El
derecho a la alimentación entre ecología campesina y producción agroindustrial
La tierra puede ser
vista como una superficie generatriz que nos da hospitalidad, con la cual
dialogamos al interno de un proceso de reciprocidad e interdependencia, que se
funde como proceso natural en la agricultura y tiene como escenario global la
biosfera.
O puede ser vista como un valor patrimonial, como un factor económico más de la
producción de alimentos, induciendo artificialidad a los procesos naturales con
prácticas basadas en una visión compartimentada, mecanicista y a-biótica de la
agricultura.
La agricultura de hoy, insuficiente e insostenible
De las 200 mil especies vegetales selváticas según el bio-geógrafo Jared
Diamond, solo algunas miles son idóneas para la alimentación humana y solo
algunas centenas han sido adaptadas al consumo humano [1]. Tres cuartos de los productos alimenticios de todo el mundo derivan de
siete especies de plantas: El trigo, el arroz, el maíz, la papa, la yuca, el
sorgo y la cebada, y por lo que concierne al ser humano, la mitad del
aporte calórico y proteico de los tres primeros cereales [2].
Por otro lado la tercera parte de las tierras del planeta son utilizadas para
la cultivación y el pastoreo y a estas actividades se dedican 1,3 billones de
personas, que representan la mitad de la fuerza de trabajo mundial [3]. La agricultura consume casi dos terceras
partes del agua obtenida de lagos, ríos y fuentes acuíferas en todo el mundo.
Una tonelada de cereales producidos en régimen agroindustrial en monocultura
con tecnología moderna, exige cerca de nueve veces más energía de la base
ambiental (de la bio-capacidad del territorio en cuestión) que si se utilizaran
métodos y técnicas agro sostenibles.
En la actualidad las prácticas agrícolas no sostenibles sobre-utilizan la base
ambiental global. El 90% de la energía utilizada directa o indirectamente en
estas prácticas, proviene de la utilización de productos químicos, maquinaria
agrícola y sistemas de riego que aumentan las emisiones de CO2. Se
prevé un aumento de la temperatura superficial global de 2,4°C en el periodo
2010 - 2020 [4], se pronostica además, que la degradación del clima erosione la
producción global de alimentos en un 20%, a la vez que se prevé que el número
de personas que sufren hambre se incremente de los actuales 925 millones a 1200
millones para el 2025 [5].
El estrés ambiental que deriva del cambio climático, reduce la capacidad de
respuesta tanto del sector agrícola industrial como del tradicional, ante el
aumento de la demanda alimentaria global.
Además, cerca del 10-12% de la
producción mundial de cereales viene desviada de la autosuficiencia y seguridad
alimentaria hacia la producción de agro-combustibles.
Técnica campesina, Revolución Verde y vulnerabilidad alimentaria
La producción agroindustrial vigente ha impulsado la modernización de la
agricultura, empeñándola en la extrema movilidad de los recursos para poderlos
trasladar de una utilización a otra y así responder en modo flexible a las
fluctuaciones de la demanda.
En la agricultura la
movilidad de los recursos es lenta. Los agricultores tradicionales son
poseedores de recursos inamovibles en substancial desventaja con relación a la
mayoría de las actividades económicas, y más aún, frente a la progresiva desmaterialización
y transnacionalización de la economía.
La Revolución Verde, volvió la agricultura menos eco-compatible en el
afán de volverla más industrializada, fraccionando el
continuum de la producción de alimentos para convertirla en más movible. Los
costos sociales de esta injerencia se han traducido en vulnerabilidad
alimentaria para millones de personas en el mundo.
La moderna producción agrícola, caracterizada por una fuerte mecanización, una
producción en régimen de monocultura y orientada a mercados lejanos, afronta
las adversidades ambientales, climáticas y agronómicas, recurriendo al uso
intensivo de capital y de la manipulación bioquímica de los procesos de
crecimiento en la producción de alimentos. Un ejemplo límite en el cual el
ambiente circundante viene excluido casi del todo, se encuentra en el cultivo
de verduras en viveros, sobre películas de agua con un grado de nutrientes
controlado y un microclima recreado ad hoc.
En el extremo contrario, la técnica campesina tradicional se apoya en la
diversificación de las especies cultivadas, destinadas muchas veces al
auto-consumo, al uso de variedades diferentes de la misma especie, a la mano de
obra familiar y a los mercados de proximidad, con tecnologías eco-compatibles
adecuadas al contexto agroecológico, maduradas y perfeccionadas en el tiempo
durante generaciones.
En el actual sistema alimentario, las fases que llevan un producto agrícola
desde el lugar de su cultivo en el campo hasta el lugar donde viene consumido
son generalmente: siembra, cuido, cosecha, transporte primario, almacenamiento,
transformación agroindustrial, comercio al por mayor, transporte secundario y
comercio al detalle y al final consumo. Esta larga cadena de pasajes del
llamado circuito largo, constituye uno de los puntos de fractura del moderno
sistema de producción, circulación y consumo alimentario: el circuito largo
ignora el cálculo de la contaminación que puede verificarse en cada una de
estas fases.
En la actualidad cada producto viaja 50% más que en 1979, y nadie
paga un impuesto por la contaminación que generan estos traslados. Cerca de
tres cuartos del consumo de energía de la cadena alimentaria, se da fuera de
las dos primeras y dos últimas fases (transporte primario, almacenamiento,
transformación agroindustrial, comercio al por mayor, transporte secundario)
del sistema alimentario moderno.
Además, el circuito largo esta caracterizado por una elevada intermediación en la
cual múltiples actores económicos explotan fragmentos de valor adjunto del
articulado proceso que va del cultivo al consumo y en particular de la
transformación agroindustrial.
Por lo que concierne a la distribución y al comercio de los alimentos, estos
vienen monopolizados por 4 o 5 cadenas de supermercados [6], que se reparten el
mercado y su poder crece en los países empobrecidos del hemisferio sur del
mundo.
En este ámbito, la agricultura industrial en régimen de monocultura, con uso
intensivo de capital e imput externos, destinado al circuito largo, tiene
ventajas ante la producción familiar campesina a uso intensivo de trabajo, en
régimen de policultura, con rotación de los cultivos y destinado al circuito
corto.
La agricultura vista en una dimensión local, tiene una población o comunidad
que pone en práctica toda una serie conocimientos para interactuar con el
entorno, conocimientos que progresivamente se van cimentando y acumulando un know how, constituido por experiencias
almacenadas en la memoria autobiográfica primero y en la tradición local de la
comunidad luego.
Observar el mundo rural a través de la óptica de la eficiencia económica y el
productivismo no habla de los pequeños productores campesinos, (entre el 75-80%
de la población sobrevive gracias a la producción de subsistencia de los
pequeños productores [7]) los cuales trabajan la tierra para dar seguridad
alimentaria a sus familias, producir sus propias semillas, plantas medicinales,
alimentación para sus animales y materiales de construcción para sus casas. En
este modo ellos garantizan su autosuficiencia alimentaria y un lugar en la
comunidad en el cual ayudar y poder ser socorridos en los momentos de
necesidad.
Los agricultores campesinos invierten sus ganancias en relaciones sociales y
destinan parte de los productos de las cosechas o de la cría de animales, en
fiestas, matrimonios y funerales, en ofrendas al interno de la red comunitaria
a la que pertenecen, para garantizarse un lugar en esa comunidad, en una praxis
disciplinada por los mecanismos de control social orientados al conseguimiento
del equilibrio, pero también nutridos por las transformaciones que derivan del
conflicto social.
El mundo rural ha sido regulado a lo largo de su historia por una relación de
reciprocidad, redistribución e intercambio [8]. Con la irrupción de la
modernización de la agricultura, de este triángulo eco-compatible ha sido
extrapolada una de las esquinas: El intercambio y, a partir de este, ha sido
reelaborado el todo. Ha sido realizado un reordenamiento en el cual la ganancia
a través del intercambio se ha convertido en el ethos de las relaciones
alimentarias. Las lógicas subyacentes a la reciprocidad y a la redistribución,
han sido reelaboradas junto a su capital simbólico como son el prestigio, la
confianza y solidaridad, sucesivamente monetizadas y disciplinadas por el
crédito y la deuda. La visión moderna de la agricultura y su lógica no
desaparecen lo existente, lo reelaboran y reordenan (como en este caso)
instalando una nueva lógica hegemónica acorde a sus intereses, en el lugar de
la lógica intrínseca que sustentaba el mundo rural.
El empresario agroindustrial tiene bien claro su objetivo: enriquecerse
produciendo alimentos y tratando de obtener la máxima productividad inmediata
de la tierra, se trata de dos racionalidades dicotómicas: El saber
ecológico-campesino y la lógica económica-empresarial [9].
La globalización y el epistemicidio de los saberes campesinos tradicionales
Las comunidades campesinas representan
un problema para el modelo agroindustrial dominante y para la doctrina
económica que lo fundamenta. Estas comunidades se encuentran en una línea
de frontera comportamental, se encuentran en una línea de confín ilegible con
los instrumentos de la economía moderna formal: Prefieren la propiedad
comunitaria a la propiedad individual, compran y venden poco, no tienen cuentas
en el banco, ni tarjetas de crédito, son números inútiles para las cuentas del
gran capital.
Los promotores de la globalización (en el mismo modo en el que convirtieron la
agricultura en más fragmentada con la Revolución Verde) han reservado para los
campesinos del hemisferio sur del mundo, un complejo procedimiento de
ingeniería social [10].
Este, según las diferentes zonas del planeta, comenzó hace tres o cuatro
décadas y se agudizó con el Consenso de Washington [11] en 1989, en
coincidencia con el final del bipolarismo. Este mecanismo inició con el
abandono estatal de las políticas de crédito y ayuda a los pequeños productores
campesinos, escenario que tuvo su continuidad en el éxodo rural, que ha
alimentado la descampesinización y la progresiva urbanización.
Sucesivamente estos
trabajadores de la tierra llegados a las metrópolis fueron amontonados en las
ciudades en forma desordenada, con la intención de convertirlos en consumidores
de mercancías y sobre todo de servicios, precedentemente privatizados por el
consenso de Washington. Su llegada ocasionó el derrumbe de los salarios
urbanos, que incrementó la mano de obra a bajo costo, abriendo las puertas al
modelo maquilero en el ámbito de la internacionalización industrial: mercancías
que viajan por el mundo en busca de -en su jerga institucional- paraísos
laborales, con bajos salarios, débil legislación laboral y gobiernos
conniventes. Paralelamente transfieren
también la sobre-producción agrícola del norte, altamente subvencionada para
competir con la producción local con poco valor adjunto y muy debilitada con el
abandono estatal del campo.
Una revolución hecha a costa del hemisferio sur del mundo
A la mitad de los años 70 las Naciones Unidas dieron su apoyo a la Revolución
Verde en la reunión mundial de la alimentación en 1974 “para eliminar el hambre
en el mundo en una década”. La Revolución Verde fue propuesta como la mejor
forma de proveer alimentos a una población mundial en crecimiento constante y
prometió además el aumento de los rendimientos gracias al uso intensivo de la
química.
Una parte
considerable de los pequeños agricultores obtuvo rendimientos más elevados
gracias a la Revolución Verde, pero este resultado fue conseguido a costa de la
pérdida de la biodiversidad, de la contaminación de los suelos, de los cuerpos
hídricos y de la atmosfera.
Además, la
agricultura industrial barrió las diferentes agriculturas y ecologías locales
en el planeta y produjo una mayor dependencia económica, tecnológica y
alimentaria de los países empobrecidos en relación a los países ricos y por
consecuencia aumento la deuda externa.
Para pagar los intereses de la deuda externa estos países se vieron obligados a
orientar su producción hacia la agricultura industrial en régimen de
monocultura para la exportación, sacrificando la soberanía alimentaria y la
producción interna e incrementando la importación de alimentos básicos para sus
poblaciones.
Además los países
empobrecidos se vieron obligados a liberalizar sus economías. Tres motivos
empujaron a estos países a liberalizar: Algunos países necesitaban crédito
internacional y en cambio aceptaron los programas de ajuste estructural
promovidos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Otros
abrieron sus mercados para entrar a los acuerdos de libre comercio, por miedo a
quedar al margen de la “globalización” o porque convenía a la elite local de
turno al poder. Otros, liberalizaron en el contexto del Consenso de Washington
[12] visto entonces como la solución a la crisis de la deuda del sur del mundo
en los años ochenta [13].
En la fase de las liberalizaciones, los
países redujeron sus tarifas y eliminaron las cuotas que protegían la
producción autóctona. Privatizando las instituciones estatales que se
ocupaban de proteger a los pequeños productores, alimentaron de hecho la
incapacidad de las políticas públicas internas de incidir en los modelos de
oferta alimentaria, ya que buena parte de los instrumentos abolidos, como los
subsidios, el poder de compra-venta estatal de cereales para incidir en los
precios del mercado y la creación de techos de precios para los productos
agrícolas presentes en las canastas básicas de los diferentes países,
prácticamente desaparecieron y las políticas sectoriales en este ámbito fueron
subordinadas al alcance de los equilibrios macroeconómicos, decididos en los
grandes institutos financieros del norte del mundo.
La factura social fue pagada por los
países de baja renta, donde la agricultura es la base principal de
subsistencia para el 50-90% de la población [14], esto responde al hecho que
los países del hemisferio sur del mundo son más vulnerables, ya que utilizan
entre el 70-80% de la renta en gastos ligados a la alimentación, es decir que
ante variaciones de su poder de adquisición su rentase erosiona más rápidamente,
mientras que en los países ricos utilizan en la alimentación entre el 10-15%.
Las corporaciones y la privatización de la naturaleza
“En marzo de 1998 el ministerio
(estatal) norteamericano de la agricultura y una empresa privada, la Delta and
Pine Land, depositaron la patente de una técnica de transgénesis llamada
Control de la expresión de los genes: en realidad una planta genéticamente manipulada que produce una semilla estéril.
Dos meses después la Monsanto compró esa empresa y su patente que luego
depositó en más de 80 países” [15].
Hecho que representa un parteaguas y el
inicio de la privatización de la biomasa y la reserva biogenética. No se
puede vender a un campesino lo que ya produce (las semillas) o lo que dispone
en abundancia en la naturaleza. Este representa el punto de fractura a-biótico
porque para privatizar una patente por medio de un programa genético (una
variedad de maíz presente en el campo del campesino) es necesario prohibir al
agricultor que siembre el grano que cosecha, es decir que realice la práctica
fundadora de la agricultura, expropiando así un bien común propiedad de toda la
humanidad [16]. La esterilidad del grano permite a las transnacionales que su
programa genético sea prisionero, es decir que se autodestruya en el campo del
campesino.
Las transnacionales que se dedican al negocio de la mercerización de la reserva
biogenética tienen un poder cada día más incisivo sobre la seguridad
alimentaria; este poder además está concentrado en pocas transnacionales: Las tres más grandes (Monsanto, Dupont,
Syngenta) controlan el 47% del mercado mundial de semillas patentadas [17].
En la actualidad se asiste al tentativo de los grandes carteles internacionales
de la alimentación, de decidir qué producir y en qué cantidades, ejerciendo su
poder fáctico en el frágil sistema alimentario mundial sobre todo en los países
más pobres caracterizados por vulnerables realidades locales, muchas veces
semi-analfabetas, de trabajo artesanal y comercio informal.
De este modo, ellos disponen de un
recurso casi igualmente peligroso y estratégico que las armas: el acceso a la
alimentación.
Hace tres décadas eran miles las compañías de distribución de semillas,
instituciones públicas de mejoramiento de simientes, hoy existen solo diez
grandes corporaciones que controlan más de dos tercios de la venta de semillas.
De decenas de industrias de abono que operaban en el mercado hace tres décadas,
hoy tres controlan el 90% de las ventas de agroquímicos en el planeta [18]. De
casi mil industrias en el sector de la biotecnología hace quince años,
actualmente diez concentran más de tres cuartos de las ganancias, con una
posición hegemónica en el mercado.
Según la FAO [19], 30 millones de
dólares al año serían suficientes para reducir antes del 2015 a la mitad el número
de personas que sufren de hambre, es decir, menos de una décima parte de
las subvenciones acordadas para la agricultura de los países ricos del
hemisferio norte [20]. Las estimaciones de la FAO afirman que al final del 2010
eran 925 millones de personas con desnutrición de las cuales el 98% en los
países empobrecidos.
Se trata de un problema estructural, de la dificultad en el poder de compra de
esa tercera parte de los habitantes del planeta que ganan menos de dos dólares
al día, al mismo tiempo según Jean Ziegler, ex relator de las Naciones Unidas
para el derecho a la alimentación, afirma que la agricultura actual podría alimentar a doce billones de personas, el
doble de la población actual.
Las tendencias centrífugas de la globalización expulsan cada día a más personas
del contrato social en el ámbito del desmantelamiento del estado nacional, de
la privatización de sus sectores estratégicos y de la transnacionalización de
la economía [21], situación que no favorece la tutela de la soberanía económica
y alimentaria. En este contexto, los estados-nación se han convertido en un
actor más en el cuadro geopolítico de una vasta gama de redes transnacionales.
El ingreso de grandes transnacionales en el mercado de tierras ha provocado una
fractura en la soberanía nacional.
La agenda agrícola
rural en la actualidad está siendo dictada por los intereses de los negociantes
del agro y está alimentando el global
land grab [22], una especie de subarrendamiento de millones de hectáreas de
tierras nacionales (en países como Etiopia, Camboya, Mali, Filipinas) que están
terminando en manos de inversionistas privados en colusión con las elites
gobernantes de estos y otros países empobrecidos del sur del mundo.
Los fertilizantes sintéticos y el abandono de la policultura
La modernización de la economía agrícola
y la Revolución Verde han llevado a la utilización masiva de fertilizantes
sintéticos y al abandono progresivo de la policultura. Las consecuencias
han sido numerosas: Fractura del ciclo natural por la sobreutilización de la
tecnología, intensificación del uso de agua, de la energía y del suelo; pérdida
de la agro diversidad; depauperización de los conocimientos campesinos, éxodo
rural y sucesiva descampesinización, crecimiento demográfico urbano, concentración
de la propiedad y proletarización de la clase campesina, interdependencia
alimentaria entre el hemisferio norte y sur del mundo, y consecuente
vulnerabilidad del tríptico: seguridad, autosuficiencia y soberanía
alimentaria.
Además, se empieza a hablar de “epistemicidio de los saberes milenarios
campesinos” [23] ligados a la producción de alimentos. La agronomía y las
políticas de desarrollo se han edificado en el desconocimiento de los saberes
tradicionales, que se pierden a medida que el éxodo rural quiebra el nexo entre
campesinos y tierra; como resultado el 70% de la población más pobre en el
mundo, vive y trabaja en áreas rurales [24].
La lógica económica neoliberal imperante, ha promovido una agricultura en
régimen de monocultivo, esta lógica, ha provocado una fractura en el ciclo
natural, obstaculizando la lucha contra los parásitos de las plantas ya que
ignora la tendencia de la naturaleza a sostener la biodiversidad, provocando la
desaparición de los antagonistas naturales. Los monocultivos son raros en la naturaleza, además de ser verdaderos
paraísos para las enfermedades de las plantas y la proliferación de los
insectos. Actualmente estas enfermedades destruyen el 13% de los cultivos
del planeta, los insectos el 15% y las yerbas infestantes el 12%, para llegar a
un total de cerca del 30% [25].
Como respuesta al aumento de la resistencia de las plantas a los pesticidas y
al empobrecimiento del suelo, los mismos que promovieron la revolución verde
hoy proponen una solución a través de la nanotecnología [26], la ingeniería
genética y la biología sintética [27].
Esta revolución
genética tiene como objetivo la expropiación y el monopolio del acceso y
control de los recursos vivos, además del conocimiento asociados a patentes. En
la visión de sus promotores, la combinación del aumento de la población y el
colapso de los ecosistemas nos ponen ante una situación de “emergencia
tecnológica”, donde las corporaciones agroalimentarias y sus centros de
investigación deben tener la libertad de usar la ingeniería genética y la
biología sintética como instrumentos de bio-seguridad, con el objetivo de
adaptar los cultivos y los animales de cría a las variables condiciones
climáticas. Al mismo tiempo que se deben desarrollar los agro-combustibles para
proteger el status quo ante la crisis que se producirá por la eminente fin del
petróleo, sobre el cual ha sido fundado nuestro desarrollo y nuestra
tecnología.
Como resultado tenemos la mercerización de la biomasa que según Path Mooney del
movimiento canadiense ETC, más de un cuarto de esta ya es mercadería [28].
En los últimos siete años en efecto, la especulación de los alimentos ha
contribuido a afligir la compleja geografía del hambre planetario. Luego de la
crisis inmobiliaria que ha puesto al descubierto la crisis financiera en el
hemisferio norte, ha ocurrido el derrumbe de las acciones, títulos y formas de
inversión tradicionales.
Después de una
intensa campaña conducida por los lobby de los bancos, políticos liberales y
fondos de inversión, las materias primas, en particular las alimentarias más
seguras (donde por seguras se entiende aquellas indispensables para la
sobrevivencia), se han convertido para los inversionistas de la bolsa en un
“bien refugio” come sucede con el oro en periodos de carestía, ocasionando por
consecuencia la inestabilidad de los precios. Los instrumentos financieros
derivados como los future, inventados
como instrumentos de cobertura contra los riesgos comerciales, se han vuelto un
medio para apostar sobre la tendencia de los precios de los alimentos, que han
pasado de ser alimentos para nutrirnos a un asset
financiero.
Los grandes bancos implicados (Goldman Sachs, Bank of America, Citibank,
Deusche Bank y Hsbc [29]), que realizan intermediaciones entre el producto real
y los especuladores, obtienen grandes ganancias, mientras la seguridad
alimentaria está a merced de los negocios de pocos.
Entre los
instrumentos financieros derivados y la economía real de los pequeños
productores tradicionales (que en el mundo garantizan la alimentación de entre
el 75-80% de la población [30]) se interpone una distancia sideral, cuanto
entre una pequeña parcela de tierra de un país en el extremo sur del mundo y
las oficinas con sus relucientes pisos de mármol de la bolsa de Chicago, donde
en fracciones de segundos se mueven virtualmente miles de toneladas de granos
básicos, arroz, maíz, trigo, sin que un solo grano se mueva de los conteiners donde están almacenados. Un
reciente informe de la FAO y del OCSE afirma que el precio de las materias primas
en la próxima década tenderá a crecer entre un 15% y un 40% en el periodo entre
2010 y 2019 respecto al periodo 1997-2010 [31].
¿Fantasías románticas?
Entrados a la curva descendente de la producción y disponibilidad mundial de
petróleo, la agricultura industrial viene privada de su elemento fundante,
carburante fósil a bajo precio, y quiere prepararse al cambio dirigiéndose
hacia una agricultura post-fósil [32], lo cual podría ser el inicio de la
solución. Donde el uso de la química no sea necesario, gracias a la rotación de
los cultivos y a la diversidad de las especies en la misma parcela. Donde se
tenga mayor cuidado a la interdependencia entre los diferentes tejidos vitales
del ecosistema donde se cultiva, una migración paradigmática hacia sistemas
agrícolas bio-diversificados y respetuosos de las especificidades locales.
Criticar el modelo industrial de producción agrícola no presupone un regreso
romántico a la tierra, ni una invitación a convertirnos todos en campesinos,
mas bien, reflexionar sobre los efectos alterantes que la agricultura
industrial ha ocasionado en un planeta con recursos limitados, un llamado a
asumir nuestras responsabilidades individuales ante la agricultura y la
sostenibilidad.
Lo que sucede en la agricultura tiene efectos en la nutrición, en la
salud, en la igualdad de género y en la estabilidad social. En
nuestro tiempo se está asistiendo al desmantelamiento de la agricultura
sostenible, de los sistemas alimentarios locales y del entramado social y
comunitario en las cuales reposan, situación que está empujando poblaciones
enteras hacia la vulnerabilidad alimentaria y por ende social.
Nos encontramos ante dos modelos antitéticos de subsistencia, que la Vía
Campesina ha sintetizado como el Episteme
del conocimiento científico versus la Mentis
de los agricultores locales. Dos modelos agrícolas y alimentarios en el que uno
debe prevalecer sobre el otro, la decisión es política y antes que política,
ética. El problema del derecho a la
alimentación como el de todos los derechos humanos “no es justificarlos, cuanto
protegerlos, no es un problema filosófico sino político” [33] por esto sus
soluciones no serán científicas, ni técnicas, sino políticas.
El hambre, enfermedad psicofísica invalidante, es el fragmento de un rompecabezas
más complejo, en el cual convergen las vulnerabilidades de nuestro tiempo.
Notas:
[1] Jared Diamond, Guns, Germs and Steel, The Fates
of Human Societies, 1997; Armi, acciaio e malattie, Einaudi, Italia 2005.
[2] Paul Hawken, Amory Lovins e Hunter Lovins, Capitalismo Naturale Edizioni
Ambiente, Italia, 2001
[3] Luca Colombo, Fame produzione di cibo e sovranità alimentare, Jaca Book,
Italia, 2002
[4] Intergovernmental Panel on Climate Change: http://www.ipcc.ch/
[5] Fao, The State of Food Insecurity in the World 2010, scaricabile dal sito www.fao.org.
[6] Stéphane Parmentier, Improvvisamente apparve la
fame, Le Monde Diplomatique, Italia, 2009
[7] Riccardo Bocci, Giovanna Ricoveri, Agri-Cultura. Terra Lavoro Ecosistema,
Bologna Emi, Italia, 2006
[8] Karl Polanyi, La grande trasformazione, Giulio Einaudi editori s.p.a.
Italia, 1974.
[9] Víctor M. Toledo, La racionalidad ecológica de la producción campesina. En
E. Sevilla Guzmán y M. González Molina (eds), Ecología, Campesinado e Historia.
La Piqueta, España, 1993.
[10] Vandana Shiva, The violence of the green revolution: Third World
agriculture, ecology, and politics, 1992, pag. 20.
[11] El llamado «Consenso de Washington» es
producto de un acuerdo consensuado entre representantes del complejo
político-económico-militar- intelectual (BM, FMI, BID, Reserva Federal EUA,
Agencias Económicas del Gobierno EUA, funcionarios del Gobierno EUA, miembros
del Congreso y grupo de expertos) con relación a diez instrumentos de política
que se pueden agrupar en cinco ámbitos: El paquete fiscal (disciplina fiscal,
focalización del gasto público y reforma tributaria); el paquete financiero
(liberalización financiera y prudente supervisión); el paquete del sector
externo (tipos de cambio competitivos, políticas comerciales liberalizadas,
eliminación de los aranceles y fomento a la inversión extranjera directa), y el
paquete de la Reforma del Estado (privatización de las empresas públicas,
desregulación de la economía y garantía para los derechos de propiedad
intelectual) (Moreno, 2004).
[12] Ver: www.cid.harvard.edu/cidtrade/issues/washington.html
[13] ibidem.
[14] Wolfgans Sachs, Tilman Santarius, Commercio e agricoltura. Dall’efficienza
economica alla sostenibilità sociale e ambientale, Emi, Italia, 2007
[15] Jean Pierre Berlan (ed.) La guerra al vivente, organismi geneticamente
modificati e altre mistificazioni scientifiche, Editorial Bollati Boringhieri,
Italia, 2001,
[16] ibídem.
[17] Gruppo ETC, De quien es la naturaleza: El poder corporativo y la frontera
final en la mercantilización de la vida. Noviembre 2008.
[18] ibídem.
[19] En www.fao.org.
[20] Stéphane Parmentier, Improvvisamente apparve la fame, Le Monde
Diplomatique- Il Manifesto, Italia, 2009
[21] Saskia Sassen. Critique de l’état, Territoire, Autorité et Droits, de
l’époque médiévale à nos tours. Editorial, Demopolis, France, 2009.
[22] Del verbo to grab, agarrar, arrebatar.
[23] Silvia P. Vittoria, Via Campesina 2009.
[24] Wolfgans Sachs, Tilman Santarius, Commercio e agricultura. Dall’efficenza
economica alla sostenibilità sociale e ambientale,. Emi, Italia, 2007.
[25] Paul Hawken, Amory Lovins e Hunter Lovins, Capitalismo Naturale. Edizioni
Ambiente, Italia, 2001.
[26] ¿Qué pasa con la nanotecnología? Regulación y geopolítica. Grupo ETC;
vigilando el poder, monitoreando la tecnología, fortaleciendo la biodiversidad.
http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/Nanogeopol%C3%ADtica_4webSep2011.pdf
[27] La biología sintética representa un salto
cuántico en biotecnología, mucho más allá de transferir genes entre especies:
busca construir microorganismos vivos auto-replicantes, completamente nuevos,
que tengan el potencial (parcialmente probado / parcialmente teórico) de
convertir cualquier biomasa o insumo de carbono en cualquier producto que pueda
fabricarse a partir de carbono fósil, y mucho más. En otras palabras, desde la
perspectiva de la biología sintética, el recurso base para el desarrollo de
materiales comercializables y “renovables“ (que no sea petróleo) no lo
encontramos solamente en el 23.8 % de la biomasa terrestre que ya se usa y
comercializa anualmente, sino también en el restante 76.2% de biomasa que ha
permanecido hasta hoy fuera de la economía del mercado. LINK: http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/synbio_ETC4COP11_esp_v1.pdf
[28] Los amos de la biomasa en guerra por el
control de la economía verde, Junio 2012 http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/biomassbattle_US_esp_v5_4print3Sep2012.pdf
[29] Andrea Baranes (ed.), Scommettere sulla fame, crisi finanziaria e
speculazioni su cibo e materie prime. Fondazione Culturale responsabilità
Etica, Dicembre 2010, Italia.
[30] Riccardo Bocci, Giovanna Ricoveri, Agri-Cultura. Terra Lavoro Ecosistema,
Emi, Italia, 2006.
[31] Oecde and Fao, Average commodity prices to rise in 2010-2019, http://www.agri-outlook.org/
[32] Commercio e agricoltura: dall’efficienza economica alla sostenibilità
sociale ambientale (a cura di) Wolfgans Sachs, Tilman Santarius. Emi Italia,
2007.
[33] Norberto Bobbio, L’età dei diritti, Einaudi editore, Italia, 2005.
� o# m ��� �� a quienes se oponen, sino de aterrorizar a la
población y quitar de en medio cualquier obstáculo que se oponga a sus planes
mineros.
Donde se juega el futuro
Mucha gente no cree
en estas comunidades en lucha no violenta porque son humildes, indígenas y
pobres. Estamos acostumbrados a que los líderes y las palabras que nos impactan
provengan de personas y grupos profesionales, con un discurso muy bien
organizado. ¿Quién cree que de comunidades lencas alejadas de las ciudades
pueda salir algo bueno? Pero ha salido mucho bueno. Mucha esperanza ha brotado
de estos humildes de la tierra y que la acción de las comunidades lencas ha
abierto una oportunidad para despertar. Para entender que en Intibucá se está jugando también nuestro futuro.