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¿Noticias de Francisco?


Gorka Larrabeiti




“El mundo está sordo”, dice Francisco mirando a los ojos del espectador al comenzar el documental de Wim Wenders, “El papa Francisco: un hombre de palabra”. Las críticas a la película han sido pocas y casi todas ellas la despachan como lo que evidentemente es: un encargo del Vaticano. “Hagiográfica”, “homilía”, “embedded”, “pura propaganda católica”. Pocas críticas, pues, y entre esas pocas, aún más escasas las que recogen el contenido del discurso de Francisco. 

¿Qué se ha hecho de la voz de Francisco que apenas se oye? ¿Qué ángel o qué demonio ha pasado para que su voz no se oiga tanto como antes? ¿Cómo un hombre que comenzó despertando tanto interés incluso en círculos no católicos ahora no consigue que su palabra supere la barrera del ruido que le rodea? Jamás ha habido un Papa que hable tanto. Jamás uno al que se le haya hecho tantos oídos sordos.

Para un anticlerical fervoroso, nada resulta más fácil que criticar a un Papa. Ese catecismo se lo sabe de memoria todo cristo: el Papa es la cabeza de una retrógrada monarquía electiva anclada en textos intocables que imponen una visión homófoba, patriarcal, etc. Siguiendo con los dogmas anticlericales, Francisco sería un falso revolucionario. Primero: porque ha fracasado en la reforma financiera, así como en la de la Curia. Segundo: porque, pese a ese eficaz eslogan de “tolerancia cero”, no solo no ha terminado con los casos de pedofilia, sino que durante su pontificado asistimos a un auténtico boom de casos y, ni ha modificado las leyes vaticanas para combatir este problema, ni parece dispuesto a hacerlo. Tercero: en materias no tratables como el aborto, persiste la bestial visión dogmática de siempre (“Abortar es como contratar un sicario”, soltó hace poco). Cuarto: continúan los privilegios económicos de la Iglesia, o dicho de otro modo, en los costes no se ve ni asomo de la prometida iglesia de los pobres. Quinto: ese supuestamente revolucionario discurso económico forma desde siempre parte de la doctrina social de la Iglesia, conque nada nuevo bajo el sol.

En suma: porque Francisco – sigo aquí a Marco Marzano en su artículo “La costruzione della star ‘Francesco’”, Micromega 4/2018 – no sería sino un producto coral, una operación exitosa en la que han intervenido cuatro actores; a saber: la dirigencia católica romana, la prensa hambrienta de celebridades, la ceguera catoprogresista y los camaradas fulgurados y genuflexos ante Francisco. O sea: nada ha cambiado con él y la Iglesia sigue tan inmóvil como siempre. Amén.

Pues bien: confieso que, aun siendo uno de esos anticlericales fervorosos por obra y gracia de mi formación en los agustinos y los jesuitas, me he sentido en muchas ocasiones –mea grandissima culpa– fulgurado por Francisco. Y, aunque Quintiliano avise de que resulta más difícil defender que acusar, considero un deber romper el silencio en favor del Papa, ya que nos unen muchos principios básicos que veremos más adelante, pero también una urgencia: no cesan desde el cambio de gobierno en los EE.UU. los ataques contra Francisco.

En noviembre de 2016, una semana después de la victoria electoral de Trump, cuatro cardenales ultraconservadores (el estadounidense Burke, el italiano Caffarra, los alemanes Brandmüller y Meisner) hicieron públicas cuatro preguntas (dubia) que habían formulado en privado a Francisco relativas a la exhortación apostólica Amoris Laetitia. En febrero de 2017, con nocturnidad y alevosía, alguna mano oscura pega pasquines con una foto que retrata a un Bergoglio muy morrudo. Rezaban los carteles (traducción mía): "Hey, Pancho, has intervenido congregaciones, quitado a sacerdotes, decapitado la Orden de Malta y a los Franciscanos de la Inmaculada, has ignorado a los cardenales… ¿dónde está tu misericordia?”. Especialmente escandaloso por la puntualidad y gravedad ha sido el caso McCarrick.

Justo en pleno viaje a Irlanda, escenario de muchísimos casos de abusos y desapariciones de niños en instituciones religiosas, el exnuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo María Viganò, publica con estruendo mediático un documento de 11 páginas acusando personalmente a Francisco de haber cancelado sanciones existentes contra el arzobispo McCarrick. En ese documento, el exnuncio llega a solicitar –nos valga Dios– la dimisión de Bergoglio. Y aunque ya se han desmentido desde el Vaticano las acusaciones de Viganò, pareciera como si algo de la calumnia hubiera quedado, como si Bergoglio no fuera sino otro encubridor más porque es que todos los curas son iguales, mal que Francisco haya denunciado sin cesar y sin pelos en la lengua esos “crímenes”.

Pero no, no caigamos en la tentación sabrosa de las polvaredas mediáticas. Una cortina de humo tan bien urdida apunta a otro objetivo: enterrar la doctrina de un Papa despiadado con el capitalismo, tolerante con islam, sensible y sensato ante la cuestión migratoria. 

Es verdad que las críticas al capitalismo están en las encíclicas Rerum novarumde León XIII, Quadragesimo anno de Pío XI, Mater et magistra y Pacem in terris de Juan XXIII, Populorum progressio de Paolo VI, Centesimus annus de Juan Pablo II o Caritas in veritate de Benedicto XVI. Sin embargo, no se podrá negar que Francisco ha sido infinitamente más explícito y tajante en sus críticas al capitalismo que nos gobierna. En 1967 Pablo VI parecía un profeta implacable y fue poco comprendido. Tuvo muchas frases lapidarias: “la desigualdad crece”, “la cuestión social ha tomado una dimensión mundial”, “todo crecimiento es ambivalente”, “la regla del libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones internacionales”, “el mundo está enfermo”. En 2013 también Ratzinger critica el “capitalismo desenfrenado”. 

Pero las acusaciones de Francisco son otra cosa. Algunas se recuerdan fácil por breves y eficaces. Me refiero, por ejemplo, a la sencilla fórmula de las tres tes –Tierra, Techo, Trabajo–, las críticas a la “cultura del descarte y los sobrantes” o a la “globalización de la indiferencia”. Otras dos de sus críticas son insuperables, letales: “Esta economía mata”; “¿Quién gobierna entonces? El dinero […] Ese sistema es terrorista”. 

A Francisco nos une, desde luego, la idea de una ecología integral, es decir, ambiental, económica, social, cultural, cotidiana. Concedámosle el mérito de haber escrito una entera encíclica (Laudato si’) “sobre el cuidado de la casa común”. También nos une su visión orwelliana de la barbarie actual: “La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!; “quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida «por partes»”; “el día en el que las empresas de armas financien hospitales para curar a los niños mutilados por sus bombas, el sistema habrá llegado a su culmen”.

Nos resultan bien cabales sus propuestas contra el consumismo: “Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social…. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. ‘Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico’”.

Compartimos su preocupación por la calidad de la información, por el “pecado” que se esconde tras los “abundantes eufemismos”, por la responsabilidad social del periodismo como “instrumento de construcción y factor de bien común”. Compartimos, asimismo, el imperativo de desobedecer las leyes que pongan en peligro los bienes comunes. Y admiramos su aliento a los artistas, los cuales estarían “llamados a dar a conocer la gratuidad de la belleza”. Olé, digo yo.

Palabrería huera dicen quienes creen que hablando se hace poco. Con todo, habrá que conceder al Soberano del Estado Vaticano el haber dicho cosas que sí que han cambiado otras. ¿Es poco mérito de este papado haber desactivado inmediatamente, gracias a la exhortación Evangelii gaudium, el explosivo absolutismo teológico de la declaración Dominus Iesus de Ratzinger? ¿Hemos olvidado ya la indignación global que causó aquel discurso de Benedicto XVI en Ratisbona? ¿Cómo es que somos incapaces de calibrar bien el papel trascendental de un Papa en materia de diálogo interreligioso habiendo políticos que siguen fomentando ese maldito choque de civilizaciones que se traduce siempre en guerras? 

En materia de migración, no resulta necesario extenderse. Francisco ha sido la voz clamando en el terremoto de xenofobia y racismo que sacude el mundo. Ha hablado sin miedos en las visitas a Lesbos y Lampedusa, ante el Parlamento Europeo, la ONU o el Congreso de EE.UU. Su solidez contuvo las políticas líquidas de ciertos gobiernos europeos cuya defensa de los derechos humanos se desparramaba en las fronteras. Se enfrentó valiente, solo y en campo abierto, a Trump. Salvini, el que esgrime en los mítines el rosario y el Evangelio, lo despreció como Papa precisamente por la dichosa cuestión migratoria.

Está claro, pues, que nos unen ciertos enemigos fuera de la iglesia. También dentro. Un alumno sacerdote me decía que Francisco nos gusta a los laicos porque hacia fuera es especialmente blando, cuando, en cambio, dentro es especialmente severo, tal y como le reprochaban en esos pasquines antes citados. En la película de Wenders me reí en dos ocasiones. La primera, con las jetas que se les pusieron a los cardenales de la Curia en el famoso discurso de ¡felicitación! de la Navidad en que enumeró las trece enfermedades que aquejaban a la Iglesia en cuanto cuerpo místico de Cristo; la segunda, con el tronchante cochecito más propio “de Mr. Bean” que lució en el opulento cortejo presidencial que le aguardaba en su visita a EE.UU.

Todas estas cosas se las he contado a muchos amigos, todos ellos anticlericales fervorosos, y siempre con el mismo resultado: pasan. También a un amigo dominico, quien, sabedor de mi anticlericalismo, celebraba como una llamada del Espíritu Santo mi interés en conversar con él sobre Francisco. No interesarse política, moral y socialmente por la iglesia es tan grave como desinteresarse de la opinión de los militares en tiempo de paz o de guerra.

Comentando el reciente principio de acuerdo entre China y el Vaticano, mi amigo dominico me decía que son los dos únicos estados que cuentan con una filosofía del espíritu potente detrás, lo que les permite pensar en un horizonte temporal de 50 años. Ignoro si esa puede ser una de las razones que explican la ceguera, desidia y pereza siempre presentes que abrigamos los anticlericales ante toda cuestión vaticana y que revestimos con cómodos tapujos críticos de quita y pon.

Pierpaolo Pasolini, uno al que machacaron las fuerzas más retrógradas de la iglesia y que, no obstante, dedicó admirado a Juan XXIII su Evangelio según San Mateo, sostenía que “estar en posiciones de continua agresión y ser titubeantes para empezar un diálogo con las fuerzas mejores de la Iglesia es absolutamente contraproducente”. Decía también que “hemos de ayudar a los hombres de buena voluntad de la Iglesia a desencallarse de las posiciones que la Iglesia ha asumido delictivamente desde la Contrarreforma en adelante.” Creo que tenía más razón que un santo.

Un Papa será siempre un Papa y soltará perlas como que “el cuerpo humano no es un instrumento de placer” y que nos escandalizarán – oh, sí – a los practicantes hedonistas de masa. Ahora bien: en un momento de contrarreforma global, no digo alabar, sino ni siquiera abrir un poco la boca para defender a este Papa progresista será anticlericalmente correctísimo, mas políticamente corto de miras.

Insisto: me parece estúpido no aprovechar la coyuntura favorable de un Papa muy evangélico que, para más inri, ha abierto arriesgados caminos en las materias no tratables que se recorrerán con la lentitud con que se mueven las catedrales y se celebran los concilios. Esos cambios ni los percibe el ojo humano, pero a lo mejor si lo entrenamos...

Más allá de esos ejercicios oculares, de mi amigo dominico aprendí otra cosa. La iglesia está acostumbrada a trabajar con lo que hay, no con lo que le gustaría que hubiera. Por eso siempre sigue ahí. Ahí siguen también los Evangelios, al alcance de los laicos no creyentes. ¿O preferimos regalárselos a Bolsonaro, Trump y Salvini? ¿Por qué no al KuKluxKlan?

Carga global de la enfermedad: ¿cómo estamos en Panamá?


Jorge L. Prosperi R.
www.elblogdejorgeprosperi.com / 121118

La prestigiosa revista The Lancet dedica su reciente editorial al estudio sobre la Carga global de la enfermedad (GBD en inglés). De acuerdo con el editorial, la lectura de los resultados del Estudio, evidencia una reversión de la tendencia hacia un mundo más saludable, mostrando tasas de mortalidad estancadas, en medio de progreso vacilante y desigual, epidemias de enfermedades nuevas y conocidas, y una dramática escasez de trabajadores de la salud.

Considero que su contenido es de gran importancia para el quehacer nacional en salud pública, por lo que comparto con ustedes una traducción libre del texto original, complementada con información nacional disponible y verificable, y los insto a reflexionar sobre la situación de Panamá para cada uno de los aspectos destacados en el artículo. Los invito a la lectura del documento original de The Lancet.

Antes de entrar en materia, subrayo que, contrario a las declaraciones triunfalistas de los voceros oficiales del gobierno, es evidente que debemos hacer mucho más, pues nuestras tasas de mortalidad están estancadas, en medio de un crecimiento económico desigual y la denuncia de casos de corrupción en los tres poderes del Estado.

Carga global de la enfermedad y situación nacional

“En 2017, las tasas mundiales de mortalidad de adultos se mantuvieron estables, en algunos casos disminuyeron y en otros aumentaron. De manera alarmante, el conflicto y el terrorismo se han convertido en dos de las causas de muerte de más rápido crecimiento en todo el mundo (un aumento del 118% entre 2007 y 2017). Junto a este alarmante crecimiento de la violencia, nuestra era se caracteriza por epidemias como la dependencia de opioides, las enfermedades no transmisibles, la depresión y las enfermedades transmitidas por vectores (dengue, zika, etc.)”.

En Panamá, la tasa de mortalidad en los adultos (mayores de 20 años) muestra una ligera tendencia al aumento en el período de 2012 al 2017. Estas cifras evidencian que nuestro país no es más saludable.



Es evidente que debemos hacer mucho más, pues nuestras tasas de mortalidad están estancadas.
“De acuerdo con el informe, la dependencia de opiáceos ha crecido a una escala sin precedentes, con cuatro millones de casos nuevos en 2017 y 110,000 muertes. Las enfermedades no transmisibles representaron el 73% de todas las muertes globales en 2017, con más de la mitad de todas las muertes (28.8 millones) atribuibles a solo cuatro factores de riesgo: presión arterial alta, tabaquismo, alto nivel de glucosa en la sangre y alto índice de masa corporal. La prevalencia de la obesidad ha aumentado en casi todos los países del mundo, lo que ha provocado más de un millón de muertes por diabetes tipo 2, medio millón de muertes por enfermedad renal crónica relacionada con la diabetes y 180,000 muertes relacionadas con la esteatohepatitis no alcohólica. En 2017, los trastornos depresivos fueron la tercera causa principal de los años vividos con discapacidad, y las muertes por dengue, una enfermedad a menudo asociada con el desarrollo y la urbanización desordenada, aumentaron sustancialmente en la mayoría de los países tropicales y subtropicales, pasando de 24,500 muertes a nivel mundial en 2007 a 40,500 en 2017”.

Nuestra contribución a la carga global de la enfermedad, es visible en nuestros indicadores de salud. En ese contexto, los invito a darle una mirada objetiva y crítica a mi artículo “Avances en el logro del ODS sobre salud: una mirada sin triunfalismos”,  en el cual comparto una actualización del estado de nuestros indicadores de las principales Metas para el logro del ODS sobre salud. No olvidemos que las Metas propuestas deben estar cumplidas para el 2030 y que muchas de ellas requieren que redoblemos el esfuerzo para alcanzar aquellas de los ODM que nos quedaron pendientes.

Mención especial requiere la necesidad de redoblar nuestro esfuerzo para reducir en un tercio la mortalidad prematura por enfermedades no transmisibles mediante la prevención y el tratamiento y promover la salud mental y el bienestar, como lo establece la Meta 3.4, pues como nos informa la Contraloría General de la República de Panamá, cada año fallece en el territorio alrededor de 9,000 personas por enfermedades circulatorias, tumores y diabetes mellitus y en cada caso la tendencia es al aumento.

Estas tres enfermedades crónicas no transmisibles están relacionadas en forma directa con estilos de vida asociados a factores de riesgo para la salud y la vida, y con la insuficiente capacidad de nuestro sistema público de salud para la promoción de la salud, prevención y tratamiento oportuno y apropiado.

No menos importante para nosotros es subrayar la incapacidad demostrada (sociedad y gobierno) de reducir el número de muertes y lesiones causadas por accidentes de tránsito (Meta 3.6). No hacemos lo suficiente, falta personal para hacer cumplir las leyes y reglamentos, muchos conductores son irresponsables y temerarios y nuestros ciudadanos siguen falleciendo en accidentes de tránsito, como lo demuestran la información que nos proporciona el Instituto Nacional de Estadística y Censo hasta el 2016. “Cada año más de 400 personas fallecen en accidentes de tránsito, casi 13,000 resultan heridas en cerca de 14,000 accidentes”.

“La desagregación de los datos en función del sexo en el informe sobre la carga global de la enfermedad 2017 muestra que mientras que las muertes entre hombres adultos están estancadas en muchas partes del mundo y, en algunas áreas, la mortalidad ha aumentado, las mujeres viven más, pero con más años de mala salud. Curiosamente, las mayores diferencias sexuales en los resultados (trastornos por uso de sustancias, lesiones por el transporte, autolesiones y violencia interpersonal) son impulsadas socialmente, lo que sugiere que se necesita más atención y acción”.

“De manera crucial, el informe sobre la carga global de la enfermedad 2017 estima que ningún país está en camino de cumplir con todos los ODS relacionados con la salud para 2030. Los indicadores de mortalidad de menores de cinco años, mortalidad neonatal, mortalidad materna y malaria tuvieron la mayor cantidad de países con al menos un 95% de probabilidad de éxito. Sin embargo, para muchos otros objetivos, incluidos los objetivos de reducción de la desnutrición y la violencia infantil, ningún país en el mundo ha alcanzado el ritmo de cambio que se requiere para alcanzar estos objetivos”.

Carga global de la enfermedad y cobertura universal de salud

A pesar de los recursos financieros públicos disponibles,  la cobertura universal de salud es un privilegio reservado para aquellos que pueden pagar por la atención en una clínica u hospital privado, por lo que el gasto privado en salud es muy elevado y representa el 25% o más del gasto total en salud. Es decir, que muchas personas deben acudir al sector privado a buscar soluciones (que debería brindar el sector público) para sus problemas de salud. Y muchas de estas personas no tienen los recursos económicos para ello, lo cual contribuye al empobrecimiento de nuestra gente. Y aun esos pocos, tienen que esperar, en ocasiones semanas, para que los atienda el médico, pues es tal el colapso del sistema público, que el sector privado ha llegado a saturarse, y no son raras las ocasiones en las que no hay cupo en la consulta, o no hay cama disponible, o el salón de operaciones está ocupado y las cirugías se retrasan. Es evidente la relación entre esta realidad y la carga nacional de enfermedad.

“Por primera vez en la historia del informe sobre la carga global de la enfermedad, se incluyeron estimaciones de la densidad de trabajadores de la salud. Estas muestran que la escasez global y la distribución desigual de los trabajadores de salud requieren atención urgente para no socavar el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Los autores estiman que solo la mitad de todos los países tenían el personal de atención de la salud requerido para brindar atención médica de calidad (se estima en 30 médicos, 100 enfermeras o matronas y cinco farmacéuticos por cada 10,000 personas). Si bien muchos países europeos tienen una fuerza laboral de salud con muchos recursos, se estimó que los países con mayor déficit, están en África subsahariana, el sureste de Asia, el sur de Asia y algunos países de Oceanía”.

Sobre los recursos humanos para la salud en Panamá, la información disponible demuestra que son insuficientes para disminuir la carga nacional de la enfermedad, y que la distribución de los recursos humanos por habitante favorece a las principales provincias y sus capitales, en perjuicio de nuestras provincias más pobres y comarcas; lo cual dificulta claramente (o hace imposible) alcanzar la cobertura universal de salud y el desarrollo sostenible para todos en todo el territorio nacional.

Aunque esto no tiene por qué ser así, no será esta administración la que enfrente y resuelva los desafíos para alcanzar la cobertura universal de salud en Panamá, pues han tenido cuatro años para aprovechar ideas, propuestas, planes y recursos, y no han sido capaces de hacerlo. De hecho, en no pocas ocasiones, han sido parte del problema, favoreciendo la ineficiente fragmentación operativa del sistema público, y creando el espacio propicio para la privatización de los servicios de salud que debe proporcionar de forma expedita y eficiente el sistema público de salud.

“Al final, el informe sobre la carga global de la enfermedad 2017 es inquietante. No solo las cifras globales amalgamadas muestran una desaceleración preocupante en el progreso, sino que los datos más detallados descubren exactamente qué tan irregular ha sido el progreso. El informe es un recordatorio de que, sin vigilancia y esfuerzo constante, el progreso puede revertirse fácilmente. Pero el informe GBD también es un estímulo para pensar de manera diferente en este momento de crisis. Al caracterizar las inequidades en el acceso a los servicios de salud, y la distribución geográfica de las enfermedades, el estudio ofrece una oportunidad para considerar un enfoque para el desarrollo de la cobertura universal de salud, que tome en cuenta esas desigualdades y la distribución de la enfermedad”. Subraya que, “el informe sobre la carga global de la enfermedad 2017, debería ser un fuerte llamado de atención a los gobiernos nacionales y las agencias internacionales no solo para redoblar sus esfuerzos para mantener los logros alcanzados, sino también para adoptar un nuevo abordaje para las crecientes amenazas”.


Reflexión cristiana sobre la caravana hacia EE.UU.


Ismael Moreno Coto, sj

La Caravana es un fenómeno social migratorio que ha desbordado cualquier previsión política e institucional. Es noticia mundial. En todos los medios internacionales, que nunca dicen nada de Honduras, hoy la han puesto en el ojo del huracán noticioso. Es un fenómeno que ha desbordado a las iglesias, a los sectores de la sociedad civil, a las ongs y a los gobiernos.

Es una avalancha que en sus inicios de esta etapa dramática comenzó con unos cuantos centenares de hondureños hasta convertirse en un número incontable, creciente e incontrolable, a la que se responde con sencillos gestos solidarios, generosos y espontáneos por parte de la gente que ve a los migrantes pasar, hasta con las respuestas de más alto nivel militar como lo amenaza la administración Trump, y como lo está haciendo el régimen hondureño al tratar de crear infructuosamente una muralla policial en la frontera entre Honduras y Guatemala.

Nació en la “Ciudad Juárez del sur”

No es solo una caravana. Es un fenómeno social liderado por miles de pobladores rurales y urbanos empobrecidos que se manifiesta en amplias y masivas caravanas espontáneas e improvisadas, sin más organización que la que aconseja la sobrevivencia y la manifiesta decisión de avanzar hacia el norte hasta alcanzar territorio estadunidense. No es la primera vez. El año pasado, 2017, en el mes de abril hubo una caravana de unos 800 centroamericanos, con un 75 por ciento de hondureños. A su vez, existe un movimiento de unos 300 hondureños que diariamente buscan cruzar la frontera de Aguascalientes, entre Honduras y Guatemala, muchos de ellos se van quedando en el camino.

Esta avalancha humana y social explotó como una poderosa bomba expansiva con una noticia de segunda o de tercera importancia justamente en la ciudad de San Pedro Sula, conocida mundialmente como una de las más violentas, y que diversos investigadores y analistas suelen llamarla como la “Ciudad Juárez del Sur”, por su similitud con el boom de las maquilas que, en esta ciudad mexicana fronteriza con El Paso, Texas, se promocionó en la década de los setenta del siglo veinte, como respuesta a la pobreza, dejando lo que ya todo mundo conoce como subproductos: un interminable aluvión de migración interna, violencia delincuencial juvenil, el narcotráfico. ¿Cuál fue la noticia? Un grupo de unos 200 hondureños anunciaron que organizaban una caravana para emigrar hacia el norte, saliendo de la terminal de autobuses de San Pedro Sula, en la costa atlántica hondureña, el sábado 13 de octubre.

¿Quién la empujó?

En el inicio, la caravana identificó el nombre de Bartolo Fuentes, un líder social y político con sede en la ciudad de El Progreso, quien dejó dicho en una entrevista a los medios de comunicación locales, que se uniría por unos días. Bartolo Fuentes estuvo acompañando como periodista la caravana de abril del año 2017. Siendo además un político del partido LIBRE (Libertad y Refundación), de la oposición, Bartolo Fuentes se convirtió con los días en “chivo expiatorio”. Así lo acusó en rueda de prensa la titular de Relaciones Exteriores mientras se hizo acompañar de la Ministra de Derechos Humanos. “Bartolo Fuentes es el responsable de la caravana, él organizó e instigó a muchas personas hasta manipularlas y conducirlas en este trayecto peligroso”, al tiempo que hizo un llamado al Ministerio Público para que procediera en contra de la persona a la que el régimen descargó toda la responsabilidad como representante de la oposición política radical de Honduras. Como ocurre con todo, el nombre de Bartolo quedó atrás, y fueron surgiendo otros chivos expiatorios, todavía más poderosos que un líder social y político local y nacional.

Cuando la caravana cruzó la frontera en el puesto de Aguascalientes rumbo a Guatemala, ya sumaban unas cuatro mil personas, las que lograron romper el cerco que la policía tanto de Honduras como de Guatemala había establecido en el puesto fronterizo. Y así fue en aumento en la medida que cruzaba territorio guatemalteco y se acercaba a la frontera mexicana. El régimen hondureño, sin duda con financiamiento del gobierno de los Estados Unidos, implementó un plan entre los días 17 y 20 de octubre con el propósito de convencer a los migrantes a retornar al país. Logró que algunos centenares aceptaran, muchos de los cuales fueron transportados en buses, y otros por puente aéreo, y a cada persona se le prometió ayuda inmediata y un paquete de servicios posteriores. Cuentan testigos que no pocas de las personas que se transportaban en el supuesto retorno eran activistas del Partido Nacional que sirvieron de carnada y, sobre todo, de publicidad oficial. No obstante, a partir del día 23 de octubre y con cifras que aumentaban según pasaban los días, ya hablaba de un número de 10 mil migrantes cruzando territorio chiapaneco, en la República mexicana.

Una olla de presión

El gobierno hondureño acusa a la oposición y a grupos criminales como responsables de las caravanas con propósitos políticos desestabilizadores. A esta acusación se une el gobierno de los Estados Unidos, el cual ha llegado al extremo de acusar al Partido Demócrata de instigar y financiar a grupos políticos y criminales para que los migrantes invadan territorio estadunidense con el fin de desestabilizar al gobierno. Todas estas acusaciones no tienen asidero real.

El fenómeno de las caravanas es la expresión de la desesperación de una población para la cual cada vez resulta más arriesgado vivir en un país que niega empleo, seguridad ciudadana y la orilla a vivir en un permanente estado de rebusca. La caravana es la explosión de una olla de presión que, el gobierno hondureño, en asocio con una reducida élite empresarial y transnacionales viene atizando desde hace al menos una década. Un gobierno que abandonó las políticas públicas sociales y las ha sustituido con programas de compensación social, al tiempo que consolida el modelo de desarrollo basado en la inversión en la industria extractiva y en la privatización y concesión de los bienes comunes y servicios públicos.

Estado y corrupción entendidos como negocio

A su vez, la administración pública está conducida por un sector de políticos que ha entendido el Estado como su negocio, han saqueado instituciones públicas, como el Instituto Hondureño del Seguro Social, el sistema de salud en general, la empresa de energía eléctrica, entre muchas otras. Y se protegen a sí mismos con el control político del sistema de justicia.

La población ha ido progresivamente experimentando indefensión y abandono, experiencia y sentimiento que se acrecentó con las elecciones de noviembre de 2017 cuando el gobierno se reeligió violando la Constitución de la República y se adjudicó un triunfo que de acuerdo a cerca del 70 por ciento de la población fue el resultado de un fraude organizado. La población ha dejado de confiar en los políticos, en el gobierno y en la alta empresa privada. Las caravanas es un fenómeno que expresa la desesperación y angustia de un pueblo que dejó de creer en soluciones dentro del país. Se van como expresión extrema de la decisión de la población de tomarse la justicia por su propia mano.

Cada quien buscando a quien culpar y sacar ventajas

El gobierno de Honduras y el gobierno de Estados Unidos parecen necesitar a quien responsabilizar. Esto es así porque a fin de cuentas representan a un sector elitista de la sociedad que desprecia sistémicamente a las poblaciones con bajos recursos económicos, y nunca les dará crédito a sus iniciativas. Todo lo que proviene de estos sectores es entendido como amenaza, y en muchas ocasiones como la que ahora se observa con los migrantes, las iniciativas son percibidas como actos delincuenciales o de criminalidad. No creen ni aceptan las decisiones, iniciativas y creatividad del pueblo. Es la expresión de desprecio, discriminación y racismo. Dan por hecho que la gente no piensa, no decide por sí sola. Tiene que existir un factor, un actor externo que atiza, que manipula esas decisiones. Obviamente, el fenómeno de la caravana busca ser capitalizado por diversos sectores. Hay sectores opositores en Honduras, y quizás en Estados Unidos, que buscan beneficiarse con la inestabilidad que produce este movimiento migratorio.

Seguramente, la extrema derecha de Trump está especialmente interesada en capitalizar este fenómeno para fortalecer la lucha anti migrante, una de las políticas fundamentales de su administración. Las elecciones de medio tiempo en Estados Unidos son un termómetro para establecer si Trump proseguirá o no en un segundo mandato. Acusar a los demócratas de financiar las migraciones, es un argumento estupendo para empoderar a Trump en el triunfo republicano en las elecciones de noviembre. A su vez, sectores políticos opositores en Honduras han dado muestras en aprovechar este fenómeno para debilitar todavía más al gobierno de Juan Orlando Hernández, quien igualmente está interesado en usar a los migrantes para acusar a la oposición de ser responsable de provocar mayor inestabilidad en su gobierno.

De vergonzante a dignificante

El fenómeno de la caravana ha significado una explosión de una realidad cotidiana. La caravana viene ocurriendo a diario, y seguramente en menos de un mes salen las cantidades de personas que se dieron en la salida masiva en un solo día. Ha sido la caravana silenciosa, solapada, discreta, privada, invisibilizada y hasta vergonzante que, con esta explosión, se ha convertido en una caravana visible, pública y hasta dignificante. Este fenómeno ha desenmascarado el falso discurso y evidencia el fracaso oficial. Ha desmontado ese triunfalismo que ha sostenido que el país va mejorando. Ha dejado en evidencia que los programas de compensación social no solo no resuelven, sino que profundizan el estado de precariedad de la mayoría de la sociedad. Ha dejado al descubierto que una sociedad que al garantizar que solo el 35 por ciento se incluya en la economía formal, es insostenible. La caravana masiva es la expresión de un fenómeno masivo de un modelo de exclusión social sistémico.

Élites y régimen, heridos en su amor propio

La caravana que arrancó el 13 de octubre, y que abrió la válvula para subsiguientes caravanas despertó de golpe a los sectores políticos y a la élite empresarial, acostumbrados a tener férreo control sobre todo lo que ocurre en el país, y se esfuerzan en evitar sorpresas indeseables, o incluso son expertos en capitalizar a su favor los malestares o escaramuzas de protestas y reclamos de los sectores sociales. Las élites han gozado de privilegios del Estado y solo reaccionan cuando sus ganancias infinitas se ven entorpecidas por reacciones adversas, como está ocurriendo con la oposición de comunidades y organizaciones a los proyectos extractivos y concesiones otorgadas por el gobierno a empresas nacionales y transnacionales. Así se explica que las élites empresariales reaccionen con agresividad extrema cuando hay gentes que entorpecen su proceso de acumulación, hasta el extremo de asesinar a sus líderes, como ocurrió en marzo de 2016 con el asesinato de Berta Cáceres.

De igual manera, estos sectores se sienten golpeados en su amor propio cuando, sintiéndose a sus anchas en sus privilegios, la realidad de los excluidos les desenmascara con un solo hecho, sus mentiras. Esto es lo que ha hecho la caravana. Después de que las élites y el régimen de Juan Orlando Hernández han invertido millonarias sumas en publicitar que el país va por buen camino, que la economía está sana, que los programas sociales tienen contenta a la gente, irrumpe la caravana de miles de ciudadanos, una noticia que alcanza nivel mundial. La vergüenza de las élites se transforma en acusaciones a la oposición y se dedican a invertir para buscar chivos expiatorios, que en los últimos días de octubre pasó de una persona concreta, a la oposición política radical, a los demócratas, al empresario Soros, hasta culminar con responsabilizar al eje del mal, conformado por Cuba, Venezuela y Ortega de Nicaragua. Es la respuesta a una vergüenza que las élites hondureñas les duele en la medida que quienes los desenmascaran son aquellos sectores que no merecen ser considerados iguales porque son ciudadanos de segunda, tercera o cuarta categoría.

Rasgos que ayudan a interpretar éxodo masivo

Este fenómeno de masas que se dispara hacia el exterior, denota igualmente algunos rasgos que contribuyen a interpretar qué es lo que subyace en la sociedad hondureña:
Primer factor: la dependencia extrema del exterior. Buscar fuera del país las respuestas y soluciones a las necesidades y problemas. Es una mentalidad que se ha ido acentuando a lo largo de más de un siglo, luego de la implantación del enclave bananero a comienzos del siglo veinte. Echar la mirada y emprender el camino hacia Estados Unidos, es la reminiscencia dramática de una sociedad que configuró su mente y su corazón en torno al “sueño americano”, querer ser como un estadunidense, con sus dólares, con la esperanza de ganar dólares para comprar cosas, para ser como se gasta dinero en Estados Unidos. Salir hacia Estados Unidos es ese deseo profundo de buscar el amor de un capitalismo que dentro del país no lo han experimentado.

Es un movimiento espontáneo por ir en busca de la tierra prometida, es una defensa desesperada del país del consumo y de “la tierra de pan llevar”, como dijo un día el poeta hondureño Rafael Heliodoro Valle. No es un movimiento masivo anti-sistema. Es una avalancha intrasistema de los harapientos que siguen empecinados en buscar arriba, en el norte, el sueño que dentro de Honduras lo han vivido como pesadilla. No saben los migrantes hambrientos que su iniciativa está estremeciendo al sistema; ellos lo que hacen es buscar en el centro del sistema una respuesta para sus necesidades y problemas. Como de otras maneras lo hacen los políticos y las élites pudientes, siempre tienen puesta su mirada y su corazón hacia arriba, hacia los Estados Unidos, en franca actitud servilista. Es la misma actitud de los millares de migrantes, solo que, desde posición de capataces, de protectores internos de los intereses del imperio.

Segundo factor: una sociedad atrapada en la sobrevivencia. En el rebusque del día a día, cada quien buscando por lo suyo, cada quien e individualmente arañando migajas al sistema, sin cuestionarlo. El éxodo masivo de hondureños, no tiene más organización que la protección en los demás del camino del interés individual de rebuscarse la vida en otro país, en el país del norte. Porque la decisión de salir del país, no es el resultado organizativo de los pobres, sino la expresión de rebuscar cada quien, individualmente, la solución a sus problemas.

Ese rasgo de la mentalidad y comportamiento de la sociedad hondureña, sumerge a su gente en el encierro, en el mal político del encierro, que lleva a que cada quien se encierre en su propia búsqueda, en vivir cada quien ocupado en resolver sus asuntos, bajo el adagio de que “el buey solo se lame”, o lo que dicen en los caminos y calles de nuestros barrios y aldeas: “Cada quien librando su cacaste”. Es la lógica de la sobrevivencia, cada quien busca resolver a su modo y estableciendo compromisos con quien sea, con tal de salir adelante. Los demás estorban, el encuentro con otros para reunirse y buscar juntos, estorba. Todo mundo despotrica por lo que ocurre, por el alza del combustible, del agua, de la energía eléctrica.

Todo mundo protesta en contra del gobierno, pero al momento de buscar soluciones conjuntas, que lo hagan otros.  La salida masiva hacia el norte revela que la gente sigue sin poner la confianza en los demás, en la comunidad, expresa el rechazo hacia la organización, hacia los partidos políticos y hacia toda la institucionalidad. La salida masiva es el fracaso de todo tipo de respuesta pública, y el triunfo rotundo del rebusque individualista. El fenómeno de las caravanas es la expresión extrema de las salidas individuales a un problema estructural y sistémico. En un ambiente así, todo lo que venga de arriba y de afuera se recibe, y hasta se puede dar un voto a quien tiene aplastada a la gente, a cambio de una “bolsa solidaria” o de diversas regalías. En una sociedad atrapada en el rebusque, los programas compensatorios tienen un enorme éxito, pero al quedar intactos los problemas, y se profundizan las políticas privatizadoras o de concesiones, la vida de la sociedad se va deteriorando, hasta acabar con explosiones como las caravanas masivas de migrantes.
Tercer factor: una sociedad que acentúa la relación vertical. En detrimento de las relaciones horizontales. La gente se va para el norte, para arriba. La mirada de los migrantes está puesta hacia afuera y arriba, dejaron de ver a su lado, cada quien camina, avanza con sus propios pasos hacia adelante, sin ver quienes están a su lado. Es el síndrome de la “banana republic”, que sembraron los norteamericanos y dejaron esperando, embelesados, el regreso de los blancos. Son muchos, miles, que van dando los mismos pasos, pero cada quien buscando lo suyo, lo particular, lo individual. En esas condiciones individualistas nacieron, así lo aprendieron, así crecieron, así han sufrido. Y así buscan su salida en el norte. Individualmente. Aunque sean caravana, aunque sean miles. Es una caravana de individualidades.

Las relaciones hondureñas se basan en la mirada hacia arriba, en la verticalidad, depender de los de arriba en una relación en donde la línea vertical es la decisiva. Es el paradigma del poder, del patriarca, del caudillo en el caso hondureño. El caudillo que me ha de resolver mi problema personal o familiar, el caudillo que me resuelve a cambio de lealtad. Es Estados Unidos, el máximo de los caudillos, el padre de los caudillos. Esa línea vertical se sostiene a costa de debilitar la línea de los lados, de los iguales. La línea horizontal es tan tenue que casi es invisible, no existe, a lo sumo nos vemos unos a los otros, para ver quien las puede más con quien o quienes están arriba, para ver quién tiene más poder ante los que están en el mando.

Esta mentalidad vertical ha permeado con fuerza a las organizaciones sociales, las organizaciones comunitarias, a las ongs y a sus liderazgos. En esto ha contribuido con especial fuerza el fenómeno de la cooperación internacional. Las relaciones que se establecen con especial acento son bilaterales entre el organismo donante y la organización beneficiaria, la que a su vez acentúa relaciones directas y verticales con las organizaciones de base. Y estas, por beneficiarse de fondos de la cooperación, fortalecen las relaciones de dependencia con la ong la que a su vez tiene una dependencia vertical con el organismo donante.

Esta línea vertical se prioriza sobre las líneas horizontales. Las relaciones entre las organizaciones de base, los encuentros entre los diversos liderazgos de base, están unidos por una tenue línea horizontal, porque la fuerza está puesta en la línea vertical, en la dependencia hacia arriba. Finalmente, las organizaciones sociales y las ongs se van quedando solas, con muy poca incidencia hacia el pueblo. Cuando la gente se vuelca hacia a fuerza, no solo rebasa la capacidad de las organizaciones existentes, sino que las primeras sorprendidas son las organizaciones y liderazgos sociales y populares. En estas hay muchas palabras y muchas formulaciones, pero muy poco pueblo.

El eje del mal

En lugar de buscar “chivos expiatorios” dentro y fuera de Honduras, el problema fundamental es Honduras, en manos de unas alianzas a las que se pueden nombrar como el eje del mal. Esas alianzas están conformadas por una reducida élite política que ha vivido incrustada en el Estado y usa sus recursos como su propiedad, en contubernio con una élite empresarial auténticamente oligárquica que manejan los hilos de toda la economía e inversiones la cual es socia menor del capital de empresas transnacionales. Este triple contubernio conforma el verdadero gobierno hondureño, que se estructura en torno a un modelo de acumulación infinita a costa de negar crecientemente oportunidades a unos seis millones de los nueve millones de hondureños que conforman la población.

Estos tres actores están acuerpados por otros tres poderosos actores: la embajada norteamericana, con sede en la capital, los cuerpos armados liderados por los altos oficiales de las fuerzas armadas, y por personajes públicos y ocultos del crimen organizado.

Estos seis actores en alianza conforman el eje del mal, en donde reside la más alta cuota de responsabilidad de lo que ocurre con el deterioro ya casi sin fin de la sociedad hondureña. En este eje del mal y su modelo de desarrollo, basado en la acumulación de riquezas con el control corrupto y explotación de los bienes naturales y la privatización de los bienes y servicios públicos, se encuentra la respuesta fundamental a la pregunta de por qué se van los hondureños y por qué se organizan caravanas que provocan la atracción de millares de hondureños.

¿Cómo situarnos ante los migrantes en este fenómeno de caravanas?

1) Ante todo acompañar con el análisis y la investigación, para escudriñar sus dinamismos internos y aportar elementos para que la sociedad pueda tener su propio criterio, y evitar manipulaciones por parte de sectores políticos, medios corporativos y oficiales interesados en manipular y capitalizar a su favor la tragedia humana. La población migrante tiene algo que decirnos, tiene en sí misma una palabra, buscar en todo a actores extraños a ella, es importante, pero el actor más importante es el pueblo que emigra, que se desarraiga. No escucharlo por buscar fuerzas que lo empujan, es caer en lo mismo que hace Trump y Juan Orlando Hernández. El pueblo migrante tiene una palabra que decir, su sufrimiento y exclusión le otorga el derecho a ser sagrado, y nos toca respetarlo y escucharlo.

2) Acompañar, estar cerca de las caravanas para escuchar su voz y aportar en la atención a sus necesidades inmediatas y básicas, es una condición que hace válido el análisis y la reflexión. No necesariamente acompañar significa dar ayudas materiales, puede ser que sea necesario apoyar con recursos, pero puede ser una tentación para librarnos el bulto de la impotencia de no saber dar respuestas a las preguntas de fondo que surgen de sus sufrimientos y angustias.

3) La coordinación entre instancias nacionales y con redes centroamericanas, mexicanas y continentales, resulta fundamental puesto que se trata de un fenómeno que se origina en Honduras, pero con repercusiones y connotaciones internacionales. Ninguna red resulta suficiente, la realidad del fenómeno de las caravanas rebasa todos los esfuerzos. Pero los esfuerzos en solitario hacen más estéril el servicio. La eficacia está en unir esfuerzos con el mayor número de instancias.

4) Denunciar y develar el discurso oficial de la manipulación política de la caravana. Los diversos sectores internacionales debían ayudar a buscar respuestas en primer lugar desde Honduras, y desde los hondureños, no de la oficialidad hondureña, sino de los sectores que han estado y están cerca de las poblaciones de donde más se nutren los hondureños que se apuntan en las caravanas. Esta búsqueda de respuestas ha de partir de una constatación principal: la responsabilidad política reside fundamentalmente en el actual régimen hondureño y en el modelo de desarrollo basado en la inversión en el extractivismo y privatización de bienes y servicios públicos, unido a la corrupción e impunidad. Desde esta denuncia, los hondureños demandamos que haya adelanto de elecciones para un pronto retorno al orden constitucional, que con un nuevo gobierno se convoque a un gran diálogo nacional para consensuar las prioridades hacia una reversión del actual estado de calamidad social que explotó en esta migración masiva.

5) Una pastoral directa de consuelo, misericordia y solidaridad con el dolor y desesperación de nuestro pueblo, que se exprese en estrategias de comunicación que vincule los medios tradicionales, como la radio, la televisión y los medios escritos, con las redes sociales.