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Los militares juegan un papel cada vez mayor a la hora de definir la
agenda de política exterior y, por extensión, de política interior en Estados
Unidos. El ascenso de “los generales” a puestos estratégicos del régimen de
Trump es evidente y ello refuerza la autonomía del ejército en la determinación
de la agenda de política estratégica.
En este artículo analizaremos las ventajas que aportan los planes
bélicos a la élite militar y las razones por las cuales “los generales” han
conseguido imponer su punto de vista sobre la realidad internacional.
Examinaremos la influencia del estamento militar sobre el gabinete civil
de Trump, consecuencia de la degradación implacable de la presidencia que lleva
a cabo la oposición política.
El preludio a la militarización: la estrategia de múltiples guerras de
Obama y sus consecuencias
El papel fundamental que desempeña el ejército en la elaboración de la
política exterior de EE.UU. tiene su origen en las decisiones estratégicas
tomadas durante la presidencia de Obama-Clinton. En ese periodo se
implementaron una serie de políticas que influyeron enormemente en el
advenimiento de un poder político-militar sin precedentes.
1- El enorme incremento de las tropas destinadas a Afganistán y sus
subsecuentes fracasos y retirada debilitaron el régimen Obama-Clinton y
aumentaron la animosidad entre los militares y la Administración Obama. A
consecuencia de sus fracasos, Obama rebajó la reputación las fuerzas armadas y
debilitó su autoridad como presidente.
2- Los bombardeos masivos y destrucción de Libia, el derrocamiento del
régimen de Gadafi y la incapacidad de la administración Obama-Clinton para
imponer un gobierno títere, pusieron de manifiesto las limitaciones del poder
aéreo estadounidense y la ineficacia de su intervención político-militar. El
presidente equivocó fatalmente su política exterior en el Norte de África y
demostró su ineptitud militar.
3- La invasión de Siria por parte de mercenarios y terroristas
financiados por Estados Unidos le vinculó a un aliado poco de fiar en una
guerra en la que tenía todas las de perder. Ello provocó una reducción del
presupuesto militar y persuadió a los generales de que el control de las
guerras extranjeras y la política exterior era la única manera de salvaguardar
sus posiciones.
4- La intervención militar de Estados Unidos en Irak tuvo una
importancia secundaria en la derrota del Estado Islámico; los principales
actores y beneficiarios fueron Irán y las milicias chiíes iraquíes aliadas.
5- La Administración Obama-Clinton organizó el golpe de Estado en
Ucrania y facilitó la toma del poder a una junta militar corrupta e
incompetente. Esto provocó la secesión de Crimea (que se unió a Rusia) y de
Ucrania Oriental (aliada a Rusia). Los generales fueron marginados y descubrieron
que se habían aliado con los cleptócratas ucranianos e incrementado
peligrosamente la tensión política con Rusia. EE.UU. dictó sanciones económicas
contra Moscú intentando desviar la atención de sus ignominiosos fracasos
político-militares.
Trump se encontró con un legado de la administración Obama-Clinton
levantado sobre tres patas: un orden internacional basado en las agresiones
militares y la confrontación con Rusia; un “pivote hacia Asia” basado en el
cerco militar y el aislamiento económico de China logrado mediante amenazas de
guerra y sanciones económicas contra Corea del Norte; y el uso del ejército
como guardia pretoriana de los tratados de libre comercio en Asia, que excluyen
a China.
El legado de Obama consiste en un orden internacional de capital
globalizado y múltiples guerras y su continuidad dependía inicialmente de la
elección de Hillary Clinton como presidenta.
Por su parte, Donald Trump prometió en la campaña presidencial
desmantelar o revisar drásticamente la doctrina Obama que basaba el orden
internacional en el mantenimiento de múltiples guerras, una visión
“neocolonialista” de la nación y el libre comercio. El furioso presidente
saliente comunicó al recién llegado que si procedía a cumplir sus promesas electorales
de un nacionalismo económico se encontraría con la hostilidad conjunta de todo
el aparato del Estado, Wall Street y los medios de comunicación de masas, con
lo que socavaría el orden global centrado en torno a Estados Unidos.
La apuesta de Trump era cambiar las sanciones económicas y la
confrontación militar de Obama por la reconciliación económica con Rusia, pero
se encontró con el avispero de acusaciones sobre la supuesta conspiración
electoral con Rusia, que insinuaban que había cometido traición, y con los
juicios ejemplares a sus aliados más próximos y a miembros de su propia
familia.
La fabricación mediática del complot Trump-Rusia fue solo el primer paso
de una guerra total contra el nuevo presidente que consiguió debilitar su
agenda económica nacionalista y su intención de cambiar el orden global de
Obama.
Trump bajo el orden internacional de Obama
Tras solo ocho meses en el poder, el presidente Trump sucumbió impotente
a los despidos, dimisiones y humillación de todos y cada uno de sus nombramientos
civiles, especialmente aquellos empeñados en revertir el “orden internacional”
de Obama.
Trump fue elegido para reemplazar las guerras, sanciones e
intervenciones militares por acuerdos económicos que beneficiaran a las clases
trabajadora y media de Estados Unidos. Eso implicaba acabar con los prolongados
y dispendiosos compromisos de las fuerzas armadas en la “construcción de
naciones” (ocupación), en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otras zonas sin fin
de guerra planeadas por Obama.
Se suponía que las prioridades militares de Trump eran el refuerzo de
las fronteras nacionales y de los mercados extranjeros. Comenzó solicitando a
sus socios de la OTAN que asumieran sus propias responsabilidades en defensa y
pagaran por ellas. A los partidarios del orden global de Obama de ambos
partidos les horrorizaba que Estados Unidos pudiera perder el control absoluto
de la OTAN; inmediatamente se unieron y se movilizaron para despojar a Trump de
sus aliados económicos nacionalistas y desmontar sus programas.
Trump se dio por vencido enseguida y se adaptó al orden internacional de
Obama, con una única salvedad: él mismo seleccionaría el gabinete que pusiera
en marcha el viejo/nuevo orden internacional.
Maniatado, Trump eligió una cohorte de generales encabezada por el
general James Mattis (conocido como “Perro Loco”) como ministro de Defensa. Los
generales se hicieron cargo de la presidencia. Trump abdicó de sus
responsabilidades.
General Mattis: la militarización de Estados Unidos
El general Mattis asumió el legado de Obama y le añadió su propio matiz
incluyendo la “guerra psicológica” incorporada a las declaraciones exaltadas de
Trump en Twitter.
La “doctrina Mattis” combina amenazas graves con provocaciones agresivas,
lo que sitúa a Estados Unidos (y al resto del mundo) al borde de una guerra
nuclear. El general ha adoptado los objetivos y los campos de operaciones
definidos por la anterior Administración dispuesto a reforzar el orden
imperialista internacional existente.
Las políticas de la junta se han basado en las provocaciones y amenazas
contra Rusia y el aumento de las sanciones económicas. Mattis echó más gasolina
al fuego de la retórica antirusa, ya bastante candente, de los medios de
comunicación de masas. El general fomentó una estrategia de “matonismo
diplomático” de baja intensidad, incluyendo una invasión de las oficinas
diplomáticas rusas que no tenía precedente y la expulsión inmediata de
diplomáticos y personal consular.
Estas amenazas militares y estos actos de intimidación diplomática dan a
entender que la administración de los generales del títere Trump está dispuesta
a destrozar las relaciones diplomáticas con una gran potencia nuclear mundial
y, por ende, a llevar al mundo a una confrontación nuclear directa.
Lo que Mattis pretende con estas disparatadas agresiones es nada menos
que obligar al gobierno ruso a capitular ante los antiguos objetivos militares
de Estados Unidos: la partición de Siria (que se inició con Obama), la
imposición de sanciones severas a Corea del Norte (que se inició con Clinton) y
el desarme de Irán (principal objetivo de Tel Aviv) conducente a su
desmembración.
La junta de Mattis que ocupa la Casa Blanca endureció las amenazas a una
Corea del Norte, que, en palabras de Putin, “antes estaría dispuesta a
alimentarse de hierba que al desarme”. Los megáfonos de los medios de
comunicación y del ejército pintan a los norcoreanos, víctimas de las sanciones
estadounidenses, como una amenaza “existencial” al continente norteamericano.
Las sanciones se han endurecido. Hay presiones para desplegar armamento
nuclear en Corea del Sur. Se planean y se ejecutan maniobras militares masivas
por tierra, mar y aire en torno a Corea del Norte. Mattis retorció el brazo a
los chinos (principalmente a los burócratas empresarios relacionados con las
compras) y se aseguró de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara un
aumento de las sanciones. Y Rusia se unió al coro anti Pyongyang ¡a pesar de
que Putin advirtió de la ineficacia de las sanciones! (¡Como si el general
Perro Loco fuera a tomar en serio el consejo de Putin, especialmente una vez
que Rusia votó a su favor!).
Mattis también ha incrementado la militarización del golfo Pérsico,
continuando la política de sanciones parciales y provocaciones belicosas contra
Irán.
Cuando trabajaba para Obama, Mattis aumentó los cargamentos de armas
estadounidenses destinados a los terroristas sirios y los títeres ucranianos,
para estar seguro de que Estados Unidos pudiera echar por tierra cualquier
“acuerdo negociado”.
Evaluación de la militarización
Se supone que al recurrir a “sus generales” Trump contrarresta cualquier
ataque sobre política exterior que pueda recibir por parte de su propio partido
o de congresistas demócratas. El nombramiento de Mattis “Perro Loco”, conocido
rusófobo y belicista, ha servido para pacificar hasta cierto punto su oposición
en el Congreso y debilitar cualquier “hallazgo” de conspiración electoral entre
Trump y Moscú expuesto por el investigador especial Robert Mueller. Trump
mantiene su papel como presidente nominal adaptándose a lo que Obama le
advirtió que era el “orden internacional”, ahora dirigido por una junta militar
no elegida ¡compuesta por remanentes del gobierno Obama!
Los generales proporcionan una apariencia de legitimidad al régimen de
Trump (especialmente para los demócratas belicistas y los medios de
comunicación). Sin embargo, el traspaso de los poderes presidenciales a Mattis
“Perro Loco” y sus secuaces tendrá un alto precio.
Aunque la junta militar pueda proteger el flanco de política exterior de
Trump, no sirve para reducir los ataques a sus proyectos internos. Por si fuera
poco, el compromiso sobre presupuesto que Trump propuso a los demócratas ha
enfurecido a los líderes de su propio partido.
En resumen, la militarización de la Casa Blanca producto del
debilitamiento de la posición de Trump beneficia a la junta militar y aumenta
el poder de esta. De momento, el programa de Mattis “Perro Loco” ha tenido
resultados diversos: las amenazas de lanzar una guerra preventiva (posiblemente
nuclear) contra Corea del Norte ha reforzado la determinación de Pyongyang de
desarrollar y perfeccionar su capacidad de misiles balísticos de medio y largo
alcance y sus armas nucleares. Las políticas suicidas no han conseguido
intimidar a Corea del Norte. Mattis no ha podido imponer la doctrina
Clinton-Bush-Obama dirigida a despojar a los países (como Libia e Irak) de sus
armas defensivas avanzadas como preludio de una invasión estadounidense de
“cambio de régimen”.
Cualquier ataque de EE.UU. a Corea del Norte provocaría represalias
masivas que se cobrarían decenas de miles de vidas de militares estadounidenses
y causarían la muerte y lesiones a millones de civiles en Corea del Sur y
Japón.
Lo más que ha conseguido “Perro Loco” ha sido intimidar a las
autoridades chinas y rusas (y a sus multimillonarios colegas de negocios de
exportación) para que aumenten las sanciones económicas contra Corea del Norte.
Mattis y sus aliados en la ONU y la Casa Blanca (la chiflada Nikki Haley [1] y
el miniaturizado presidente Trump) pueden llamar a la guerra, pero no pueden
aplicar la llamada “opción militar” sin amenazar a las fuerzas armadas
estadounidenses desplegadas a lo largo de la región de Asia-Pacífico.
El asalto de Mattis “Perro Loco” a la embajada rusa no debilitó
sustancialmente a Rusia, pero ha desvelado la inutilidad de la diplomacia
conciliatoria de Moscú hacia sus supuestos “socios” del régimen de Trump.
El resultado final puede conducir a una ruptura formal de las relaciones
diplomáticas, que incrementaría el riesgo de una confrontación militar y un
holocausto nuclear global.
La junta militar está presionando a China para que actúe contra Corea
del Norte con el objetivo de aislar el régimen de Pyongyang y reforzar el cerco
militar estadounidense a Pekín. “Perro Loco” ha obtenido un éxito parcial al
volver a China contra Corea del Norte al tiempo que garantizaba sus
instalaciones avanzadas de misiles THADD en Corea del Sur, que apuntarán
directamente a Pekín.
Estos son los triunfos a corto plazo de Mattis frente a los
excesivamente dóciles burócratas chinos. Pero si “Perro Loco” intensifica las
amenazas militares directas contra China, Pekín puede tomar represalias
deshaciéndose de miles de millones de bonos del Tesoro estadounidense, cortando
relaciones diplomáticas, sembrando el caos en la economía de EE.UU. y
enfrentando a Wall Street con el Pentágono.
El aumento de tropas llevado a cabo por Mattis en Afganistán y en
Oriente Próximo no servirá para intimidar a Irán ni conducirá a ningún triunfo
militar. Por el contrario, implicas grandes gastos y pocas ganancias, tal y
como descubrió Obama tras casi una década de derrotas, fiascos y pérdidas multimillonarias.
Conclusión
La militarización de la política exterior de Estados Unidos, el
establecimiento de una junta militar en el seno de la Administración Trump y el
recurso a la política arriesgada de la amenaza nuclear no ha cambiado el
equilibrio de poder global.
En el ámbito interno, la presidencia nominal de Trump depende de
militaristas como el general Mattis. Este ha intensificado el control sobre los
aliados de la OTAN, atrayendo incluso a alguna oveja descarriada como Suecia,
para que se unan a Estados Unidos en una cruzada militar contra Rusia. Ha
aprovechado la pasión que sienten los medios de comunicación por los titulares
belicosos y su adulación a los generales de cuatro estrellas.
Pero, a pesar de todo eso, Corea del Norte permanece impávida porque
puede tomar represalias. Rusia posee miles de armas nucleares y sigue siendo el
contrapoder en un planeta dominado por Estados Unidos.
China es dueña del Tesoro de Estados Unidos y no se deja impresionar, a
pesar de la presencia de una armada estadounidense cada vez más dispuesta al
choque a lo largo de todo el mar meridional de China.
“Perro Loco” se entusiasma con la atención mediática, encarnada en
periodistas bien vestidos y con una escrupulosa manicura que no pierden detalle
de todos y cada uno de sus discursos sanguinarios. Los contratistas de la
guerra le rodean como un enjambre de moscas en torno a la carroña. Este general
de cuatro estrellas ha alcanzado un estatus presidencial sin haber ganado
ningunas elecciones (falsas o no). No hay duda de que cuando deje el cargo se
convertirá en el más deseado miembro de consejo de administración o asesor
especialista de los grandes contratistas militares estadounidenses de la
historia de EE.UU. Recibirá lucrativos honorarios por charlas estimulantes de
media hora y consolidará las sustanciosas prebendas del nepotismo para las tres
siguientes generaciones de su familia. Podría incluso presentarse para senador
o incluso presidente por cualquiera de los dos partidos.
La militarización de la política exterior de Estados Unidos nos ofrece
importantes lecciones:
1ª La primera de todas es que la escalada de las amenazas de guerra no
triunfa si el objetivo es desarmar a adversarios que poseen capacidad para
contraatacar. La intimidación mediante sanciones puede imponer penurias
económicas importantes a los regímenes dependientes de la exportación de
petróleo, pero no a las economías endurecidas, autosuficientes o muy
diversificadas.
2ª Las maniobras bélicas multilaterales de baja intensidad refuerzan las
alianzas encabezadas por EE.UU., pero al mismo tiempo convencen a sus
adversarios de que deben aumentar su preparación militar. Las guerras de
intensidad media contra adversarios no nucleares pueden servir para tomar ciudades
importantes, como en Irak, pero el ocupante se enfrenta a costosas y
prolongadas guerras de erosión que pueden socavar la moral del ejército,
provocar malestar en el ámbito nacional y elevar el déficit presupuestario. Y
generan millones de refugiados.
3ª Las políticas militares arriesgadas pueden traer cuantiosas pérdidas
en vidas, aliados y territorio y montones de cenizas radioactivas… ¡una
victoria pírrica!
En resumen:
Las amenazas y la intimidación solo funcionan contra adversarios
conciliadores. La matonería verbal poco diplomática puede hacer que surjan el
espíritu pendenciero y algunos aliados, pero tiene pocas posibilidades de
convencer a los adversarios de que se rindan. La política estadounidense de
militarización mundial excede a sus propias fuerzas armadas y no ha logrado
ninguna victoria militar permanente.
¿Hay alguna voz dentro de los militares estadounidenses de ideas claras,
esos que no se deslumbran por el brillo de sus estrellas o de sus estúpidos
admiradores de los medios de comunicación, dispuesta a defender la
reconciliación global y más respeto mutuo entre las naciones? El Congreso de
Estados Unidos y los medios de comunicación corruptos han demostrado su
incapacidad para evaluar los desastres del pasado, así que mucho menos podrán
forjar una respuesta eficaz a las nuevas realidades globales.
[1] Nikki Haley es la embajadora de EE.UU. ante la ONU.