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EL DIABLO SE ENSAÑA PARA DESTRUIR - Santa Misa - Papa Francisco
Papa Francisco en su homilía de la Santa Misa de Hoy, comentando las lecturas del día que hablan de la Pasión de Jesús, subrayó que es la propia manera del diablo de destruir con un estilo particular, la alevosía. Existe la seducción, con la que Satanás quiere alejarse de la Cruz ofreciendo el espíritu mundano, el poder, la vanidad, pero también existe la saña.
¿Dónde está la verdadera amenaza nuclear en el Medio Oriente?
¿Dónde
está la verdadera amenaza nuclear en el Medio Oriente?
Manlio Dinucci
www.voltairenet.org
/ 100120
Irán no respeta los acuerdos nucleares” (Il Tempo),
“Irán se retira de los acuerdos nucleares: un paso hacia la bomba atómica”
(Corriere della Sera), “Irán prepara las bombas atómicas: adiós al acuerdo
nuclear” (Libero). Casi todos los medios anuncian en ese tono la decisión de Irán,
consecuencia del asesinato del general irania Qassem Suleimani, ordenado por
el presidente Trump, de no seguir aceptando las limitaciones para el
enriquecimiento de uranio estipuladas en el acuerdo que firmó en 2015 con el
grupo 5+1 (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, China más Alemania).
O sea, esos medios de “información” no abrigan
dudas sobre el origen de la amenaza nuclear en el Medio Oriente. Pero se olvidan
de que fue el presidente Trump quien sacó a Estados Unidos del acuerdo 5+1 en 2018,
acuerdo que Israel había definido como «la rendición de Occidente ante el eje
del mal encabezado por Irán».
Tampoco dicen ni una palabra sobre el hecho que
en el Medio Oriente hay una sola potencia nuclear: Israel, que ni siquiera se somete
a ningún tipo de control porque no es firmante del Tratado de No Proliferación,
documento que Irán sí firmó.
El arsenal nuclear israelí, sobre el cual se extiende
una pesada capa de secreto y de silencio, está evaluado en una cantidad de
entre 80 y 400 ojivas nucleares y en un volumen de plutonio suficiente para
fabricar varios centenares más. Israel también produce seguramente tritio, un
gas radioactivo utilizado en la fabricación de armamento nuclear de nueva
generación, como las llamadas mini-nukes y las bombas de neutrones, capaces de
provocar una contaminación radioactiva a pequeña escala –lo cual permitiría
usarlas contra objetivos geográficamente cercanos a Israel.
Las cargas nucleares israelíes están listas
para su uso con misiles balísticos como el Jericho, cuyo alcance se sitúa
entre 8,000 y 9,000 kilómetros. Alemania ha proporcionado a Israel –como donación
o a precios reducidos– 4 submarinos de la clase Dolphin modificados para portar
misiles nucleares Popeye Turbo, con un alcance de 1,500 kilómetros.
Silenciosos y capaces de mantenerse en inmersión durante una semana, esos
submarinos israelíes navegan por el este del Mediterráneo, el Mar Rojo y el
Golfo Pérsico, listos para iniciar un ataque nuclear.
Estados Unidos, que ya entregó a Israel más de
350 cazabombarderos F-15 y F-16, está enviándole ahora al menos 75 F-35,
igualmente capaces de portar armamento convencional o nuclear. Una primera
escuadra de F-35 israelíes entró en operaciones en diciembre de 2017. La empresa
Israel Aerospace Industries produce actualmente componentes que hacen las alas
de los F-35 invisibles para los radares. Con esa tecnología, que también se aplicará
a los F-35 italianos, Israel incrementa las capacidades de ataque de sus fuerzas
nucleares.
Israel –que mantiene sus 200 armas nucleares
apuntando hacia Irán, como indicó en 2015 el ex secretario de Estado
estadounidense Colin Powell [1]– está decidido
a conservar su monopolio del armamento atómico en el Medio Oriente impidiendo
que Irán desarrolle un programa nuclear civil que podría permitirle algún día producir
armas nucleares, capacidad que hoy tienen decenas de países.
Pero en el ciclo de explotación del uranio no existe
una frontera definida entre el uso civil y el uso militar del material fisible
y, con tal de bloquear el programa nuclear iraní, Israel está dispuesto a recurrir
a cualquier medio. Los asesinatos consecutivos de 4 científicos nucleares iraníes,
entre 2010 y 2012, son, según todos los indiciosm obra del Mossad israelí.
Las fuerzas nucleares israelíes están
integradas al sistema radioelectrónico global de la OTAN, en el marco de un «Programa
de Cooperación Individual» con Israel, país que, sin ser miembro de la alianza
atlántica, mantiene una misión permanente en el cuartel general de la OTAN, en Bruselas.
Según el plan puesto a prueba en el ejercicio
Juniper Cobra 2018, realizado por Estados Unidos e Israel, fuerzas de Estados Unidos
y la OTAN llegarían desde Europa (principalmente desde la bases instaladas en Italia)
para respaldar a Israel en una guerra contra Irán [2].
Esa guerra podría comenzar por un ataque de Israel
contra las instalaciones nucleares iraníes, como el ataque aéreo israelí
realizado en 1977 contra el reactor nuclear iraquí de Osirak. El Jerusalem Post
confirmó el 3 de enero que Israel tiene bombas no nucleares antibunker,
utilizables principalmente desde los aviones F-35 proporcionados por Estados
Unidos, capaces de alcanzar la instalación nuclear iraní de Fordow [3].
Irán no tiene armas nucleares, pero sí cuenta
con una capacidad militar de respuesta que no tenían Yugoslavia, Irak ni Libia
cuando fueron atacados por Estados Unidos y la OTAN. Y ante la previsible
respuesta de Irán, Israel podría recurrir a su armamento nuclear, iniciando así
una reacción en cadena de proporciones y resultados totalmente imprevisibles.
“Un laico judío sin ninguna formación rabínica”
Juan Antonio Estrada
www.religiondigital.org / 27.12.2019
Jesús proviene de una religión centrada en el
culto sacrificial, el sacerdocio del templo, la ley religiosa y las Escrituras
sagradas. La profecía, el sacerdocio cultual y los rabinos representaban las
instancias determinantes del judaísmo, junto al sanedrín y la autoridad
patriarcal. Los profetas fueron los grandes renovadores de la vida de Israel y
mantuvieron la esperanza de un mesías. La era mesiánica fue la versión judía de
la expectativa universal de una sociedad más fraterna, justa y sin mal. Esta
esperanza ofreció un proyecto de vida y fue fundamental para preservar la
identidad judía cuando perdieron su tierra y se dispersaron en el imperio.
Jesús fue un laico judío sin ninguna formación
rabínica, que cambió la forma de comprender la Escritura y la ley religiosa. Con él surgió otro proyecto de salvación,
que centró la religión en las aspiraciones humanas y la sacó del entorno
religioso. Ya no era la religión del templo, sino un modo de vivir, vinculado a
la ética, centrado en la vida profana y marcado por la urgencia del reinado de
Dios en Israel.
Comenzó un proceso de desacralización y se
desplazó el centro de gravedad del templo, el culto y el sacerdocio en favor de
una vida entregada a los demás, especialmente a los más vulnerables. La
reacción violenta de la religión amenazada y del poder político, hostil a todo
mesianismo, fue su ajusticiamiento. Participó así del destino de los profetas y
de todos los que lucharon por cambiar la sociedad y religión judías.
El cristianismo surgió como una corriente
dentro del judaísmo, protagonizada mayoritariamente por gente popular y
sencilla, discípulos laicos de Jesús. Inicialmente predicaron un mensaje en
continuidad con el de Jesús, buscando la conversión del pueblo judío. Pero el
anuncio de la resurrección generó un nuevo dinamismo universal y se pusieron
las bases de un Dios trinitario, reformando las imágenes divinas del Antiguo
Testamento.
El cristianismo ha surgido del tronco judío y
lo ha rebasado. La relativización de la ley religiosa, del culto y del templo
llevó a la ruptura final con el judaísmo y a una nueva forma de entender la
relación con Dios. El binomio pecado y castigo, que impregnaba el culto y la
ley religiosa, fue desplazado por una dinámica centrada en el sufrimiento
humano, en el perdón de los pecados y la misericordia divina. Una vida
sacrificada a los demás, siguiendo el modelo de Jesús, un culto existencial y
el paso de la comunidad discipular a la Iglesia fueron señales características
del cristianismo.
El cristianismo se constituyó como una
comunidad de personas, que vivían la salvación como un proyecto de sentido en
el mundo y que estaban lejanos a las dinámicas ascéticas y cultuales de Israel
y otros grupos religiosos del imperio romano. No rehusaron la herencia judía y
romana, pero la transformaron. Se adoptaron estructuras y cargos no religiosos
del judaísmo (presbíteros o ancianos) y del imperio romano (obispos y
diáconos). Al ser una religión perseguida no podían tener templos y surgieron
las iglesias domésticas.
El ministerio (diáconos, presbíteros y entre
ellos el obispo) no era solo una dignidad sino una carga, ya que los dirigentes
eran los primeros perseguidos por las autoridades. Vivían en el seno de las
comunidades que les habían elegido y como ciudadanos del imperio, casados y con
familias, con un trabajo profano y un estilo de vida laical. Su forma de vida y
de entender la relación con Dios, el culto y las leyes religiosas fueron
también la causa de la hostilidad que encontraron en el imperio romano, como
antes en Israel.
Diáconos, presbíteros y obispos vivían en el
seno de las comunidades que les habían elegido y como ciudadanos del imperio,
casados y con familias, con un trabajo profano y un estilo de vida laical
De ahí se podía esperar una nueva forma de
vivir la religión. La de un grupo centrado en la comunidad y en la misión,
cuyos protagonistas eran todos los cristianos y no solo los clérigos. Especial
relevancia tuvieron las mujeres, cuya conversión arrastraba a toda la familia,
las cuales protegieron y financiaron a las incipientes iglesias domésticas.
La quinta columna cristiana en el Imperio fue
progresivamente impregnándolo y conquistando cada vez a más personas, a pesar
de la hostilidad de los tres primeros siglos. Paradójicamente, el éxito social
y religioso fue la causa de un progresivo distanciamiento del proyecto de Jesús
y del de la Iglesia primitiva. La creciente clericalización, la pérdida de la
comunidad en favor de los ministros, la creación de un culto rejudaizado y
romanizado marcaron al cristianismo, cada vez más cercano al modelo religioso
preponderante en el imperio.
La revelación de Dios por Jesús se modificó en
favor de la homologación con el teísmo de raíces judías y grecorromanas. El
Jesús de los evangelios fue desplazado por una teología centrada en su
filiación divina y en hacer compatibles la persona divina y la humana. Y el
Espíritu Santo, que había inspirado la creación de una comunidad protagonista,
con pluralidad de ministerios y carismas, perdió cada vez más relevancia en
favor de una gracia transmitida por los sacramentos y la obediencia a la
jerarquía.
Dos mil años después vivimos el reto de volver
a inspirarnos en Jesús y en el cristianismo primitivo. El futuro está en volver
a los orígenes, en la creación de comunidades, en el protagonismo de los laicos
y en la igualdad eclesial de las mujeres. Desde ahí será posible afrontar el
reto que plantea al cristianismo una sociedad secularizada y laicizada, que ha
sustituido a la iglesia de cristiandad.
Hay que recuperar la alternativa cristiana a la
religión y a la sociedad, pero esto implica una reforma radical de la Iglesia y
del cristianismo, recuperando el Vaticano II y yendo más allá de él. Quizás la
crisis actual de la Iglesia y de las vocaciones sacerdotales y religiosas sean
la base para una nueva etapa innovadora.
Recuperar la fe en Jesús y en su proyecto de
vida son exigencias internas del cristianismo. A Dios no lo conocemos, pero en la humanidad de Jesús tenemos la
referencia para encontrarlo (Jn 1,18) y
vivir una vida con sentido. Y desde ahí es posible afrontar la nueva época
secular en la que la religión ha perdido irradiación social y capacidad de
responder a las demandas humanas. Hay que volver a evangelizar las viejas
cristiandades, convertidas hoy en sociedades sin religión.
¿Y ahora?
Marcelo Colussi
www.rebelion.org
/ 210120
Desde el pasado martes 14 de enero hay nuevo
mandatario en Guatemala: asumió Alejandro Giammattei como presidente. ¿Qué
esperar?
En la asunción del presidente anterior, Jimmy
Morales, en 2016, la población tenía grandes expectativas; se venía de
numerosas manifestaciones (urbanas, clasemedieras, sin propuesta real de
transformación, debe aclararse), que habían dado la sensación de cierto “poder
popular”. Con el binomio presidencial de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti
preso, se podía creer que había comenzado una auténtica lucha contra la
corrupción. Los cuatro años de mandato del ahora saliente ex comediante
mostraron que no era así. De todos modos, las expectativas de entonces eran
muchas, y dado que el gobierno de Estados Unidos, con Barack Obama a la cabeza,
mantenía un discurso de modernización y transparentización para los países del
Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), todo
contribuía a albergar esperanzas.
Hoy día, 2020, no parece haber ninguna. Los
recién celebrados 23 años de la Firma de los Acuerdos de Paz pasaron sin pena
ni gloria. El mismo flamante presidente Giammattei informó que los mismos no se
han cumplido, por lo que no tiene ninguna obligación de tomarlos en
consideración para su gobierno. El ex presidente Morales, que prometió trabajar
contra la corrupción, prácticamente lo único que hizo en su administración fue
ver cómo se sacaba de encima a la CICIG. Rodeado de militares vinculados a la
contrainsurgencia y con nexos con el crimen organizado, para mucha gente el
recién terminado fue el período presidencial más desastroso desde el retorno de
la llamada democracia.
Explicar el descalabro en el que queda el país
-no muy distinto al que reinó siempre, debe enfatizarse- solo por el etilismo
episódico agudo del ahora ex presidente, no dice mucho. Eso responde a una
cuestión absolutamente político-ideológica. En estos cuatro años de gobierno
del FCN-Nación, se retrocedió en muchos aspectos. Como siempre, el único sector
que prosperó fue el alto empresariado, y la nueva oligarquía hecha a la sombra
de negocios non sanctos. Corrupción e
impunidad, definitivamente, siguieron siendo los motores que impulsaron esa
prosperidad.
“Yo no quiero ser reconocido como un hijo de
puta más en la historia de este país”, decía Giammattei en su campaña
proselitista. ¿Eso abre esperanzas? No pasa de la pura pirotecnia verbal, tan
cara a los políticos antes de las elecciones. Incluso el mandatorio anunció que
se van a revisar varios de los acuerdos del gobierno saliente. No está claro
cuáles serían con exactitud, pero podría tratarse del firmado con Washington
que transforma a Guatemala en el depósito de migrantes irregulares, y quizá el
de los bochornosos nombramientos hechos a última hora en la Cancillería.
Su caballito de batalla está dado -nominalmente
al menos- por el combate a la corrupción y a la desnutrición. En su discurso de
toma de posesión prometió resultados visibles en el corto plazo en temas tan
sensibles como la reducción de la pobreza (60% de pobres actualmente), desnutrición
(primer lugar en Latinoamérica, sexto en el mundo), reformas al sistema
educativo (la segunda inversión más baja en el continente, luego de Haití: 2.8%
del PBI), aumento de la carga tributaria (prometió llevarla al 14% del PBI), combate
al narcotráfico (se trabajará con militares colombianos en ese aspecto) y la
promoción de cuatro iniciativas de ley que presentará próximamente al Congreso
para mejorar el clima de negocios favoreciendo inversiones externas.
Giammattei es alguien de derecha, claramente
defensor de la libre empresa, conservador en términos ético-sociales (contrario
al aborto y al matrimonio homosexual), amigo de la “mano dura” en el tema de
seguridad. No por nada su gabinete está conformado por varios militares ligados
al conflicto armado interno y por empresarios representantes de la ideología
neoliberal privatista.
¿Qué esperar de este nuevo período que se abre?
En términos estructurales, nada nuevo. Quizá haya un discurso -al menos al
inicio- de mayor “preocupación” por los problemas sociales. Pero está claro que
quienes lo apoyaron básicamente fueron la cúpula empresarial y la embajada de
Estados Unidos. Si de ahí vino el “visto bueno”, se entiende lo que se podrá
esperar.
Es creencia repetida hasta el cansancio, que
los presidentes, los mandatarios en sentido amplio, en este engendro confuso y
perverso que se nos presenta como “democracia” (pretendidamente: gobierno del
pueblo), son los que mandan.
Esta idea, absolutamente cargada de una
ideología antipopular, mezquina y entronizadora del individualismo, ve la
historia como producto de “grandes hombres”. Vale la pena, al respecto, repasar
esa maravillosa poesía del dramaturgo alemán Bertolt Brecht “Preguntas de
un obrero que lee”. Allí, mofándose de esa creencia centrada en los “grandes”
personajes, entre otras cosas se pregunta: “César derrotó a los galos. ¿No
llevaba siquiera cocinero?”
La historia es una muy compleja concatenación
de hechos, siempre en movimiento, donde el conflicto, el choque de elementos
contrarios es lo que la dinamiza. De ahí que un pensador decimonónico, hoy
tratado (infructuosamente) de “pasado de moda” -en realidad, más vivo que
nunca- pudo decir que “la lucha de clases es el motor de la historia”. Aunque
cierto pensamiento conservador, de derecha, pueda horrorizarse ante esa
formulación y pretenda seguir viendo en esos “grandes hombres” (¿no hay grandes
mujeres también?) los factores que mueven la humanidad -por lo que llama al
“pacto social”, a la “negociación de las diferencias”-, con los pies más sobre
la tierra uno de los actuales super archimillonarios del mundo: el financista
estadounidense Warren Buffet (127,000 millones de dólares de patrimonio), dijo
sin tapujos: “Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase
rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.” Y que no anide la
más mínima duda: ¡Warren Buffet es de derecha!
Debe quedar claro de una buena vez por todas
que la historia no la hacen los personajes, no depende de “una persona” en
particular; la historia la hacen las grandes mayorías en su dinámica social.
Los personajes, como diría Hegel, son parte de un infinito teatro de
marionetas. Los personajes pueden contar: no es lo mismo Jimmy Morales que
Vladimir Putin, o que Fidel Castro, por ejemplo. Álvaro Arzú, hombre fuerte de
la política guatemalteca por varias décadas y conspicuo exponente de la
oligarquía nacional, no es lo mismo que el presidente saliente, por supuesto;
pero esos “hombres” no deciden todo. Los mandatarios, en las democracias
capitalistas, son una expresión de los verdaderos factores de poder, quienes
detentan la propiedad de los medios de producción: tierras, empresas, banca.
¿Quién da
las órdenes a quién?
Veamos este ejemplo: en Guatemala regresó esto
que llamamos democracia en el año 1986. Ya han pasado infinidad de gobernantes
desde entonces, “elegidos democráticamente”: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano,
Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Oscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez, Jimmy
Morales, más dos que llegaron por mecanismos administrativos: Ramiro de León y
Alejandro Maldonado. ¿Algún cambio para las grandes mayorías populares?
¡Ninguno! Sigue la pobreza, la exclusión de los pueblos originarios, el
patriarcado, la corrupción y la impunidad. El 60% de población en situación de
pobreza, el 50% de niñez desnutrida o el 20% de analfabetismo no lo corrige
“una” persona, más allá de la buena voluntad que pueda tener (y parece que no
la tienen). Son los detentadores de otros poderes, que no necesitan sentarse en
la silla presidencial, los que deciden las cosas. Y sobre ellos, el
representante del gobierno imperial de Estados Unidos, que hace del
subcontinente latinoamericano su zona de influencia “natural”.
Veamos otro ejemplo: Estados Unidos. Tomemos
los últimos presidentes de estas décadas: John Kennedy, Lindon Johnson, Richard
Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill
Clinton, George Bush hijo, Barack Obama, Donald Trump. ¿Qué cambió en lo
sustancial para el ciudadano estadounidense medio (Homero Simpson), o para
nosotros en Latinoamérica, su virtual patio trasero? Nada. Estados Unidos, no
importa con qué gerente, siguió siendo una potencia rapaz, belicista,
imperialista. Quien toma las decisiones finales -en general, en las sombras,
sin que el gran público lo sepa, y mucho menos pudiendo incidir en ello- son
las grandes corporaciones ligadas a los principales rubros económicos: el
complejo militar-industrial (que inventa guerras a su conveniencia: 2,000
dólares por minuto de ganancia), las compañías petroleras, los megabancos, la
industria química, la narcoactividad (que no es cierto sea un negocio solo de
narcotraficantes latinoamericanos: ¿quién la distribuye y lava los activos en el
norte?)
En Guatemala el 13.8 % del Producto Interno
Bruto -PIB- lo dan las remesas (y otro 10% lo aporta el crimen organizado, con
el narco-negocio como principal rubro). Sin dudas, esa economía está bastante
(¿terriblemente?) enferma. ¿Podrá arreglar eso el nuevo presidente? Ya pasaron
muchos mandatarios desde el retorno de la democracia, las remesas siguen
subiendo (¿crece la enfermedad?), al igual que el crimen organizado y la
cantidad de “mojados” que huyen desesperados (300 diarios). ¿Podrá decirse con
credulidad “beneficio de la duda” a partir del 14 de enero? Nada alienta a
tener esperanzas.
"Es incomprensible que quien destituyó a tantos teólogos, por no someterse al magisterio papal, sea ahora él mismo quien se opone al Papa"
www.religiondigital.org / 13.01.2020
Me produce una profunda
tristeza la noticia de la inminente publicación de un libro en el que el
dimitido papa Joseph Ratzinger y otro clérigo importante, como el cardenal
Sarah, se enfrentan al actual Sumo Pontífice de la Iglesia, el papa Francisco.
El motivo del enfrentamiento es el tema del
celibato de los sacerdotes, que, según parece, a juicio del papa dimitido, la
Iglesia tiene que mantener como obligación necesaria, aunque los cristianos de
la Amazonía no puedan tener sacerdotes que presidan la misa para aquellas
gentes y no puedan ayudar a aquellos cristianos en asuntos para los que la
misma Iglesia exige la presencia de un sacerdote.
Si, efectivamente, es cierto que el dimitido
papa J. Ratzinger y su socio Sarah quieren oponerse al actual Sumo Pontífice,
por mantener (a toda costa) el celibato de los sacerdotes, tanto Ratzinger,
como quienes coinciden con él en este asunto, deben tener siempre muy presente
que la Fe y la Tradición secular de la Iglesia nos enseña que el pensamiento y
el criterio de gobierno, que ellos defienden, no puede oponerse al criterio
fundamental de la fe y de la unidad de la Iglesia, que incluye esencialmente la
comunión con el Vicario de Cristo en la tierra, el obispo de Roma.
Así lo definió, como cuestión de “fe divina y
católica” el concilio Vaticano I (Constitución “Dei Filius”, cap. 3º. Denz. –
Hün., nº 3011; Constitución “Pastor aeternus”, cap. 3º, Denz. – Hün., nº 3060).
Por eso resulta incomprensible que quien
destituyó a tantos teólogos, por no someterse incondicionalmente al magisterio
papal, como fue el caso del cardenal Ratzinger, mientras estuvo en el cargo de
Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ahora sea él
mismo quien se opone al papa Francisco, en un asunto que no afecta a la fe de
la Iglesia.
Efectivamente, es de suma importancia tener
presente que el tema y la obligatoriedad del celibato eclesiástico no ha sido
nunca, ni lo es en este momento, un dogma de fe. Ni siquiera es un deber
universal de la Iglesia. Ya que en las Iglesias Orientales nunca se ha
mantenido, ni se mantiene, la obligatoriedad del celibato eclesiástico.
Además, la autoridad eclesiástica debería tener
siempre presente que, en los diversos escritos del Nuevo Testamento, se
mantiene exactamente la doctrina opuesta a la actual norma del celibato
sacerdotal. Según los Evangelios, Jesús no lo impuso a sus apóstoles. San
Pablo, afirmó que él, como los demás apóstoles, tenían “derecho” (“potestad” –
exousia) para ir acompañados por una mujer cristiana (1 Cor 9, 5). Y en las
cartas a Timoteo y a Tito se afirma que los candidatos al ministerio
eclesiástico, incluso al episcopado, deben ser hombres casados con una mujer,
que saben gobernar su familia, porque “quien no sabe gobernar su propia casa,
¿cómo va a llevar el cuidado de la Iglesia de Dios?” (cf. 1 Tim 3, 2-5. 12; Tit
1, 6).
Por lo demás, se sabe que incluso en el
concilio ecuménico de Nicea, el obispo Pafnucio, de la Tebaida Superior, célibe
y venerado confesor de la fe, gritó ante la asamblea “que no se debía imponer a
los hombres consagrados ese yugo pesado, diciendo que es también digno de honor
el acto matrimonial e inmaculado el mismo matrimonio; y que no dañasen a la
Iglesia exagerando la severidad; porque no todos pueden soportar la asthesis de
la ‘apatheia’ ni se proveería equitativamente a la templanza de sus respectivas
esposas” (Sócrates, Hist. Eccl. , I, XI. PG 67, 101-104).
Es evidente que no se puede privar a los cristianos de los sacramentos, sobre todo de
la eucaristía, por mantener una disciplina cuyos orígenes fueron una evidente
contradicción con lo que nos enseña el Nuevo Testamento.
Finalmente, si es que, efectivamente, las ideas
de un papa dimitido se enfrentan al único Sumo Pontífice, que actualmente
gobierna la Iglesia, esta misma Iglesia tiene que preguntarse seriamente y
sacar las debidas consecuencias del significado y las consecuencias que puede
tener –y está teniendo– la presencia, en el mismo Estado de la Ciudad del
Vaticano, un obispo que fue Sumo
Pontífice, pero que ya no lo es. Cuando eso se presta a que hasta se pueda
hablar de “dos papas” y dé motivo a situaciones de confusión y divisiones en la
Iglesia, ¿no sería necesario y hasta
urgente que el dimitido papa viva en otro sitio?
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