de los fusiles, vuela el tarro rojo de una bomba lacrimógena… tabletean las ametralladoras”.

“FUE UN ASESINATO EN MASA”

Gordillo fue detenido y liberado de inmediato con un mensaje del comandante de que “les dijera a los muchachos que se retiraran y dispersaran, que él iba a poner en libertad a los presos y que no tuviéramos temor porque no nos iban a hacer nada”. Diez minutos después los estudiantes fueron rafagueados.

Cuando Joaquín Solís Piura y Fernando Gordillo estaban comunicando el mensaje del comandante, los estudiantes fueron ametrallados por la espalda. Cuatro estudiantes murieron. También una mujer y una niña. Y hubo más de 80 heridos. Avendaña calificó los hechos como “asesinato en masa”.

Fernando Gordillo escribió un poema titulado “¿Por qué?”. Cito un fragmento:

“¿Por qué los hermanos arden en odio e impotencia?
¿Por qué nosotros?
Y espero la respuesta de cualquiera …
¿Por qué por la espalda?
¿Por qué cuando huían?
¿Por qué si eran jóvenes y alegres?
¿Por qué aquella tarde?
¿Por qué?
Si alguien puede contestarme, contésteme.
Si no, que cada uno haga lo que tiene que hacer”.

Al inicio, la Guardia Nacional impidió que las ambulancias llegaran hasta el lugar de los hechos para asistir a los estudiantes heridos. Después Luis Somoza ofreció toda la sangre que fuese necesaria y apoyo financiero para atender a los heridos. Su oferta fue rechazada y enseguida dio inicio una cacería de estudiantes con los que atiborró las prisiones. Grupos de guardias nacionales y miembros de la Oficina de Seguridad de León rondaron toda la noche las casas de los estudiantes.

REPUDIO NACIONAL POR LA MASACRE

El repudio fue inmediato e incluyó a las bases del somocismo, según Avendaña: “El pueblo de Nicaragua sabía que había sido un acto cobarde y traidor. Somocistas, empleados públicos, opositores, pueblo de Nicaragua en general, repudiaba el asesinato. Conocían que los estudiantes no llevaban más armas que la palabra”.

El desfile fúnebre fue una manifestación de 12 mil personas. Se declaró un paro nacional. Los sacerdotes lanzaron condenas desde el púlpito. El obispo de la diócesis de Matagalpa, monseñor Calderón y Padilla, encabezó una manifestación por la liberación de estudiantes matagalpinos y amenazó a la Guardia Nacional con subir al campanario para tocar a rebato convocando “a los indios de las cañadas”. La Guardia Nacional cedió a las demandas del prelado.

La quinta parte de los universitarios abandonaron sus estudios. Muchos salieron del país. Los que continuaron, se salían de las aulas de clase cuando a ellas entraba un estudiante-militar. Muchos docentes solidarios hacían lo mismo. Ese espinoso tema fue cobrando relevancia y llegó a un punto culmen cuando varios estudiantes -entre los que estaban Manolo Morales y Joaquín Solís Piura- se declararon en huelga de hambre para presionar por la expulsión de los estudiantes-militares.

La huelga duró cinco días y fue el detonante para que un grupo numeroso de estudiantes se tomara el campus, en ese momento rodeado por la Guardia Nacional. La Junta Directiva de la universidad finalmente decidió expulsar a los guardias-universitarios.

SEIS DÉCADAS DESPUÉS, COMO AHORA...

El régimen siempre respondió a las luchas universitarias con la represión. Cuando ésta arreciaba en León, la ciudad caía en un estado de sitio de facto. Y a veces se declaraba el estado de sitio de iure, como ocurrió en mayo de 1959 tras el desembarco rebelde anti-somocista en Olama y Mollejones.

Avendaña recuerda que el estado de sitio implantado el 1 de julio de 1959 significaba que “a cualquier hora de la noche golpean las puertas de una casa; quien suspende el sueño tranquilo del hogar es sin duda un grupo de la Guardia que pregunta por el jefe del hogar, registran todos los rincones de la casa y se llevan detenido, por un tiempo que puede ser de un mes, seis o bien de un año, al de la casa. La sufrida Nicaragua se asemeja en estas épocas a la Alemania de Hitler”. (Continuará…)


INVESTIGADOR ASOCIADO DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y PROYECCIÓN SOBRE DINÁMICAS GLOBALES Y TERRITORIALES DE LA UNIVERSIDAD RAFAEL LANDÍVAR DE GUATEMALA Y DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS”DE EL SALVADOR.