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Roberto Carlos, Camilo Sesto, Leo Dan, Julio Iglesias, Jose Luis Perales...
Roberto Carlos, Camilo Sesto, Leo Dan, Julio Iglesias, Jose Luis Perales, Leonardo Favio, JOSe jose
El ‘síndrome de niña-esposa’ y los motivos de una pedofilia legitimada
Nazanin Armanian
www.publico.es
/ 070919
La explotación sexual de la mujer tiene
mil caras. El vídeo de una boda celebrada en la provincia de Kohguiluye, en
Irán –una de las más discriminadas y empobrecidas del país–, y la presión
social ejercida vía redes sociales (pues cualquier manifestación no
gubernamental en un espacio físico está prohibida)-, ha conseguido por primera
vez que la teocracia islámica iraní se eche para atrás y haya anulado el
matrimonio de una niña de 9 años. La edad de él carece absolutamente de
importancia: aunque fuese joven y el más guapo del mundo, se trata de una
violación de una niña basada en el poder físico, económico e incluso religioso.
La abogada Nasrin Sotudé ha sido condenada
a 38 años de prisión y 148 latigazos
por pedir que la República Islámica de Irán cumpla con la Declaración de los
Derechos del Niño (1959) e ilegalice este tipo de uniones por atentar
gravemente contra los derechos de las niñas. Que Aisha, una de las esposas del
profeta del islam, tuviese 6 o 8 años, es el argumento preferido esgrimido por
quienes también defienden la Lapidación y la Ley de Talión prehistóricas.
El poderoso movimiento progresista de
Irán, que ha tenido a numerosas mujeres entre sus principales líderes (como la
profesora Mohtaram Eskandari, fundadora de la Sociedad Patriótica de Mujeres,
arrestada en 1922 y su casa incendiada), consiguió, a pesar de las
persecuciones, que en 1934 el Código Civil estableciera la edad nupcial
femenina en 15 años. Sólo la autorización especial de un juzgado permitía
bajarla a 13 años. Un año más tarde, en 1935, gracias también a la presión de
Eskandari, se prohibió el velo, bandera de la
extrema derecha religiosa, como símbolo del estatus de subgénero de
la mujer. Fue entonces cuando millones de niñas pudieron estudiar gratis hasta
terminar una carrera universitaria y entrar así en el mercado de trabajo.
Además, en 1964 las mujeres pudieron
votar, elegir y ser elegidas; se restringió la poliginia, ampliando los
derechos de la esposa en el divorcio y en la custodia de los hijos. La doctora
Farrojru Parsa fue designada en 1969 ministra de Educación (fue ejecutada en
1980, por la Revolución Isalámica acusada de «iniciación a la prostitución»).
En la judicatura hubo varias juezas, entre las que se encontraba en 1969 la
premio nobel de la Paz, Shirin Ebadi. Se creó un ministerio para Asuntos de la
Mujer en 1970 y cuatro años después la Ley de Familia elevó la edad mínima para
casarse a los 18 años.
Tras el secuestro de la revolución iraní
de 1978 por la
extrema derecha islámica y la G4, y en paralelo a la ilegalización
de todas las organizaciones progresistas del país y la detención de
decenas de miles de sus simpatizantes, la primera medida de Jomeini
no fue repartir la renta del petróleo entre la población «desheredada» del
país, sino abolir aquella Ley de Familia y aprobar una nueva «islámica» en la
que bajó la edad nupcial de las niñas a los ocho años. Incluso autorizó al
padre casar a sus hijas si eran menores de esta edad. La segunda medida tampoco
estuvo dirigida a paliar las desigualdades, todo lo contrario: impuso el uso
del velo a todas las mujeres y niñas mayores de 7 años. De hecho, el velo
judeo-islámico marca la edad fértil de la niña, que se establece en
torno a esta edad: ya es una mujer y tendrá las obligaciones de las adultas,
que no derechos, como el voto o conducir. Se instaló un sistema de apartheid a
la mitad femenina de la sociedad, prohibiendo su acceso a ciertos espacios,
trabajos, cargos, recursos, etcétera.
En 2000, la presión social obligó a la
Revolución Islámica a incrementar la edad del matrimonio a los 13 años, aunque
la legislación mantuvo la facultad del padre para casar a sus hijas incluso
antes de cumplir los ocho años: estas bodas no serán registradas, pero serán mashru, o sea legítimas desde un punto
de vista religioso. Esa ley prevé dos años de prisión para la mujer aun si
teniendo 50 años y en posesión de tres títulos universitarios se casa sin el
permiso de su tutor varón. Según la religión, la mujer carece de capacidad
mental porque Dios las creó así. En 2017, el parlamento iraní rechazó la
petición de unos diputados en establecer los 16 años como la edad nupcial para
las menores. En realidad, en esta teocracia no hay ningún límite de edad para
el matrimonio.
Motivos
de este atentado de adultos contra niñas
Económico. En las religiones semitas,
gestadas en las regiones desérticas, dos factores contribuyeron a legitimar
esta práctica:
1) La falta de recursos que provocaron
guerras y también el imperio de la ley del más fuerte, causando la muerte de
las niñas y mujeres. La escasez de ellas –en parte también debida a que muchas
fueron amontonadas en los harenes de los ricos–, dio lugar a la costumbre, aún
existente, de apalabrar una recién nacida a un hombre del clan para entregarla
después de unos años como esposa. Obviamente, un bien escaso tiene un precio,
que dependerá del estatus de la familia, la edad de las niñas, su belleza, si
es de primera mano o ya ha perdido la virginidad, etcétera. ¿Significa eso una forma de
prostituirla?
2) La propia economía comercial, que
requería recorrer largos e inseguros caminos para vender los productos,
convertía a las mujeres, a ojos de los hombres, en un ser improductivo, en una
carga. Las madres que daban luz a niñas eran repudiadas y las bebes perdían su
vida en el llamado «infanticidio femenino», que aún hoy se practica a través
del feticidio. Esta falta de valor de las niñas se refleja en el relato de
Sodoma y Gomorra donde los pecadores son los hombres supuestamente homosexuales
y no Lot, un hombre que para proteger a sus invitados masculinos ofrece a
aquellos individuos de terribles intenciones llevarse a sus propias hijas
vírgenes (y por lo tanto menores dada la época): «Mis hijas serían más puras
para vosotros», dice Lot, incitándoles. El matrimonio de niñas es la
continuidad del infanticidio y del feticidio frustrado o no realizado.
En las regiones prósperas de Oriente
Próximo estas prácticas no existían. De hecho, la edad nupcial en el mazdeísmo
iraní, la religión de Zaratustra (XII a.C.) es de 15 años para ambos sexos. En
este Irán preislámico, los niños nacidos fuera del matrimonio eran llamados
«los hijos del cielo», para así darles legitimidad social y jurídica y salvar
la reputación de la familia. Hoy, el asalto del neoliberalismo a las economías
familiares es una de las causas modernas de la propagación de este mal social.
Social. Es una solución macabra para las
sociedades sexualmente desequilibradas y reprimidas, en las que los chicos
difícilmente pueden experimentar el sexo fuera del matrimonio y las chicas
deben guardar la virginidad.
La cultura del maldito «honor». El hombre
que ha colocado su honor no en su propio cuerpo sino en el de las mujeres de la
familia, lo considera manchado si la niña perdiese la virginidad (¡aun cayendo
de un árbol!), si es manoseada, violada y se queda embarazada. Por lo que
antes de llegar a la adolescencia, para no tener que sufrir estas
preocupaciones, la sacrifica deshaciéndose de ella: la estupidez humana no
tiene límite: crea normas y cuando se queda atrapado entre sus redes, elimina
la “consecuencia” en vez de cambiar la norma.
Tener una “virgen integral”. Poseer una
esposa sumisa e ignorante garantiza el dominio de la nueva familia sobre la
pequeña. A corta edad ella no podrá rebelarse, por lo que mejor una de siete
años que de 15.
Saldar deudas con otras familias
entregándoles una o varias hijas.
Las guerras. Se trata de una estrategia de
supervivencia de la familia que ve amenazas del secuestro y violación de su
hija en un entorno tan hostil. Dándole en matrimonio le dará la oportunidad de
que alguien la cuide, pero ignoran que muchos son falsos maridos y traficantes
de niñas que casándose con ellas podrán cruzar las fronteras sin problema, para
después venderlas en el mercado de prostitución infantil o del tráfico de
órganos. Los mercaderes de
la carne fresca humana con tantas guerras están haciendo su agosto.
Rasgos
del síndrome niña-esposa
1+ Desconocer el significado de la
infancia: en vez de hacer travesuras, bailar y jugar, las niñas serán la
esclava sexual de un hombre, criarán a los hijos de éste, y serán su criada
hasta que la muerte les separe.
2+ Ignorar lo que se siente al resolver
una ecuación de álgebra, ni la lectura de una poesía. Incluso, si el marido les
deja estudiar, en la mayoría de los países musulmanes es el Estado (siempre
machista) quien impide el ingreso de las niñas casadas en las escuelas,
temiendo que ellas cuenten a sus compañeras los secretos del cuerpo masculino y
las induzcan a la perversidad.
3+ No poder vivir la pasión de enamorarse
y construir una vida basada en la libertad.
4+ No poder pactar las prácticas sexuales,
ni las medidas de protección y estará desprotegida ante el riesgo de
enfermedades de transmisión sexual.
5+ La posibilidad de morir la misma noche
de bodas, por la hemorragia de la violación y la violencia que sufren al
patalear aterrorizadas. Si consiguen sobrevivir a las continuas agresiones
sexuales, podrán morir en el parto, de hecho, es fue la principal causa de la
muerte de 70.000 niñas entre los 15 y 19 años en 2017.
6+ Perder sus bebés por el aborto
espontáneo, o en el momento de extraerlos de su pequeño cuerpo de madre al
mundo. Superando esta fase, sus hijos tienen un 60% más de probabilidades de
morir en el primer año de vida que los nacidos de madres adultas.
7+ Padecer lesiones como la fístula
obstétrica, que les provocará incontinencia urinaria y/o fecal, y por
consiguiente ser repudiada por el esposo y la familia.
8+ Tener el alma destrozada, sufriendo
trastornos psíquicos y emocionales.
Alrededor de 650 millones de mujeres
fueron casadas de niñas: el matrimonio infantil siempre es forzado y
concertado. 15 millones de ellas viven en la India. En Estados Unidos, cada año
alrededor de 13.000 son casadas, algunas incluso de 10 años, denuncia La
Organización Unchained at last
(Desencadenado al fin). Las niñas-esposa nepalíes, que suelen ser casadas con
hombres mayores con un pie en la tumba, al quedarse viudas son marginadas por
«ser portadoras de mala suerte».
Ya ven, no se trata de culturas y tradiciones a las que «hay que respetar»:
despolitizar
las desigualdades no las legitima ni las hace desaparecer. Los
derechos de la infancia son universales y deben estar por encima de cualquier
consideración, credo y sistema político.
“Los pueblos indígenas no somos la raíz de México, somos su negación constante”
Pablo Ferri / entrevista a
Yásnaya Aguilar
www.elpais.com
/ 080919
Yásnaya Aguilar cuenta que no supo que era
indígena hasta que llegó a vivir a la ciudad. Hasta entonces nunca se lo había
planteado porque desconocía el mundo en que ellos, su pueblo, Ayutla Mixe, en Oaxaca, en el sur de
México, era considerado como tal. “Siento que hay una relación compleja con la
palabra indígena”, cuenta Aguilar, lingüista, ensayista y uno de los secretos
mejor guardados de las letras mexicanas. “Tiene mucha carga, aunque es verdad
que la palabra indio tiene más. Indígena es la versión políticamente correcta
de indio. La incomodidad tiene que ver con el hecho de ser categorizado como
indígena por los Estados nacionales”.
Es ese extrañamiento de ser nombrada por
el otro, de existir en cuanto a un otro hasta entonces prácticamente desconocido,
lo que empezó a despertar en ella una sensación molesta. De fraude. “Como
lingüista me puse a ver si había equivalencias a la palabra ‘indígena’ en las
lenguas de México. Y me di cuenta de que en la mayoría no existe. En mixe, por
ejemplo, akäts significa no mixe, que puedes ser tú, un japonés o un
canadiense”. Es decir, que no hay concepto que nombre al hombre blanco. Está el
mixe, están los demás.
Y otra incomodidad. Mujer, indígena y
feminista, la autora sostiene que “hay una relación compleja entre las mujeres
indígenas y el feminismo. La relación con las organizaciones”, dice, “repite a
veces patrones colonialistas”. Aguilar no se declara feminista sin
antes plantear varios cruces históricos. “El feminismo tendría que plantearse
la reflexión colonial, que muchas veces no sucede. En el momento en que se
establece el colonialismo, las mujeres, blancas e indígenas, son racializadas.
Es decir, si bien antes del contacto las mujeres eran mujeres, con la
colonización se convierten en mujeres blancas [y las indígenas]. Y si bien las
blancas mantienen una relación de opresión con el hombre blanco, también hay un
pacto racial. Eso debe estar claro”.
Aguilar se ha erigido en portavoz de su
pueblo en un conflicto que dura ya más de dos años. En junio de 2017, un grupo
armado secuestró el manantial que surtía de agua a Ayutla. Desde entonces la
traen en camiones cisterna. Varios medios en México han apuntado los intereses
económicos de grupos como este, ligados al cultivo de amapola. Pero de momento
no hay solución. Lo último, en agosto, fue que este grupo dinamitó el sistema
hidráulico que transportaba el agua a Ayutla.
Hay varias cosas molestas en el secuestro
de un manantial. La falta de agua es la más evidente, pero la condescendencia y
el racismo de los políticos, dice Aguilar, es peor. No hacen nada, cuenta,
porque de puertas hacia afuera el conflicto se vende como un problema entre
salvajes. Tal cual. Los pueblos indígenas funcionan de reclamo turístico, pero
cuando se meten en política para solucionar sus problemas las cosas cambian.
“Pocas veces se nos ve como agentes políticos. Somos usados como una reserva
folklórica que justifica cultural y espiritualmente al Estado mexicano”, critica
la autora. “Los pueblos indígenas no
somos la raíz de México, somos su negación constante. Esto de ser las raíces de
México es despolitizarnos, usarnos para justificar algo en lo que nunca
participamos, es decir, crear el Estado. Por eso somos una negación”.
El año pasado escribió dos ensayos muy
celebrados. Bastaba ver estos días a decenas de jóvenes, hombres y mujeres,
vitoreándola en las conferencias en que ha participado en el Hay Festival de
Querétaro. Uno de los ensayos forma parte de un libro, Tsunami,
que recoge las voces de varias narradoras alrededor de la nueva ola feminista,
de lo que significa ser mujer en el siglo XXI. El de Aguilar se titula La
sangre, la lengua y el apellido. Ahí escribe: “Todas las mujeres indígenas
pertenecemos a naciones sin Estado, es el rasgo que nos agrupa bajo la
categoría indígena, pero cada Estado determina el modo en que ejerce esta
categoría y actualiza la opresión”.
La pregunta es evidente, ¿cómo oprimen los
Estados? Aguilar, 37 años y una voz velocísima, contesta que de muchas formas.
Relata que, en Canadá, por ejemplo, las indígenas buscan pareja de acuerdo a la
sangre. Cuanto más pura sea, más puros serán los hijos y mayores beneficios
obtienen del Estado. En México, la indigeneidad se mide por la lengua,
la capacidad personal de hablar náhuatl, mixe, zapoteco, maya…
“México oprime a partir del mestizaje. Y
el mestizaje implica desindigenización de este país”, argumenta. “Se narra como
una política racial, lo que es insostenible: ya ahora todas las personas en el
mundo somos mestizos. Y si mestizos no es una categoría racial debe ser otra
cosa: un proyecto político del Estado mexicano. La lengua es el criterio que
más ha usado el Estado para clasificar quién es indígena y quién no. Si tú ves
los cálculos, te das cuenta de que, en 1820, alrededor del 70% de la población
mexicana hablaba una lengua indígena. O sea, esta era la situación después de
300 años de colonialismo español. Con esto no quiero relativizar los estragos
del colonialismo, pero el Estado mexicano redujo esa cifra hasta el 6% en poco
más de 200 años”.
Para la autora, los Estados nacionales
actuales están construidos bajo la idea de “homogeneidad lingüística”. Sobre
todo, después de la Revolución Mexicana, “hubo esfuerzos coordinados para
castellanizar forzosamente. Ha sido la política más exitosa del país”. ¿Qué
pasó, esa población desapareció? “No, fue adscrita, sobre todo por la escuela,
a la ideología nacionalista del mestizaje. Decimos que tú no eres mestiza, eres
desindigenizada por el Estado. La opresión opera en este mecanismo. Para el Estado, el éxito es que todos nos
identifiquemos como mestizos”.
Recordando la masacre de Sabra y Chatila
www.rebelion.org
/230919
Hace treinta y siete años esta semana, uno de los capítulos más sangrientos de la historia palestina se desarrolló en un campo de refugiados en el Líbano. Rodeados por las fuerzas israelíes de todos lados, miles de refugiados, privados de liderazgo y protección de la comunidad internacional, fueron asesinados durante una matanza de dos días en el campo de refugiados de Chatila y el vecindario adyacente Sabra de Beirut por la milicia falangista cristiana, los paramilitares aliados de Israel en el Líbano.
Cuándo:
Del 16 al 18 de septiembre de 1982
¿Qué
ocurrió?
15 de septiembre: las fuerzas israelíes,
que habían invadido el Líbano tres meses antes, avanzaron hacia Beirut y
rodearon el campo de refugiados palestinos de Chatila. Los Estados Unidos ya
habían negociado un tenue acuerdo de alto el fuego para permitir que el
liderazgo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) junto con
más de 14.000 combatientes abandonaran el país, que fue devastado por una
guerra civil. La resolución 520 del Consejo de Seguridad de la ONU, de fecha el
17 de septiembre, se aprobó por unanimidad y condenó “las recientes incursiones
israelíes en Beirut en violación de los acuerdos de alto el fuego y de las
resoluciones del Consejo de Seguridad”. Israel
también ignoró esta resolución.
Prácticamente acordonados del mundo
exterior por tanques israelíes, cientos de combatientes falangistas —un grupo
de milicianos cristianos inspirados por fascistas europeos— fueron instruidos
por las fuerzas israelíes para eliminar a los miembros de la OLP del área. Lo
que aconteció durante el siguiente día y medio horrorizó al mundo.
La Falange era archienemiga de la OLP.
Lucharon en lados opuestos en la guerra civil libanesa, que resultó en 120.000
muertes. También querían vengar la muerte del recién elegido presidente del
Líbano, Bachir Gemayel. Los falangistas creían que los palestinos habían
asesinado a Gemayel el 14 de septiembre —una acusación que resultó ser
completamente falsa— provocando la muerte de los palestinos.
En las 38 horas que los israelíes
permitieron que la milicia de la Falange ingresara al campo de refugiados sin
obstáculos, los palestinos se resguardaban en sus refugios improvisados y
sufrieron horrores indescriptibles. Los
milicianos representantes de Israel violaron, torturaron, mutilaron y mataron a
más de 3.000 residentes palestinos y libaneses de Sabra y Chatila. Ayudados
por bengalas brillantes disparadas al cielo nocturno por las tropas israelíes,
que se encontraban en el estadio deportivo con vistas al área, el asesinato
continuó sin pausa. A pesar de que testigos presenciales informaron sobre los
horrores que estaban ocurriendo, el ejército israelí permitió que los refuerzos
ingresaran a Chatila e incluso se dice que proporcionaron a los falangistas,
excavadoras para enterrar los cadáveres de los palestinos muertos.
Decidido a destruir la base de la OLP en
el Líbano e instalar un régimen títere en Beirut, el entonces ministro de
Defensa de Israel, Ariel Sharon, hizo la vista gorda ante lo que estaba sucediendo.
Se dice que el 17 de septiembre se le comunicaron detalles de la masacre, pero
el hombre que luego se convertiría en el Primer Ministro de Israel se mantuvo
impasible, lo que permitió que el asesinato continuara durante varias horas
más.
¿Qué
pasó después?
Siguieron la conmoción e indignación. El
Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 521 por unanimidad,
condenando la masacre. El 16 de diciembre de 1982, la Asamblea General de la
ONU declaró que la masacre fue un “acto de genocidio”.
Israel inició una investigación propia el
28 de septiembre de 1982 con la Comisión de Investigación de Kahan. Llegó a la
conclusión de que la “responsabilidad directa” recaía en los falangistas, y que
ningún israelí se consideraba “directamente responsable”, aunque se consideraba
que Israel era “indirectamente responsable”. Sin embargo, se descubrió que el
ministro de Defensa, Ariel Sharon, tenía “responsabilidad personal” por
“ignorar el peligro de la matanza y la venganza” y “no tomar las medidas apropiadas
para evitar la matanza”. Fue despedido de su cargo, pero eso hizo poco en dañar
su carrera política y se convirtió en el Primer Ministro de Israel en 2001.
Para Estados Unidos, que había garantizado
la seguridad de los civiles que quedaron después de que los combatientes de la
OLP fueran enviados desde el Líbano, la masacre fue una profunda vergüenza.
Causó un daño inmenso a su reputación y llevó a la decisión de desplegar
fuerzas estadounidenses en el país con resultados desastrosos. El presidente
Reagan ordenó a los marines estadounidenses que regresaran al Líbano y, poco
más de un año después, el 23 de octubre de 1983, 241 soldados estadounidenses
fueron asesinados cuando dos camiones bomba destruyeron sus barracones en
Beirut, lo que llevó a Reagan a retirar a las fuerzas estadounidenses para
siempre.
Para los palestinos, la tragedia de Sabra
y Chatila sigue siendo un poderoso recordatorio de su ciclo aparentemente
interminable de desplazamiento. Fue otra consecuencia más de la limpieza étnica
de Palestina en la Nakba de 1948 y nuevamente en 1967. Alrededor de medio
millón de refugiados palestinos todavía están deshumanizados e inseguros en su
situación en el Líbano, con pocos derechos civiles y políticos. Unos 5,4
millones se encuentran dispersos por la región en miserables campos de
refugiados, con una inquietante sensación de permanencia.
Fuente original: https://www.monitordeoriente.com/20190916-recordando-la-masacre-de-sabra-y-chatila/
Cachemira al borde del abismo
www.rebelion.org
/ 090919
En un mundo inestable, sacudido por
conflictos violentos e invasiones imperiales, en que se violan implacablemente
todas las normas, ¿tenía Cachemira realmente la posibilidad de ser libre?
Cuando se extienden los disturbios, India, la supuesta mayor democracia del
mundo, ha impuesto un bloqueo total de las comunicaciones. Cachemira está
aislada del mundo. Incluso los líderes políticos más conciliadores y
colaboracionistas se hallan ahora bajo arresto domiciliario, así que cabe temer
lo peor para el resto de la población de la región.
Durante casi medio siglo, Cachemira ha
sido gobernada desde Delhi con la máxima brutalidad. En 2009, el descubrimiento
de unas 2.700 tumbas anónimas en tan solo tres de los 22 distritos de la región
confirmó lo que se sospechaba desde hacía tiempo: una historia de decenios de
desapariciones y asesinatos extrajudiciales. Ha habido noticias de torturas y
violaciones de mujeres y hombres, pero puesto que el ejército indio está
efectivamente por encima de la ley, sus soldados gozan de impunidad al
perpetrar estas atrocidades y nadie puede ser imputado por crímenes de guerra.
A modo de contraste, en el lejano Estado
nororiental indio de Manipur, las mujeres del lugar, sometidas a continuas
violaciones por parte del personal militar indio, reaccionaron en 2004 con una
de las manifestaciones públicas más asombrosas y memorables: un grupo de
mujeres y niñas, de ocho a ochenta años de edad, se desnudaron delante del
cuartel local del ejército indio y mostraron letreros con el lema sarcástico y
burlón de “Venid y violadnos”. Protestaban por la mutilación y ejecución,
después de su supuesta violación múltiple, de la activista Thangjam Manorama,
de 32 años de edad, por paramilitares del 17º regimiento de fusileros de Assam.
Sus homólogas cachemires, sometidas a abusos similares y peores, han tenido
demasiado miedo para hacer lo mismo.
Muchas mujeres de Cachemira ni siquiera se
atreven a contar a sus propias familias las vejaciones que sufren a manos del
ejército indio, por temor a las represalias patriarcales en casa en nombre del
honor. Angana Chatterji, que entonces era profesora de antropología social y
cultural del Instituto de Estudios Integrales de California (y que ahora es
codirectora de programa en la universidad de Berkeley), ha descrito un episodio
espeluznante que destapó durante su trabajo de campo de 2006 a 2011 sobre los
abusos de los derechos humanos en Cachemira:
Muchas han sido forzadas a presenciar la
violación de mujeres y niñas de la propia familia. Una madre que al parecer fue
obligada a presenciar la violación de su hija por personal militar rogó que
liberaran a su hija. Se negaron. Entonces pidió que no la obligaran a estar
presente y que le dejaran salir de la habitación o la mataran. Un soldado le
puso el cañón de la pistola en la frente, diciendo que ella lo había querido, y
la mató antes de que procedieran a violar a su hija.
Desde la década de 1980, India ha
mantenido una ocupación militar de tipo colonial, trufada de sobornos,
amenazas, terrorismo de Estado, desapariciones, etc. Sin duda, de todo ello es
responsable del gobierno indio, pero Delhi pudo ampararse en la estupidez
indecible de los generales paquistaníes y su agencia de espionaje ISI a finales
de la década de 1980 y comienzos de la de 1990. Confundieron lo que era de
hecho un triunfo de la guerra fría de EEUU contra los soviéticos en Afganistán,
en la que utilizaron a los paquistaníes y los yihadistas como peones, pero les
hicieron creer que en realidad era su victoria. Los grupos yihadistas
responsables, entonces llamados muyahidines, habían sido calificados por Reagan
y Thatcher –por no hablar de los medios liberales de Occidente– de combatientes
por la libertad. Este tipo de alabanza envalentonó a sus patronos del ISI, y
los generales paquistaníes supusieron que un ejercicio similar en Cachemira
podría proporcionarles otra victoria.
Así, Pakistán fue responsable de infiltrar
combatientes yihadistas después de su éxito en Afganistán. En Cachemira, el
resultado fue un desastre. Contribuyó a destruir el tejido social y cultural de
lo que hasta entonces había sido una cultura musulmana pacífica, muy influida
por varias formas de misticismo sufí, e hizo que muchos cachemires se
revolvieran contra ambos gobiernos. Miles se refugiaron en otras partes de India,
mientras que cientos de alumnos y sus familias cruzaron la frontera con la
parte de Cachemira controlada por Pakistán. Muchos de ellos optaron después por
recibir instrucción militar. La insurgencia armada de la década de 1990 fue
aplastada por la superioridad de las armas de India.
Finalmente, después de que los atentados
del 11 de septiembre de 2001 mostraran la locura de recurrir a las fuerzas
yihadistas, EEUU obligó a Pakistán a desmantelar las redes extremistas que
había creado en Cachemira. Sin embargo, quedaron restos locales que sirvieron
al propósito de aislar a la provincia del apoyo potencial de otras partes del
país. Todo buen patriota miró para otro lado ante los desmanes que cometían el
gobierno indio (cualquiera que fuera su color) y el ejército en Cachemira.
El descontento político no cesó. El 11 de
junio de 2010, los paramilitares de la llamada Fuerza Central de Reserva de la
Policía (CRPF) atacaron con gases lacrimógenos a jóvenes manifestantes que
protestaban por unos asesinatos cometidos por fuerzas de seguridad respaldadas
por India. Uno de los proyectiles golpeó en la cabeza a un muchacho de 17 años,
Tufail Ahmed Mattoo, reventándole el cráneo. Periódicos de Cachemira publicaron
una fotografía del chico muerto en la calle, pero en el resto de India el
suceso pasó prácticamente desapercibido. Se desencadenó una revolución política
en que decenas de miles de personas desafiaron el toque de queda y se
manifestaron tras el cortejo fúnebre de Mattoo, reclamando venganza. En las
semanas siguientes, la represión segó la vida de más de un centenar de
estudiantes y jóvenes parados. El odio sentido por mucha gente hacia el
gobierno de Nueva Delhi unió a los cachemires de diversas tendencias políticas.
Sin embargo, las atrocidades se vuelven
rápidamente banales cuando el Estado responsable se considera un firme aliado.
Al igual que Israel, Arabia Saudí, Colombia, y Congo, India entra ya de lleno
en esta categoría. Los primeros ministros Benjamin Netanyahu y Narendra Modi,
por ejemplo, son ahora grandes amigos, y en los últimos años se han visto en
Cachemira asesores israelíes al amparo de una estrecha colaboración en materia
de espionaje y seguridad, iniciada a comienzos de la década de 2000. La
revocación del artículo 370, que protegía la demografía de Cachemira al limitar
la residencia exclusivamente a la ciudadanía cachemir y, en virtud de un
subapartado (el llamado artículo 35A), prohibía la venta de bienes inmuebles a
individuos no cachemires, y la división prevista de Cachemira en tres bantustanes
separados recuerda la ocupación de Palestina por parte de Israel.
La dinámica del apoyo incondicional de
EEUU es similar. Con respecto a Cachemira, Clinton, Bush, Obama y Trump han
mantenido todos, la misma línea: quitando hierro y pasando por alto los actos
de terrorismo de Estado en la región porque el Departamento de Estado considera
a India una aliada estratégica que ofrece ventajas económicas potenciales, la
proximidad a China y la cooperación en la guerra contra el terrorismo. Modi,
quien durante un tiempo tenía vedada la entrada en EE UU en represalia por la
masacre de musulmanes que tuvo lugar en 2002 bajo su supervisión como ministro
principal del Estado de Gujarat, es celebrado hoy como un hombre de Estado a
quien no le tiembla el pulso a la hora de tomar decisiones drásticas: una
mezcla india de Trump y Netanyahu.
*
El conflicto de Cachemira, que ha
provocado ya dos guerras entre India y Pakistán y una feroz represión en la
propia provincia, debe contemplarse desde la perspectiva histórica. La
partición de India en 1947 se produjo sobre la base de que en los territorios
del norte y del este de la India británica, provincias de gran extensión y con
poblaciones mixtas –Punyab y Bengala–, se dividirían según criterios
religiosos. El resultado fue un baño de sangre de violencia comunal que causó
la muerte de más de un millón de personas y enormes flujos de refugiados. En
otros lugares, el tratado de 1947 previó la creación colonial de Estados
principescos, gobernados sin ninguna pretensión democrática por funcionarios
británicos con sendos maharajás como gobernantes nominales. El plan de
partición estableció que en provincias en que el gobernante fuera musulmán,
pero el grueso de la población incluyera hindúes, el gobernante se adheriría a
India.
En Hyderabad, donde el nizam (el monarca
local) retrasó la adhesión, entró el ejército indio y resolvió la cuestión por
la fuerza. En Cachemira, donde el maharajá Hari Singh era hindú, pero el 80% de
la población era musulmana, se acordó que el gobernante firmaría los documentos
de adhesión y el Estado pasaría a formar parte de Pakistán. Pero Singh se hizo
el remolón.
El ejército paquistaní estaba encabezado
en aquel entonces por el general británico Douglas Gracey, que vetó todo uso de
la fuerza. El gobierno paquistaní envió entonces a combatientes irregulares,
encuadrados por oficiales musulmanes del ejército y reclutados en gran parte
entre las tribus pashtunes, que además carecían de disciplina militar, por
decirlo suavemente. La demora de dos días en que se dedicaron al saqueo y a la
violación de la población local resultó fatal. Una fuerza mejor organizada
podría haber tomado el aeropuerto de Srinagar sin resistencia alguna y asunto
concluido. En vez de ello, en octubre de 1947, el gobierno de Nehru en Delhi,
respaldado por el comandante en jefe británico y con el apoyo del pacifista
Mahatma Gandhi, envió tropas indias aerotransportadas que presionaron al
maharajá para que se adhiriera a India, ocupando la mayor parte de la
provincia, “el seno nevado de los Himalayas”, según Nehru.
Estalló una guerra con Pakistán. Fue India
quien remitió el conflicto a Naciones Unidas, que exigió un alto el fuego
inmediato, seguido en breve de un referéndum sobre el estatuto futuro de la
región. En enero de 1949 se acordó una línea de alto el fuego, que supuso que
dos tercios de Cachemira se mantendrían bajo el control de India. A lo largo de
la década de 1950, dirigentes del Partido del Congreso, incluidos Nehru y
Krishna Menon, declararon públicamente que se comprometían a convocar el
plebiscito. Esto nunca ocurrió, pues se sentían políticamente en la cuerda
floja, tenían complejo de culpa y nunca estaban seguros de por qué lado se
inclinaría la gente, por el de India o el de Pakistán. La democracia tiene sus
problemas.
Conscientes de lo grotesco de la situación
que habían creado, los políticos de Delhi introdujeron en la constitución el
artículo 370, que junto con sus posteriores subapartados, garantizaba a
Cachemira un insólito grado de autonomía. Este estatuto especial prohibía a
todas las personas no cachemires adquirir el permiso de residencia y derechos
de propiedad en la región. Y, sobre todo, el gobierno indio se comprometía a
convocar un plebiscito, es decir, una votación sobre la concesión del derecho
de autodeterminación a la población cachemir a fin de solventar la fatídica
decisión del maharajá. Esta fue la zanahoria ofrecida al jeque Abdullah, el
popular líder cachemir, favorable al Partido del Congreso, quien formó un
gobierno provisional y aceptó la adhesión temporal a India.
Abdullah, hijo de un comerciante de
mantones, ya era una figura legendaria cuando se produjo la división de India.
Durante el periodo colonial había luchado por los derechos sociales y políticos
de su pueblo, citando a menudo una copla subversiva del poeta Iqbal: “En el
intenso frío de invierno tiembla su cuerpo desnudo / cuya destreza envuelve a
los ricos en majestuosos mantones.” Nehru comprendió muy pronto que sin el
apoyo del jeque Abdullah, quien era musulmán, no había nada que hacer en
Cachemira. Pero el conflicto entre ellos era inevitable.
Abdullah siguió reclamando el referéndum,
pero Nehru se negó obstinadamente. Riñeron y Abdullah entró y salió de la
cárcel, y Cachemira fue gobernada de hecho desde Delhi. Sin embargo, nunca se
puso en entredicho el artículo 370, excepto, por un lado, por parte de
Pakistán, que vio en la cláusula una base permanente para la ocupación india, y
por otra, por parte de la organización nacionalista hindú de extrema derecha,
Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), que ganó notoriedad mundial con su decisión
–que sigue defendiendo hoy– de asesinar a Gandhi en 1948.
En 1951, dirigentes de RSS crearon el
precursor del moderno Bharatiya Janata Party (BJP), que, siguiendo el ejemplo
de RSS, siempre hizo campaña por normalizar Cachemira. Hoy, el propio primer
ministro de India es un producto de la rama RSS-BJP, formado desde que era niño
como voluntario paramilitar. Hasta ahora, sin embargo, los sucesivos gobiernos
del BJP y, en este aspecto, del Partido del Congreso habían mantenido intacto
el artículo 370, pese a intensificar la represión en Cachemira y extender una
serie de cheques en blanco al ejército indio. Modi, cuyo partido ganó
recientemente la reelección frente a una oposición débil y dividida, ha
decidido ir hasta el final, celebrando la revocación del artículo 370 en un
tuit del 6 de agosto:
“Saludo a mis hermanas y hermanos de
Jammu, Cachemira y Ladaj [la nueva designación de tres territorios en la región
disputada] por su coraje y resiliencia. Durante años, grupos interesados que
creían en el chantaje emocional nunca se preocuparon de empoderar al pueblo.
J&K se ha liberado ahora de sus cadenas. ¡Nos espera un nuevo amanecer, un
mañana mejor!”
Esta delirante declaración revela su falta
de honestidad: omitió las palabras hindúes para calificar a las “hermanas y
hermanos”.
¿Qué ocurrirá ahora? El Partido del
Congreso y los partidos a su izquierda soltarán lágrimas de cocodrilo por el
artículo 370 y se negarán a admitir que han sido sus propias políticas y
silencios los que allanaron el camino a Modi y la imposición de las exigencias
de su partido. El temor y el oportunismo han silenciado a la India liberal,
inclusive las estrellas musulmanas de Bollywood, que se inclinan hacia atrás
para demostrar su lealtad a este gobierno, como ya hicieron con sus
predecesores del Partido del Congreso, sin darse cuenta de que en el
vocabulario de Modi no existen los buenos musulmanes. Lo mismo se puede decir
de la mayoría de columnistas de los medios indios y de los presentadores de
televisión, como se ha quejado el escritor Pankaj Mishra:
“Unos
pocos comentaristas indios han deplorado, de forma coherente y elocuente, el
historial indio de elecciones amañadas y atrocidades en el valle, si bien
hablan principalmente en términos de desactivar en vez de atender las
aspiraciones cachemires. Pero muchos más han solido ponerse nerviosos ante la
mención de la desafección en el Valle de Cachemira. “No voy a comentar aquí
este asunto espinoso”, escribe Amartya Sen en una nota al pie dedicada a
Cachemira en The Argumentative Indian.
En el contexto más resonante de un libro titulado Identity and Violence, Sen vuelve a relegar la cuestión a una nota
al pie de página.
Modi ha dicho que lo que él hace es la
única “solución cachemira” racional. Para él se trata de la solución política
definitiva, y si los musulmanes de Cachemira se oponen, los aplastarán y punto.
Empresarios no cachemires se frotan las manos anticipadamente, pues tienen
previsto abrir la última frontera, ya con todos los obstáculos apartados. Y unos
asquerosos tuits de bramanes (hindús de clase alta) celebran la idea de
asentarse allí y “casarse con chicas cachemires”, y cosas peores. En Pakistán,
el gobierno de Imran Khan ha decidido retirar a su embajador y expulsar a su
homólogo indio. Las medidas simbólicas y las palabras duras son igual de
ineficaces, pero, ¿consiste la alternativa en otra guerra no nuclear? Lo dudo
mucho. Ni EEUU ni China, estrechos aliados de ambos países, tolerarían
semejante iniciativa, y el FMI cancelaría de inmediato su préstamo punitivo a
Pakistán.
Los palestinos ya han sufrido una terrible
derrota histórica, pero cuentan con algún apoyo entre ciudadanos de otros
países, incluido el movimiento BDS [boicot, desinversión, sanciones]. Modi y
Netanyahu destacan que la normalización supone en gran medida una mejora
económica e imaginan, como indica el plan para Palestina del yerno y asesor del
presidente de EE UU, Jared Kushner, que las aspiraciones políticas y nacionales
del pueblo pueden hacerse olvidar a base de sobornos. Toda la historia de los
movimientos anticoloniales demuestra lo contrario, como ha sucedido también con
los intentos más recientes de recolonizar el mundo árabe.
El pasado fin de semana, un abogado
cachemir que trabaja en Londres me envió un texto: “Llevo seis días sin poder
ponerme en contacto con mi familia. Lo peor es que somos invisibles para el
mundo y no solo en Occidente… Mira la vergonzosa conducta de los gobiernos
árabes y el apoyo declarado que ha recibido Modi de los Emiratos Árabes
Unidos”.
A pesar del bloqueo informativo total
impuesto por India, ahora aparecen en YouTube algunas imágenes provenientes de
Cachemira. Una madre que llora en la sala de un hospital porque teme por la
vida de su hijo, gravemente herido por arma de fuego. Un tendero que explica
cómo los soldados penetraron en su local y abrieron fuego sin motivo alguno.
Imágenes de calles desiertas. Temo que el pueblo cachemir, aislado del mundo y
por el mundo, está oliendo el aire de la noche al borde del abismo.
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