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Normalmente, los pueblos tienen los gobernantes que se merecen


José M. Castillo S.

www.religiondigital.com/090716



Para nadie es un secreto que ahora mismo, en España, en Europa, en Estados Unidos, y de forma más apremiante aún en otros países, se vive y se siente con inquietud la necesidad de un nuevo gobierno, estable, firme, que ponga orden ("kosmos") donde hay tanto desorden ("kaos"). Con las consiguientes preocupaciones que provoca una situación así.



Los obispos españoles, en un reciente documento, que ha presentado el presidente de la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe, Adolfo González Montes, expresan también la inquietud que ellos sienten, y que siente Europa, sobre todo a partir del "Brexit", que puede ser el punto de partida de la descomposición de la Unión Europea.



Y, por si fuera poco, no faltan los que se quejan de la gestión del gobierno de la Iglesia, que está haciendo el papa Francisco, al que censuran porque no toma decisiones firmes y concretas para cambiar las cosas dentro de la Iglesia. Por no hablar de la violencia y el desorden total que palpamos y padecemos por causa de otros grupos religiosos que con frecuencia desencadenan el terror y la muerte.



No pretendo analizar aquí todos estos casos y sus causas. Ponerse a hacer eso en la reducida entrada de un blog sería una insensatez. Ni yo estoy capacitado -ni soy quién- para hacer con autoridad semejante análisis. Lo que a mí me da que pensar es otra cosa.



Cuando los seres humanos nos vemos en dificultades, lo que más deseamos es que nos pongan un gobernante con poder, prestigio y capacidad de decisión para que haga las cosas como a nosotros nos parece que se tienen que hacer.



Nuestra reacción espontánea, por tanto, no es pensar en la propia responsabilidad que cada uno tenemos en el hecho de haber llegado a donde estamos. Lo que espontáneamente se nos viene a la cabeza es criticar, censurar y condenar a los que gobiernan o a los que pretenden gobernar. La cuestión es cargar la culpa en las espaldas de otros, nunca en las nuestras. Y, por supuesto, pedir a gritos, si es preciso, que nos pongan un mandatario con mando, que ponga orden y haga las cosas "como se tienen que hacer".



Por supuesto, al decir estas cosas, yo no pretendo ni insinuar que todos somos igualmente responsables de que las cosas estén como están. Si tenemos leyes deficientes o injustas es porque tenemos malos legisladores. Y si tenemos malos gobernantes, es evidente que el gobierno no puede funcionar. Esto es tan patente, que nadie lo va a poner en duda.



Pero también es verdad que si un país va mal, el desastre no se debe sólo a los políticos. Normalmente, los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y en todo caso, no olvidemos que si fulano nos gobierna, eso ocurre porque somos nosotros los que hemos elegido al tal fulano.



Pero hay algo mucho más grave en todo este asunto. Se trata del miedo a la libertad. Cuando F. Dostoyevsky, en el discurso del "Gran Inquisidor" afirma que "no hay para el hombre deseo más acuciante que el de encontrar a un ser en quien delegar el don de la libertad", con esta afirmación estaba poniendo el dedo en la llaga. La genialidad del Evangelio lo deja en evidencia. El relato de las tres tentaciones, que Jesús venció en el desierto, lo explica con claridad meridiana.



El "espíritu del mal" (Satanás) le propone a Jesús el proyecto de la más contundente eficacia para arreglar este mundo: convertir las piedras en pan (crisis económica resuelta), caer desde la torre del Templo, como llovido del cielo entre palmas de ángeles (crisis de autoridad y credibilidad resuelta), todos los reinos del mundo son tuyos (dominación total, resuelta). Un "Salvador", que se presenta en el mundo con esos poderes, impone el Reino de Dios en veinticuatro horas. ¿Quién ni qué se le podría resistir?



Y, sin embargo, Jesús vio enseguida que en eso estaba la "tentación satánica" por excelencia. La tentación del poder. La más seductora y la peor de todas las tentaciones. Porque es la tentación que nos despoja de la libertad. Y por tanto, la tentación que nos deshumaniza. Y por eso, nos destroza.



"El miedo a la libertad", del que habló con tanta elocuencia y acierto Erich Fromm, se ha apoderado de nosotros otra vez. Nuestro futuro no está en poner gobernantes que nos sometan, sino en recuperar la libertad que nos robaron haciéndonos pensar que somos más libres que nunca. No, amigos. El "poder opresor" se ha transfigurado en "poder seductor". La seducción del bienestar, la seguridad, la eficacia, por más que cada día nos tengan más controlados, eso es lo que alimenta nuestros mutilados anhelos, en la ceguera de una sociedad que no sabe exactamente ni lo que quiere, ni a dónde se encamina.



Así las cosas, desde mis limitados conocimientos y mi más limitada experiencia, me atrevo a proponer que el relato simbólico de las tentaciones de Jesús, y el proyecto de vida que él presentó, nos abren un horizonte de esperanza. Una esperanza que vemos. Pero que no la creemos, ni la aceptamos. Nos va mejor con el bienestar controlado y maltratado que nos ofrecen. Exactamente lo que tenemos.


La Iglesia: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad


José M. Castillo S.

www.religiondigital.com/190716



Se suele decir (y es verdad) que la religión cristiana tiene su origen en Jesús de Nazaret. Como también suele decir (y también es verdad) que la Iglesia tuvo sus comienzos en la vida y las enseñanzas de Jesús.



Pero tan cierto, como lo que acabo de decir, es que ni Jesús fundó (o instituyó) una religión, ni fundó (o instituyó) una iglesia.



¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que provocó un conflicto mortal con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, los rituales y normas que la religión imponía a la gente, de forma que todo aquello terminó en la condena de Jesús como un delincuente subversivo?



Y por lo que se refiere a la Iglesia, ni siquiera el concilio Vaticano II se atrevió a decir que Jesús fue su “fundador”, sino que se limitó a indicar que la Iglesia tuvo su origen en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios (LG 5, 1). Por supuesto, san Pablo les puso el nombre de “iglesias” a las “asambleas” que él fue organizando en sus viajes apostólicos. Pero sabemos que Pablo fue un judío de cultura griega, en la que el término “ekklesía” designaba la asamblea de los ciudadanos libres, que se reunían para votar democráticamente las decisiones importantes.



Entonces, ¿qué es lo que nos dejó Jesús a quienes creemos en él y, por tanto, pensamos que su legado es importante, incluso determinante y hasta decisivo?



Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo. Un proyecto de vida que se lleva a la práctica a partir de lo que fueron las tres preocupaciones fundamentales que vivió el propio Jesús:



1) La salud (relatos de “curaciones de enfermos”).

2) La alimentación (relatos de “comensalía”, la mesa compartida).

3) Las relaciones humanas (enseñanzas sobre la “felicidad, misericordia, justicia, perdón, amor…).



Este “proyecto de vida”, en el lenguaje y en la teología del Evangelio, se resume y se condensa en el “seguimiento” de Jesús. De forma que la cristología se constituye primordialmente, no desde determinados dogmas y saberes, sino a partir del seguimiento de Jesús.



Pues bien, si lo que acabo de indicar fue constitutivo y determinante en los orígenes del cristianismo, en seguida se comprende –y se comprende sin dificultad– cómo y por qué la Iglesia encontró acogida en la antigüedad o, por el contrario, cómo y por qué la Iglesia encuentra indiferencia y hasta rechazo en la modernidad.



Quiero decir que, en los primeros siglos de su historia, cuando la Iglesia se fue organizando y se hizo presente en la sociedad de forma que lo central y determinante de su vida fue la lucha contra el sufrimiento y la acogida de toda clase de gentes marginadas, excluidas y despreciadas, fue entonces cuando la Iglesia se expandió por todo el Imperio, hasta llegar a ser la institución central y más valorada en aquellos tiempos.



Como bien ha explicado el profesor E. R. Dodds, cuando el Imperio vivió una auténtica “época de angustia” (desde mediados del s. II hasta el s. IV), “la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida…”. Y añade el mismo Dodds: “Debieron ser muchos los que se sintieron desamparados: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos.



Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro”.



Con el paso de los tiempos, el centro de las preocupaciones de la Iglesia se fue desplazando: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad. Lo que desembocó en el desplazamiento del Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes. Lo central en la Iglesia dejó de ser el “seguimiento” evangélico. Y lo fue, desde entonces, el “poder” eclesiástico, que antepone –en la práctica- la sumisión de los fieles a la solidaridad con los pobres, marginados y excluidos.



Así las cosas, mientras la religión fue un componente central de la cultura y la sociedad, la Iglesia se vio a sí misma como fiel a la misión que tenía que cumplir en este mundo. Hasta que, en el s. XVIII, la Ilustración puso en evidencia las contradicciones que la Modernidad encuentra en el hecho religioso. Contradicciones que, en los siglos XIX y XX, han tomado fuerza y presencia en la mentalidad de los ciudadanos de la moderna “cultura secular”. Lo que nos ha traído a la desconcertante situación que estamos viviendo.



Si nos empeñamos en seguir intentando armonizar -y hasta identificar- “religión” y “Evangelio”, ni la mayoría de los ciudadanos pone en práctica la religión, ni la gente religiosa acaba de entender el Evangelio viviendo el seguimiento de Jesús. Como es lógico e inevitable, en estas condiciones, el presente y el futuro de la Iglesia se nos hace cada día más problemático.



¿Seguiremos afincados en nuestra tradicional religiosidad o nos decidiremos por la fidelidad definitiva al seguimiento de Jesús?


Turquía: Todo el poder al sultán



www.alainet.org/180716           



Como hemos aprendido de las novelas policiales, tras la aparición del muerto, hay que preguntarse ¿A quién beneficia? La misma pregunta habría que hacerse tras fallido golpe de estado en Turquía del último viernes 15. La respuesta a apenas 48 horas es clara, el mayor beneficiado ha sido el presidente Recep Tayyip Erdogan, que ha salido infinitamente fortalecido en el frente interno y en la consideración internacional.



Quien siga los movimientos que ha realizado Erdogan, en estos últimos tiempos, pocas dudas podrá tener acerca de que se dirigen a conseguir la suma del poder público; desembarazarse de los anclajes democráticos y convertirse, como lo que claramente viene evidenciando, en el sultán de una nueva Turquía. Para ello no ha dudado en exhumar la historia del “glorioso” imperio Otomano del siglo XVI, de quien pretende ser el heredero, refiriéndose a una raza turca y recreando toda la parafernalia del viejo imperio.



A principios de mayo de manera sorpresiva, forzó la renuncia del primer ministro Ahmet Davutoglu, hasta el momento uno de sus hombres de máxima confianza, y que había conducido con éxito las negociaciones con la Unión Europea por la cuestión de los refugiados. Erdogan temió que el éxito de Davutoglu, se volviera en su contra y lo colocara como un escollo para sus ambiciones de perpetuación en el poder. En el lugar de Davutoglu, nombró a uno de sus más íntimos colaboradores y anémico de poder, Binali Yildirim quien también se ha hecho cargo de la jefatura del partido gobernante de la Justicia y el Desarrollo (AKP).



Semanas antes de los atentados en el aeropuerto Atatürk, ya se mencionaba las posibilidades de una asonada militar contra Erdogan. En un artículo de mediados de mayo del The Wall Street Journal, el columnista Dion Nissenbaum, se refería a la creciente influencia del ejército, históricamente un factor de poder en la política turca, pero al que Erdogan, desde que llegó al gobierno en 2003, como primer ministro ha ido minando. Desde de 2007, Erdogan ha comenzado a perseguir jurídicamente al golpismo y ha conseguido llevar a juicio a los cabecillas de los distintos golpes de estado producidos en 1960, 1971, 1980, 1997, que llevaron a prisión a más de trescientos oficiales, entre ellos al exjefe del Estado Mayor Ilker Basbug, quien se convirtió en el primer militar de ese rango preso en la historia del país.



Nissenbaum, se refería en su artículo que: “El ejército turco es el único agente que quiere poner freno y generar contrapesos a las ambiciones de Erdogan”, luego se refiere a que el crecimiento de la influencia militar, habría generado preocupaciones en el espectro político y que la llegada de los generales al palacio presidencial terminaría con la clausura de un complejo y discutido sistema democrático en marcha desde 1997.



Erdogan está tejiendo un cuidadoso entramado de complicidades para perpetuarse en el poder por varias décadas, por lo que el factor militar sería un impedimento insalvable a sus ambiciones.



Una asonada demasiado oportuna



Es difícil creer que en la reunión llevada a cabo en Moscú entre el presidente Vladimir Putin y el jefe del departamento de Estado John Kerry, apenas horas antes de que comenzara el golpe en Turquía, éste haya pasado desapercibido para dos de los hombres mejor informados del planeta y hayan desconocido qué estaban tramado un importante sector de militares, en una de las naciones de más crítica importancia geoestratégica del mundo.



Erdogan gobierna un país que además de ser miembro de la OTAN,  cuenta con la segunda Fuerza Armada más numerosas de la organización atlantista, con  411 mil efectivos, además de contar con varias bases de la OTAN  y la poderosísima base norteamericana Incirlik en  el sur del país, lo que convierte a Turquía en un enclave fundamental para las políticas militares en la región, de Washington tanto respecto a Medio Oriente como a Rusia. ¿Podría haber permitido la Casa Blanca, la caída de uno de sus alfiles más fieles?



Si la importancia geoestratégica y el poderío militar fueran poco, Erdogan se ha hecho en estos últimos años con un arma de coerción clave para Europa: 4.5 millones de refugiados sirios, iraquíes y de otros naciones, que aspiran llegar a Europa. Tras el acuerdo en marcha desde el 20 de marzo último, Turquía impide que sigan su camino, por la módica suma de más de 6 mil millones de euros. Si alguien intentara reprochar a Erdogan sus andanzas y sueños de perpetuación usando para ello la represión como la que está llevando a cabo tras el golpe, el sultán sabe que permitiendo que unos cuantos miles de refugiados “escapen” hacia de Turquía, convertiría a la Unión Europea en un polvorín próximo a estallar.



El presidente turco tiene todas las condiciones “éticas y morales” para haber podido alentar el golpe, para producir la consabida represión y así descabezar la resistencia militar para sus fines de continuación, son más de seis mil los militares detenidos, y ha limpiado de un plumazo alrededor de tres mil jueces y funcionarios judiciales. Sin duda, un número demasiado importante para no haber sido captados sus movimientos antes del viernes.



Recordemos que casualmente la intentona lo “sorprendió” al presidente en su residencia del balneario Marmaris, cerca de la ciudad Bodrum, a menos de 30 minutos de Grecia, por si las cosas salían mal.



La represión que costó casi 500 muertos y unos mil quinientos heridos, sin contar los soldados que están siendo degollados en el puente Boğazi, a manos de fundamentalistas que se han plegado a última hora a las huestes del sultán, es una bicoca para las ganancias que ha sacado de todo esto Erdogan.    



Desde mañana mismo, podrá continuar con su guerra con la nación kurda, deteniendo y desapareciendo periodistas, cerrando medios de comunicación opositores y violando a su antojo los Derechos Humanos. Ya se le han perdonado sus negociados petroleros con Estado Islámico, y el sostén logístico que le ha brindado, desde que comenzó la guerra en Siria, a todos los opositores de Bashar al-Assad.



Occidente permitirá que Erdogan lave su imagen de demócrata que acaba de vencer una insubordinación militar, seguirá tolerando sus caprichos.



Quizás a partir de esta asonada Erdogan también haya dado un paso más para aproximarse a su ansiado ingreso a la Unión Europea. Mientras por otra parte ya ha comenzado a presionar a Washington para que le entreguen a uno de los más importantes opositores de su gobierno, y ex compañero de ruta, Fethulá Gülen,  exiliado en los Estados Unidos y a quien se ha señalado como la cabeza de la insurrección.



Erdogan podrá continuar, ahora mucho más legitimado, con los recientes acuerdos con Israel, donde se ha comprometido a impedir actuar a Hamas desde su territorio y profundizar los acuerdos sobre de la cooperación militar y de inteligencia. Además de algunos pactos comerciales relacionados a la construcción de un gasoducto que permitirá exportar gas israelí a Europa.



Quien funge como el líder de la intentona golpista es el general Akin Ozturk, exjefe de la Fuerza Aérea entre 2013 y 2015, unos de los héroes con más condecoraciones de la OTAN y las Fuerzas Armadas turcas; fue detenido junto a altos mandos como el general Adem Huduti y el mayor general Avni Angun y el teniente general Ishak Dayioglu y cuya ejecución ya ha sido reclamada por Erdogan.



Si bien todavía es muy temprano para confirmarlo, el golpe tiene todas las características de haber sido una operación de inteligencia para permitirle a Erdogan limpiarse de muchos elementos opositores dentro de las fuerzas armadas y en la sociedad civil.



Ya tampoco tiene demasiada importancia jugar a los detectives y saber a quién ha beneficiado el muerto, los hechos hablan claramente de que el sultán Erdogan parece tener un largo reinado por delante.



Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC


Ningún Papa fue tan lejos en la condena del capitalismo


Leonardo Boff

www.atrio.org/130716



Michael Löwy es un sociólogo y filósofo franco-brasileño, profundo conocedor del pensamiento cristiano latinoamericano. Vale la pena oír su voz en esta entrevista dada al Correio da Cidadania de 21/06/2016. He aquí una parte de la entrevista:



La encíclica Laudato Si ataca frontalmente el sistema capitalista. ¿Qué significa esto viniendo de un Papa?





Löwy: Bergoglio no es marxista y la palabra “capitalismo” no aparece en la encíclica. Pero queda muy claro que para él los dramáticos problemas ecológicos de nuestra época resultan de los «engranajes de la actual economía globalizada», engranajes que constituyen un sistema global, «un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso».



¿Cuáles son para Francisco estas características «estructuralmente perversas»? Ante todo, es un sistema en el cual predominan «los intereses ilimitados de las empresas» y «una discutible racionalidad económica», una racionalidad instrumental que tiene como único objetivo aumentar el lucro. Para el Papa, esta perversidad no es propia de uno u otro país, sino de «un sistema mundial, donde predominan la especulación y el principio de maximización del lucro, y una búsqueda de rentabilidad financiera que tiende a ignorar todo el contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente.



Así, se manifiesta la íntima relación entre degradación ambiental y degradación humana y ética».La obsesión del crecimiento ilimitado, el consumismo, la tecnocracia, el dominio absoluto del dinero y la divinización del mercado son otras características perversas del sistema. En su lógica destructiva, todo se reduce al mercado y al «cálculo financiero de costes y beneficios». Pero sabemos que «el medio ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos de mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente». El mercado es incapaz de tener en cuenta valores cualitativos, éticos, sociales, humanos o naturales, es decir, «valores que exceden cálculos».El poder absoluto del capital financiero especulativo es un aspecto esencial del sistema, como reveló la reciente crisis bancaria.



El comentario de la encíclica es contundente: «la salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, confirma el dominio absoluto de las finanzas que no tienen futuro y sólo puede generar nuevas crisis, después de una larga, costosa y aparente cura».





Asociando siempre la cuestión ecológica y la cuestión social, Francisco constata: «la misma lógica que dificulta tomar medidas drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza». Existe una larga tradición de crítica del capitalismo liberal, o de los “excesos” del capital en la Iglesia Católica, pero ningún Papa fue tan lejos en condenarlo como Francisco.



¿Qué tiene que enseñar la Teología de la Liberación a la izquierda mundial, considerando sus diferentes corrientes de pensamiento?



Löwy: En primer lugar, ella nos enseña que la religión puede ser otra cosa, diferente del simple “opio del pueblo”. Además, Marx y Engels ya habían previsto la posibilidad de movimientos religiosos con una dinámica anticapitalista. La izquierda debe tratar con respeto las convicciones religiosas y considerar a los militantes cristianos de izquierda como parte esencial del movimiento de emancipación de los oprimidos. La teología de la liberación nos enseña también la importancia de la ética en el proceso de concienciación y la prioridad del trabajo de base, junto a las clases populares, en sus barrios, iglesias, comunidades rurales y escuelas.



¿La iglesia católica en Brasil está alineada con el Papa Francisco?



Löwy: Buena parte de los obispos de la CNBB está alineada con Francisco. A algunos incluso les gustaría que fuese más lejos. Otros, por el contrario, piensan que está poniendo en peligro la doctrina de la fe y tratan de poner obstáculos a sus propuestas. Pero la Iglesia brasilera, a pesar de sus límites, en particular en lo que concierne al derecho de las mujeres sobre sus cuerpos –divorcio, contracepción, aborto– es una de las más progresistas del mundo católico.



La “Opción Preferencial por el Pobre”, conjunto de ideas y acciones prácticas contrarias a la lógica de  acumulación y retención de capital del actual sistema político y económico, si se lleva plenamente a la práctica resultará en confrontaciones violentas. ¿Cómo se posicionaría el Papa en este escenario, según usted?



Löwy: La Iglesia tradicionalmente busca “evitar” los confrontamientos violentos. Pero en la Conferencia de Medellín de los obispos latinoamericanos, en 1968, fue adoptada una resolución importante que reconoce el derecho de insurrección del pueblo contra tiranías y estructuras opresivas. Como sabemos, algunos miembros del clero llevaron su opción libertaria y su compromiso con la lucha de los pobres hasta las últimas consecuencias, participando en movimientos armados de emancipación.Fue el caso de Camilo Torres en Colombia, que decidió unirse al Ejército de Liberación Nacional y murió en combate en 1966. Pocos años después, un grupo de jóvenes dominicanos dio su apoyo a la ALN, dirigida por Carlos Marighella, en la lucha contra la dictadura militar. Y en la década de 1970, los hermanos Cardenal y varios otros religiosos participaron en el Frente Nacional de Liberación de Nicaragua. Es difícil prever, en el momento actual, qué tipo de “confrontaciones violentas” se darán contra el sistema capitalista, y menos aún cuál será la posición.


La teoría de género y el temor de los fundamentalistas


Olmedo Beluche



El Proyecto de Ley 61, “Por la cual se adoptan políticas públicas de educación integral, atención y promoción de la salud”, ha generado un revuelo que agita a los sectores más conservadores de la sociedad, principalmente al fundamentalismo cristiano panameño.  Se hacen proclamas y se culpa al mismo diablo de ser autor intelectual del proyecto, mientras que otros más sofisticados achacan a la responsabilidad a los “malthusianos” atrincherados en Naciones Unidas.



Aparte de las chabacanas falsificaciones sobre el contenido del Proyecto de Ley y las guías para educadores que está elaborando el Ministerio de Educación, los fundamentalistas atacan a la llamada Teoría de Género (ellos dicen “ideología de género”) como la causa de todos los males. Supuestamente esta teoría pretende sembrar en las mentes vírgenes de nuestros niños y jóvenes ideas subversivas sobre prácticas sexuales “raras” como la homosexualidad, etc. 



La pregunta que muchos se deben estar hacienda es: ¿Qué contiene la Teoría de Género para que la ataquen de esta manera tan visceral? En realidad sus ideas no son nada sofisticadas, sino reflexiones que cualquier persona a partir de su experiencia personal puede verificar, pero cuyas conclusiones pueden cambiar el mundo. ¡Eso es lo que más preocupa a sus detractores!



Dos mujeres prominentes son las precursoras de la categoría de género. La primera, la antropóloga Margaret Mead, que en su libro Sex and Temperament in Three Primitive Societies, publicado en 1935, llegó a la conclusión de que los roles sociales asignados a los sexos no eran de origen biológico sino culturales. La segunda, la gran escritora francesa Simone de Beauvoir, quien resumió el asunto en una frase famosa: “Una no nace mujer, sino que se hace mujer”.



El sicoanalista Robert Stoller (Sex and Gender) precisó el concepto de género: “aspectos esenciales de la conducta -a saber, los afectos, los pensamientos, las fantasías- que aún ligados al sexo, no dependen de factores biológicos”. Hasta los años cincuenta del siglo pasado se creía que la persona, al nacer hombre o mujer, ya venía con una marca de fábrica que le asignaba no sólo lo que podía o debía hacer, sino incluso cómo debía comportarse en sociedad (temperamento). Lo cual fue, y sigue siendo, fuente de sufrimiento para incontables personas en todo el mundo.



Todos lo hemos escuchado: las niñas deben portarse bien y estarse quietecitas; los varones pueden ser desordenados o violentos. O  aquello de “los hombre no lloran”, “ni juegan con muñecas”. Los hombres a la mecánica o andar por la calle, las chicas a estarse en casa y aprender las labores domésticas. Y luego se casaban y el cura santificaba: “seguirás a tu marido donde quiera que vaya”.



Gracias a la observación de otras culturas, la antropología, la sociología y la sicología, descubrieron que las expectativas que la sociedad se hace sobre el sexo de una persona no tienen nada que ver nada con la biología, sino que son una construcción cultural. Dicho más científicamente, el “género” o “rol sexual está definido socialmente”. Es decir, depende de la sociedad donde naces y vives.



Lo que es todavía peor y más subversivo para todos los retrógrados, las expectativas de género pueden cambiar, pueden desaprenderse y se modifican con el tiempo, y cambian con la sociedad. No, no son eternas. ¿Por ejemplo? El gran Alejandro Magno, que extendió la dominación griega hasta la India, era homosexual. No cumplía de las expectativas de género en materia de heterosexualidad que la sociedad actual, influida por las tradiciones judeo cristianas, esperaría de ellos. Pero para su sociedad, era perfectamente “normal”.



Otro ejemplo: la separación de las mujeres de la vida pública y su sometimiento como cuasi esclavas domésticas no existió siempre ni en todas las sociedades. Por el contrario, la historia registra muchas sociedades en que las mujeres eran respetadas y participaban de la vida pública en igualdad de condiciones que los hombres. Inclusive, las formas de familia tampoco son eternas, ellas han cambiado y siguen cambiando, de manera que no siempre existió la familia monogámica tradicional que hoy prevalece.



El movimiento feminista, echó mano del concepto de género y lo ha utilizado como un arma en su lucha contra la injusticia de una sociedad en que la mitad de su población, las mujeres, es marginada o discriminada sólo por haber nacido con vagina en vez de pene. Una sociedad que les fija como principal objetivo de vida y realización personal: parir y criar. En palabras de la feminista norteamericana Kate Millett, el patriarcado es una institución perpetuada mediante "el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo". Según Millett, el patriarcado se apoya en dos principios: el control del macho sobre la hembra, y del macho de más edad sobre el más joven.



Como toda forma de poder social, el patriarcado se asienta sobre la violencia y el consenso (ideología). Aquí la ideología que sostiene el "status" superior del hombre sobre la mujer, se basa en la construcción de un "temperamento" distinto para cada sexo, modelado de acuerdo a diversos estereotipos (masculinos y femeninos), y sobre un "papel sexual" o código de conducta que la sociedad le asigna a cada uno. Apoyándose en el estudio de R. Stoller, se establece la diferencia entre los conceptos sexo y género. Siendo el sexo las características fisiológicas diferenciadas, mientras que el género se refiere a los "aspectos esenciales de la conducta -...-que no dependen de factores biológicos".



Millett demuestra cómo la identidad (temperamento y rol) femenina o masculina no están determinadas biológicamente, sino que son una construcción cultural que se aprende. En los niños esta identidad de género se establece con la adquisición del lenguaje. "Cada momento de la vida del niño implica una serie de pautas acerca de cómo tiene que pensar o comportarse para satisfacer las exigencias inherentes al género".



Claro que a los fundamentalistas no les gusta que a la gente se le enseñe desde niños que todos los seres humanos son iguales, y que no debe haber discriminación sexual o de género, o que el sexo no es malo. Ni que se les enseñe que los estereotipos sexuales no son más que prejuicios para justificar una situación de opresión contra una parte de la humanidad, las mujeres. Podemos incluir allí a los homosexuales y lesbianas. 



Porque el peligro que temen los fundamentalistas es que se extienda una revolución, que ya ha empezado, en cada hogar,

cuando todas las mujeres decidan rebelarse contra la esclavitud doméstica y la sumisión  al marido.

Y cuando la mayoría de los hombres tomen conciencia de la justeza de la demanda de real igualdad de derechos para las mujeres y actúen de manera no machista.

Cuando se imponga la razón, y se acabe la falsa creencia de que el matrimonio dota al hombre de una sirvienta personal.

Cuando desaparezca la estupidez de aquellos que creen que amar significa apropiarse de la persona amada como si fuera un objeto, del que puedes disponer a tu voluntad y que no puede tomar un camino por su propia cuenta.

Cuando los policías y periodistas dejen de llamar al feminicidio como “crimen pasional” y lo reconozcan como lo que en verdad es, un crimen de odio, dirigido contra las mujeres por su mera condición de serlo, porque no se las considera capaces de actuar con libertad y elegir a quien amar o a quien no amar. 



Esos “cuandos” demandan una revolución que nos libere del machismo, de la violencia sexista, de la discriminación, de la sumisión y de cualquier forma de opresión. Esta revolución no sería simplemente política o económica, sino que estremecería los cimientos de la cultura como la conocemos. Sí, la Teoría de Género puede ser peligrosa para los que defienden el patriarcado capitalista.


Zygmunt Bauman: “Las redes sociales son una trampa”


Ricardo de Querol (entrevista) - El País

www.cpalsocial.org/130716



Acaba de cumplir 90 años y de enlazar dos vuelos para llegar desde Inglaterra al debate en que participa en Burgos. Está cansado, lo admite nada más empezar la entrevista, pero se expresa con tanta calma como claridad. Se extiende en cada explicación porque detesta dar respuestas simples a cuestiones complejas.



Desde que planteó, en 1999, su idea de la “modernidad líquida” —una etapa en la cual todo lo que era sólido se ha licuado, en la cual “nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”—, Zygmunt Bauman es una figura de referencia de la sociología. Su denuncia de la desigualdad creciente, su análisis del descrédito de la política o su visión nada idealista de lo que ha traído la revolución digital lo han convertido también en un faro para el movimiento global de los indignados, a pesar de que no duda en señalarles las debilidades.



Este polaco (Poznan, 1925) era niño cuando su familia, judía, escapó del nazismo a la URSS, y en 1968 tuvo que abandonar su propio país, desposeído de su puesto de profesor y expulsado del Partido Comunista en una purga marcada por el antisemitismo tras la guerra árabe-israelí. Renunció a su nacionalidad, emigró a Tel Aviv y se instaló después en la Universidad de Leeds, que ha acogido la mayor parte de su carrera. Su obra, que arranca en los años sesenta, ha sido reconocida con premios como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010, junto a su colega Alain Touraine.



Se le considera un pesimista. Su diagnóstico de la realidad en sus últimos libros es sumamente crítico. En ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (2014) explica el alto precio que se paga hoy por el neoliberalismo triunfal de los ochenta y la “treintena opulenta” que siguió. Su conclusión: que la promesa de que la riqueza de los de arriba se filtraría a los de abajo ha resultado una gran mentira. En Ceguera moral (2015), escrito junto a Leonidas Donskis, alerta de la pérdida del sentido de comunidad en un mundo individualista. En su nuevo ensayo vuelve a las cuatro manos, en diálogo con el sociólogo italiano Carlo Bordoni. Se llama Estado de crisis y trata de arrojar luz sobre un momento histórico de gran incertidumbre. Paidós lo publica en España el día 12.



Bauman vuelve a su hotel junto al filósofo español Javier Gomá, con quien ha debatido en el marco del Foro de la Cultura, un ciclo que celebrará su segunda edición en noviembre y trata de convocar en Burgos a los grandes pensadores mundiales. Él es uno de ellos.



Usted ve la desigualdad como una “metástasis”. ¿Está en peligro la democracia?



Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado.



El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia. La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas.



El péndulo que describe entre libertad y seguridad ¿hacia qué lado está oscilando?



Son dos valores tremendamente difíciles de conciliar. Si tienes más seguridad tienes que renunciar a cierta libertad, si quieres más libertad tienes que renunciar a seguridad. Ese dilema va a continuar para siempre. Hace 40 años creímos que había triunfado la libertad y estábamos en una orgía consumista. Todo parecía posible mediante el crédito: que quieres una casa, un coche… ya lo pagarás después.



Ha sido un despertar muy amargo el de 2008, cuando se acabó el crédito fácil. La catástrofe que vino, el colapso social, fue para la clase media, que fue arrastrada rápidamente a lo que llamamos precariado. La categoría de los que viven en una precariedad continuada: no saber si su empresa se va a fusionar o la va a comprar otra y se van a ir al paro, no saber si lo que ha costado tanto esfuerzo les pertenece... El conflicto, el antagonismo, ya no es entre clases, sino el de cada persona con la sociedad. No es solo una falta de seguridad, también es una falta de libertad.



Afirma que la idea del progreso es un mito. Porque en el pasado la gente confiaba en que el futuro sería mejor y ya no.



Estamos en un estado de interregno, entre una etapa en que teníamos certezas y otra en que la vieja forma de actuar ya no funciona. No sabemos qué va a reemplazar esto. Las certezas han sido abolidas. No soy capaz de hacer de profeta. Estamos experimentando con nuevas formas de hacer cosas. España ha sido un ejemplo en aquella famosa iniciativa de mayo (el 15-M), en que esa gente tomó las plazas, discutiendo, tratando de sustituir los procedimientos parlamentarios por algún tipo de democracia directa. Eso probó tener una corta vida. Las políticas de austeridad van a continuar, no las podían parar, pero pueden ser relativamente efectivos en introducir nuevas formas de hacer las cosas.



Usted sostiene que el movimiento de los indignados “sabe cómo despejar el terreno pero no cómo construir algo sólido”.



La gente suspendió sus diferencias por un tiempo en la plaza por un propósito común. Si el propósito es negativo, enfadarse con alguien, hay más altas posibilidades de éxito. En cierto sentido pudo ser una explosión de solidaridad, pero las explosiones son muy potentes y muy breves.



Y lamenta que, por su naturaleza “arco iris”, no cabe un liderazgo sólido.



Los líderes son tipos duros, que tienen ideas e ideologías, y la visibilidad y la ilusión de unidad desaparecería. Precisamente porque no tienen líderes el movimiento puede sobrevivir. Pero precisamente porque no tienen líderes no pueden convertir su unidad en una acción práctica.



En España las consecuencias del 15-M sí han llegado a la política. Han emergido con fuerza nuevos partidos.



El cambio de un partido por otro partido no va a resolver el problema. El problema hoy no es que los partidos sean los equivocados, sino que no controlan los instrumentos. Los problemas de los españoles no están confinados al territorio español, sino al globo. La presunción de que se puede resolver la situación desde dentro es errónea.



Usted analiza la crisis del Estado-nación. ¿Qué opina de las aspiraciones independentistas de Cataluña?



Pienso que seguimos en los principios de Versalles, cuando se estableció el derecho de cada nación a la autodeterminación. Pero eso hoy es una ficción porque no existen territorios homogéneos. Hoy toda sociedad es una colección de diásporas. La gente se une a una sociedad a la que es leal, y paga impuestos, pero al mismo tiempo no quieren rendir su identidad. La conexión entre lo local y la identidad se ha roto.



La situación en Cataluña, como en Escocia o Lombardía, es una contradicción entre la identidad tribal y la ciudadanía de un país. Ellos son europeos, pero no quieren ir a Bruselas vía Madrid, sino desde Barcelona. La misma lógica está emergiendo en casi  todos los países. Seguimos en los principios establecidos al final de la Primera Guerra Mundial, pero ha habido muchos cambios en el mundo.



Las redes sociales han cambiado la forma en que la gente protesta, o la exigencia de transparencia. Usted es escéptico sobre ese “activismo de sofá” y subraya que Internet también nos adormece con entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?



La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización.



Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo.



El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia…



Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.


Israel utiliza el agua como arma de guerra



www.rebelion.org/040716



Comunidades enteras en Cisjordania no tienen acceso al agua o han visto reducido  su suministro casi a la mitad.



Este hecho alarmante ha tenido lugar durante semanas, ya que la compañía nacional de agua de Israel, "Mekorot", decidió cortar -o reducir significativamente- el suministro de agua a Yenín, Salfit y pueblos de los alrededores de Nablús, entre otras regiones.



Israel ha estado "librando una guerra del agua" contra los palestinos, según el primer ministro de la Autoridad Palestina Rami Hamdallah. La ironía es que el agua proporcionada por "Mekorot" en realidad es el agua de los palestinos usurpada de los acuíferos de Cisjordania. Mientras los israelíes, incluidos los de los asentamientos ilegales de Cisjordania, utilizan la gran mayoría de ella, a los palestinos les venden su propia agua a precios elevados.



Al cortar el suministro de agua al tiempo que los funcionarios israelíes están planeando exportar agua esencialmente palestina, Israel una vez más utiliza el agua como una forma de castigo colectivo.



Esto no es nada nuevo. Todavía recuerdo la inquietud en las voces de mis padres cada vez que temían que la fuente de suministro de agua estaba llegando a un nivel peligrosamente bajo. Era casi una discusión diaria en el hogar.



Cuando se producían enfrentamientos entre los niños que arrojaban piedras y el ejército israelí en las afueras del campo de refugiados, siempre, por instinto, mis padres se apresuraban a llenar los pocos cubos de agua y botellas que estaban esparcidos por toda la casa.



Este fue el caso durante la Primera Intifada palestina, o levantamiento, que entró en erupción en 1987 en todos los Territorios Palestinos Ocupados.



Siempre que se producían enfrentamientos, una de las primeras acciones llevadas a cabo por la Administración Civil de Israel -un título menos que nefasto para las oficinas del ejército de ocupación israelí- era castigar colectivamente a toda la población porque el campo de refugiados se había rebelado.



Los pasos que el ejército israelí tomaba se volvieron redundantes, aunque se hicieron más vengativos con el tiempo: un estricto toque de queda militar (lo que significa el cierre de toda la zona y el confinamiento de todos los residentes en sus hogares bajo la amenaza de muerte), corte de la electricidad y corte del suministro de agua.



Por supuesto estos pasos se tomaron solo en la primera etapa del castigo colectivo, pero perduraba durante días o semanas, a veces incluso meses, arrastrando a algunos campos de refugiados hasta el punto de morir de inanición.



Dado que poco era lo que los refugiados podían hacer para desafiar la autoridad de un ejército bien equipado, invirtieron sus escasos recursos o el tiempo que tenían para trazar su supervivencia.



De ahí la obsesión por el agua, porque una vez que el suministro de agua se agotaba no había nada que hacer excepto, por supuesto, la de Salat Al-Istisqa o la "Oración por la lluvia" que invocan los musulmanes devotos en tiempos de sequía. Los ancianos del campo insisten en que realmente funciona y hacen referencia a historias milagrosas del pasado en esta oración especial que aún dio resultados durante el verano, cuando menos se esperaba la lluvia.



De hecho más palestinos que en cualquier otro momento han estado llevando a cabo su oración por la lluvia desde 1967. Ese año, hace casi 49 años, Israel ocupó las dos regiones restantes de la Palestina histórica: Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, y la Franja de Gaza. Y a lo largo de los años Israel ha recurrido a una política prolongada de castigo colectivo: la limitación de todo tipo de libertades y la negación del uso del agua como arma.



De hecho se utilizó el agua como arma para doblegar la rebelión de los palestinos durante muchas etapas de su lucha. Esta historia se remonta a la guerra de 1948 cuando las milicias sionistas cortaron el suministro de agua a decenas de aldeas palestinas alrededor de Jerusalén para facilitar la limpieza étnica de esa región.

Durante la Nakba (o catástrofe) de 1948, cuando conquistaban un pueblo o una ciudad, las milicias demolían de inmediato sus pozos para evitar el regreso de los habitantes. Los colonos judíos ilegales todavía utilizan esta táctica hasta el día de hoy.



El ejército de Israel, también siguió utilizando esta estrategia, sobre todo en la primera y segunda intifadas. En la segunda los aviones israelíes bombardearon el suministro de agua de cada pueblo o campo de refugiados que planeaban invadir y someter. Durante la invasión del campo de refugiados de Yenín y la masacre de abril de 2002 el suministro de agua del campamento fue destruido antes de que los soldados entraran desde todas las direcciones, matando e hiriendo a centenares de sus habitantes.



Hasta la fecha Gaza sigue siendo el ejemplo más extremo de castigo colectivo relacionado con el agua. No sólo el suministro de agua es un objetivo de ataque durante la guerra, también los generadores eléctricos que se utilizan para purificar el agua a menudo son destruidos desde el cielo. Y hasta que el asedio que ya lleva una década haya terminado hay pocas esperanzas de reparar permanentemente cualquiera de los generadores.



Es de conocimiento público que el Acuerdo de Oslo fue un desastre político para los palestinos. Menos conocida, sin embargo, es la forma en que Oslo facilitó la desigualdad actual en Cisjordania.



El llamado Oslo II, o Acuerdo Provisional palestino-israelí de 1995, fijó un sector separado de agua de Cisjordania para la Franja de Gaza, dejando así que la Franja desarrolle sus propias fuentes de agua localizadas dentro de sus límites. Con el asedio y las recurrentes guerras los acuíferos de Gaza producen en cualquier caso entre el 5 % y 10 % de "agua potable para el consumo humano". Según ANERA (American Near East Refugee Aid, N. de T.) el 90 % del agua de Gaza no es apto para el consumo humano.



Por lo tanto la mayoría de los habitantes de Gaza subsisten con aguas residuales contaminadas no tratadas. Pero Cisjordania debe -al menos teóricamente- disfrutar de un mayor acceso al agua que Gaza. Sin embargo no es el caso.

La fuente de agua más grande de Cisjordania es el acuífero de la montaña, que incluye varias cuencas: norte, occidental y oriental. Israel restringe la pendiente occidental de estas cuencas y también niega a los palestinos el acceso al agua desde el río Jordán y el acuífero de la costa. Oslo II, que estaba destinado a ser un arreglo temporal hasta la conclusión de las negociaciones finales, consagró la desigualdad existente dando a los palestinos menos de una quinta parte de la cantidad de agua otorgada a Israel.



Pero incluso ese acuerdo perjudicial no se ha respetado, en parte porque un comité conjunto para resolver los problemas del agua da poder de veto a Israel sobre las demandas palestinas. En la práctica se traduce en un 100 % de todos los proyectos de agua israelíes que recibieron vía libre, incluidos para los asentamientos ilegales, mientras casi la mitad de las necesidades de los palestinos son rechazadas.



En la actualidad, según Oxfam, Israel controla el 80 % de los recursos hídricos palestinos. "Los 520.000 colonos israelíes usan aproximadamente seis veces más de agua que la utilizada por los 2,6 millones de palestinos en Cisjordania".



El razonamiento detrás de esto es bastante sencillo, como escribe Stephanie Westbrook en +972 Magazine de Israel. "La compañía que bombea el agua hacia fuera es Mekorot, la compañía nacional de agua de Israel. Mekorot no sólo opera más de 40 pozos en Cisjordania, apropiándose de los recursos hídricos palestinos, sino que además controla eficazmente las válvulas para decidir quién se lleva el agua y quién no".



"No debe ser ninguna sorpresa que se de prioridad a los asentamientos israelíes mientras el servicio a las ciudades palestinas se reduce o se corta de forma rutinaria" como ocurre en la actualidad.



La injusticia de todo esto es indiscutible. Sin embargo, durante casi cinco décadas, Israel ha estado empleando las mismas políticas contra los palestinos sin mucha censura o una acción significativa de la comunidad internacional.



Este verano la temperatura en Cisjordania llega a los 38 grados centígrados. Familias enteras, según los informes, viven con la mínima cantidad de 2-3 litros por habitante y día. El problema está alcanzando proporciones catastróficas. Esta vez la tragedia no se puede dejar de lado porque la vida y el bienestar de comunidades enteras están en juego.





Ramzy Baroud lleva más de veinte años escribiendo sobre Oriente Medio. Es columnista internacional, consultor de medios, autor de varios libros y fundador de PalestineChronicle.com . Entre sus libros cabe destacar: Searching Jenin The Second Palestinian Intifada y el último publicado: My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press, Londres). Su web es: www.ramzybaroud.net.