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La anexión de Palestina empezó en la Conferencia de San Remo
La
anexión de Palestina empezó en la Conferencia de San Remo
www.voltairenet.org | 23/05/2020|
Foto: Los participantes en la Conferencia de
San Remo decidieron la suerte de los vastos territorios confiscados al Impero
otomano tras su derrota en la Primera Guerra Mundial (Foto: archivos)
Hace cien años los representantes de unos pocos
países poderosos se reunieron en San Remo, una aletargada ciudad de la Riviera
italiana y juntos decidieron la suerte de los vastos territorios confiscados al
Impero otomano tras su derrota en la Primera Guerra Mundial.
Fue el 25 de abril de 1920 cuando el Consejo
Supremo de los Aliados creado tras la Primera Guerra Mundial aprobó
la Resolución de la Conferencia de San Remo por la que se establecían Mandatos
occidentales en Palestina, Siria y “Mesopotamia” (Irak). En teoría los dos
últimos estaban destinados a tener una independencia provisional, mientras que
se concedió Palestina al movimiento sionista para que estableciera ahí una
nación judía. “El Mandatario será responsable de poner en práctica la
declaración [Balfour] hecha originalmente por el gobierno británico y adoptada
por las demás potencias aliadas el 8 de noviembre de 1917 a favor del
establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”,
afirmaba la Resolución.
La Resolución otorgaba un mayor reconocimiento
internacional a la decisión unilateral británica, adoptada tres años antes, de
conceder Palestina a la Federación Sionista con el fin de establecer una patria
judía a cambio del apoyo sionista a Gran Bretaña durante la Gran Guerra.
Y al igual que en la Declaración Balfour, [en
la Resolución] se hacía una rápida mención a los desventurados habitantes de
Palestina, cuya patria histórica se estaba confiscando y entregando
injustamente a los colonos judíos.
Según la Conferencia de San Remo, el
establecimiento de ese Estado judío dependía de un vago “acuerdo”
de que “no se hará nada que pueda perjudicar a los derechos civiles y
religiosos de las comunidades no judías que existen en Palestina”.
Esta mención solo sirvió como un pobre intento
de parecer equilibrado políticamente, mientras que en realidad nunca se estableció ningún mecanismo para
llevarlo a la práctica y garantizar que se respetaba y aplicaba ese “acuerdo”.
De hecho, se podría argumentar que la larga
implicación de Occidente en la cuestión de Israel y Palestina ha seguido el
mismo prototipo de San Remo, es decir, que se concede al movimiento sionista (y
después a Israel) sus objetivos políticos en base a unas condiciones que no se
pueden cumplir y que nunca se respetan ni se aplican.
Hay que señalar que la inmensa mayoría de las
Resoluciones de Naciones Unidas referentes a los derechos palestinos siempre
han sido aprobadas por la Asamblea General y no por el Consejo de Seguridad en
el que Estados Unidos es una de las cinco potencias con derecho a veto y
siempre está dispuesta a echar abajo cualquier intento de hacer cumplir el
derecho internacional.
Esta dicotomía histórica es lo que ha llevado a
actual punto muerto político.
Uno tras otro, los dirigentes palestinos han
fracasado en cambiar este esquema opresivo. Décadas antes del establecimiento
de la Autoridad Palestina, innumerables delegaciones, incluidas aquellas que
afirmaban representar al pueblo palestino, viajaron a Europa para apelar a uno
u otro gobierno, defender el caso palestino y exigir justicia.
¿Qué ha
cambiado desde entonces?
El 20 de febrero de 2020 el gobierno de Donald
Trump publicó su propia versión de la Declaración Balfour bajo el
nombre de “Acuerdo del Siglo”.
La decisión estadounidense que, una vez más, desprecia abiertamente el derecho internacional, prepara el
camino para futuras anexiones coloniales por parte de Israel de la Palestina
ocupada (paves the way for further
Israeli colonial annexations of occupied Palestine). Amenaza abiertamente a
los palestinos que si no cooperan serán castigados severamente. De hecho, ya
han sido castigados ya que Washington cortó la financiación de la Autoridad Palestina y de todas las
instituciones internacionales que proporcionan una ayuda fundamental al pueblo
palestino.
Lo mismo que en la Conferencia de San Remo, en
la Declaración de Balfour y en muchos otros documentos, se pedía a Israel, de una forma muy educada pero sin ningún
plan para hacer cumplir esas demandas, que concediera a los palestinos algunos
gestos simbólicos de libertad e independencia.
Se puede argumentar, y con razón, que el
“Acuerdo del Siglo” y la Resolución de la Conferencia de San Remo no son
idénticos en el sentido de que la decisión de Trump fue unilateral mientras la
que Resolución de San Remo fue el resultado de un consenso político entre
varios países: Gran Bretaña, Francia, Italia y otros.
Es cierto, pero hay que tener en cuenta dos
puntos importantes: en primer lugar, la Declaración Balfour también fue una
decisión unilateral. A los aliados de Gran Bretaña les costó tres años aceptar
y dar validez a la decisión ilegal de Londres de conceder Palestina a los
sionistas. La pregunta ahora es cuánto tiempo le costará a Europa hacer suyo el
“Acuerdo del Siglo”.
El segundo lugar, el espíritu de todas estas
declaraciones, promesas, resoluciones y “acuerdos” es el mismo, esto es, las
superpotencias deciden en virtud de su propia fuerte influencia reorganizar los
derechos históricos de las naciones. En cierto modo, nunca murió verdaderamente
el colonialismo de antaño.
Se obsequia a la Autoridad Palestina, lo mismo
a que los anteriores dirigentes palestinos, con la consabida política del palo
y la zanahoria. El pasado mes de marzo el yerno del presidente Donald Trump,
Jared Kushner, dijo a los palestinos que si no volvían a las (inexistentes)
negociaciones con Israel, Estados Unidos apoyaría la anexión por parte de Israel
de Cisjordania.
Desde hace casi tres décadas y, desde luego,
desde la firma de los Acuerdos de Oslo en septiembre de 1993, la Autoridad
Palestina ha elegido la zanahoria. Ahora que Estados Unidos ha decidido cambiar
totalmente las reglas del juego, la Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas se
enfrenta a su más grave amenaza existencial hasta ahora: ceder ante Kushner o
insistir en volver a un modelo político muerto que Washington construyó y luego
abandonó.
Israel aborda con una total claridad la crisis
dentro del liderazgo palestino. El nuevo gobierno de coalición israelí, formado
por quienes antes eran rivales, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu,
y Benny Gantz, ha acordado provisionalmente que la anexión de grandes partes de
Cisjordania y el Valle del Jordán es solo cuestión de tiempo. Solo esperan la
aprobación de Estados Unidos. No es probable que esperen mucho tiempo ya que el
Secretario de Estado Mike Pompeo afirmó el 22 de abril que la anexión de territorios palestinos es
“una decisión israelí”.
Francamente, poco importa. Ya se ha hecho la
Declaración Balfour del siglo XXI y solo es cuestión de convertirla en la nueva
realidad incontestable.
Quizá es el momento de que los dirigentes
palestinos comprendan que la respuesta nunca es y nunca ha sido prosternarse a
los pies de los herederos de la Resolución de San Remo, que crearon y mantienen
el Israel colonial.
Quizá sea el momento de reflexionar seriamente
al respecto.
Ramzy Baroud es periodista y director de The
Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de los cuales es These Chains
Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in
Israeli Prisons” (Clarity Press, Atlanta). El dr. Baroud es investigador no
residente del Center for Islam and Global Affairs (CIGA), Istanbul Zaim
University (IZU). Su página web eswww.ramzybaroud.net
"Ya va siendo hora de que la humanidad sea adulta y empiece a decidir qué cosas no puede hacer"
"Ya va siendo hora de que la humanidad sea
adulta y empiece a decidir qué cosas no puede hacer"
Entrevista a Juan
Luis Arsuaga
Por Leire Ventas
/ 06-05-2020
Juan Luis Arsuaga, paleontólogo español, premio
Príncipe de Asturias y uno de los mayores expertos del mundo en la evolución de
nuestra especie, se alarma ante la expansión cual virus del
"pensamiento mágico", advierte sobre los peligros de sustituir a Dios
con la ciencia y llama a utilizar la razón para solucionar los problemas que
plantea la pandemia.
Lo que sigue es un extracto del diálogo que mantuvo
con BBC Mundo el catedrático, también codirector del yacimiento de Atapuerca y
director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos, desde su
confinamiento en Madrid.
Es paleontólogo y, como usted mismo la define, su
profesión consiste en estudiar el pasado, el pasado de la evolución, la
historia de la vida. ¿Cómo encaja esto que estamos viviendo en esa historia?
La vida es una
crisis permanente. Muchas veces se pregunta: "¿Qué es lo que causa la
extinción de las especies?". Pero la pregunta está mal formulada. La
pregunta es: "¿Qué es lo que hace que las especies no se extingan?",
porque todas las especies están siempre al borde de la extinción. Unas son más
resilientes que otras, pero un mundo estable, tal y como se concibe la
estabilidad, no es real. El mundo está en permanente inestabilidad.
Esto nos ha pillado en un momento en el que
estábamos convencidos de que podíamos controlar nuestro futuro, tal vez hasta
dirigir la evolución, cambiar su curso. ¿Nos pone en nuestro sitio como
especie?
Eso me suena a
curas, a predicadores. Ya solo falta que nos digan que nos lo merecemos, que es
un castigo de la naturaleza.
Toda la predicación
bíblica que está aflorando ahora me parece lo más grave de esta epidemia. Es la
vuelta de los charlatanes, del pensamiento mágico, algo que pensábamos que de
verdad había desaparecido. "Arrepentíos", solo les falta decirles.
"Es el último aviso". Nadie había pensado que se habían acabado las
epidemias. Tal es así, que hay una especialidad médica dedicada a ellas: la
epidemiología. Hay que utilizar el pensamiento racional para solucionar los
problemas.
Me refería a si esto nos ha recordado que somos
animales, que nos pone en nuestro sitio, a la par de otras especies animales.
¡Nos recuerda que
volamos en Ryanair! Lo que nos ha pasado es que viajamos en Ryanair, con el
señor de la derecha tosiendo y el de detrás también, hacinados… ¿así cómo no
van a extenderse los virus?
Pero la solución no
es un predicador, (que nos advierta que) "es el último aviso,
pecadores". La solución pasa por (preguntarnos) cómo lo hacemos. ¿Cómo
hacemos para que haya un vuelo barato de Madrid a Londres, en el que no
viajemos hacinados y con el que no quememos combustible fósil?
La pregunta es, entonces: ¿a qué renunciamos?
Esto nos tiene que
llevar a una solución técnica. Vivimos en un mundo diferente, y nos estamos
viendo con problemas diferentes. Pero esto no tiene nada de particular. Vivir
es estar permanentemente a punto de morir. La vida de las sociedades, de los
ecosistemas, de cualquier sistema, en realidad, es un equilibrio dinámico.
Consiste en que le quitas un pilar y no se cae.
La definición de
vida más acertada que yo conozco es una de Karl Popper: All life is problem solving. Los minerales no tienen
problemas, los muertos tampoco. Es la vida: resolver problemas.
Usted ha dicho que no hay que pensar en esto como
un gran cambio histórico, que los grandes cambios históricos son el resultado
de una concatenación de crisis. Pero ¿qué pasa si esta es la primera de una
serie de crisis?
Depende de la
recurrencia. Todas las catástrofes tienen una recurrencia. Así, si construyes
un paseo marítimo pegado al borde del mar, sabes que cada 10 años va a ser
destruido por las olas y que vas a tener que reconstruirlo. Y luego hay
fenómenos todavía más catastróficos con recurrencias de 100 años o 500 años.
Entonces ¿qué se puede hacer? Si yo viviera en una zona sísmica, construiría
edificios antisísmicos.
¿Y qué pasa si la concatenación es de crisis de
distinta naturaleza? Como ahora, que a la sanitaria le seguirá la económica…
Pues que puede
acabar con una civilización entera. Así pasó con el Imperio romano. La salud de
una sociedad está en su capacidad de reponerse, de recuperarse de las crisis.
Pasa como con la salud de un individuo. Tú te puedes morir de una gripe. Tu
sistema inmunitario se pone a prueba cada día del año. Entonces, en función de
cuál sea tu capacidad de superar una crisis, vivirás más o menos.
En el caso del
Imperio romano, se le fue juntando todo. Me refiero al de Occidente, porque hay
que recordar que el Imperio romano de Oriente siguió hasta el siglo XV. El
Imperio romano de Occidente tenía muchas crisis: económicas, políticas,
sociales, de recursos naturales, climáticas… y, claro, las olas venían
demasiado seguidas y no le daba tiempo de reponerse de una para enfrentar la
siguiente.
(También está el
ejemplo de cuándo) Irlanda vivía de la patata. Cuando se produjo la crisis del
escarabajo de la patata, murieron cientos de miles de irlandeses de hambre. Un
escarabajo mató a un gran porcentaje de la población y el resto emigró a
América. ¡Un escarabajo que afectaba a la patata! Este tipo de crisis se puede
producir y, cuando lo hace, destruye una sociedad por completo. Sería absurdo
negar esta posibilidad.
Ahora ¿qué es lo que
tenemos que hacer? Pues que no haya otra pandemia como esta, porque no podemos
confinarnos todos los años. No hay economía que resista un confinamiento cada
año. En consecuencia, tendremos que aprender.
Que no haya otra pandemia no es lo que prevén los
epidemiólogos…
Bueno, epidemias va
a haber, por eso hay epidemiólogos. Lo mismo que hay bomberos, porque va a
haber fuegos. ¿Pero te imaginas que haya ahora en Londres un incendio como
aquel que (en 1666) destruyó la ciudad entera? No ha vuelto a ocurrir.
Epidemias habrá, pero si son de esta envergadura y cada tres años, acabarán por
completo con nuestro mundo.
Usted dice que los charlatanes han vuelto a la
palestra. Pero los científicos también. Quizá no se les haya escuchado nunca
como en estos días.
Eso esperemos, pero
ahora vamos a ver si esto es lo de Santa Bárbara y los truenos o no. Muchos me
preguntan "¿y? ¿hemos aprendido la lección?". Pues lo vamos a ver en
seguida. En España lo vamos a saber en tres meses, en los próximos Presupuestos
Generales del Estado. Si seguimos siendo igual de rácanos (en la parte
destinada a la ciencia, la investigación, la salud y la educación), pues no, no
habremos aprendido.
"Ha llegado la hora de que la humanidad sea
adulta", ha dicho. ¿A qué se refiere?
Es que ya va siendo
hora de que sea adulta y empiece a decidir qué cosas no puede hacer. Es de
nuevo lo del pensamiento mágico, que tiene una ventaja: papá y mamá se ocupan
de todo, aunque a veces nos castigan, pero es por nuestro bien. Nos mandan una
epidemia para que aprendamos quién manda aquí. Pero aquí ya no hay papá y mamá.
Y eso sirve para el clima, para la destrucción de los recursos marinos… vale
para todo. A mí, de todas maneras, lo que me preocupa es que ha aparecido otro
tipo de religión: la religión de la ciencia.
Eso parece una contradicción.
Yo no quiero una
religión de las ciencias, no me interesa, pero cada día lo veo más. Por
ejemplo, en una conferencia digo: "Tenemos un problema con la energía,
porque cada generación consume el doble o el triple de energía que la anterior.
A eso se le llama una progresión geométrica y nos lleva al abismo".
Entonces siempre hay uno que se levanta y dice: "No, pero la ciencia lo va
a solucionar". ¡Eso es un pensamiento religioso! Pensar que la ciencia va
a sustituir a Dios es pensamiento mágico. No tenemos ninguna fuente de energía
barata. "El Sol", me dicen. Sí, pero no se puede acumular.
A la ciencia ahora
de pronto se le atribuyen las cualidades de la religión, incluyendo la
inmortalidad. Es decir, vamos a tener energía limpia, de todo, gratis, y además
vamos a ser inmortales. ¿Y quién lo va a hacer? "La ciencia". Eso es
pensamiento mágico. Lo que la ciencia dice, en realidad, es: "Si no
quieres tener cáncer de pulmón, no fumes". No te dice: "Tú fuma, que
yo ya voy a encontrar la forma de evitar el cáncer de pulmón" o "tú
come muchas grasas, que yo te voy a solucionar el problema de la arterioesclerosis".
No, te dice: "No comas grasas y no fumes, porque te vas a enfermar". La
verdadera ciencia te pone frente a tus limitaciones y hay que renunciar.
¿Pero quién decide a qué se renuncia y quién lo
tiene que hacer?
Por ejemplo, en
Madrid, dentro de toda esta tragedia, ha surgido una discusión interesante.
Para poder reabrir las cafeterías, hay que distanciar a la gente. "Para
eso necesitamos toda la acera", dicen los dueños. "Como vamos a tener
menos clientes, necesitamos más espacio". "Un momento ¿nos van a
quitar toda la acera? La acera es nuestra", dicen los vecinos.
Consecuencia: habrá que organizarlo. No todo el mundo puede tener lo que
quiere. Es decir, no van a poder ocupar toda la acera, pero tienen el derecho a
recuperarse económicamente. Es un ejemplo, pero se llama armonización social y
lo hace la política, en el sentido más noble de la palabra. Y ahora hay mucho
espacio para la política.
Tú dices que es la
hora de la ciencia y yo digo que lo es de la política.
La política tiene
que ordenar y organizar los múltiples intereses en conflicto, no la ciencia. La
ciencia no debe decir cómo se tienen que organizar las residencias de ancianos.
Ahora tendrá que ver la sociedad, a través de sus representantes, cómo lo
organiza todo y cómo hace compatibles el turismo, la economía, los viajes, los
derechos de las personas.
Sobre el impacto de la pandemia en la historia,
otros expertos coinciden en que más que remodelarla, la acelerará. ¿Qué opina
usted de esto?
Me parece de lo más
inteligente. Esta pandemia es hija de esta sociedad. No se habría podido dar en
otra época. Es impensable fuera de nuestra sociedad, nuestro mundo, pertenece a
él. Pero habría que preguntar por ejemplos. No hay teoría que resista los
ejemplos. Lo que va a desaparecer es algo que ya estaba desapareciendo. Habría
acelerado la desaparición de algo que ya estaba ocurriendo. Por lo tanto,
podría pasar con el cine, pero no con el turismo. No es que los viajes
estuvieran en decadencia y que esto sea la puntilla.
Hablar de futuro con un paleontólogo parece una
paradoja…
Para nada. La gente
me suele preguntar cómo va a ser el futuro, pero es que yo sé cómo va a ser.
Soy el único profeta de verdad (ríe). Viviremos todos en ciudades de 14
millones de habitantes, prácticamente toda la humanidad. Hay una tendencia
hacia la globalización y la vida en grandes conurbaciones. ¿Cómo será la vida
en México dentro de 150 años? Pues toda la gente vivirá en Ciudad de México.
A día de hoy, de los
56 millones de habitantes que tiene Inglaterra, unos 9 millones viven el gran
Londres, la zona conurbada. Casi el 20%, se dice pronto. Ese es el futuro. Pero
¿por qué será posible que casi toda Inglaterra viva en Londres? Por las
conexiones. Eso va a ser el mundo: grandes núcleos urbanos, muy bien comunicados
entre sí. Esto es, un escenario perfecto para el coronavirus.
Y no van a ser las
enfermedades como ésta el único problema. Va a haber problemas de contaminación
ambiental, de energía, de seguridad, de desequilibrios… Pero es lo que hay. Y
ahí, te puedes imaginar dos futuros posibles: uno tipo Blade Runner, una cosa horrible, o uno maravilloso, con
zonas verdes, jardines, sin contaminación, gente en transporte público… Puedes
imaginar un Londres horrible o uno delicioso. Yo creo que deberíamos apostar
por el delicioso.
Veo que es usted un optimista.
Es que el pesimista
no hace nada. Es un egoísta que se justifica. Un egoísta que utiliza el
pesimismo como coartada para no hacer nada. El optimista es el que cambia las
cosas. El pesimista no cambia nada. El predicador tampoco.
Pandemias y guerras verdaderas
Pandemias
y guerras verdaderas
Robert Fisk
www.jornada.unam.mx/ 03-05-2020
Después de 40 años de ver la guerra “de verdad”,
desde luego tengo ideas muy establecidas sobre la lucha que dicen librar
estadistas, políticos y mentirosos –los tres son, por supuesto,
intercambiables–. Tanto la guerra “real” como la viral (del tipo Covid-19)
provocan decesos y producen héroes; son una prueba para la resistencia humana,
pero no deben ser comparadas.
Para empezar, muchos paralelos pueden ser
vergonzosos. Cuando Matt Hancock en un principio comparó la lucha de Gran
Bretaña contra el Covid-19 con los bombardeos aéreos alemanes sobre Reino Unido
durante la Segunda Guerra Mundial (conocidos como Blitz), en realidad estaba
equiparando un puñado de muertes de británicos con la masiva fuerza aérea
alemana (Luftwaffe) que mató a unos 40 mil ciudadanos. Pero ahora que los
muertos por el virus en Reino Unido ascienden –incluyendo a los no
contabilizados, claro está– a más de 44 mil y quizás más, esas comparaciones
con la Segunda Guerra Mundial son poco preocupantes.
¿Cuál es la próxima treta histórica que los
defensores del Brexit nos jugarán? ¿Que los más de 66 mil británicos muertos en
la Segunda Guerra Mundial demuestran la resistencia de nuestros abuelos?
Para entonces las muertes por Covid en nuestro
país pueden haber sobrepasado ya esa macabra estadística.
Pero existe una diferencia mucho más importante
entre las guerras “reales” y la guerra viral global. Las “reales” surgen de un
conflicto de humanos contra humanos, y normalmente se ganan cuando la
infraestructura de uno de los bandos –sus tierras, hogares, fábricas, vías
ferroviarias, caminos, hospitales, sus museos y galerías, así como sus sistemas
de suministro de agua y plantas de electricidad– se convierte en escombros. Los
sobrevivientes emergen de estas guerras con sus países en ruina. No existe una “vuelta
a la normalidad”, porque lo normal ha sido físicamente destruido.
Nosotros los humanos no enfrentaremos la
catástrofe cuando nuestra actual “batalla” haya terminado… si es que termina,
pero de eso hablaremos más tarde. Cuando abramos nuestras puertas, las pérdidas
humanas podrán ser muy grandes y nuestras pérdidas económicas parecerán
insostenibles, pero nuestro mundo físico será, por mucho, el mismo. Nuestras
grandes instituciones, nuestros parlamentos, universidades, hospitales y
alcaldías, al igual que nuestras estaciones de trenes, aeropuertos, redes
ferroviarias, sistemas de aguas y nuestros hogares estarán intactos. Todo esto
se verá exactamente igual a como se veía hace unos meses. Estaremos a salvo del
suicidio nacional que implica una guerra de verdad.
Johnson y Cummings, así como sus compañeros de
la escuela Brexit –junto con el horrendo equipo científico que los respalda (al
menos hasta ahora)– pueden seguir jugando a la guerra, pero no deben enfatizar
la diferencia entre esto y la verdadera guerra: es decir, en el hecho de que el
mundo afuera de la puerta de sus casas será prácticamente el mismo que en
febrero y marzo.
Por esto es que muchas personas se han visto
dispuestas a romper las reglas del arresto domiciliario que les impusieron. No
es que todos sean suicidas, o egoístas o locos, sino que ven hacia el exterior
y lo ven igual a como lo recuerdan. Poco a poco, se prepararon para arriesgarse
y poner en peligro a otros porque pueden (esta expresión es muy deliberada) y
lo aceptan.
Así que –y aquí dejaré de usar las comillas–
debemos volver a las guerras “de verdad”. Uno de los más notables fenómenos en
estos conflictos aterradores es que la vida ordinaria continúa en medio del
baño de sangre y la aniquilación inminente.
Durante las batallas en Beirut y durante los
momentos más temibles de la actual guerra en Siria he ido a bodas. Una pareja
musulmana en Beirut y una pareja armenia en la norteña ciudad siria de Kimishle
–donde el frente del Isis más cercano está apenas a 19 kilómetros de la puerta
de la iglesia. Los novios decidieron casarse y los clérigos apropiados
presidieron las ceremonias. Yo los miraba, como dicen, boquiabierto. Tengo
amigos que han comprado y vendido hogares durante sus respectivas guerras. Sus
vidas están en peligro, pero aun así necesitan certificados de propiedad,
fondos bancarios y abogados. En medio de la anarquía, la burocracia formal y la
ley toman su curso.
Todo esto –los matrimonios y las transferencias
de propiedad– han continuado porque, como dice la más vieja de las frases
hechas: la vida debe continuar. Lo mismo ocurre con la guerra global contra el
virus. Nuestras bodas tienen menos invitados, las propiedades se compran y
venden mediante archivos adjuntos en un correo electrónico y los funerales –una
parte esencial de la “vida” normal, supongo– aún se realizan, pero sin que los
allegados vean el cadáver o hagan guardia junto a su ataúd.
He notado algo más en las guerras verdaderas
que cubro: que los civiles que sufren entre los combates tienen una
extraordinaria habilidad de superar las pérdidas a su alrededor. Tiene algo que
ver con la idea de sociedad: esa idea de que es posible, sin importar qué tan
consternados estemos por circunstancias personales, entender el dolor y la
muerte como cosas que se acercan a la normalidad. Las guerras verdaderas, como
pueden ver, también se encaminan hacia algo que puede llamarse “nueva
normalidad”. Amigos y familiares mueren. No conozco a nadie en Líbano o Siria
que no haya pasado por este sobresalto, pero el sobresalto también es relativo.
Durante el conflicto en Irlanda del Norte, el
secretario del Interior británico, Reginald Maudling –el ahora olvidado
predecesor de Priti Patel– se refirió en 1971 a lo que él llamó un “nivel
aceptable” de violencia. La expresión fue condenada por aquellos que creen que
cualquier violencia es inaceptable, pero sus palabras tenían sentido, si bien
macabro. Esta fue una guerra que tuve el privilegio maldito de cubrir y
recuerdo cómo los periodistas entendieron exactamente lo que quiso decir
Maudling: que el saldo de muertos por bombardeos en seis condados podía
alcanzar un punto que podía considerarse normal.
Esto ocurrió en Líbano. Durante los ceses del
fuego e incluso las treguas, los habitantes de Beirut iban a la playa, a
asolearse y nadar los fines de semana. Una tarde las armas de los cristianos
falangistas abrieron fuego en el este de Beirut y su metralla cayó entre los
bañistas en la playa del barrio Corniche, en el mar Mediterráneo. La carnicería
fue aterradora. Las primeras planas de los diarios al día siguiente estaban
llenas de fotografías que jamás se habrían publicado en Europa o Estados
Unidos.
A la semana siguiente las playas estaban llenas
de nuevo. Muchos libaneses consideraron que había un “nivel aceptable” de
muerte. En cierto sentido esto es inspirador –los seres humanos se muestran
inconquistables–, pero en otra interpretación, es algo profundamente
deprimente. Si los civiles –o el público, para usar una expresión muy
occidental– se acostumbran a la muerte, la guerra puede continuar indefinidamente.
Y ésta, recuerden, fue una guerra causada por la misma especie humana que
estaba muriendo en ella.
Aquí hay una idea inquietante. Todos sabemos
que el masivo confinamiento en Europa no puede continuar para siempre. Suecia
en realidad nunca se embarcó en ese toque de queda. Alemania, Italia y Holanda
están saliendo de él lenta y cautelosamente. Incluso el coctel de bobos de
Boris Johnson sabe que esto es cierto e incluso los británicos –con o sin los
pequeños brexiters de Downing Street–
ahora decidirán por sí mismos cuándo terminará el encierro. No van a esperar a
que el sargento Plod (plod: vocablo en inglés que significa “a paso lento”, N.
de la T.) les dé permiso.
Todos sabemos que el actual brote de Covid-19
no “termina” en el mismo sentido tradicional que una guerra concluye. No habrá
un último muerto. Pero cuando disminuyan las cifras y no exista una segunda
visita de esta cosa espantosa, Gran Bretaña habrá alcanzado, me temo, un “nivel
aceptable” de muerte. Cuando la estadística diaria vaya de los cientos a las
docenas y luego a las decenas diarias, ya no habrá más conferencias desde
Downing Street, y disminuirán nuestros pensamientos para los expertos de la
salud, no recordaremos el sacrificio de enfermeras y doctores. Incluso podremos
hacer apuestas sobre cuándo los tories volverán a hacer recortes al sistema
nacional de salud.
El tema es que todos –a excepción de hombres y
mujeres que ahora están en duelo por sus seres queridos– tenemos la capacidad
de absorber la muerte. Cuando el gobierno británico crea que ese momento de la
presente crisis llegó, abrirán las puertas, los caminos y los restaurantes. La
economía debe sobrevivir.
Johnson y sus acólitos proclamarán su victoria,
pero esto será falso. Los británicos seguirán muriendo, pero sus muertes se
habrán convertido en algo normal, igual a quienes mueren de cáncer, ataques
cardiacos o son víctimas de accidentes de tránsito; como dice Johnson en su
deplorable frase, los que “perdimos antes de tiempo”.
De esta forma, los británicos no disfrutarán de
una “inmunidad de rebaño”. Con o sin protección para este virus o el que le
siga; con o sin vacuna, se convertirán en “rebaño” en un sentido diferente. Se
convertirán, tal y como lo desea el gobierno, en un rebaño inmune a la muerte
de los otros; que habrá asumido un nivel aceptable de muerte entre sus
compatriotas. Se habrán vuelto un poco más “endurecidos” –una buena palabra
victoriana– a que se inflija tal sufrimiento, y dejarán de rezongar sobre lo
ineficaz que fue el gobierno británico para evitar este atropello.
Y entonces –usemos ese repugnante mantra de
todos los políticos– “seguiremos adelante”. Tendrán que “asumir” al virus, como
lo hizo el gobierno hace mucho y como seguirá haciéndolo.
Podemos olvidar cualquier planeación costosa
para su siguiente visita, hasta que nos topemos con el Covid-20, o el Covid-22
o el Covid-30 o cualquier otro que se nos atraviese.
"El rito, cumplido al pie de la letra, tranquiliza la conciencia... y nos engaña"
www.religiondigital.org / 04.05.2020
El cardenal Sarah, Prefecto de la Sagrada
Congregación para el Culto Divino, en la Curia Romana de la Iglesia Católica,
ha dicho públicamente que es una falta de respeto y una “locura total” llevar
la sagrada comunión a un enfermo, haciendo eso de tal manera que la hostia
consagrada se lleve metida en un sobre o en una bolsa. Como es lógico, esta
declaración pública de un personaje, tan importante en estos asuntos, está
dando que hablar.
Yo no pretendo discutir aquí si el Cardenal
Sarah tiene o no tiene razón en lo que ha dicho y como lo ha dicho. Lo que a mí
me preocupa es el hecho de que la gente, que se relaciona con la iglesia, se
interese tanto por lo que ha dicho este cardenal ante un suceso tan simple como
es llevar la comunión eucarística en una bolsa o en un sobre. Sin duda, este
cardenal piensa que es un hecho de notable importancia y gravedad el envoltorio
que se utiliza para llevar la sagrada comunión a un enfermo o un impedido. Y
esto es lo que ha motivado que el criterio de este cardenal se convierta en
noticia que ha dado la vuelta al mundo. Señal evidente de que, por lo visto,
para la “gente de iglesia” esto es un asunto muy serio y ante el que no podemos
quedarnos indiferentes. Y por supuesto no faltarán los indignados, no por el
modo de llevar la comunión, sino por lo que ha dicho el cardenal Sarah.
Pero, ¿qué pasa en la iglesia? Por supuesto,
que el Santísimo Sacramento merece todo nuestro respeto. Pero, ¿cómo y en qué
manifestamos ese respeto? ¿En los ritos y ceremonias con las que celebramos la
eucaristía? ¿O en vivir el contenido ético (de vida y conducta) que es la razón
de ser y el motivo por el que Jesús instituyó la eucaristía?
Ya en el sermón del monte dijo Jesús: “si vas a
presentar tu ofrenda al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
deja tu ofrenda allí, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). En la Biblia se
dice, una y otra vez, que la ofrendas y ceremonias sagradas de los pecadores le
causan horror a Dios (Prov 15, 8; 21, 3. 27; Eclo 31, 21-24; 35, 1-3).
Una cosa muy fundamental, que no se suele tener
debidamente en cuenta, en la iglesia, es que “los ritos son acciones que,
debido al rigor en la observancia de las normas, se constituyen en un fin en
sí” (Gerd Theissen; V. Turner). ¿Y qué ocurre precisamente por eso? Pues algo
que impresiona. Y que consiste en que los ritos, observados con toda precisión,
se separan del “ethos” (la ética, la conducta). De lo que se sigue una
consecuencia patética. Porque el rito, precisamente porque se ha cumplido al
pie de la letra, por eso nos tranquiliza la conciencia. Pero, por eso
justamente nos engaña. Del ritual, ejecutado al pie de la letra, salimos
satisfechos y tranquilos. Pero, con demasiada frecuencia, lo que ocurre es que
el rito, bien ejecutado, nos sosiega el espíritu. Al tiempo que nuestra
conducta sigue siendo exactamente la misma que teníamos antes de la misa, del
rezo o de mi relación con los demás.
Según el Evangelio, cuando Dios nos pida
cuentas en el juicio definitivo, nos dirá sencillamente: “lo que hicisteis con
uno de estos… tan insignificantes lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40).
En el momento definitivo, no se nos va a
preguntar si hemos cumplido o hemos dejado de cumplir los ritos y ceremonias
hasta el último detalle. Lo que, en el juicio de Dios, será determinante va a
ser sólo una cosa: no el cumplimiento y la observancia de los ritos religiosos,
sino la rectitud y honestidad ética que hemos tenido con nuestros semejantes,
sobre todo y concretamente con los que sufren y lo pasan mal en la vida.
¿Por qué nos llama la atención lo que ha dicho
el cardenal Sarah? Lo comprendo. Lo que no entiendo, ni puedo entender, es el
silencio de no pocos obispos, en España y en el mundo, ante tanto sufrimiento,
tanta injusticia y el comportamiento de Conferencias Episcopales enteras que
dan señales o dicen claramente que no están de acuerdo con la renta básica
universal para miles y millones de seres humanos que no tienen otro medio de
vida.
Termino: me identifico con la conducta ejemplar
del papa Francisco. Con lo que no me puedo identificar es con la conducta de los
que informan de su fidelidad a misas, rezos y ceremonias, al tiempo que se
callan y ocultan intereses y conductas que no se pueden conocer.
Teorías conspirativas y visión desconfiada (crítica)…
Teorías conspirativas y visión desconfiada
(crítica)…
¿Por qué no?
Marcelo
Colussi
www.alainet.org /
22/05/2020
“Todo poder es una
conspiración permanente”.
Honoré de Balzac
“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia,
pero sería básicamente una
prisión sin muros
en la que los presos ni siquiera
soñarían con escapar.
Sería esencialmente un sistema de
esclavitud,
en el que, gracias al consumo y
al entretenimiento,
los esclavos amarían su
servidumbre” .
Aldous Huxley
“El peligro mayor al que nos enfrentamos
no es que las cosas «se queden
como estaban»,
sino que vayan a bastante peor”.
Jorge Riechmann y Adrián Almazán
I
Pese a
que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada que da para
todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, mentir, manipular),
lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: decidir su futuro,
gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el
Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones,
tiene en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por antonomasia. Íconos,
sin embargo, que no pasan de una deslucida opacidad muy engañosa.
Lo que
hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de
relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada
vez más está digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable.
Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: decir
esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones
que obran en nuestra contra.
La
paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy
día preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, como
“Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos caracterizado
por la aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes
relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes, y que incluso
pueden durar hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o
conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de persecución,
hipocondríaco o de grandeza, pero también puede referirse a temas de litigio o
de celos o poner de manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo
está deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es
homosexual”.
El
delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos casos esa
“desconfianza” patológica (las celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar
al asesinato. El otro, el “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me
agreda, lo aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los
“problemas mentales” que se sigue padeciendo (el psicoanálisis aún es resistido
y prima la psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” suelen terminar
en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).
El
mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante paranoico,
muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, presentadas con un grado
de credibilidad, pero absurdas e insostenibles, en definitiva: “los judíos o
ciertas sectas esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los
extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa
que provocan autismo”, “la actual enfermedad Covid-19 se activa por las
emisiones de ondas 5G”, “la aparición de un cometa anuncia el fin de nuestro
planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un
largo etcétera.
Por
supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por estas
elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio, definitivamente,
está entre nosotros, a veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la
“normalidad” es siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir:
no hay una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler
era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el pueblo
alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la humanidad ni el mundo
actual se mueven por ideas delirantes, por fuerzas sobrenaturales ni mensajes
apocalípticos de seres extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas
y materiales, que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra
existencia (individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de
las cosas.
De ahí
que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto de lucha de clases da
mucho más en el blanco para entender las sociedades y sus conflictos, que la
apelación a poderes malignos o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho
de otro modo: una clase social, detentadora de los medios de producción
(tierra, maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la
otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que
queda mayoritariamente en la clase explotadora.
Ahora
bien: esa clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de
enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus
privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más perversos, más
sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo dijo uno de los más
connotados intelectuales orgánicos de esa clase dominante, el
polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de connotados grupos de
pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la Universidad Johns Hopkins: “La
sociedad será dominada por una elite de personas libres de valores
tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas
depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán
con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible
ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del
planeta. (…) Esta elite buscará todos los medios para lograr sus fines
políticos tales como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de
las masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.
Pensar,
entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan forma al
mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos (asalariados),
mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los
esclavos amarían su servidumbre”, como agudamente dijera Aldous Huxley, no
es ningún delirio paranoico. Es la constatación de una cruda y descarnada
realidad: hacemos, pensamos y actuamos según lo que poderes determinados nos
dicen. No importa si esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos,
hombres, mujeres, bisexuales, amantes del samba brasileña o la salsa
colombiana: son grupos de poder que tienen en sus manos monumentales
decisiones. Eso ¿es paranoico?
II
Para
ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos.
1) En Guatemala, Centroamérica, pequeño país
“bananero” con una gran riqueza acumulada (undécima economía latinoamericana) injustamente
distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con una
inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un tercio de la
canasta básica-), la corrupción es una constante histórica. Corrupción e
impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje social. Pero en ese
escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el 2015 una fabulosa “cruzada
contra la corrupción”. Eso resultó altamente llamativo, por cuanto Guatemala se
caracteriza -como todos los países de Latinoamérica- por una inveterada cultura
de corrupción que alcanza todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente
todos los medios de comunicación comerciales (de derecha, conservadores,
grandes empresas privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos)
pusieron en la agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la
corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción pasó a ser
la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los males del país. Queda
claro ahora que eso fue un muy sofisticado mecanismo geoestratégico de
Washington, probado en estas tierras para luego iniciar su trabajo de reversión
(roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el PT en Brasil,
Cristina Fernández en Argentina).
Esa desatada
“lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que “Guatemala daba
un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una relativa movilización de la
sociedad, terminando en una crisis política que finalizó mandando a la cárcel
al por entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti).
Pero luego de esa bien manejada crisis (asegurando “gobernabilidad” con la
llegada a la presidencia de un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy
Morales, supuestamente no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años
después corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no
volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que hubo allí una bien montada operación de
“psicología militar de masas”? ¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento
científico de peso puede oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo
indica, porque las clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.
2) Hasta
hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas de las manos
con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto, cuatro dedos empezaron
a mostrar un color, y un quinto dedo -preferentemente el anular- otro. Se hizo
moda, y una enorme cantidad de mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer
superficial la pregunta, pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa
pauta? Seguramente no fueron los platos voladores, los masones ni los
Illuminati. Sin dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es
paranoico, delirante, apelar a teorías conspirativas considerar que alguien
estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda acaso?
Estos
dos ejemplos intentan poner en evidencia que las conductas de las masas, del
grueso de la población, no son -en general- producto de una reflexión sopesada,
de actitudes críticas. Esto no significa que las masas sean “tontas”, que la
población sea felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al
entretenimiento, amaría su servidumbre”. Las masas a veces reaccionan, se
enardecen, revolucionan lo existente, y el mundo cambia. Eso, y no otra cosa,
es la lucha de clases. El mundo sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la
época de los faraones a la fecha hubo muchos cambios), pero justamente los
grupos detentadores del poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien.
Y desde las sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es
distinta la historia de la humanidad?
¿Por qué
ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper secreto
recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación de la pandemia
del COVID-19? No por la salud de la población, sino por la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría
dar lugar. Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir:
que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se mantengan). Un
estallido social puede encender mechas que luego se vuelven inmanejables (por
eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos, pudo
decir refiriéndose a las protestas populares de Chile del año pasado: “América
del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la
mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la
calidad solidaria del general Augusto Pinochet”).
¿Es
acaso paranoico pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en
Santiago a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada
explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos,
manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que contradice el
“mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de comunicación, ¿es un
delirio paranoico, es ver marcianos y conspiraciones? Pero… en Chile mucha
gente perdió la vista por la represión de los carabineros. Alguien dio esa
orden, ¿verdad? ¿Por qué Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No
parece muy delirante pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos
deciden lo que debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a
quien denuncie algo así?
III
La
marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en muy
buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la mayoría en
decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto! Eso que se nos
presenta como democracia es la más artera mentira, manipulada muy
eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas auténticas de democracia de base, de poder popular donde se deciden las líneas
por donde transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento
expresiones muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han
permitido en parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza
real de un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no
es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.
El orden
del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo. Eso es
patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los países- son, en
definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de decisiones. ¿Quién
establece el precio del petróleo, lo que un país debe producir, el inicio de
las guerras, el entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La
gente, el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este mediocre
opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas cerradas entre muy pocas personas en el
mundo.
En las
sociedades de clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo
sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional
o los que se sientan en un lujoso pent house climatizado con enormes
jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder jamás, esos de quienes ni
siquiera conocemos sus nombres, esos son los que deciden (¿quiénes son los
dueños de la Exxon-Mobil, o de la Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase &
Company?). ¿Cuándo cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo
que sí está por demás claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo
poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas
ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al
más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de
nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden
escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.
¿Por qué
ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes en estas
últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo reemplazados por la
“beneficencia” de eso que se llama “cooperación internacional”, o sustituidos
por grandes mecenas? ¿Una forma de precarizar cada vez más la vida de la clase
trabajadora global, para someterla más y más? Los servicios básicos los debe
brindar el Estado y no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que
“Los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft,
Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión
tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad,
de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de
comunicación). De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas
seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en
impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los
Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud, educación,
infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante pensar que esa
desaparición del estado de bienestar se hizo para explotar más aún a los
explotados de siempre?
¿Por qué
sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del presidente Schreber (caso
de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de “Memorias de un
neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos magnates deciden lo que
pasa en el mundo?
“De lo que se
trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado
durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros
mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto
del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más
acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e
industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una
gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su
momento, él, que fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto
de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden
la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”,
instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos,
Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que
deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias
financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es
ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta
el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el
que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?
No es
ninguna novedad (¿o es un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que
infinidad de hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la
más alta secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl
Harbor, el asesinato de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la
que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas de
destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que el sandinismo
-cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el financiamiento de la Ford
Motors Company al nazismo en sus inicios -para que invadiera y terminara con la
Unión Soviética-, los experimentos sobre la sífilis hechos, sin conocimiento de
las autoridades, con población guatemalteca en la década de 1950, armas
bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos revelados por la
crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista
puede continuar interminable.
El
medicamento cubano Interferón alfa 2B recombinante sirvió para parar la
epidemia en China, ¿por qué no se dijo una palabra de eso en el “mundo libre”?
¿Es ser un desubicado psicótico preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son
todas elucubraciones paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo,
delirios insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo
esto?
IV
Hoy día
cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el
coronavirus.
“La
nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades
contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a que es
una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo considerable para la
salud pública, todos deben estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas
de control de Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas. Esto
facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el control de la
enfermedad, así como al público en la adquisición de la información más
reciente para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la
República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de
Wuhan.
Efectivamente,
no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones
mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis): 100%, peste pulmonar: 100%,
VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica:
95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome
respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico:
26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de
letalidad del Covid-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso,
por estudiosos del tema, que estiman que es menor).
Como es
un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se ha
podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que las
autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos, hay algo
llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El mundo se detuvo
prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo
contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado
inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara en una vacuna contra la
malaria, llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria
aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250
a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria
colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un
pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no
para una histeria colectiva que no sirve para nada”.
Del
mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco
y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se propaga
como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a
contagiar, todo en el mundo al final”.
Lo
curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de
infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento pequeño
(ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede reinfectar
muchas veces como el personal sanitario), ha causado un revuelo sin
precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico de la Universidad
de Oxford, Christopher Fraser, considera que la proporción de casos sin
reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”.
El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital
Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más
infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho
su letalidad”.
Considerando
que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número
de contagios presentaron -con tasas de mortalidad diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que
no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos muestra que
al final del año el número total de decesos podría ser similar a la de la gripe
estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente las medidas de confinamiento
podrán haber evitado más muertes. Pero allí es donde se abre la pregunta.
Acusar
de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como
dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa
a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”. La crisis actual,
sanitaria en principio, abre preguntas.
No es
ninguna novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las
mismas bolsas de valores de distintas partes del mundo-, que el sistema
capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica
crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la crisis
financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento
de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino
que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes
de la difusión del Covid, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en
China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de
2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de
mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de
ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros
países”, anunciaba una voz autorizada como el economista Erick Toussaint.
Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, acusadas de delirio
paranoico por algunos.
Sabemos
que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser
la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para mantener
sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? ¿Habrá que agregar
dos millones y medio de muertos en Irak y más de un millón para mantener,
respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar
Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas impunemente sobre
población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá
que agregar todos los golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de
muertos, torturados y desaparecidos, aconsejados por “expertos”
estadounidenses? (recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo).
El
sistema está dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente,
embauca, distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil
veces se transforma en una verdad”) fueron amplificadas en un grado sumo en
la tierra “de la democracia y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el
tiempo, y eso no parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la
“ciudadanía” sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién
dijo que la uña del dedo anular de una mujer es más bonita y que hay que seguir
el dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones?
¿Los rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las mercaderías
correspondientes?
Pensar
que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy
sano, porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva
aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El tratamiento militarizado y compulsivo
que se le da a la actual pandemia, según se puede pensar, perfectamente podría
entenderse como “honrosa” salida del capitalismo global ante una crisis
fenomenal. La desocupación y el hambre son “culpa” de este agente patógeno
entonces.
¿Estaba
todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas álgidos,
complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil -con la orfandad
de datos que existe todavía- expedirse categóricamente. Las ciencias, por otro
lado, nunca se expiden “categóricamente”: formulan saberes, que son siempre
cambiantes, relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por
lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo
que surge el psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la
geometría fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del
fenómeno de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.
¿Es
realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras
perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis sanitaria ha
sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las
herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos
previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital,
Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y
sustitución por el dinero virtual, promoción del 5G, smart city… A esa
lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos
haciendo uso de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en
ámbitos como la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar
en internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que
las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”,
razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.
Definitivamente
hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis sanitaria,
porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero también existe el
peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no por el coronavirus
precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que seguirá a la pandemia
(vigilancia absoluta, distanciamiento de las personas, control omnímodo de
nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en
la mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total, completa,
omnímoda de nuestras vidas, información a la que no podremos resistirnos
suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas
de control la obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el
mundo post pandemia?
Está
claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente desproporcionado en
relación a lo que es la enfermedad del Covid-19 propiamente dicha. Ningún otro
hecho colectivo había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la
nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas
voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura sola. Solo
población en riesgo -tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos- tiene posibilidades
reales de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el
manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado.
Los
climas sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se
piensa que “los musulmanes son terroristas”, o que “los colombianos son
narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos hablando de fútbol o de series
chabacanas y no podemos pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo
decide? ¿Es delirante pensar que allí hay agendas de grandes poderes que
digitan la vida colectiva? “La
televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al
cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?
Luego de
la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación masiva. Bill
Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de
esas empresas antes citadas, campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más
grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas
guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él
y su cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de
la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de
la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si
desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que
pensar, ¿no?).
La
sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia,
revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a Estados
Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las empresas
ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la
robótica.
Como
ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en la dinámica
económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una
de sus grandes empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho
marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad
de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias anuales
de 11,000 millones de dólares. Hoy, Microsoft, en Silicon Valley, mientras
Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35
mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El
capitalismo está cambiando. En el año 2017 la familia Rockefeller se alejó del
negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías renovables? ¿Las próximas guerras
serán por el agua? ¿Quién decide eso?
Llama la
atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es
tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no
puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba
incluirse también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a
la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and
Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su
benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización
universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede
asegurar categóricamente nada.
¿Seguirá
a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que
pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una muestra de cómo
es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en el que no puede mirarse
la clase trabajadora mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de
socialismo-, al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un
hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven
para eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 5G,
preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?
“¡Los
marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda convicción
cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición de un único
tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que
normalmente son muy persistentes”, según la oportuna descripción
psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no es enfermizo: es muestra de
salud.
Definitivamente
la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie
tiene la verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora.
Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve cercano
por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más controlador (¿alguien
puede explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente anta la
delantera china en la 5G?). La organización popular para plantearse cambios no
parece muy en alza hoy. Si estamos antes la presencia de grandes poderes que
deciden sobre la vida de la humanidad con planes a largo plazo de los que nada
sabemos, preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una
obligación.
Marcelo
Colussi
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