Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente
Universitario
Email:
manningsuarez@gmail.com
Orcid: www.orcid.org/0000-0003-2740-5748
Google Académico: https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ
Introducción
Thomas
Cartwright (c. 1535–1603) fue uno de los teólogos y polemistas puritanos más
influyentes del siglo XVI en Inglaterra. Figura clave en la controversia
eclesiológica de la Iglesia de Inglaterra bajo Isabel I, articuló una defensa
sistemática del presbiterianismo y una crítica robusta al episcopado anglicano.
Aunque no es un teórico moral en el sentido escolástico o ilustrado, su
teología eclesial conllevó implicaciones éticas profundas: disciplina
comunitaria, santidad práctica, educación del clero y del laicado, libertad de
conciencia en tensión con la uniformidad estatal, y una visión del trabajo y la
prosperidad vinculada a la vocación cristiana. Esta monografía examina su vida
y sus aportes a la filosofía moral cristiana y a la teología, así como su
impacto político.
La
obra de Cartwright permitió articular una ética pública protestante que influyó
en el desarrollo de instituciones presbiterianas, en la imaginación moral del
puritanismo inglés y, por derivación, en corrientes que afectarían el
republicanismo moderno. Comprender sus tesis ilumina debates contemporáneos
sobre libertad religiosa, disciplina eclesial, autoridad, educación moral,
trabajo y comunidad.
Objetivos
1.
Reconstruir
el contexto histórico y teológico de Cartwright.
2.
Explicar
sus énfasis éticos: santidad, moralidad, trabajo, educación, libertad
religiosa, ética comunitaria y autodisciplina.
3.
Analizar
su influencia en política y democracia.
4.
Evaluar
críticamente sus aportes con argumentos, contraargumentos y ejemplos.
5.
Sugerir
líneas de investigación futura.
Marco
teórico
Los
estudios clásicos de Patrick Collinson y Peter Lake presentan el puritanismo
como “movimiento de santidad” con un proyecto disciplinario. Anthony Milton y
W. Bradford Littlejohn consideran la polémica eclesiológica como disputa sobre
soberanía y jurisdicción. Las “Admonitions to Parliament” (1572) y la “Second
Admonition” (atribuciones vinculadas al círculo de John Field y Thomas Wilcox)
desencadenaron réplicas oficiales (notablemente John Whitgift). a las que
Cartwright respondió con su “Replye” y “Second Replie”, defendiendo el
presbiterianismo y su disciplina. Estudios recientes resaltan la relación entre
teología reformada inglesa y naciente cultura cívica (Ha, Lake, Coffey).
Definición
de conceptos clave
•
Cristianismo: religión
abrahámica centrada en Jesucristo, cuya ética deriva de Escritura, tradición y
razón.
•
Moralidad: conjunto de
normas y virtudes que regulan conducta humana; en clave reformada, inseparable
de la santificación.
•
Teorías éticas: aquí,
principalmente ética de la virtud cristiana reformada, deontología bíblica
(mandamientos) y ética de la vocación.
•
Presbiterianismo: forma
de gobierno eclesiástico por presbíteros y sínodos; defiende disciplina y
paridad ministerial.
•
Libertad religiosa: inmunidad
de coerción en materia de conciencia ante el poder civil; en el XVI tenía
alcances limitados.
Su
Contexto histórico y filosófico
Tras
la Reforma isabelina (1559), la Iglesia de Inglaterra conservó obispos,
liturgia y uniformidad legal (Act of Uniformity). Los puritanos buscaron mayor
“reforma según la Palabra”. Filosóficamente, domina una ética teológica: la ley
natural reinterpretada por la Escritura; la política se entiende bajo la
doctrina de las “dos jurisdicciones”: espiritual (Iglesia) y civil (Estado). El
humanismo reformado (Ramismo, retórica moral) informa el estilo de Cartwright,
que, frente a Whitgift, desarrolla argumentos de principios, no meramente
pragmáticos.
Desarrollo
Teorías
éticas relevantes en su obra y círculo
Cartwright
sostiene la suficiencia de la Escritura como norma moral: el mandato divino y
el ejemplo apostólico no solo orientan la conciencia individual, sino que
delinean la forma misma de la Iglesia como dispositivo ético.
En
su perspectiva, la arquitectura eclesial no es indiferente: gobierna
costumbres, ordena afectos y disciplina hábitos. La gracia, lejos de disolver
la normatividad, la purifica y la vuelve pedagógica, de modo que virtudes como
sobriedad, templanza y diligencia emergen mediadas por ministerios, sínodos y
prácticas litúrgicas centradas en la Palabra.
De
allí su énfasis en la santidad y la moralidad como bienes comunitarios. La
pureza del culto y la disciplina de la mesa del Señor actúan como sacramentales
de formación moral: la censura fraterna y los consistorios no son trámites,
sino escuelas de conciencia que disminuyen el escándalo público y crean capital
moral compartido.
En
términos socio morales, una disciplina transparente incrementa la confianza,
refuerza la responsabilidad mutua y desalienta comportamientos antisociales,
articulando la santificación personal con la edificación de la comunidad.
Con
todo, el modelo enfrenta objeciones: puede deslizarse hacia el legalismo y la
vigilancia moral, reprimiendo la conciencia y sofocando la pluralidad.
Cartwright responde encuadrando la corrección en fines pastorales y en el
procedimiento evangélico de Mateo 18, subrayando gradualidad, caridad y
restitución; pero reconoce implícitamente una premisa exigente: el
funcionamiento virtuoso del sistema requiere una relativa homogeneidad
confesional.
La
tensión entre disciplina y libertad permanece, y su propuesta la gestiona no
con neutralidad liberal, sino con una eclesiología que ordena la libertad bajo
la forma de la comunidad.
SOBRE
SU ÉTICA DEL TRABAJO Y PROSPERIDAD
En
la ética puritana de la vocación, tal como lo articula el círculo de
Cartwright, el trabajo diligente se entiende como respuesta agradecida a la
gracia y no como vía de mérito. La prosperidad, por tanto, es contingente y
debe ser administrada como mayordomía: orientada al bien común, a la diaconía y
a la sostenibilidad moral de la comunidad.
En
este marco, ordenanzas locales inspiradas por presbíteros promovían el ahorro,
limitaban la usura excesiva y estructuraban la asistencia a los pobres
“merecedores”, buscando armonizar responsabilidad personal con caridad
institucional.
No
obstante, este enfoque suscita reservas: podría legitimar desigualdades al
traducir el éxito económico en señal de virtud y derivar en una meritocracia
rígida.
La
réplica puritana subraya contrapesos comunitarios: control eclesial de
prácticas económicas, disciplina contra el acaparamiento, limosna organizada y
supervisión diaconal de la distribución. Así, la prosperidad queda sujeta a
examen moral y a obligaciones concretas de solidaridad, evitando su
absolutización como indicador de rectitud.
En
paralelo, Cartwright impulsó una fuerte cultura educativa: formación bíblica
del laicado, rigor académico del clero, catequesis sistemática y predicación
expositiva (lectio continua).
Las
academias y los “prophesyings” —ejercicios de predicación que la Corona llegó a
prohibir— cultivaban juicio moral, competencia retórica y corrección recíproca
en las parroquias.
A
la objeción de que tales dispositivos podrían derivar en adoctrinamiento, se
respondió con procedimientos deliberativos presbiteriales y revisión mutua de
la enseñanza, orientados a la veracidad y la edificación, no a una uniformidad
acrítica.
SOBRE
EL CONCEPTO DE LIBERTAD RELIGIOSA
Cartwright
defendió una libertad religiosa acotada: no la neutralidad del Estado ante
todas las confesiones, sino la posibilidad de avanzar la “mejor reforma” dentro
del protestantismo, reduciendo la coerción civil en materias propiamente
eclesiásticas y cuestionando la jurisdicción episcopal ligada al poder estatal.
Su
preocupación central fue resguardar el gobierno de la Iglesia por la Palabra y
los presbíteros, evitando que la uniformidad impuesta por el príncipe
suplantara la deliberación y la disciplina internas.
Esta
postura entraña una distinción moral de foros: el foro interno de la conciencia
—que no debe ser violentado—, el foro externo eclesial —regido por la
disciplina y los sacramentos— y el foro civil —competente en paz y orden
públicos—. Al separar ámbitos y competencias, Cartwright busca proteger la
integridad de la vida religiosa y, al mismo tiempo, establecer límites a la
injerencia del Estado en la fe, sin disolver la responsabilidad cívica de los
creyentes.
Con
todo, su tolerancia fue restringida y excluyente respecto de católicos y otros
disidentes, lo que invita a una valoración matizada: no es liberalismo moderno,
sino una etapa intermedia en la genealogía de la libertad de conciencia.
En
ese arco histórico-intelectual, su contribución prepara, aunque no consuma,
desarrollos posteriores como los argumentos de Locke por la tolerancia y la
Toleration Act de 1689, que expandirán el perímetro de la libertad religiosa
más allá de lo que Cartwright estuvo dispuesto a conceder.
SOBRE
SU ÉTICA COMUNITARIA Y AUTODISCIPLINA
Cartwright
concibe la membresía eclesial como un pacto de obligaciones concretas:
participación estable en el culto, contribuciones a la diaconía, observancia
del día del Señor y sujeción a la disciplina.
Esa
vida común se sostiene en la autodisciplina personal —examen de conciencia,
oración, trabajo ordenado y lectura edificante— que orienta las pasiones y
consolida hábitos virtuosos.
El
beneficio social es tangible: disminución de vicios públicos como la ebriedad y
el juego, fortalecimiento de redes de ayuda mutua y generación de confianza
cívica; pero también hay riesgos, entre ellos la presión conformista y
sanciones comunitarias desproporcionadas que pueden sofocar la singularidad y
el disenso.
En
el plano político, el presbiterianismo que Cartwright defiende descentraliza la
autoridad mediante sesiones locales, presbiterios y sínodos representativos,
modelando prácticas de deliberación, supervisión mutua y rendición de cuentas.
Ese
diseño contribuyó a imaginarios de “gobierno mixto” y a una cultura de pactos y
contratos, especialmente visible en la imbricación del presbiterianismo con el
constitucionalismo escocés y, en Inglaterra, en debates que madurarían en el
siglo XVII.
Con
todo, es pertinente el contraargumento: la analogía iglesia-Estado no garantiza
un tránsito automático a la democracia y, de hecho, algunos presbíteros
sostuvieron jerarquías sociales robustas. La respuesta matizada reconoce que la
transferencia no es mecánica, pero sí generó capital deliberativo y hábitos de
autogobierno que más tarde podrían nutrir formas políticas más participativas.
Tres
casos ilustran este entramado. Primero, el conflicto con John Whitgift en los
años 1570: la imposición de conformidad litúrgica y los “Articles” chocó con el
presbiterianismo cartwrightiano; la exclusión académica y la coerción civil no
impidieron que sus “Replies” circularan clandestinamente, creando redes de
lectura y debate moral.
Segundo,
comunidades presbiterianas en Londres y el Midlands implementaron disciplina y
ayudas mutuas, combinando asistencia a los pobres con control de conducta y
evidenciando tensiones entre compasión y normatividad.
Tercero,
la recepción transnacional: el diálogo con el modelo ginebrino y la importación
de consistorios reforzaron estándares éticos compartidos más allá de lo local,
ampliando el radio de una ética comunitaria estructurada.
REFLEXIONES
E IMPLICACIONES
Para
Cartwright, la moral cristiana se encarna en instituciones: la forma de
gobierno eclesial y los ritos no son accesorios, sino el marco pedagógico donde
se forjan hábitos, se corrigen desviaciones y se estabilizan criterios.
Esta
institucionalización otorga robustez frente a la arbitrariedad moral, al fijar
procedimientos y responsabilidades; sin embargo, reclama una vigilancia
constante para evitar que la disciplina devenga autoritarismo comunitario o que
la unidad degrade la conciencia personal.
Comparativamente,
la vía anglicana (Whitgift) enfatiza el orden episcopal y la unidad nacional
como cauces de virtud cívica; la reformada presbiteriana de Cartwright
distribuye autoridad y apuesta por la disciplina mutua, cultivando virtud desde
un ministerio centrado en la Palabra; el bautismo/independentismo posterior
amplía la libertad de conciencia y la membresía voluntaria, confiando la
disciplina a la congregación local; la perspectiva liberal moderna, por su
parte, prioriza autonomía y derechos, mostrando escepticismo ante cualquier
coacción moral institucional. Cada modelo ofrece un equilibrio distinto entre
libertad, orden y formación de virtudes.
A
la luz de ese mapa, emergen críticas pertinentes: el riesgo de historicismo que
idealiza Ginebra y sobredimensiona su transferibilidad; limitada sensibilidad
al pluralismo y al disenso en sociedades complejas; posibles sesgos clasistas
al vincular mérito económico y virtud en la ética del trabajo; y ambigüedades
en materia de tolerancia religiosa.
Estas
advertencias no anulan el valor formativo del proyecto cartwrightiano, pero
invitan a una recepción discernida que integre salvaguardas de conciencia,
reconocimiento de la diversidad y criterios de justicia social.
CONCLUSIONES
Y HALLAZGOS PRINCIPALES
Cartwright
articuló un programa eclesiológico con claros efectos morales: la santidad y la
autodisciplina no se limitan al ámbito privado, sino que se cultivan en una
ética comunitaria sostenida por estructuras de gobierno y prácticas litúrgicas.
Su
teología del culto y de la disciplina orienta hábitos, ordena afectos y
consolida responsabilidades compartidas, mostrando que la forma de la Iglesia
es también una forma de vida moral.
En
su ética socioeconómica, integró vocación, prudencia y caridad, de modo que el
trabajo diligente se entiende como respuesta a la gracia, y la prosperidad,
como mayordomía al servicio del bien común.
Rechaza
tanto el hedonismo como el ascetismo económico extremo, promoviendo educación
bíblica y formación del juicio moral con efectos cívicos palpables: hábitos de
responsabilidad, solidaridad organizada y capacidad deliberativa.
Finalmente,
avanzó una noción acotada pero relevante de libertad religiosa frente a la
injerencia estatal y defendió un modelo presbiteriano que descentraliza la
autoridad, fomenta la deliberación y la rendición de cuentas, e influyó
indirectamente en imaginarios democráticos.
En
contextos pluralistas actuales, su énfasis en disciplina y educación debe
dialogar con derechos y tolerancia, para preservar lo mejor de su ética
comunitaria sin derivar en coerción moral.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
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