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Marx, Piketty y los ladrones de títulos

Maciek Wisniewski*
www.jornada.unam.mx/060614

Cuando murió Gabriel García Márquez, Juan Sasturain anotó que el autor de Cien años de soledad no sólo fue un notable fabulador, sino también un extraordinario titulero. Quiero decir y me animo: sus libros no serían tan buenos con otros títulos (Página/12, 18/4/14).

Acordándome de esto y acabando de leer el muy sonado Capital in the twenty-first century (2014, 671 pp.), de Thomas Piketty –el nuevo “economista superstar”–, quiero decir y me animo: su libro no tendría tan buena recepción con otro título. Sin la obvia (¿burda?) alusión a El capital de Marx que, dicho sea de paso, no sólo fue un gran economista (y sociólogo), sino también un gran titulero (y hacía buena literatura). ¡Y vaya! Un libro que de Marx –aparte del título– no tiene nada, y que además desde el punto de vista marxista resulta problemático.

Difícil decidir por dónde empezar y dónde acabar. Veamos por ejemplo la definición del capital: mientras para Marx éste era –sobre todo– una específica relación social, para Piketty –como para otros economistas neoclásicos– es sólo un conjunto de bienes, sinónimo de riqueza (pp. 47-48). O fragmentos donde señala –supuestas– limitaciones de Marx (pp. 7-11) o rechaza la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (pp. 227-230), que despiertan serias dudas sobre si el autor haya leído El capital o algo más de Marx.

He aquí una respuesta (New Republic, 5/5/14):

“(Entrevistador): –¿Podría decirnos algo sobre el impacto de Marx en su pensamiento y como empezó a leerlo?
“(Piketty): –En realidad nunca lo he leído... (¡super-sic!). (Sólo) el Manifiesto comunista, una pieza breve, fuerte. Das Kapital creo que es muy difícil de leer (¡sic!) y no fue mi influencia (¡sic!).
“–Porque por el título de su libro, parecía que le rendía tributo.
“–No, no, ¡para nada! La gran diferencia es que mi libro es sobre la historia del capital (¡sic!), y en el libro de Marx no hay datos (¡supersic!).”

Sólo alguien que ni ha visto El capital pudo decir algo así... y como al final dijo que leyó el Manifiesto, también decidió robar este título, publicando su Manifiesto por Europa (The Guardian, 2/5/14).

Con esto bastaría, pero igual el marxista inglés Michael Roberts se tomó la molestia de desnudar más a Piketty (véanse varias entradas en su blog: The Next Recession). Sólo una de las conclusiones (más generoso, imposible): “Si se limitara a presentar sus datos sobre la desigualdad (¡él sí tiene datos!: MW), sería una contribución. Pero quiso más: corregir el marxismo (¡sic!) y remplazarlo con sus ‘leyes fundamentales’ (¡sic!), según las cuales se puede arreglar al capitalismo reduciendo las desigualdades”.

David Harvey, el experto en El capital, señaló por su parte que aunque los datos de Piketty son valiosos, las razones de la desigualdad que da tienen fallas, que capital no es riqueza y que le haría bien leer a Marx, cosa que no hizo (davidharvey.org).

Michel Husson, el marxista francés, remarcó que su enfoque neoclásico simplemente distorsiona las verdaderas leyes del movimiento en el capitalismo (Contretemps, 10/2/14).

Incluso queriendo reconocerle algo como el cuestionamiento a los dogmas neoliberales (desigualdades y meritocracia son buenos), o un buen estilo y referencias literarias (Austen, Balzac, Dickens, etcétera), uno acaba como Alan Nasser en su bastante matizada reseña (Counterpunch, 2-4/5/14), señalando más fallas: ausencia del lado del trabajo e ingenuidad política.

Todos los autores –incluido Marx, que con su Miseria de la filosofía parafraseaba a Proudhon para atacarlo– tomamos prestados o robamos títulos ajenos; para jugar con palabras, evocar, criticar o para llevar mejor el argumento propio. Este columnista atracó últimamente dos veces a Foucault (La Jornada, 9 y 23/5/14); ahora asaltó a De Sica (Ladrones de bicicletas, 1948). No hay nada malo en esto. Pero en el caso de Piketty, no sólo resulta un poco patético, sino engañoso. Así se puede escuchar que Piketty actualiza a Marx para el siglo XXI (¡sic!) o que gracias a él, Marx está otra vez en boga (¡sic!). Así, la crítica de las desigualdades se confunde con el anticapitalismo, o parece que las desigualdades son la principal contradicción del capitalismo (y no son nada esencial de este sistema de producción, más bien propio de todas las sociedades clasistas).

Si bien entre los marxistas hay fuerte debate sobre cuál es la principal contradicción (Harvey contribuye a él con su nuevo libro: Seventeen contradictions and the end of capitalism, 2014, 336 pp.), las desigualdades ni están en la lista. O lleva a otras confusiones, incluso en nombre de buenas causas: activistas que defienden el legado de Marx (y Engels) de la privatización y desaparición de Internet (Lawrence & Wishart versus Marxists Internet Archive) ponen como ejemplo de su actualidad el –supuesto– “diálogo que Piketty lleva con él en su bestseller” –¡sic!– (The Guardian, 5/5/14).

Para que no quede duda: la crítica de aquí no es la misma que le hace a Piketty la derecha (o Financial Times) tildándolo de marxista (¡sic!) y su análisis de radical; el problema es que no es suficientemente radical. Piketty pretende –este es el objetivo de su libro– salvar el capitalismo de sí mismo y –promoviendo nuevos impuestos– hacerlo funcionar para todos (que es –bien apunta Roberts– una contradictio in terminis).

Según él, necesitamos el capitalismo, pero un poco más justo, más lejos de Marx, que abogaba por otro sistema, sin clases, imposible. En algún momento Piketty muestra reparos por el título, pero –paradójicamente– por su segunda parte (“...in the twenty-first century”): Tal vez era presumido ponerlo así en la víspera del siglo (p. 35). Curioso, ya que la más problemática resulta la primera (Capital...”).

James K. Galbraith, después de criticar duramente a Piketty, concluye así su reseña: (...) a pesar de las grandes ambiciones su libro no es un trabajo completo con teoría sofisticada, como su título, extensión y recepción sugieren (Dissent, primavera 2014).


Por el bien del debate dejemos abierta la cuestión de si Capital in the twenty-first century es una obra maestra (como se asegura), o si Thomas Piketty es un genio económico (como se dice). Lo seguro es que es un pésimo titulero.

El juego geopolítico ruso-chino

Immanuel Wallerstein
www.jornada.unam.mx/080614

Los gobiernos, los políticos y los medios en el mundo occidental parecen incapaces de entender los juegos geopolíticos que juegue alguien situado en cualquier otra parte. Sus análisis en torno al nuevo acuerdo proclamado por Rusia y China son un pasmoso ejemplo de esto.

El 16 de mayo, Rusia y China anunciaron que habían firmado un tratado de amistad que durará por siempre, pero que no es una alianza militar. Simultáneamente anunciaron uno sobre gas, en el que ambos países construirán un gasoducto para exportar gas ruso a China. China prestará a Rusia el dinero para que pueda construir su parte del gasoducto. Parece que Gazprom (principal productor de gas y petróleo en Rusia) hizo algunas concesiones en el precio a China, punto que había estado deteniendo el acuerdo por algún tiempo.

Si uno lee los medios del 15 de mayo, están llenos de artículos que explican por qué un acuerdo así sería poco probable. Al día siguiente, cuando sin embargo se concretó el acuerdo, los gobiernos de Occidente, los políticos y los medios se dividieron entre quienes pensaron que era una victoria geopolítica del presidente ruso Vladimir Putin (y lo deploraron) y aquellos que argumentaron que esto no haría mucha diferencia geopolítica.

Es bastante claro, a partir de las discusiones y los votos en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante los últimos años, que Rusia y China comparten una aversión por las varias propuestas puestas a consideración por Estados Unidos (y con frecuencia secundadas por varios países europeos) para autorizar el involucramiento directo en la lucha civil en Ucrania y en los múltiples conflictos en Medio Oriente (lo que abriría en última instancia el camino a un involucramiento militar).

Las sanciones unilaterales que Estados Unidos impuso a Rusia debido a su presunto comportamiento en Ucrania y la amenaza de más sanciones sin duda han apresurado el deseo de Rusia por encontrar salidas adicionales para su gas y petróleo. Y esto, a su vez, condujo a hablar mucho de una revivida Guerra Fría entre Rusia y Estados Unidos. Pero ¿es esto en realidad el punto central del nuevo acuerdo de Rusia y China?

A mí me parece que ambos países están realmente interesados en una restructuración diferente de las alianzas entre los Estados. Lo que Rusia busca en realidad es un acuerdo con Alemania. Y lo que China realmente busca es un acuerdo con Estados Unidos. Y su táctica es anunciar esta alianza para siempre entre ellos.

Alemania claramente está dividida acerca de la perspectiva de incluir a Rusia en una esfera europea. La ventaja de Alemania en un arreglo así sería consolidar su base de consumidores en Rusia para su producción, garantizar sus necesidades energéticas e incorporar la fuerza militar rusa a su planeación global de largo plazo. Dado que esto haría inevitable la creación de una Europa post-OTAN, existe oposición a la idea no sólo en Alemania, sino por supuesto en Polonia y en los Estados bálticos. Desde el punto de vista de Rusia, el objetivo del tratado de amistad Rusia-China es fortalecer la posición de aquellos en Alemania favorables a trabajar con Rusia.

China, por otra parte, está fundamentalmente interesada en domar a Estados Unidos y reducir su papel en Asia oriental, pero dicho esto quiere reforzar, no debilitar, sus vínculos con Estados Unidos. China busca invertir en Estados Unidos a tasas de ganga y piensa que ahora es la oportunidad. Quiere que Estados Unidos acepte su emergencia como potencia regional dominante en Asia oriental y sudoriental. Y quiere que Estados Unidos utilice su influencia para evitar que Japón y Corea del Sur se conviertan en potencias nucleares.

Por supuesto que lo que China quiere no está en consonancia con el lenguaje ideológico que prevalece en Estados Unidos. Sin embargo, parece haber dentro de Estados Unidos un respaldo callado para una evolución de las alianzas, especialmente al interior de las principales estructuras corporativas. Justo como Rusia quiere utilizar el tratado de amistad para dar aliento a que ciertos grupos en Alemania se muevan en la dirección que les parece más útil, así China busca hacer lo mismo en Estados Unidos.


¿Funcionarán estos juegos geopolíticos? Posiblemente, pero no hay la certeza, para nada. No obstante, desde la perspectiva de Rusia y China, tienen todo qué ganar y muy poco qué perder con esta táctica. La cuestión real es cómo evolucionará en el futuro cercano el debate interno en Alemania y en Estados Unidos. Y en cuanto al argumento de que el mundo está regresando a la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, piensen que este argumento es sólo la contratáctica de aquellos que entienden el juego que están jugando Rusia y China e intentan contrarrestarlo.

Monsanto, la semilla del diablo

www.publico.es/300514

"La semilla del diablo", así fue como el popular presentador del canal estadounidense HBO Bill Maher bautizó, en uno de sus programas y en referencia al debate sobre los Organismos Genéticamente Modificados, a la multinacional Monsanto. ¿Por qué? ¿Se trata de una afirmación exagerada? ¿Qué esconde esta gran empresa de la industria de las semillas? El domingo pasado, precisamente, se celebró la jornada global de lucha contra Monsanto. Miles de personas en todo el planeta se manifestaron contra las políticas de la compañía.

Monsanto es una de las empresas más grandes del mundo y la número uno en semillas transgénicas, el 90% de los cultivos modificados genéticamente en el mundo cuentan con sus rasgos biotecnológicos. Un poder total y absoluto. Asimismo, Monsanto está a la cabeza de la comercialización de semillas, y controla el 26% del mercado. A más distancia, la sigue DuPont-Pioneer, con un 18%, y Syngenta, con un 9%.

Solo estas tres empresas dominan más de la mitad, el 53%, de las semillas que se compran y venden a escala mundial. Las diez grandes, controlan el 75% del mercado, según datos del Grupo ETC. Lo que les da un poder enorme a la hora de imponer qué se cultiva y, en consecuencia, qué se come. Una concentración empresarial que ha ido en aumento en los últimos años y que erosiona la seguridad alimentaria.

La avaricia de estas empresas no tiene límites y su objetivo es acabar con variedades de semillas locales y antiguas, aún hoy con un peso muy significativo especialmente en las comunidades rurales de los países del Sur. Unas semillas autóctonas que representan una competencia para las híbridas y transgénicas de las multinacionales, las cuales privatizan la vida, impiden al campesinado obtener sus propias simientes, los convierten en "esclavos" de las compañías privadas, a parte de su negativo impacto medioambiental, con la contaminación de otros cultivos, y en la salud de las personas.

Monsanto no ha escatimado recursos para acabar con las semillas campesinas: demandas legales contra agricultores que intentan conservarlas, patentes monopólicas, desarrollo de tecnología de esterilización genética de simientes, etc. Se trata de controlar la esencia de los alimentos, y aumentar así su cuota de negocio.

La introducción en los países del Sur, en particular en aquellos con vastas comunidades campesinas capaces todavía de proveerse de semillas propias, es una prioridad para estas compañías. De este modo, las multinacionales semilleras han intensificado las adquisiciones y alianzas con empresas del sector principalmente en África e India, han apostado por cultivos destinados a los mercados del Sur Global y han promovido políticas para desalentar la reserva de simientes.

Monsanto, como reconoce su principal rival DuPont-Pioneer, es el "guardián único" del mercado de semillas, controlando, por ejemplo, el 98% de la comercialización de soja transgénica tolerante a herbicida y el 79% del maíz, como recoge el informe. ¿Quién controla los insumos agrícolas? Lo que le da suficiente poder como para determinar el precio de las simientes con independencia de sus competidores.

De las simientes a los agrotóxicos

Sin embargo, Monsanto no tiene suficiente con controlar las semillas sino que, para cerrar el círculo, busca dominar también aquello que se aplica a su cultivo: los agrotóxicos. Monsanto es la quinta empresa agroquímica mundial y controla el 7% del mercado de insecticidas, herbicidas, fungidas, etc., por detrás de otras empresas, líderes a la vez en el mercado de las simientes, como Syngenta que domina el 23% del negocio de los agrotóxicos, Bayer el 17%, BASF el 12% y Dow Agrosciences casi el 10%.

Cinco empresas controlan así el 69% de los pesticidas químicos de síntesis que se aplican a los cultivos a escala mundial. Los mismos que venden al campesinado las semillas híbridas y transgénicas son los que les suministran los pesticidas a aplicar. Negocio redondo.

El impacto medioambiental y en la salud de las personas es dramático. A pesar de que las empresas del sector señalan el carácter "amigable" de estos productos con la naturaleza, la realidad es justo todo lo contrario. Hoy, tras años de suministro del herbicida de Monsanto, Roundup Ready, a base de glifosato, que ya en 1976 fue el herbicida más vendido del mundo, según datos de la misma compañía, y que se aplica a las semillas de Monsanto modificadas genéticamente para tolerar dicho herbicida mientras que éste acaba con la maleza, varias son las hierbas que han desarrollado resistencias. Solo en Estados Unidos, se estima que han aparecido unas 130 malezas resistentes a herbicidas en 4,45 millones de hectáreas de cultivos, según datos del Grupo ETC. Lo que ha llevado a un aumento del uso de agrotóxicos, con aplicaciones más frecuentes y dosis más elevadas, para combatirlas, con la consiguiente contaminación ambiental del entorno.

Las denuncias de campesinos y comunidades afectadas por el uso sistemático de pesticidas químicos de síntesis es una constante. En Francia, el Parkinson es incluso considerado una enfermedad laboral agrícola causada por el uso de agrotóxicos, después que el campesino Paul François ganará la batalla judicial contra Monsanto, en el Tribunal de Gran Instancia de Lyon en 2012, y consiguiera demostrar que su herbicida Lasso era responsable de haberlo intoxicado y dejado inválido. Una sentencia histórica, que permitió sentar jurisprudencia.

El caso de las Madres de Ituzaingó, un barrio de las afueras de la ciudad argentina de Córdoba, rodeado de campos de soja, en lucha contra las fumigaciones es otro ejemplo. Tras diez años de denuncia, y después de ver como el número de enfermos de cáncer y niños con malformaciones en el barrio no hacía sino aumentar, de cinco mil habitantes doscientos tenían cáncer, consiguieron demostrar el vínculo entre dichas enfermedades y los agroquímicos aplicados en las plantaciones sojeras de sus alrededores (endosulfán de DuPont y glifosato de Roundup Ready de Monsanto). La Justicia prohibió, gracias a su movilización, fumigar con agrotóxicos cerca de zonas urbanas. Estos son tan solo dos casos de los muchos que podemos encontrar en todo el planeta.

Ahora, los países del Sur son el nuevo objetivo de las empresas de agroquímicos. Mientras que las ventas globales de pesticidas descendieron en los años 2009 y 2010, su uso en los países de la periferia aumentó. En Bangladesh, por ejemplo, la aplicación de pesticidas creció un 328% en la década del 2000, con el consiguiente impacto en la salud de los campesinos. Entre 2004 y 2009, África y Medio Oriente tuvieron el mayor consumo de pesticidas. Y en América Central y del Sur se espera un aumento del consumo en los próximos años. En China, la producción de agroquímicos alcanzó en 2009 dos millones de toneladas, más del doble que en 2005, según recoge el informe. ¿Quién controlará la economía verde? Business as usual.

Una historia de terror

Pero, ¿de dónde surge dicha empresa? Monsanto fue fundada en 1901 por el químico John Francis Queeny, proveniente de la industria farmacéutica. Su historia es la historia de la sacarina y el aspartamo, del PBC, del agente de naranja, de los transgénicos. Todos fabricados, a lo largo de los años, por dicha empresa. Una historia de terror.

Monsanto se constituyó como una empresa química y, en sus orígenes, su producto estrella era la sacarina, que distribuía para la industria alimentaria y, en particular, para Coca-Cola, del que fue uno de sus principales proveedores. Con los años, expandió su negocio a la química industrial, convirtiéndose, en la década de los 20, en uno de los mayores fabricantes de ácido sulfúrico.

En 1935, absorbió a la empresa que comercializaba policloruro de bifenilo (PCB), utilizado en los transformadores de la industria eléctrica. En los 40, Monsanto centró su producción en los plásticos y las fibras sintéticas, y, en 1944, comenzó a producir químicos agrícolas como el pesticida DDT.

En los 60, junto con otras empresas del sector como Dow Chemical, fue contratada por el gobierno de Estados Unidos para producir el herbicida agente naranja, que fue utilizado en la guerra de Vietnam. En este período, se fusionó, también, con la empresa Searla, descubridora del edulcorante no calórico aspartamo. Monsanto fue productora, asimismo, de la hormona sintética de crecimiento bovino somatotropina bovina. En la década de los 80 y 90, Monsanto apostó por la industria agroquímica y transgénica, hasta llegar a convertirse en la número uno indiscutible de las semillas modificadas genéticamente.

Actualmente, muchos de los productos made by Monsanto han sido prohibidos, como los PCB, el agente naranja o el DDT, acusados de provocar graves daños en la salud humana y el medio ambiente. Solo el agente naranja en la guerra de Vietnam fue responsable de decenas de miles de muertos y mutilados, así como de pequeños nacidos con malformaciones. La somatotropina bovina también está vetada en Canadá, la Unión Europea, Japón, Australia y Nueva Zelanda, a pesar de que se permite en los Estados Unidos. Lo mismo ocurre con el cultivo de transgénicos, omnipresente en Norte América, pero prohibido su cultivo en la mayoría de países europeos, a excepción, por ejemplo, del Estado español.

Monsanto, asimismo, se mueve como pez en el agua en las bambalinas del poder. Wikileaks lo dejó claro cuando filtró más de 900 mensajes que mostraban cómo la administración de Estados Unidos había gastado cuantiosos recursos públicos para promocionar a Monsanto y a los transgénicos en muchísimos países, a través de sus embajadas, su Departamento de Agricultura y su agencia de desarrollo USAID.

La estrategia consistía y consiste en conferencias "técnicas" desinformando a periodistas, funcionarios y creadores de opinión, presiones bilaterales para adoptar legislaciones favorables y abrir mercado a las empresas del sector, etc. El gobierno español es en Europa el principal aliado de EEUU en dicha materia.

Plantar cara

Ante tanto despropósito, muchos no callan y plantan cara. Miles son las resistencias contra Monsanto en todo el mundo. El 25 de mayo ha sido declarado jornada de acción global contra dicha compañía y centenares de manifestaciones y acciones de protesta se llevan a cabo ese día alrededor del globo. En 2013 se realizó la primera convocatoria, miles de personas salieron a la calle en varias ciudades de 52 países distintos, desde Hungría hasta Chile pasando por Holanda, Estado español, Bélgica, Francia, Sudáfrica, Estados Unidos, entre otros, para mostrar el profundo rechazo a las políticas de la multinacional. El domingo pasado, día 25, la segunda convocatoria, menos concurrida, se llevó a cabo con acciones en 49 países.

América Latina es, en estos momentos, uno de los principales frentes de lucha contra la compañía. En Chile, la movilización logró, en marzo del 2014, la retirada de la conocida como Ley Monsanto que pretendía facilitar la privatización de las semillas locales y dejarlas a manos de la industria. Otra gran victoria fue en Colombia, un año antes, cuando el masivo paro agrario, en agosto del 2013, logró la suspensión de la Resolución 970, que obligaba a los campesinos a usar exclusivamente semillas privadas, compradas a las empresas del agronegocio, y les impedía guardar las suyas propias.

En Argentina, los movimientos sociales están, asimismo, en pie contra otra Ley Monsanto, que pretende aprobarse en el país y subordinar la política nacional de semillas a las exigencias de las empresas transnacionales. Más de cien mil argentinos han firmado ya contra dicha ley en el marco de la campaña No a la Privatización de las Semillas.

En Europa, Monsanto quiere ahora aprovechar la grieta que abren las negociaciones del Tratado de Libre Comercio Unión Europea-Estados Unidos (TTIP) para presionar en función de sus intereses particulares y poder legislar por encima de la voluntad de los países miembros, muchos contrarios a la industria transgénica. Las resistencias en Europa contra el TTIP, esperemos, no se hagan esperar.

Monsanto es la semilla del diablo, sin lugar a dudas.

*Artículo en Público.es, 29/05/2014.


El difícil renacer de Haití

Mauricio Vincent
www.cpalsocial.org/020614
Ya no queda nada del Palacio Nacional de Puerto Príncipe. Cuatro años y medio después del terremoto que arrasó la capital más pobre de América, sobre sus cimientos solo hay un césped bien segado por el que ahora camina el presidente de Haití, Michel Martelly, un famoso cantante de música popular antes conocido como Sweet Micky. Al verlo aparecer frente al Campo de Marte, que albergó durante mucho tiempo un gigantesco campo de refugiados, decenas de personas se acercan a la verja. “Martelly, eres el mejor”, “Nunca mueras”, gritan unos descamisados. Otros no se achican: “Das vergüenza, no has hecho nada por nosotros”. Es el “juego democrático”, admite él. Y Haití apenas lo ha saboreado en 210 años de independencia.

El helicóptero presidencial espera en la explanada. Antes de subir, Martelly saluda a la multitud. Cuando empiezan a girar las hélices del AS365 Dauphin, en la cabina de la aeronave dan vueltas también los datos más crudos de su país: 56% de la población vive en la pobreza extrema, con menos de un euro diario (1,3 dólares); el 76% no llega a los dos (2,7 dólares), dudoso límite de la pobreza relativa. Son siete millones de pobres en un país con 10 millones de habitantes en el que el 60% de la población no tiene garantizado el trabajo, y donde gran parte de los hogares carece de letrinas y de acceso a agua corriente.

Sweet Micky suspira: “Es la realidad que estamos tratando de cambiar”. Desde la altura los suburbios de Puerto Príncipe se ven menos miserables. Sin embargo, abajo los haitianos de a pie —no digamos los 140.000 damnificados por el temblor de 2010 que siguen en carpas— no parecen haberse enterado de los buenos deseos del Gobierno. “Sigo igual que antes”, afirma Jean Baptiste, un chico que se busca la vida entre el tráfico loco de la capital vendiendo agua fría en bolsitas, a 10 gourdes la unidad, unos 15 céntimos de euro al cambio.

Como la mayor parte del día no hay luz, Jean Baptiste y muchos otros aguadores enfrían la bebida en los únicos lugares en que no falla el suministro eléctrico: las morgues.

Sentada en plena calle, al lado de un basurero una mujer revende carbón a cambio de unos cuantos gourdes. Es un negocio ínfimo pero seguro: el 96% de las viviendas en el campo y el 84% de las de la capital —donde vive un tercio de la población— cocinan con combustible vegetal. La superficie de bosques en Haití no llega ni al 2%. Literalmente, la gente se ha pulido los árboles para sobrevivir.

Nos dirigimos a la comunidad de Cornillon Grand Bois, distante tan sólo a 52 kilómetros de la capital, pero por tierra se tarda seis horas en llegar pues no hay carreteras. Aquí comienza hoy la campaña nacional de reforestación, que en 2014 aspira a sembrar 30 millones de árboles, y Martelly plantará el primero. Esta campaña y el programa de enseñanza gratuita y universal han sido dos estandartes de su Gobierno, que mañana cumple tres años. Pero los resultados dejan que desear.

Pese a los 2.000 millones de euros inyectados por la cooperación internacional desde 2010, los principales indicadores no han mejorado. En el Índice de Desarrollo Humano, el país ocupa el puesto 161 (de 180). La tasa de mortalidad infantil sigue siendo escandalosa, 70 por cada 1000 nacidos vivos (21,3 en República Dominicana), igual que el número de muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos, que es de 350.

La esperanza de vida al nacer es de 62 años, pero no hay datos oficiales sobre lacras como las violaciones y los abusos infantiles, entre otros maltratos que compiten con el analfabetismo, si bien en este punto Martelly se planta: “La tasa de escolarización, que en 1993 era sólo del 47%, hoy es del 88%”. En tres años, dice, el Gobierno ha dado escuela gratis a 1.400.000 niños de primaria y más de 100.000 adultos han aprendido a leer y escribir. “Este año pretendemos alfabetizar a otro medio millón de personas…”.

El helicóptero pasa por unas lomas devastadas en las que se asienta un gigantesco pueblo en medio de la nada. Es Canaán, la tierra prometida para decenas de miles de damnificados por el terremoto y también para muchos haitianos que se instalaron aquí después de 2010 buscando una vida mejor (nadie sabe exactamente cuánta gente vive ahí abajo). A Canaán no ha llegado la ley, ni el agua, ni la electricidad, ni los hospitales, y sólo algunas ONG han abierto unos pocos colegios para acoger a niños de la comunidad.
Martelly admite que Canaán es la peor cicatriz del terremoto, aunque dice que han construido cientos de casas y que se planea un parque industrial para beneficiar a los vecinos de la zona. De inmediato, pasa a la ofensiva: “Cuando llegué al Gobierno había una epidemia de secuestros; hemos acabado con los secuestros. El índice de asesinatos se ha reducido a 7 por cada 100.000 habitantes; en Dominicana es cuatro veces superior.

La economía ha crecido un 4,3 % y si hace tres años había 12.000 ONG trabajando en el país sin control, hoy no llegan al millar”. Llegado a este punto, y cuando comienza a explicar que Haití debe dejar de ser un país receptor de cooperación para convertirse en productor y creador de su propio desarrollo, el piloto se despista y durante 10 minutos busca donde aterrizar. ”Otra vez nos hemos perdido”, exclama.

PETIT-GOAVE

En este municipio costero, a 68 kilómetros al oeste de Puerto Príncipe trabaja desde hace cuatro años Médicos del Mundo (MDM). En 2012 la ONG cambió su estrategia de ayuda de emergencia por una “intervención de desarrollo”, consciente de que los fondos se acabarán y que las autoridades deben mantener sus programas de salud. MDM tiene dos proyectos en la zona: uno de prevención del cólera y atención a los enfermos que siguen llegando a su centro en Gressiere. Desde 2010 la epidemia ha afectado a 600.000 personas y 8.000 han muerto. Este año se esperan 40.000 casos más en todo el país.

El segundo es un programa de salud comunitaria en las montañas de Leogane y está orientado a reducir la mortalidad materna e infantil en la zona. En un buen jeep se tarda tres horas en llegar a las primeras aldeas del lugar, donde el 97% de las mujeres dan a luz en su domicilio atendidas por parteras tradicionales. Anna Izme es una de ellas. Tiene 65 años y se dedica a esta profesión “hace tanto tiempo” que ya ni se acuerda. Ha ayudado a dar a luz a miles de mujeres y cobra la voluntad, que suele andar por 500 gourdes, unos 9 euros el parto.

Además de entrenar a Anna Izme y a decenas de matronas en cursos que realizan en Petit-Goave, la ONG trabaja con agentes de la comunidad que hacen vistas a las embarazadas y recién nacidos. También han donado 22 mulas-taxi a las distintas poblaciones. El problema, dice Marta Gutiérrez, la responsable de MDM en la zona, es que el Gobierno se implica poco o nada en los programas. “Al estar nosotros, la tendencia es a desaparecer. El Ministerio de Salud ni paga el salario de las enfermeras haitianas en el centro de salud, y ya hemos advertido que el dinero se acaba y si no toman ellos las riendas el trabajo hecho puede perderse”. Lo mismo pasa con el centro del cólera de Gressiere.

PÉTIONVILLE

“El artista no se ha muerto, este es su teléfono”. Así decía hasta hace no mucho un cartel colocado frente a los escombros de lo que fue una casa en la subida hacia la zona rica de Pétionville, sobre Puerto Príncipe. El autor, un artesano que pelea los frijoles en estas lomas privilegiadas, lo mantuvo allí durante mucho tiempo después del terrible temblor que destruyó la capital el 12 de enero de 2010, una serpiente de fuego que dejó 250.000 muertos, 100.000 casas destruidas y 1.500.000 pobres sin hogar.

El artista fue afortunado. Sobrevivió y sigue en Pétiónville, donde los ricos compran en tiendas de lujo como las galerías Rívoli, que ofrece relojes Cartier y cuberterías escandalosas. Cerca, en la Plaza Boyer está el Quartier Latin, donde comer con vino no sale por menos de 40 euros y de vez en cuando va a cenar el exdictador e hijo de dictador Jean Claude Duvalier, de vuelta en el país en 2011 pese a que se le acusa de haber asesinado a miles de haitianos entre 1971 y 1986. También ha regresado el expresidente Aristide.

“Las élites haitianas son responsables de la situación actual. Los ricos sólo se han interesado en mantener sus privilegios, no en desarrollar el país”, denuncia el arquitecto William Kénel-Pierre, miembro de la Organización del Pueblo en Lucha, opuesto a Martelly pero favorable al diálogo con el Gobierno para salir de la crisis institucional en que en este momento se haya Haití, con unas elecciones legislativas y municipales pospuestas que han de renovar también un tercio del Senado.

CABO HAITIANO

Los 317 kilómetros que separan la capital de Cabo Haitiano son una aventura que comienza en la carretera que atraviesa el suburbio de Cíte Soleil, donde un camión de la ONU cargado con planchas de poliespuma circula ahora a escasa velocidad. De pronto, decenas de jóvenes sin camisa salen de ninguna parte y se suben al vehículo en marcha. En minutos lanzan las planchas a la carretera y despluman el camión.

A 110 kilómetros de la caótica capital, Gonaïves es la ciudad donde Jean-Jacques Dessalinnes proclamó la independencia de Haití (el primero de enero de 1804) y donde empezaron las protestas que acabaron con la dictadura de Jean-Claude Duvalier en 1986, y después se pasa cerca del gran centro vudú de Souvenance y se asciende hacia el norte por empinadas carreteras de montaña. A veces te encuentras un camión atravesado en la carretera y el tráfico cortado por días. Es el caso.

El rodeo, de cinco horas, se hace cruzando ríos y poblados miserables en dirección a St. Michel y Saint-Raphaël. En todos los asentamientos hay una constante: mercados en las calles polvorientas, iglesias cristianas, salones de belleza (sí, salones de belleza), morgues, gallos de pelea y bancos de lotería para intentar llamar a la suerte.

Los niños desnudos saludan al paso de los coches y encuentras también caras endurecidas pero dignas, y siempre hay alguna risa, pues la miseria de Haití esconde las mismas e inmensas ganas de vivir y disfrutar de todo el Caribe. Cerca de Ennery, las muecas de dolor de unas mujeres en el camino indican que algo grave ha pasado. Alguien ha violado y asesinado a machetazos a una joven que regresaba del mercado, la gente se llama y acude corriendo y una anciana llora mientras transporta un gigantesco bulto sobre la cabeza –todo en Haití se lleva sobre la cabeza-.

Cerca de Cabo Haitiano, en Bois Caïman, empezó todo un 14 de agosto de 1791 con el sacrificio de un cerdo negro ofrecido a los loas africanos por el esclavo y sacerdote vudú Boukman Dutty. Después, los machetes de Jean-Jacques Dessalines y de Touissaint Lovertoure hicieron cuajar la primera república negra de la humanidad y pasaron 60 años hasta que fue reconocida, pero antes Henry Christophe se autoproclamó rey y nombró condes y marqueses en su fortaleza de La Ferriére.

El viejo Jean Claude es analfabeto pero habla un inglés aprendido por intuición y vive de explicar a los turistas las grandezas y vilezas del rey Henry, libertador y luego verdugo de su pueblo, una terrible tradición. Sus siete hijos han ido a la escuela, pero escolarizarlos le ha costado 80 dólares anuales, incluyendo el uniforme y los libros de texto. Todo un sacrificio, dice.

OUANAMINTHE

Suenan los tambores vudú en el perístyle del hungan Papou, donde hoy se celebra una gran ceremonia en honor a Ayizan, importante loaguardián del mercado y la primeramambo (sacerdotisa) de esta religión. El templo está lleno. En el centro, una veintena de mujeres vestidas de blanco bailan acompasadamente frente a un altar donde hay trigo, plátanos, papaya, viandas y otros alimentos y productos, de cuyo comercio vive la mayoría de la población. Así es en Haití, el que tiene un plátano se sienta en una esquina y lo vende; e igual sucede con el que reúne un par de zapatos, o unas cuchillas de afeitar, o cinco mangos, por eso es bueno rendirle respeto de vez en cuando a Ayizan.

La mayor parte de la población haitiana se dedica al comercio informal. Y uno de los mercados más grandes del país está en la frontera norte con República Dominicana. Del lado de Haití está Ouanaminthe y del dominicano Djabon. Los lunes y viernes se reúnen aquí 2.250 vendedores y mil ambulantes, además de 15.000 clientes. El 70 % de los comerciantes y el 80% de los clientes son haitianos, pero el 70% de la facturación la hacen los vendedores del país vecino pues los alimentos son un 30% más baratos. Hasta hace poco el mercado funcionaba en la calle mugrienta, pero gracias a un proyecto de Naciones Unidas financiado por la UE se han construido instalaciones adecuadas y se da asesoría a la gente. La vida en Ouanaminthe ha cambiado para bien.

PUERTO PRÍNCIPE

Sweet Micky celebra en el Campo de Marte los tres años de su mandato. Horas antes hubo bloqueos y disturbios en las calles, nada exagerado, solo parte del “juego democrático”. Ya no hay refugiados ante el antiguo Palacio Nacional, pero la lista de retos y desgracias de Haití es más pesada que los logros que enuncia Martelly esta tarde. Según él, “cantar y gobernar no es tan distinto”. “Uno tiene una orquesta (el consejo de ministros) y trata de hacerle la vida feliz a su público (la población)”. “Es casi lo mismo”, bromea, y sus palabras quedan suspendidas en el aire.



Jaque mate al celibato obligatorio

Juan José Tamayo A.
www.atrio.org/120614

“Es, pues, necesario, que el obispo sea intachable, fiel a su esposa (otras traducciones: “hombre de una sola mujer) sobrio, modesto, cortés, hospitalario, buen maestro, no bebedor ni pendenciero, sino amable, pacífico, desinteresado, ha de regir su familia con acierto, hacerse obedecer por sus hijos con dignidad; pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo se va a ocupar de la Iglesia de Dios?”

Este texto no es de ningún movimiento cristiano progresista actual que reivindique la supresión del celibato de los sacerdotes. Pertenece a la Primera Carta a Timoteo -del Nuevo Testamento-, escrita quizá a finales del siglo I, época en la que la mayoría de los obispos y sacerdotes estaban casados.

El celibato no aparece como un mandato o condición necesaria que impusiera Jesús de Nazaret a sus seguidores y seguidoras. La actitud fundamental era la renuncia a los bienes y su reparto entre los pobres, pero nada relacionado con la sexualidad. Tampoco se exigió la continencia sexual a los dirigentes de las primeras comunidades, ni, posteriormente, a los obispos, presbíteros y diáconos. Era una opción libre y personal. El ejercicio de los carismas y ministerios al servicio de la comunidad no requería llevar una vida célibe.

En la Primera Carta a los Corintios, escrita el año 52 de la era común, Pablo de Tarso va todavía más allá y reivindica su derecho a casarse como el resto de los Apóstoles: “¿No tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa cristiana como los demás hermanos del Señor y Cefas?” (1Cor 9,4-6). No existe, por tanto, una vinculación intrínseca entre el celibato y el ministerio sacerdotal.

La primera ley oficial del celibato obligatorio para los sacerdotes se promulgó explícitamente en el II Concilio de Letrán en 1139 –implícitamente ya lo había hecho el II Concilio de Letrán en 1123-, apelando a la necesidad de la continencia sexual y a la pureza ritual para celebrar la eucaristía. Estamos, por ende, ante una tradición tardía, ajena a los orígenes del cristianismo y, por supuesto, a la intención de su fundador Jesús de Nazaret.
Durante mucho tiempo se creyó que la ley de la continencia sexual de los clérigos tenía su origen en el Concilio de Elvira, de principios del siglo IV, y en el Concilio de Nicea (año 325). Hoy, sin embargo, es opinión muy extendida entre los especialistas que los documentos atribuidos a Elvira no pertenecen al mismo, sino a una colección que data de finales del siglo IV, y que en Nicea no parece que se tratara de la continencia de los sacerdotes (Cf. E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 150ss)

El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en el Palacio del Vaticano el 25 de enero de 1983, se aleja de los orígenes y sigue la tradición represiva posterior en el canon 277: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros pueden unirse mejor a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”. A los sacerdotes les pide prudencia en el trato con personas –mujeres, se entiende- que pueden poner en peligro la obligación de guardar la continencia.

El cambio es abismal: de la libertad de elección a la imposición de la vida celibataria, del libre ejercicio de la sexualidad a la abstinencia sexual, de la vida en pareja a la vida solitaria. La disciplina eclesiástica represiva impera sobre la experiencia liberadora del cristianismo primitivo. El Código de Derecho Canónico suplanta al Nuevo Testamento y su autoridad termina por imponerse. ¡El cristianismo al revés!

¿Qué ha sucedido en el catolicismo romano para que se haya producido esta involución? ¿Cuáles son las razones de dicho cambio?

Una primera fue la pureza legal, que prohibía las relaciones sexuales de los sacerdotes antes de la celebración de la eucaristía para así poder celebrarla limpiamente. Influyó también la incorporación del dualismo platónico a la antropología cristiana: la consideración negativa del cuerpo como algo a mortificar y de la carne como obstáculo para la salvación y la consideración del alma como la esencia del ser humano que había que salvar en detrimento del cuerpo.

Conforme a esta antropología dualista, se reconocía a la vida célibe una “plusvalía” sobre la vida matrimonial. Camino, de san José María Escrivá de Balaguer es bien explícito al respecto: “El matrimonio es para gente de tropa, no para los grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne (máxima 28).

La tercera razón fue la demonización de la mujer, a la que se calificaba de tentadora, lasciva, libidinosa, pasional, sensual y de llevar al varón a la perdición. Y eso no se aplicaba solo a determinadas mujeres de vida poco ejemplar, sino que se creía estaba inscrito en la propia naturaleza femenina. Algunos Padres de la Iglesia definieron a la mujer como “la puerta de Satanás” y “la causa de todos los males”.

Hoy hay un clima generalizado, dentro y fuera del catolicismo, favorable a la supresión de la anacrónica ley del celibato. Veintiséis mujeres enamoradas de sacerdotes han escrito al papa pidiéndole derogarla por el “devastador sufrimiento” que “despedaza el alma” de ellas y de sus compañeros sacerdotes. En el vuelo de vuelta a Roma, tras su visita a Jordania, Palestina e Israel, el papa Francisco afirmó que el celibato “es un don para la Iglesia”, por el que muestra “un gran aprecio“, pero que “al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta”.

En similares términos se pronunció monseñor Pietro Parolin pocos días después de ser nombrado secretario de Estado del Vaticano por Francisco en declaraciones al diario El Universal, de Venezuela, de donde era nuncio: el celibato obligatorio de los sacerdotes –dijo- “no es un dogma de la Iglesia y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica”. Estos pronunciamientos no suponen ninguna novedad, ya que responden a algo sabido y compartido tanto por defensores como por detractores de dicha tradición eclesiástica.

Es hora, creo, de pasar de las palabras a los hechos, de las declaraciones propagandísticas al cambio de normativa. Es hora de dar el jaque mate al celibato obligatorio y de declarar el celibato opcional. De lo contrario, los escépticos ante la intención de Francisco de reformar la Iglesia tendrán un argumento más para seguir siéndolo.

Conviene recordar que la incompatibilidad en el cristianismo, al menos en el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está entre el amor a Dios y la sexualidad, entre el amor divino y el amor humano. En absoluto. La oposición está entre el amor a Dios y el amor al dinero, conforme a la máxima evangélica: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al Dinero (Mateo 6,24). Si se ama al Dinero, Dios está de más.

Habría que leer a Eduardo Galeano para des-demonizar el cuerpo, perderle el miedo y reconocerle en su verdadera dimensión placentera y festiva: “La Iglesia dice: el cuerpo es una culpa. La ciencia dice: el cuerpo es una máquina. La publicidad dice: el cuerpo es un negocio. El cuerpo dice: yo soy una fiesta”. Es una razón más para oponerse a normas que imponen comportamientos represivos que hacen (más) infelices a las personas.


Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía (Trotta, 2012) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, 2013).


Ruanda, Burundi y las temibles tribus de Occidente

José Steinsleger
www.jornada.unam.mx/140514

Para un ruandés o un burundés (almas gemelas), nada más perturbador que la ceremonia del 7 de abril último en Kigali, capital de Ruanda, país que en 1994, frente a la indiferencia del mundo civilizado, sufrió el genocidio más sanguinario de la historia en proporción a su duración: 800 mil asesinatos en 100 días.

La fotografía oficial muestra al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, al ex premier inglés Tony Blair y al presidente de Ruanda, Paul Kagame. Los tres, lamentando la muerte a machetazos de cientos de miles de personas, y las riadas de seres humanos huyendo de un lado a otro, despavoridos, y sorteando a las hienas, buitres y cocodrilos que devoraban los cadáveres de los caídos en desgracia.

Una vez más, el coreano Ban Ki-moon pidió perdón por la inacción del organismo internacional, dirigido entonces por el egipcio Boutros Boutros Ghali. Pero el inglés Tony Blair (el carnicero de Bagdad, según Robert Fisk) omitió el apoyo de Londres a Kagame, ejecutor de otro genocidio, en venganza por el oficial que perpetró el gobierno racista y de extrema derecha que Francia y Bélgica apoyaron hasta 1994.

¿Quién es Paul Kagame? Educado y formado en la vecina Uganda (adonde llegó a los cuatro años como refugiado junto con su familia), Kagame militó en la guerrilla de Yoweri Museveni (protegido por Washington y presidente de Uganda desde 1986) y allí fundó el Frente Patriótico Ruandés (FPR). Para algunos, Kagame es el líder que acabó con los genocidas. Para otros, el peón del imperio que en la región de los grandes lagos ha propuesto convertir a Ruanda en la Singapur de África central.

Sin embargo, un informe publicado en 2010 por Navi Pillay (alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos) señala a Kagame (en el poder desde 2000) por crímenes cometidos entre 1993 y 2003, en el este de la República Democrática del Congo (ex Zaire).

Asimismo, en 2008, un juez de Madrid atribuyó a Paul Kagame responsabilidad por 312 mil 726 muertes entre 1993 y 2003, así como la posible autoría en el derribo del avión que el 6 de abril de 1994 transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Nytarymira, quienes venían de participar en una conferencia de paz en Tanzania.

Lo cierto es que el doble magnicidio fue el pretexto para que el gobierno ruandés emprendiera el exterminio en masa de su propio pueblo. Abyección que, explícitamente, venían proponiendo los medios de comunicación desde muchos años atrás. Basta con revisar los programas diarios transmitidos por Radio Mille Collines de Kigali: Muerte, muerte. Las fosas con cadáveres de tutsis sólo están ocupadas hasta la mitad. Date prisa en llenarlas.

En la ceremonia de marras, la ONU proclamó el 7 de abril como Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de Ruanda. Cosa que en algunos oídos siempre sonará con más elocuencia que las políticamente incorrectas palabras de Pasteur Bizimungu, quien tuvo la inaudita tarea de presidir el martirizado país entre 1994 y 2000.

Frente al memorial de Kigali, en el que yacen los restos de 250 mil ruandeses, cientos de cráneos en exposición y otros tantos miles enterrados en fosas comunes, Bizimungu dijo al empezar el duelo de 100 días para recordar el genocidio: No les tenemos rencor a los europeos, pero no puedo dejar de recordar que fueron precisamente ellos los responsables del caos que tenemos en esta región.

Y a continuación, como advirtió un célebre, nos toparemos con la Iglesia. Pues tal como dijo el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su Conferencia sobre Ruanda, se torna imprescindible refutar la infame simplificación de los medios que anestesian la conciencia de los occidentales, remitiendo los problemas y guerras de África a lo tribal, “…creyendo que cada conflicto es ajeno al otro, y puede ser encapsulado en origen sin secuelas para el resto del mundo” (Ébano, 1998, pp.177-194).

El gran revolucionario de Guinea-Bissau, Amilcar Cabral (1924-73) advirtió en su época: Las luchas tribales son ante todo un instrumento político en manos de africanos destribalizados. Sin embargo, el agente primero de ellos es el imperialismo moderno, al cual esas formas anacrónicas de lucha sirven de pantalla.

Por su lado, el general canadiense Roméo Dallaire (a cargo de las tropas de la ONU en 1994) recorre el mundo dictando charlas sobre su experiencia en Ruanda y Burundi. Dallaire escribió Yo he estrechado la mano del diablo, libro donde cuenta las atrocidades que vio, y que lo llevaron a pensar en suicidarse por la depresión en que cayó.

“Los estadunidenses –asegura Dallaire– fueron los que se opusieron con más fuerza (a evitar el genocidio). Yo me preguntaba qué diferencia había entre lo estaba ocurriendo allí y lo que hicieron los nazis… por lo visto nos estábamos refiriendo a los blancos con el ‘nunca más’. Pero no a los negros”.

En el clímax del genocidio ruandés (junio de 1994), el periódico inglés The Guardian registró la historia de un hombre que no podía dejar de llorar. El hombre contó que, a pedido de su esposa, la enterró viva frente a sus hijos. Él era tutsi, ella hutu, y sólo pidió que no la matara a machetazos.

Fue el único modo de salvar a la familia de las milicias de la extrema derecha hutu, entrenadas militarmente por Francia y adoctrinadas durante medio siglo por los misioneros racistas de Bélgica y Alemania. Y de la furia de los tutsis perseguidos que, igualmente, hubieran asesinado a la pobre mujer. Entre los banyaruandas, si un tutsi y un hutu tienen descendencia común, el hijo es ascendido socialmente y considerado tutsi.

¿Horrores tribales y étnicos? Artificialmente separados, ruandeses y burundeses siempre cerraron un ojo frente a la noción inglesa de tribu, o la francesa de etnia. Pero si de esto se trata, habrá que recordar las matanzas entre las tribus católicas, protestantes y nacionalistas de Europa central, cuando el reino de Ruanda-Urundi gozaba de una gran organización política y cierta armonía social entre hutus, tutsis y batwas (pigmeos).

En Ruanda y Burundi se habla kirundi, una de las 400 lenguas del milenario y frondoso tronco bantú (vocablo que quiere decir ser humano). Y sus pueblos habitan en las mesetas de los grandes lagos de África, allí donde nacen el Congo y el Nilo, ríos que desde tiempos inmemoriales modelaron las primeras civilizaciones propiamente dichas.

Los primeros en llegar a los grandes lagos fueron los pigmeos (de pequeño tamaño, en griego), pueblo que hoy se halla en irreversible extinción. En el primer siglo de nuestra era aparecieron los hutus (hombre, en bantú), y hace 500 años, procedentes de Etiopía y Uganda, llegaron los tutsis, provistos de armas de hierro y en busca de tierras fértiles para su ganado.

Descendientes de los orgullosos guerreros watusis y verdaderos gigantes en comparación con los nativos, los tutsis dominaron fácilmente a los hutus. Sin embargo, con el tiempo absorbieron su cultura, idioma y creencias religiosas, hasta que los tutsis instalaron la monarquía (1680).
El sistema de dominación tutsi fue elemental: entregaba a los hutus cabezas de ganado, y de este modo aseguraba su dominio.

Por otro lado, resulta interesante apuntar que el reino de Ruanda-Urundi no incursionó con expediciones de conquista en los países vecinos y supo defenderse con éxito del tráfico de esclavos emprendido por árabes y portugueses.

Los problemas de fondo empezaron con el reparto colonial de África subsahariana (Conferencia de Berlín, 1885). Establecidas en Usumbara (actual Bjumbara, capital de Burundi), las tropas imperiales de Alemania celebraron un acuerdo con el monarca tutsi de Ruanda: protección del territorio, a cambio del sometimiento. Luego, los alemanes extrapolaron la estructura feudal y clasista europea. Ahora los tutsis eran nobles y aristócratas, y los hutus vasallos o clientes.

Cuando en Francia, por ejemplo, se promulgó la ley sobre la separación de la Iglesia y el Estado (1905), las colonias fueron excluidas de ella. Era el reconocimiento de que la labor evangelizadora de las misiones eu­ropeas se orientaba en el sentido de la empresa colonial. Que en los casos de Ruanda y Burundi facilitó el uso de mano de obra esclava en las minas de Katanga (ex Zaire, hoy República Democrática del Congo).

Después de la Primera Guerra Mundial, Ruanda y Burundi pasaron a ser un fideicomiso de Bélgica, administrado desde el Congo. En ambos territorios, los misioneros católicos y protestantes combatieron la religión local (animista), olvidándose de sus propias guerras de religión en el norte de Europa, y de la feroz demolición de estatuas y pinturas que representaban santos (Beeldenstorm, Iconoclastia, 1567).

En el decenio de 1950, al sonar la hora de la independencia de los países africanos, los belgas cambiaron de bando. Frente a las crecientes demandas de los tutsis, apoyaron los reclamos independentistas de los hutus en Ruanda, y de los tutsis en Burundi. Simultáneamente, estimularon la creación de partidos políticos sobre bases étnicas (v. gr.: Unión Nacional Ruandesa, UNAR, y el católico racista Movimiento de Emancipación hutu, Parmehutu).

Los caminos de Ruanda y Burundi se separaron en 1959, año en que el líder independentista Patricio Lumumba convocó a los partidos unitarios del Congo que se oponían a la balcanización de África central (Ruanda y Burundi, incluidos). La UNAR envió como delegado al secretario general, el príncipe Michel Rwasama.

Ruanda y Burundi proclamaron la independencia en marzo de 1962. Sin embargo, temiendo que el príncipe y primer ministro de Ruanda, Louise Rwagasore, se convirtiera en un nuevo Lumumba, los belgas lo asesinaron pocos meses antes de la independencia. Y el nuevo país, independiente, pasó a ser gobernado por un rey tutsi, dócil a los neocolonialistas.

Unidos y separados, Ruanda y Burundi alcanzaron la independencia el 1º de julio de 1962. Independientes, mas no liberados del desquiciante legado civilizador que los colonialistas y misioneros de Alemania y Bélgica sembraron durante más de medio siglo en el pueblo banyaruanda.

En 1991, cuando las trompetas de la globalización anunciaban la llegada del ciudadano universal, el conjunto de las naciones subsaharianas (600 millones de habitantes) tuvo un PIB combinado similar al de la pequeña Bélgica, país con extensión similar a la de Ruanda y Burundi juntos y un ingreso 73 veces superior.

Maquilado por los belgas y la Iglesia católica de Ruanda, el primer presidente constitucional, Gregoire Kayibanda (líder del partido racista Parmehutu), anunció el futuro: todos los tutsis son feudales abominables, comunistas, y afroasiáticos (Correo de África, 11/2/61). Por consiguiente, cerca de 60 por ciento de los tutsis abandonaron el país y se refugiaron en Burundi (gobernada por la monarquía tutsi), Uganda y la provincia de Kivu, en la ex Zaire, hoy República Democrática del Congo (1959-64).

La monarquía de Burundi cae en 1966, cuando el capitán tutsi Michel Micombero (formado en la Escuela Militar de Bruselas) proclama la república y retiene 10 años el poder. Mientras, en 1973, en Ruanda, las tensiones y conflictos en la comunidad hutu estallan luego de que el jefe del ejército, Juvenal Habyarimana, derroca a su primo, el presidente Kayibanda.

En 1976, el tutsi Jean Baptiste Bagaza destituye a Micombero y se proclamó presidente de Burundi. En abierto desafío a la burguesía tutsi y partidario del socialismo ujamaa de la vecina Tanzania, Bagaza adopta un programa de reformas, legalizando los sindicatos, recibiendo ayuda de China para el desarrollo de la minería y convocando a las primeras elecciones, tras 19 años de independencia.

Habyarimana, por su lado, se reelige en 1983 y 1988. Dos años después, Amnistía Internacional elabora un informe increíble, en el que dio por satisfactorio el respeto a los derechos humanos en Ruanda. Lectura inaudita cuando ya venía funcionando el siniestro clan Akazu, dirigido por Agahte, esposa de Juvenal, y sus hermanos.

Compacto y chovinista, el clan Akazu tuvo sus ideólogos y científicos en la Universidad de Butare (Kigali). Y fueron ellos los que formaron a los jefes de las milicias Interhawme (golpear juntos), formulando los principios de la doctrina que justificará el genocidio de los tutsis como única salida a los problemas del país.

Simultáneamente, en Uganda surgía el Frente Patriótico Ruandés (FPR), integrado por jóvenes tutsis refugiados y fundado, entre otros, por el actual presidente Paul Kagame. Así, en la noche del 30 de septiembre de 1990, 600 combatientes del FPR entran en Ruanda y asestan serios golpes al Ejército hutu.

Con apoyo de mercenarios belgas, franceses y de Zaire, Habyarimana detiene la ofensiva rebelde y llama por teléfono al presidente François Mitterrand. ¡Tutsis anglófonos de Uganda habían entrado en territorio de los tutsis francófonos de Ruanda!

El gobierno ruandés, entonces, introduce nuevamente las tarjetas de identidad étnica usadas por los belgas en el decenio de 1930. Un modo de facilitar información a los paramilitares de las milicias Interhawme. La etnia: información crucial para los asesinatos. Asimismo, el gobierno elabora listas de personas que debían ser asesinadas. Las listas incluyen políticos, periodistas, académicos, escritores, artistas, a todos los tutsis, y a todos los hutus de oposición.

En tanto, en Burundi, el hutu Melchior Ndadaye gana las primeras elecciones democráticas y pone fin al dominio tutsi. Melchior muere asesinado en octubre de 1993 y, a finales del año, los países africanos obligan al presidente Habyarimana de Ruanda a firmar un acuerdo con el FPR. Compromiso que el clan Akazu calificó de inaceptable.

El de abril de 1994, el avión Falcon 50 que transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Nytarymira (regalo del ex presidente de Francia Jacques Chirac), fue alcanzado por un misil. Fue la señal para el inicio de la matanza de tutsis, pero también de la oposición hutu.

Según el ex primer ministro de Ruanda Jean Kambanda, el genocidio se discutió abiertamente en reuniones de gabinete. Algo que al fin de cuentas se logró, pues 80 por ciento de los tutsis fueron asesinados a machetazos. Un escritor bien informado en el drama observó: “…entre los genocidas de 1993 se encontraban los huérfanos de 1972, y entre los primeros asesinados, los antiguos asesinos”.

Sin contar millones de heridos, torturados y refugiados, las guerras civiles de Ruanda y Burundi dejaron cerca de 400 mil muertes en el decenio de 1960, 380 mil en el de 1970 y 1980, más 800 mil de las reconocidas oficialmente por la ONU, durante el terrible trimestre de abril, mayo y junio de 1994.

Tras el doble magnicidio de los presidentes de Ruanda y Burundi (6 de abril de 1994), la primera embajada en abandonar Kigali fue la de Estados Unidos. El mismo día, Bélgica y Francia embarcaron a sus nacionales, sin preocuparse de los ruandeses que trabajaban en sus empresas, minas y plantaciones de café y otros productos primarios.

El 21 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU retiró los cascos azules, dejando a la población civil inerme frente a los afilados machetes de los paramilitares hutus. Kofi Annan (coordinador de las Fuerzas de Paz) ordenó al jefe canadiense de la misión para la Asistencia a Ruanda (Unamir), general Rómeo Dallaire: manténgase al margen.

Pero cuando el secretario general de la ONU Boutros Boutros Ghali usó el término genocidio (cosa que por estatutos obligaba la intervención militar inmediata), el consejo se enfrascó en una polémica surrealista. Demorando la votación, la embajadora de Washington Madeleine Albright, dijo: Es difícil juzgar (sic). Mientras Warren Christopher, su jefe en el Departamento de Estado, prohibía a los funcionarios el uso de la palabra genocidio.

El 13 de mayo, el consejo aprobó por consenso la expresión “actos de genocidio (sic) pudiesen haberse cometido…”, y votó en favor de reducir los efectivos de la Unamir. Misión que retornaría un mes después (cuando ya era tarde), bajo el mando de una de las potencias directamente involucradas en el genocidio: Francia (Operación Turquesa).

En efecto, según las prolijas investigaciones de Claudine Vidal y François-Xavier Verschave, luego del ataque del Frente Patriótico de Ruanda (FPR, octubre de 1990), un hijo del presidente de Ruanda llamó a su amigo Jean Christophe Mitterrand (hijo del presidente François Mitterrand), pidiendo el envío de algunos centenares de paracaidistas.

París despachó a Ruanda todo tipo de armamento, y de paso se encargó de entrenar a las milicias Interhawme. En febrero de 1992, la cancillería francesa envió una nota a su embajada en Kigali según la cual “…el teniente coronel Chollet ejercería simultáneamente las funciones de consejero del presidente de la república y del estado mayor del ejército ruandés”.

Jean Carbonate, miembro de la comisión internacional para investigar las masacres de tutsis, afirmó haber visto a instructores franceses en el campamento de Igogwe, adonde “…llegaban camiones repletos de civiles que eran torturados y asesinados”.

Un antiguo responsable de los escuadrones de la muerte, Janvier Africa, declaró al periodista Mark Huband, corresponsal del Weekly Mail and Guardian de Johannesburgo: Los militares franceses nos enseñaron a capturar a nuestras víctimas, y a amarrarlas. Esto era en una base en el centro de Kigali. Allí era donde se torturaba y donde la autoridad francesa tenía su sede.

Denuncias que la Misión Parlamentaria de Información, creada en París, confirmaría años después. A pesar de ello, en el otoño de 1993 el presidente Mitterrand recibió en el Palacio del Elíseo y con alfombra roja a su homólogo y amigo Habyarimana, “…un firme defensor de la francofonía”, según los medios galos.

El propio general Dallaire comentó que de ese modo Francia se erigió ­con el mando del discurso de la solidaridad, al tiempo de prestar ayuda al régimen genocida ruandés. No me impidieron constatar el contrabando de armas en la frontera, y tampoco permitieron que montase mi propia unidad de información porque el mandato (de la ONU) no lo contemplaba, escribió.

En sintonía, documentos oficiales desclasificados en agosto de 2001 muestran que el entonces presidente William Clinton también andaba avisado del genocidio que planificaba el régimen de extrema derecha hutu. Después de todo, soldados del FPR y el actual presidente de Ruanda Paul Kagame (tutsi) se habían entrenado en Estados Unidos y Uganda, país aliado de Washington en la región de los grandes lagos.

Resta por apuntar la complicidad financiera del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en el genocidio. Bajo un programa de ajuste estructural, los investigadores descubrieron que meses antes el gobierno había entregado un machete nuevo a uno de cada tres varones hutus, habiendo gastado 4.6 millones de dólares en la compra de machetes, hachas y cuchillos.

A finales de la Primera Guerra Mundial, cuando las potencias vencedoras firmaron el Tratado de Versalles para impulsar “…la cooperación internacional, el arbitraje de los conflictos y la seguridad colectiva (Sociedad de las Naciones, 1919), el escritor polaco Joseph Conrad calificó la iniciativa como un modo de erradicar las costumbres salvajes de los países atrasados.

Los genocidios de tutsis y hutus tuvieron, en suma, un solo ganador: las tribus blancas de Occidente. A nadie importó la suerte de Ruanda y Burundi, ubicados entre los países más pobres del mundo y, así como todos los de África negra, maldecidos en la Biblia desde épocas inmemoriales.


Profecía cumplida.