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Vivaldi: Ottone in Villa
Composer: Antonio Vivaldi
Artists: L’Arte dell’Arco, Federico Guglielmo (conductor)
Antonio Vivaldi’s fame as an opera composer is due in now small part to his incredible industry. He composed around 50 operas, and of these around 16 have survived complete – several substantial fragments of others have also survived. However, it is for his instrumental music that he remains one of the major baroque composers – on a par with Handel and J.S. Bach.
However, in the world of opera at the time, only one other composer rivalled Vivaldi in the use of orchestral colour and the way in which the human voice was blended with the accompaniment.
The writing for voice generally is on a very high level. The rival was of course Handel, and Vivaldi also was a considerable impressario as was his German/British colleague.
Ottone in Villa (Otto in the Country) was his first opera, composed and premiered in 1713, when he was already famed as Italy’s foremost violinist and composer of concertos.
The story concerns Cleonilla, the mistress of the Roman emperor Ottone, and a young man Caio who courts her much to the distress and horror of his lover Tullia. The music is sensual and erotic rather than heroic, with lovely depictions of breezes and wild brooks from the orchestra.
https://youtu.be/xtP1ZYnstcw
El negocio del litio, el oro blanco de la nueva era energética
Alejandro Tena
www.publico.es
/ 201119
El metal blanquecino es imprescindible
para la elaboración de baterías y sistemas de almacenamiento de energía en el
sector de las renovables. Bolivia presenta una de las mayores reservas del
planeta, lo que ha llevado a algunos analistas a señalar a este elemento como
uno de los detonantes del golpe de Estado contra Evo Morales. Pero, ¿hasta qué
punto una materia vinculada al crecimiento verde puede desestabilizar
economías?
En los tiempos modernos, el petróleo
se ha erigido como uno de los principales motores de la economía mundial,
llegando, incluso, a generar crisis contundentes en el seno de los países
desarrollados durante algunos momentos del siglo XX. Sin embargo, ese líquido
negro que, entre otras cosas, llena los tanques de los vehículos, parece
acercarse a su ocaso. Quizá, porque las reservas mundiales van encaminadas a su
agotamiento. Quizá, también, porque la crisis climática ha abierto un espacio
de transición energética que transforma
los escenarios de inversión tradicionales. En ese sentido, el litio
se ha presentado como uno de los elementos más emergentes de los últimos
tiempos, ya que su uso es imprescindible para el desarrollo de baterías
eléctricas y para la creación de infraestructuras de almacenamiento energético
en el sector de las renovables.
No se puede afirmar que el litio sea o
vaya a ser un elemento que concentre las mismas disputas geopolíticas que
durante décadas han rodeado al petróleo y otros combustibles fósiles como el
gas. No obstante, este oro blanquecino sí que es un elemento de interés para
multitud de industrias que buscan mantener su estabilidad económica en un
escenario de descarbonización y crecimiento verde. El impacto social,
medioambiental y económico, en cualquiera de los casos, “depende del lugar
donde se extraiga”, expone Gonzalo Escribano, investigador principal y director
del programa de Cambio Climático y Energía del Real Instituto Elcano, que
enfatiza las diferencias que puede haber entre explotaciones situadas, “por
ejemplo, en Mongolia o Australia”. “No es lo mismo la extracción que la
construcción de la batería o el reciclaje de la misma. La cadena de valor del
litio es muy amplia y compleja”, apostilla el experto.
El impacto ambiental, asimismo, depende
del modo en el que se consigue el recurso. Hasta el momento existen dos formas:
la excavación en roca, algo más tradicional, y, por otro lado, el proceso de
evaporación del agua de las salmueras, que consiste en bombear el agua mineral
subterránea hasta la superficie, donde se evapora al sol dejando al
descubierto, tras un proceso químico, el carbonato de litio. Esta última
modalidad es la más extendida y apenas guarda impactos directos con el entorno,
más allá del uso del agua. “La mayoría del litio se encuentra en capas
superficiales de la corteza. Se piensa que puede provenir del impacto de
meteoritos en la Tierra, por lo que se encuentra en los primeros estratos,
aunque de una forma muy dispersa y diseminada”, detalla Antonio Turiel,
científico titular del CSIC y autor del blog sobre recursos y energía The Crash Oil.
Elena Solís, responsable de la campaña de
minas de Ecologistas en Acción, denuncia el problema que este último tipo de
explotaciones guarda en relación a los usos del agua, ya que la producción se
lleva buena parte de los recursos, en contra de los intereses de las economías
agropecuarias. Esto es algo que se puede ver en el proyecto
extractivista que se está planteando en Cáceres (España), que, según
la activista medioambientalista, desatará disputas relacionadas con el acceso
al agua entre los productores de vino y quesos de la zona. Esto es algo que ya
se puede observar en ciertas partes del mundo como Chile, explica Escribano:
“En el desierto de Atacama no se han detectado prácticas de explotación
infantil, ni vulneración de derechos, pero sí problemas relacionados con el
acceso al agua de las poblaciones de la zona y comunidades de pastoreo”,
manifiesta Escribano.
Por lo que se refiere a los ritmos
industriales, Turiel argumenta que “hay limitaciones en la cantidad de
producción de litio al año” debido a la lentitud de su extracción, que requiere
de al menos seis meses al sol para su evaporación. Además, el investigador
detalla que el tamaño de las reservas no da para fabricar las baterías de todos
los coches eléctricos que se desean desde el sector de la automoción. “Si
acaso, se podrían crear unos cientos de miles de baterías nuevas, una cifra muy
pequeña si se tiene en cuenta que en la actualidad hay cerca de 1.200 millones
de coches en el mundo”, advierte.
La lucha por el agua plantea dudas sobre
la minería de litio en Chile./ REUTERS
Quién
manda sobre el litio
Hoy día, las principales reservas se
encuentran en tres países del cono sur americano que conforman un triángulo
estratégico, Chile, Bolivia y Argentina, así como en Australia y China. Según
los datos del Observatory of Economic Complexity (OEC), Chile es el principal
exportador de este recurso, seguido de Argentina y Luxemburgo?. Los principales
importadores, por su parte, son China, Japón y Corea del Sur, países con
grandes inversiones en la industria tecnológica.
No obstante, las implicaciones
geopolíticas que puede tener el litio distan mucho a las que han podido
caracterizar al petróleo y el gas. “Aunque la mayor parte se produzca en esos
países latinoamericanos, las compañías que los extraen son occidentales. Es
decir, no hay un control nacional sobre los recursos que pueda generar grandes
conflictos económicos”, opina escribano. Además, “el litio representa un
pequeño porcentaje de la masa económica de los materiales en las baterías”, tal
y como destaca un trabajo científico de los profesores Luis de la Torre
Palacios y J. Antonio Espí.
Para Turiel, otorgar al litio un papel
determinante en el conflicto boliviano es “un poco estúpido” (insulto gratuito),
ya que el tipo de producción que se halla en el país latinoamericano requiere
de procesos químicos de separación de magnesio que no están muy desarrollados a
gran escala y que son muy costosos. “El nivel comercial del litio boliviano es
muy bajo”, señala el experto del CSIC, que subraya las difíciles condiciones
meteorológicas del entorno para su extracción respecto a las de Chile o
Argentina.
En cualquier caso, hay personalidades
internacionales, como el expresidente de Uruguay, José Mújica, que han señalado
de manera frontal al litio como uno de los
múltiples detonantes del golpe de Estado contra Evo Morales, que
había iniciado un proceso de industrialización de los salares bolivianos a
través de acuerdos con empresas alemanas y chinas, pero con una participación
mayoritaria del ente público. Si bien es cierto que no se observan injerencias
externas directas como las que a lo largo de la historia ha generado el
petróleo en Oriente Medio, este material ya ha comenzado a desencadenar fuertes
disputas. “Aquel que tenga el control sobre este tipo de materias será quien
termine moviendo la batuta”, argumenta Solís, señalando a otros elementos
importantes como las denominadas tierras raras.
Cobre
y cobalto, igual de esenciales
En esta revolución energética el litio no
se presenta como un ente aislado, ni mucho menos. Las producciones dependen de
otros elementos como el cobalto o el cobre. Este último, un metal esencial
desde la segunda mitad del siglo XX, debido a su poder en la generación,
transporte y distribución de electricidad. Apostar todo a estos elementos para
una transición plena esconde trabas importantes, debido a que se trata de minerales
de unas capacidades limitadas si se interpretan por sí solos.
“Ahora mismo, el problema más gordo es el
cobalto”, señala Turiel. Este material, también esencial para la creación de
baterías, no tiene concentraciones de gran envergadura, aunque existen pequeñas
alternativas a este elemento en la creación de baterías. Además la extracción
de este metal suele ir acompañado de vulneración de derechos humanos, ya que “más
del 50% de la oferta mundial de cobalto procede de la República Democrática del
Congo, un país políticamente inestable y con conflictos internos y donde la
minería se ha relacionado con el trabajo infantil”, expone un reciente estudio del Real Instituto Elcano.
El cobre, con sus mayores reservas en
Chile, podría ver cómo sus reservas menguan debido a sus diversos fines, en
tanto que se utiliza para cableado, pero también para la creación de bobinados,
imprescindibles en los alternadores de los sistemas de generación eléctrica.
“A corto y medio plazo, los problemas
están situados en las cantidades que se pueden extraer de cobalto y cobre. El
litio no va a manifestar problemas en sus reservas de una forma evidente hasta
dentro de unos quince años”, zanja Turiel.
Científicos de todo el mundo plantean seis medidas para hacer frente a la crisis climática
www.rebelion.org
/ 071119
En 1979, la comunidad científica se reunió en la que fue la primera conferencia mundial sobre el clima para alertar sobre el cambio climático. Cuarenta años más tarde, más de 11.000 científicos de todo el mundo han suscrito un manifiesto en el que declaran la emergencia climática y plantean seis medidas urgentes para hacerle frente. La declaración, publicada este martes en la revista 'Bioscience', va acompañada de un análisis científico que recopila datos de a lo largo de más de 40 años en los que se puede corroborar el deterioro de los "signos vitales" del planeta.
"Hemos pasado los últimos 40 años en
negociaciones globales sobre este problema y, a pesar de ello, se ha seguido
actuando como de costumbre; no se ha hecho nada para abordar esta crisis",
exclama William Ripple, ecólogo de la Universidad Estatal de Oregón y uno de
los impulsores del manifiesto. "La temperatura global está aumentando, los
océanos se están calentando y el nivel del mar sube, aumentan los fenómenos
meteorológicos extremos... El cambio climático ha llegado y se está acelerando
más rápido de lo que muchos científicos esperaban", añade.
"Los científicos tienen la obligación
moral de advertir a la humanidad de cualquier gran amenaza. Y, por lo que
indican los datos, está claro que estamos ante una emergencia climática",
argumenta Thomas Newsome, investigador de la Universidad de Sidney y uno de los
firmantes del documento. Ante esto, la recién publicada declaración defiende
que "mitigar y adaptarse al cambio climático significa transformar las
formas en que gobernamos, administramos, comemos y obtenemos recursos y energía".
El manifiesto, más allá de constatar la
gravedad de este problema, plantea seis
medidas urgentes para abordar esta crisis medioambiental.
1.
Transición energética
El primer paquete de medidas propuesto por
la comunidad científica se centra en la transición energética. Los expertos
proponen, entre otras, reemplazar los combustibles fósiles por energías
renovables limpias; frenar la extracción de recursos de las reservas de carbón,
petróleo y gas natural, eliminar los subsidios a las compañías de combustibles
fósiles e imponer tarifas lo suficientemente altas como para restringir el uso
de este tipo de fuentes de energía no renovables.
2.
Freno a los gases contaminantes
Los científicos también instan a reducir
de manera inmediata las emisiones de gases contaminantes como el carbono, el
metano y los hidrofluorocarbonos, unos compuestos responsables del efecto
invernadero. Esta medida, implementada de manera urgente, podría reducir a la
mitad las estimaciones de calentamiento global para las próximas décadas. ¿Cómo?
3.
Protección de la naturaleza
Los expertos también reclaman un mayor
compromiso con recursos naturales. Entre las medidas propuestas destaca la restauración
y protección de ecosistemas como bosques, praderas y humedales. La conservación
de estos espacios naturales, además de su valor intrínseco para el
mantenimiento de la biodiversidad, contribuiría a la retención de dióxido de
carbono atmosférico, un gas clave en el efecto invernadero.
4.
Cambios en la alimentación
La comunidad científica, una vez más, se
posiciona sobre la necesidad de cambiar los hábitos alimentarios para hacer
frente a la crisis climática. Hace unos meses, el Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU ya propuso reducir el consumo de carne
para mitigar la huella ecológica. Ahora, los expertos reclaman una dieta basada
principalmente en vegetales y con un menor consumo de productos animales.
Este cambio podría reducir
significativamente las emisiones de metano y otros gases de efecto invernadero
y, a su vez, liberaría tierras agrícolas para el cultivo de alimentos humanos
en lugar de alimentos para el ganado. Asimismo, los científicos piden frenar el
desperdicio de alimentos, ya que, según las últimas estimaciones, hasta un
tercio de todos los alimentos producidos terminan en la basura.
5.
Reforma del sistema económico
El manifiesto también sugiere cambios en
la esfera económica. Entre las medidas propuestas destaca reformar la economía
basada en los combustibles de carbono; reducir la extracción de materiales y la
explotación de los ecosistemas para mantener la sostenibilidad de la biosfera a
largo plazo; así como alejar los objetivos de crecimiento del producto interno
bruto y la búsqueda de la riqueza e ir hacia un modelo de decrecimiento.
6.
Estabilizar la población
El último paquete de medidas propuesto por
la comunidad científica intenta hacer frente al problema de la sobrepoblación.
Los expertos instan a estabilizar la población mundial, que según las
estadísticas aumenta en más de 200.000 personas por día, utilizando enfoques
que garanticen la justicia social y económica.
Bolivia: «Es la economía, estúpido»
www.nuso.org / sept-oct 2019
Si Evo Morales
aún tiene posibilidades de ser reelegido en 2019 –pese a su desgaste político–,
ello se debe a la economía. Es allí donde la oposición tiene más dificultades
para enfrentar a un gobierno que combinó crecimiento sostenido con baja
inflación. Pero ¿en qué consiste el «modelo boliviano»? ¿Cuáles son sus
potencialidades y límites?
Mientras corría
2018, pocos apostaban a que Evo Morales podría ganar una tercera reelección. En
primer lugar, porque el presidente boliviano venía de una derrota en el
referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016: 51% de la población había
rechazado el cambio a la Constitución que él propuso y que habría levantado la
prohibición, contenida en esta, para que se reeligiera una vez más. En segundo
lugar, porque acababa de sortear esta derrota a la manera tradicional de los
caudillos latinoamericanos: ordenando al Tribunal Constitucional que lo
habilitara mediante una «interpretación» de la Constitución que, en los hechos,
la cambia al aceptar la posibilidad de la reelección indefinida. Esa
habilitación despertó la ira de los sectores medios de la población, donde está
más enraizada la ideología liberal –alternancia presidencial e igualdad ante la
ley–. De estos sectores había surgido el Movimiento 21-F para rechazar la
legitimidad de la candidatura de Morales para las elecciones del 20 de octubre
de 2019.
En la segunda
mitad de aquel 2018, el presidente aparecía empequeñecido en las encuestas,
mientras el ex-presidente Carlos Mesa, que aún no se había postulado, subía
sostenidamente y era considerado el «hombre que podía ganarle a Evo». Al mismo
tiempo, el movimiento 21-f cometía el error de concentrar sus esfuerzos en
tratar de impedir que Morales se convirtiera en candidato, algo que no tenía
fuerza suficiente para lograr.
A comienzos de
2019, el mandatario boliviano había logrado adelantar el comienzo del proceso
electoral y ocho frentes opositores habían decidido, pese a todo, entrar en las
elecciones. En este momento, el movimiento 21-f comenzó su retirada, sumándose
a la fragmentación electoral de la oposición. También empezaba una tendencia
que duraría toda la campaña: el estancamiento de los números de Mesa, que no
avanzaba en las encuestas, mientras Morales subía lentamente, pero con
seguridad, desde una posición de empate con el ex-presidente hasta otra que le
garantizaba ganarle en la primera vuelta. Este comportamiento no se debía a que
todos los decepcionados de Morales retornaran al redil –y por eso el Movimiento
al Socialismo (Mas) no obtenía resultados como los de 2014, cuando logró 63%–
sino a que muchos «perdonaban» al líder indígena por un conjunto de factores
que expondremos a continuación. No hay que olvidar, además, que la derrota en
el referéndum fue por escaso margen contra toda la oposición unificada en el
«No».
En primer
lugar, la mayoría seguía aprobando su gestión de gobierno, aunque por margen
estrecho; en segundo lugar, su imagen personal, aunque era más rechazada que en
cualquier momento desde que se volvió presidente, seguía siendo más fuerte que
la de cualquier otro político boliviano. En parte, estas cifras se debían a un
fenómeno de identificación étnica y social: proporcionalmente, el presidente
lograba casi el doble de votos en las pequeñas ciudades y en el campo que en
las grandes urbes, como La Paz, Cochabamba o Santa Cruz de la Sierra. Mientras
más indígena y económicamente más modesto es un elector, más probabilidades
existen de que vote por el Mas.
Sin embargo, el
factor fundamental del apoyo electoral al Mas sigue siendo aquel que el
consultor político James Carville, en la primera campaña de Bill Clinton,
refería con una pintoresca y muy conocida frase: «Es la economía, estúpido». Según una encuesta preelectoral de Ciesmori, 36%
de los bolivianos piensa que la situación económica del país es hoy «buena» y
27%, que es «regular»1. Pese a la crisis de Argentina y Brasil y al débil
comportamiento de la economía sudamericana en general, el PIB de Bolivia
crecerá más de 4% este año, un resultado menos elevado que el de años pasados,
pero todavía capaz de despertar ilusiones. 43% de la gente cree que hoy está
«un poco mejor» que hace un año (10% mucho mejor; 21%, igual), en agudo
contraste con las opiniones de los analistas opositores respecto a la
situación, según las cuales esta es crítica por la pérdida de casi 2.000
millones de dólares anuales de reservas como consecuencia del déficit comercial
del país, que se debe, sobre todo, a la caída de los precios internacionales
del gas2.
Se supone que
en los próximos años esta pérdida deteriorará el nivel de las reservas de
divisas a un punto peligroso para la estabilidad financiera del país, excepto
si el nuevo gobierno implementa políticas de «ajuste», es decir, reduce la
inversión pública y disminuye las importaciones –en su mayoría, de productos
industriales–, lo que ralentizará el crecimiento3. Obviamente, el voto se explica siempre por las
percepciones populares y no por las de los expertos de los centros de
investigación. Y 40% de los votantes considera que su situación personal y
familiar estará «un poco mejor» dentro de un año; 15%, que estará «mucho
mejor», y 13%, «igual»4.
Las evonomics
¿En qué han
consistido hasta ahora las evonomics? Básicamente, en la combinación de
estatismo en las «áreas estratégicas» de la economía, como el gas y la
electricidad; en una alianza con el sector privado a cargo de las grandes
(agro)industrias nacionales, el comercio de gran escala y las finanzas; y en un
«pacto de coexistencia pacífica» con la masa de pequeños emprendimientos
artesanales y comerciales, que ocupa a más de 60% de la fuerza de trabajo, pero
no cumple con las leyes laborales e impositivas del país. Esta es la «economía
plural» que promueve la Constitución y que se ha beneficiado en su conjunto del
superciclo de las materias primas que benefició a la economía latinoamericana
entre 2004 y 2014. Las diferencias con el manejo chavista de Venezuela son,
como puede verse, enormes.
Bolivia ha
tenido siempre una economía primaria y exportadora, por lo que generalmente ha
reaccionado con gran sensibilidad a los cambios del comercio mundial.
Adicionalmente, en este periodo de prosperidad, gracias a las políticas
nacionalistas del gobierno, una buena parte de la riqueza extraordinaria que el
país obtuvo por la venta de gas a Brasil y Argentina, así como por las
exportaciones de minerales –alrededor de 100.000 millones de dólares– quedó
dentro de las fronteras5.
El «modelo
boliviano» considera la existencia de dos sectores: uno «generador de
excedentes», compuesto por las actividades petrolera, minera y eléctrica, y
otro sector «generador de ingresos y empleos», conformado por las manufacturas,
la actividad agropecuaria, la construcción, el turismo, etc. El modelo se basa
en la toma del primer sector por parte del Estado, que así se convierte en el
principal actor de la economía, y luego en la transferencia de los excedentes
de este al segundo sector por la vía del gasto público y la redistribución
económica, es decir, de la ampliación de la demanda. Se diferencia así de lo
que ocurría en los años 90, bajo el neoliberalismo, cuando los excedentes
salían de la economía nacional por fuga de capitales y por el pago de las
utilidades de los inversionistas extranjeros6.
Luego de
revertir la orientación del flujo del excedente por medio de la
nacionalización, el Estado debe usar este flujo para: a) industrializar las
materias primas, b) animar y transformar el sector generador de empleo e
ingresos y c) garantizar la igualdad social7.
En el periodo
de aplicación de este modelo, se incrementaron el consumo y las actividades
destinadas a satisfacerlo, así como el bienestar social. La extrema pobreza
monetaria (medida en ingresos de menos de dos dólares al día) cayó de 38% a 18%
y hoy es de solo 10% en las ciudades. Al mismo tiempo, Bolivia se convirtió en
un país de ingresos medios, donde «solo» 30% de la población gana menos de
cuatro dólares por día8. El shock
de liquidez también convirtió a las principales industrias de cerveza,
gaseosas, cemento y telecomunicaciones en empresas de porte considerable,
mayoritariamente en manos de conglomerados extranjeros.
Asimismo, impulsó
enormemente a los bancos nacionales, cuyo patrimonio aumentó 3,6 veces entre
2008 y 2017, de 700 millones a 2.550 millones de dólares, y cuyas utilidades en
el mismo periodo se incrementaron 2,7 veces, de 120 millones a 330 millones de
dólares anuales9.
El «milagro» de la bolivianización
Luis Arce
Catacora, ministro de Economía desde el inicio del gobierno de Morales –excepto
por una pausa de un año por enfermedad– es el principal artífice de las evonomics.
Para Arce, la estabilidad, es decir, el equilibrio macroeconómico, es «un
patrimonio del pueblo boliviano» y debe conservarse. No tiene que ser una tarea
del Fondo Monetario Internacional (FMI), como ocurría en el pasado, sino de un
programa monetario y fiscal aprobado por el Ministerio de Economía y el Banco
Central, que defina la cantidad de dinero que pone el Banco Central en la
economía, a fin de alentar la actividad económica sin crear presiones
inflacionarias10.
Este programa
ha sido facilitado en la pasada década por la abundancia de las reservas
internacionales acumuladas durante el boom de ingresos del exterior,
pero también por lo que probablemente es el mayor logro financiero de la
gestión de Arce: la «bolivianización» de la economía, es decir, la vuelta de
los bolivianos a su moneda en detrimento del dólar. Gracias a ambos factores,
las políticas monetaria y fiscal han podido ser constantemente expansivas y han
alentado un crecimiento continuo del PIB que ha sido el mayor de la historia
del país. En 2019, Bolivia vivirá su decimoquinto año continuo de crecimiento,
a un promedio anual de algo menos de 5%, el más alto por un tiempo tan
prolongado.
En los años 90,
en cambio, las autoridades monetarias no podían impulsar el crédito interno,
que estaba casi completamente dolarizado. Por esta razón, el nivel de las
reservas de divisas internacionales –que en esa época era mejor que en otras
previas, pero estaba limitado por la debilidad de las exportaciones– se
convirtió en una rienda cuyo largo marcaba la amplitud máxima a la que podía
crecer la economía. A comienzos de los 2000, solo 3% de los depósitos del
sistema financiero estaba nominado en bolivianos y el resto estaba en dólares.
En 2015 era casi al revés: 94% de los depósitos estaban en bolivianos y solo 6%
en dólares11. ¿Qué pasó?
El programa de
estabilización de la economía que se aplicó en los años 80 había combatido la
inflación dolarizando la economía. Había inyectado en el mercado los dólares de
los ahorristas, algo que era fundamental para evitar la devaluación del peso
boliviano, que, a su vez, era el principal detonante de la inflación. Estos
dólares habían pasado a manos de la gente, que los había comprado para defender
sus ahorros de la acción combinada de la devaluación del boliviano y la
inflación. Eran un recurso clave, pero había que sacarlos al mercado para poder
aprovecharlos.
¿Cómo se logró
que la gente pusiera sus dólares en movimiento? Se autorizó toda clase de
transacciones (depósitos, ahorros, préstamos, compraventas) en la divisa
extranjera. Y se liberó a los bancos de cualquier encaje –o reserva– legal en
moneda extranjera, es decir, se les permitió convertir el 100% de los dólares
que tenían depositados en préstamos. Por supuesto, esto incentivó a las
instituciones financieras a trabajar con dólares. En cambio, no existía ningún
incentivo para hacerlo en bolivianos. De ahí la dolarización de la economía,
que estabilizaba la moneda, pero impedía el crecimiento. En 2002, el Banco
Central hizo un intento de cambiar esta situación: trató de separar el precio
de venta del precio de compra de los dólares, de modo que comprar divisas se
encareciera, pero no consiguió imponer la medida por las protestas del público.
Fue Arce –y el
equipo económico de este gobierno– quien cambió estas condiciones de la
siguiente manera: primero, la entrada de gran cantidad de dólares por el boom
de las exportaciones les permitió revaluar el boliviano (cada dólar comenzó a
cambiarse por menos bolivianos), por un tiempo suficientemente largo como para
dar la señal de que tener dólares significaba perder dinero. Luego, se estabilizó
el tipo de cambio en 6,97 bolivianos, que es el precio fijo del dólar desde
2011. Si se toma en cuenta la inflación, esto significa que con el transcurso
del tiempo cada dólar puede comprar cada vez menos cosas en el mercado interno.
Los estímulos
cambiarios se complementaron con un mayor encaje bancario en dólares y la transformación
del impuesto a las transacciones financieras, a fin de que solo gravara las
operaciones en moneda extranjera. Estas medidas, en un contexto de gran
confianza en la economía nacional y con una gran cantidad de reservas
internacionales de respaldo, obraron el «milagro». Hoy, la moneda que se usa
para casi todo, excepto para ahorrar sumas mayores a largo plazo, es el
boliviano. Y esto se ha logrado sin prohibir el uso del dólar, lo que
probablemente habría sido contraproducente, pues podría haber despertado viejos
temores de la población.
La
bolivianización ha permitido que las autoridades monetarias mantengan un
volumen expansivo de crédito para los actores productivos, incluso desde que
las reservas internacionales comenzaron a caer, en 2015 (v. gráfico de la
página 12).
Ahora bien, la
bolivianización necesita que el tipo de cambio sea de hecho fijo, porque si no
fuera así y ocurrieran devaluaciones, estas podrían llevar a las personas,
deseosas de no perder su capacidad de compra, a usar nuevamente el dólar. Se ha
dicho que tal es el talón de Aquiles de la política monetaria actual, ya que
les quita a las autoridades la herramienta de la devaluación como medio para
abaratar el costo de las exportaciones y enfrentar escenarios como el actual,
en el que los países vecinos han realizado esta maniobra cambiaria y por tanto
ponen productos más baratos en los mercados clientes de Bolivia y en el propio
mercado nacional. La devaluación también sirve para multiplicar la cantidad de
moneda nacional que puede circular con el respaldo de una misma cantidad de
divisas extranjeras; al mismo tiempo, tiene efectos negativos, pues incrementa
la inflación y aumenta el peso de la deuda de los nacionales en dólares.
Arce no cree
que la estrategia devaluatoria funcione en Bolivia. Piensa que la industria
local no se beneficia claramente de un boliviano más barato, porque es muy
dependiente de maquinarias e insumos importados, y un boliviano barato tiene
menos capacidad para importar. Además, teme sus efectos sobre la inflación y la
deuda en moneda extranjera. Por esto en los últimos años ha resistido la
presión de los exportadores para devaluar el boliviano.
¿Enfermedad holandesa?
Según los
historiadores de la economía boliviana, los periodos de prosperidad de la
historia nacional respondieron a procesos de ampliación e intensificación del
comercio internacional de materias primas, cuando subieron los precios
internacionales (plata, estaño, gas) y Bolivia aprovechó la oportunidad que se
le presentaba para venderlas a altos precios. La existencia de un vínculo
causal entre ambos hechos es, hoy, una teoría generalmente aceptada. En la
década de 1990, se pretendía relacionar el crecimiento económico con el ahorro
y con la disponibilidad de capital, porque se consideraba que la atracción de
inversión extranjera constituía la variable clave. La experiencia nacional en
esa misma década y las dos posteriores mostró que a países como Bolivia el
capital les llega, sobre todo, a través de booms exportadores, que se
acompañan de «shocks de liquidez» y aumentos del nivel de las reservas
de divisas.
Durante un
auge, la mayor disponibilidad de dólares expande la demanda agregada del país,
lo que impulsa sus importaciones legales e ilegales y también sus actividades
internas –sobre todo las «no transables», las que pueden eludir la competencia
de las importaciones–; ambas dinámicas generan ocupación y bienestar como los
experimentados por Bolivia en este tiempo.
Al mismo
tiempo, los picos de actividad económica alentados por la inserción exitosa del
país en procesos comerciales internacionales están asociados a fenómenos
ambiguos: a) la reprimarización de la economía, a causa de la altísima
rentabilidad de la exportación de materias primas; b) la insatisfacción de la
demanda agregada ampliada por parte de la industria y la agricultura
nacionales, lo que presiona sobre las importaciones y –en el campo de las
políticas– induce a la adopción de un tipo de cambio fijo, orientado a
controlar la inflación.
Otros fenómenos
asociados son: c) el crecimiento de las actividades «no transables», tales como
la construcción, los servicios financieros, los restaurantes, los viajes, el
entretenimiento, etc.; d) la apreciación de la moneda nacional, a causa del
drástico ingreso de divisas y de una política cambiaria «plana» y e) la caída
de las actividades exportadoras «no tradicionales» o manufactureras, como
consecuencia de la apreciación monetaria, que eleva los costos laborales12.
Tales fenómenos,
junto con otros que no vamos a detallar aquí, corresponden a un anatemizado
paradigma de crecimiento, que la literatura económica denomina «enfermedad
holandesa». Una denominación que debemos manejar con pinzas, ya que
implícitamente sugiere la existencia de un modelo de crecimiento «normal»,
sostenible y autopropulsado, que sería el industrial, frente al cual el
crecimiento de los países no industriales con recursos naturales, como Bolivia,
representaría la anormalidad y la adversidad propias de una «enfermedad».
Quizá sea
tiempo de aceptar que el estilo «holandés» de expansión económica, con todas
las características que hemos anotado, es inevitable para economías que, como
la boliviana, se basan en la explotación de recursos naturales no renovables. No
hay razones para creer que aquello que ha sucedido una y otra vez a lo largo de
la historia vaya a cambiar radicalmente en el futuro. Admitir esta realidad y,
por tanto, la persistencia de este tipo de crecimiento, ha sido una de las
ventajas del gobierno, que explotó la necesidad nacional de «vivir de los
recursos naturales» a su favor.
Esta, y no
otra, es la principal fortaleza del llamado «Modelo Económico Social
Comunitario Productivo». Simultáneamente, la debilidad de este ha sido seguir
con docilidad el designio extractivista, sin tratar de aprovechar los recursos
que la extracción proporciona para diversificar gradualmente la economía y
superar su dependencia, aunque hay que reconocer que este no es un objetivo
sencillo de lograr. Sin embargo, no cabe duda de que este modelo, con sus
múltiples errores, logró establecer una línea de crecimiento que se extendió al
periodo de la «posprosperidad», lo que plantea, sin duda, un desafío a sus
críticos.
¿Cómo lo logró?
Con una política de impulso del crédito y de continuación de los altos niveles
de inversión pública que se habían logrado en el pasado. En 2018, la inversión
pública ha sido responsable de todo el déficit fiscal, que este año ascendió a
8% del PIB, algo más que los años anteriores (hay déficits desde 2015). El
problema es que esta política, simultáneamente, mantiene altas las
importaciones en un contexto en el que las exportaciones no pueden crecer, por
la caída de los precios y por diversos problemas productivos que no se
mencionan aquí.
Durante el
súper ciclo de precios, las importaciones pasaron de 20% a 30% del PIB en los
años más exitosos (2013-2014), y ahora se encuentran en 26% del PIB (9.900
millones de dólares)13. Esto también implica una fuga de divisas, solo que por otra vía más
productiva. Como señalamos, en los últimos cuatro años el país ha comprado del
extranjero bienes y servicios por aproximadamente 2.000 millones de dólares más
que el valor de los bienes y servicios que ha vendido, déficit que ha generado
un deterioro continuo de sus reservas de divisas.
Una de las
principales restricciones que limita el crecimiento de los países
latinoamericanos es la necesidad de divisas extranjeras –en concreto, de
dólares estadounidenses– para comprar en el mercado internacional muchos de los
insumos y bienes básicos que necesitan sus aparatos productivos (y para
respaldar con una moneda «fuerte» –es decir, convertible internacionalmente–
sus propios medios de pago). Junto con los demás países de la región, Bolivia
está obligada a comerciar en una moneda que no le pertenece, así que su
capacidad internacional de compra depende de su simétrica capacidad de obtener
dólares mediante sus exportaciones.
¿Por qué llamar
a este obvio condicionamiento una «restricción»? Entre 2016 y 2018, 53,1% de las
importaciones bolivianas fueron de suministros industriales y bienes de
capital; cada año, más de la mitad de las divisas que se usan para importar se
gastan en compras de materias primas y maquinarias destinadas a poner en
movimiento y ampliar el aparato productivo nacional, a nutrir la manufactura y
la construcción de infraestructura. La causa es obvia: dado el escaso
desarrollo industrial del país, estas importaciones no son sustituibles por
productos nacionales. De modo que la actividad en las ramas económicas
fundamentales, su ampliación cada año y los efectos de este crecimiento sobre
la economía dependen de que haya divisas para la importación. Cuando estas
divisas no están ampliamente disponibles en la economía, como comienza a
ocurrir en la actualidad en Bolivia, esta escasez relativa pesa como una
restricción, también relativa, que pone un límite a los procesos productivos
internos y, con ello, al crecimiento global.
El país incluso
puede verse en la necesidad de detener temporalmente su crecimiento con el
propósito de disminuir la necesidad de importar y, así, conservar por más
tiempo sus reservas de divisas, de modo que estas cumplan la función
financiera, de respaldo monetario, que también cabe que tengan. Sin suficientes
divisas, la única salida posible es una devaluación, la cual, como hemos
explicado, socavaría la bolivianización y, con ella, todo el modelo de
crecimiento actual.
Hace unos días,
la fundación liberal Milenio presentó su habitual informe sobre la
economía boliviana14, en el que se afirma que hoy está «sobre el tapete la
necesidad de ajustar las importaciones, tanto del sector público como del sector
privado, lo cual –inevitablemente– conllevaría un mayor debilitamiento del
crecimiento económico»15.
Esta
implicación puede ser aún de mayor alcance si tomamos en cuenta que otros dos
componentes fundamentales del proceso productivo también tienen que ser
importados, es decir, que se accede a ellos mediante el empleo de divisas:
ciertos combustibles y lubricantes (gasolina, diésel y derivados) con los que
Bolivia no cuenta o que no puede producir en cantidad suficiente en el último
tiempo por la caída general de la actividad hidrocarburífera del país, y el
equipo de transporte, que se importa en su totalidad y que, en parte, se
destina a labores productivas. Si sumáramos estas importaciones a las otras,
podríamos decir que más o menos 81% de las compras nacionales en el extranjero
son gastos inflexibles del crecimiento, es decir, gastos que no
es posible recortar si al mismo tiempo se desea mantener o mejorar el ritmo de
la expansión económica.
Esta es la
razón por la que hasta ahora el gobierno no procuró tales recortes, pese a la
necesidad de adaptar el nivel de las importaciones al hecho negativo que
representó la caída de los ingresos de divisas por exportaciones desde 2015, el
año en que comenzó la caída de los precios internacionales de las materias
primas.
En el programa
que presentó para las elecciones del 20 de octubre, Morales reconoce que el
«proceso de cambio» que dirige se ve desafiado por las turbulencias económicas
internacionales actuales, en particular por la caída de los precios de las
materias primas, y propone medidas que incrementen los ingresos de divisas,
como la expansión del turismo y las exportaciones de electricidad, y otras que
eviten la salida de divisas, como la «sustitución de importaciones» por parte
de empresas estatales. Sin embargo, no está claro cómo se ejecutarían estas
ideas con la premura necesaria para evitar una crisis. En principio, si el
nuevo gobierno boliviano no tomara ninguna medida, las reservas se reducirían a
un nivel peligroso para su papel de respaldo financiero en unos tres años, más
o menos. En tal caso, antes podría ocurrir un ataque especulativo que las
agotara, generado por la psicología del «escape hacia el dólar» ... Pero es muy
improbable que el gobierno no haga nada mientras ve cómo las reservas se
consumen.
Le quedan
varios recursos por emplear antes de que la situación se descontrole: puede
obtener divisas aumentando el endeudamiento externo del país, que todavía es
bajo (28% del PIB), lo que parece lo más probable, y también puede tener suerte
y encontrar más gas con alguno de los proyectos de exploración que están en
marcha y aumentar con ello sus ingresos. Estas soluciones, sin embargo, para
ser tales, dependen críticamente del tiempo que demande su ejecución frente al
tiempo de conservación de un nivel adecuado de reservas internacionales.
1. Pablo Ortiz:
«Casi la mitad de las personas aprueba la gestión de Morales» en El Deber,
23/7/2019.
2. Fundación
Milenio: Informe de Milenio sobre la economía 2019, Fundación Milenio /
Fundación Pazos Kanki, La Paz, 2019.
3. Ibíd.
4. P. Ortiz:
ob. cit.
5. Germán
Molina: «¿En qué se gastó el dinero de la bonanza?», Fundación Pazos Kanki, La
Paz, 2019 (inédito).
6. Luis Arce
Catacora: Modelo Económico Social Comunitario Productivo Boliviano (MESCP),
Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, La Paz, 2015.
7. Ibíd.
8. Ministerio
de Comunicación: «Mensaje presidencial. Informe 12 años de gestión, 22 de enero
de 2018», separata de prensa, La Paz, 1/2018.
9. F. Molina:
«La mala salud de hierro de Bolivia» en El País, 16/12/2018.
10. L. Arce
Catacora: ob. cit.
11. L. Arce
Catacora: ob. cit.
12. Gover
Barja, Bernardo X. Fernández y David Zavaleta: Disminución de precios de los
commodities y fuga de capitales en un contexto de «enfermedad holandesa» y
«bendición/maldición de los recursos naturales»: El caso Bolivia, Universidad
Católica Boliviana, La Paz, 2016.
13. Instituto
Nacional de Estadística (INE): Resumen estadístico 1/2019.
14. Fundación
Milenio: ob. cit.
15. Ibíd.
Crisis de Iraq (III): ‘Big Oil’ contra China
Nazanin Armanian
www.publico.es
/ 251119
Continúan las protestas de los ciudadanos
iraquíes contra la
teocracia corrupta e inepta que les gobierna: ¿cómo puede ser que
millones de personas vivan en la pobreza absoluta, sin agua potable,
electricidad y en chabolas, mientras caminan sobre un mar de oro negro que,
entre los años 2003 y 2018, le reportó a las arcas públicas unos ingresos de
850.000 millones de dólares? ¿Qué ha pasado con la segunda reserva de petróleo
del mundo después de que EEUU y sus aliados invadieran y ocupasen el país,
basándose en siete
mentiras para conseguir diez objetivos?
La crisis política de Iraq, además de una dimensión
interna y regional, también tiene otra internacional: la batalla por
el control de sus cerca de 112.000 millones de barriles de petróleo: 16 años
después de 2003, es China, que no EEUU, el primer país en importar el crudo
iraquí.
Las dificultades de las Big Oil
EEUU no ha conseguido desnacionalizar la
industria petrolífera iraquí, que en 1972 se convirtió en propiedad del Estado.
Las Big Oil –grandes compañías privadas que controlan cerca del 15% de
la producción del mercado mundial, como BP, Shell, ExxonMobil y Chevron– luchan
para que The Really Big Oil, que son los gobiernos de los países
productores (la mayoría organizados en la OPEP), dueños del 85% de este
recurso, privaticen la industria. Washington ha conseguido que Arabia Saudí
subastara en la bolsa aquella parte de su petróleo que pertenecía a la nación:
en realidad Standard Oil de California y la compañía petrolera de Texas fueron
las que fundaron Aramco (acrónimo de ARabian AMerican Oil Company) en 1933 para
explotar sus reservas. En caso de Iraq, su régimen, aunque quisiera, no puede
ignorar la fuerza, la memoria y la herencia del movimiento de nacionalismo
árabe que gobernó el país durante décadas.
En la subasta convocada en abril de 2018,
ningún integrante de Big Oil ganó la licitación y algunas como Exxon,
Total, las rusas Zarubezhneft y Lukoil, ni siquiera participaron en ella,
quizás para poder alcanzar acuerdos en secreto con los mandatarios corruptos
iraquíes. De modo que Iraq otorgó tres bloques de petróleo a Crescent
Petroleum, con sede en Emiratos Árabes Unidos, dos a Geo-Jade de China y uno a
United Energy Group, con sede en Hong Kong, excluyendo a la italiana Eni y la
francesa Total de sus concesiones. Dos bloques ubicados en la frontera con Irán
no consiguieron ofertas, tanto por los explosivos en su subsuelo, recuerdos de
la guerra irano-iraquí (1980-1988), como por temor a sufrir castigos por EEUU
por saltarse las sanciones impuestas contra Irán.
+ La preocupación por la seguridad,
la inestabilidad política y la división en la coalición gobernante puede
interrumpir, en cualquier momento, la producción y el suministro del petróleo
iraquí.
+ Los conflictos entre Bagdad y la Región
Autónoma Kurda (RAK) que alberga cerca del 40% del petróleo iraquí y
actualmente está exportando medio millón de barriles por día (bpd) a espaldas
del gobierno central.
+ La frágil situación de seguridad de
país. Decenas de grupos armados, algunos autónomos, siguen controlando los
campos de petróleo y sus rutas de transporte.
+ La rebelión popular está teniendo lugar
en el puerto de Basora, el centro de la industria petrolera del país, desde
donde además Iraq envía el 90% de sus exportaciones del petróleo, unos 3,5
millones de bpd.
+ Infraestructura dañada y obsoleta, como
las refinerías, los oleoductos y las instalaciones deficientes del puerto de
Basora, que imposibilitan el cumplimiento del objetivo de Iraq de exportar 9
millones de bpd en 2020.
+ Falta de agua, necesaria para inyectar a
los yacimientos de petróleo, a causa de la sequía y la mala gestión. La
necesidad de este líquido puede provocar un conflicto con Turquía y también con
Irán, países que comparten importantes ríos con los iraquíes. A Teherán no le
interesa un aumento en la producción iraquí, no sólo porque hará caer los
precios, sino también porque ocuparía sus tradicionales mercados.
China,
en Iraq
Tres semanas antes del inicio de las
protestas del uno de octubre, el primer ministro iraquí Adel Abdul-Mahdi visitó
China acompañado por una delegación de 55 miembros, para convertir al país en
el primero de la región en firmar un preacuerdo con Beijín para integrarse en
el megaproyecto de la Ruta de la Seda.
China, que perdió sus inversiones en Sudán
del Sur, la República Democrática del Congo, Zimbabwe, o Libia –de donde tuvo
que evacuar a 35.000 trabajadores en la víspera del ataque de la OTAN–, y en
Irán por las sanciones impuestas por Trump, rompió el acuerdo para la compra
del petróleo iraní durante los próximos 25 años. Ahora China ha regresado a
Iraq, asumiendo los grandes riesgos que conlleva enfrentarse con EEUU y también
con Irán, el país cuyo régimen ha repetido que “si Trump no nos deja
exportar nuestro petróleo, nadie podrá hacerlo en el Golfo Pérsico”.
Iraq no es un país desconocido para China.
En los años ochenta, la compañía Petroleum Engineering and Construction
Corporation (CPECC), ya operaba en el país, aunque en los noventa tuvo que
marcharse debido a las sanciones
criminales impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU al pueblo
iraquí, ¡con el voto positivo de la propia China!
Tras regresar al país devastado en 2007
tuvo que buscar fórmulas para hacerse un lugar en lo que ya era una colonia de
EEUU, y un campo de batalla entre las potencias regionales.
Y vaya si lo consiguió: en 2008, la
Corporación Nacional del Petróleo de China (CNPC) fue la primera empresa
extranjera en conseguir un contrato petrolífero en Iraq: invirtió 2.101
millones de euros en el campo de Al-Ahdab que alberga unos 100 millones de
barriles. Desde 2014, China es el mayor inversor extranjero en Iraq, y ha
desplazado a la India como su principal socio comercial. Entonces, el comercio
bilateral superó los 30.000 millones de dólares, con el petróleo en el centro
de los negocios: China que importa el 70% de los 610 millones de toneladas del
crudo que consume, convirtió a Iraq en su cuarto suministrador detrás de Rusia,
Arabia Saudí y Angola. En Basora, y sólo el campo de “Machnún” (literalmente
“Loco”, por tener una “locura” de reserva: unos 38.000 millones de barriles),
China generaría entre ocho y nueve mil millones dólares de beneficio cada año.
Las
tácticas empleadas por China
*Perdonar el 80% de los 8.500 millones de
dólares de deuda que el régimen de Sadam Husein había contraído con Beijín.
*Unirse a la iniciativa de la ONU del
Pacto Internacional con Iraq, prometiendo una subvención de 6.5 millones de
dólares para gastos sociales, como la salud pública y educación.
*Integrarse en la Organización Estatal de
Comercialización de Petróleo de Iraq (OECPI) con el fin de proteger sus
gestiones por todo el país.
*Ofrecer unas condiciones más favorables
que las de sus competidores, aceptar unos términos fiscales más estrictos, y
renunciar a mayores ganancias a cambio de no perder este mercado.
*Cumplir con las leyes del gobierno
central, evitar la injerencia en sus asuntos internos y guiarse por el
principio del pragmatismo económico.
*Centrarse en las regiones menos
exploradas y más inestables, donde otras compañías no acuden.
*Comprar las adquisiciones de otras
compañías: Sinopec, que posee la tercera refinería más grande del mundo, compró
la multinacional ADDAX Petroleum, que operaba en la RAK.
*Establecer cooperación energética con
otras compañías, con el fin de aumentar sus posibilidades de ganar los
proyectos. Así, PetroChina se ha unido a Exxon para llevar adelante proyectos
de infraestructuras; CNPC se ha asociado con BP para desarrollar el campo
petrolero Rumaila, el más grande de Iraq con 17.000 millones de barriles; CNOOC
coopera con Turkish Petroleum Corporation (TPAO), con el fin de controlar el
67% de la participación del bloque petrolero de Missan.
*Ofrecerse como mediador en la disputa
entre Bagdad y la RAK por las zonas petrolíferas, y conseguir que la RAK
exportase 550.000 bpd de su región y de Kirkuk a través de la OECPI y a cambio,
Bagdad asignaría el 17% del presupuesto federal a los kurdos. El reparto de
esta riqueza sigue siendo un obstáculo para un acuerdo estable de reparto del
poder. ¿Quién debe controlar los ingresos, Bagdad o las regiones? El fracaso de la independencia kurda inclinó
la balanza, de forma provisional, en favor del centro.
*Poner en marcha la Iniciativa de la Ruta
de la Seda –una suerte de Plan Marshall– con grandes inversiones en la
infraestructura de Iraq.
*Proteger a sus cerca de 12.000
trabajadores de los atentados terroristas en campamentos fortificados. De
hecho, durante los ataques de Daesh, los chinos en Iraq no sufrieron ninguna
baja. Luego, Beijín donó 10 millones de dólares en ayuda humanitaria a los
damnificados de este grupo terrorista, aunque lo más seguro es que no les hayan
llegado.
Ante la imposibilidad de que los señores
feudales islamistas gobernantes repartan la riqueza entre los ciudadanos
empobrecidos, y el inevitable choque entre los intereses de la teocracia de
Irán en Iraq con el imperialismo estadounidense, -quien ya ha abandonado al
gobierno de Bagdad-, parece inevitable la deriva de Iraq hacia el caos para
convertirse en otro estado fallido, arrastrado a China.
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