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República Dominicana: cuando la xenofobia se institucionaliza
www.nuso.org / diciembre 2019
Haití y República Dominicana constituyen un sistema
socioeconómico desigual y muy conflictivo. Uno de los componentes claves de
este sistema es la movilidad de haitianos a República Dominicana, donde ocupan
espacios en mercados laborales vitales para la economía nacional. Esta relación
se reproduce desde una construcción ideológica xenófoba y racista, que tuvo su
expresión más trágica en la desnacionalización masiva de ciudadanos de origen
haitiano en 2013. El mito de la «invasión pacífica» haitiana, sin embargo,
parece no ser apoyado por los resultados estadísticos de las últimas encuestas
de migrantes.
Un
dato crucial para explicar lo que sucede con la movilidad humana de Haití hacia
República Dominicana es entender que ambas naciones –un caso poco usual en que
dos Estados nacionales comparten una isla– forman un sistema socioeconómico,
imperfecto y notablemente desigual, que se ha ido desarrollando desde el mismo
momento en que los primeros bucaneros franceses pisaron la parte occidental de
la isla. Un lugar excelente para una nueva vida, que había quedado despoblado
merced a las políticas coloniales españolas de reconcentración de población
para evitar contactos con los herejes.
No
es posible explicar la historia de una parte sin tener en cuenta a la otra.
Durante mucho tiempo, la porción occidental de la isla –la colonia francesa de
Saint-Domingue y luego la República de Haití– fue la parte dominante de la
relación bilateral. Todavía hasta la segunda década del siglo xx, los dominicanos apreciaban a Puerto
Príncipe como una metrópoli con oferta variada de servicios y mercancías, en
contraste con una capital propia –Santo Domingo– que no pasaba de ser un pueblo
provinciano con calles lodosas, plagas de mosquitos y una carencia angustiante
de agua potable.
La
situación comenzó a cambiar cuando se produjo la inserción violenta de la isla
en la economía capitalista mundial, de la mano de las compañías azucareras
estadounidenses. República Dominicana pasó a ser productora de azúcar a gran
escala, mientras que Haití –con mucha población y poca tierra– fue diseñada
como proveedora de mano de obra barata y desprotegida para las plantaciones de
Cuba y República Dominicana. Esta última comenzó a despegar como una economía
agroexportadora dependiente. Haití, en cambio, inició una autofagia que no
concluye.
En
1937, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo inició lo que se llamó la
«dominicanización de la frontera», en esencia, una limpieza étnica sangrienta, la destrucción de los vínculos
transfronterizos y el cierre de los contactos entre las dos partes de la isla.
Pero, sobre todo, y es vital para el tema que nos ocupa, el programa
trujillista contenía una codificación ideológica que anatematizaba al haitiano
y lo ubicaba como antítesis del ser dominicano. República Dominicana existía a
pesar de Haití, y su esencia blanca, católica y de raíz española era retada por
un vecino negro, africano y pagano. Haití pasó a ser el enemigo protagonista de
una «invasión pacífica» y la frontera, una trinchera que defendía a la
comunidad nacional. El racismo antihaitiano devino parte de la cultura nacional
y una pieza bien cotizada en el mercado político. «Dominicanizar la frontera
–escribió un testaferro ideológico del dictador– es devolver la patria entera a
la hispanidad»1.
Durante
seis décadas, casi la única excepción a este cierre de contactos fue el paso
anual de los contingentes de braceros haitianos destinados al corte de la caña
de azúcar, lo que resultaba una necesidad para la economía azucarera y un
negocio altamente redituable para los grupos militares de ambos países. El
comercio binacional se limitaba a unos pocos millones de dólares, regularmente
reexportaciones haitianas.
Pero
desde la década de 1990, cuando la economía dominicana abandonó su modelo
sustitutivo de importaciones y produjo una diversificación económica con las
miras puestas en el mercado externo, Haití pasó a ser un objetivo de primer
orden. Los trabajadores migrantes dejaron de ser «trabajadores huéspedes» concentrados
en los bateyes azucareros y controlados militarmente, para desparramarse por
todo el mercado laboral que requiriera mano de obra barata y desprotegida. Los
haitianos pasaron a ser piezas imprescindibles de la dinámica constructiva, de
la producción de alimentos y de los servicios urbanos. La movilidad de los
haitianos se descentralizó y rebasó los estrechos límites de los bateyes. Sin
esa fuerza de trabajo joven y barata, muchos sectores económicos dominicanos,
ineficientes y poco rentables, sucumbirían a la competencia internacional y
pondrían en peligro la propia seguridad alimentaria nacional.
En
segundo lugar, el capitalismo dominicano percibió el mercado haitiano como una
posibilidad particularmente provechosa de realización, no solo por la cercanía
geográfica y la baratura del transporte, sino por las pocas exigencias de
calidad. Ha sido un comercio tremendamente desbalanceado en el que las
exportaciones dominicanas, que pueden llegar a los 1.000 millones de dólares,
se componen fundamentalmente de productos de difícil exportación a otros
lugares –por ejemplo, materiales de construcción o huevos– o sencillamente de
tan baja calidad que ni siquiera se pueden realizar en el mercado dominicano.
Haití resulta, en consecuencia, una prolongación degradada del mercado interno
dominicano. A cambio, la ex-colonia francesa solo logra vender a su vecina
algunos bienes de consumo por montos totales anuales que no exceden
regularmente unas pocas decenas de millones de dólares. El mercado haitiano es,
en consecuencia, una suerte de subsidio para las ineficientes industrias
dominicanas.
Desde
una óptica económica, la manera como Haití compensa este desbalance es
exportando su mercancía más abundante y demandada por el mercado dominicano: la
fuerza de trabajo. Solo que esta mercancía porta en sí la condición humana, y
en consecuencia su consumo pone sobre el tapete los dilemas del reconocimiento
y la redistribución que animaron aquel famoso debate entre Alex Honneth y Nancy
Fraser2, pero que el capitalismo dominicano y su sistema
político-cultural han tratado de sepultar bajo la herencia de los prejuicios
trujillistas. Por consiguiente, la sociedad dominicana ha vivido bajo la
esquizofrénica situación de percibir al haitiano como un peligro, pero que la
beneficia; como un enemigo sin el cual la vida sería menos confortable. En
última instancia, como un sujeto supuestamente antitético, pero con el que
convive y es capaz de establecer relaciones cordiales en la cotidianeidad.
La
interrelación de las economías haitiana y dominicana apunta a la formación de
un sistema interdependiente. Como todo sistema asimétrico, es altamente
conflictivo. Y diría que es, también, notablemente imperfecto, sea porque se
asienta en una construcción ideológica y cultural que resalta la diferencia y
atiza el conflicto para sus propios fines, o por el hecho de que el sistema
carece de mecanismos políticos de mediación. Haití y República Dominicana no
son parte de algún proyecto integracionista supranacional, no poseen acuerdos
durables y consistentes y los pocos espacios de coordinación bilateral –como
las comisiones mixtas binacionales organizadas por cada cancillería– apenas
funcionan y no son efectivas en ningún sentido.
En
buena medida, estas comisiones no funcionan porque cada parte pretende hacer
prevalecer sus propias demandas y temáticas. Los dominicanos siempre quieren
priorizar el comercio, denunciando las diversas trabas y prohibiciones que el
gobierno haitiano coloca a los productos «estrellas» dominicanos cuando ocurren
acciones antiinmigratorias en República Dominicana. Los haitianos, por razones
obvias, prefieren focalizar la discusión en el tema migratorio. Unos y otros
pierden de vista que estas cuestiones forman parte de flujos de trabajo, abstracto
y concreto, que vertebran un sistema económico insular y que seguirá
consolidándose a pesar de las veleidades políticas y los resentimientos
chovinistas de ambas partes.
Acotar la «invasión pacífica»
El
antihaitianismo no es un elemento secundario de la cultura política dominicana,
sino un componente organizador. En la actualidad, ese discurso opera sobre dos
campos. El primero de ellos es el campo duro, del odio heredado directamente de
la prédica trujillista: es el que percibe y explica al haitiano como un agresor
cultural, político y biológico. El otro es más blando y fija su atención en la
pobreza haitiana. El migrante es descrito como una persona muy pobre que viene
a aprovechar los servicios dominicanos y resulta una carga insoportable para el
presupuesto y un competidor para los dominicanos pobres que deben consumir los
mismos servicios. La versión dura no otorga nada al haitiano: su principal
sistematizador contemporáneo,
Joaquín
Balaguer, lo recalcaba: «La influencia de Haití ha corrompido la fibra sagrada
de la nacionalidad (…) La vecindad de Haití ha sido y sigue siendo el principal
problema de la República Dominicana»3. La segunda, la blanda, los considera merecedores
de afectos básicos, pero omite sus inmensas contribuciones a la economía
nacional y en ningún momento los percibe como productores culturales. Una y
otra sirven de sustento para el arraigo de una visión racista en la que la
categoría de «negro» solo es aplicada al haitiano. El dominicano nunca lo es,
aun cuando sea de piel muy oscura: a lo sumo es «moreno». Hasta hace poco
tiempo los mulatos eran llamados «indios» y así quedaba estampado en los
documentos oficiales. Todo ello, en la que probablemente es la sociedad más
mestiza afrodescendiente de nuestro continente.
El
uso del «peligro haitiano» sigue siendo un recurso de primer orden para la
clase política dominicana. En ocasiones puede resultar un recurso coyuntural de
alta visibilidad –como ocurrió en 1996, cuando la derecha nacional se alió en
un llamado Frente Patriótico para impedir el ascenso de un político negro
progresista–, pero es también un recurso cotidiano cuando se trata de
enmascarar los graves problemas nacionales tales como el conservadurismo, la
corrupción y la depredación social. En cualquier caso, resulta un elemento
corrosivo de la cultura política democrática y auspiciador de tendencias
autoritarias y alterofóbicas.
Desde
comienzos del siglo xxi, el
antihaitianismo tomó un derrotero inédito: la institucionalización de la lucha
contra la inmigración haitiana, una «invasión pacífica» que no solo dañaba «las
fibras sagradas de la nacionalidad» sino que amenazaba con el copamiento del
propio Estado. En 2004 se dictó la Ley Migratoria (Nº 285), que dio un primer
golpe al derecho de suelo que había constituido la piedra de toque del sistema
de ciudadanía. Pero esta ley permaneció varios años sin reglamentación, por lo
que su impacto inicial fue reducido. Tres años más tarde, en 2007, la Suprema
Corte de Justicia, en un fallo sobre una disputa legal sobre el tema, dictaminó
un sinsentido memorable: los haitianos indocumentados deberían ser considerados
pasajeros en tránsito –aun cuando hubieran habitado la media isla por decenios–
y sus hijos no podían acceder a la ciudadanía por nacimiento. Acto seguido,
todas las oficialías fueron instruidas de no extender certificaciones de
nacimiento a las personas de origen haitiano que hubieran tenido padres en
condiciones irregulares. En 2010, una nueva Constitución conservadora
restringió medularmente el principio de ius solis, y un año más tarde la ley de 2004 fue
reglamentada de la peor manera imaginable.
Esta
institucionalización fue acompañada de violentos brotes racistas en varios
puntos de la geografía nacional, que culminaron en la expulsión e incluso el
asesinato de ciudadanos haitianos. La propaganda antihaitiana se intensificó
como nunca antes, usando como vectores a una serie de pequeñas organizaciones
bien financiadas y encabezadas por figuras de alta raigambre trujillista. La
prensa se hizo eco –a veces de manera francamente delirante– de la «invasión
pacífica» y de cálculos exorbitantes sobre los «millones de haitianos» en el
país. Y más de un político vio aquí un campo fértil para captar votos y apoyos,
prometiendo muros en las fronteras y expulsiones masivas.
En
este contexto de histeria fabricada, la elite política dominicana dio su paso
más deplorable: la desnacionalización de cientos de miles de personas
dominicanas de origen haitiano mediante la sentencia 168 de 2013 del Tribunal
Constitucional. El argumento legal fue que, siendo descendientes de personas en
situación irregular (en realidad, todos los inmigrantes estaban en una
situación legal que hoy se consideraría irregular, pero entonces era
sencillamente normal), sería anulada de manera retroactiva la ciudadanía de
todas aquellas personas de origen haitiano nacidas entre 1929 y 2010. Se trató
de una auténtica monstruosidad jurídica que lanzó a la apatridia a más de un
cuarto de millón de personas, la mayoría de las cuales no tenía nacionalidad
haitiana, ni hablaba creole, ni siquiera había visitado alguna vez el país
vecino. Los haitianos perdieron empleos y oportunidades de estudios, fueron
humillados en las oficinas públicas y debieron someterse a un escrutinio
burocrático degradante.
Pero
no por truculento el hecho debe considerarse una anomalía en el sistema
político dominicano. Fue el resultado lógico, como antes anotábamos, tanto de
los usos de los migrantes en la reproducción económica y política de esa
sociedad, como de las derivas autoritarias de la propia cultura política. Según
Wilfredo Lozano, fue «un producto directo del proceso de pérdida de poder
ciudadano y exclusión social que intenta asumir por la vía autoritaria los
problemas que genera la masiva inmigración haitiana en Santo Domingo»4. De alguna manera, esta
«organicidad» de la desnacionalización explica que el gobierno dominicano no
tuviera serias dificultades internas para ejecutar la resolución del Tribunal
Constitucional.
Aunque
todas las encuestas de opinión indicaban que la mayoría de la población no
simpatizaba con la medida, solo una «inmensa minoría» –compuesta por
intelectuales, activistas sociales y jóvenes dominico-haitianos afectados por
la expropiación de derechos– se opuso de manera pública, lo que dejó el
escenario libre para la actuación de los grupos chovinistas. Fueron días
particularmente tensos en los que, con total complicidad de la clase política,
se profirieron amenazas contra figuras democráticas y se realizaron actos de
violencia estructural y física contra residentes haitianos. Un informe de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos que visitó la isla en diciembre de
2013 señalaba la prevalencia de un clima de «discriminación estructural:
afectación al acceso a los servicios básicos, incluyendo la educación infantil;
incremento de la vulnerabilidad de los grupos afectados y un régimen de
intolerancia e incitación a la violencia»5.
A
fines de 2013 se promulgó el decreto 327-13, que ordenaba a todos los
despojados de ciudadanía someterse a un programa de regularización que les
permitiría recuperarla en un plazo considerable, lo que fue complementado (con
fuertes presiones internacionales de por medio) en mayo de 2014 por la ley
169-14, que dispuso la devolución de la ciudadanía a quienes estaban
«legalmente» inscriptos en los archivos del registro civil, y remitía a los que
no poseían esta ventaja a un largo y costoso proceso de naturalización, aun
cuando pudieran demostrar que habían nacido en República Dominicana en momentos
en que ius solis
les concedía la ciudadanía. Es decir, dejó incólumes los argumentos ilegales y
xenófobos de la derecha, pero les antepuso una supuesta razón humanitaria para
beneficiar a una parte de las decenas de miles de afectados.
Estas
últimas personas debieron acogerse a un riguroso proceso que les exigía
justificar vínculos estables con la sociedad dominicana, estabilidad
socioeconómica, un tiempo suficiente de radicación, relaciones familiares,
etc., mediante la presentación de documentos formales difíciles de obtener para
una población que sobrevive en la informalidad. Tras 18 meses de gestión, se
informó que unas 288.466 personas habían presentado los papeles, pero se le
había negado la regularización a 17%. Según un informe del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud)
basado en una encuesta nacional, 58% de los afectados no se presentó al
programa de regularización6. Y en 2016, la Mesa Nacional de Migraciones
reportaba a través de un periódico nacional que el proceso había dejado afuera
a medio millón de personas y denunciaba la ocurrencia de persecuciones y
deportaciones masivas sin garantías.
¿Quiénes son los «invasores
pacíficos»?
La
idea sembrada durante decenios acerca de cientos de miles de invasores
haitianos que parasitan a la sociedad, interesados en subvertir los valores
nacionales y copar el Estado para una fusión insular, comenzó a mostrar fisuras
cuando diferentes grupos técnicos miraron hacia dentro de la comunidad haitiana
y hurgaron tanto en su composición como en sus motivaciones. Tres conclusiones
reiteradas en esos estudios tempranos apuntaban a que los inmigrantes eran
normalmente personas en edades laborales óptimas que estaban empleadas la mayor
parte del tiempo, que sus cantidades eran mucho más discretas que las cifras
millonarias difundidas por los nacionalistas vocingleros y que una buena parte
de ellos no eran técnicamente migrantes, sino temporeros que circulaban y
estaban dispuestos a volver a Haití a la primera oportunidad.
En
2012 y 2017, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (unfpa, por sus siglas en inglés) tuvo la
loable idea de patrocinar encuestas con muestras muy amplias que permitieron
realizar diagnósticos más exhaustivos y más convincentes para la comunidad
nacional7. La primera indicaba que había en el país 524.632
inmigrantes y 244.161 descendientes, una buena parte de ellos con nacionalidad
dominicana según las normas de derecho de suelo vigentes hasta 2010; 87% de los
inmigrantes eran haitianos, 77% de ellos en edades laborales óptimas y 65%
varones.
La
encuesta de 2017 –sobre la que me detengo con más detalle– fue más concluyente.
Se aplicó sobre 73.000 viviendas, donde fueron encuestados 24.547 migrantes de
todos los orígenes. Por entonces había 570.933 extranjeros y de ellos
nuevamente 87% eran haitianos, unos 497.825. Sumados los descendientes, el
total de personas haitianas o dominico-haitianas era de 750.174. Es decir, la
cifra total distaba mucho de los apocalípticos «uno o dos millones», y el
incremento de los inmigrantes no solo se debía a los haitianos, sino a extranjeros
en general.
Esto
representaba 5,6% de la población nacional, muy por debajo del porcentaje
aproximado de 10% de dominicanos que han emigrado a otros lugares, tal y como
hacen los haitianos, en busca de mejoras en sus condiciones de vida.
La
migración haitiana se había movido del campo a la ciudad (66% vivía en
ciudades, aunque otros inmigrantes se ubicaban en el medio urbano en 96%) y
seguía siendo predominantemente masculina (63%) en edades laborales óptimas;
71% se ubicaba en regiones de alta demanda de fuerza de trabajo, lo que apunta
a su funcionalidad productiva; 56% se empleaba en empresas privadas
–principalmente en las actividades agropecuaria y de construcción– y otro 33%
era cuentapropista, sobre todo en el área comercial.
Un
dato interesante es que, tanto en la construcción como en la agricultura, los
nacionales dominicanos tenían poca presencia, regularmente operaban en tareas
jerárquicas, por lo que los haitianos estaban ocupando y valorizando
actividades que en otras circunstancias no podrían funcionar, con el efecto
dañino que esto tendría en las cadenas de valor en que se insertaban.
Curiosamente, 73% estaba alfabetizado, una proporción que no es sustancialmente
diferente al porcentaje de alfabetización en República Dominicana, donde 17% de
la población es analfabeta.
Los
haitianos ocupaban el lugar inferior de la escala social inmigratoria. Sus
salarios promedio se ubicaban en torno de los 14.000 pesos (algo menos de 300
dólares estadounidenses al cambio del momento), lo que equivalía a 40% de los
salarios de los otros inmigrantes y a 80% de los promedios dominicanos; 95%
vivía sin seguros de salud y la mitad carecía de contratos formales. Era
también el grupo inmigrante que afrontaba mayores dificultades para realizar
trámites, debido tanto a que el sistema público dominicano resultaba poco
amigable, como a que la situación crítica haitiana les impedía obtener
documentos básicos. Ello se reflejaba en la situación de sus descendientes, que
continuaban ocupando los estamentos inferiores de la sociedad.
Sin
embargo, a pesar de la masividad, los inmigrantes haitianos no parecían ser los
invasores devoradores de la dominicanidad que denunciaban los grupos xenófobos.
Aproximadamente 16% de los haitianos entraban y salían usualmente del país, por
lo que técnicamente habría dificultades para considerarlos inmigrantes. Pero
entre los que habían entrado una sola vez, 32% lo había hecho en el último año,
por lo que, si consideramos los valores de 2012, una cantidad considerable de
haitianos había hecho un regreso sin retorno a su país. Todo ello, concluía el
informe, era «revelador del carácter circular de la inmigración en el grupo
predominante: el de origen haitiano».
A modo de conclusiones
Si
seguimos a Gary Freeman en su discusión sobre los regímenes de incorporación
–los marcos regulatorios que acotan las aspiraciones de integración de los
migrantes en los campos mercantil, legal, de acceso al consumo colectivo y de
producción y consumo cultural–, habría que concluir que los haitianos y sus
descendientes encuentran en República Dominicana muros francamente
infranqueables8. A sus usos en los espacios menos
favorecidos del mercado laboral –construcciones y agricultura– se une el acecho
ideológico y político a que son sometidos, que tuvo su peor expresión en la
desnacionalización masiva de dominico-haitianos en 2013.
Este
uso de la fuerza de trabajo haitiana es equiparable al uso que los empresarios
dominicanos hacen del mercado consumidor en la otra mitad de la isla. Y que en
última instancia habla del engarzamiento sistémico de la economía insular, y de
la manera como la asimetría de las partes actúa en beneficio del capitalismo
dominicano. Aunque la propaganda antihaitiana en República Dominicana se empeña
en mostrar los supuestos costos de la relación con Haití, en realidad sucede lo
contrario: la relación con Haití es, en varios sentidos, un subsidio monumental
para el capitalismo dominicano.
Pero
ello tiene un efecto perverso. Al mismo tiempo, la prevalencia de las políticas
de discriminación estructural, xenofobia y racismo que apuntalan la
subordinación haitiana constituye un caldo de cultivo ideal para la
proliferación de zonas autoritarias en la cultura política dominicana y en el
funcionamiento de su precario régimen político democrático. Mirar la cuestión
haitiana desde la tolerancia desprejuiciada es una necesidad para la sociedad
dominicana. Una manera de superar su propia esquizofrenia y entender la
historia común. Y una condición para avanzar en su propia realización
democrática.
Notas:
1. Manuel
Machado: La dominicanización fronteriza, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo,
1955, p. 53.
2. N. Fraser y
A. Honneth: ¿Redistribución o reconocimiento?, Morata, Madrid, 2006.
3. J. Balaguer:
La isla al revés, Corripio, Santo Domingo, 1994.
4. W. Lozano:
«República Dominicana en la mira» en Nueva Sociedad Nº 251, 5-6/2014,
disponible en www.nuso.org.
5. cidh:
Desnacionalización y apatridia en República Dominicana, disponible en www.oas.org/es/cidh/multimedia/2016/RepublicaDominicana/republica-dominicana.html.
6. «El proceso
de desnacionalización de personas dominicanas de ascendencia haitiana –afirma
el informe– reflejó prácticas excluyentes y discriminatorias que limitaron sus
libertades y derechos civiles y políticos. Y aunque solo una minoría de este
grupo fue finalmente desnacionalizada, se sentó un precedente legal que dejó
abierta la posibilidad de que futuras decisiones judiciales privasen
retroactivamente de derechos adquiridos a determinados grupos. Del mismo modo,
las personas afectadas por una negación de sus derechos tampoco fueron
reparadas, sino que se les obligó a naturalizarse como si siempre hubiesen sido
extranjeras». pnud: Informe sobre calidad democrática en la República
Dominicana, Santo Domingo, 2019, p. 50.
7. Los datos
que aquí exponemos corresponden a las encuestas nacionales de inmigrantes (eni)
de 2012 y 2017, publicadas por el unfpa en coordinación con el Ministerio de
Economía, Planificación y Desarrollo y la Oficina Nacional de Estadísticas de
República Dominicana.
8. G. Freeman:
«La incorporación de migrantes en las democracias occidentales» en Alejandro
Portes y Josh DeWind (coords.): Repensando las migraciones. Nuevas perspectivas
teóricas y empíricas, Instituto Nacional de Migración / Universidad Autónoma de
Zacatecas / Miguel Ángel Porrúa, Ciudad de México, 2006.
Oriente Próximo: la región más afectada por el cambio climático
www.publico.es / 101219
En julio del 2018, la temperatura del
desierto de Libia alcanzó los 58 grados Celsius, y las llanuras iraníes de Lut
los 63°C. Los expertos de la ONU advierten que, a mediados del siglo, extensas
superficies de Oriente Próximo y el Norte de África (OPNA) pueden llegar a ser
inhabitables. Hasta la llamada Media Luna Fértil, ubicada entre Éufrates y
Tigris, donde nació la agricultura hace 12.000 años, se está secando. La
Organización de Bosques y Pastizales de Irán revela que la desertificación
amenaza el 90% del territorio del país, y que la gran mayoría de los lagos y
ríos de Irán se están muriendo: En 2015, el 70% de sus humedales fueron
declarados secos.
Los habitantes de las regiones más
desérticas del OPNA ya soñaron hace miles de años un lugar verde y lleno de
agua en la “otra vida” y lo llamaron Paraíso (Pardis, jardín amurallado en
persa), pero, un informe de la NASA señala que el actual período de sequía es
el peor de los últimos siglos y el estrés hídrico podrá forzar el
desplazamiento de hasta 100 millones de personas hasta el 2025.
Aunque
el 70% del planeta está cubierto de agua, solo el 3,5% es agua dulce, de la
cual solo el 1% es de fácil acceso; la región del OPNA con el 5% de la
población mundial, tiene acceso solo al 1% de esta agua, sufriendo la mayor
escasez de agua en el mundo.
Entre 4.000 y 2.000 años atrás, esta
región que fue el centro de las primeras civilizaciones humanas (Cartago,
Fenicia, Sumeria, Akad, o Persia) -para cuyo desarrollo era imprescindible el
agua-, hoy es la región más seca del planeta, y vive una dramática decadencia,
aunque no sólo por las calamidades naturales.
Factor
guerra
La guerra es el principal causante de la
destrucción del medio en el OPNA, curiosamente ausente en la
agenda de las “cumbre ecológicas”, que tampoco piden que los
ejércitos revelasen su consumo de combustible en las zonas de conflicto. Aunque
algunos ecologistas se preocupan por la calidad de la vida de futuras
generaciones, las guerras imperialistas de las últimas décadas no sólo han
destrozado la vida de
cerca de 100 millones de personas (entre ellas, los “hijos de
uranio”) en esta región hoy y ahora, sino también su actual y futuro
ecosistema. Decenas de millones de barriles de petróleo han sido vertidos a las
aguas del golfo Pérsico: la última vez, una cantidad indeterminada durante la “Guerra de
los Petroleros” del julio pasado. Las agresiones militares, además
generan pobreza, y la pobreza la degradación ambiental: una población
desplazada provoca escasez de ciertos recursos en los lugares de acogida,
gestando nuevos conflictos de consecuencias desastrosas para el hábitat.
En Gaza, el estado colonial de Israel es
el principal causante de la catástrofe medioambiental que viven los millón y
medio de prisioneros -incluidos cientos de miles de niños y niñas-, encerrados
en unos 365 kilómetros cuadrados. La tala de unos 2 millones de árboles
palestinos por los ocupantes; los continuos bombardeos de las depuradoras de
agua, las granjas de animales, las hectáreas de cultivos, y de las viviendas
que llenan el ambiente de residuos tóxicos, y en parte terminan en el
Mediterráneo, harán que en pocos años Gaza sea inhabitable. La alta natalidad
de la población (3,4% frente al 1,18 de media mundial) agrava esta situación.
Un
capitalismo inculto
En un OPNA dominado por califas, sultanes,
jeques y presidentes vitalicios, alcanzar el mayor beneficio en menor tiempo
posible y en favor de la propiedad privada de los clanes reinantes, desgarra el
hábitat del resto de la población. Emiratos Árabes Unidos está construyendo
colosales islas artificiales, -para albergar miles de chalés, centros
comerciales, hoteles e incluso una Torre Trump-, en forma de palmera en el
Golfo Pérsico, causando un gran desastre ecológico para la flora y fauna: Para
formar tres islas extrajeron millones de metros cúbicos de arena acabando con
la vida de peces y con el 70% de sus arrecifes de coral.
En 2013, los ciudadanos de Turquía
consiguieron salvar el Parque Taksim Gezi de Estambul de convertirse en un
centro comercial, pero no pudieron
impedir que Tayyeb Erdogan construyera su faraónico palacio en unos
200.000 metros de bosque en Ankara.
Agua:
de la crisis a al conflicto
El OPNA lleva 30 años sufriendo la sequía
más prolongada de su historia conocida. Los niveles de agua en los ríos
Éufrates, Tigris, Jordán o el Mar de Galilea han disminuido, amenazando la
seguridad alimentaria de millones de personas. El Mar Muerto ha perdido un
tercio de su tamaño en las últimas dos décadas por el aumento de las
temperaturas. En Siria, uno de los motivos del conflicto convertido en guerra
ha sido la sequía que le azotó antes del 2011.
También el agua fue el origen de la devastadora invasión de Iraq a Irán en
1980: Bagdad rompió el acuerdo de
Argelia que el Sha impuso al país vecino en 1975 sobre el reparto
del agua fronteriza de Arvand Rud. La muerte de un millón de personas de ambos
lados durante ocho años de guerra tampoco resolvió la disputa. El lago iraní de
Urumié (Aguas en arameo), uno de los lagos salados más grandes del mundo y
declarada reserva de la biosfera por el Unesco, es otra víctima del
calentamiento global: murió lentamente durante años, hasta que unas lluvias
torrenciales en 2018 le devolvieron algo de la vida.
El proyecto de Etiopia en construir la
Gran Represa del Renacimiento sobre el Nilo, que le convertiría en el principal
generador y beneficiario de electricidad de África es también una fuente de
tensión con Egipto que teme perder su hegemonía sobe la región. En Turquía el
proyecto Gap, de construir 22 presas y 19 centrales de agua sobre Éufrates y
Tigris, afectará a la vida de millones de iraquíes, sirios e iraníes, gestando
nuevos conflictos.
Más
hijos, menos recursos
El aumento descontrolado de la población
de la OPNA de 127 millones de personas en 1970, a 320 millones en 2010 hará que
a mediados del siglo y con este ritmo de crecimiento, esta región tenga 700
millones de habitantes. Siria pasó de 4 millones de habitantes en 1950, a 20
millones en 2010; en el Irán, la prohibición de los anticonceptivos por la
teocracia islámica hizo disparar estas cifras: de 30 millones de habitantes en 1978
a 81 de hoy. Tayyeb Erdogan, al que le parecen pocos los 82 millones de
“súbditos” actuales, propuso cambiar el Día Internacional de la Mujer
trabajadora al «Día de la glorificación del Parto», animando a las mujeres a
tener un mínimo de cinco hijos, confundiendo
a las ciudadanas con máquinas de parir. Las feministas le obligaron
a archivar este disparate.
Nefastas
políticas
El cultivo caprichoso de ciertos
productos: ¿Sabían que un kilo de sandía requiere unos 300 litros de agua?
Irán, el tercer productor de esta delicia después de China y Turquía, cuando
exporta 100 mil toneladas de esta fruta al año (a España, por ejemplo) habrá gastado
50.000 millones de metros cúbicos de agua.
La destrucción de las milenarias técnicas
de preservar el agua, como los Qanat (Canal es la deformación fonética de este
término persa), que son depósitos subterráneos de agua y redes de su
distribución: la extracción descontrolada de sus aguas mediante la excavación
de más de 760.000 pozos en los últimos 25 años. En Bamián de Afganistán, los
incesantes bombardeos de la OTAN han acabado con el antiguo sistema de
almacenamiento subterráneo de Karez. En este país, con importantes caudales de
agua, la poderosa mafia maderera, en cuarenta años de guerra y caos, ha talado
el 60% de los árboles de sus bosques.
En ninguno país de la OPNA proteger el
medio ambiente está entre las prioridades de sus gobiernos; en ninguno el
transporte público es gratuito, y en la mayoría es deficiente, forzando a la
población a usar millones de coches que emiten gases tóxicos durante
interminables horas de caravanas que se forman en sus grandes ciudades,
poniendo en manifiesto además la ineficiencia de sus alcaldes.
Ahwaz
(Irán): reúne todos los males
Los 1,2 millones de habitantes de la
capital de la provincia iraní de Juzestán -que alberga cerca del 90% de
reservas petrolíferas del país-, respira
el aire más nocivo del planeta: su Índice de Calidad es 372, cuando la
Agencia de Protección Ambiental establece el numero 300 como indicador del aire
más peligroso.
Para que esta región, que formó parte del
mítico imperio Susa, ostente tal estatus, han tenido que converger los siguientes
factores:
+ Ser gobernada por un capitalismo, además
dictatorial, que además de dar la prioridad a los intereses empresariales por
encima del bien común, persigue a los ecologistas independientes que exigen
unas regulaciones básicas para las plantas de procesamiento de hidrocarburo y
sus derivados.
+ Pertenecer a la minoría árabe del país,
empobrecida, discriminada, y perseguida.
+ Haber sido zona de guerra durante la
invasión de Iraq a Irán en los años ochenta. Las refinerías y los pozos de
ambos países fueron atacados mutuamente con misiles durante ocho años.
+ Compartir frontera con Iraq, país
bombardeado por EEUU y sus aliados desde 1991 hasta hoy (¡bajo el pretexto de
luchar contra Daesh).
+ Introducir por parte de empresarios
gubernamentales un cultivo no autóctono: la caña de azúcar. Con ello:
* Perjudicaron a los cultivos autóctonos
como trigo y dátil.
* Desviaron ríos y drenaron pantanos para
regar grandes plantaciones de azúcar, que consume una ingente cantidad de agua
en su procesamiento, y que secaron los humedales de Falahiyeh y Horazim
* Condenaron a la pobreza absoluta a miles
de familias campesinas, y vertieron deshechos contaminantes a las aguas que
regaban las tierras cultivables de los agricultores pobres
* Generaron un aire irrespirable por la
quema de las cañas, y a pesar de todo ello, aun así, el negocio fue un fracaso
total, amen al mercado libre y la importación por otros empresarios el azúcar
más barato de la India.
Para más inri, esta ciudad recibe fuertes
tormentas de arena llegadas de un Iraq devastado y desertificado. En febrero
del 2018, miles de ahwazíes fueron atendidos en los hospitales por respirar un
polvo contaminado que causó el cierre de aeropuertos y escuelas durante días.
Según el Centro de Estadísticas de Irán,
entre 1974 y 1994 cerca de 24 millones de iraníes abandonaron su residencia
anterior huyendo de la sequía, los terremotos y las inundaciones.
Salvar el medio ambiente es imposible sin
1) parar las guerras y 2) desmantelar el sistema capitalista en favor de
la propiedad pública y democrática sobre los medios de producción, y
una distribución justa de los recursos.
Si Sócrates viviese hoy moriría de tristeza
Leonardo Boff
www.atrio.org / 141219
Vivimos el tiempo de los “pos”:
pos-moderno, pos-capitalista, pos-neoliberal, pos-comunismo, pos socialismo,
pos-democracia, pos-religioso, pos-cristiano, pos-humano y recientemente pos-verdad.
Prácticamente todo tiene su pos. Tal hecho denota solamente que no hemos
encontrado todavía el nombre que defina a nuestro tiempo, y estamos viviendo
rehenes del viejo. Sin embargo, aquí y allá asoman señales de que algún nombre
adecuado está por llegar. En otras palabras, no sabemos aún cómo definir la
identidad de nuestro tiempo.
Así ocurre con la expresión posverdad.
Esta fue acuñada por un dramaturgo serbio-norteamericano, Steve Tesich, en un
artículo de la revista The Nation de 1992 y retomada después por él al
referirse irónicamente al escándalo de la Guerra del Golfo. El presidente Bush hijo,
reunido con todo el Gabinete, pidió permiso para retirarse algunos minutos.
Fundamentalista como era, iba a consultar al buen Señor. Dice, “de rodillas
pedí al Buen Señor luces para la decisión que iba a tomar; tuve claro que
debíamos ir a la guerra contra Saddam Hussein”. Las informaciones más seguras
afirmaban que no había armas de destrucción masiva. Era una posverdad. Pero
gracias al “Buen Señor”, contra todas las evidencias, reafirmó: “Vamos a la
guerra”. Y, bárbaros, fueron y destruyeron una de las civilizaciones más
antiguas del mundo.
El diccionario Oxford de 2016 la escogió
como la palabra del año. La define así: “Lo que es relativo a la circunstancia
en la cual los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las
emociones y creencias personales”. No
importa la verdad; sólo cuenta la mía. El periodista británico Matthew
D’Ancona le dedicó un libro entero titulado “Pos-verdad: la nueva guerra contra
los hechos en tiempos de fake news
(Faro Editorial 2018). En él muestra cómo se da el predominio de la creencia y
de la convicción personal sobre el hecho bruto de la realidad.
Es doloroso verificar que toda la
tradición filosófica de Occidente y de Oriente, que significó un esfuerzo
exhaustivo en la búsqueda de la verdad de las cosas, está siendo ahora
invalidada por un inaudito movimiento histórico que afirma que la verdad de la
realidad y la dureza de los hechos es algo irrelevante. Lo que cuenta son mis
creencias y convicciones: sólo serán acogidos aquellos hechos y aquellas
versiones, sean verdaderas o falsas, que encajan con estas creencias y
convicciones mías. Ellas representarán para mí la verdad. Esto funcionó
ampliamente en las campañas presidenciales de Donald Trump y de Jair Bolsonaro.
Si Sócrates, que dialogaba incansablemente
con sus interlocutores sobre la verdad de la justicia, de la belleza y del
amor, constatase el predominio de la posverdad, seguramente no necesitaría
tomar la cicuta: Moriría de tristeza.
La
posverdad denota la profundidad de la crisis de nuestra civilización.
Representa la cobardía del espíritu que no consigue ver y convivir con aquello
que es.
Tiene que deformarlo y acomodarlo al gusto subjetivo de las personas y de los
grupos, generalmente políticos.
Aquí son oportunas las palabras del poeta
español, Antonio Machado, huido de la persecución de Franco: “¿Tu verdad? No,
la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Ahora
vergonzosamente ya no es necesario buscar juntos la verdad. Educados como
individualistas por la cultura del capital, cada uno asume como verdad la que
le sirve. Pocos se enfrentan con la verdad “verdadera” y se dejan medir por
ella. Pero la realidad resiste y se impone y nos da duras lecciones.
Bien observaba Ilya Prigogine, premio
Nobel de termodinámica en su libro El fin
de las certidumbres (1996): vivimos el tiempo de las posibilidades más que
de las certidumbres, lo que no impide buscar la verdad de las leyes de la
naturaleza. Zygmunt Bauman prefería hablar “de las realidades líquidas” como
una de las características de nuestro tiempo. Lo decía más bien con ironía,
pues de este modo se sacrificaba la verdad de las cosas (de la vida, del amor
etc). Sería el imperio del everything
goes: del todo vale. Pero sabemos que no todo vale, como violar a un niño.
La posverdad no se identifica con las fake
news: estas son mentiras y calumnias difundidas a millones por los medios
digitales en contra de personas o partidos. Tuvieron un papel decisivo en la
victoria de Bolsonaro así como en la de Trump. Aquí se da por válido el
descaro, la falta de carácter y una total falta de compromiso con los hechos. En
la posverdad predomina la selección de aquello, verdadero o falso, que se
adecúa a mi visión de las cosas. Su defecto es la falta de crítica y de
discernimiento para buscar lo que es realmente verdadero o falso.
No creo que estemos ante una era de la
“posverdad”. Lo que es perverso no tiene cómo sustentarse por sí mismo para
fundar una historia. La palabra decisiva la tiene siempre la verdad cuya luz
nunca se apaga.
*Leonardo Boff es filósofo y ha escrito Tiempo de Transcendencia: el ser humano como
proyecto infinito, Sal Terrae, 2007.
Quiénes derrocaron a Evo
www.alainet.org / 061219
1
Estados Unidos
encomienda a su encargado de negocios Bruce Williamson interferir en las
elecciones de Bolivia. En forma incomprensible, Evo invita a la OEA como
observadora. Irresponsablemente ésta, antes de los resultados oficiales,
denuncia sin fundamentos un “cambio inexplicable de tendencia”, de una vez hace
recomendaciones “de cara a una segunda vuelta” que no estaba planteada y ofrece
un “análisis de integridad electoral” para el 12 de noviembre, que no ha sido
entregado hasta hoy, seguramente porque no hay irregularidades que reseñar (El
pizarrón Opinión > La Razón – Editorial: En Bolivia falta el informe de la
OEA. 1-12-2012).
El infundado
pronunciamiento sirve de excusa para que el ministro de la Defensa “sugiera” a
Evo la renuncia. El 19 de noviembre, Prensa Latina recoge en la Paz acusaciones
“que responsabilizan a Estados Unidos de orquestar y financiar con pagos a
militares y policías, del golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en
Bolivia. En ese encadenamiento de hechos, diversas fuentes aseguran que el
general Williams Kaliman, quien presionó a Evo Morales a renunciar a la
presidencia el pasado 10 de noviembre, fue remunerado por Estados Unidos con un
millón de dólares. Kaliman recibió ese monto de manos de Bruce Williamson,
encargado de negocios de la embajada estadounidense, mientras otros generales
recibieron la misma cantidad y varios jefes de policía fueron pagados con 500
mil cada uno”.(https://www.prensa-
latina.cu/index.php?o=rn&id=322108&SEO).
Tras haber
“sugerido” en forma amenazadora al Presidente Evo Morales que renunciara y
sacar al ejército a la calle para atacar al pueblo, Kaliman también se exilia,
como era de prever, en Estados Unidos. Policía y ejército reprimen salvajemente
a la población, no falta la dama que se autoproclama presidenta a pesar de que
su partido no junta más de tres diputados. Parece el clásico golpe de Estado de
derecha. Lo único que varía es el maquillaje para legitimar el crimen.
2
He estado
varias veces en Bolivia; en una situación como la presente no tenemos más
instrumento que el análisis crítico de los medios para formarnos una idea de lo
que pasa. Las transnacionales de la información no sólo mienten, por momentos
festejan. Lo nuevo en este tumulto es que no falta quien recoja voces de
algunos movimientos étnicos que supuestamente se unen al coro imperial tratando
de deslegitimar al mandatario triunfador en las elecciones. Así, según reseña
el senador italiano Francesco Martone;
La antropóloga
feminista boliviana de origen aymara Silvia Rivera Cusicanqui lo dijo muy
claramente: Morales estaba en manos del «cholaje» anti-indio, militar,
machista, colonizado, brutal, irracional y ecocida. «Es solo la máscara del
indio y ha usurpado el valor simbólico de todas las luchas sociales». El mismo
tenor se encuentra en Mensaje de Nación Qhara Qhara a Evo Morales: «Señor
presidente, desde el fondo de nuestro corazón y con gran pesar te decimos: ¿dónde
te perdiste? Porque no vives dentro de los preceptos ancestrales que dice que
debemos respetar el muyu (círculo): solo una vez debemos gobernar. (…) Deja de
enviar indígenas como carne de cañón para el respaldo de tus intereses y de los
que te rodean, que ya no son los nuestros; deja de enviar matones a maltratar a
nuestra gente; deja que vivamos en nuestra ley; deja de hablar en nombre de los
indígenas que ya perdiste tu identidad» (http://www.other-news.info/noticias/2019/11/)/
El mismo
autor cita otros movimientos sociales que con el pretexto de criticar a Morales
se habrían colocado de hecho junto a quienes lo derrocan por la fuerza:
«¡Morales es un
presidente machista!», gritó María Galindo, artista y activista GLBQTI y
animadora del colectivo Mujeres Creando
y del Parlamento de Mujeres. Que se
tratase de un golpe de estado, dice Galindo, es solo parte de la realidad, el
problema es que Morales se ha convertido, como diría Frantz Fanon en su «piel
negra y máscara blanca», en un caudillo y una máscara al mismo tiempo. Morales
no dudó en alimentar el conflicto, que luego degeneró en una «fascistización
del proceso», que invisibilizó miles de jóvenes bolivianos y bolivianas, que
salieron a las calles, quizás por primera vez en sus vidas, para desafiar el
poder que Evo pensó que podría ser eterno. (http://www.other-news.info/noticias/2019/11/)
El brutal golpe
de Estado contra un presidente elegido por la mayoría de los sufragantes sería,
entonces, “sólo parte de la realidad”; habría una “fascistización del proceso”;
no se trataría de que ejército, policía y fundamentalistas blancos humillan y
asesinan indígenas; la cacería humana que los pistoleros desatan en Bolivia
consistiría en realidad en que hay “miles de jóvenes bolivianos y bolivianas,
que salieron a las calles, quizás por primera vez en sus vidas, para desafiar
el poder que Evo pensó que podría ser eterno”. ¿Miente el senador italiano
Martone? ¿Mienten los declarantes que él reseña? Simplemente transcribo
informaciones para someterlas a juicio del perplejo lector.
3
Este conmovedor
esfuerzo por maquillar un golpe de Estado fascista presentándolo como hechura,
no de militares, policías, millonarios de derecha y funcionarios de la OEA sino
como inspiración de “miles de jóvenes” se descompone a medida que profundizamos
en los alegatos del mismo autor. En realidad, se trata, una vez más, de una
agresión contra un Estado nacional que dispone de sus recursos naturales, y del
enfrentamiento entre movimientos étnicos que reconocen dicha potestad soberana
al Estado y movimientos étnicos que se la niegan porque se consideran únicos
titulares de la misma en virtud de la concesión graciosa otorgada por
“académicos autorizados y activistas ambientales” extranjeros. Así, según el
mismo Martone: En algún momento las cartas cambian de color. Evo profundizó el
extractivismo. Solón renunció porque ya no podía defender esas políticas
extractivas. Moreno dividió la CIDOB (Confederación de Pueblos Indígenas de
Bolivia). Y eso provocó el aparecimiento y el enfrentamiento de la CIDOB
«auténtica» y la CIDOB «oficialista». Poco después, siempre relacionado con
TIPNIS, una delegación del Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza
-instancia de la sociedad civil organizada con jueces y juezas de todos los
continentes- realizó una visita de inspección para adquirir elementos
directamente de las comunidades afectadas. Esa delegación compuesta por
académicos autorizados y activistas ambientales, como parte de un tribunal
ético compuesto por personas de reconocida prestancia ética y profundos
conocedores de los Derechos de la Pachamama, fue intimidada por parte del
gobierno e inclusive estuvo secuestrada por cocaleros afines al régimen de
Morales. No hay duda que el objetivo de Morales al abrir ese camino era para
facilitar a los cocaleros la ampliación de sus actividades asegurándose su
apoyo político, al tiempo que abría la puerta a la explotación petrolera. (http://www.other-news.info/noticias/2019/11/)
El golpe no
sería entonces episodio de pistolerismo imperial, no: sólo ejecutaría los
benévolos deseos de un “Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza”,
compuesto por extranjeros que debe decidir, en lugar del pueblo boliviano, a
quién pertenecen los recursos naturales del país.
4
Veamos cómo
representan la destrucción del gobierno de Morales por una dictadura fascista
otros simpatizantes de movimientos étnicos, como Francisco Javier Velazco Páez.
Según Velazco, “El presidente boliviano, Evo Morales, acaba de renunciar luego
de que el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Williams Kaliman, sugiriera
que dejara el poder luego de la votación presidencial del 20 de octubre que,
según observadores electorales, fue fraudulenta. La medida de Morales, quien
como jefe del sindicato de cocaleros lideró las protestas que derrocaron a
otros presidentes, se produjo cuando las fuerzas armadas se declararon
neutrales frente a tres semanas de manifestaciones cada vez más caóticas en
varias ciudades que dejaron un saldo de muertos, heridos y destrozos
materiales”. El lector informado sabe que los únicos “observadores electorales”
que objetaron la elección de Morales fueron los de la Organización de Estados
Americanos, con justicia motejada como Ministerio de Colonias de Estados
Unidos; que a pesar de este vínculo de dependencia, la OEA no declaró
fraudulenta la elección, sino que opinó que presentaba detalles “inusuales”;
que las fuerzas armadas no “se declararon neutrales”, pues exigir la renuncia
de un Presidente electo por el pueblo no es neutralidad, y menos reprimir por
la fuerza desnuda la protesta popular y aceptar y legitimar una nueva
presidenta votada por nadie. De tal manera un supuesto vocero de movimientos
indígenas califica de “fraudulenta” una elección cuya legitimidad fue
confirmada, primero, por los propios órganos soberanos electorales, y luego, por
análisis independientes. Legitima el ultimátum de un militar golpista,
invistiéndolo de “neutralidad”. Ni siquiera Augusto Pinochet tuvo defensores
tan entusiastas y mendaces.
5
Examinemos
la explicación de Velazco Páez sobre el triunfo electoral de Evo en 2009 y su
posterior derrocamiento una década más tarde:
En ese
entonces, él invitó a los pueblos indígenas que comprenden la mayoría de la
población, sometida durante siglos a la exclusión, a reescribir el documento
político fundacional de la nación. El texto resultante le valió a ese sector
fundamental de la población un reconocimiento, una representación y una
autonomía sin precedentes, sacralizó la cosecha de coca como un patrimonio
nacional e incluyó un lenguaje con un fuerte matiz ambientalista. Aunque
escándalos de corrupción empañaron la imagen de su gobierno, su derrota en el
referéndum fue en buena parte debida a las críticas surgidas en el seno de la
alianza que lo llevó al poder, incluyendo a los propios pueblos indígenas que
jugaron un papel central en su elección.
Difícilmente
podría imaginarse más contundente requisitoria contra un movimiento
progresista. Entre los crímenes del Presidente depuesto estarían haber invitado
a los indígenas a que redactaran una constitución que “le valió a ese sector de
la población un reconocimiento, una representación y una autonomía sin
precedentes, sacralizó la cosecha de coca como un patrimonio nacional e incluyó
un lenguaje con un fuerte matiz ambientalista”. En agradecimiento, su derrota
en el referendo sobre la reeleción fue “debida a las críticas surgidas en el
seno de la alianza que lo llevó al poder, incluyendo a los propios pueblos
indígenas que jugaron un papel central en su elección”. En efecto –seguimos
citando a Velazco- “Algunos importantes grupos y líderes indígenas que habían
desempeñado un rol fundamental en la redacción de la nueva constitución y en la
promoción de la revolución política anunciada por Morales, se convirtieron en
sus críticos más sistemáticos y consistentes. Pese a que Morales continuó
contando durante un buen tiempo con el apoyo de más del 60% de la población,
sobre todo en áreas rurales, prominentes grupos de activistas indígenas
chocaron repetidas veces con el gobierno en torno a proyectos de desarrollo que
han afectado negativamente el ambiente y amenazado el modo de vida ancestral”. Según
este punto de vista, ni la injerencia imperial de Estados Unidos, ni la derecha
boliviana racista y fascista, ni el ejército golpista, ni la policía represora,
ni los medios difamatorios habrían tenido nada que ver con el derrocamiento del
Presidente electo. Los agentes del desastre habrían sido “prominentes grupos de
activistas indígenas” por medidas “que han afectado negativamente el ambiente y
amenazado el modo de vida ancestral”. Estos prominentes activistas se cuidaron
bien de no derrocar los gobiernos de derecha que durante décadas no les
otorgaron nada; en poco tiempo habrían demolido el gobierno de quien les
concedió todo ¿Qué representatividad tienen esos “prominentes grupos de activistas
indígenas”?
6
Pues, siempre
según Velazco, “Los críticos organizaron marchas en contra del proyecto, que se
desplazaron hacia la ciudad capital de La Paz y que fueron reprimidas por la
policía, con saldo de numerosos manifestantes arrestados, hecho que generó un
clamor de protesta entre otros sectores sociales en muchas partes del país y
atrajo una no muy común atención internacional”. Las marchas entonces se
habrían movilizado contra Evo, no contra los capitalistas externos o internos,
ni contra el Imperio, ni contra los secesionistas, y como por casualidad
atrajeron “una no muy común atención internacional” que, durante siglos, había
permanecido ciega, sorda y muda ante los sufrimientos bolivianos.
7
En fin,
mientras la opinión latinoamericana progresista condena el brutal asalto al
poder y los gobiernos permanecen a la expectativa antes de reconocer la
dictadura instaurada por la fuerza, algunos movimientos étnicos se apresuran a
reconocerla pactando con ella. Así, Resumen Latinoamericano informa el 26 de
noviembre de 2019 que en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) avanza,
con participación de la autoelegida Jeannine Añez, un “proyecto de ley para la
pacificación del país” que suscriben “dirigentes de la Confederación Sindical
Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB); la Confederación Nacional
de Mujeres Originarias Campesinas de Bolivia – Bartolina Sisa; la Confederación
Sindical de Comunidades Interculturales de Bolivia (CSCIB); la Confederación de
Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano (CIDOB); y el Consejo Nacional de
Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq)”. Por su parte, El ministro del
Gobierno de facto, el racista Arturo Murillo, manifestó que “hemos logrado
concluir nuestro acuerdo de pacificación del país».
(http://www.resumenlatinoamericano.org/2019/11/26/).
8
Algunos
movimientos étnicos se vanaglorian entonces de haber concluido la labor de
“pacificación”, vale decir, de exterminio de la resistencia popular, que ni la
embajada de Estados Unidos, ni el ejército, ni la policía, ni las bandas
paramilitares dedicadas a la cacería de compatriotas, ni la presidenta
autoproclamada, ni la derecha oligárquica habían podido culminar. Decimos bien:
algunos. Ni están plegados a la derecha todos los movimientos étnicos, ni sus
dirigencias representan necesariamente el parecer de sus miembros, y mucho
menos el parecer de la diversa, compleja y mayoritaria población indígena. Al
igual que las demás organizaciones humanas, no siempre dominan la verdad ni son
inmunes al error. Prueba de ello, las contradicciones en que incurren.
Movimientos étnicos apoyaron el golpe contra Rafael Correa, declararon su
“autonomía e independencia” cuando la intentona secesionista de la Media Luna
en Bolivia, se pusieron de acuerdo con Lenin Moreno para apaciguar las
protestas contra su paquete neoliberal y ahora, de creerle a algunos medios,
algunos de ellos “pacifican Bolivia”. Así como los hay progresistas y
humanistas, parecería que también hay movimientos étnicos de maletín.
9
Aparte de sus
estratégicos recursos de estaño y de gas, Bolivia tiene la que parece ser la
mayor reserva mundial de litio, mineral imprescindible para la fabricación de
baterías eléctricas. No nos dejemos distraer por cortinas de humo. De lo que se
trata es de despojar al Estado Nacional de sus potestades de disponer de los
recursos naturales, para traspasarlos al imperio, a las oligarquías locales y a
algunos supuestos movimientos étnicos que no son nacionales ni mayoritarios. A
las transnacionales les resulta más difícil y costoso negociar con Estados
Nación que con movimientos. Nada garantiza que a su vez estos no negocien o
concedan la explotación de dichos recursos de acuerdo con sus intereses
parciales, sin tener en cuenta los de la Nación ni los del total de la
población. De movimientos que legitiman golpes de Estado fascistas y racistas
contra presidentes electos se puede esperar cualquier cosa.
Dime con quién
andas y te diré quién eres.
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