Thierry Meyssan
La
histeria estalló en Washington mientras la OTAN montaba todo un dispositivo
para acusar a Rusia de continuar la propaganda de la desaparecida Unión
Soviética. Los medios dominantes tratan de desacreditar al nuevo presidente de
Estados Unidos acusándolo de cualquier cosa y este los acusa a ellos de
propagar noticias falsas. Este cruce interminable de acusaciones se ve
amplificado por el súbito desarrollo de las redes sociales, que antes sirvieron
al Departamento de Estado como herramienta contra los regímenes nacionalistas
pero que ahora se convierten en foros populares contra los abusos de las
élites… empezando por las de Washington.
Responsables de casi todos los países de la OTAN
–y sólo en esos países– denuncian las «fake news» o “noticias falsas”.
Con ello dicen sacar a la luz la supuesta influencia de la propaganda rusa en
las «democracias occidentales». El país más afectado por esta campaña es
Francia, cuyo presidente, Emmanuel Macron, acaba de anunciar la elaboración de
una ley destinada especialmente a luchar contra este «atentado contra la
democracia»… pero sólo «en periodo electoral».
En realidad, las noticias falsas son un problema
tan viejo como el mundo y el hecho que la expresión inglesa «fake news»
se repita ahora, exactamente de la misma manera, en todas las lenguas de la OTAN
indica el origen anglosajón de esta “nueva” problemática.
La OTAN,
fuente de la campaña sobre las «fake news»
En 2009, el presidente Barack Obama anunciaba en
la cumbre de la OTAN celebrada en Estrasburgo-Kehl su intención de crear un servicio
de «Comunicación Estratégica» para la alianza atlántica [1]. Se necesitaron 6 años para crear ese servicio
alrededor de la 77th Brigade de las fuerzas terrestres del Reino Unido y
de la 361st Civil Affairs Brigade de las fuerzas terrestres de Estados Unidos
(con bases en Alemania e Italia).
La misión inicial era contrarrestar las
acusaciones de que el Estado profundo estadounidense había organizado los atentados
del 11 de septiembre de 2001 y, posteriormente, las denuncias que señalaban a
los anglosajones como los planificadores de las «primaveras árabes» y de
la guerra contra Siria. Dichas acusaciones eran calificadas de «complotistas»
o «conspiracionistas». Pero, luego se pasó rápidamente a tratar de
convencer a los pueblos de los países miembros de la OTAN de que Rusia continúa
la propaganda de la desaparecida Unión Soviética y que, por ende, la alianza
atlántica todavía sirve para algo.
Finalmente, en abril de 2015, la Unión Europea
también se dotó de un «Grupo de Trabajo para las Comunicaciones Estratégicas
Hacia el Este» (East StratCom Task Force). Ese grupo de trabajo
envía semanalmente a miles de periodistas un resumen sobre la «propaganda
rusa». Por ejemplo, en su última edición (11 de enero de 2018) acusa a Sputnik
de haber propalado que el zoológico de Copenhague alimenta sus fieras con
animales domésticos abandonados. ¡Gravísima amenaza para las «democracias»!
Parece que a los especialistas de la East StratCom Task Force les cuesta
trabajo encontrar ejemplos significativos de «injerencia rusa».
En agosto del mismo año 2015, la OTAN inauguró
su «Centro de Comunicación Estratégica» en Riga, capital de Letonia. Al año
siguiente, el Departamento de Estado se dotó, por su parte, del Global
Engagement Center, o Centro de Compromiso Global, que persigue los mismos
objetivos.
Facebook,
el juguete preferido de Hillary Clinton, acabó volviéndose contra ella
En 2009, la secretaria de Estado Hillary
Clinton, estimulada por Jared Cohen –responsable del Buró de Planificación
Política – se convenció de que era posible derrocar la República Islámica de
Irán manipulando las redes sociales. El resultado no fue el esperado. A pesar
de eso, 2 años después, en 2011, el mismo Jared Cohen, convertido en jefe de Google
Ideas, logró movilizar a la juventud del Cairo. Aunque la «revolución»
de la plaza Tahrir no influyó en la opinión del pueblo egipcio, nacía así el
mito de la propagación del modo de vida estadounidense a través de Facebook.
Como resultado, el Departamento de Estado financió numerosas asociaciones y
congresos para la promoción de Facebook.
La verdadera sorpresa sobrevino durante la
elección presidencial estadounidense de 2016. El promotor inmobiliario Donald
Trump, un advenedizo para la clase política, eliminó uno por uno a todos sus
rivales, incluyendo a la propia Hillary Clinton, y resultó electo para ocupar
la Casa Blanca gracias a los consejos de Facebook. Por primera vez, el sueño de
la lideresa de los políticos profesionales se convertía en realidad… pero en contra
de ella misma. De la noche a la mañana, Facebook pasó a ser demonizado por la
prensa dominante.
Se reveló entonces que es posible provocar
artificialmente movimientos de opinión y de masas mediante la manipulación de
las redes sociales, pero que los usuarios acaban volviendo a la razón al cabo
de cierta cantidad de días. Esto es una constante en todos los sistemas de
manipulación de la información: sus efectos son efímeros. El único tipo de
mentira que permite crear comportamientos prolongados por largo plazo implica
haber empujado la ciudadanía a contraer algún tipo de compromiso menor, o sea
hacer proselitismo [2].
En todo caso, Facebook entendió eso
perfectamente porque creó su propio «Buró de Política Mundial y
Sensibilización de los Gobiernos» y lo puso en manos de Katie Harbath.
Facebook pretende crear emociones colectivas a favor de tal o más cual cliente,
pero no trata de organizar campañas duraderas [3].
Es también por eso que el presidente francés
Macron quiere imponer leyes sobre las redes sociales sólo para los periodos
electorales. El propio Macron llegó a la presidencia gracias al desorden que
Facebook y un semanario sembraron conjuntamente contra su rival Francois
Fillon, una operación orquestada por Jean-Pierre Jouyet [4]. En todo caso, el temor de Macron a que la
próxima vez las redes sociales sean utilizadas contra él coincide con la voluntad
de la OTAN de hacer ver que existe una continuidad entre Rusia y la URSS en materia
de propaganda. Así que Macron cita como ejemplos de manipulación una entrevista
de Sputnik sobre su vida privada y el hecho que ese medio se hizo eco de
una alegación sobre una cuenta bancaria suya en el extranjero.
El informe
de Christopher Steele
Durante la campaña previa a la elección
presidencial en Estados Unidos, el equipo de Hillary Clinton encargó al ex agente
de los servicios secretos británicos Christopher Steele una investigación sobre
el candidato Donald Trump. Ex jefe del «Buró Rusia» del MI6, Christopher Steele
es conocido sobre todo por sus alegaciones escandalosas y siempre
inverificables. Después de acusar –sin pruebas– a Vladimir Putin de haber
ordenado el envenenamiento de Alexander Litvinenko con polonio 210, también lo acusó
de haber hecho caer a Donald Trump en una trampa sexual para poder
chantajearlo. El Informe Steele fue entregado discretamente a ciertos
periodistas, políticos y espías, antes de ser publicado [5].
De ahí procede la tesis actual de que, tratando
de que su títere ganara las elecciones y de impedir la elección de Hillary
Clinton, el amo del Kremlin ordenó a «sus» medios la compra de publicidad
en Facebook y la divulgación por esa vía de calumnias contra la ex secretaria
de Estado, hipótesis que ahora vendría a confirmarse por una conversación del
embajador de Australia en Londres con un consejero de Donald Trump [6]. Aunque se ha comprobado que Russia Today
y Sputnik no gastaron más que unos pocos miles de dólares en publicidad,
que además tenía poco que ver con la señora Clinton, la clase dirigente
estadounidense dice estar convencida de que eso bastó para invertir el apoyo
del que había gozado la candidata demócrata, que gastó en su campaña 1,200 millones
de dólares. En Washington se sigue creyendo que los inventos tecnológicos
permiten tal grado de manipulación de los seres humanos.
Ya no se trata de observar que si Donald Trump y
sus partidarios hicieron campaña a través de Facebook fue porque toda la prensa
escrita y audiovisual les era hostil, sino de afirmar que Rusia manipuló
Facebook para impedir la elección de la favorita de Washington.
El
privilegio jurídico de Google, Facebook y Twitter
En sus esfuerzos por demostrar la injerencia de
Moscú, la prensa estadounidense ha resaltado el enorme privilegio que gozan
Google, Facebook y Twitter. Esas 3 empresas no son consideradas responsables de
los contenidos que difunden. Desde el punto de vista del derecho estadounidense
son sólo “transportadores” de información (common carrier).
Los experimentos realizados por Facebook han
demostrado, por un lado, que es posible crear emociones colectivas. Pero esa empresa
no es considerada jurídicamente responsable de los contenidos que vehicula, contradicción
que pone de relieve la existencia de una anomalía en el sistema.
Sobre todo teniendo en cuenta que el privilegio
de Google, Facebook y Twitter es claramente indebido. En efecto, esas 3 empresas
actúan al menos de dos maneras para modificar los contenidos que “transportan”.
En primer lugar, censuran unilateralmente ciertos mensajes, ya sea por
intervención directa de su personal o mediante el uso disimulado de algoritmos.
Pero además promueven su propia versión de la verdad en detrimento de los demás
puntos de vista (fact-checking).
Por ejemplo, en 2012, Qatar encargó a Google
Ideas, ya bajo el mando de Jared Cohen, la creación de un programa informático
capaz de seguir las deserciones en el Ejército Árabe Sirio. ¿Objetivo? Mostrar
que Siria era una dictadura y que el pueblo había iniciado una “revolución”.
Pero rápidamente resultó que esa visión de las cosas era falsa. La cantidad de deserciones
nunca pasó de 25,000, en un ejército que cuenta 450,000 hombres. Por eso, luego
de haber promocionado ese software, Google acabó retirándolo discretamente.
Por otro lado, Google promociona, desde hace 7 años,
los artículos que se hacen eco de los comunicados del Observatorio Sirio de los
Derechos Humanos (OSDH). Esos comunicados dan, día tras día, la cantidad exacta
de víctimas de ambos bandos. Pero son cifras imaginarias porque es
materialmente imposible determinar esa cifra diariamente. Nunca se ha visto, en
tiempo de guerra, un Estado capaz de determinar diariamente la cantidad exacta
de soldados muertos en combate y de víctimas civiles. Pero el OSDH sabe, desde
el Reino Unido, algo que nadie es capaz de determinar con precisión en la
propia Siria.
Lejos de ser “transportadores” de información,
Google, Facebook y Twitter son en realidad sus creadores y por tanto deberían
ser jurídicamente responsables de sus contenidos.
Las reglas
de la libertad de expresión
Aun considerando que los esfuerzos de la OTAN y
del presidente Macron contra Rusia en el plano audiovisual y de internet están
condenados al fracaso, no es menos cierto que lo más conveniente es que los
nuevos medios estén incluidos en el derecho general.
Los principios que rigen la libertad de
expresión son legítimos sólo si son los mismos para todos los ciudadanos y para
todos los medios. Esto último no es así en este momento. Si bien existe una
aplicación del derecho general, no existen, en cambio, reglas precisas, como el
derecho de respuesta o en materia de desmentido, para los mensajes que se difunden
a través de internet y de las redes sociales.
Como siempre en la historia de la información,
los medios ya establecidos tratan de sabotear a los nuevos. Recuerdo, por ejemplo,
el virulento editorial que el diario francés Le Monde, dedicó en 2002 a
mi trabajo, publicado en internet, sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Lo que le desagrada a Le Monde, tanto como mis conclusiones sobre esos
acontecimientos, es que la Red Voltaire no esté sometida a una serie de
obligaciones financieras de las que ese cotidiano se sentía prisionero [7].
Quince años más tarde, Le Monde muestra
la misma actitud de defensor de un clan con la creación de lo que llama Le Décodex.
Más que criticar los artículos y videos de los nuevos medios de información, Le
Monde pretende medir el grado de confiabilidad de los sitios web que
rivalizan con el suyo. Por supuesto, sólo le parecen confiables los sitios web
de los diarios que se publican en papel, como el propio Le Monde,
mientras que a todos los demás los clasifica como poco confiables.
Para justificar la campaña contra las redes
sociales, la Fundación Jean-Jaures –fundación del Partido Socialista francés
vinculada a la NED (National Endowment for Democracy) estadounidense– acaba de publicar
un sondeo imaginario [8]. Ese sondeo trata de demostrar, exponiendo una
serie de cifras, que las personas frustradas, las clases trabajadoras y los
partidarios del Frente Nacional [9] son gente crédula. Según ese sondeo, el 79% de
los franceses creen en alguna teoría de la conspiración. Como prueba de su
ingenuidad, el sondeo precisa que 9% de los franceses está convencido de
que la Tierra es plana.
Realmente, ni yo ni ninguno de mis amigos
franceses consultados a través de internet nos hemos encontrado nunca con un
compatriota que creyera que la Tierra es plana. Se trata simplemente de una
cifra inventada, suficiente para que cualquiera pueda dudar de todo el estudio.
Lo que sí es cierto es que, a pesar de estar vinculada al Partido Socialista de
Francia, la Fundación Jean-Jaures ha tenido desde siempre como secretario
general a Gerard Collomb, ahora convertido en ministro del Interior por el
actual presidente francés Emmanuel Macron. Esta misma fundación ya había
publicado, hace 2 años, un estudio tendiente a desacreditar a los opositores
políticos del sistema, tildándolos de «conspiracionistas» [10].
[4] Personalidad central del cuerpo de Inspectores
de Finanzas, Jean-Pierre Jouyet fue abogado del gabinete Jeantet (vinculadísimo
al fallecido presidente francés Francois Mitterrand), director adjunto del
equipo de trabajo del ex primer ministro francés Lionel Jospin, secretario de
Estado de Asuntos Europeos bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, secretario
general de la presidencia de República bajo el presidente Francois Hollande y
mentor de Emmanuel Macron, quien después de ser electo presidente
lo nombró de inmediato embajador de Francia en Londres.
[9] El Frente Nacional, cuya candidata a la
elección presidencial, Marine Le Pen, disputó la presidencia a Emmanuel Macron
durante la segunda vuelta de esa consulta electoral, es un partido francés
clasificado como ultranacionalista y de extrema derecha. Nota del Traductor.