Nazanin Armanian
www.publico.es/051216
La limpieza étnica que
sufre la minoría étnica
rohinyás, de religión musulmana, a mano del régimen birmano y la ultra
derecha budista coincide con una cruenta lucha entre China, las grandes
compañías occidentales, India y Japón por los recursos naturales del país y el
control sobre su estratégica geográfica.
Alrededor de 130.000 de los 800.000 rohinyás,
a los que llaman Kalar «negro» en sánscrito, por su tez oscura, han huido de sus hogares,
refugiándose en las fronteras de China y Bangladesh. Otros 250.000 ya llevan
varios años en los campos de refugiados de Bangladesh. A pesar de que viven en
Myanmar desde hace generaciones, el gobierno de la “raza única” se niega a
reconocerles como una minoría étnica de las 135 que habitan el país,
acusándoles de ser inmigrantes indocumentados bengalíes. Que buena parte de los
recursos naturales –minas
de oro, jade, los depósitos de gas y petróleo, o maderas como teca,
entre otros- se encuentre en las zonas montañosas donde viven las comunidades
étnicas, ha sido el motivo de las guerras locales (patrocinadas por los
militares) y por ende el desplazamiento de cientos de miles de personas.
Éste país asiático fue
noticia cuando el presidente Obama promovió la “primavera Myanmar” en 2011, y
apoyando a Aung San Suu Kyi, la luchadora por la democracia en su país, con el
fin de convertirla en una alternativa a la junta militar que gobierna el país
con 2185 kilómetros de frontera común con China y 1463 con la India, las dos
letras de BRICS.
Desde su doctrina de regreso a Asia para contener a China, era imperioso
para Obama recuperar a un Myanmar gobernado por los militares, y corregir uno
de los “errores” de la política exterior de EEUU: Pues, China ha sido el gran
beneficiario de la aplicación de la Ley de Asistencia al Exterior de EEUU que
obliga a Washington a recortar relaciones con los regímenes golpistas (¡ley no
aplicada al Chile de Pinochet, ni al Egipto de Al Sisi!). La imposición de
embargos económicos por parte de Occidente a la junta militar dejó la vía
despejada para que China
entrara a lo grande en el país, siendo aún hoy el mayor inversor y primer socio comercial de Myanmar.
A partir de noviembre del
2015, por las presiones de EEUU, la junta militar se coloca en un segundo plano
para convertir a Suu Kyi en la presidenta de facto del país. Suu Kyi,
una de las “amiguísimas” de Hillary Clinton, se ha posicionado claramente
contra las empresas chinas, por su “falta de transparencia” elogiando a las
compañías occidentales como Chevron y Total.
Desde hace varios meses se
ha intensificado el ataque de las turbas “budistas” a los rohinyás en la
provincia Rakhine. Mujeres violadas, casas destruidas, cadáveres quemados con
alcohol para ofenderles aún más si cabe forman este macabro paisaje. A la
tensión en esa región se ha añadido la ofensiva del ejército a las posiciones
de la guerrilla Kachin, provincia limítrofe con China, la mayor mina de jade
del mundo y la principal región del país en producción del opio, causando la
suspensión de parte de los megaproyectos chinos en el país.
El
valor de Myanmar para China
Beijing mira al país
«fuerte y rápido» (significado de la palabra Myanmar) a través de tres
enfoques:
1. Seguridad: ya que forma
parte de su periferia. Hace de Estado “tapón” entre China e India, y “aun” está
libre de bases militares de EEUU.
2. Estratégico-económico:
con 126 proyectos de carreteras, puentes, presas, etc. en marcha, Myanmar iba a
ser el acceso chino al subcontinente indio, sudeste asiático y el Océano
Índico. Desde el puerto Sittwe planeaba reducir su dependencia del
congestionado estrecho de Malaca (por el que recibe el 80% de las importaciones
de petróleo de Medio Oriente y África) en el Mar de China Oriental, recibiendo
materia prima procedente de África y el petróleo de Oriente próximo, y enviando
sus productos a medio mundo.
Hubiera sido una de las
piezas del “Collar de perlas”, término que refiere a los puertos estratégicos
que China ha alquilado por todo el planeta. El conflicto en Rakhine está
militarizando la zona, impidiendo las obras de la doble tubería de gas y
petróleo chinos que iban a atravesar Myanmar para alcanzar el sur de China.
Curiosamente, Chevron
consiguió en 2014 los derechos de perforación en la cuenca Rakhine. Lo mismo
pasa con la enorme presa de Myitsone, con una inversión de 3.600 millones de
dólares, que había causado las protestas de las comunidades vecinas y de los
ecologistas. El proyecto se ha suspendido, creando grandes pérdidas económicas
no sólo a China (que iba a recibir la mayor parte de la electricidad generada),
sino también al gobierno birmano: tendrá que indemnizar a las compañías chinas,
a la vez que pierde los cientos de millones de dólares que podría haber ganado
con la presa funcionando.
3. Militar: su presencia
impedía la construcción de bases militares de EEUU en el país. Junto con Afganistán,
Myanmar podría ser otro vecino desde donde EEUU apuntase sus misiles a Beijing.
La violencia política ha beneficiado a EEUU en su afán de
bloquear las inversiones chinas. A pesar de todo, el régimen birmano intenta
mantener el control sobre los ingentes recursos gasíferos del país y de su
potencial estratégico privilegiado para diversificar sus alianzas.
La entrada de Occidente en
el mercado de Myanmar también puede provocar un conflicto con el vecino
Bangladesh: pues, el posible traslado de las empresas de textil occidentales a
Myanmar perjudicaría a la posición dominante de los bengalíes en el mercado de
ropa. Algo del que no renunciarían sin más.
La nueva alineación
política de Myanmar advierte de nuevos conflictos internos y regionales que se
está gestando y que afectaría a la paz de la región y a la vida de millones de
los trabajadores del sudeste asiático, así como al equilibrio de las fuerzas a
nivel internacional.