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Donde Dios es varón…
María López Vigil
Agenda Latinoamericana 2018
Recuerdo perfectamente dónde estaba
hace unos diez años cuando abrí un boletín de noticias del Concilio Mundial de
Iglesias que recibía periódicamente y leí aquel titular “Donde Dios es varón, los varones se creen dioses”.
No sólo cae uno de un caballo y de
camino a Damasco… En aquel momento no me caí de la silla y seguí en el lugar de
siempre, pero ese titular fue como una revelación. Me hizo caer en la cuenta de
algo esencial. Agarrada de esa idea inicié un camino que desde entonces no he
dejado de recorrer.
Bajo ese título venían las palabras
de la ministra protestante Judith Van Osdol en un encuentro regional de mujeres
celebrado en Buenos Aires.
“Las iglesias que imaginan o
representan a Dios como un varón tienen que hacerse cargo de esta imagen creada
como herejía. Porque donde Dios es varón, el varón es Dios…”
Cuando leí esas dos frases sentí
que estaba tocando las raíces más antiguas de la discriminación, del menosprecio,
del desprecio, de la violencia contra las mujeres…
He seguido reflexionando desde
entonces, escudriñando cómo se tejió esa antiquísima raíz.
Si toda religión consiste en hacer
visible en palabras, en narraciones, en imágenes, al Dios a quien nadie vio
jamás, es evidente que la religión cristiana, de matriz judía, ha empleado oraciones,
alabanzas, pinturas, cantos, esculturas y símbolos, todos masculinos, para
hacer “visible” a Dios. Apenas unas cuantas referencias bíblicas tienen un
matiz femenino. También se ha incorporado hoy al lenguaje litúrgico llamarle
“Dios Padre y Madre”… ¿Bastará eso?
Partiendo de nuestra herencia
cultural podemos afirmar que, aunque Dios no tiene sexo, desde hace miles de
años sí tiene género: el género masculino.
Sabemos que el sexo es una
característica biológica y el género una construcción cultural. Por eso, aunque
en Dios está presente tanto lo femenino como lo masculino como expresiones de
la Vida, en la cultura judeocristiana, en la cultura bíblica, en la tradición
cristiana, católica, ortodoxa o protestante, en los textos de cuatro mil años
de escritura, en la literatura del judaísmo, en la de dos mil años de cristianismo,
también en el islam, Dios tiene género y su género es masculino. Eso significa
que Dios es imaginado, pensado, concebido, rezado, cantado, alabado o
rechazado… como un varón. ¿Cómo no pensar entonces que esa milenaria
identificación genérica, cultural, de Dios con lo masculino no tenga
consecuencias en la sociedad humana?
Por ser el género una construcción
cultural, también que se puede cambiar. Porque todo lo que se construye se
puede de-construir para reconstruirlo de nuevo. Creo que de eso se trata: de
reconstruir el rostro de Dios también en femenino, una tarea que no es
sencilla, pero, ¿cómo no pensar que eso tendría consecuencias importantes en la
ética, en la espiritualidad?
Por la antropología cultural,
sabemos que, al principio Dios “nació” en la mente humana en femenino, que la idea
de Dios nació vinculada a lo femenino. Durante milenios, la humanidad,
asombrada ante la capacidad de la mujer de generar en su cuerpo el milagro de
la vida, veneró a la Diosa Madre, viendo en el cuerpo de la mujer la imagen
divina. Durante milenios, todos los pueblos de la Tierra pensaron a Dios como
una madre.
Muchos milenios después, la
revolución agrícola trajo acumulación de granos, de tierras y de animales… y trajo
también la necesidad de defender con armas, graneros, tierras y ganado. En esta
etapa, y poco a poco, la Diosa Madre fue quedando relegada y dioses masculinos
y guerreros, que decretaban guerras y exigían sacrificios sangrientos, se fueron
imponiendo en todos los pueblos de la Tierra. Los dioses masculinos dominaron
las culturas del mundo antiguo y desde entonces se impusieron en todas las
religiones que hoy conocemos. También en la Biblia suplantaron a la Diosa Madre
y finalmente, Yahvéh, el Dios de la Biblia se impuso en la imaginación del
pueblo hebreo. Es el origen de lo que hoy llamamos “cultura religiosa
patriarcal”.
En la iconografía cristiana, en las
imágenes que hemos visto desde niños, Dios es un anciano con barbas. Es también
un rey con corona y cetro sentado en un trono. Es un juez inapelable, de
decisiones inescrutables. Es también el Dios de los ejércitos. Siempre es una
autoridad masculina. Los dogmas cristológicos nos dicen que ese Padre Dios tiene
un Hijo, también Dios, que "se hizo" hombre, lo que sugeriría que su
esencia anterior a ese "hacerse" era también masculina. La tercera
persona en esa "familia divina", es el Espíritu Santo. A pesar de que,
en hebreo, la palabra “espíritu” es una palabra femenina, es la “ruaj”, la
fuerza vital y creadora de Dios, la que lo pone todo en movimiento y anima
todas las cosas, nos enseñan que el Espíritu dejó embarazada a María, lo que
nos lleva a pensar que el Espíritu es un principio vital masculino.
Incluso en expresiones religiosas muy
posteriores, populares y liberadoras, como las que se expresan en la Misa
Campesina Nicaragüense, Dios es un hombre. Le cantamos como “artesano,
carpintero, albañil y armador”. Ningún oficio femenino tiene ese Dios. Y lo “vemos”
en las gasolineras chequeando las llantas de un camión, patroleando carreteras,
lustrando zapatos en el parque, siempre en trabajo de hombres. No lo vemos
lavando o cocinando o cosiendo, mucho menos dando de mamar. Es un Dios pobre y
popular, pero... es varón. El Dios de la Teología de la Liberación siguió
siendo un varón.
Jesús de Nazaret fue educado en la
religión de sus padres. En el judaísmo, Dios era imaginado y pensado siempre en
masculino. Jesús nos lo presentó como un Padre bondadoso y lo llamó “Abbá”, no
lo llamó “Immá”. Sin embargo, hay en las actitudes de Jesús un acercamiento a
las mujeres similar al que tuvo con los hombres, lo que contrariaba su
religión. Y hay en la propuesta ética de Jesús valores atribuidos por la
cultura a “lo femenino”: el cuidado, la pasión y la compasión, la no violencia,
la cercanía, la empatía, la intuición, la espontaneidad…
Y hay también una pista interesante
en algunas de sus parábolas. ¿Tal vez una intuición del hombre de Nazaret? Jesús
hizo protagonistas de sus comparaciones con Dios y con el actuar de Dios a las mujeres.
En la parábola de la levadura habló
de lo que sucede con el Reino de Dios: tan sólo una pizca de levadura fermenta toda
la masa y eran mujeres quienes hacían el pan, quienes ponían en marcha ese
proceso. Habló también del cuidado que tiene Dios con todos sus hijos,
comparando a Dios con un pastor que busca a costa de riesgos a una de sus cien
ovejas cuando se le perdió. Inmediatamente, el Maestro “feminizó” su
comparación y dijo que Dios se parece también a una mujer que busca
ansiosamente una de las diez monedas de su dote cuando se le perdió…
Esas comparaciones tuvieron que
resultar sorprendentes para su audiencia, educada en una cultura religiosa
donde Dios tenía género masculino y donde las mujeres eran discriminadas
totalmente en las prácticas, ritos y símbolos de la religión. Al comparar los
sentimientos de alegría de Dios con los del pastor que encuentra a su oveja y
con los de la mujer que encuentra su monedita, Jesús amplió la imagen de Dios,
habló de un Dios al que nunca nadie vio, pero al que tanto hombres como mujeres
revelan y manifiestan cuando cuidan la vida.
La imagen masculina de Dios, tan
arraigada en nuestra mente, tiene consecuencias. ¿No es la más obvia deducir
que si Dios es visto como varón, los varones se verán a sí mismos como dioses? ¿Y
si además Dios es visto como un varón que ordena, impone y juzga, los varones,
que se ven como dioses, no ordenarán, se impondrán y juzgarán? ¿No será ésta la
raíz más vieja y más oculta que justifica y legitima la inequidad entre hombres
y mujeres? ¿No estará también aquí una explicación, muy soterrada, de la
discriminación y la violencia de los hombres contra las mujeres? ¿No será que,
como esa raíz permanece tan escondida, lleva tanto tiempo intocada, y estamos
anestesiados todos, hombres y mujeres, ante sus consecuencias?
Toda nuestra cultura cristiana está
articulada a partir de la imagen de un Dios masculino que norma su creación
desde arriba y desde afuera. La Diosa Madre unificaba a todos los seres
vivientes, humanos, animales y plantas, desde dentro de todo lo creado. El
resultado del desequilibrio histórico que la sustituyó a Ella para imponerlo a
Él, que conflictuó lo masculino y lo femenino trasladando ese conflicto a la imagen
de Dios tiene consecuencias en la forma en que hemos construido el mundo y en
cómo vivimos en el mundo. ¿No será una urgente tarea indagarlas?
Guatemala e Israel, una historia antigua y sangrienta
www.rebelion.org / 070118
Por una amplia mayoría, 128 países
miembros de las Naciones Unidas, de un total de 193, condenaron el 21 de
diciembre de 2017 el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel
declarado por el presidente de EE.UU. Donald Trump. El texto de la resolución
repetía, a grandes rasgos, un proyecto apoyado por 14 de los 15 miembros del
Consejo de Seguridad en el que Estados Unidos tuvo que utilizar su veto de
miembro permanente para impedir que se adoptara.
Con el fin de evitar esta condena masiva
de la comunidad internacional, previamente Washington multiplicó las amenazas y
las presiones. Así, 35 Estados se abstuvieron y 21 juzgaron prudente no tomar
parte en la votación. Entre los abstencionistas, la Casa Blanca pudo contar con
la «solidaridad pasiva» de algunos comparsas continentales: México, Argentina y
Canadá. Pero, por supuesto, fueron «siete grandes potencias» totalmente
alineadas con Washington y Tel Aviv las que llamaron la atención: las islas
Marshall, Micronesia, Nauru, Palau, Togo y, sobre todo, del tradicional patio
trasero, Honduras y Guatemala.
Nada sorprendente en el caso de Honduras,
donde Juan Orlando Hernández (JOH) acaba de autoproclamarse reelegido en una
elección presidencial en condiciones tan escandalosas que incluso la
Organización de los Estados Americanos (OEA) protestó por la irregularidad (1).
Trump por el contrario, y contra toda evidencia, reconoció la «victoria», se
entiende que «JOH» rivalizase en servilismo. Sin embargo, en el registro de
«alianzas dudosas y compromisos absolutos», su homólogo guatemalteco Jimmy
Morales lo hizo todavía mejor: el 24 de diciembre anunció su intención de
imitar a Washington trasladando su embajada de Herzliya (barrio de Tel-Aviv) a
Jerusalén, en desafío del voto de condena de la Asamblea General de las
Nacionales Unidas.
Al igual que Honduras, Guatemala se
encuentra en posición de gran debilidad frente al eventual mal humor de la Casa
Blanca y del Departamento de Estado. Aunque modesta y dirigida prioritariamente
a las fuerzas de seguridad y represión, la ayuda económica de Washington es
vital para esta nación abandonada. Además, el chantaje de la expulsión pende
sobre el millón de guatemaltecos que residen más o menos legalmente en
territorio estadounidense y permiten la supervivencia de sus compatriotas
gracias a las remesas. Casi 40.000 de esos emigrantes ya fueron repatriados manu
militari en 2017.
Finalmente, al igual que «JOH», Jimmy
Morales arrastra algunos escándalos que solo pueden incitarle a la más
pragmática de las sumisiones. Desde 2015, encargada por las Naciones Unidas y
Washington, una comisión internacional contra la impunidad en Guatemala (CICIG)
lleva en el país una «santa cruzada» contra la corrupción. Y no sin resultados:
en 2015 la comisión hizo destituir y encarcelar al presidente Otto Pérez Molina
y a la vicepresidenta Roxana Baldetti por malversación de fondos.
A su vez Jimmy Morales, tras acceder a la
cabeza del Estado, se ha señalado por algunas «fruslerías». En septiembre de
2017, por ejemplo, se descubrió que percibía todos los meses de las fuerzas
armadas, con total discreción, una presunta «prima de riesgo» de 7.300 dólares
(un incremento irregular de su salario del 33%) Después otra revelación agitó
la opinión pública: 800.000 dólares de fondos ilegales habrían irrigado la
campaña del Frente de Convergencia Nacional del que era el candidato.
La Procuradora General Thelma Aldana y la
CICIG demandaron que se levantara su impunidad y se permitiera juzgarle y
Morales (cuyo hermano y uno de sus hijos están encarcelados por emitir facturas
falsas), apoyado por la extrema derecha y antiguos militares, replicó
declarando persona non grata y pretendiendo expulsar al jurista
colombiano Iván Velásquez, jefe de la CICIG, decisión que provocó fuertes
reacciones nacionales e internacionales y que el Tribunal Constitucional
guatemalteco rechazó y anuló. En semejante contexto, atraerse la simpatía de
Trump no es nada secundario para el jefe del Estado centroamericano.
Pero la decisión de trasladar la embajada
guatemalteca a Jerusalén no responde solo a esa preocupación. Al hacer el
anuncio Jimmy Morales informó de una entrevista telefónica que mantuvo con el
primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en el curso de la cual ambos
mandatarios señalaron las «excelentes relaciones» que existen entre ambos
países «desde que Guatemala apoyó la creación del Estado de Israel».
Recordemos brevemente ese episodio, que no
es el más importante (para los guatemaltecos, se entiende). El hecho es que ese
pequeño Estado de América central fue el segundo (¡Inmediatamente detrás de
Estados Unidos!) que reconoció la existencia de un «Estado judío» en territorio
palestino el 14 de mayo de 1948.
En el origen de esta presencia en los
primeros tiempos de las convulsiones del lejano Oriente Próximo, se encuentra
un diplomático progresista (o al menos reformista), Jorge García Granados. Hijo
menor de un jefe de Estado encarcelado y torturado por la dictadura de Jorge
Ubico, exiliado en México, Granados combatió en el bando republicano de la
guerra civil española antes de unirse a la «Revolución de Octubre» que, en
1944, permitió a Juan José Arévalo convertirse en el primer presidente
democráticamente elegido de Guatemala.
Marcado por el control colonial de Londres
sobre la Honduras británica vecina (hoy Belice), un territorio históricamente
reivindicado por Guatemala, Granados, miembro del Comité Especial para Palestina
nombrado por las Naciones Unidas en mayo de 1947 (2), veía con buenos ojos el
fin del mandato británico sobre ese territorio y como la mayoría de los
miembros de la Comisión recomendó su partición entre un Estado árabe y un
Estado judío (que se convertiría en Israel unos meses después), con un estatuto
especial internacional para Jerusalén bajo la autoridad administrativa de las
Naciones Unidas (3). A pesar de lo que se pueda pensar a posteriori, nada que
ver con las ineptas iniciativas de Trump y después de Jimmy Morales que, a
finales de diciembre de 2017, han pisoteado los derechos más elementales de los
palestinos.
Tras las elecciones de 1944, Guatemala
vivió 10 años de «primavera democrática» bajo las presidencias de Juan José
Arévalo (1945-1951) y Jacobo Árbenz Guzmán (1951-1954). El derrocamiento
de este último por un golpe de Estado que organizaron la compañía bananera
americana United Fruit (UFCo), hostil a la reforma agraria, y su brazo armado,
la Central Intelligence Agency (CIA), marca el principio de una tragedia de la
cual Granados solo conoció el principio, puesto que murió en 1961.
Muy poco tiempo después, bajo el mandato
de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), el coronel Carlos Manuel Arana
Osorio –apodado «el chacal de Zacapa»– con el apoyo de los instructores y los
Boinas verdes estadounidenses, dirige una campaña de represión sin precedentes
contra las organizaciones de izquierda, refugiadas en la clandestinidad. Los
asesinatos políticos llegaron a la cifra de 8.000 entre 1966 y 1968. Convertido
en general y llegado al poder en 1970, Arana Osorio se declaró
decidido «si fuese necesario, a convertir el país en un cementerio para
restaurar la paz civil». Entre 1970 y 1978, 20.000 guatemaltecos pagaron con su
vida esa filosofía.
A pesar de la convergencia de los
intereses de la nueva oligarquía militar y las multinacionales estadounidenses
(Hanna Mining, Del Monte, Standard Brands –nueva rama de la UFCo-) la amplitud
y los métodos de la represión, las violaciones masivas y repetidas de los
derechos humanos -150 personas fueron asesinadas a sangre fría en 1977 en la
plaza de la ciudad de Panzós- llevaron al presidente James Carter a suspender
la ayuda militar de Estados Unidos. Desde entonces la «diplomacia del Uzi» (en
referencia al potente y célebre fusil de asalto israelí) va a desempeñar un
papel preponderante.
La asistencia militar israelí a Guatemala
había empezado oficialmente en 1971. Desde 1975 el Estado terrorista proporcionaba
los aviones Aravat y diversos tipos de armamento –cañones, armas individuales-
que Estados Unidos dejó de suministrar. Cuando en 1977 Carter interrumpió
totalmente la venta de armas, Tel Aviv tomó definitivamente el relevo.
El general Lucas García fue «elegido» en
1978, mediante un fraude descarado y con una tasa de abstención del 63,5%. Este
imposible regreso a la vía política provocó la aparición de las guerrillas. En
1975, en primer lugar, en la región del Ixcán, reaparece el Ejército
Guerrillero de los Pobres (EGP), cuyo núcleo inicial había participado en un
levantamiento precedente antes de replegarse a México. En 1979 surgió la
Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA).
El poderoso lobby guatemalteco «Asociación
de los Amigos del país» invirtió varios cientos de miles de dólares en el
Partido Republicano como contribución a la campaña electoral de Ronald Reagan.
Cuando este llegó a la Casa Blanca las relaciones se volvieron menos difíciles.
Aparte de los intereses estratégicos de Washington, el poder económico
adquirido por los militares guatemaltecos (el 33% de la región petrolera del
Petén les pertenecía) ofrecía ahora más oportunidades, además de las de la
oligarquía nacional tradicional, a las posibilidades de beneficio de las
empresas estadounidenses.
Cuando en el segundo semestre de 1981, el
general Benedicto Lucas lanzó una ofensiva general contra las guerrillas, la
represión, además de su aspecto militar, llegó a los sectores más moderados de la
sociedad, incluida la democracia cristiana. Una primera etapa de «pacificación»
se tradujo en masacres y la destrucción de más de 250 pueblos indígenas
considerados bases del apoyo a la insurrección armada. Este período de toma de
control total de la población se saldó con alrededor de 20.000 muertos, la
huida de aproximadamente 100.000 campesinos que se refugiaron mayoritariamente
en el sur de México, un millón de personas desplazadas y la militarización de
la administración del Estado.
Efectuando «un trabajo fantástico», según
el general Benedicto Lucas, decenas de asesores militares israelíes respaldaban
al servicio de inteligencia guatemalteco, el siniestro G-2, y pusieron en
marcha un sistema informático que permitía el fichaje sistemático del 80% de la
población. Gracias a los ordenadores fabricados en Israel, el ejército
guatemalteco descubre y destruye en 1981 veintisiete escondites de las
organizaciones revolucionarias a través de un análisis de los consumos
nocturnos de agua y electricidad en la ciudad de Guatemala. Además de la
construcción de una fábrica de armas en la provincia de la Alta Verapaz por la
Eagle Military Gear Overseas, la ayuda israelí se inscribe en el «programa de
pacificación rural» responsable de la muerte de miles de campesinos
pertenecientes a los pueblos mayas. Ese siniestro plan se inspira directamente,
según su responsable el coronel Eduardo Walhero, en el Nahal Program –«Jóvenes
pioneros combatientes»– destinado a formar a jóvenes soldados en técnicas
agrícolas para instalarlos en las zonas fronterizas del Estado israelí.
La imposición del general Aníbal Guevara,
ganador en 1982 de uno de los escrutinios más fraudulentos de la historia del
país, lleva al golpe de Estado del general Efraín Ríos Montt, especialista en la
contrainsurrección y candidato electo expulsado de la democracia cristiana
en 1974. Este relanza la ofensiva contra el movimiento armado, unificado
entonces en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (UNRG). La estrategia
«tortilla, techo, trabajo» agrupa a las poblaciones de las aldeas estratégicas
bajo el modelo estadounidense utilizado en Vietnam, el reclutamiento forzoso de
los indios en patrullas civiles de autodefensa (PAC). Bajo el lema «Fusiles y
frijoles» esas patrullas servirían fundamentalmente de carne de cañón –solo el
5% de esos pseudovoluntarios estaban armados- y permitían vigilar
constantemente a «los 265.000 campesinos» que según el ejército «ayudan a la
guerrilla». Todo esto siempre con la atenta ayuda de Tel Aviv cuando, bajo el régimen
de Ríos Montt, 18.000 campesinos fueron masacrados, víctimas de las peores
atrocidades.
Cuando las luchas populares triunfaban en
la vecina Nicaragua, progresaban en El Salvador y en menor medida en Honduras,
Guatemala se convirtió en un centro de difusión regional, el 30% de las armas
israelíes recibidas se revendían en la zona –especialmente a los
contrarrevolucionarios nicaragüenses (la contra)-
«Nuestros dos países comparten los mismos
objetivos y las mismas cualidades, como el pluralismo, los derechos humanos, la
paz, la justicia social y el progreso económico», declaró finalmente (sin
reírse) Ronald Reagan, el 13 de enero de 1984, al recibir las credenciales del
nuevo embajador de Guatemala. Restablecida la ayuda militar de Washington esta se
añade a la de Tel Aviv, que no se interrumpe.
Cuando el conflicto acabó, en 1996, la
Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) puesta en marcha por las
Naciones Unidas reveló que se saldó con el desplazamiento de un millón y medio
de personas y la muerte de 200.000 –el 93% víctima de los grupos paramilitares
y el ejército- Aunque la tragedia se desarrolló a lo largo de más de tres
decenios, los picos más atroces de violencia provocados por la estrategia de
tierra quemada se desarrollaron entre 1980 y 1983, bajo los gobiernos militares
de Lucas García y Ríos Montt.
Atrapado por la justicia de su país en
2013, Ríos Montt fue condenado por «genocidio y crímenes contra la humanidad»
(aunque el Tribunal Constitucional guatemalteco se apresuró después a anular el
proceso). En 1982, es el mismo Ríos Montt quien declaraba al periódico español
ABC: «Nuestro éxito se debió a que nuestros soldados fueron entrenados por los
israelíes».
Doscientos mil muertos no se pueden
comparar con seis millones. Pero aun así… en pleno siglo XX, apenas algunos
años después de revelarse el crimen absoluto del Holocausto, un genocidio es un
genocidio. Una monstruosidad que según Jimmy Morales y Netanyahu permitió a los
gobernantes de ambos países, a lo largo de esos años sangrientos, mantener
«excelentes relaciones». Ahora para mayor desgracia de los palestinos.
Notas:
(1) Leer «Au Honduras, le coup d’Etat
permanent», Mémoire des Luttes, 5 décembre 2017, http://www.medelu.org/Au-Honduras-le-coup-d-Etat
(2) Nombrado por la ONU el 13 de mayo de
1947, el Comité Especial para Palestina de las Naciones Unidas (UNSCOP)
constaba de los representantes de once Estados (Australia, Canadá, Guatemala,
India, Irán, Países Bajos, Perú, Suecia, Checoslovaquia, Uruguay y Yugoslavia).
(3) Una vez proclamada la independencia
del Estado de Israel en 1948, Granados sería el primer diplomático que anunció
en las Naciones Unidas el reconocimiento de Israel por su país. A partir de
1956 fue el primer embajador de Guatemala.
Pueblos indígenas: entre la guerra y la política
Francisco López Bárcenas
www.jornada.unam.mx / 300118
El general prusiano Karl von Clausewitz,
analizando las acciones bélicas entre estados, hizo famoso el aforismo de que
la guerra es la continuación de la política por otros medios. Por su lado
Michel Foucault, analizando la hegemonía y el poder, invirtió la idea y aseveró
que la política es la continuación de la guerra por otros medios. A su modo
cada uno tenía razones en sus posturas; al final los dos trataban de explicar
las maneras en que unos grupos buscan imponerse a otros.
El gobierno mexicano usa ambas formas de
dominación cuando de someter a los pueblos indígenas se trata. Si éstos van por
los cauces institucionales para reclamar sus derechos, quien los enfrenta es
una burocracia que hace como si buscara ofrecer soluciones, pero si los
reclamantes, cansados de no encontrar solución a sus demandas, buscan hacerlo
por otros medios, es la policía y el Ejército quienes buscan volverlos al lugar
que se les ha asignado, o, cuando no se quiere involucrarlos, se usan
pistoleros o guardias blancas que lo hagan.
Pongo dos ejemplos recientes para ilustrar
esta aseveración. En días pasados la policía de Ciudad de México echó a la
señora Magdalena García Durán –indígena mazahua– de donde vendía artesanías,
con el argumento de que el comercio no está permitido en lugares públicos; en
este mismo mes la Comisión Interamericana de Derechos Humanos solicitó al
gobierno mexicano garantizar la vida y libertad de Bettina Cruz Velásquez
–indígena zapoteca–, integrante de la Asamblea de los Pueblos Indígenas del
Istmo de Tehuantepec en Defensa de la Tierra y el Territorio, sobre quien pesan
amenazas por oponerse a la invasión del territorio zapoteco por los parques
eólicos; y la semana pasada se encontró sin vida a Guadalupe Campanur Tapia,
indígena purépecha del municipio de Cherán, defensora de los bosques. Aparte de
coincidir en que son mujeres, a las tres las unía su lucha en defensa de los
derechos de sus pueblos y un ideal por vivir en un mundo mejor, sin contar que
las dos primeras son integrantes del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) del
Congreso Nacional Indígena (CNI).
El otro caso, donde los reclamos indígenas
se enfrentan con burocracia, es el del Consejo para la Protección y
Preservación de la Ceremonia Ritual de Voladores AC, del municipio de Papantla,
Veracruz, quienes desde hace año y medio andan buscando una autoridad que los
atienda, porque consideran que la empresa cervecera
Cuauhtémoc-Moctezuma-Heineken SA, ha violado sus derechos al hacer uso de su
imagen y distorsionarla, para promover la cerveza indio.
En este tiempo han acudido a la Dirección
de Turismo del municipio de Papantla, donde les dijeron que ahí no se había
otorgado permiso alguno, como la empresa aseveraba; aun así, el representante
de la cervecera ofreció que si hacían una fiesta, él les regalaba toda la
cerveza que necesitaran para convivir y hasta para que se ganaran un dinero.
Inconformes con esa situación y dado que
ellos están declarados por la Unesco como patrimonio inmaterial de la
humanidad, acudieron a la Dirección de Patrimonio Mundial del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) con la pretensión de que hiciera
algo para detener la campaña de la cervecera, pero ahí les recomendaron que se
registraran en el Instituto Nacional de Derechos de Autor (Indiautor) para que
pudieran protegerlos; como esa respuesta no les satisfacía acudieron al Consejo
Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), el cual se negó a
intervenir porque, desde su punto de vista, la ley que lo regula no considera
discriminatoria esa práctica. No se desanimaron y acudieron a la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos y a la Secretaría de Cultura; la primera ha
requerido dos veces a la segunda para que atienda el caso y ésta ha fijado este
30 de enero para que, a través del Indiautor se realice una junta de avenencia
entre la cervecera y los voladores. Un año y medio después de que vienen
reclamando justicia.
Son tiempos turbulentos para los pueblos
indígenas y no se avizora que cambien en el corto plazo. No porque para que
cese la represión contra los que ya están cansados de recorrer todas las
oficinas posibles sin encontrar solución a sus problemas, o para que las
burocracias en verdad ofrezcan soluciones se requiere cambiar relaciones entre
Estado y la sociedad y para eso es necesaria mucha voluntad política, que en
estos tiempos es bastante escasa.
Por eso, como dice Marichuy, la vocera del
CIG del CNI, el único camino es la
organización, pero no cualquier organización, sino una verdadera de los pueblos
indígenas, que entienda su situación como es y no como muchos la imaginan,
que sea capaz de articular sus demandas con sus particularidades, que les
busque solución de acuerdo con sus modos y tiempos. Una organización que genere una fuerza capaz de enfrentar la guerra
contra los pueblos indígenas.
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