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SÖREN KIERKEGAARD: LA ELECCIÓN COMO FUNDAMENTO EN EL EXISTENCIALISMO MODERNO…

 



Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com       
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748            
Google Académico:
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Resumen

El presente ensayo analiza el pensamiento del filósofo y teólogo danés Sören Kierkegaard, considerado el precursor del existencialismo moderno. Se examina su oposición al sistema filosófico de Hegel, su énfasis en la elección individual y su compromiso con la ética cristiana. Asimismo, se destaca la relevancia de sus ideas para los hombres y mujeres del siglo XXI, en un contexto donde la autenticidad y la responsabilidad personal se tornan esenciales para vivir con sentido.

Palabras claves: Kierkegaard, existencialismo, ética, elección, subjetividad.

Abstract

This essay analyzes the thought of Danish philosopher and theologian Sören Kierkegaard, considered the precursor of modern existentialism. It examines his opposition to Hegel’s system, his emphasis on individual choice, and his commitment to Christian ethics. The paper also highlights the relevance of his ideas for 21st-century men and women, emphasizing authenticity and personal responsibility as essential components of a meaningful life.

Keywords: Kierkegaard, existentialism, ethics, choice, subjectivity.

Introducción.

El filósofo y teólogo danés Sören Kierkegaard (1813–1855) es considerado una de las figuras más influyentes de la filosofía moderna y el precursor del existencialismo.

Su pensamiento se desarrolló en oposición al racionalismo sistemático de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, cuya filosofía pretendía ofrecer una explicación total y universal del mundo. Frente a esta pretensión, Kierkegaard defendió la subjetividad individual, la libertad y la responsabilidad personal como elementos esenciales de la existencia humana (Kierkegaard, 1843/1987).3

El rechazo al sistema hegeliano

Kierkegaard consideró que el sistema hegeliano reducía al ser humano a una pieza dentro de una totalidad racional abstracta. Para él, el intento de Hegel de explicar toda la realidad mediante un sistema lógico y universal eliminaba lo más esencial del ser humano: su existencia concreta, su angustia y su capacidad de decidir. Kierkegaard sostuvo que la verdad no puede reducirse a un conjunto de proposiciones objetivas, sino que está íntimamente ligada a la experiencia subjetiva de cada individuo (Evans, 2009).1

Kierkegaard veía en el sistema hegeliano un peligroso espejismo: la promesa de una explicación total de la realidad mediante categorías lógicas universales. En su perspectiva, esta pretensión llevaba inevitablemente a cosificar al individuo, convirtiéndolo en un engranaje subordinado a la totalidad del Espíritu absoluto.

La existencia concreta, con sus paradojas, sufrimientos y decisiones irreductibles, quedaba disuelta en una visión abstracta que priorizaba el todo sobre la parte. Para Kierkegaard, tal movimiento representaba una forma de "violencia intelectual", pues imponía al hombre la obligación de ajustarse a una lógica que no daba cuenta de su experiencia vital más íntima.

En contraposición, Kierkegaard defendía que lo esencial de la vida humana no podía capturarse en un esquema lógico. La angustia, el pecado, la fe y el salto existencial no eran meros momentos de un proceso dialéctico mayor, sino experiencias decisivas que revelaban la vulnerabilidad y la grandeza del individuo.

El sistema hegeliano, al subsumir todo en el devenir racional del Espíritu, eliminaba la tensión entre finitud e infinitud que, para Kierkegaard, definía la condición humana. De ahí que insistiera en que la verdad es "subjetividad": no un dato objetivo verificable, sino la manera en que cada persona se relaciona apasionadamente con lo eterno y lo absoluto.

Este rechazo también tenía un trasfondo ético y religioso. Kierkegaard veía en el sistema de Hegel una forma de “cristianismo especulativo” que neutralizaba la radicalidad de la fe. Si el cristianismo se reducía a una etapa de la autoconciencia del Espíritu, se perdía el escándalo de la encarnación y la exigencia de la fe individual.

Para Kierkegaard, creer en Cristo no era asentir a una tesis universal, sino un salto existencial cargado de riesgo, pasión y decisión personal. De esta manera, su crítica al sistema hegeliano no era meramente filosófica, sino una defensa de la singularidad irrepetible de cada ser humano frente a los intentos de reducirlo a una categoría dentro de una totalidad abstracta.

La ética de la elección

En su obra Uno o lo otro (Enten-Eller, 1843),3 Kierkegaard presentó la vida como una serie de etapas o modos de existencia: el estético, el ético y el religioso.

En la etapa estética, el individuo busca placer y evita el compromiso; en la ética, asume la responsabilidad moral; y en la religiosa, da el salto de fe hacia Dios.

El eje que articula estas etapas es el acto de elegir. Para Kierkegaard, la elección no es un simple ejercicio de preferencia racional, sino un acto existencial que define quién es el individuo (Kierkegaard, 1843/1987).3

Subraya que la elección es mucho más que un proceso racional de cálculo entre opciones; es el momento en que el individuo se apropia de su existencia. Al elegir, no se define únicamente un curso de acción externo, sino que se configura la identidad misma del sujeto.

Por eso, la elección no puede reducirse a una cuestión de conveniencia o de preferencia, pues implica comprometerse con una forma de vida y asumir la responsabilidad que de ella se deriva. En este sentido, la libertad no se experimenta en la mera multiplicidad de posibilidades, sino en la decisión concreta que da forma a la vida del individuo.

La etapa ética, en particular, encarna esta idea, porque supone pasar del goce inmediato al reconocimiento de la propia responsabilidad. Mientras que el esteta se pierde en la dispersión de lo efímero, el hombre ético se enfrenta al peso de la elección como un deber hacia sí mismo y hacia los demás.

La elección ética introduce la continuidad en la existencia, pues al decidir el individuo establece un vínculo con la historia de su propia vida, asumiendo la carga de la coherencia y de la fidelidad a su compromiso. Este paso representa, para Kierkegaard, el ingreso a la auténtica seriedad de la existencia.

Sin embargo, Kierkegaard no se detiene en lo ético, sino que ve en la elección su apertura hacia lo religioso. La ética, aunque más elevada que la estética, todavía puede caer en la desesperación si se absolutiza en la moralidad humana.

El acto de elegir se convierte en camino hacia lo religioso cuando el individuo reconoce sus propios límites y decide confiar en Dios mediante el salto de fe. En este nivel, la elección no es solo un acto de autonomía, sino también de entrega radical a lo absoluto.

Así, la ética de la elección en Kierkegaard se entiende como un itinerario existencial que conduce desde la libertad de decidir, pasando por la responsabilidad ética, hasta la relación íntima y personal con lo divino.

La fe y la subjetividad religiosa

La elección definitiva de Kierkegaard fue someterse a la ética cristiana. En su pensamiento, la relación con Dios es el punto más alto de la existencia humana. No puede ser comprendida mediante la razón objetiva, sino solo mediante un salto de fe, un acto de entrega que desafía la lógica humana. En obras como Temor y temblor (1843), Kierkegaard analizó el ejemplo de Abraham, quien, al estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, encarnó la paradoja de la fe (Kierkegaard, 1843/1985).2

La fe no es una adhesión intelectual a un conjunto de doctrinas, sino un acto existencial radical que involucra toda la subjetividad del individuo. En contraposición al racionalismo de su tiempo, sostuvo que lo esencial de la fe es su carácter paradójico: se trata de creer contra la evidencia, de confiar en lo absurdo desde la perspectiva de la razón.

En este sentido, la fe no se puede enseñar ni demostrar, porque no responde a categorías universales ni a pruebas objetivas; es una experiencia singular que cada persona debe vivir en la soledad de su relación con Dios.

El relato de Abraham, desarrollado en Temor y temblor, ilustra este carácter paradójico y subjetivo de la fe. Abraham es presentado como el “caballero de la fe”, porque estuvo dispuesto a obedecer el mandato divino de sacrificar a su hijo Isaac, aun cuando esa exigencia contradecía tanto la razón como la ética universal.

Kierkegaard resalta aquí la tensión entre lo ético y lo religioso: mientras la ética se orienta hacia lo general y lo universal, la fe introduce una relación absoluta con lo absoluto, en la cual el individuo se sitúa por encima de toda mediación social o moral.

Este salto de fe es, para Kierkegaard, la culminación de la existencia, porque implica una entrega total de sí mismo a Dios. No es un acto irracional en el sentido de caótico, sino trans-racional: va más allá de lo que la razón puede comprender.

En la fe, el individuo encuentra la auténtica libertad, no en la autonomía autosuficiente, sino en la dependencia confiada hacia lo divino. De este modo, la subjetividad religiosa no es una huida del mundo, sino la única forma de vivir plenamente en él, al reconocer que la verdad última de la existencia no está en los sistemas filosóficos ni en los códigos éticos universales, sino en la relación personal e intransferible con Dios.

Proyección en el pensamiento contemporáneo

El énfasis de Kierkegaard en la elección y la subjetividad influyó en diversos pensadores del siglo XX, entre ellos Jean-Paul Sartre, Martin Heidegger y Karl Jaspers, quienes desarrollaron el existencialismo desde perspectivas tanto religiosas como ateas. Su idea de que el ser humano se define por sus decisiones transformó la filosofía moderna al situar la libertad y la responsabilidad como ejes de la existencia (MacIntyre, 2009).6

La influencia de Kierkegaard se hace visible, en primer lugar, en la filosofía existencialista atea de Jean-Paul Sartre. Aunque Sartre rechaza la dimensión religiosa, retoma la idea kierkegaardiana de que el ser humano no posee una esencia fija, sino que se constituye a través de sus elecciones.

En su famosa fórmula “la existencia precede a la esencia”, Sartre reformula el núcleo de la propuesta de Kierkegaard, enfatizando que cada individuo es responsable de su proyecto vital. De este modo, la categoría kierkegaardiana de la elección se convierte en un pilar para pensar la libertad radical y el peso de la responsabilidad en un mundo sin Dios.

Martin Heidegger, por su parte, encuentra en Kierkegaard un precursor en el análisis de la angustia. Para Heidegger, la angustia revela la nada y confronta al ser humano con la finitud de su existencia, despojándolo de seguridades cotidianas.

Aunque Kierkegaard interpreta la angustia en clave religiosa —como el vértigo de la libertad y la posibilidad del pecado—, Heidegger la concibe como una experiencia ontológica fundamental que revela el ser-ahí (Dasein). En ambos casos, sin embargo, la angustia se convierte en una experiencia privilegiada que abre al individuo a la comprensión más auténtica de su ser.

Por otro lado, Karl Jaspers también reconoció la deuda con Kierkegaard al desarrollar su filosofía de la existencia. Al igual que el danés, Jaspers insiste en que la verdad no se alcanza en fórmulas objetivas, sino en el enfrentamiento personal con las “situaciones límite” —el sufrimiento, la muerte, la lucha—, que obligan al individuo a definirse.

La herencia de Kierkegaard, por tanto, no quedó circunscrita al cristianismo, sino que se proyectó hacia corrientes seculares y pluralistas. Su insistencia en la subjetividad, la decisión y la fe como salto existencial abrió el camino a un estilo de filosofía centrado en la existencia concreta, anticipando debates contemporáneos sobre libertad, autenticidad y sentido.

Conclusiones prácticas para los hombres y mujeres del siglo XXI

En el siglo XXI, las enseñanzas de Kierkegaard invitan a reflexionar sobre el valor de la elección auténtica en medio de una sociedad saturada de información, modas e ideologías. Su llamado a la interioridad, a la responsabilidad individual y a la búsqueda de sentido conserva una profunda vigencia.

Cada persona, en su vida cotidiana, enfrenta decisiones que no pueden delegarse a sistemas, algoritmos ni mayorías. Elegir con conciencia, asumir la responsabilidad de los propios actos y vivir conforme a valores éticos o espirituales genuinos constituyen los caminos hacia una existencia plena.

En el contexto del siglo XXI, donde la hiperconectividad y el flujo incesante de información marcan el ritmo de la vida, la invitación de Kierkegaard a elegir de manera auténtica se vuelve particularmente urgente.

Muchas veces, las personas tienden a dejarse arrastrar por las tendencias, las redes sociales o las presiones de la opinión pública, confundiendo popularidad con verdad. Sin embargo, la enseñanza kierkegaardiana nos recuerda que la verdadera decisión ética no se reduce a seguir mayorías, sino a confrontar, en la soledad interior, el peso y el sentido de nuestras elecciones.

Solo desde esa interioridad es posible escapar del riesgo de vivir una vida prestada, definida por el “qué dirán” o por la búsqueda constante de validación externa.

Asimismo, Kierkegaard subraya que toda elección auténtica exige responsabilidad. En un mundo donde la automatización y los algoritmos parecen decidir por nosotros —desde lo que consumimos hasta lo que pensamos—, puede surgir la tentación de ceder la carga de decidir.

Sin embargo, delegar de forma acrítica equivale a renunciar a la libertad. El pensamiento kierkegaardiano nos interpela a asumir que cada acción, desde la más pequeña hasta la más trascendental, nos define y nos compromete con nuestro propio destino.

No se trata de una libertad abstracta, sino de una responsabilidad concreta: responder por las consecuencias de nuestras decisiones y aceptar que no elegir también es, en sí misma, una elección.

Finalmente, vivir según valores genuinos —éticos, espirituales o existenciales— es la condición para alcanzar una vida plena. Kierkegaard propone que el ser humano no se limita a sobrevivir o a integrarse en la masa, sino que está llamado a vivir con autenticidad, orientando su existencia hacia un sentido más profundo.

Esto no implica necesariamente adoptar una postura religiosa, aunque para él la fe era central, sino reconocer que la vida carece de plenitud si se reduce al consumo, la productividad o la apariencia.

Frente a la fugacidad de las modas y la superficialidad de lo inmediato, el desafío kierkegaardiano para hombres y mujeres de hoy consiste en cultivar una vida consciente, orientada por convicciones profundas y elecciones coherentes, que permitan habitar la libertad con dignidad y trascendencia.

Referencias bibliográficas

1. Evans, C. S. (2009). Kierkegaard: An introduction. Cambridge University Press.

2. Kierkegaard, S. (1985). Temor y temblor (A. Llinares, Trad.). Ediciones Orbis. (Trabajo original publicado en 1843)

3. Kierkegaard, S. (1987). Uno o lo otro (J. Cortés, Trad.). Alianza Editorial. (Trabajo original publicado en 1843)

4. Kierkegaard, S. (1992). Post-scriptum conclusivo no científico a las migajas filosóficas (J. M. Pérez, Trad.). Tecnos. (Trabajo original publicado en 1846)

5. Lippitt, J. (2003). Routledge philosophy guidebook to Kierkegaard and Fear and Trembling. Routledge.

6. MacIntyre, A. (2009). A short history of ethics: A history of moral philosophy from the Homeric age to the twentieth century. Routledge.