Guillermo Castro H.
“prever es el deber de los verdaderos estadistas:
dejar de prever es un delito público: y un delito
mayor no obrar,
por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que
se prevé.”
José Martí, 1887.[1]
En Panamá se vive la aparente paradoja de que el agua sea a un tiempo un elemento natural muy abundante, y un recurso natural cada vez más escaso. Esa paradoja, sin embargo, se desvanece si entendemos que el agua no es en sí misma un recurso, sino un componente de la biosfera, esto es, un elemento natural. Como tal, su presencia en la Tierra es muy anterior a la de la especie humana, que en el mejor de los casos ronda unos dos millones de años, pero cuyo desarrollo más intenso ha venido a ocurrir desde hace unos 12 mil años, y sobre todo en los últimos 100.[2]
La relación entre la especie
humana y la biosfera tiene características peculiares. John Bellamy Foster, por
ejemplo, entiende - con Marx - que el trabajo socialmente organizado es el
medio de interacción entre los humanos y su entorno, y genera así una relación
metabólica de intercambio de materia y energía entre la sociedad y la
naturaleza. Desde ese punto de vista, dice, “la existencia humano-material es
simultáneamente social-histórica y natural-ecológica” y, por lo mismo
“cualquier comprensión histórica realista” demanda “un enfoque en las complejas
interconexiones e interdependencias asociadas con las condiciones
humano-naturales.”[3]
Esta visión fue planteada con especial sencillez por Federico Engels en un
artículo – lamentablemente inconcluso – que escribiera en 1876 sobre el papel
del trabajo en el desarrollo humano. Allí nos dice que “la influencia duradera
de los animales sobre la naturaleza que los rodea es completamente involuntaria
y constituye, por lo que a los animales se refiere, un hecho accidental.” Por
contraste, la acción humana sobre la naturaleza mediante el trabajo constituye
“una acción intencional y planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de
antemano.” Así, añade,
Los animales destrozan la vegetación del lugar sin
darse cuenta de lo que hacen. Los hombres, en cambio, cuando destruyen la
vegetación lo hacen con el fin de utilizar la superficie que queda libre para
sembrar cereales, plantar árboles o cultivar la vid, conscientes de que la
cosecha que obtengan superará varias veces lo sembrado por ellos. El hombre
traslada de un país a otro plantas útiles y animales domésticos modificando así
la flora y la fauna de continentes enteros. Más aún; las plantas y los
animales, cultivadas aquéllas y criados éstos en condiciones artificiales,
sufren tales modificaciones bajo la influencia de la mano del hombre que se
vuelven irreconocibles.[4]
Visto así, el trabajo como medio de relación con la naturaleza incluye, en
primer término, la transformación de los elementos naturales en recursos que
permiten satisfacer necesidades humanas. Comprender las consecuencias de esta
idea abstracta en sociedades concretas requiere, si, caracterizar
históricamente a la sociedad que establece, organiza y gestiona los procesos de
trabajo que le permiten interactuar con su entorno natural. Esa caracterización
encuentra un valioso punto de apoyo en el concepto de formación económico
social, para el cual
En todas las formas de sociedad existe una
determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango
[e] influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el
rango y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos
los colores y [que] modifica las particularidades de éstos. Es como un éter
particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia
que allí toman relieve.[5]
En el caso de Panamá, el foco que genera esa
iluminación general es la producción de servicios a la circulación del capital
en el mercado mundial, y el eje mayor que sostiene esa actividad, como sabemos,
es el único canal interoceánico del mundo que funciona con agua dulce. Así, no
es de extrañar que las formas más complejas de gestión del agua en la formación
económico social panameña sean las que corresponden a las necesidades de
funcionamiento de ese canal. En lo más fundamental esa gestión consiste en
transformar el agua del río Chagres y sus afluentes – un elemento natural – en
el recurso que representa el agua acumulada en el lago Gatún, que hace parte de
una infraestructura creada mediante una inmensa cantidad de trabajo invertido
en la construcción, la operación, el desarrollo y el mantenimiento del Canal de
Panamá de 1914 a nuestros días.
Esta modalidad de organización de la sociedad y su economía se caracteriza por
formas extremadamente abigarradas y desiguales en la gestión del agua. Así, el
economista Guillermo Chapman, al referirse a los vínculos entre la productividad
del trabajo y el acceso a capital y tecnología en la economía panameña señala
que “los
sectores que he denominado tradicionales no cuentan con la densidad de capital
y tecnología comparables con aquellos modernos.” Por ejemplo, dice, si se
comparan el Canal y la agricultura, veremos que “en el primero, cada trabajador
tiene a su disposición, en promedio, más de un millón de dólares de
capital, mientras que un agricultor de subsistencia cuenta apenas con unas
pocas herramientas de trabajo.”[6]
De este modo, mientras un extremo de nuestra
realidad genera formas muy sofisticadas – y de costo muy elevado – de gestión
del agua, en el otro predomina la visión de ese elemento natural como un bien
gratuito a disposición de quien tenga mayor capacidad para hacerlo suyo para
sus propios fines. Entre ambos extremos, por supuesto, hay múltiples variantes
– por ejemplo, en el caso de las hidroeléctricas, de algunos sistemas de riego
y de áreas sujetas a protección ambiental por el Estado.
En todo caso, la relación de la sociedad panameña
con el agua genera una expansión constante de los conflictos sordos, sórdidos y
abiertos entre sectores sociales que aspiran a hacer usos mutuamente
excluyentes del agua como recurso para la atención a necesidades diferentes. El
curso de esos conflictos está determinado en una medida muy importante por el
grado y la calidad de la organización de las partes enfrentadas. Por lo mismo,
en una sociedad con bajísimos niveles de organización social como la panameña,
los costos del uso del agua como bien gratuito – desde la contaminación hasta
el agotamiento de sus fuentes - suelen recaer en los sectores populares,
mientras sus beneficios se concentran en las grandes organizaciones
empresariales.
Hoy, los conflictos sociales en torno al agua y sus
usos están alcanzando niveles de complejidad que desbordan las herramientas
disponibles para la gestión de esas diferencias, desde la indiferencia hasta la
legislación y, naturalmente, la represión. Podemos encontrar el primer aviso de
este incremento en la carta que el entonces Obispo de Colón y Kuna Yala le
dirigiera a la presidenta Mireya Moscoso el 12 de diciembre de 1999,
advirtiéndole de la inconformidad de los campesinos de la cuenca del río Indio
con la ley 44 del 31 de agosto de 1999, que autorizaba a la Autoridad del Canal de Panamá a
inundar sus tierras para desviar parte del caudal del río hacia el lago Gatún,
con el fin de proveer el agua necesaria para la operación de un Canal ampliado.[7]
Si bien la ley que detonó el conflicto fue derogada
en junio de 2006 para proceder a la ampliación de la vía interoceánica[8],
la disputa por el agua del río Indio dejó abiertos dos problemas. Uno, el de la
necesidad del desarrollo sostenible del país para garantizar la operación
sostenida del Canal de Panamá. Otro, el de que la sostenibilidad del desarrollo
en Panamá dependerá en una medida decisiva de la participación ciudadana en la
gestión del agua, desde la formación y formulación de las políticas públicas
necesarias, hasta el control social de su ejecución.
Ambos problemas siguen pendientes de discusión en
Panamá, mientras se ven agravados por factores nuevos, como los generados por
la demanda de agua de la minería metálica a cielo abierto. La imprevisión ha
sido cómoda hasta ahora, pero postergar nunca es resolver. Hoy, aquí, la
necesidad de organizar nuestra relación con el agua para hacer posible la
sostenibilidad del desarrollo de nuestra propia especie abre las puertas al
ingreso de la ecología política en la crisis ambiental desde Panamá.
Alto Boquete, Panamá, 26 de febrero de 2023
[1] “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de
1868, en Masonic Temple, Nueva York. 10 de octubre de 1887.” Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. IV, 218.
[2] Al respecto, por
ejemplo, https://es.wikipedia.org/wiki/Holoceno.
[3]
Foster, John B., y Clark, Brett (2016): “El marxismo y la dialéctica de
la ecología”
https://monthlyreview.org/2016/10/01/marxism-and-the-dialectics-of-ecology /
[4] Engels, Friedrich (1876): “El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre”. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0
[5] Marx, Karl (1858:14): Elementos Fundamentales
para la Crítica de la Economía Política (Borrador) 1857-1858. [Grundrisse]
Siglo XXI Argentina Editores. Editorial Universitaria Chile .
http://www.archivochile.com/Marxismo/Marx%20y%20Engels/kmarx0017.pdf
[6] Chapman Jr.,
Guillermo (2021: 21): “Hacia una nueva visión económica y social de Panamá. Una
propuesta para la reflexión.” https://www.indesa.com.pa/wp-content/uploads/2021/04/HACIA-UNA-NUEVA-VISION-ECONOMICA-Y-SOCIAL-EN-PANAMA-GUILLERMO-CHAPMAN-JR..pdf
[7] Panorama Católico, Panamá, 12 de diciembre de 1999, p. 3.
[8] https://www.inec.gob.pa/archivos/P3511DATOS_GENERALES.pdf,
p. 11.