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Entidades Religiosas de América Latina y el Caribe firmaron Zona de “Convivencia Interreligiosa América Latina y el Caribe”
Por: Alejandro Apablaza
ARGENTINA-
La pastora luterana Isdalia Ortega, representando al Consejo
Latinoamericano de Iglesias – CLAI, dijo en su intervención que próximo a
cumplir 40 años, el Consejo es un organismo ecuménico “que vino a Córdoba a
apoyar las iniciativas de convivencia, de paz entre todos los seres humanos y
en eso podemos hacer un trabajo significativo en nuestras Iglesias asociadas-
próximas a conmemorar los 500 años de la Reforma-, que nos ha permitido
encontrarnos cada a la vez mas con la iglesia Católica”.
Este acuerdo es
profético y de fraternidad sororal entre personas de distinta fe, pero en un
mismo espíritu de fortalecer la convivencia y proteger el pluralismo de la
región.
“Nos comprometemos
en nuestra próxima Asamblea el 2018, a compartir lo vivido y comenzar un trabajo
más unido con la fe abrahámicas, como así también con aquellas personas de
buena voluntad que comparten el mismo parecer”, dijo la pastora procedente de
Colombia.
La “Declaración
Córdoba” fue firmada junto a los representantes del Consejo Episcopal Latinoamericano,
el Congreso Judío Latinoamericano y la Organización Islámica para América
Latina y el Caribe.
Antes del acto, un grupo de manifestantes pidieron
justicia por Santiago Maldonado, aprovechando la presencia en Córdoba del
Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación Sr. Claudio
Avruj.
Superar la tradición, el gran conflicto de la iglesia en el Libro de los Hechos
Por Carlos Valle-
Todos los viajes tienen destinos secretos sobre los que el viajero nada sabe”. Martin BuberNunca he trabajado buscando premios. Hago tanto por recibir premios como por ir a la cárcel, pero no me consideren desagradecido hacia este honor; es sólo que ni premios ni cárcel podrán nunca apartarme del camino que me he trazado. Lech Walesa
La historia del viaje de Pablo a Roma vuelve a relatarla directamente el escritor de Hechos. Pablo, junto a un número no determinado de presos, es embarcado en una nave en Adramitio, un pequeño pueblo costero de Misia. Es sabido que, en aquellos tiempos, los barcos no cruzaban en forma directa el Mediterráneo. Aquellas embarcaciones debían evitar encontrarse con un mar que podía ser bravío, y era conveniente navegar cerca de los puertos. Pablo inicia su complejo viaje hacia Roma recibiendo un trato preferencial, lo que le permite llevar a un amigo llamado Aristarco, de quien no se da mayor información, y al redactor en esta etapa de Los Hechos.
El desarrollo de este viaje, en el que abordan varias naves y recorren un buen número de puertos, se destaca por algunos episodios a señalarse. El primero, ocurre en el puerto de Sido donde el centurión Julio, que comandaba la nave le permite a Pablo (27:3) visitar a sus amigos. Esto da a entender que, si bien Pablo era un prisionero como los otros que llevaba en la nave, el hecho de ser Pablo un ciudadano romano debe de haber influido en las gentilezas del centurión. Aunque es cierto que no se explicitan las razones del centurión para favorecer de esta manera a Pablo.
Posteriormente, ya en Mira, se embarcan en una nave alejandrina que se dirigía a Italia. Posiblemente una de aquellas naves que transportaban granos. El viaje empieza a ser azaroso a causa de los fuertes vientos, y con dificultad llegan a un lugar llamado Buenos Puertos. Allí quedan retenidos por un largo tiempo, porque las condiciones para la navegación no mejoraban. Ese es el momento en que interviene Pablo alertando sobre los peligros que los amenazan si continúan con la navegación, porque puede producir no solo perdida de cargamento sino de vidas humanas.
No tenemos información de que Pablo tuviera habilidades marítimas para hacer esas tajantes aseveraciones y cuestionar la decisión del piloto. Allí, el centurión no está de acuerdo con Pablo y quiere seguir los consejos del piloto y del dueño de la nave que, seguramente, tendría interés en preservar el cargamento y llegar pronto a Italia. Les parecía que era posible encarar el viaje, pero pronto se vieron enfrentados a un fuerte viento huracanado. Frente al peligro, arriaron las velas y quedaron a la deriva. Pasaban los días y la tormenta no cejaba, y “ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.” (27:20).
Nuevamente Pablo les recrimina que no lo hubiesen escuchado, y ahora deberán enfrentar “perjuicio y pérdida”. No obstante, no deja de animarlos y anunciarles que no habrá ninguna pérdida humana sino solo la nave. Ratifica sus dichos con la promesa que recibió del “ángel de Dios” que no debía temer, porque es necesario que comparezca ante César y así, tampoco les pasará nada a los demás porque él confía en Dios. Diciendo esto les indica que es necesario alcanzar alguna isla.
El desarrollo de este viaje, en el que abordan varias naves y recorren un buen número de puertos, se destaca por algunos episodios a señalarse. El primero, ocurre en el puerto de Sido donde el centurión Julio, que comandaba la nave le permite a Pablo (27:3) visitar a sus amigos. Esto da a entender que, si bien Pablo era un prisionero como los otros que llevaba en la nave, el hecho de ser Pablo un ciudadano romano debe de haber influido en las gentilezas del centurión. Aunque es cierto que no se explicitan las razones del centurión para favorecer de esta manera a Pablo.
Posteriormente, ya en Mira, se embarcan en una nave alejandrina que se dirigía a Italia. Posiblemente una de aquellas naves que transportaban granos. El viaje empieza a ser azaroso a causa de los fuertes vientos, y con dificultad llegan a un lugar llamado Buenos Puertos. Allí quedan retenidos por un largo tiempo, porque las condiciones para la navegación no mejoraban. Ese es el momento en que interviene Pablo alertando sobre los peligros que los amenazan si continúan con la navegación, porque puede producir no solo perdida de cargamento sino de vidas humanas.
No tenemos información de que Pablo tuviera habilidades marítimas para hacer esas tajantes aseveraciones y cuestionar la decisión del piloto. Allí, el centurión no está de acuerdo con Pablo y quiere seguir los consejos del piloto y del dueño de la nave que, seguramente, tendría interés en preservar el cargamento y llegar pronto a Italia. Les parecía que era posible encarar el viaje, pero pronto se vieron enfrentados a un fuerte viento huracanado. Frente al peligro, arriaron las velas y quedaron a la deriva. Pasaban los días y la tormenta no cejaba, y “ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.” (27:20).
Nuevamente Pablo les recrimina que no lo hubiesen escuchado, y ahora deberán enfrentar “perjuicio y pérdida”. No obstante, no deja de animarlos y anunciarles que no habrá ninguna pérdida humana sino solo la nave. Ratifica sus dichos con la promesa que recibió del “ángel de Dios” que no debía temer, porque es necesario que comparezca ante César y así, tampoco les pasará nada a los demás porque él confía en Dios. Diciendo esto les indica que es necesario alcanzar alguna isla.
Aquí Pablo cambia lo que se había indicado como el propósito de su viaje. Ahora ya no reclama que, acepta ser enviado a Roma por ser ciudadano romano, sino que este viaje se ha tornado en una decisión divina, lo que garantiza su vida hasta llegar ante Cesar. Pablo había entendido que el pedido Dios era que testificara en Roma como lo había hecho en Jerusalén (23:11). Busca garantizar el anuncio del “ángel de Dios”, que ya le había indicado que no tuviera temor. Hay que destacar que, a pesar de esas afirmaciones, Hechos, como se verá, no indica que ese encuentro se hubiese llevado a cabo. El largo tiempo que se registra sobre su presencia en Roma no hace mención a ningún proceso que demostrara que se hubiese desarrollado el pedido de juicio que Pablo mismo había requerido.
La difícil travesía
La búsqueda de esa necesaria isla no es cosa fácil. Durante catorce días son “llevados a través de mar Adriático” (27:27) hasta que todo daba a entender que estaban cerca de alcanzar tierra, pero en una zona plena de escollos. Los marineros tratan de salvar sus vidas fingiendo que están ocupándose de las anclas, mientras al mismo tiempo buscan soltar los botes. Pablo alerta al centurión que es necesario que los marineros permanezcan en la nave, porque de otra manera todos perecerían. El centurión corta las sogas que sostienen al bote y lo deja perderse, evitando así el escape de los marineros.
Para Pablo, ahora ha llegado el tiempo para comer el pan que parte, lo que anima a alimentarse a todos los demás. Un gesto cargado de simbolismos que no se explicitan. Allí, nos enteramos el número exacto de las personas que iban en la nave: doscientos setenta y seis y, dada su situación precaria, solo les queda una decisión: echar el trigo al mar.
Cuando amanece buscan la mejor manera de llegar a tierra seca. Encallan la nave dejando que la proa quede inmóvil, mientras la popa se partía por la violencia del mar. En esta situación, los soldados acuerdan matar a los presos para que ninguno intente fugarse. La huida de presos podía acarrear fuertes penas para los soldados. Se recuerda el temor del carcelero de Filipos que intentó quitarse la vida porque creyó que los presos se habían escapado (Hechos 16:25-28). El centurión lo sabe y, además, está llevando a un preso, que debe preservar. Para evitar mayores complicaciones, impide que los soldados cumplan sus deseos, indicándoles que comiencen a nadar para ganar la orilla, o que lo hagan aferrándose a las tablas de la nave. De una u otra manera, todos se salvan y ponen sus pies en tierra seca.
Su paso por la isla de Malta
Han llegado a la isla de Malta Cap. 28), la que originalmente, había sido una colonia fenicia, muy importante como centro marítimo comercial. Allí, “los naturales” o “indígenas” los tratan muy bien. Encienden un fuego al que Pablo quiere añadir unos leños. Una víbora se sube a su mano y causa el espanto de la gente, porque creen que así se demuestra que se trata de un homicida que “la justicia no deja vivir”. Pero Pablo sacude su mano y arroja la víbora al fuego y nada le sucede. Ahora, la reacción es otra, pasan de considerarlo un homicida a pensar que se trata de un dios.
La difícil travesía
La búsqueda de esa necesaria isla no es cosa fácil. Durante catorce días son “llevados a través de mar Adriático” (27:27) hasta que todo daba a entender que estaban cerca de alcanzar tierra, pero en una zona plena de escollos. Los marineros tratan de salvar sus vidas fingiendo que están ocupándose de las anclas, mientras al mismo tiempo buscan soltar los botes. Pablo alerta al centurión que es necesario que los marineros permanezcan en la nave, porque de otra manera todos perecerían. El centurión corta las sogas que sostienen al bote y lo deja perderse, evitando así el escape de los marineros.
Para Pablo, ahora ha llegado el tiempo para comer el pan que parte, lo que anima a alimentarse a todos los demás. Un gesto cargado de simbolismos que no se explicitan. Allí, nos enteramos el número exacto de las personas que iban en la nave: doscientos setenta y seis y, dada su situación precaria, solo les queda una decisión: echar el trigo al mar.
Cuando amanece buscan la mejor manera de llegar a tierra seca. Encallan la nave dejando que la proa quede inmóvil, mientras la popa se partía por la violencia del mar. En esta situación, los soldados acuerdan matar a los presos para que ninguno intente fugarse. La huida de presos podía acarrear fuertes penas para los soldados. Se recuerda el temor del carcelero de Filipos que intentó quitarse la vida porque creyó que los presos se habían escapado (Hechos 16:25-28). El centurión lo sabe y, además, está llevando a un preso, que debe preservar. Para evitar mayores complicaciones, impide que los soldados cumplan sus deseos, indicándoles que comiencen a nadar para ganar la orilla, o que lo hagan aferrándose a las tablas de la nave. De una u otra manera, todos se salvan y ponen sus pies en tierra seca.
Su paso por la isla de Malta
Han llegado a la isla de Malta Cap. 28), la que originalmente, había sido una colonia fenicia, muy importante como centro marítimo comercial. Allí, “los naturales” o “indígenas” los tratan muy bien. Encienden un fuego al que Pablo quiere añadir unos leños. Una víbora se sube a su mano y causa el espanto de la gente, porque creen que así se demuestra que se trata de un homicida que “la justicia no deja vivir”. Pero Pablo sacude su mano y arroja la víbora al fuego y nada le sucede. Ahora, la reacción es otra, pasan de considerarlo un homicida a pensar que se trata de un dios.
Aun, aceptando que se trata del relato mítico, lo que sucede, ya sea porque se trate de un pueblo politeísta o simplemente supersticioso, este cambio radical de opinión se presenta en la vida de muchas comunidades sin que sean una u otra cosa. A veces, hechos reales, o la apariencia de ellos, generan opiniones que pueden favorecer o condenar personas. Lo que pasa en Malta no es muy lejano a lo que ocurre en la historia en general.
Uno de los principales del lugar, llamado Publio, por tres días, los recibe en su casa. Durante ese tiempo se menciona que Pablo curó al padre de Publio y a muchos otros que vinieron a verle. En agradecimiento, les ofrecieron todo lo necesario para emprender la continuación de su viaje. Se mencionan solo los tres días que los hospedó Publio, pero la permanencia en la isla fue por tres meses, hasta que zarparon en una nave de Alejandría que había estado allí durante todo el invierno, que llevaba por enseña a Cástor y Polux, los hijos de Zeus, que eran para los romanos los patrones de los marineros.
Pasan por Regio, bordeando el suroeste de Italia, para luego llegar a Poteoli, principal centro de importadores de cereales de Roma en la bahía de Nápoles. Allí encontraron a hermanos que les pidieron que se quedaran siete días con ellos y después partieron hacia Roma donde otros creyentes les dieron la bienvenida en el inicio de la importante Vía Apia, ya muy cerca de la gran ciudad.
Estando en Roma, nuevamente aparece en escena el centurión y los presos, los cuales son entregados al prefecto militar, salvo a Pablo, a quien se le permite vivir aparte custodiado por un soldado. No se sabe qué es lo que pasó con el centurión y los presos cuando arribaron a Malta. Todo da a entender que Pablo y sus acompañantes se movían con mucha libertad. Por otra parte, no hay mención de que hubieran intercambiado una palabra entre ellos, ni que Pablo hubiese intentado predicar a los presos. El relato está muy concentrado en destacar la acción prominente de Pablo en todo el trayecto de ese azaroso viaje.
Encuentro y desencuentro con los judíos
Pasado solo tres días de su permanencia en Roma, Pablo parece haberse recobrado de la travesía. Así, invita a una reunión con la participación de los principales de los judíos. Hechos hace un resumen de la presentación que ofreció Pablo, donde menciona no haber hecho nada contra el pueblo, “ni con las costumbres de nuestros padres”, y que fue puesto preso en Jerusalén en manos de los romanos. Los romanos no encontraban en él ninguna causa de muerte, y querían soltarlo, pero los judíos se oponían. No habiendo otra salida dice: “me vi obligado a apelar al Cesar” (28:19), pero eso no significa “que tenga que acusar a mi nación”. Entonces ¿por qué está en Roma? “por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena”.
La reacción de los judíos es llamativa. Primero, porque dicen no haber recibido ninguna carta de Jerusalén, nadie lo ha denunciado ni ha hablado mal de él. Sin embargo, ellos saben que sobre esa “secta” “en todas partes se habla contra ella.”(28:22) Lo que da a entender, que no están tan ajenos a lo que Pablo les cuenta. Después, acuerdan escucharán de Pablo todo lo que él quiera compartirles. Brevemente, se indica que les habla del Reino de Dios, buscando persuadirlos acerca de Jesús, “tanto por la ley de Moisés como por los profetas”. Pablo reitera aquí su interés por convencer a los judíos, al integrar su mensaje como una continuación y culminación de todo la historia de las promesas, que finalmente ha llegado a cumplirse.
Discuten durante todo un día, pero hay disensión entre ellos. Como no logran ponerse de acuerdo, Pablo tiene una fuerte reacción como si no pudiera aceptar que no reciban su mensaje, y les responde con la recriminación que Isaías le hace al pueblo por su ceguera, ya que por estar oscurecida su mente, no pueden entender. Pablo, de esta manera, quiere asentar que el rechazo que está recibiendo de los judíos de Roma, no es un rechazo a su persona sino a la propia tradición. Es a partir de allí, como un desafío, que les anuncia que ese mensaje que ellos rechazan, ahora será dirigido a los gentiles, y que ellos sí van a oír. Al escuchar estas palabras, los judíos dan por terminado su encuentro con Pablo.
Actividades de Pablo en Roma
“Recibía a todos los que a él venían” y predicaba el reino de Dios, abiertamente y sin impedimentos. Con estas palabras Hechos pone punto final a su relato, dejando muchas preguntas sin resolver, amén de dar una imagen un tanto confusa de todo lo relacionado con la situación y proceso de este ciudadano romano. Hechos ha compartido en detalle el itinerario hasta llegar a Roma. En el trayecto cuenta algunos sucesos que ponen color a la complicada travesía, porque se esperaba que la llegada y permanencia de Pablo en Roma iría a darle al narrador una oportunidad muy clara para ampliar con cierta minuciosidad lo que estaba compartiendo. Solo dice que Pablo seguía encarcelado en Roma, a pesar del trato preferencial que le habían otorgado. Pero, no se detiene siquiera a esbozar pasos que pudieran llevar a modificar o resolver esa situación.
No se sabe si finalmente Pablo llegó a estar frente al Cesar, o si se pensaba que el caso se resolvería o estaba en vías de serlo, sin llegar a esa instancia. El cierre del relato de Hechos es muy abrupto, Se pueden imaginar muchas posibles razones para trazar ese final, las que no se puedan constatar. Se podría argumentar, por ejemplo, que el texto programado era más largo y comprensivo, pero su autor u otras manos le pusieron aquí su punto final, ya sea porque no tenían constancia de sucesos posteriores, porque reservaron material para una nueva publicación, o sencillamente no quisieron contar lo que finalmente sucedió.
Los registros históricos de esa época no aportan información que ayude a hacer deducciones fidedignas. La imaginería religiosa trazó escenarios que no pueden sustentarse históricamente pero que pintaron cuadros que alimentaron la piedad de la iglesia y su andamiaje religioso.
¿Cuál fue la relación de Pablo con los cristianos en Roma?
La relación de Pablo con los cristianos en Roma aparece en su Carta a los Romanos donde expresa su deseo de visitar la ciudad “para comunicarles algún don espiritual” (Rom. 1:11).
Después de compartirles su visión teológica, considerada por el reformador Melanchthon como “un resumen de toda la doctrina cristiana”, vuelve sobre el final a insistir en su deseo de visitarles en viaje a España. Les solicita que rueguen por él para “que sea librado de los rebeldes que están en Judea”, y que la ofrenda, que lleva “para los pobres que hay entre los santos”, sea bien recibida en Jerusalén, ya que básicamente es para los gentiles. Por último, escribe un extenso párrafo dedicado a enviar saludos a un gran número de personas y familias (Rom.16) como muy cercanas a él y a su ministerio. Hechos ha mostrado que los planes originales de Pablo no llegan a cumplirse. Él va a Roma, por su propio requerimiento, ya no como parte de su plan misionero sino como prisionero de Cesar. De todas maneras, a lo imprevisto Pablo lo presenta como una instrucción divina: ”es necesario que testifiques también en Roma” (23:11).
La relación de Pablo con los cristianos en Roma aparece en su Carta a los Romanos donde expresa su deseo de visitar la ciudad “para comunicarles algún don espiritual” (Rom. 1:11).
Después de compartirles su visión teológica, considerada por el reformador Melanchthon como “un resumen de toda la doctrina cristiana”, vuelve sobre el final a insistir en su deseo de visitarles en viaje a España. Les solicita que rueguen por él para “que sea librado de los rebeldes que están en Judea”, y que la ofrenda, que lleva “para los pobres que hay entre los santos”, sea bien recibida en Jerusalén, ya que básicamente es para los gentiles. Por último, escribe un extenso párrafo dedicado a enviar saludos a un gran número de personas y familias (Rom.16) como muy cercanas a él y a su ministerio. Hechos ha mostrado que los planes originales de Pablo no llegan a cumplirse. Él va a Roma, por su propio requerimiento, ya no como parte de su plan misionero sino como prisionero de Cesar. De todas maneras, a lo imprevisto Pablo lo presenta como una instrucción divina: ”es necesario que testifiques también en Roma” (23:11).
Entre el envío de su Carta y lo que sucede en Roma, ha pasado, seguramente, una larga década. No obstante, no hay un registro en Hechos de que su obligado viaje haya producido una conmoción en la vida de la comunidad cristiana. Si bien es cierto, que van a su encuentro cuando se enteran que está llegando a Roma, no se dice que fuera hospedado por ellos, sino que vivió al menos dos años en una propiedad alquilada. Tampoco se indica quien o quienes se hicieron responsables del alquiler y sostén de Pablo.
Los misterios de Hechos
No bien llegado a Roma solicita una reunión con los “principales de los judíos” quienes, como se ha indicado, comienzan por hacerse los desentendidos, aunque reconocen que alguna información les ha llegado. Se sabe que la reunión termina con la decisión de Pablo de dedicarse solo a los gentiles. Todo da a entender que hay una distancia apreciable entre lo que ha comunicado con su Carta, la mención pormenorizada de hermanos de Roma, y su permanencia en estas tierras.
¿Conocían en Roma lo que Pablo había escrito en su Carta? ¿Por qué ninguno de los nombres mencionados en la Carta aparecen en Hechos? Este, seguramente, es uno de los misterios que ronda el final tan escueto y abrupto de Hechos. A todo esto, hay que agregar que, en Hechos, nunca se indica ningún escrito de Pablo, ni una mención de las, al menos, sietes carta que le han sido adjudicadas como auténticas.
Por otra parte, la manifiesta enemistad de Pablo con los judíos, como se ha dicho, no produjo, después una larga jornada de discusión, ningún tipo de reflexión posterior. Al mismo tiempo, no se registra que en los dos años que pasó Pablo en esa casa alquilada, a la cual visitaron muchas personas para escucharlo, diera como resultado que algunos de ellos se añadieran a la comunidad de creyentes. En todos los otros casos en que se predicaba el evangelio siempre se indica en Hechos resultados muchas veces significativos, dado que en número considerable se integraban a la naciente iglesia. Tampoco hay ninguna mención de que Pablo siguiese relacionado con las iglesias con las cuales tuvo tanto contacto y que se recuerdan por las cartas que les hizo llegar.
Otro misterio en esta historia es la total ausencia de algún tipo de contacto con los apóstoles. Ya se indicó como la figura de Pedro en un momento se diluye y no se llega a saber nada más acerca de él o de los otros apóstoles, salvo una mención de un encuentro con Jacobo en Jerusalén (21:18). Hechos se inicia con una introducción que parece determinar el carácter de toda la historia. Comienza con un resumen de quién es ese Jesús, su elevación y la promesa del Espíritu Santo que será el poder que moviliza su predicación. Son esos apóstoles los primeros testigos. Como resultado de su predicación se van integrando nuevos adeptos a esa incipiente comunidad. Esta es la base de la historia que se propone tratar. La creación de los grupos que pronto se organizan adquiere la característica de comunidades de participación de bienes, sin ninguna estructura que evidenciara la presencia de autoridades eclesiásticas.
De la comunidad a la institución
Quizás, se deba comenzar por preguntar si los relatos en Hechos hablan de una realidad lejana a la concepción más tradicional de lo que hoy se entiende por una iglesia. Cuando Hechos menciona la partida de Jesús de este mundo anuncia la venida del Espíritu Santo, con cuya presencia y poder contarán sus testigos hasta lo último de la tierra.
No hay mención de la creación de una institución llamada iglesia sino de un poder que será la fuerza de los apóstoles para ser testigos de Jesús. No se los reviste de una autoridad especial separada de los demás creyentes. Llamarlos apóstoles es reconocerles que ellos han estado con Jesús, que “comieron y bebieron” con él antes de su partida. Ese el poder que los sustenta, pero no los coloca en un escalón superior en la comunidad. La presencia y ministerio de Pablo, cuya insistencia en ser considerado apóstol ya ha sido tratado, no oscurece el hecho de que se indica una marcada libertad de acción que puede, en algunos casos, ser considerara como excesiva.
Si hay una cualidad que pudiera caracterizar al cristianismo, según lo que cuenta Hechos, es que se está frente a un movimiento, no frente a una organización que se va integrando. Es reconocido que todo movimiento llega un momento en el que, inevitablemente, necesita dar lugar a un tipo de organización. Este proceso no está predeterminado para que llegue a asumir un particular esquema, al que necesariamente tenía que arribar la comunidad cristiana. El desarrollo de comunidades con estructuras jerárquicas que se irán afianzando, mayormente, a partir de la era constantiniana.
Los vaivenes del conflicto
La predicación cristiana viene a desafiar a la autoridad religiosa judía de aquel tiempo, que no reconoce en ese Jesús el cumplimiento de los tiempos proféticos Lo cierto es que los apóstoles, hijos de su tiempo, se aferran a su tradición y quieren demostrar que ese nuevo tiempo es la culminación de la larga esperanza del pueblo de Israel.
Este es uno de los aspectos del conflicto que se agranda cuando el mensaje se dirige a los gentiles a quienes no se les exige ajustarse enteramente a la tradición judía. Esta dimensión universal del mensaje, ya se encuentra desarrollada en la época que se escribe Hechos. Sin embargo, aquí no se obvia el conflicto porque no todos los seguidores de la tradición judía quieren aceptar la entrada de gentiles sin pasar por la ciudadanía religiosa judía. Es este el mayor conflicto que atraviesa todo el libro de Hechos al cual no se le encuentra una solución definitiva.
Los misterios de Hechos
No bien llegado a Roma solicita una reunión con los “principales de los judíos” quienes, como se ha indicado, comienzan por hacerse los desentendidos, aunque reconocen que alguna información les ha llegado. Se sabe que la reunión termina con la decisión de Pablo de dedicarse solo a los gentiles. Todo da a entender que hay una distancia apreciable entre lo que ha comunicado con su Carta, la mención pormenorizada de hermanos de Roma, y su permanencia en estas tierras.
¿Conocían en Roma lo que Pablo había escrito en su Carta? ¿Por qué ninguno de los nombres mencionados en la Carta aparecen en Hechos? Este, seguramente, es uno de los misterios que ronda el final tan escueto y abrupto de Hechos. A todo esto, hay que agregar que, en Hechos, nunca se indica ningún escrito de Pablo, ni una mención de las, al menos, sietes carta que le han sido adjudicadas como auténticas.
Por otra parte, la manifiesta enemistad de Pablo con los judíos, como se ha dicho, no produjo, después una larga jornada de discusión, ningún tipo de reflexión posterior. Al mismo tiempo, no se registra que en los dos años que pasó Pablo en esa casa alquilada, a la cual visitaron muchas personas para escucharlo, diera como resultado que algunos de ellos se añadieran a la comunidad de creyentes. En todos los otros casos en que se predicaba el evangelio siempre se indica en Hechos resultados muchas veces significativos, dado que en número considerable se integraban a la naciente iglesia. Tampoco hay ninguna mención de que Pablo siguiese relacionado con las iglesias con las cuales tuvo tanto contacto y que se recuerdan por las cartas que les hizo llegar.
Otro misterio en esta historia es la total ausencia de algún tipo de contacto con los apóstoles. Ya se indicó como la figura de Pedro en un momento se diluye y no se llega a saber nada más acerca de él o de los otros apóstoles, salvo una mención de un encuentro con Jacobo en Jerusalén (21:18). Hechos se inicia con una introducción que parece determinar el carácter de toda la historia. Comienza con un resumen de quién es ese Jesús, su elevación y la promesa del Espíritu Santo que será el poder que moviliza su predicación. Son esos apóstoles los primeros testigos. Como resultado de su predicación se van integrando nuevos adeptos a esa incipiente comunidad. Esta es la base de la historia que se propone tratar. La creación de los grupos que pronto se organizan adquiere la característica de comunidades de participación de bienes, sin ninguna estructura que evidenciara la presencia de autoridades eclesiásticas.
De la comunidad a la institución
Quizás, se deba comenzar por preguntar si los relatos en Hechos hablan de una realidad lejana a la concepción más tradicional de lo que hoy se entiende por una iglesia. Cuando Hechos menciona la partida de Jesús de este mundo anuncia la venida del Espíritu Santo, con cuya presencia y poder contarán sus testigos hasta lo último de la tierra.
No hay mención de la creación de una institución llamada iglesia sino de un poder que será la fuerza de los apóstoles para ser testigos de Jesús. No se los reviste de una autoridad especial separada de los demás creyentes. Llamarlos apóstoles es reconocerles que ellos han estado con Jesús, que “comieron y bebieron” con él antes de su partida. Ese el poder que los sustenta, pero no los coloca en un escalón superior en la comunidad. La presencia y ministerio de Pablo, cuya insistencia en ser considerado apóstol ya ha sido tratado, no oscurece el hecho de que se indica una marcada libertad de acción que puede, en algunos casos, ser considerara como excesiva.
Si hay una cualidad que pudiera caracterizar al cristianismo, según lo que cuenta Hechos, es que se está frente a un movimiento, no frente a una organización que se va integrando. Es reconocido que todo movimiento llega un momento en el que, inevitablemente, necesita dar lugar a un tipo de organización. Este proceso no está predeterminado para que llegue a asumir un particular esquema, al que necesariamente tenía que arribar la comunidad cristiana. El desarrollo de comunidades con estructuras jerárquicas que se irán afianzando, mayormente, a partir de la era constantiniana.
Los vaivenes del conflicto
La predicación cristiana viene a desafiar a la autoridad religiosa judía de aquel tiempo, que no reconoce en ese Jesús el cumplimiento de los tiempos proféticos Lo cierto es que los apóstoles, hijos de su tiempo, se aferran a su tradición y quieren demostrar que ese nuevo tiempo es la culminación de la larga esperanza del pueblo de Israel.
Este es uno de los aspectos del conflicto que se agranda cuando el mensaje se dirige a los gentiles a quienes no se les exige ajustarse enteramente a la tradición judía. Esta dimensión universal del mensaje, ya se encuentra desarrollada en la época que se escribe Hechos. Sin embargo, aquí no se obvia el conflicto porque no todos los seguidores de la tradición judía quieren aceptar la entrada de gentiles sin pasar por la ciudadanía religiosa judía. Es este el mayor conflicto que atraviesa todo el libro de Hechos al cual no se le encuentra una solución definitiva.
Los primeros misioneros consideraron la tradición de Israel como central en la comprensión de su predicación, y es en esta tradición que hay que descubrir su dimensión universal. Pero la visión del mundo helenístico, que no tiene a la tradición judía como propia, aparece como un observador no muy interesado en un conflicto que le es ajeno. Al mismo tiempo, la comunidad no parece considerarse sujeta a la autoridad romana, la que siempre intenta permanecer al margen de este conflicto. Las autoridades romanas actúan de oficio, evitando la confrontación con los judíos.
La falta de interés con que los atenienses reciben en el areópago la arenga de Pablo sobre la resurrección es otra muestra de que, en aquel momento, la cultura de aquellas tierras estaba muy ausente de lo que pasaba en el mundo judío. El final del libro pone una marca muy terminante de separación en el latente conflicto presente en la comunidad, como se ha mencionado repetidamente. Aquí, Pablo abandona todo contacto con los judíos, y se los anuncia, para concentrarse en la predicación a los gentiles. Pone así una nota de fractura que deja en suspenso cualquier posibilidad de reencuentro.
De todas maneras, esta ruptura no modifica los contenidos tradicionales sobre los que sostiene el desarrollo de esta incipiente comunidad cristiana. Su característica de movimiento, está apegada a la tradición judía, no solo porque es la herencia de su pasado, sino porque tenderá a seguir aferrada a ese pasado.
Un poder que prevalece
Al mismo tiempo, este movimiento, que no tiene una estructura determinada, irrumpe en un mundo que ha definido determinadas estructuras políticas y religiosas. Ha establecido sus reglas y el alcance de su propia autoridad. En ningún momento se plantea lo que significa el dominio romano en Israel, ni los movimientos que pujan por su liberación.
Es llamativo que, dado los frecuentes encuentros con las autoridades romanas, y su relación tan fluida con las judías en diversas partes, Hechos no hubiera procurado una explicación más explícita de su importancia. Por momentos, da la impresión de que la predicación cristiana, muchas veces acosada y maltratada, sigue su camino con un cierto desapego de la realidad de la sociedad en la cual se manifiesta. Es posible pensar que se trata de una estrategia que procura evitar el debilitamiento de su desarrollo.
La saliente característica que prevalece en Hechos es la libre proclamación sin condicionamientos de ningún tipo, con un sello en todo el relato: la presencia de lo que se denomina el Espíritu Santo. En ningún momento se describe o indica qué significa ese espíritu, pero sí el poder que provoca en quienes llegan a recibirlo. Es una forma de decir que no se establecen autoridades porque el poder, que es un poder inmaterial, solo es dado con un propósito que es el de anunciar el evangelio. De todas maneras, el poder siempre está en manos de ese Espíritu.
Reflexión final
¿De qué manera lo desarrollado sobre las bases de la comunidad cristiana ha ido definiendo la vida de las nuevas comunidades a lo largo de los años? Se piensa que los paradigmas fundacionales se han tornado abstractos y las estructuras institucionales han prevalecido y los han oscurecido.
Esta situación no es nueva y fue motivo de larga discusiones y controversias. A principios del siglo pasado, por ejemplo, se manifestó en un debate entre dos teólogos europeos: Rudolf Schom y Adolf Harnack, que recoge Rudolf Bultmann en su “Teología del Nuevo Testamento” (pág.317).
Según Schom algo así como “una ley eclesiástica” está en abierta contradicción con la naturaleza de la Iglesia. Lo que en verdad era la tarea del Espíritu Santo, es ahora detentado por las personas en el ministerio eclesiástico, que se trasforma en la autoridad del oficio. La institución suplanta al Espíritu Santo. Esto, cree él, es lo que desacredita a la Iglesia, Por su parte, Harnack intenta probar, por el contrario, que desde el comienzo hubo en la iglesia primitiva regulaciones que tuvieron el carácter de ley y que, necesariamente, se desarrollaron en regulaciones plenamente legales, y que tales regulaciones de ninguna manera necesitaban contradecir la naturaleza de la Iglesia. Harnack centra su atención en la iglesia como un fenómeno histórico. Schom lo mira desde el punto de vista de su autocomprensión.
Pero, ¿Hasta qué punto la autocomprensión de la iglesia es en sí misma un factor que ha determinado su forma y su historia? Bultmann, que considera ambas posiciones, llega a la conclusión de que los dos están hablando de cosas diferentes, las cuales no hay que excluir. El error está justamente en parcializarse por el lado de la disciplina, el orden, o por el lado de lo que significa la iglesia como lugar donde rige el Espíritu Santo.
La iglesia es un fenómeno histórico, sujeto a las leyes a las que todos los fenómenos históricos están sujetos, ya sean sociológicos, psicológicos y demás. Al mismo tiempo, la iglesia se reconoce a sí misma, entre otras cosas, como “los convocados”, no atribuyendo el ingreso a la iglesia a una libre decisión sino al llamado de Dios y regida por el Espíritu Santo. Una participación que no se agota en sí misma, sino que llama a ser testigos “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:7) + (PE)
Capítulo XII de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménic
Arte. “Estallido”, “Campo y cielo” “Luna en el campo” de Katia De Vita. Nació en Sarandí, Gran Buenos Aire. Contrajo matrimonio con Miguel Brun, pastor de la Iglesia Metodista en Uruguay. Se trasladó al país hermano donde nacieron sus tres hijos. Durante la Dictadura Cívico-Militar de Uruguay, Katia y su esposo Miguel fueron detenidos Estuvieron encarcelados por 11 meses. Lograda la libertad condicional, “los militares nos empujaron al exilio y Francia nos acogió” comenta Katia. Allí fueron recibidos por la Iglesia Reformada donde Miguel trabajó como pastor y Katia especialmente con niños y mujeres. Actualmente Katia vive en Montevideo. Integra el taller de pintura de Juan José Montands. La técnica que emplea es el óleo. En el cuadro “Campo y cielo” utilizó acrílico y óleo superpuesto.
El autor esTeólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y Emancipación de la Religión (2017)
Fuente de este artículo: http://alc-noticias.net/es/2017/11/03/superar-la-tradicion-el-gran-conflicto-de-la-iglesia-en-el-libro-de-los-hechos/
Lutero, profeta hereje
Jose Arregi
www.atrio.org
/ 301017
El martes se cumplen 500 años
desde aquel 31 de octubre de 1517 en que Martín Lutero, hombre de mente y de fe
iluminada, genio de la palabra y de la escritura, publicó sus célebres 95
tesis. Un texto breve, comedido y agudo. Un texto profético, que marcó el
comienzo de las reformas protestantes y de una nueva Europa.
No hay derecho –denunciaba
Lutero– a que el papa venda indulgencias. No hay derecho a que a pobres y ricos
–sobre todo a los pobres– les haga creer que después de la muerte podrán quedar
libres del terrible fuego del purgatorio a cambio de dinero. No hay derecho a
que amargue los gozos de la vida presente con la amenaza de castigos futuros.
No hay derecho a que utilice las creencias y los miedos de la gente para llenar
su bolsa y las arcas del Vaticano. Está en juego la fe, la vida, el Evangelio.
El papa declaró hereje a
Lutero, y le plantó ante la alternativa canónica: o retractación o excomunión.
“No puedo ni debo retractarme contra mi conciencia. Que Dios me ayude. Amén”,
dijo Lutero. Fue excomulgado. Y se convirtió en profeta hereje.
¿Un profeta hereje? No cabía
semejante idea en la teología que me enseñaron a los 20 años, pero luego aprendí
que todos los profetas, de un modo u otro, han sido herejes tanto en las
religiones como en la política, e incluso a veces en las ciencias. Que solo
quienes han cuestionado las verdades heredadas han empujado la historia hacia
adelante. Que solo los innovadores han impulsado la humanidad a un futuro
mejor, solo los que no se resignan a lo conocido, ni se detienen ni dicen: “Ya
está. Esto es”.
El
Evangelio me enseñó que también Jesús fue por excelencia un profeta hereje.
Prefirió la compasión activa a todas las creencias, ritos y normas religiosas.
No le importaron el pecado y la culpa, sino el sufrimiento y las heridas.
Tampoco la absolución de la culpa, sino la curación de las enfermedades y la
liberación de toda opresión. Nunca se ocupó de indulgencias para el más allá.
Anunció la transformación de este mundo, no premios y castigos divinos después
de la muerte. Puso primeros a los últimos, y últimos a los primeros. Revolucionó
valores, criterios y certezas.
La historia de la Iglesia me
enseñó que Santo Tomás de Aquino, que se convirtió luego y sigue siendo aún
para muchos el canon de la ortodoxia, fue primero condenado por el obispo de
París, y que al final de la vida quiso quemar su Suma Teológica, diciendo: “No
es esto, nada de esto”. Y que San Ignacio de Loyola, cuya Compañía se puso al
servicio de la Contrarreforma, fue procesado siete veces por la Inquisición a
causa de sus Ejercicios, porque en ellos ayuda al ejercitante a hacerse sujeto
libre y dueño de sí. Y que Santa Teresa de Ávila vivió siempre estrechamente
vigilada por la misma Inquisición porque era mujer, mística y libre. Y que San Juan
de la Cruz estuvo encarcelado durante ocho meses en la cárcel del convento de
Toledo por ser reformador y por no retractarse de sus ideas reformadoras, por
fiarse de su propia fuente, por dejarse guiar por la llama que ardía en su
interior, en lo más profundo de todo ser humano y de todas las criaturas. Y así
un larguísimo etcétera. No basta con ser hereje para ser profeta, pero nadie
puede ser profeta sin ser hereje de una forma u otra.
Lutero denunció y reformó el
rígido sistema dogmático y moralista, clerical y jerárquico, aliado de la
riqueza y del poder, en que se había convertido la iglesia itinerante de Jesús.
Fue profeta.
Y si algo se le debe
reprochar es que no lo fuera hasta el fin, que acabara haciendo de su propia
profecía herética una nueva ortodoxia y condenando a sus propios disidentes y
aliándose con los príncipes para sofocar la liberación de los campesinos.
A pesar de todo, fue y sigue
siendo testigo del Evangelio. Testigo de que es la confianza, no el dogma ni el
rito ni la moral, la que nos sana y transforma. Testigo de que es el Espíritu
viviente, no la sumisa repetición de la letra, lo que hemos de buscar en cualquier
texto del pasado. Testigo de que son la
libertad y la compasión de Jesús, no las viejas estructuras jerárquicas, las
que harán de la Iglesia hogar y sacramento de humanidad. Y, por sus propias
sombras, también es testigo de lo mucho que le faltó y nos falta todavía para
ser de verdad Iglesia evangélica, profética y reformadora.
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