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Un crimen llamado educación Versión completa HD dirigido por Jürgen Klaric





Un crimen llamado educación
Versión completa HD
Dirigido por Jürgen Klaric
Más información en: http://www.uncrimenllamadoeducacion.com/

La educación es el factor más importante en el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, en los últimos años el currículo y el ambiente de las escuelas han afectado negativamente el desarrollo del estudiante, la autoestima, el presente y el futuro de nuestros niños, estudiantes y profesionales. Aunque hay muchos desafíos negativos, hay personas sorprendentes descubriendo nuevas formas de educar correctamente. Al no cambiar no nos estamos comprometiendo...

PARTE 1
Visitamos 14 países, de los cuales cuatro tenían los mejores sistemas educativos del mundo, incluyendo a Finlandia, Singapur, Corea del Sur y Estados Unidos. Otros de los países que visitamos fueron Bolivia, Colombia y México. Descubrimos que aunque los países del primer mundo tienen una mejor educación, no se preocupan por el estado emocional de los estudiantes que se deteriora y conduce al alcoholismo y al suicidio. Independientemente del estado económico de un país, el bullying sigue siendo un problema y como resultado de que los educadores no pueden combatir esta cuestión, más de 350.000 estudiantes se suicidan anualmente.

PARTE 2
Entrevistamos a los mejores neurocientíficos y expertos en educación para recabar opiniones sobre la mejor manera de arreglar la estructura educativa de nuestro sistema escolar para las generaciones futuras.

PARTE 3
Mostramos a las mejores personas y escuelas que están haciendo cosas increíbles para inspirar a nuestros niños, jóvenes y futuros profesionales. Mostramos la forma correcta y posible de la educación.

Si requieres más información escribe al correo sandrac@jurgenklaric.com

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Canadá y el genocidio de los pueblos indígenas


www.alainet.org / 27/09/2019

Discurso del Primer Ministro Justin Trudeau en el acto de presentación del Informe sobre el asesinato de mujeres y niños indígenas (Quebec, 3 de junio de 2019)

Canadá es uno de los países que enfrentan su propia crisis humanitaria mientras que sancionan Venezuela.

En Canadá, más de 4.200 mujeres y niñas de los pueblos indígenas Inuit y Metis fueron asesinadas, secuestradas o violadas durante las últimas 4 décadas. Gracias al incansable trabajo de un grupo de mujeres que lucharon contra la impunidad, el gobierno canadiense realizó finalmente una exhaustiva investigación oficial. La primera en la historia del país.

En 2015 las defensoras de derechos humanos habían logrado una intervención de la ONU. El organismo internacional pidió al estado canadiense un informe acerca de la persecución actual e histórica de los pueblos nativos canadienses.

El gobierno reconoce los hechos

En junio del año en curso, el Primer Ministro Justin Trudeau entregó públicamente a familiares de víctimas y a representantes de grupos étnicos un informe de más de 1,000 páginas. El estudio se remonta al pasado, a la época colonial.

Aceptamos el resultado de la investigación. Se trata de un genocidio. Haremos todo lo posible para poner fin a esta tragedia nacional en curso", dijo Trudeau.

En este país norteamericano predomina hasta el día de hoy "una política gubernamental practicada deliberadamente durante siglos, que causó un genocidio", según la Comisión de Investigación.

En el trabajo de campo que duró tres años entrevistaron a unas 2.000 familias. Muchas de ellas habían intentado aclarar el paradero de sus madres, hijas o hermanas desaparecidas, en vano. La pasividad de los órganos públicos, policías y jueces, formaba un muro alrededor de las víctimas.

El riesgo de ser secuestrada, violada y asesinada es 16 veces mayor entre las mujeres indígenas que en la población de origen europea de Canadá. El 47 % de estos delitos contra las mujeres nativas son impunes. La violencia se centra en las grandes ciudades de Toronto y Vancouver.

Miles de casos no fueron investigados debidamente. Según los familiares, la policía los clasificó erróneamente como suicidios, accidentes o muertes debido a causas naturales. En el caso de llegar a juicios, no llamaron a las víctimas con su nombre, las identificaron solo con “la india”.

Asesinos en serie bajo los ojos de la policía

En varios casos, los victimarios, siendo ya identificados, podían seguir matando mujeres en complicidad con la policía y la justicia. Tal fue el caso del asesino en serie Robert Pickton, en cuyos terrenos de granja se encontraron docenas de esqueletos. Él admitió 49 asesinatos, pero las familias de víctimas lo acusan de un total de 70 casos.

O el caso de Shawn Lamb, condenado en 2013 por el asesinato de dos mujeres indígenas, aunque familiares de desaparecidas lo denunciaron por haber causado más víctimas.

Métodos de genocidio colonial

Al principio del siglo pasado se creó un sistema de escuelas de internado para separar los niños indígenas de sus familias y adoctrinarlos en la religión y el idioma de la sociedad eurocanadiense.

Desnutrición, palizas, abuso sexual y experimentos médicos forzados: las escuelas fueron el horror más puro y existieron durante casi cien años. Alrededor del 75% de los niños y adolescentes indígenas pasaron por estas instituciones. El resultado fue, sobre todo, una identidad personal destruida.

Estas y otras experiencias provocaron graves consecuencias traumáticas entre los pueblos, que siguen persistiendo. La investigación demuestra que así se crearon las condiciones de asesinato y desaparición de muchas mujeres y niñas indias hasta el día de hoy.

La Oficina de Estadísticas del Estado señaló entre 2011 y 2016 que la tasa de suicidios entre los indígenas es tres veces mayor que entre los canadienses no indígenas.

El informe también revela que aún persisten pautas oficiales enfocadas en eliminar las culturas y pueblos nativos canadiense.

“El estado no ha protegido a las mujeres de la explotación y la trata, no evitó las muertes de mujeres detenidas. Tampoco impidió que los asesinos identificados sigan matando ", dijo un miembro de la comisión.

Los niños arrebatados de su entorno cultural

Los métodos de hacer desaparecer las etnias incluyen separar los niños indígenas de su entorno familiar y cultural para educarlos en familias de acogida no indígenas. También se realizaron numerosas esterilizaciones forzadas en mujeres nativas. La falta sistemática de servicios estatales básicos en áreas con mayor proporción de población originaria aumenta su experiencia de ser excluidos de su propio país.

Todavía existe una “Ley de Indios” de 1924, que prohíbe a los pueblos indígenas contratar abogados sin permiso oficial en el caso de reclamos de tierras y asuntos legales.

El senador Murray Sinclair, presidente de la Comisión de Verdad y Reconciliación (TCR), dijo que el genocidio cultural era solo un aspecto del crimen de lesa humanidad:

Las escuelas lejos de los territorios indios y la violencia contra las mujeres y niñas indígenas fueron parte de este concepto general para expulsar a los pueblos indígenas de la tierra, quitarles su cultura y expulsarlos de sus comunidades”.

Genocidio colonial

El estudio, que documenta el "genocidio colonial en la historia de Canadá”, destaca, por ejemplo, la "guerra biológica" alrededor del año 1700. En ese momento, las fuerzas coloniales entregaron mantas infectadas con viruela a los pueblos indígenas.

En los años alrededor de 1750, la colonia emergente de Nueva Escocia pagó recompensas por el cuero cabelludo de los indios Mi'kmaq. Toda la población del Terranova Beothuk fue "completamente aniquilada" en la década de 1820, según el estudio.

En 1870, una hambruna mató a los indios en las praderas, mientras el gobierno les negó partidas de alimentación. Una epidemia de tuberculosis terminó con miles de personas debilitadas por las carencias.

En consecuencia, de este informe, algunas familias y organizaciones nativas exigen una mayor participación de las naciones aborígenes en niveles gubernamentales, en el poder judicial y la administración.

Fuentes:






Lágrimas



No sabes quién es importante
para ti mientras no lo pierdes.
Mohandas Gandhi.

He asistido a muchos funerales y en todos ellos, independientemente del dolor que me causaran, siempre me consoló la suerte de no haber sido yo el difunto. Esta vez no fue así porque estaba seguro de merecer yo el ataúd más que la persona cuyo cuerpo iba dentro.

Cuando el cura terminó su rutina sobre Lázaro, la otra vida y demás tópicos que repetía de memoria, el ruido seco de las paladas de tierra se confundió con los gimoteos de mi hermana, de mis primas, de mi tía Mercedes… Ni tíos ni primos ni vecinos lloraron porque, ya se sabe, los hombres no lloramos. Ni siquiera yo, que soy especial.

Se suelen asociar los entierros con la lluvia por aquello de que también el cielo lamenta la muerte del fallecido. Los paraguas que aquel día se abrieron entre las tumbas del cementerio de mi pueblo solo protegían del sol. El cielo no lloró y yo tampoco; estoy acostumbrado a ocultar mis sentimientos. Las gafas oscuras que me puse al salir de la iglesia para que creyeran que ocultaban mis lágrimas, ocultaron en realidad la vergüenza de no mostrar dolor por la muerte de mi padre.

De vuelta almorzamos en aquella casa que treinta años atrás también había sido mía y mientras tomábamos el café, mi hermana me preguntó si me quedaría con el olivar de Fuentelfresno o las huertas de la Vega. Le dije que no quería nada porque las atenciones que tuvo con nuestros padres durante tantos años que viví en el extranjero valían más que lo que ellos hubieran dejado, aunque fueran diez millones de euros. Mi hermana disimuló su alegría fingiendo sorpresa. Mi cuñado arqueó las cejas y no dijo nada. Ella me preguntó cuánto tiempo me quedaría en el pueblo. Dije que hasta que renunciara ante notario a mi herencia.

El desfase horario me tenía soñoliento y me retiré al dormitorio que me habían asignado. Cerré la puerta y la ventana y me acosté vestido pensando dormir un par de horas, pero el recuerdo de mi padre me espantaba el sueño. Él sufrió mis travesuras infantiles y mi conducta juvenil más que mi madre. Ella supongo que se sentiría como una gallina que hubiera puesto un huevo del que salió un pato, pero se desahogaba llorando, buscando motivos y colocando mi retrato junto a las velas que le encendía a la Virgen del Carmen. Él se tragaba en silencio mis rarezas y los argumentos y devociones de ella. 

Me compró un montón de juguetes masculinos un día que me vio jugando con una muñeca de mi hermana. Aunque venía cansado del trabajo se empeñaba en patear conmigo aquel balón de reglamento que trajo para mí de la capital de la provincia. ¡La cantidad de cosas que hizo tratando de corregir aquel «defecto» con el que yo había nacido!

Cuando cumplí 20 años les confesé a ambos lo que era evidente: mi homosexualidad. Mi madre, que todavía abrigaba la esperanza de que aquel pato se convirtiera en pollo, lloró como si me hubieran diagnosticado un cáncer. Tuve que explicarle que nunca me iba a ver con ropa femenina ni haciendo nada que pudiera avergonzarlos, que la única diferencia con los demás de mi edad era que no me entusiasmaban las muchachas. Él ya había asumido que lo mío no tenía cura.

Se supo que yo «andaba liado» con Felipe, un colega de un pueblo cercano. Perdí los pocos amigos que me quedaban, fui objeto de burlas y la situación se hizo insostenible. Lo pasé mal, pero estoy seguro que mis padres lo pasaron peor. Cuando les dije que pensaba irme del pueblo, mi madre volvió a los sollozos, pero a mi padre le pareció bien porque no tendría que soportar a la pandilla de ignorantes de los que estábamos rodeados. Corrían los años cincuenta y en la España franquista no faltaban los energúmenos que hubieran querido repetir conmigo lo que le hicieron a García Lorca.

Australia necesitaba mano de obra y su gobierno daba facilidades para los inmigrantes europeos. Felipe y yo abordamos un barco que nos llevó donde nadie se avergonzara de nosotros y allí vivimos muchos años exiliados de nuestras familias.

Luchamos sin descanso en aquel país hasta que logramos una satisfactoria posición económica.

Mi madre murió sin comprender a su hijo. Cuando hablábamos por teléfono siempre me preguntaba si me trataban bien y si seguía «junto con ese muchacho». A mi padre le interesaba más saber dónde vivía, en qué trabajaba y cosas así. Nunca dejé de comunicarme con él, desde aquellos años en que las «conferencias telefónicas» eran carísimas hasta cuando nos podíamos comunicar con más facilidad. Él siempre me asesoraba y hasta me envió el dinero necesario para mi primer negocio. Incluso cuando la demencia senil le impidió aconsejarme, cada vez que yo emprendía algún asunto pensaba primero qué habría hecho él en mi lugar. 

Fue la brújula que me impidió naufragar durante toda mi vida y se lo había llevado un infarto antes de que pudiera despedirme de él. Eso me producía una sensación de orfandad, de soledad, de vacío… Era como si me hubieran arrancado el alma.

La oscuridad del cuarto fue piadosa con mi dolor y me ayudó a dormir. Cuando me llamaron para cenar me di cuenta de que la almohada estaba empapada con mis lágrimas.


La lucha de la Hna. Stang continúa en la Amazonía


www.reflexionyliberacion.cl / 15-09-2019

La Hermana Dorothy Stang, de 73 años y Misionera de la Congregación Hermanas de Nuestra Señora de Namur, conocida por dedicar gran parte de su vida a luchar para salvar la selva amazónica y mejorar la calidad de vida de las personas pobres que vivían en las zonas rurales, fue asesinada en 2005 en el norte de Brasil por un hombre armado que había sido contratado por un grupo de ganaderos de la región. Hoy, su testimonio y martirio recobran una dramática vigencia histórica.

El asesinato de la Hna. Dorothy, que recibió seis disparos en el pecho, la espalda y la cabeza, conmocionó al mundo. Quince años después, sus compañeros denuncian que en la ciudad de Anapu en el estado de Pará, el área sigue siendo tan peligrosa como siempre.

“La gente aquí está deseando plantar árboles, preservar el bosque, mantenerlo en pie y defenderlo, incluso con sus vidas”, ha detallado la Hermana Jane Dwyer, mientras sostenía una foto de Dorothy. “Porque aquí hay personas que han huido de hombres armados y de amenazas”, ha añadido.
La Hna. Dwyer y otras monjas han registrado 18 muertes de agricultores locales en la región desde 2015 y han denunciado que al menos 40 personas han huido después de haber sido amenazadas.

Los incendios en el Amazonas han provocado que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, haya sido criticado por su gestión a la hora de proteger uno de los baluartes clave contra el cambio climático a nivel mundial.

Bolsonaro que asumió el cargo el pasado mes de enero prometiendo llevar progreso a la Amazonía ha criticado durante mucho tiempo las reservas indígenas y las multas ambientales, al considerar que son un freno para el desarrollo.

El mandatario brasileño también ha menospreciado a las ONG que trabajan en la Amazonía y las ha llegado a acusar, incluso, de provocar los incendios. Este enfoque le ha llevado a enfrentarse al Papa Francisco que ha afirmado que “la rápida deforestación no debería tratarse como un problema local, ya que amenazaba el futuro del planeta”.

El próximo mes, el Vaticano -por petición expresa del Papa Francisco-  realizará un Sínodo con obispos y otros representantes, incluidos pueblos indígenas de toda América del Sur, en el que el tema de la protección de la Amazonía probablemente cobrará gran importancia.

“TENEMOS MIEDO”

En lo profundo de la selva tropical, proteger el Amazonas es una tarea solitaria y cada vez más peligrosa, según han explicado con detalles las comunidades autóctonas que están en la primera línea de lucha y preservación de esta rica y vital zona con millones de arboles y foresta hoy en peligro.

En Anapu, el Gobierno federal rescindió un contrato el mes pasado por falta de fondos con una empresa de seguridad local que fue creada para brindar protección a los residentes y al bosque circundante contra los invasores, han detallado los residentes.

Vinicius da Silva, de 37 años, que lidera una sociedad de conservación ambiental en una reserva local ha asegurado que ha tenido que hacer frente a una serie de amenazas por parte de los madereros y ha denunciado la falta de apoyo. “No tenemos protección”, ha lamentado.
“Estamos asustados. No sabemos quién entra en la reserva y qué harán dentro de ella. Sabemos que están haciendo cosas malas allí, pero cuando pedimos ayuda al Gobierno, vienen a mirar el daño ambiental y dicen que nosotros lo hemos provocado”, ha asegurado.

Bolsonaro ha afirmado que Brasil, que enfrenta un fuerte déficit presupuestario tras varios años de recesión, no tiene los recursos suficientes para vigilar el gran territorio del Amazonas. Aun así, el P. Amaro Lopes de Souza, quien al igual que Stang ha luchado por los derechos de la tierra y la preservación del medio ambiente en la región, ha criticado que el presidente no haya hecho lo suficiente para proteger a las personas o a la vegetación.

“Los que están destruyendo el Amazonas son las grandes haciendas, y son esos grandes agricultores los que votaron a Bolsonaro y lo hicieron presidente. Ahora, creen que pueden deforestar, quemar y destrozar todo”, señala el P. Amaro.


Este sínodo va a reafirmar nuestro compromiso como congregación


Luis Miguel Modino
Si hay una congregación que tiene un rostro amazónico esas son las lauritas, nacidas en la selva, y que, a lo largo de sus 105 años de existencia, han respondido al deseo de su fundadora, Laura Montoya, “de acompañar, de estar junto a los pueblos indígenas”, como afirma la hermana Inés Zambrano, actualmente su superiora general, y que ha sido nombrada por el Papa Francisco auditora del Sínodo para la Amazonía.

Este Sínodo haría feliz a la fundadora, “Laura sería la primera en hacer sentir el grito de los pueblos amazónicos”, según la superiora general, que dice que “de alguna manera este Sínodo va a reafirmar nuestro compromiso como congregación”, siempre presentes en aquellos lugares de la Amazonía “donde no hay ninguna presencia de Iglesia”.

A partir de su experiencia, al hablar de la Eucaristía, uno de los elementos que debe estar presente en la asamblea sinodal, la religiosa afirma que “si queremos la presencia eucarística, si queremos la presencia viva de Jesús entre los pueblos, eso tiene que primar”, pues según ella “se defiende estructuras, pero no se defiende la esencia misma de la vida cristiana”. De hecho, en las comunidades ellas hacen de todo, y la gente les pide “las misas de las lauritas”, porque como señala la superiora general, “ustedes nos hacen entender el Evangelio, ustedes se quedan con nosotros, ustedes conocen nuestra realidad, ustedes nos escuchan, ustedes celebran desde nuestra vida, desde nuestros ritos, ustedes nos conocen, su celebración es parte de la vida nuestra”.

Sin duda, una voz autorizada, fruto de una vida personal y de una congregación que no ha tenido miedo de ensuciarse en los lodazales de la selva para ir al encuentro de los más distantes, entre quienes dice haber aprendido muchísimo.

¿Quiénes son las Misioneras Lauritas?

Las Misioneras Lauritas somos una congregación fundada hace 105 años por Laura Montoya en las selvas antioqueñas. Una congregación que nació siempre en el sueño de Laura Montoya de acompañar, de estar junto a los pueblos indígenas. Esta congregación que siempre se ha definido por esa presencia cercana hacia ellos. Desde el inicio de la congregación, en plena selva, que es donde nació.

¿Qué diría hoy Laura Montoya ante la celebración del Sínodo para la Amazonía?

Estaría feliz, porque ella precisamente, antes de iniciar la congregación, sufría muchísimo por la realidad de los pueblos indígenas. Y precisamente, ella quería hablar con el Papa, yo estoy hablando de 1912. Ella quería hablar con el Santo Padre para decirle que los indígenas están sufriendo mucho en la Amazonía, están sufriendo mucho por las caucheras, por toda esa gente, y le pide a la Virgen, dice Virgen, yo tengo unos ahorros, un dinero para hacer un viaje a Roma para decirle al Santo Padre que escuche el gemido de los pueblos indígenas.

Y después, cómo que siente, y le dice, Virgen, por qué no me haces un mandado, no voy a Roma, dile al Santo Padre que escuche el gemido de los pobres. Y al poco tiempo, envió la encíclica Lacrimabili, en donde Pío X habla sobre la realidad de los pueblos indígenas. Entonces, ella era feliz porque hubo una respuesta de la Iglesia hacia la realidad de los pueblos indígenas. Está repitiéndose esa misma historia, en este momento. Por eso, Laura sería la primera en hacer sentir el grito de los pueblos amazónicos. Ella le dolía, como ella dice, como verdaderos hijos, toda esa realidad.

Lo de Lacrimabili se está reviviendo nuevamente ahora, porque el Sínodo es una manifestación como Iglesia, de decir, bueno, el pueblo indígena, el pueblo amazónico está viviendo esta realidad. Entonces, qué hacer como Iglesia. Es el tiempo de Laura para nosotros también en este momento.

Laura no va a estar personalmente en el Sínodo, pero usted que podríamos decir que es una de las sucesoras de Laura, va a estar ¿Qué es lo que va a expresar en los trabajos del Sínodo, representando a todas las lauritas, a todas las religiosas que trabajan con los pueblos indígenas?

Primero dar gracias a Dios, para mí el participar allá es dar gracias a Dios, porque de alguna manera este Sínodo va a reafirmar nuestro compromiso como congregación. Hace dos años hicimos el capítulo general, y en éste, optamos como congregación, por defender la vida amenazada de los indígenas. O sea, tenemos una conclusión, en donde nos permite a la congregación, estar junto a este dolor del pueblo, tanto del pueblo indígena, que está en vías de extinción, que está amenazado en su identidad, que quieren desaparecer su espiritualidad, y también por la defensa de la Madre Tierra.

Entonces, es ir a decir, esto es lo que como congregación hemos hecho y qué bueno que ahora como Iglesia reafirmen este compromiso. Para nosotros, como lauritas, es una bendición de Dios este Sínodo porque es reafirmar este sueño de Laura Montoya y este compromiso que como congregación en este momento tenemos.

Las lauritas están principalmente en la Amazonía, en las selvas amazónicas, y muchas veces en lugares donde muchas congregaciones o la Iglesia no llegan. ¿Qué significa estar en esos lugares tan alejados con los pueblos que muchas veces no tienen un contacto más directo con la Iglesia?
Para nosotras, como dije en su momento, es una bendición de Dios, el poder ser fieles a ese carisma que Dios regaló a Laura Montoya, viviendo durante estos 105 años, siempre permaneciendo en esos lugares donde nadie va. Ese era el sueño de Laura, ir donde no hay ninguna presencia de Iglesia, nosotros estamos ahí haciendo esa presencia, es compartir sus sueños, es compartir su dolor, es compartir el sufrimiento, pero también es compartir su vida. Nos hemos enriquecido muchísimo con la espiritualidad de los de estos pueblos, mutuamente nos hemos enriquecido. Ellos desde su espiritualidad y nosotros compartiendo la nuestra.

En algunos momentos sí que ha sido un poco difícil, hemos sentir ese vacío, por ejemplo, la ausencia de sacerdotes; en muchos lugares dos veces al año van los sacerdotes, todo el tiempo estamos solas por allá, pero sintiendo la compañía y la presencia de todo el pueblo que nos acoge con cariño y nosotras también haciendo todo lo que podemos desde la nuestra.

Desde esa experiencia de falta de sacerdotes, ustedes como religiosas, ¿cuáles deberían ser los nuevos caminos que la Iglesia debería ofrecer para la Amazonía en ese sentido?

Yo esos días me estaba cuestionando. Yo digo, qué es lo que se defiende o qué es lo que se ataca, no sabría decir la palabra. Si queremos la presencia eucarística, si queremos la presencia viva de Jesús entre los pueblos, eso tiene que primar. Los medios que tenemos que buscar. Están hablando que el celibato sí o el celibato no, es Jesús presente en esos pueblos, la presencia eucarística, los sacramentos allá. Decir, bueno, qué medios vamos a proponer, qué medios vamos a asumir. O sea, qué es lo que necesitamos o queremos nosotros como Iglesia hacer presente allá.

Entonces, hasta ahorita, la experiencia que tenemos es de haber trabajado junto con los diáconos indígenas, sobre todo. Con ellos hacemos equipo de trabajo. Se está hablando de los sacerdotes casados, pero tienen que ser también sacerdotes con espíritu firme, fuerte, de mucha experiencia. A mí me gusta cuando hablan de los sabios, de los mayores, porque es gente que ya ha experimentado, no es gente que va a probar a ver si puede o no. Pensando en los sacerdotes tiene que ser gente de mucha trayectoria, de mucho compromiso, de mucha profundidad y de una claridad vocacional muy grande.

Inclusive, imaginándonos, ¿por qué no hacer realidad que, en una comunidad donde solamente están las lauritas, y donde los sacerdotes van una o dos veces por año, por qué no soñar con que un día, también hasta para que las propias religiosas puedan celebrar la Eucaristía, que una religiosa pueda presidir la Eucaristía?

Nosotras hemos soñado mucho con eso. No sabemos todavía los procesos que se van a dar. Lo que nosotras no hacemos es consagrar, pero nos toca todo, nos toca todo, inclusive la gente cuántas veces nos ha dicho, hermanas queremos la misa de las lauritas, queremos una misa de ustedes, porque ustedes nos hacen entender el Evangelio, ustedes se quedan con nosotros, ustedes conocen nuestra realidad, ustedes nos escuchan, ustedes celebran desde nuestra vida, desde nuestros ritos, ustedes nos conocen, su celebración es parte de la vida nuestra.

Así vivimos todo el tiempo, cuántas veces nos dicen, queremos confesarnos, pues vamos a escucharlos, y sabemos que en ese momento el sacerdote no está. Esperemos que Dios les perdone y hacemos una celebración penitencial comunitaria, nosotras no tenemos esa potestad. Pero a nosotras nos ha tocado bautizar, nos han tocado los matrimonios, es que en ausencia del sacerdote nos toca de todo, por los lugares donde estamos.

¿Y cómo ayudar a entender a quien vive fuera de la Amazonía y nunca vino a la Amazonía, y no conoce la realidad, que eso es necesario en la Amazonía?

Por eso digo, si tuviéramos claro el sentido eucarístico, la presencia viva de Dios en esos pueblos, se superarían esquemas que se tienen. Como que se defiende estructuras, pero no se defiende la esencia misma de la vida cristiana. Otra cosa que me gustó mucho del nuevo cardenal (Padre Michael Czerny), él decía yo vine así, ahora me voy asá, o sea, cómo la gente que está fuera difícilmente va a entender. Desde fuera se mira con recelo, desde fuera se juzga.

Yo misma, hace muchos años, en algunos momentos no lograba entender los ritos de los indígenas, hasta que no me metí en el rito, y sentí, y viví en carne propia esa presencia viva de Dios en esos ritos. Uno, cuando no se mete, critica mucho, lo sataniza demasiado, pero porque no se ha metido dentro de ese pueblo. Hay una espiritualidad profunda, muy profunda, hay una vida de Dios en esos pueblos, pero también tiene su estilo.

Conocer la realidad, meterse en la vida de los pueblos indígenas. El Papa Francisco en Puerto Maldonado pedía a los indígenas que enseñasen a los misioneros a ser misioneros en la Amazonía. ¿Qué es lo que usted ha aprendido con los pueblos amazónicos?

Muchísimas cosas, por ejemplo, la alegría, el pueblo amazónico es muy alegre. Donde yo compartí, en la Amazonía ecuatoriana, es muy alegre, es muy festivo, es muy comunitario, es muy comunicativo. Ese sentido comunitario es muy grande, todo eso se ha fortalecido. Una vida de Dios muy grande, muy fuerte, para ellos en todo momento están en esa relación con Dios. Si se van a la cacería, una comunicación con Dios, si se van a pescar, si se van a trabajar. Es todo el tiempo, eso he aprendido muchísimo.

Después, la capacidad de consejo, en sus celebraciones ellos tienen muy fuerte lo del consejo, el consejo de los mayores. Yo muchas veces he pedido, me he arrodillado delante de ellos a pedir que me aconsejen, a decir, bueno cómo puedo hacer tal cosa. Porque desde sabiduría ellos saben cómo orientar.

Usted habla de esa relación con la Madre Tierra, con la casa común. El Sínodo para la Amazonía propone nuevos caminos para una ecología integral, ¿qué pueden enseñar los pueblos amazónicos a la Iglesia sobre todo la Iglesia occidental, y a la Iglesia de la Amazonía, muchas veces con misioneros llegados de fuera, en este campo de la ecología?

Es que para el indígena no hay división, es integral, su relación con Dios, su relación con la naturaleza, su relación con los demás, o sea, su vida es integral. Nosotros, en cambio, los occidentales, separamos todo. En cambio, ellos no, y eso debemos aprender nosotros, a no hacer dicotomía, entre lo espiritual, lo material, para ellos es todo una sola.

¿Qué es lo que usted piensa que el Sínodo para la Amazonía puede aportar a la vida religiosa que trabaja en la región, especialmente a las lauritas?

A mí me encanta cuando se habla de una Iglesia con rostro amazónico, y yo le añadiría una Iglesia con corazón amazónico. A nosotras las lauritas, como dije al inicio, este Sínodo nos va a reafirmar en nuestro compromiso. Y Laura Montoya fue muy clara, desde el principio los votos nuestros como religiosas siempre estaban en función del pueblo, siempre. Ella decía, a ver, yo creo que las lauritas, nosotras, hagamos el voto de pobreza, porque no podemos hacer negocio con ellos. El voto de castidad, nos tenemos que abrir, quererlos, amarlos, estar con ellos, nada de pensar en otras cosas. El voto de obediencia, tenemos que estar juntos escuchando al pueblo, y en el pueblo escuchar la voluntad de Dios. Este Sínodo, yo creo que a nosotras nos va a dar muchos elementos, pero va a reafirmar todo este proceso que hemos tenido en estos 105 años.



Algo que yo veo con esperanza de este Sínodo es que no solamente va a ser para la parte amazónica. Yo he consultado con muchas hermanas nuestras que están en otros países, que no son amazónicos, pero están con indígenas y están en selva. Entonces, yo hice un estudio con las hermanas sobre todas las conclusiones, las propuestas del Sínodo. Y ellas se sienten identificadas. Por eso, a mí me gusta lo del Sínodo porque va a tener una dimensión universal, va a ser abierto, desde el Sínodo, como dicen, pero para el mundo. Y para nosotras, como lauritas, desde el Sínodo, también para los otros países donde como congregación estamos, porque estamos en México, estamos en Guatemala, estamos en Panamá, estamos en Costa Rica. No son países amazónicos, pero son indígenas y en las mismas condiciones que los pueblos amazónicos.