José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/241216
Los cristianos decimos que “a Dios
nadie lo ha visto jamás” (Jn
1, 18). Esto significa que Dios no está a nuestro alcance. Es decir, a Dios no
lo conocemos. Ni podemos conocerlo. Porque Dios, por definición, es el
Trascendente. No es simplemente “el Infinito”. Porque “lo infinito” es lo
humano “sin fin”: poder sin límite alguno, bondad igualmente ilimitada, etc.
Pero, si echamos por este camino para
explicar a Dios, nos metemos en un callejón sin salida. Es decir, nos
enfrentamos a una “contradicción” que no tiene ni solución, ni remedio. Porque,
si la bondad de Dios es tan grande; y el poder de Dios no tiene límites, ¿cómo se
explica que ese Dios, tan bueno y tan poderoso, haya hecho este mundo tan
contradictorio y, con frecuencia, tan canalla? O Dios no es tan bueno como dicen. O no es
tan poderoso, como aseguran los libros religiosos y los hombres de la religión.
Por todo esto, cuando los
humanos pensamos en Dios o hablamos de Dios, en realidad no estamos ni
pensando, ni hablando de Dios en sí mismo, sino que inevitablemente nos
referimos a las “representaciones” de Dios que nosotros nos hacemos.
Lo que entraña un peligro que da miedo pensarlo: los humanos podemos
“representarnos a Dios” de manera, que sea “el Dios que nos conviene”, para
odiar, perseguir y matar a todo el que no está de acuerdo con lo que a nosotros
nos conviene.
Así las cosas, la Navidad
es la celebración del día, del momento, en el que los cristianos recordamos el
acontecimiento que, según nuestras creencias, nos indica, nos dice y nos
explica la solución que el cristianismo ofrece al problema que acabo de
indicar. Y esa solución consiste en que Dios se nos ha
dado a conocer en Jesús de Nazaret.
En la Navidad, por tanto, al recordar el nacimiento de
Jesús, lo que en realidad recordamos es cómo Dios entró en la Historia. O sea, en la
Nochebuena, sucediera el día que eso sucediera y ocurriera a la hora que fuera,
lo que realmente aconteció es que Dios se dio a conocer a la humanidad. De
forma que el niño que nació, Jesús
de Nazaret, es la Palabra de Dios, es la respuesta de Dios a las interminables
preguntas que los humanos nos hacemos sobre el sentido de la vida,
sobre cómo es Dios, lo que es Dios, lo que quiere Dios y lo que Dios espera de
nosotros los mortales.
Jesús mismo se lo dijo así
a sus amigos más cercanos cuando le dijeron: “Señor, muéstranos al Padre (Dios)
y nos basta”. A lo que Jesús contestó: “¿Todavía no me conocéis?” Y añadió: “El que
me ve a mí, ve al Padre” (Jn
14, 8-9). O sea, ver a
Jesús es ver a Dios, encontrar a Jesús es encontrar a Dios. Y, por tanto, en la
vida que llevó Jesús, en sus ideas y en sus convicciones, es donde vemos y
aprendemos lo que Dios quiere, lo que a Dios le gusta, y lo que Dios no soporta.
Esto supuesto, no me
resisto a poner aquí lo que, de forma tan genial, escribió san Juan
de la Cruz en la
“Subida del Monte Carmelo”: “Si te tengo
ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra,
¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos
sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él
aún más de lo que pides y deseas” (II, 22).
¿Por qué la Navidad?
Porque en ella vemos cómo entró Dios en la Historia, cómo “se despojó de sí
mismo, tomando la condición de esclavo, se hizo como uno de tantos… hasta la
muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).
El evangelio de la
Nochebuena nos dice que Jesús nació en un establo, entre basura y animales, en
una sociedad (la sociedad del Imperio) en la que era frecuente que los niños se
vieran abandonados en los estercoleros. Cuando ahora vemos la grandeza de las
catedrales y de los palacios episcopales, y cuando oímos a dignatarios eclesiásticos protestando del
giro de humanidad y bondad, que el Papa Francisco le quiere dar a la Iglesia,
sin más remedio le viene a uno la pregunta: ¿qué hemos hecho con la Navidad? ¿Nos queda
algo de lo que realmente fue?
Entonces, ¿por qué y para qué la celebramos? No vendría mal, por lo
menos, hacerse la pregunta. Otra cosa es encontrar la adecuada respuesta.