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JOHN STUART MILL: VIDA Y APORTES EN ÉTICA, LIBERTAD Y SOCIEDAD

 

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Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com
Orcid: www.orcid.org/0000-0003-2740-5748
Google Académico:
https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

Introducción

John Stuart Mill (1806–1873) es uno de los pensadores más influyentes de la filosofía moral y política moderna. Su articulación madura del utilitarismo, su defensa de las libertades civiles y de la autonomía individual, así como sus reflexiones sobre educación, democracia, igualdad de género y economía política, lo convierten en referente obligado para comprender la génesis y el desarrollo del liberalismo moderno. Aunque no fue un teólogo en sentido estricto, su obra dialoga críticamente con tradiciones religiosas y con la teología moral cristiana, tanto por contraste como por convergencias parciales en torno a la dignidad, la beneficencia y la vida en común.

El estudio de Mill es relevante por tres razones:

1. Clarifica los cimientos normativos del liberalismo contemporáneo (daño, autonomía, tolerancia).

2. Ofrece un marco comparativo para evaluar la moralidad cristiana y las teorías éticas rivales (deontologismo, virtud, contractualismo).

3. Provee herramientas analíticas para problemas actuales: libertad religiosa, pluralismo, educación cívica, ética del trabajo y políticas públicas orientadas al bienestar.

Objetivos de esta monografía

1. Exponer la biografía intelectual de Mill y su contexto histórico-filosófico.

2. Analizar sus principales aportes en ética y filosofía política (utilitarismo cualitativo, principio del daño, libertad de expresión, igualdad).

3. Evaluar, en diálogo con categorías teológicas cristianas, afirmaciones sobre santidad, moralidad, trabajo, educación, libertad religiosa, comunidad y autodisciplina.

4. Presentar argumentos, contraargumentos y ejemplos de aplicación.

5. Ofrecer conclusiones y proponer líneas de investigación futuras.

Marco teórico;

Sobre la revisión de la literatura podemos indicar:

Ediciones y obras primarias: Utilitarianism (1861), On Liberty (1859), Considerations on Representative Government (1861), The Subjection of Women (1869), A System of Logic (1843), Autobiography (1873), Essays on Religion (póstumo) [1–5]. (Mill, J. S. (1873).1; Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861/1863).3; (Mill, J. S. (1861).4; (Mill, J. S. (1869).5

Los Comentarios clásicos: Ryan (1974).6, Skorupski (1989).8, Crisp (1997).7, Gray (1996).10, Capaldi (2004).9, Brink (2013).11

Los Debates contemporáneos: sobre perfeccionismo liberal, paternalismo, felicidad y bienestar, pluralismo de valores, libertad religiosa y secularización (Nussbaum).15, (Sen).13, (Ten).12, (Quong).17

El Diálogo con tradición cristiana: análisis comparados con Agustín, Tomás de Aquino, y ética de la virtud (MacIntyre).18, así como teología pública (Hauerwas).22, (Novak).23

Definición de conceptos claves:

Cristianismo: tradición religiosa centrada en la fe en Jesucristo, con contenidos doctrinales y morales que, en su vertiente clásica, articulan ley natural, virtud y gracia; en ética social moderna incluye dignidad humana, bien común y subsidiariedad [Agustín de Hipona).19; (Tomás de Aquino).20; (Catecismo de la Iglesia Católica).21

Moralidad: conjunto de normas, virtudes y fines que orientan la acción; en Mill, se fundamenta en el principio de utilidad, entendido como maximización del bienestar general con consideración cualitativa de placeres (Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861/1863),3; (Crisp, R. (1997),7.

Teorías éticas: utilitarismo (consecuencialista), deontologismo (kantiano), ética de la virtud (aristotélica-tomista), contractualismo (Rawls, Scanlon).

Principio del daño: única razón legítima para coaccionar a alguien es prevenir daño a terceros, no su propio bien moral o físico si es adulto competente (Mill, J. S. (1859).2

Libertad religiosa: inmunidad de coacción en materia de conciencia, culto y asociación religiosa; en perspectiva liberal, protegida por la libertad de conciencia y de expresión (Laborde, C. (2017).16

El Contexto histórico y filosófico

Formado por James Mill y el círculo benthamita, John Stuart reacciona a la austeridad del utilitarismo cuantitativo de Bentham incorporando elementos de perfeccionismo y educación sentimental (influencia de Coleridge, Wordsworth y Harriet Taylor).

La Inglaterra victoriana vivió expansiones industriales, reformas parlamentarias, debates sobre sufragio, secularización y tolerancia religiosa. Mill, parlamentario y funcionario de la East India Company, escribe desde este crisol social y político, impulsando el liberalismo progresista Cf. (Mill, J. S. (1873).1; (Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861/1863).3; (Mill, J. S. (1861).4; (Mill, J. S. (1869).5; (Ryan, A. (1974).6; (Crisp, R. (1997).7; (Skorupski, J. (1989); 8; (Capaldi, N. (2004).9

Desarrollo

Sobre las teorías éticas relevantes (obra “humana” de Mill)

El Utilitarismo cualitativo: distingue placeres superiores (intelectuales, morales, estéticos) e inferiores, priorizando los primeros por la prueba del “juez competente” (Mill, J. S. (1861/1863).3

Esto corrige el hedonismo plano de Bentham y aproxima la teoría a una concepción del florecimiento humano.  John Stuart Mill desarrolla en su concepción del utilitarismo cualitativo una crítica a la visión meramente cuantitativa de Jeremy Bentham, al sostener que no todos los placeres son moralmente equivalentes.

Para Mill, los placeres intelectuales, estéticos y morales poseen un valor superior frente a los puramente sensoriales, ya que contribuyen de manera más significativa al perfeccionamiento de las facultades humanas.

La noción del “juez competente” cumple aquí una función central: quienes han experimentado tanto placeres superiores como inferiores tienden a reconocer la excelencia de los primeros, aun cuando supongan más exigencia o menos inmediatez en su disfrute.

Con ello, Mill introduce un criterio normativo que reorienta la utilidad desde la mera acumulación de sensaciones hacia la promoción de bienes cualitativamente más valiosos.

Este matiz supone una transformación relevante en la tradición utilitarista, pues acerca la teoría a una concepción del florecimiento humano o eudaimonía.

La felicidad no se entiende únicamente como un estado subjetivo de placer, sino como el resultado del desarrollo integral de las capacidades racionales, éticas y culturales de la persona.

Así, la utilidad no se limita a calcular intensidades o duraciones, sino que incorpora la pregunta sobre qué tipos de experiencias favorecen un crecimiento más pleno y auténtico.

En consecuencia, el utilitarismo de Mill puede considerarse un puente entre el hedonismo clásico y una visión más compleja de la vida buena, en la que la calidad de los fines perseguidos adquiere una primacía decisiva.

Regla y acto: aunque redacta en clave de acto, Mill acepta que reglas estables maximizan utilidad a largo plazo, acercándose a un “utilitarismo de reglas” pragmático [7,11]. Cf. (Crisp, R. (1997).7; (Brink, D. O. (2013).11

Aunque John Stuart Mill redacta su teoría en términos principalmente de utilitarismo de acto, es decir, evaluando cada acción por su capacidad de maximizar la felicidad, también reconoce que en la práctica las personas requieren de reglas generales que guíen la conducta.

Mill sostiene que dichas normas no son absolutas, sino que encuentran su justificación en la medida en que contribuyen a la utilidad general en el largo plazo.

En este sentido, reglas estables —como la veracidad, la justicia o el respeto a los compromisos— facilitan la cooperación social, otorgan previsibilidad a las interacciones y evitan los costos de calcular caso por caso.

Esta dimensión pragmática permite que la moralidad cotidiana se apoye en principios estables que maximizan la utilidad global de una comunidad organizada.

De esta manera, Mill se acerca a lo que posteriormente se denominaría utilitarismo de reglas, sin abandonar su enfoque actocéntrico original.

La introducción de normas generales no implica un formalismo rígido, sino un recurso práctico para orientar la conducta hacia fines que, al repetirse en el tiempo, generan un mayor saldo de bienestar que el cálculo aislado de cada acción. Así, su propuesta representa un equilibrio entre la flexibilidad del acto particular y la necesidad de criterios normativos estables que aseguren confianza social y justicia.

En palabras de intérpretes como Crisp (1997).7 y Brink (2013).11, Mill no formula un utilitarismo de reglas en sentido estricto, pero sí un híbrido pragmático, en el que la estabilidad normativa opera como una estrategia para asegurar la máxima utilidad en el horizonte colectivo y duradero.

Bienestar y carácter: enfatiza que la educación moral y el cultivo del carácter son condiciones para que la libertad produzca bienestar social, integrando dimensiones cualitativas del bien Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861/1863).3; (Mill, J. S. (1861).4; (Capaldi, N. (2004).9

John Stuart Mill subraya que la consecución del bienestar social no depende exclusivamente de la libertad entendida como ausencia de coerción, sino también del cultivo del carácter individual.

En On Liberty (1859).2 y Utilitarianism (1861/1863).3, Mill sostiene que la libertad solo puede generar efectos positivos en la comunidad si los individuos desarrollan virtudes como la responsabilidad, la prudencia y la empatía.

La formación del carácter mediante la educación moral se convierte, así, en un requisito para que la autonomía personal se oriente al bien común. De lo contrario, la libertad podría degenerar en mero egoísmo o indulgencia, produciendo consecuencias contrarias a la felicidad colectiva.

En este sentido, Mill integra en su ética utilitarista dimensiones cualitativas del bien, pues el progreso humano no se mide únicamente en términos de satisfacción inmediata, sino también en la capacidad de los ciudadanos de vivir conforme a principios racionales y morales.

El carácter, una vez cultivado, permite que los individuos hagan un uso constructivo de su libertad, generando beneficios duraderos para la sociedad en su conjunto.

Como señala Capaldi (2004).9, esta síntesis entre autonomía y educación moral convierte a Mill en un pensador que trasciende el utilitarismo clásico, al reconocer que el florecimiento humano exige tanto estructuras de libertad como la formación ética necesaria para que esa libertad produzca auténtico bienestar.

Argumentos:

Flexibilidad y orientación al bien común: permite evaluar políticas por resultados agregados y justificar reformas inclusivas.

Contraargumentos:

Agregación y derechos: riesgo de sacrificar derechos individuales por ganancias agregadas (respuesta de Mill: derechos como reglas que maximizan utilidad sostenida) Cf. (Crisp, R. (1997).7; (Gray, J. (1996).10

Inconmensurabilidad: cuestionamiento a comparar placeres cualitativos (respuesta: competencia informada de jueces cualificados) Cf. (Mill, J. S. (1861/1863).3; (Skorupski, J. (1989).8

Ejemplo:

Libertad de expresión frente a discurso impopular: permitirlo promueve verdad y autocorrección social; sólo restringir cuando hay daño inminente identificable (p. ej., incitación directa a violencia) Cf. (Mill, J. S. (1859).2

Su Énfasis en la santidad y la moralidad

Mill no adopta el lenguaje de “santidad” en sentido teológico; sin embargo, su ideal moral valora la auto cultivación de las facultades superiores, la veracidad y la benevolencia.

A diferencia de la santidad cristiana, que integra virtud teologal y gracia, Mill seculariza la excelencia moral como perfeccionamiento de la autonomía y de la simpatía social Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861/1863).3; (Mill, J. S. (1861).4; (MacIntyre, A. (1981/2007).18; (Agustín de Hipona. (398–400/1998).19; (Tomás de Aquino. (1265–1274/2001).20

Si bien John Stuart Mill no recurre al lenguaje teológico de la santidad, su propuesta ética resalta la importancia de la auto cultivación moral y el perfeccionamiento de las facultades superiores.

En obras como On Liberty (1859).2 y Utilitarianism (1861/1863).3, sostiene que la excelencia moral se manifiesta en virtudes seculares como la veracidad, la benevolencia y la autonomía racional.

Estas virtudes no dependen de la gracia divina ni de un orden trascendente, sino de la capacidad humana de desarrollar hábitos de pensamiento crítico y de simpatía hacia los demás.

En este marco, la “santidad” se seculariza como una forma de perfección ética alcanzable mediante la educación, la disciplina personal y el compromiso con el bien común.

Esta postura contrasta con la tradición cristiana, en la que la santidad integra tanto virtudes morales como virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y se fundamenta en la cooperación con la gracia.

En autores como Agustín de Hipona.19 o Tomás de Aquino.20, la perfección moral implica apertura a lo trascendente y participación en la vida divina. Mill, en cambio, redefine la excelencia moral en clave ilustrada y humanista, identificándola con la autonomía individual y la sensibilidad social.

Tal como observa MacIntyre (1981/2007).18, esta secularización transforma la moralidad en un proyecto de autorrealización ligado al bienestar colectivo, desligado de la dimensión religiosa, pero no por ello menos exigente en términos de virtud y responsabilidad.

Argumento: la santidad secular de Mill es inclusiva en sociedades plurales.

Contraargumento: puede carecer de una fuente trascendente de obligación y de motivación para sacrificios costosos; la ética cristiana apela a caridad y gracia como motivación robusta, Cf. (Agustín de Hipona. (398–400/1998).19; (Tomás de Aquino. (1265–1274/2001).20; (Catecismo de la Iglesia Católica. (1992).21

Caso: objeción de conciencia laica y religiosa convergen en prácticas de integridad moral, pero divergen en su fundamento último.

Sobre la Ética del trabajo y prosperidad

Mill defiende el trabajo como medio de autorrealización y cooperación social; cuestiona tanto el laissez-faire irrestricto como el paternalismo estatal. Aboga por asociaciones cooperativas, impuestos progresivos y límites a herencias desmedidas, buscando una prosperidad con equidad y desarrollo de capacidades Cf. (Mill, J. S. (1861).4; (Mill, J. S. (1869).5; (Mill, J. S. (1848/1871).14

John Stuart Mill concibe el trabajo no solo como un medio de subsistencia, sino como un espacio de autorrealización y desarrollo moral. En Principles of Political Economy (1848/1871).14 y en Considerations on Representative Government (1861),4 sostiene que la actividad laboral contribuye a la formación del carácter, fomenta la disciplina y fortalece el sentido de cooperación social.

Para Mill, una sociedad próspera no se define únicamente por el incremento de la riqueza material, sino por la capacidad de sus instituciones de distribuir las oportunidades de trabajo y de participación en la producción de forma justa.

En este marco, rechaza tanto el laissez-faire irrestricto, que tiende a concentrar el poder económico, como el paternalismo estatal, que anula la iniciativa y responsabilidad de los individuos.

Desde esta perspectiva, Mill propone medidas innovadoras para su tiempo, como el fomento de asociaciones cooperativas de producción, la implementación de impuestos progresivos y la limitación de las herencias excesivas, con el objetivo de evitar que la riqueza perpetúe desigualdades estructurales.

Estas políticas, lejos de inhibir la prosperidad, buscan asegurar que los beneficios del progreso económico se traduzcan en un desarrollo equilibrado de las capacidades individuales y colectivas.

Así, su visión de la prosperidad se vincula estrechamente con la equidad y el florecimiento humano: un orden económico justo no solo multiplica bienes materiales, sino que también potencia la libertad, la educación y la autonomía moral de los ciudadanos.

Argumento: la prosperidad es instrumental al florecimiento y a la libertad efectiva.

Contraargumento: tensiones entre eficiencia y equidad; posibles desincentivos. Mill responde con diseños institucionales que preserven iniciativa y mitiguen privilegios heredados [4,6,14].

Caso: cooperativas de productores como mecanismos para alinear incentivos y justicia.

Su Énfasis en la educación

La educación forma el carácter y eleva los placeres superiores, condición para que el principio del daño funcione en ciudadanía madura.

Mill favorece educación pública mínima que garantice igualdad de oportunidades, con pluralidad de proveedores y libertad de cátedra, y evalúa contenidos por su contribución a la autonomía y al juicio crítico Cf. ( Mill, J. S. (1861).4; (Mill, J. S. (1869).5; (Capaldi, N. (2004).9

Para John Stuart Mill, la educación es un instrumento central en la formación del carácter y en la elevación de los placeres superiores, pues solo a través de ella los individuos pueden desarrollar las facultades intelectuales y morales necesarias para el ejercicio responsable de la libertad.

En On Liberty (1859).2 y Considerations on Representative Government (1861).4, sostiene que una ciudadanía madura requiere no solo el reconocimiento de derechos, sino también la capacidad de ejercerlos con prudencia y en consideración al principio del daño.

La educación, al cultivar el juicio crítico y la autonomía, se convierte en la base de una sociedad capaz de sostener instituciones libres y justas. Sin ella, la libertad corre el riesgo de degenerar en libertinaje o en la manipulación por intereses dominantes.

En coherencia con este planteamiento, Mill defiende un modelo de educación pública mínima que garantice la igualdad de oportunidades, sin caer en un monopolio estatal de la enseñanza.

Favorece un esquema plural de proveedores —estatales, privados o comunitarios— bajo la condición de que todos aseguren estándares mínimos de calidad, especialmente en lo que respecta a la formación del carácter, el desarrollo de la autonomía y el fortalecimiento del pensamiento crítico.

Asimismo, subraya la importancia de la libertad de cátedra, de modo que el proceso educativo no se convierta en un mecanismo de adoctrinamiento, sino en un espacio de apertura intelectual.

Así, la educación en Mill no se limita a transmitir conocimientos, sino que actúa como garante del progreso moral y político, al preparar a los ciudadanos para participar de manera responsable en la vida democrática.

Debate: educación moral laica vs. educación confesional. Mill prioriza competencia de programas y derechos de conciencia, siempre que se impartan competencias cívicas comunes [2,16].

Caso: currículo cívico basado en razonamiento crítico y debate, compatible con diversidad religiosa.

Su Énfasis en la libertad religiosa

Para Mill, la libertad religiosa es un caso específico de libertad de conciencia y expresión. Defiende inmunidad frente a sanción civil por creencias, y rechaza la imposición de ortodoxias (estatales o eclesiales) salvo para prevenir daño a terceros. La esfera pública debe ser neutral en doctrinas comprehensivas, pero abierta al debate de todas ellas Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Laborde, C. (2017).16; (Quong, J. (2011).17

Para John Stuart Mill, la libertad religiosa constituye una aplicación específica de la libertad de conciencia y de expresión, expuesta en On Liberty (1859).2 Su planteamiento parte de la convicción de que las creencias, por más equivocadas o minoritarias que parezcan, deben quedar exentas de sanción civil, salvo cuando conduzcan a un daño real a terceros. Mill rechaza tanto la imposición de ortodoxias estatales como la presión de instituciones eclesiales que pretendan uniformar la vida espiritual de los ciudadanos.

Esta defensa de la inmunidad en materia de fe responde a su principio general de libertad individual: las convicciones religiosas forman parte del núcleo más íntimo de la autonomía, y su supresión no solo oprime a la persona, sino que empobrece la vida intelectual y moral de la comunidad.

Desde esta perspectiva, Mill sostiene que la esfera pública debe ser neutral respecto a las doctrinas comprehensivas, es decir, no debe privilegiar ni excluir ninguna cosmovisión religiosa o secular.

No obstante, esa neutralidad no significa silencio ni prohibición del debate: al contrario, Mill promueve que todas las creencias puedan ser discutidas abiertamente, bajo la confianza de que la confrontación de ideas fortalece la verdad y el juicio crítico.

Este planteamiento anticipa desarrollos posteriores en la filosofía política contemporánea, como el liberalismo de Laborde (2017).16 y Quong (2011).17, que reconocen la importancia de un espacio público donde diferentes visiones del bien coexistan en igualdad, siempre subordinadas a reglas básicas de justicia y convivencia pacífica.

Tensión: ofensas religiosas y blasfemia. Mill, privilegia la protección contra daño material o incitación, no contra ofensa moral, defendiendo un estándar robusto de libertad Cf. (Mill, J. S. (1859).2

Una de las tensiones más significativas en la propuesta de Mill aparece en torno a las ofensas religiosas y la blasfemia. Frente a quienes sostienen que la moralidad pública debe proteger a las religiones de expresiones irreverentes u ofensivas, Mill argumenta que solo cabe la restricción cuando se trate de daño material directo o de incitación a la violencia.

El mero hecho de herir sensibilidades o desafiar dogmas no justifica limitar la libertad de expresión, pues de hacerlo se abriría la puerta a censuras arbitrarias y al estancamiento del pensamiento.

De este modo, Mill establece un estándar particularmente robusto de libertad religiosa y de palabra, que privilegia la autonomía individual y el pluralismo como condiciones necesarias para el progreso moral e intelectual de las sociedades democráticas.

Su Ética comunitaria y autodisciplina

Aunque se le asocia al individualismo, Mill reconoce que las virtudes cívicas, la amistad y las asociaciones voluntarias sostienen la libertad.

La autodisciplina es requisito de la autonomía: sin hábitos de dominio de sí, la libertad degenera en servidumbre a impulsos y presiones sociales (“tiranía de la mayoría”) Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Capaldi, N. (2004).9; (Brink, D. O. (2013).11

Comparación con ética cristiana: convergencia en virtudes de templanza y caridad cívica; divergencia en el fin último (salvación y amor de Dios vs. bienestar humano) Cf. (Agustín de Hipona. (398–400/1998).19; (Tomás de Aquino. (1265–1274/2001).20; (Catecismo de la Iglesia Católica. (1992).21

Caso: temperancia y políticas sobre alcohol/drogas: Mill restringe la prohibición salvo por externalidades claras; propone educación y autorregulación. Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Crisp, R. (1997).7

La ética de Mill y la ética cristiana presentan una convergencia parcial en la valoración de virtudes como la templanza y la caridad cívica. Tanto en la tradición de Agustín de Hipona como en la de Tomás de Aquino, la templanza regula los deseos para mantener el orden del alma, mientras que la caridad se orienta al amor de Dios y al prójimo.

Mill, por su parte, entiende la templanza y la benevolencia como expresiones seculares de autocontrol y de simpatía social, fundamentales para la convivencia y el florecimiento humano. Sin embargo, la divergencia se manifiesta en el fin último: en la ética cristiana, la práctica de las virtudes se orienta hacia la salvación y la unión con Dios; en Mill, hacia el bienestar humano y la maximización de la felicidad en este mundo.

Así, aunque ambas tradiciones valoren prácticas semejantes, difieren en su horizonte teleológico y en la fuente última de normatividad.

Un ejemplo concreto de esta diferencia aparece en las políticas sobre alcohol y drogas. Desde la perspectiva cristiana, inspirada en la virtud de la templanza, su consumo puede considerarse moralmente reprobable en la medida en que degrada el cuerpo y aparta de Dios, lo cual justificaría medidas restrictivas más amplias.

Mill, en cambio, aplica su principio del daño: el consumo personal no debe prohibirse salvo que cause externalidades claras a terceros, como violencia, accidentes o deterioro de la vida comunitaria.

En lugar de coerción legal, Mill propone educación y autorregulación, confiando en la formación del carácter y la libertad responsable de los ciudadanos.

Este contraste ilustra cómo una misma virtud (templanza) se traduce en políticas distintas: en la ética cristiana, hacia la salvaguarda de la vida espiritual; en Mill, hacia la protección de la autonomía individual y la prevención de daños sociales objetivos.

Sobre su Influencia en la política y la democracia

En Considerations on Representative Government, Mill defiende un gobierno representativo con: libertad de prensa, sufragio ampliado (evolutivamente), representación proporcional, descentralización y administración meritocrática.

Abogó por derechos de las mujeres y por la limitación del colonialismo, aunque con ambivalencias históricas respecto a “pueblos no preparados” para el autogobierno (una de sus posiciones más criticadas). Cf. (Mill, J. S. (1861).4; (Mill, J. S. (1869).5; (Ryan, A. (1974).6; (Gray, J. (1996).10

En Considerations on Representative Government (1861),4 John Stuart Mill desarrolla una concepción de la democracia como un sistema destinado no solo a garantizar la protección de los derechos, sino también a fomentar la formación moral e intelectual de la ciudadanía.

Para ello, defiende instituciones clave como la libertad de prensa, el sufragio ampliado de forma gradual, la representación proporcional y la descentralización administrativa, con el fin de equilibrar participación y eficacia. Asimismo, insiste en que la administración pública debe regirse por criterios de meritocracia, evitando el clientelismo o la incompetencia en la gestión.

En conjunto, estas propuestas sitúan a Mill como un pionero en la articulación de un liberalismo democrático que busca armonizar la libertad individual con la estabilidad institucional.

No obstante, la influencia de Mill también está marcada por tensiones y ambivalencias. En The Subjection of Women (1869).5, defendió con fuerza la igualdad de derechos políticos para las mujeres, adelantándose a los movimientos feministas de su tiempo.

Del mismo modo, cuestionó los abusos del colonialismo, pero bajo la premisa —hoy fuertemente criticada— de que ciertos “pueblos no preparados” carecían de las condiciones para el autogobierno pleno, lo que justificaría, según él, una tutela temporal.

Esta contradicción refleja los límites históricos de su liberalismo, que, aunque innovador en la defensa de derechos y participación, permaneció atado a categorías evolucionistas propias del siglo XIX. Como señalan Ryan (1974).6 y Gray (1996).10, la relevancia de Mill radica tanto en sus aportes institucionales y normativos como en las tensiones que suscitan debates actuales sobre democracia, inclusión y justicia global.

Argumento: democracia como escuela de ciudadanía y como control del poder.

Contraargumento: riesgos de mayoritarismo y captura por intereses; Mill responde con pluralismo institucional, libertad de opinión y tutela de minorías. Cf. (Mill, J. S. (1859).2; (Mill, J. S. (1861).4

Caso: defensa del voto femenino y de la libertad de expresión como pilares de una democracia inclusiva Cf. (Mill, J. S. (1869).5

Algunas reflexiones, comparaciones y críticas

Sus Implicaciones

Un liberalismo con espesor moral: la libertad requiere cultivo del carácter, educación y capital social.

Política pública orientada a capacidades: educación, salud y participación como medios para activar placeres superiores y agencia.

Tolerancia fuerte: protección de disenso religioso y moral como motor de verdad y progreso.

Su Comparación de perspectivas

Con Kant: converge en respeto a la autonomía; diverge en la fundamentación (deber vs. utilidad). Kant preserva inviolabilidad de la persona; Mill intenta asegurarla vía reglas utilitarias estables. Cf. (Crisp, R. (1997).7; (Skorupski, J. (1989).8; (Capaldi, N. (2004).9; (Gray, J. (1996).10; (Brink, D. O. (2013).11

Con Aristóteles/Tomás: comparte interés por excelencia y formación del carácter; difiere en la teleología objetiva y la noción de bien común trascendente. Cf. (Agustín de Hipona. (398–400/1998).19; (Tomás de Aquino. (1265–1274/2001).20; (Catecismo de la Iglesia Católica. (1992).21

Con tradición cristiana: convergencias en dignidad, benevolencia y vida comunitaria; divergencias en gracia, santidad teologal y la primacía del amor a Dios como fin último. Cf. (MacIntyre, A. (1981/2007).18; (Agustín de Hipona. (398–400/1998).19; (Tomás de Aquino. (1265–1274/2001).20; (Catecismo de la Iglesia Católica. (1992).21

Con Rawls: Rawls critica el utilitarismo por permitir sacrificios de minorías; Mill responde con el principio del daño y derechos como “trumps” pragmáticos, pero la tensión permanece. Cf. (Gray, J. (1996).10; (Ten, C. L. (1980).12

Posibles críticas

Problema de la agregación: tensión entre utilidad total y justicia distributiva.

Paternalismo suave: ¿es coherente el antipaternalismo con intervenciones para “capacitar” a los ciudadanos?

Eurocentrismo y colonialismo: ambivalencias en su juicio sobre autodeterminación de pueblos colonizados. Cf. (Ryan, A. (1974).6; (Gray, J. (1996).10

Metafísica del valor: la jerarquía de placeres requiere criterios sustantivos que desafían el “neutralismo” liberal.

Conclusiones y hallazgos clave

1.    Mill reformula el utilitarismo al introducir cualidades del bienestar y centralidad de la libertad individual.

2.    Su proyecto une ética, política y educación: la libertad florece en sociedades que cultivan carácter, conocimiento y pluralismo.

3.    En diálogo con la moral cristiana, hay convergencias prácticas (benevolencia, templanza, comunidad) y divergencias fundacionales (fin último, trascendencia).

Reflexiones finales

John Stuart Mill sigue siendo un interlocutor fundamental para las democracias plurales contemporáneas, porque su ética y teoría política proporcionan principios claros para equilibrar libertad individual y bienestar colectivo.

El principio del daño, que limita la intervención estatal únicamente a situaciones donde los actos de un individuo puedan perjudicar a otros, constituye un marco normativo robusto para proteger la autonomía sin caer en paternalismos innecesarios.

De manera complementaria, la defensa del disenso y la pluralidad de opiniones garantiza que las sociedades no se estanquen en consensos dogmáticos, promoviendo un debate público que fortalece la deliberación y la toma de decisiones democráticas.

Asimismo, la apuesta de Mill por la educación cívica y el desarrollo del carácter es crucial para la sostenibilidad de la democracia. La libertad, por sí sola, no asegura sociedades justas ni ciudadanos responsables; se requiere formación moral, juicio crítico y capacidad de cooperación social.

Mill reconoce que la educación permite a los individuos ejercer sus derechos de manera informada, cultivar la autonomía y distinguir entre placeres y valores superiores, creando un entorno donde las libertades individuales se traducen en bienestar colectivo. En este sentido, su pensamiento resalta la interdependencia entre libertad, formación ética y participación política.

No obstante, las propuestas de Mill presentan limitaciones frente a los desafíos contemporáneos de la justicia y la diversidad. Su liberalismo requiere complementos de justicia distributiva más robusta, que aseguren igualdad efectiva de oportunidades y reduzcan desigualdades estructurales; así como mecanismos de reconocimiento intercultural, que respeten y valoren identidades y tradiciones diversas dentro de la esfera pública.

Sin estos ajustes, el principio del daño y la libertad de expresión, por más sólidos que sean, pueden resultar insuficientes para garantizar cohesión social y equidad en contextos plurales. Por ello, la relevancia de Mill no es absoluta ni definitiva, sino que constituye un punto de partida ético y político que sigue orientando debates sobre libertad, democracia y responsabilidad cívica en sociedades complejas.

Referencias bibliográficas

[1] Mill, J. S. (1873). Autobiography. London: Longmans, Green, Reader, and Dyer.

[2] Mill, J. S. (1859). On Liberty. London: John W. Parker and Son.

[3] Mill, J. S. (1861/1863). Utilitarianism. London: Parker, Son, and Bourn.

[4] Mill, J. S. (1861). Considerations on Representative Government. London: Parker, Son, and Bourn.

[5] Mill, J. S. (1869). The Subjection of Women. London: Longmans, Green, Reader, and Dyer.

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