José María Castillo S.
Mis propuestas para resolver la
confrontación que estamos viviendo en la Iglesia
Constatamos
1. Es un hecho que el papa Francisco es un
personaje controvertido: produce y encuentra, al mismo tiempo, “acogida” y
“rechazo”. Acogida que proviene de grandes sectores del “pueblo pobre y
humilde”. Y rechazo que viene, en gran medida, de los “representantes del
poder”, los gestores del sistema (económico político y los poderes que
sustentan y sostienen el mencionado sistema). Por tanto y al mismo tiempo, el
papa Francisco es visto (según parece) como “solución” para los indigentes y
“amenaza” para los poderosos.
Si, efectivamente, lo dicho presenta
adecuadamente lo que en realidad estamos viviendo, nos encontramos ante un
conflicto (el que vive el papa y se vive en la Iglesia) que nos trae a la
memoria el “recuerdo peligroso” de lo que fue el gran conflicto que vivió
Jesús: acogido por el sufrimiento del pueblo sencillo y odiado (también temido)
por la ambición de quienes detentaban el poder. Esto es lo que se produjo en la
vida de Jesús. Y esto es lo que estamos viviendo en este momento en la Iglesia.
2. Los medios de comunicación, que
“informan” y, al informar, inevitablemente “interpretan” a este personaje, que
es el papa actual, un hombre tan discutido, hacen su “interpretación” del Papa,
no desde las carencias de quienes lo aceptan, sino desde los intereses de
quienes lo rechazan. Incluidos, como protagonistas de este rechazo, no pocos
clérigos de todos los niveles, y numerosos laicos con frecuencia vinculados a
grupos integristas y conservadores. Y no olvidemos que el “desde dónde” se ve
la realidad, es el factor que con más fuerza determina y condiciona “cómo se ve
la realidad”. No se ve la vida igual desde un palacio del centro que desde una
chabola de la periferia. Ocurre, por tanto, que demasiadas veces no nos damos
cuenta de lo que realmente está sucediendo. En todo caso, parece que se puede
afirmar que este doble fenómeno (aceptación y rechazo del Papa) está sucediendo
más de lo que seguramente sospechamos.
3. No olvidemos que el peligro de
desfigurar o deformar la imagen del Papa (y su mensaje) equivale a deformar o
desfigurar la realidad de la Iglesia y del Vaticano, como centro del gobierno
de la Iglesia. Y desfigurar también la razón de ser del Vaticano como Estado.
4. Pero, sin duda alguna, lo más serio y
preocupante, que ha puesto en evidencia el actual papado, es la contradicción
en que vive la Iglesia. Se trata de la contradicción que estamos dejando
patente quienes no nos cansamos de insistir en la comunión con el Papa y en la
obediencia, que le debemos, pero, a la hora de la verdad, comulgamos con el Papa
y le obedecemos mientras el papa piensa, habla y actúa como a nosotros nos
gusta o nos parece mejor. Es un hecho que la mayor oposición al papa Francisco
tiene su origen en sectores del clero – empezando por algunos cardenales – que
no están de acuerdo con su forma de pensar, de vivir y de gobernar.
5. Por lo demás, cuando hablamos del
papado y la gestión de los asuntos más serios de la Iglesia, es importante
tener presente que estamos hablando de un sistema de gobierno, para la
necesaria gestión de la Iglesia, que no está debidamente actualizado, en no
pocos aspectos de notable influjo. El simple y preocupante hecho de que la
Iglesia – como institución religiosa y como Estado – no pueda suscribir (a
estas alturas) el “Pacto internacional sobre Derechos Civiles y Políticos”, así
como el “Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales”
(ambos, firmados en Naciones Unidas en 1966, como puesta en práctica de la
“Declaración Universal de los Derechos Humanos”, de 10. XII, 1948), es un indicador
patente de que esta Iglesia nuestra sigue siendo una institución anticuada y
anquilosada en asuntos de una enorme actualidad e importancia. Desplazar y
aplicar los derechos de una institución religiosa a los derechos de una
institución política desemboca inevitablemente en una situación de ambigüedad,
que se traduce en fuente de incesantes malentendidos y contradicciones.
Pedimos
1. El debido replanteamiento y
actualización de los dicasterios y Congregaciones de la Santa Sede, que fueron
pensados y organizados para otra Iglesia de otros tiempos, en los que los
problemas y necesidades de la Iglesia eran situaciones y realidades muy
distintas de las situaciones y necesidades que la Iglesia tiene en este
momento.
2. Ante todo, debería quedar muy claro que
en la Iglesia no exista, ni la gente vea en ella, nada que esté en contra del
Evangelio. Hay que decir, con toda claridad y fuerza que la Iglesia no tiene ni
autoridad ni poder para hacer nada que esté en contra del Evangelio. Teniendo
muy en cuenta que este criterio tendría que aplicarse, ante todo, a las cosas y
asuntos más patentes y visibles en la Iglesia. Los representantes de la Iglesia
no deben, no pueden, distinguirse por sus privilegios, ostentación, dignidades,
todo cuanto representa una diferencia o superioridad sobre los últimos y los
más desamparados, se tendría que desterrar. Esto tendría que ser lo más urgente
en la Iglesia ahora mismo.
3. Pedimos al Papa que informe a la
Iglesia sobre las verdades que el Magisterio de la iglesia ha propuesto – y
sigue exigiendo que se acepten – como “verdades de fe divina y católica”
(Constitución dogmática “Dei Filius” [Conc. Vaticano I, cap. III): “Deben
creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la
palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser
creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su
ordinario y universal magisterio” (Denz.-Hün, 3011). Todo lo que no es, con
seguridad, una verdad de fe divina y católica, puede ser modificado,
interpretado o aplicado según las necesidades de los fieles, y de la humanidad
en general, cuando existen razones serias para ello. Por ejemplo, resulta
inexplicable el conflicto, que hemos vivido recientemente, por causa de un
asunto que no pertenece a la Fe divina y católica, la indisolubilidad del
matrimonio y la casuística que ha suscitado.
4. Hay que aplicar la Hermenéutica (la
gran scoperta del s. XX), no sólo a la Palabra de Dios (la Biblia), sino
también a la palabra de la Iglesia, el Magisterio. Por poner un ejemplo, es
evidente que la afirmación del “Credo” de Nicea: “Creo en Dios todopoderoso”,
el Pantokrátor, un término que ni aparece en la Biblia, ya que, como es sabido,
el “pantokrátor” fue, en la Antigüedad tardía, un título imperial que se
entendía como “el amo del mundo”. Semejante Dios, no es el Dios que nos reveló
Jesús en el Evangelio.
5. Pedimos que la Iglesia se organice y
estructure para responder más a las necesidades (de fe y de vida) de los
fieles, que para cumplir con la fidelidad a tradiciones eclesiásticas, muchas
de las cuales no responden ya a las necesidades de los creyentes actuales. Por
ejemplo, resulta difícil de justificar el mantenimiento de la ley del celibato
eclesiástico a costa de dejar a miles de parroquias sin la debida
administración de los Sacramentos. En la Iglesia hay ahora mismo cientos (quizá
miles) de parroquias que no pueden tener misa todos los domingos.
6. Y pedimos también, como un asunto
capital, que en la Iglesia haya más transparencia. Es decir, que ni el
Vaticano, ni las diócesis, ni la vida de los “hombres de la religión”, tengan
nada que ocultar. Sólo así será posible hablar con libertad, con claridad y sin
doble intencionalidad. El día que se pueda lograr este objetivo, la Iglesia
podrá tener la credibilidad que no tiene ante importantes sectores de la
población.
Nos
comprometemos
1. No ocultar o marginar la información
religiosa, como asunto de menor importancia o de poco interés. Nunca deberíamos
olvidar que religión y política siguen siendo inseparables. Resulta indignante
que, en este momento, existan agrupaciones políticas que, obteniendo logros
importantes a costa de la religión, ocultan sus profundas vinculaciones con los
dignatarios religiosos y sus intereses. Es hora de preguntarse si uno de los
motivos que explican los éxitos del Islam, no está en que, en esa confesión
religiosa, no se ocultan, sino que están en primera línea las evidentes
conexiones que hacen una sola cosa de dos componentes básicos: el hecho
religioso y el hecho político. No olvidemos que, en la realidad de la vida, “lo
religioso” y “lo político” son dos dimensiones de la vida del ser humano en la
sociedad. Dos realidades inseparables, por más que el sujeto no sea consciente
de que las vive y están presentes en su intimidad y en su conducta, aunque no
pertenezca ni a una religión ni a un partido político.
2. No utilizar la información religiosa
para ponerla al servicio de intereses nacionalistas o partidistas. Este punto
es particularmente delicado cuando se trata de informar sobre la persona del
Papa Francisco. Un hombre cercano a los pobres y comprometido con la
dignificación y los derechos de los humildes y marginados, es por eso mismo un
hombre expuesto a ser identificado (o en sintonía) con partidos de la izquierda
política.
3. Si es que queremos hablar de religión e
informar sobre ella, será necesario que, en la medida de lo posible, nos
propongamos alcanzar una formación religiosa básica, que nos capacite para
entender y poder comunicar debidamente con la debida competencia y exactitud lo
que decimos y lo que puede interesar a nuestros lectores.
4. Evitar, en cuanto de nosotros dependa,
el silencio, la pasividad o la marginalidad de los dirigentes eclesiásticos, en
los asuntos de más actualidad e importancia en la vida pública. Es escandaloso
que la Iglesia, para no indisponerse con los poderes de quien recibe
importantes ayudas o privilegios, se mantenga al margen de asuntos que afectan
a la ética y a la vida pública de forma, a veces, clamorosa. Basta pensar en
los escándalos de la corrupción o en la gestión económica que es la causa
principal de las escandalosas desigualdades que se dan en el mundo y en no
pocos países.