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/ 210418
El
oficialista hijo del secretario del dictador Stroessner, y el líder de una
alianza de liberales y partidos de izquierda –que hasta hace poco se odiaban,
pero ahora buscan encarnar el cambio– son los principales candidatos que
disputan la presidencia guaraní este domingo. Ambos tienen un discurso
marcadamente conservador.
Su nombre es Mario Abdo Benítez, tal como se llamaba su padre, quien fue el
secretario privado del dictador paraguayo Alfredo Stroessner y avaló sus
atrocidades. Tiene 46 años, se hace llamar “Marito”, es el candidato
presidencial del oficialista Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana
(ANR), que sostuvo a la tiranía paraguaya durante 35 años (1954-1979).
Mantiene
un discurso moderno y de defensa de la democracia, aunque reivindica “las
buenas obras” del viejo general –para los todavía muchos nostálgicos de aquella
época– y resucita sus clásicos símbolos, como el uso del pañuelo colorado
partidario en el cuello de los ministros, la intención de reactivar el servicio
militar obligatorio y de rechazar tajantemente cualquier proyecto de ley que
busque aprobar el aborto o el matrimonio igualitario. Varias encuestas lo
señalan como el favorito a ganar las elecciones de este domingo.
Su
principal contrincante es el abogado Efraín Alegre, de 55 años, del Partido
Liberal Radical Auténtico (PLRA), la mayor fuerza de oposición, quien fue
ministro de Obras Públicas durante los primeros años del gobierno del ex obispo
católico y líder de izquierda Fernando Lugo (2008-2012), aunque en 2011 el
entonces mandatario lo destituyó para intentar frenar su solapada campaña hacia
la presidencia.
Desde
ese momento, Alegre pasó a ser un abierto opositor a Lugo y fue uno de los que
votó en el juicio político o golpe parlamentario para desalojarlo del poder, en
junio de 2012, tras la matanza de campesinos y policías por un conflicto de
tierras en Curuguaty. En 2017 estuvieron nuevamente enfrentados, cuando
insólitamente Lugo acompañó al actual presidente, Horacio Cartes, en su intento
de violar la Constitución e imponer por la fuerza la posible reelección de
ambos. En esa coyuntura, Alegre se había aliado a su actual contrincante Marito
para impedir la reelección de Cartes y de Lugo, algo que finalmente lograron en
marzo y abril de 2017, tras graves incidentes de represión policial contra
manifestantes, que acabaron con la quema del edificio del Congreso y el
asesinato por la Policía de un joven militante liberal.
Ahora,
aunque a muchos les resulte difícil creer, Alegre y Lugo dejaron atrás sus
peleas y de nuevo aparecen abrazados en las campañas del frente electoral Gran
Alianza Nacional Renovada (Ganar), que, además del conservador Partido Liberal
y del izquierdista Frente Guasu, aglutina a otras organizaciones del centro y
de la izquierda, como el Partido Revolucionario Febrerista (PRF), el Partido
Democrático Progresista (PDP), el Partido Encuentro Nacional (PEN), el frente
Avancemos País (AP) y el Partido del Movimiento al Socialismo (P-Mas). Lugo es
el principal sostén político de Alegre y lo acompaña activamente como primer
candidato a senador por el Frente Guasu, tratando de trasmitirle la alta
preferencia electoral que el ex obispo aún conserva.
La
heterogénea formación, presentada oficialmente en febrero de 2018, ha sido
bautizada por algunos analistas como “la oposición Frankestein”, recordando al
célebre monstruo de la clásica novela de Mary Shelley, creado con retazos
diferentes de otros entes humanos.
Dura pelea política
Desde
la caída de la dictadura del general Alfredo Stroessner, en febrero de 1989,
esta será la séptima vez que los paraguayos acuden a las urnas en elecciones
generales para elegir presidente, vicepresidente, senadores, diputados,
gobernadores, juntas departamentales y representantes al Parlasur. Las
elecciones municipales se realizan en fechas distintas, con tres años de
diferencia.
Para
los comicios de este domingo están habilitados 4.241.507 electores y existen
15.597 candidatos inscriptos para ocupar los 782 cargos en pugna. Compiten 23
partidos políticos, 17 movimientos, 17 alianzas electorales y cuatro
concertaciones. El 57 por ciento del electorado está compuesto por jóvenes.
En
este diverso abanico, la mayor parte de la atención electoral está concentrada
solamente en los dos principales candidatos a la presidencia, repitiendo una
vez más el clásico juego del bipartidismo que ha tenido en jaque a la historia
política paraguaya desde que sus dos mayores partidos, el Colorado
(representado por el color rojo) y el Liberal (por el color azul), fueran
creados en el mismo año, 1887 –luego de la Guerra de la Triple Alianza contra
Brasil, Argentina y Uruguay (1864-1870)–. Han llegado al poder principalmente a
través de conspiraciones y golpes de Estado, con muy pocas experiencias de
elecciones democráticas, hasta la dictadura de Stroessner.
Con
una síntesis de modernismo y caudillismo tradicional, Marito es considerado un
líder emergente en el Partido Colorado, luego de haber logrado derrotar en las
elecciones internas a la lista promovida por el multimillonario empresario y
actual presidente, Horacio Cartes, quien apadrinaba al economista Santiago Peña
como su eventual sucesor.
La
inesperada caída de Cartes cortó el proyecto hegemónico de un sector
empresarial ligado a los grandes negociados con las obras públicas y el
contrabando de cigarrillos a Brasil, pero el actual presidente logró
recuperarse del golpe, tejer una alianza con Marito y apostar sus fichas a ser
elegido como primer senador del Partido Colorado, por más que la Constitución
paraguaya prohíbe que los ex presidentes sean senadores activos y sólo les
reserva la función de senadores vitalicios, con voz pero sin voto, y sin dieta
parlamentaria.
Demostrando
una vez más la gran influencia de sus millonarios recursos sobre el corrupto
Poder Judicial paraguayo, Horacio Cartes logró que la Corte Suprema de Justicia
emitiera una resolución especial el pasado 11 de abril, habilitando las
candidaturas a senador de él mismo (Cartes), del ex presidente colorado Nicanor
Duarte Frutos y del actual vicepresidente, Juan Afara, para que todos puedan
ser electos con presunta legalidad, aunque la Constitución lo prohíba.
La
mayor parte de los legisladores de la oposición, incluyendo al actual
presidente del Congreso, Fernando Lugo, han prometido que tras las elecciones
no los dejarán jurar en sus cargos (como ya ocurrió hace dos períodos con el ex
presidente Duarte Frutos, quien fue electo senador, pero a quien nunca le
dejaron asumir y ejercer), lo cual demuestra que la dura batalla política que
había desencadenado el intento de reelección de Cartes y Lugo hace un año
todavía no se ha acabado.
La
analista política Estela Ruiz Díaz señaló (Última Hora, 15-IV-18) que “esta
decisión (de la Corte Suprema de Justicia) alteró la última semana de la
campaña. Cartes está testeando el clima electoral para decidir si renuncia en
junio o cumple su mandato y asume la senaduría activa el 16 de agosto. El
domingo se aclarará el panorama. Si la ANR (Partido Colorado) y sus satélites
logran una mayoría cómoda en el Senado para permitir su juramento, irá hasta el
final de su mandato, pero si se cumplen los vaticinios de las encuestas que
anuncian pérdida de bancas del partido de gobierno, renunciará al cargo para
jurar el 30 de junio con los otros 44 (senadores de la Cámara alta). Sin
embargo, esto tampoco será fácil, ya que Fernando Lugo, presidente del Senado y
ante quien deben jurar los electos, anunció que no tomará juramento a Cartes,
Afara y Nicanor”.
Una
vez más, el panorama de la política paraguaya no dependerá tanto de lo que
dicen las leyes, sino de cómo se las interpreta según la conveniencia de los
grupos dominantes, y cuál será la reacción que esto provoque en la ciudadanía,
que en vísperas de los comicios permanece muy apática.
Cambios monocromos
“Es
la campaña más triste que he visto. No hay ningún entusiasmo, parece que el 22
de abril no vamos a votar; vamos a ir al doctor, a una visita obligatoria a un
análisis rectal y tenemos que hacerla. Nos va a molestar, pero lo tenemos que
hacer”, comentó el analista político Marcello Lacchi en una columna del diario
paraguayo Abc Color al retratar la poca pasión que han despertado las diversas
candidaturas.
El
columnista político e investigador de derechos humanos Alfredo Boccia coincidió
con su colega (Última Hora, 7-IV-18): “Los dos candidatos principales no se
caracterizan por ser magnéticamente carismáticos o por deslumbrar con una
oratoria envolvente. Se han difuminado las polarizaciones. Hay tanta policromía
entre los corruptos y mentecatos, tanta amnesia entre los desleales de ayer y
los aliados de hoy, tanto desencanto entre aquellos que parecían confiables y
defraudaron, que no sorprende la apatía ciudadana. Da la impresión de que el 22
de abril, el sillón (presidencial) de los López cambiará de inquilino, pero el
poder no cambiará de dueño. La supremacía fáctica nacional –los grupos
empresariales enriquecidos gracias a sus negocios con el Estado, la oligarquía
ganadera y sojera, y los zares del tráfico fronterizo- está contenta”.
En
la confrontación de los principales candidatos parece haber, de nuevo,
simplemente dos colores: colorado versus azul, aunque en las filas de la
oposición se intente mostrar una imagen de arco iris.
Más
aun, Marito y Alegre han evitado ir a debates televisados que impliquen alguna
confrontación de ideas o algo parecido que los arranque del libreto
estrictamente preparado por sus asesores. El único gran debate mediático en el
que aceptaron confrontar fue en el promovido el domingo 15 de abril por el
grupo empresarial Desarrollo en Democracia, en donde no se admitieron
posibilidades de interpelarse unos a otros, ni se pudieron profundizar temas
candentes, como la reforma agraria, el narcotráfico, el crimen organizado, la
discriminación hacia la comunidad Lgtbi, entre otras cuestiones. Se notaron las
grandes carencias programáticas y la falta de capacidad para improvisar sin
libreto, principalmente del candidato colorado.
Prohibido girar a la
izquierda
Si
hay algo que distingue a ambos contendientes es el discurso marcadamente de
derecha en que acabaron coincidiendo, para ponerse a tono con la fuerte ola de
conservadurismo que ha impregnado a una gran mayoría de la sociedad paraguaya,
luego del derrocamiento del gobierno de Lugo, cuando se empezaron a borrar los
pocos avances que se habían logrado, tras incorporar nuevos conceptos de
educación sexual y actitudes contra la discriminación en los programas
pedagógicos.
La
ofensiva conservadora de los llamados grupos “provida”, capitaneados por
sectores de la aún influyente Iglesia Católica, condiciona fuertemente a los
actuales candidatos. Los grupos de presión habían obligado al gobierno de
Cartes a borrar la palabra “género” de los textos del Ministerio de Educación y
estuvieron a punto de hacer desaparecer al propio Ministerio de la Mujer por su
afán de utilizar dicha palabra.
A
pesar de provenir de una familia “disfuncional”, en que su padre tuvo varias
uniones de hecho, y de que él mismo se divorció y volvió a casarse, el
candidato colorado asumió desde un primer momento una fuerte defensa de la
familia monógama y repitió incontables veces que vetará cualquier proyecto de
ley a favor del aborto y del matrimonio igualitario.
Su
adversario, Efraín Alegre, aunque siempre se manifestó en contra de la unión de
personas del mismo sexo, intentó marcar una diferencia en diciembre último,
cuando expresó en un posteo en su cuenta de Twitter: “Yo creo en el matrimonio
entre el hombre y la mujer, como lo dice nuestra Constitución, pero eso no
significa que desconozca una realidad, y me comprometo en crear una solución
para encontrar una figura jurídica que proteja el patrimonio de las parejas”.
Eso
fue suficiente para que los sectores conservadores lo catalogaran de “progay” y
“proaborto” con tanta virulencia que el candidato Alegre, temeroso de perder
los votos conservadores, se vio obligado a firmar una declaración pública en la
que se comprometió –en el caso de ser electo presidente– a “respetar, proteger,
defender y promocionar la vida, desde la concepción hasta la muerte; la
familia, conformada por el hombre, la mujer y los hijos…”, marcando una ruptura
con sus aliados de izquierda, celosos defensores del aborto y el matrimonio igualitario.
“No
se sabe si (Alegre) recuperó la confianza de algunos votantes, lo claro es que
se alejó de una postura histórica del Frente Guasu y de los votantes
progresistas”, indicó Ruiz Díaz.
Con
respecto a las promesas electorales del candidato colorado, la analista sostuvo
que Abdo Benítez “no planteó novedades ni propuestas disruptivas, dando a
entender que seguirá la senda marcada por Horacio Cartes y otros gobiernos
colorados. En la campaña interna fue más abierto, con un fuerte mensaje sobre
la institucionalidad y la lucha contra la corrupción, pero apenas ganó se metió
en el caparazón partidario y su mensaje apunta solamente al electorado
republicano”.
Diez candidatos y
ninguna mujer
Aunque
Marito y Alegre polarizan las opciones electorales, en realidad son diez los
candidatos que disputan la presidencia de la República, sólo que los ocho
restantes ni siquiera aparecen en las encuestas. En su mayoría provienen de
movimientos y partidos no tradicionales, creados en los últimos meses tan sólo para
sostener candidaturas principalmente personalistas, entre ellas las de un
militar retirado, un viejo caudillo stronista
que ahora fundó un partido verde, un músico cantautor popular, un economista
veterano y hasta un odontólogo barrial. Lo llamativo es que todos son hombres y
entre ellos no hay ninguna mujer, en un momento en que se discute en el
Congreso paraguayo un proyecto de ley de paridad que establece que las listas
electorales deban incluir mitad hombres y mitad mujeres.
La
mayoría de los partidos que en su momento se disputaron la posibilidad de ser
la tercera fuerza política en el país no han presentado candidaturas a la
presidencia, aunque sí a los demás cargos electivos.
Algunos
grupos de izquierda que no forman parte de la alianza Ganar, como la plataforma
feminista Kuña Pyrenda, han decidido presentar sus propias candidaturas al
Congreso. Su principal referente, la líder feminista Lilian Soto, ex ministra
de la Función Pública, apunta a llegar por primera vez al Senado.
Otra
fuerza de consideración, el partido Paraguay Pyahura, brazo político de la
poderosa Federación Nacional Campesina, ha decidido una vez más no presentarse
a elecciones, por considerar que en estos comicios no existen verdaderas
opciones que favorezcan al sector popular, y llama a sus afiliados y
simpatizantes a anular su voto.
Un país “demasiado
igual”
Gane
quien gane el domingo, el próximo gobierno seguirá siendo marcadamente
conservador y sin muchas sorpresas, aunque una eventual victoria de Efraín
Alegre le daría al devaluado proceso democrático paraguayo la necesaria
alternancia que hasta ahora casi no se ha dado durante cerca de un siglo de
historia.
Desde
que el Partido Colorado llegó al gobierno en 1947, solamente en una oportunidad
pudo ser desalojado del poder, en 2008, tras la victoria electoral del ex
obispo Fernando Lugo, al frente de una alianza entre el Partido Liberal y los
partidos de izquierda, pero no pudo llegar a concluir su mandato debido a que
los liberales le retiraron su apoyo y se aliaron con los colorados para hacerle
un juicio político, también considerado golpe parlamentario, en junio de 2012.
El período tuvo que ser completado por el vicepresidente, el liberal Federico
Franco, con un período de gran inestabilidad y con muchas denuncias de
corrupción, posibilitando el retorno del Partido Colorado al gobierno, de la
mano del magnate Horacio Cartes, en 2013.
En
su análisis sobre el largo proceso de la transición tras el stronismo, que desemboca en estas
elecciones, Alfredo Boccia sostuvo que a los controladores del poder “el
sistema democrático paraguayo les resultó más funcional que la dictadura. Han
logrado disciplinar a un electorado desquiciado por la desesperanza que, en
masoquistas y resignadas filas, marchará a votar por aquellos que les han
negado siempre la plena calidad humana. Los que siempre los han dejado sin
hospitales, escuelas ni sueños. Vislumbro un país demasiado igual. Lo que
paraguayamente significa demasiado desigual”.