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En guerra permanente

www.rebelion.org / 151117

El 6 de Noviembre se celebró el Día Internacional de la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente por la Guerra y los Conflictos Armados. Fue una decisión aprobada por las Naciones Unidas el 2001 que se basó en los efectos que sobre el medio ambiente tienen la guerra y los conflictos armados, generalmente no incluidos en nuestros recuentos de daños de guerra que se limitan al número de víctimas humanas.

Sabemos que los conflictos armados incluyen estrategias de guerra como la quema de cosechas, la tala de bosques, el envenenamiento del aire, del agua, del suelo y la destrucción de ciudades y de infraestructura para lograr ventaja militar. Ya los romanos contaminaban los suelos de sus enemigos con sal inutilizándolos para la agricultura y hambreando y debilitando a sus enemigos. La guerra favorece y facilita, además la explotación del medio ambiente al aumentar la necesidad de sobrevivir a cualquier precio.

Las Naciones Unidas, en su programa del Medio Ambiente (UNEP en inglés), encontraron que durante los pasados 60 años por lo menos el 40% de los conflictos internos han estado vinculados a la explotación de los recursos naturales de gran valor (madera, diamantes, oro, petróleo) o escasos (el suelo fértil y el agua). Descubrieron, además, que los conflictos relacionados a recursos naturales tienen el doble de probabilidades de repetirse.

Por esa razón, adoptaron el 2016 una resolución que reconoce el papel que los ecosistemas saludables juegan en la reducción de los conflictos armados. Las Naciones Unidas han reafirmado, por todo esto, su compromiso con la paz y con estrategias en su favor (Transforming our world: the 2030 Agenda for Sustainable Development –Transformando nuestro mundo: Agenda a favor del Desarrollo Sustentable 2030) (1).

Pero a pesar de los compromisos por la paz, la guerra se impone como estrategia de expansión. Esfuerzos que documentan los costos humanos y ambientales ayudan a entender que la paz es la única opción, estos esfuerzos son particularmente importantes en tiempos en que una ideología guerrerista se expande y la guerra es aceptada como permanente y se promueve un proyecto globalizador que además genera consenso a favor del uso de armas nucleares en los conflictos armados.

La guerra cuestionada

Estados Unidos y el resto de occidente favorecen una estrategia de guerra permanente, contra humanos y naturaleza, alimentando un ciclo autodestructivo doloroso y en extremo peligroso porque incluye la creciente aceptación del uso de materiales nucleares. Los materiales nucleares implican al plutonio y uranio empobrecido pero también bombas de capacidad variada, muchas con capacidad atómica muy superior a las de Hiroshima y Nagasaki. Las bombas atómicas que Estados Unidos usó contra Japón tenían entre 15 y 21 kilotones y generaron un hongo nuclear que no alcanzó los 10 mil metros de altura, que no es poca altura, un avión comercial de pasajeros viaja a una altura de 10 a 15 mil metros. Pero la capacidad atómica hoy ha aumentado en cien, mil y más veces, por ejemplo, la bomba atómica norteamericana B83 tiene mil kilotones y un hongo nuclear que llega a los 20 mil metros de altura y la Castle Bravo tiene 15 mil kilotones y un hongo nuclear que alcanza los 30 mil metros de altura pero la bomba atómica rusa, “Bomba del Zar”, es un gigante, con 50 mil kilotones y un hongo nuclear que alcanza los 40 mil metros de altura. (2)

La perspectiva de guerra permanente de la mano con un proyecto globalizador (antaño: imperialista) impone, o trata de imponer, los intereses de un grupo dominante. En sus 500 años de dominio occidente no ha sido ni flexible ni abierto, ni ha tomado responsabilidad sobre sus acciones, siempre los malos han sido otros, los sin Dios, los con otro Dios. Vistos como los “elegidos,” los “civilizados,” hemos impuesto nuestro modelo a los “salvajes.” En América, África o Asia, los “salvajes” han sufrido los esfuerzos civilizatorios occidentales traducidos en opresión, genocidio, esclavitud. La arrogancia occidental entiende al resto como amnésicos que olvidan los males sufridos y agradecen las imposiciones, occidente mira con los ojos del dominador.

La globalización se vende como panacea pero es un proyecto injusto, opresivo, esclavizador, que contribuye a la explotación de niños, mujeres y hombres y a la destrucción y explotación ecológica. Se impone con un doble discurso (antaño: hipocresía) que dice favorecer la “diversidad” (de género, sexual, racial, étnica) al tiempo que termina con los derechos humanos y los derechos laborales y sociales establecidos. Se trata de explotar más y mejor, no de alcanzar igualdad socio-económica o justicia social.

El proyecto alimenta pirámides paralelas a la del hombre blanco adinerado. Pirámides que al tiempo que permiten que unas pocas mujeres, que unos pocos hombres no blancos, alcancen cúspides corporativas, mantienen intactas las estructuras del poder. Se globaliza a favor del ilimitado enriquecimiento de una élite global corrupta, mientras jugosas migajas benefician a sus intermediarios. Es aceptable tener billonarios no blancos, y hasta mujeres billonarias, siempre que el control y el poder queden en manos de los más ricos. La naturaleza de la carrera a la cima se encargará de que los “diferentes” que lleguen no sean demasiados y al fin, llegan ricos, y los ricos no tienen más foco que acrecentar su fortuna y velar por sus intereses.

La misma élite que usa el militarismo ha logrado, generalmente, tener a las Naciones Unidas a su servicio y promover desde allí también su agenda. El poder se reinventa imponiendo su nueva-vieja ideología totalitaria a partir de los años 80. Con el fin del período de pos-guerra termina también la primavera de los 60. Es el “adiós” a los hippies, a los izquierdistas, a los críticos. Y el “hola” a la policía militarizada vestida a lo Darth Vader, a las computadoras, celulares y juegos cibernéticos, a los entretenimientos masivos con sueldos millonarios, a los políticos de pacotilla que nos mienten, a los feminismos acomodados y jeans de diseño, tacones altos y uñas y pestañas postizas, a la comida basura que crea obesos, y al crédito, o mejor dicho a la deuda -a muy alto costo para los pagadores de intereses pero gratis para los bancos prestamistas que reciben el dinero al 0%.

La guerra como estrategia ha sido cuestionada hasta por los propios militares. Ya en 1933, el mayor general Smedley Butler, el soldado más condecorado de los Estados Unidos, la vio como vehículo para el enriquecimiento de unos pocos, su discurso se hizo libro. La guerra es un chantaje, dijo, un fraude, que beneficia a los menos y que pagan, dolorosamente, hasta con sus vidas los más. Smedley Butler, que se alistó en los Cuerpos de Marina en 1898, peleó en la Primera Guerra Mundial y predijo que habría una segunda guerra y que otras guerras la seguirían, porque las guerras son un buen negocio para el círculo interno que las promueve. Smedley Butler entendió que era imposible terminar con la guerra hablando desde Ginebra. Butler argumentó que para terminar con la guerra es necesario terminar con el negocio de la guerra, con sus ganancias, permitir que los soldados –quienes tienen que pelear-, decidan si debe haber o no guerra, y limitar a las fuerzas militares a la defensa del país, terminar con las acciones extraterritoriales. (3)

Estados Unidos y la guerra permanente

En Estados Unidos la guerra ha sido cruenta. En la guerra civil de 1861-1865 y según el censo anterior a ésta (1860) murieron el 8% de todos los varones blancos de entre 13 y 43 años de edad, incluyendo el 6% en el norte y el 18% en el sur. Esta guerra destruyó la riqueza del sur y no menos del 40% de la riqueza del norte y su efecto económico perduró hasta el siglo 20.

Hasta la guerra con Vietnam, en Estados Unidos surge resistencia masiva contra la guerra de conscripción. Pero el concepto de guerra permanente se re-impone con la ofensiva de George Bush (padre) en 1991 contra Irak y con los posteriores golpes de la administración Clinton. El 2003 la administración Bush (hijo) adopta el ataque “preventivo” con aprobación del congreso aunque no cuenta con la aprobación de las Naciones Unidas y Kofi Annan lo cuestiona describiendo esta política como “un acto ilegal de guerra.”

De todas formas la estrategia se impone. Para el 2015, y luego de las invasiones a Irak (2003) y Libia (2011), Barack Obama (presidente desde el 2009) comenta en un discurso en la base de la Fuerza Aérea en Tampa (Florida) que su presidencia es de tiempos de guerra basados en una autorización extendida 15 años atrás por el congreso. Dice que las “democracias no deben operar en estado de guerra autorizada permanente…no es bueno para nuestros militares…no es bueno para nuestra democracia.” Pero Obama no cambia esto. (4)

El presidente entrante, Donald Trump, se estrena en su cargo lanzando MOAB –la madre de todas las bombas, sobre Afganistán. Es una bomba (no nuclear) de 10 toneladas, pintada de color naranja brillante parece una nave. Brian Williams, reportero de MSNBC, comenta por televisión que verla le recuerda las palabras de Leonard Cohen: “Soy guiado por la belleza de nuestras armas”. (5) Su comentario arrogante sale al mundo. No es moral olvidar la capacidad destructiva de una bomba y deshumanizar a quienes van a recibir su impacto. Ese año Trump aumenta el presupuesto militar en un 5% y comenta que “la pelea es maravillosa.” Washington y la prensa navegan en un mar militarista.

La huella ecológica del militarismo y de la guerra

Naturalmente, se trata también de ignorar la huella ecológica militar que en el caso de los Estados Unidos es enorme dentro y fuera del país. Estados Unidos tiene 4,127 instalaciones militares (del total unas 860 fuera del país) que ocupan 7,7 millones de hectáreas. La jefa del departamento de Programas Ecológicos del Pentágono, Maureen Sullivan, explicó el 2014 que lidiaba con 39 mil sitios contaminados, con un costo estimado de US $27 mil millones. El ex congresista por Michigan, John D. Dingell, quien fue congresista por 60 años y sirvió en la Segunda Guerra Mundial, argumentó con preocupación que prácticamente todos los sitios militares de Estados Unidos están seriamente contaminados.

Barry Sanders, prestigioso jefe de investigación nominado dos veces para el Pulitzer, ha dicho que la guerra contra el terror es una guerra contra el planeta. Y el antropólogo norteamericano David Vine, en su libro “Base Nation” (2015), argumenta a favor de suprimir las bases de ultramar, que juegan un papel en la expansión de Estados Unidos y mantienen una perspectiva racista, generan daños ecológicos y accidentes, y cuyo personal ha causado crímenes serios por lo que, no sólo son costosas, sino que perjudican a los Estados Unidos y al mundo. (6)

La contaminación ambiental del militarismo es enorme. El departamento de Defensa de los Estados Unidos por sí solo produce más basura que las 5 mayores corporaciones químicas de los Estados Unidos, incluyendo uranio empobrecido, petróleo, pesticidas, herbicidas, plomo y radiación producida durante la manufactura, el testeo y el uso de armas. Miles de kilos de micro partículas radioactivas altamente tóxicas, por ejemplo, contaminan el Oriente Medio, Asia Central y los Balcanes. Las minas y bombas de racimo están diseminadas en áreas extensas desde el fin de la guerra.

En el 2009, 34 años del fin de la guerra de Vietnam, la contaminación por dioxina en Vietnam era 300 o 400 veces mayor que lo normal, resultando en severos defectos de nacimiento y cáncer en la tercera generación de afectados. Irak, un exportador de alimentos, importa hoy el 80 por ciento de sus alimentos debido a que la guerra y las políticas militares desde la guerra causaron desertificación. (4)

Abandonando Kuwait el ejército de Irak incendió más de 600 pozos petroleros, entre 5 y 6 millones de barriles de petróleo se volvieron humo junto con 70 a 100 millones de metros cúbicos de gas natural. Las nubes cubrieron casi 26 mil kilómetros cuadrados, bloqueando el sol y matando miles de personas por inhalación del humo agrio. Además 60 millones de barriles de petróleo se filtraron en el suelo envenenando cerca del 40% del agua subterránea, y cerca de 6 millones de barriles se filtraron al mar formando un enorme derrame petrolero que destruyó peces, pájaros y mamíferos locales y terminó con la pesca del camarón. De acuerdo a la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados Unidos cada galón (3,8 litros) de gasolina produce 19 libras (8.6 kg) de CO2, las fuerzas armadas enviaron 400 millones de libras (cerca de 180 millones de kilos) de gases de efecto invernadero a la atmósfera diariamente. (4)

Los costos de la guerra “contra el terror” son un terror

El Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos (Watson Institute for International and Public Affairs) de la Brown University ha completado un detalle estimando los costos humanos de esta guerra, incluyendo a los soldados americanos que mueren directamente bajo el fuego enemigo, a los subcontratistas y los aliados, a sus oponentes y a la población civil muerta directa o indirectamente en ella o por ella. Sus cálculos ascienden a 1.261.000 personas hasta el 2016, la gran mayoría de ellos son civiles y 14.000 son soldados y contratistas.

Los costos financieros no se limitan a los costos humanos, sino que incluyen también los tratamientos a los soldados que regresan a los Estados Unidos y completan papeles para recibir asistencia debido a daños físicos, emocionales o sicológicos, que no siempre se completan de inmediato pero que son inevitables y que, para marzo del 2014, ascendían a 970 mil pedidos formales de asistencia.

Además la guerra ha causado millones de personas desplazadas indefinidamente que viven en condiciones muy precarias; el número de refugiados afganos, iraquíes y pakistaníes se calcula en 7.6 millones. Gran parte de los dineros supuestamente destinados a esfuerzos de reconstrucción y ayuda humanitaria se han perdido, robado o han sido usados fraudulentamente en proyectos no sustentables. En Afganistán han desaparecido ecosistemas, fauna y flora, los suelos sufren desertificación, la foresta desaparece, el 85% de las aves migratorias han desaparecido del área. En Irak la infraestructura ha sido devastada, incluyendo los servicios de salud y educación. Las promesas de democracia tampoco se han cumplido, en Afganistán los señores de la guerra controlan el poder y la sociedad continúa segregada en términos de género y etnicidad. (4)

El mito de que la guerra es buena para la economía es falso, las guerras destruyen también las economías. De acuerdo a Paul Krugman (Nobel en Economía) la guerra es cara y causa daños económicos serios incluso al ganador. Joseph Stiglitz (Nobel en Economía) está de acuerdo con Krugman y explica que la Segunda Guerra Mundial no sacó al mundo de la gran depresión como se dijo, sabemos que esto es falso y que la paz es mucho mejor para la economía que la guerra. Dean Baker (economista) explica que los modelos económicos muestran que los gastos militares desvían recursos que deberían haber tenido usos productivos y al hacerlo enlentecen el crecimiento económico y reducen el empleo. Joshua Goldstein explica que la guerra termina con la riqueza, deprime la economía, afecta negativamente los mercados, por lo que impide el desarrollo económico y desarma la prosperidad.

En tiempos de guerra los precios y las ganancias aumentan pero los salarios y su poder comprador baja, explicó James Galbraith el 2004 diciendo que “rufianes, especuladores y gente bien conectada se hace rica. La gente trabajadora y los pobres sobreviven como pueden.” Se produce además un deterioro en los ahorros debido en parte a mecanismos invisibles como la inflación impositiva. O sea la guerra es terrible para la mayoría de la gente y solo una bonanza para unos pocos. (4)

Los gastos militares del mundo el 2016 fueron de US $1,300 millones, el 2% del PIB mundial. Estados Unidos gastó un poco menos del 50% del gasto total del mundo, US $611 mil millones, lo siguieron Francia, Reino Unido, Alemania e Italia que juntos gastaron US $173 mil millones, China gastó US $215 mil millones. El presupuesto de Obama para el 2017 dedicó el 63% a gastos militares (parte de esta suma bajo gasto discrecional) y el de Trump para el 2018 aumentó los gastos militares en un 5% alcanzando al 68% del total presupuestado. En Canadá los gastos militares también han aumentado a partir de 1999 y para el 2010-2011 se alcanzó el mayor presupuesto militar desde la Segunda Guerra Mundial. Canadá no figura entre los 15 mayores, sus gastos militares fueron de US $15 mil millones, invierte alrededor del 1.2% de su PIB (Producto Interno Bruto) pero como miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) tiene el compromiso de invertir el 2% de su PIB. (4), (7)

Justamente porque la guerra es un evento funesto para la humanidad se hace crucial cuestionarla abiertamente como estrategia fallida. La guerra se presenta como última solución, estrategia de último recurso, pero no es solución ni es aceptable. Facilitar la paz es la única solución. Es relevante reflexionar sobre, y tratar de implementar, las recomendaciones que el general Butler hizo a los Estados Unidos: terminar con el negocio que es la guerra y favorecer políticas defensivas no intervencionistas. Es suicidio aceptar la guerra permanente asociada a un proyecto globalizador que valida el uso de armas nucleares, un acto criminal contra la vida del planeta que puede ser única en el universo todo y sagrada.

No es válido rendir homenaje a los millones de víctimas de la guerra en ceremonias que no desafían las perspectivas dominantes sobre la guerra como un inevitable, que no despiertan la conciencia a la acción por la paz. Promover la paz como única solución a los problemas de la humanidad es crucial.

Hoy, a los daños de guerra a humanos y a otras especies, se suman los daños al medio ambiente y el despilfarro de recursos naturales esenciales para la supervivencia de la humanidad. Es prioritario decir no a la guerra y al militarismo y terminar con la glorificación de la muerte para beneficio del poder.



Referencias



No amemos de palabra sino con obras

Mensaje del Santo Padre para la I Jornada Mundial de los Pobres

1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).

Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).

«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados.

El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? [...] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago", y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).
3. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.

Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.

No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía.

El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).

Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.

4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).

Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.

5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.

Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

6. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.

Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.

En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.

8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.

9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.

Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

091117 / Memoria de San Antonio de Padua
Francisco