Julio
Núñez
elpais.com
/ El País Semanal / agosto 2020
Cuatro claretianos
españoles ayudaron a salvar entre 1940 y 1944 en París, a un centenar y medio
de judíos, la mayoría sefardíes, de la persecución nazi. Un bautismo falso
proporcionaba la oportunidad de escapar del horror y huir de Francia. Una
historia de solidaridad que ha permanecido en el más absoluto secreto. Hasta
ahora.
La
pequeña comunidad española de misioneros claretianos en París selló sus labios
durante 80 años y guardó un secreto que ayudó a salvar la vida de 155 personas
durante la ocupación nazi de Francia entre 1940 y 1944. Ubicada en la estrecha
calle de la Pompe, número 51 bis, a media hora a pie de la Torre Eiffel, la
iglesia de la Misión Católica Española atesora en un minúsculo armario
centenares de partidas de bautismo falsas que cuatro sacerdotes de la orden
escribieron y firmaron para evitar que el gobierno de Vichy arrestase a decenas
de familias judías.
Impregnados
con un intenso olor a polvo y abandono, esos tomos son una prueba de cómo
Gilberto Valtierra, Joaquín Aller, Emilio Martín e Ignacio Turrillas pusieron
en peligro sus vidas tras acoger a esas personas y facilitar que, con esos
nuevos documentos, pudiesen huir del país o garantizarles cierta protección
ante las frecuentes deportaciones a campos de concentración y exterminio. Ocho
décadas después, el secreto de los falsificadores de Dios rompe las cadenas del
silencio y ve por fin la luz.
Testigos
de lo ocurrido solo quedan los muros de piedra de la iglesia y los intrincados
pasillos que todavía conectan la parroquia con el convento. Cuando uno pasea
por aquel lugar, atraviesa la amplia nave de la parroquia, observa la estatua
de san Juan de la Cruz o rebusca en los libros de la biblioteca, no puede
evitar imaginar el recorrido que estas familias judías tuvieron que realizar
junto a estos curas para conseguir un papel que les sirviera de escudo ante las
persecuciones. ¿Entraban por la pequeña puerta verde lateral de la fachada que
da directamente con el convento? ¿Lo hacían de noche? ¿Firmaban las partidas en
la gran mesa de madera que hay en la sacristía? ¿O por el contrario se
escondían en la capilla de la cripta para hacerlo? Cuando se pregunta a los que
habitan hoy la misión, la respuesta se repite: “No lo sabemos. Todos los de
aquella época ya murieron”. ¿Cómo consiguió entonces despertar esta historia
del olvido?
Fue
una pequeña confesión en una cafetería del centro parisiense en 2018 lo que
llevó a un historiador de 26 años, Santiago López Rodríguez, a tirar de un fino
hilo y rebuscar en el pasado para saber qué pasó en realidad en aquella iglesia
de curas españoles. “Estaba investigando para mi tesis doctoral la labor de la
diplomacia española durante el Holocausto en el archivo del consulado y
haciendo entrevistas a supervivientes y familiares de víctimas del exterminio
nazi. Mientras tomaba un café con Alain de Toledo, hijo de un deportado
del campo Royallieu de Compiègne, este me contó que a sus padres les
falsificaron unas partidas de bautismo en una iglesia española en París para
ayudarlos a huir a España”, explica López, profesor de la Universidad de
Extremadura. De Toledo no le especificó nada más y, hambriento de curiosidad,
el historiador se dirigió a la Rue de la Pompe.
Tras
llamar a la puerta de la misión, un claretiano con acento burgalés, Carlos
Tobes Arrabal, condujo a López por el pasillo que flanquea el patio de los
geranios hasta la pequeña alacena donde descansan dichas partidas de bautismo.
En un despacho adyacente, a la luz de un flexo y custodiado por una talla de la
Virgen de Fátima, López inspeccionó página por página los certificados de
bautismo registrados entre 1940 y 1944. Allí estaban, anotados con tinta azul y
negra, decenas de nombres de personas con apellidos judíos, de edad adulta y
nacidos en el extranjero, la mayoría en Salónica (Grecia) y Estambul (Turquía).
“Se ve claramente cómo en ese periodo de tiempo los bautismos crecieron hasta
un 200% en esta parroquia. Se hicieron conversiones a familias enteras en el
mismo día, incluso en algunos casos, también se falsificó a la vez el
certificado matrimonial [22 en total]”, subraya López mientras señala con su
dedo índice las pruebas. Las 155 falsificaciones se distribuyen a lo largo de
cinco años, entre el 3 de octubre de 1940 y el 12 de julio de 1944. Repartidas
semanalmente, encontramos 4 en 1940, 68 en 1941, 30 en 1942, 45 en 1943 y, ya
al final de la ocupación nazi, 8 en 1944.
Tras
desempolvar los tomos y descifrar la letra de todos los firmantes, cruzó los
datos de la misión con los que encontró en otros archivos franceses y encontró
que hasta 60 de estas partidas correspondían a judíos inscritos como españoles
y a 19 protegidos, es decir, personas que contaban con el amparo del consulado.
Este descubrimiento forma parte de El
Servicio Exterior de España durante el Holocausto en la Francia ocupada
(1940-1944), tesis doctoral que espera hacer pública en los
próximos meses.
La
familia de los Modiano fue la primera en ser bautizada. Mauricio Modiano, de 65
años; su esposa, Eda María, de 51; su hijo René, de 20, y su sobrina María
Francisca Hasson, de 9, vivían en el número 134 de la Avenue de Malakoff. Salvo
la pequeña María Francisca, todos nacieron en Salónica (Grecia). No hay
evidencias de si el padre Valtierra, el cura que firmó la partida, dejó caer
sobre sus cabezas el agua bautismal o si simplemente los llevó a un despacho a
firmar los documentos. Lo que sí aparece marcado en sus fichas es la fecha del
3 de octubre de 1940, el mismo día que entró en vigor el Estatuto de los
Judíos, las leyes antisemitas firmadas por el mariscal Philippe Pétain que
desembocaron en la creación de un censo de judíos y, posteriormente, en las
conocidas deportaciones a campos de concentración y exterminio. Se estima
que más de 75 mil personas murieron. “Estas falsificaciones servían para
convertirse aparentemente en católicos y tener la posibilidad de engañar a los
perseguidores”, afirma López.
Con
una letra clara, los curas se alternaban para falsificar los documentos. En
dichos registros anotaron datos relevantes que, analizados hoy, nos permiten
vislumbrar cómo eran los bautizados. La gran mayoría eran sefardíes y la edad
media era de 33 años: el más joven solo tenía unos pocos meses de vida, y el
mayor, 75 años. A casi todos se les castellanizó el nombre con el objetivo de
que, cuando presentasen toda la documentación a las autoridades francesas para
huir a España, no se los vinculase con su posible registro en el censo judío.
Así, Levy se convirtió en Luis, Jacobo en Jaime y Moisés en Mauricio.
También
es relevante ver cómo algunos de ellos, semanas después de aparecer en los
tomos como bautizados, aparecen en las fichas de otros judíos como padrinos. El
matrimonio de los Modiano, por ejemplo, figura con esta categoría en la partida
de bautismo de Víctor Gomerzano, de 20 años y natural de Constantinopla (la
actual Estambul). Lo que cabe pensar es que, en muchos casos, los inscritos
estaban relacionados entre sí y utilizaban el boca a boca y las relaciones
familiares para enterarse de la posibilidad de ayuda que brindaban los
misioneros españoles.
Cuatro sacerdotes contra
las leyes antisemitas
En
aquellos años, colaborar con estas personas suponía un delito grave,
especialmente si se falsificaba documentación relevante, como visados,
pasaportes y partidas de bautismo. “Estos sacerdotes no solo estaban
infringiendo la ley eclesiástica haciendo conversiones falsas, sino que se
enfrentaban al Estado francés. Si esto se hubiera destapado, podría haber
supuesto, sin duda, su expulsión de Francia y un gran perjuicio para la
diplomacia española”, comenta López mientras revisa el archivo claretiano en busca
de algún papel que arroje más luz sobre lo sucedido. Pero ¿quiénes eran estos
cuatro curas y cómo lograron construir esta red de salvamiento?
1.
Joaquín Aller;
2.
Ignacio Turrillas;
3.
Emilio Martín;
4.
Gilberto Valtierra
De
ellos queda únicamente una decena de fotografías guardadas en una caja de
cartón en la misión de la Rue de la Pompe. Unos pocos recuerdan de oídas qué
fue de sus vidas. Por aquel entonces, estos sacerdotes vivían en la misión
junto con otra decena de claretianos, y todo apunta a que su relevancia tuvo
que ser notable. En el fresco del retablo que corona el altar de la parroquia
aparece retratado un sacerdote que, tras comparar su rostro con otras pinturas
de la época y corroborarlo con el padre Tobes, representa al padre Joaquín
Aller.
Nacido
en 1897 en Campo de Villavidel (León), Aller fue por entonces superior de los
claretianos. La prensa local asturiana de la época informó de que había
colaborado con un comunista asturiano exiliado para devolver a Asturias la
talla de la Virgen de Covadonga, que pasó parte de la Guerra Civil en la embajada
española de París. Murió en Bilbao en 1964.
Poco
más se sabe del resto. Gilberto Valtierra nació en 1889 en San Martín de Humada
(Burgos, 22 habitantes) en una familia de cinco hermanos, tres de los cuales se
convirtieron en claretianos. Allí sigue viviendo un sobrino nieto suyo, Luis
Porras Valtierra. “Pero, ¿qué dice usted? ¿Eso pasó? La verdad es que era un
hombre bueno. Recuerdo que alguna vez vino al pueblo a ver a mi madre. Pero,
que yo sepa, aquí nunca dijo nada sobre esto que usted me cuenta”, dice Peñas
por teléfono tras conocer la labor secreta de su tío. No obstante, subraya, el
día de su muerte la tiene grabada a fuego en su memoria. “Fue el 1 de noviembre
de 1953. Pocos días después recibimos una carta de Francia. En ella, una
familia que no conocíamos nos decía: ‘Los pobres de París lloran ante la tumba
del padre Valtierra’. Eso no se me olvida”, cuenta con emoción.
Emilio
Martín fue uno de los padres fundadores de la misión claretiana. Llegó allá por
1913 con el objetivo de ayudar a los inmigrantes españoles que vivían con
dificultades. Nacido en Segovia en 1869, Martín enseñó y dirigió a los
claretianos que pasaron por la Rue de la Pompe hasta su muerte, en 1951.
Todavía hoy, antes de entrar en la sacristía de la iglesia, a mano izquierda,
está colgado un retrato suyo realizado con carboncillo.
Tobes,
superior y actual director de la misión, solo conoció a Ignacio Turrillas
(nacido en Monreal, Navarra, en 1897), al que cuidó durante sus últimos años de
vida. “Era el que quedaba vivo de los cuatro y murió en mis brazos en 1979.
Jamás me contó nada de esto. Pero un día, años después de su muerte, allá por
2008, llegó una mujer a la puerta diciendo: ‘Vengo a daros las gracias.
Salvasteis la vida de mis padres’. Nadie sabía a qué se refería y la llevamos
ante el padre Miguel Ángel Chueca, nuestro superior por entonces”, relata Tobes
sentado en el umbral de la puerta del convento. Cuando la mujer se marchó, prosigue,
Chueca contó toda la historia al resto de los misioneros, sin muchos detalles,
y les pidió que guardaran silencio.
“Creo
que fue una historia que la orden vivió en su intimidad. Ahora, al saber más
sobre lo que hicieron nuestros hermanos, nos llena de orgullo y felicidad”,
afirma apasionadamente el actual superior. Más de un siglo después de su
inauguración, la misión sigue dedicándose a ayudar a los más necesitados:
imparten clases de francés a inmigrantes de lengua castellana y ofrecen gratis
los servicios de una educadora social, entre otras labores de caridad. Pero son
pocos. De la veintena de claretianos que había en los pasados años cuarenta ya
solo quedan tres. Junto al superior está el padre Tomás Tobes Agraz y el padre
Arturo Pinacho. “La vocación nunca se va. Hay que servir porque mucha gente lo
necesita”, explica sonriente el padre Tomás, de 81 años, sentado a la mesa.
Mientras comen un humilde estofado y beben agua con un chorro de vino de
tetrabrik, conversan sobre las grandes carencias que siguen sufriendo muchas
personas.
La ayuda del cónsul Bernardo Rolland
Nadie
sabe aún por qué el padre Chueca era reacio a hacer público tal descubrimiento.
A De Toledo también le insistió en que no quería que se diera a conocer la
historia cuando fue en busca de los documentos que demostraban que sus padres
habían sido bautizados allí. “No me dio razones. Me hubiera gustado honrar a la
misión, pero él no quería”, cuenta De Toledo. El secreto de los claretianos
también fue respetado por la mayoría de los inscritos. A De Toledo, por
ejemplo, sus padres jamás le contaron nada. La noticia le llegó mientras
investigaba cómo el por entonces cónsul general de España en París, Bernardo
Rolland, conocido por salvar secretamente a más de 80 judíos, liberó a su padre
del campo de Royallieu-Compiègne en 1942 y luego ayudó a sus progenitores a
huir a España en 1943. “Un primo de mi madre, Enrique Saporta y Beja, conocía
muy bien al cónsul. Este le había prestado una oficina en el consulado para
ayudar a los sefardíes. Él me contó que Rolland fue el que aconsejó a estos
judíos que fueran a ver a los sacerdotes [para falsificar las partidas]”,
revela en una entrevista por correo electrónico.
La
figura de Rolland como nexo entre los perseguidos y los sacerdotes, hasta ahora
desconocida, demuestra que participó en la salvación de un centenar de personas
más y que posiblemente involucró a trabajadores de la Cámara Oficial de
Comercio en París, que figuran en algunas partidas falsas como padrinos. “Sin
su acción, mis padres no habrían sobrevivido y yo no habría nacido. Por esta
razón llevo 15 años intentando conseguir que le concedan la medalla de Justo
entre las Naciones. Pero para mí, sin o con ella, es un Justo”, escribe De
Toledo, también presidente de la asociación Muestros Dezaparecidos (Nuestros
Desaparecidos, en ladino), que trabaja en la recuperación de la memoria de los
sefardíes españoles deportados en Francia.
Preguntas abiertas
Cuando
uno revisa la historia de los falsificadores de Dios, surge una duda: ¿no
sospechaban las autoridades francesas al ver en estos documentos apellidos judíos
y fechas tardías de conversión? ¿Realmente estos bautismos ayudaron a salvar la
vida de la mayoría de estas familias? López no duda de ello. “Estos documentos
eran una herramienta perfecta para ocultar su fe y dar más credibilidad a los
certificados de nacionalidad española u otros papeles expedidos por Rolland”,
puntualiza el investigador. Por un lado, estos documentos acreditados por la
Iglesia les podían liberar de figurar en el censo de judíos que posteriormente
las autoridades utilizaron para localizar y arrestar a miles de ellos y
deportarlos a campos de concentración y exterminio. Y por otro, según apunta el
historiador, con estos documentos las probabilidades de conseguir un visado
para salir de Francia aumentaban. Además, aunque la falsificación para salvar
judíos no fue muy común, hubo episodios similares probados que libraron a miles
de personas de ser asesinadas por los nazis. Un ejemplo fue la Operación
Bautismo, en la que el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, futuro papa Juan
XXIII, falsificó durante la Segunda Guerra Mundial partidas de bautismo para
salvar a 24.000 judíos desde Estambul (Turquía).
No
obstante, no se puede acreditar que la salvación de estas familias se deba
exclusivamente a la acción de los claretianos. Lo que sí está comprobado es que
durante toda la ocupación nazi los sacerdotes siguieron firmando partidas. El
falso bautismo no fue suficiente para salvar de la muerte en los campos de
concentración al pequeño de ocho años Rogelio Samuel Benarrosch y a otros 16
inscritos. Pero el resto, 138 personas, sí consiguieron burlar a los nazis.
En
algunas ocasiones, los movimientos de los falsificadores de Dios despertaron la
inquietud de la jerarquía eclesiástica francesa. En una correspondencia
localizada a raíz de este reportaje entre el arzobispo de París Emmanuel Suhard
y el superior de los claretianos, el primero pedía al director que se
presentase en la sede episcopal para que le informase sobre dichos bautismos.
En una carta fechada el 12 de febrero de 1942, Suhard le insistía: “Le dije, la
última vez que le vi, que el Consejo del arzobispo necesitaba una explicación
sobre otro converso israelí de quien no nos ha llegado la documentación. Se
trata de la señorita (Mme.) Saporta [y Beja], que habría sido bautizada y
casada fugazmente en la capilla española. Le agradecería que viniera a verme el
sábado por la mañana, 14 de febrero a las 10 en punto, y me diera cualquier
documentación que haya reunido”.
Es
conocida la oposición del arzobispado de París al gobierno de Vichy y a las
deportaciones, por lo que cabe pensar que estas misivas tenían como objetivo
pedir prudencia a la misión y entregar algún tipo de documentación que
argumentase la urgencia de dichas conversiones para no levantar sospechas
dentro de la iglesia francesa que apoyaba a Hitler. No obstante, no se han
encontrado pruebas de cuál era la postura del arzobispo ante estas falsificaciones.
Los actuales superiores de la orden en España, que también desconocían la
historia, afirman que con toda probabilidad las falsificaciones se hicieron
guardando toda clase de cautelas. “Los años han pasado y es probable que si
otros hermanos nuestros, o los superiores de la congregación, supieron de esas
acciones, murieran sin comentarlas”, cuenta un portavoz en Madrid.
Entre
los papeles de color pajizo que la misión aún conserva de aquella época,
aparece una copia de otra carta que el padre Valtierra escribió para justificar
el bautismo de la familia Sevi, compuesta por Alberto, Matilde y los niños
Jacqueline y Claudio. “No tengo motivos para dudar de la buena fe del señor
Sevi sobre su conversión. Ahora se comporta como un cristiano, viene todos los
domingos a misa (…)”, escribió el sacerdote.
Claramente
Valtierra mintió para proteger a dichas personas. La prueba de ello se
encuentra en el archivo de Yad Vashem, la institución oficial israelí en
memoria de las víctimas del Holocausto. Allí se recoge que, años después de ser
bautizados, los Sevi entregaron su hija a sus vecinos, los Saulnier, un
matrimonio católico, para que la protegieran. “No tenían miedo de los
bombardeos, sino de ser arrestados y deportados porque eran judíos”, asevera el
texto. Afortunadamente, conocemos que la pequeña se reunió con sus padres tras
la guerra.
Más de 100 nombres, más de 100 historias
Encontrar
y entrevistar a los protagonistas de esta historia es muy complejo,
especialmente porque ha pasado tanto tiempo que es difícil que alguien siga
vivo. Tras una búsqueda intensiva en blogs familiares y árboles genealógicos,
además de más de medio millar de llamadas, se ha podido localizar a una
veintena de descendientes. Curiosamente, ninguno sabía nada de esta historia.
“Se
me está poniendo la piel de gallina. No puedo creerlo. Es como si me estuviera
hablando de alguien que no conozco. No entiendo por qué nunca me dijeron nada”,
cuenta conmovida Karine Saporta, hija, sobrina y nieta de bautizados. Conoció
la noticia después de devolver una llamada perdida a su móvil de este
periodista. “Pensaba que era una broma”, relata. El caso de los Saporta
sobresale del resto por sus protagonistas. El benjamín de la familia se llamaba
Raimundo, tenía 16 años y se convirtió décadas después en el
vicepresidente del Real Madrid, mano derecha de Santiago Bernabéu y artífice,
entre otras cosas, de que el jugador Alfredo Di Stéfano acabara vistiendo la
camiseta blanca de por vida. Una figura relevante de España, vinculado también
a la dirección de la Federación Internacional de Baloncesto.
Su
hermano, padre de Karine, se llamaba Marcelo, tenía 19 años cuando la partida
de bautismo falsa le ayudó a exiliarse a Madrid con toda su familia. Tras la
contienda, cambió su nombre por Marc y volvió a París. Su nombre cobró
relevancia como traductor, editor e íntimo amigo de Jean-Paul Sartre. Todos, al
igual que muchos bautizados, ocultaron lo sucedido a sus familiares y se
llevaron el secreto de los claretianos a la tumba.
Un
año después de colgar el teléfono, Karine visita la misión parisiense para ver
los famosos tomos. Temblorosa y aparentemente incrédula, sube acompañada del
padre Tobes las escaleras de madera que llevan a la biblioteca, en lo alto del
convento. Entre dos paredes forradas con libros y alguna que otra trampa para
ratones, una mesa la espera con un libro abierto. Cuando leyó los nombres de
sus padres, cogió una bocanada de aire. “Aquí están”, dijo.
Allí
supo que sus padres, en 1949, también se casaron. El padre Valtierra, el mismo
que firmó su certificado falso, fue el cura que ofició la celebración. “No
puedo imaginarme el sufrimiento por el que tuvo que pasar mi familia. Es una
historia que debe conocerse. Que debe salir a la luz”, cuenta la hija de Marc
emocionada mientras fija su mirada en el padre Tobes.
Los sefardíes del Expediente de Toledo
Para
Eliazer Carasso; su esposa, Matilde Amarigio, y su hija Alegra, la huida de los
nazis no terminó con su salida de Francia. El viaje hasta su nuevo hogar,
Casablanca (Marruecos), se demoraría casi un año más. Como a tantos repatriados
judíos, las autoridades franquistas los repartieron por ciudades españolas, en
su caso Toledo, a la espera de entregarles los respectivos visados. Junto a
ellos, arribaron a la capital castellano-manchega otros seis judíos, entre
ellos Edith María Esther Nahamías, también bautizada. Los pasos de su
odisea están recogidos en un expediente policial en el Archivo Histórico
Provincial de Toledo.
Los
documentos, escritos a máquina y anotados a bolígrafo por el gobernador civil
de la provincia de Toledo, informan de las residencias que ocuparían los
repatriados desde agosto de 1943 hasta su marcha, finalmente en diciembre de
ese mismo año. Los Carasso convivieron junto a vecinos toledanos en la calle de
la Escalerilla de la Magdalena, número 2. Justa Córdoba, por entonces con 13
años, aún los recuerda como “gente educada”, “bien vestida” y que “solo
hablaban entre ellos”. Los años han pasado y para Córdoba, ahora nonagenaria,
le resulta difícil hacer memoria. “Era muy pequeña. En el barrio se decía que
eran judíos que Franco había acogido como refugiados”, cuenta por teléfono.
Lo
que pasó con ellos después de salir de España no está del todo claro. Los
Carasso consiguieron embarcar en diciembre desde Málaga hacia Casablanca. Un
mes antes, Nahamías logró un salvoconducto hacia Barcelona para encontrarse con
su marido, Jacob Faraggi. Poco después se establecieron en Madrid, donde
abrieron una boutique de
moda cerca de la plaza de la Independencia. Anne-Marie Rychner Faraggi,
familiar de ambos, cuenta que en 1945 regresaron al país galo. “Volvieron a
Francia tras la Segunda Guerra Mundial. En la familia no sabemos mucho más
sobre ellos”, explica Rychner.
La
búsqueda de cada uno de los nombres lleva a descubrir múltiples historias que
arrojan luz a una de las páginas más “negras” del siglo XX: la guerra y el
Holocausto. Pese a haber despertado del olvido, el caso de los falsificadores
de Dios está compuesto por fragmentos que siguen sin resolverse con claridad. ¿Tomaron
ellos la iniciativa de salvar a esta gente o fue el cónsul el que llamó a su
puerta pidiendo ayuda? ¿El obispado apoyaba sus actos o simplemente desconocía
la realidad del asunto? Y más importante, ¿fueron las falsificaciones de los
claretianos la clave para que la mayoría de los bautizados no muriera a manos
de los nazis?
Tras
analizar una y otra vez las partidas, las cartas y el resto de informes, no hay
duda de que los misioneros españoles de la Rue de la Pompe se expusieron ante
las autoridades nazis. Como demuestra su certera caligrafía, no les tembló el
pulso al firmar aquel centenar y medio de conversiones falsas para intentar
salvarles la vida a estas personas.