J.
Arregui
Hay
cosas más importantes que soñar, pero yo sueño también con que una mañana, en
alguna de sus homilías diarias de Santa Marta, el papa se levante y diga:
“Que
la paz esté con vosotros y vosotras todas. Jesús nos envió a anunciar la paz y
a curar, como peregrinos del mundo, sin alforjas ni bolsa ni bastón. Nos llamó
a ser Iglesia de hermanas y hermanos, Iglesia hermana y compañera de todos los
pobres y heridos de la Tierra.
Yo soy
uno más en la Iglesia, pero la gracia o el azar quisieron ponerme aquí como
obispo de Roma y como papa, cargado de ropajes y poderes excesivos. Pido perdón
por los graves daños causados a la Iglesia por el papado. Hoy pido perdón, en
particular, por el desafortunado título de mi reciente
exhortación: Misericordia et misera (“La misericordia y la
miserable”). No debí hacer mía esa expresión de San Agustín, tan hiriente para
la mujer. No debí decir “la miserable”, en femenino. No debí presentar a la
mujer como símbolo de la “miseria” y de la “culpa” humana ante Dios, como
ocurre tantas veces en la Biblia. La mujer adúltera. La mujer como sola
culpable del “pecado grave” del aborto, que Dios le “perdonará” solamente si se
confiesa con un clérigo varón. Soy falible, ya lo veis. Lo siento. Mujeres, os
pido perdón.
Quiero
ser uno más. Ha llegado el momento de soltar el lastre histórico que nos impide
ser discípulas/os itinerantes de Jesús, profetas soñadores y subversivos como
él. Os propongo que revirtamos todas las estructuras que impiden que la Iglesia
sea pobre, libre y hermana, sin olvidar el pasado ni atarnos a él, sin atarnos
ni siquiera a nuestras Escrituras sagradas, sino dejándonos inspirar e impulsar
por ellas hacia adelante. Es hora de que la Iglesia sea enteramente
democrática, separe los diversos poderes y se gobierne por un sistema más
representativo de la voluntad de la gente que las democracias actuales, rehenes
del sistema financiero.
Y
porque todo papa es falible como yo, quiero que empecemos por el papado. Este
año de Lutero que acabamos de inaugurar es una buena ocasión para que el papa
deje ya de ser “el obstáculo más grave sin duda en el camino del ecumenismo”,
como afirmó Pablo VI en 1967. Los dogmas del poder absoluto y de la
infalibilidad del papa, definidos en el siglo XIX, ya no tienen sentido,
simplemente. No nos perdamos en sutiles disquisiciones para hacerles decir lo
contrario de lo que dicen a oídos de cualquiera; ni siquiera es necesario
derogarlos formalmente, sino reconocerlos sin más como esquemas lingüísticos de
otros tiempos hoy inservibles. Y seguir adelante.
Y para
seguir adelante por un nuevo camino, quiero dimitir y dimito de todos los
títulos y atributos que el sueño de grandeza ha ido imputando al obispo de
Roma: Sumo Pontífice, Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, Santo Padre… Quiero
despojarme de todos los fastos y oropeles vaticanos. Y de ningún modo quiero
ser ya el presidente de un Estado con todo este aparato de nuncios y
embajadores y sujeciones al poder.
Quiero
que nadie sea obispo por designación del obispo de Roma, y que todo
obispo/obispa sea representante de su comunidad cristiana, que ésta lo/la elija
solo para un tiempo de una manera que deberemos concretar entre todos. Quiero
que, de la misma manera, el obispo u obispa de Roma sea elegido por los
cristianos y cristianas de Roma, y que ya no vuelva a tener poder sobre los
demás obispos de la Iglesia que llamamos “católica”, cuánto menos sobre las
demás Iglesias que llamamos “hermanas separadas” y que debemos llamar
“hermanas” sin más.
Quiero
que demos un gran paso adelante en el camino hacia el ecumenismo en el que
llevamos un siglo encallados. Es un pequeño paso sencillo. Basta con que todas
las Iglesias nos reconozcamos las unas a las otras, con todas sus
particularidades, como verdaderas Iglesias de Jesús. Que nos reconozcamos en
profunda comunión espiritual y evangélica, aunque nuestras doctrinas e
instituciones sean diversas. Y que, desde el mutuo reconocimiento fraterno y
sororal, las Iglesias inventen otras estructuras de “comunión”, de
representación y coordinación que les parezcan más convenientes.
Hermanas,
hermanos, volvamos a Jesús. Comencemos de nuevo en su nombre.