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Las mujeres y la Revolución Rusa: nuestra tradición insurrecta


Introducción

El primer movimiento de masas de mujeres trabajadoras durante 1914 estuvo ligado a la revolucionaria socialista Clara Zetkin y contó con 174.754 miembros. Tres años después, en el emblemático tren que llevó a Lenin desde Alemania hasta Rusia para enfrentar al gobierno provisional, también vinieron revolucionarias como Inessa Armand y Alejandra Kollontai. Estas no subieron al tren por casualidad.

En el presente artículo buscaré exponer los aportes realizados por el marxismo revolucionario en la lucha por la liberación de las mujeres a 100 años de la revolución rusa. ¿Cuáles han sido sus contribuciones? Partiré revisando la tradición socialista en los orígenes del capitalismo, la elaboración programática de la II internacional y el rol de Clara Zetkin. Analizaremos la experiencia de la revolución rusa, sus propuestas, transformaciones y protagonistas.

El retroceso que implicó el estalinismo y los aportes realizados por León Trotsky durante el año 1940. No es una eventualidad la recopilación histórica que desarrollamos. Hoy, corrientes del “feminismo” acusan al marxismo de una incapacidad para elaborar una práctica, política y estrategia para la liberación de las mujeres. Algunas van más allá y mencionan que es incompatible ser marxista, militar en la izquierda y luchar por la liberación de la mujer. A esta clase de aseveraciones intentaré de responder con hechos que podrán ignorarse si se quiere, pero jamás hacerlos desaparecer de la historia.

Los orígenes del capitalismo y la doctrina socialista

De la década de 1790 a 1830 se desarrollaron transformaciones profundas que originaron las bases del capitalismo moderno. La intromisión de la industria manufacturera y posteriormente la máquina a vapor fue a costa de la pauperización extrema de la vida de las mujeres, obligadas a trabajar clandestinas 16 horas diarias, junto a sus hijos, sin derechos, esclavizadas a un telar a merced de los patrones que les acometían toda clase de abusos. La primera revolución industrial se realizó junto a una enorme violencia contra las mujeres. Esto no produjo indiferencia.

En la crisis de 1815-1830 hubo un auge del denominado radicalismo político. Luddistas, cartistas, owenitas, fueron parte del mapa político (1). Dentro de las voces que cuestionaban el sistema, se escuchó a una mujer, madre de dos hijas, perseguida por su esposo y por la policía por divorciarse. Ella hizo una crítica profunda al ordenamiento capitalista de la sociedad. Ligada a una mirada socialista nos encontramos con Flora Tristán, autora de “Confesiones de una paria”, pionera en la denuncia a la opresión patriarcal hacia las mujeres trabajadoras y pobres. En su periódico “La unión obrera”, Flora recorrió los talleres y fábricas para organizar a las obreras. Característica que volveremos a ver en las revolucionarias marxistas de las décadas posteriores.

La Primera Internacional y la comuna de París

En la Primera Internacional de Trabajadores, durante los años 1864-1874, el marxismo tuvo el mérito de haber sido parte de los debates fundacionales que conformaron las medidas adoptadas en la insurrección de la comuna de Paris de 1871. Una de estas discusiones se refería a si las mujeres debían incorporarse o no al mundo del trabajo y qué política se debía tener para emancipar a las mujeres de la esclavitud doméstica. Marx y Engels enfrentaron posiciones con el anarquista Proudhon que se oponía al trabajo femenino relegando el papel de las mujeres a la esfera doméstica, como esposas o prostitutas (2). Este tema dividía aguas entre los revolucionarios de la I internacional, en donde Marx y Engels marcaban una clara posición.

Lucha política compartida por Harriet Law, segunda mujer en formar parte del Consejo General a partir de febrero de 1868 y parte activa de esta disputa, ligando la necesidad de incorporar a las mujeres a la esfera del trabajo para su emancipación de las tareas domésticas, pero enfrentando el trabajo precario propiciado por los capitalistas. La Comuna de París realizó importantes transformaciones políticas llevando a la práctica el altercado (3). Lo que es conocido como el primer gobierno obrero de la historia tuvo en primera línea a las mujeres trabajadoras y pobres en las barricadas.

Decretó la separación de la Iglesia del Estado y declaró propiedad nacional todos los bienes eclesiásticos. Mandató la revocabilidad de todos los cargos de elección popular. Impulsó la elección y voto de las mujeres y la obligación que los parlamentarios no cobraran más que el salario de un trabajador. Suprimió el ejército regular y le contrapuso el pueblo en armas, incluidas las mujeres. Condonó los pagos de alquileres adeudados por los inquilinos y proclamó la igualdad de derechos para las mujeres (4). Estos aportes y experiencia revolucionaria fueron la base para la elaboración posterior. Tras ser derrotada la Comuna de París, la Primera Internacional se dividió en base a la polémica entre marxistas y anarquistas.
La Segunda Internacional y la elaboración programática de Clara Zetkin

En torno a las ideas de Marx y Engels se fundó la Segunda Internacional de trabajadores, entre los años 1889-1914, que contó con un mayor bagaje teórico y una activa presencia de mujeres trabajadoras y revolucionarias dentro de sus filas. A diferencia de la Primera Internacional, encontramos en este periodo el trabajo “La mujer y el socialismo” del obrero tornero August Bebel, además de la obra de Engels “La familia, la propiedad privada y el Estado”. En Rusia la emancipación de los siervos de 1861 tuvo entre sus consecuencias facilitar el acceso de las mujeres a la formación superior y al conocimiento de la teoría marxista (5).

En estas condiciones entraron al Partido Obrero Socialdemócrata, Alexandra Kollontai, Inessa Armand y Nadezha Krupskaia. Todas ellas compartían el deseo de movilizar y educar a las mujeres trabajadoras en la lucha por sus intereses históricos de clase. Nadezha Krupskaia es vulgarmente conocida por ser la pareja de Lenin, pero lo cierto es que ella fue miembro de primera hora del partido, afiliándose inclusive antes que su marido (6). El movimiento de mujeres no había encontrado una égida de masas de tanta importancia como fue la organización de las trabajadoras de la Segunda Internacional alrededor del periódico “La igualdad: para los intereses de las trabajadoras”, editado por Clara Zetkin y que llegó a tener 174.754 miembros en 1914. Además de la elaboración teórica, el periodo de 1889-1914 está caracterizado por un amplio desarrollo programático y organizativo reflejado en los congresos de París (1889) y Zúrich (1893), en donde las socialistas debatieron sobre la importancia de la unidad entre la emancipación de las mujeres y la lucha para derribar el capitalismo.

Uno de los puntos en polémica fue sobre la protección específica hacia las mujeres trabajadoras y su condición de madres. El movimiento de mujeres burgués rechazaba cualquier legislación protectora especial a favor de las trabajadoras como una intromisión en la “libertad de la mujer” y en su igualdad de derechos con el hombre.

La “separación tajante” de Clara Zetkin proponía un programa específico para las mujeres trabajadoras que exigía:
1. Una jornada de trabajo legal máxima de 8 horas diarias para las mujeres, y de 6 horas diarias para las adolescentes menores de 18 años.
2. Fijación de un día de descanso ininterrumpido de 36 horas semanales.
3. Prohibición del trabajo nocturno.
4. Prohibición del trabajo femenino en todos los establecimientos insalubres.
5. Prohibición del trabajo de mujeres embarazadas 2 semanas antes y 4 semanas después del parto.
6. Contratación de inspectoras del trabajo en número suficiente en todas las ramas de la industria que emplean mujeres.
7. Aplicación de todas las reglas mencionadas más arriba a todas las mujeres ocupadas en fábricas, talleres, tiendas, en el trabajo doméstico o en el trabajo rural.

Clara Zetkin procuró delimitar claramente los fines y tareas del movimiento de mujeres trabajadoras en relación al feminismo burgués organizado en torno a las sufragistas.

Denunció la acción cómplice de las mujeres burguesas en el periodo de proscripción del partido socialdemócrata, que llevo al exilio a varias dirigentes revolucionarias. Además impuso una perspectiva de clase para la acción dentro del movimiento de mujeres ligando de manera clara la emancipación de las mujeres con el cuestionamiento a la propiedad privada, no como una cuestión de “sexo contra sexo” si no de lucha entre las clases. En estos debates se educaron la generación de mujeres socialistas como Rosa Luxemburgo, Inessa Armand, Nadezha Krupskaia y Alejandra Kollontai (7). La fracción de mujeres trabajadoras, su elaboración y programa chocaba con las corrientes oportunistas en la II internacional. Rosa Luxemburgo, amiga personal de Clara Zetkin, fue una pieza importante de la conferencia de Zimerwald, a la que no pudo asistir por estar presa en Alemania. Esta conferencia sería la base para la III internacional nucleada en torno a la revolución bolchevique, una de las experiencias más avanzadas para la liberación de las mujeres.

La revolución de octubre, sus transformaciones y combatientes

Las mujeres tuvieron un rol activo y dinámico en la preparación de la revolución de 1917, a diferencia de los planteos que realizan ciertas organizaciones feministas. Luego de la revolución de 1905 la mujer adquirió la posibilidad de administrar sus bienes. Entre 1913-1914 las mujeres participan masivamente en un movimiento huelguístico que tuvo dentro de sus demandas sus derechos políticos y durante la Primera Guerra Mundial las mujeres pudieron acceder a puestos de trabajo contribuyendo a su politización y organización fuera del hogar. El 23 de febrero de 1917, Día de la mujer en Rusia, se dio inicio con la importante huelga de los obreros de Putilov. 30 mil obreros se escabulleron en las filas de mujeres que reclamaban por el pan. Las obreras textiles se sumaron a la huelga.

Así se iniciaba la revolución de febrero de 1917 en donde 90 mil obreros y obreras marcaron el grito de ¡abajo la autocracia! ¡Abajo la guerra! ¡Queremos el pan! Las mujeres durante febrero-octubre cumplieron un rol de suma importancia para la preparación de la toma del poder de octubre. Este fue el periodo en que el partido bolchevique volvió a la clandestinidad y fueron las mujeres las que buscaron los pisos francos, cambian las claves a diario sorteando la represión. Son organizadoras de masas, como Anna Litveiko y Anna Boldyreva, elegidas representantes del Soviet de San Petersburgo, roles de suma importancia (8).

La política de los bolcheviques para la liberación de las mujeres consistía en cuatro pilares fundamentales: terminar con el trabajo doméstico por medio de la socialización, la unión libre, la extinción de la familia burguesa y la incorporación mundo del trabajo. Muchas de estas transformaciones, nunca antes vistas en la historia, se adelantaban en términos democráticos a cualquier Estado capitalista. La Constitución Soviética dio a la mujer el derecho al voto, a ser elegida a cargos públicos, concedió el divorcio, el principio de igualdad salarial por el mismo trabajo, el derecho a amamantar en el horario laboral, la prohibición del trabajo infantil y del trabajo nocturno para las mujeres. También se dio paso al matrimonio civil y los hijos nacidos fuera del matrimonio los reconoció como legítimos.

Una de las mayores conquistas legislativas fue el programa de Seguro de Maternidad diseñado e impulsado por la propia Alejandra Kollontai: ocho semanas de licencia de maternidad plenamente remunerada, recesos para la lactancia e instalaciones de descansos en fábricas, servicios médicos gratuitos, antes y después del parto y bonos en efectivos.

Encabezados por una doctora bolchevique, Vera Lebedeva, se implementó una red de clínicas de maternidad, consultorios, estaciones de alimentación, enfermería y residencias para madres e infantes. Terminar con el trabajo doméstico por medio de la socialización de dichas tareas tuvo una preocupación prioritaria. Esta labor estuvo a cargo del Departamento de las Mujeres del partido bolchevique, que dependió del Comité Central.

Fue formado en 1919 por Inessa Armand y luego integrado por Alejandra Kollontai, se concedió el derecho a las mujeres a ser miembro de los consejos rurales, a ser cabeza de familia, a que los hijos ilegítimos no fueran discriminados, gozar de las mismas condiciones en caso de divorcio y las casadas no estuvieron obligadas a llevar el nombre del marido o vivir en el domicilio de este. En 1920 se legalizó el aborto y la homosexualidad (9). El departamento tuvo su propio periódico, Kommunistka (mujer comunista) y en 1921 imprimió 30 mil ejemplares. A su cargo estuvo Bujarin, Inessa Armand y Kollontai.

El estalinismo y el fin de la ilusión

El estalinismo puso fin a la tradición revolucionaria del marxismo para la liberación de las mujeres. En 1928 Stalin hizo la colectivización forzosa. Se difundió que las políticas para la extinción de la familia llevarían al “libertinaje sexual” y comenzaron a alzarse las ideas de “buenas amas de casa”. En 1936, Pravda denunció un plan habitacional con cocinas individuales como una desviación de izquierda. La homosexualidad, las uniones libres y el denominado adulterio se declararon ofensas criminales en 1934, castigados con un mínimo de ocho años de prisión, al tiempo que el divorcio devino en un proceso largo. Y dos años después, el Código Familiar ilegalizó el aborto. Stalin sostuvo que solo el egoísmo llevaba a las mujeres a abortar. Fomentó el incentivo a la maternidad con condecoraciones a “heroínas”.

El Departamento de la Mujer fue abolido en 1930 y Stalin declaró que la cuestión de la mujer ya estaba resuelto. El viraje estalinista de colaboración de clases, marcó un curso radical para las décadas posteriores. Se borró de la historia las lecciones del octubre bolchevique, la tradición del ala izquierda en la Segunda Internacional y las bases teórico-políticas del marxismo de los orígenes. No es casualidad que desde la década 1940 las estrategias surgidas en el siglo XX como variantes locales del estalinismo, o con una posición ecléctica ante éste, no hayan podido dar una respuesta seria a la liberación de las mujeres, incluida en ellas a las diferentes variantes guerrilleras.

Hilos de continuidad

En un periodo complejo de persecución política, León Trotsky analizó la burocratización de la URSS y su impacto sobre las mujeres. Alexander Goikhbarg, autor de un Código Familiar de 1918 –que entre otras cosas abolió el status de inferioridad legal de la mujer, eliminó la validez del matrimonio religioso y la ilegitimidad de hijos concebidos fuera de matrimonio– fue internado en una institución psiquiátrica por el estalinismo; otros, que habían participado en el debate sobre este código, como Beloborodov, Kiselev y Pyotr Krasilov fueron asesinados en prisión entre 1936 y 1939.

En su obra “La revolución traicionada”, León Trotsky examina este proceso, sus métodos y consecuencias. Formuló la analogía del “Termidor” y entregó un profundo análisis de la familia soviética, la prostitución y la política del estalinismo de desarme de las conquistas de las mujeres en la URSS. Mientras se silenciaba con la bota del gendarme a la clase que había, por su propio mérito, hecho una de las revoluciones más increíbles de la historia hubo quienes mantuvieron en alto las enseñanzas de décadas de lucha revolucionaria. No analizaremos la obra de Trotsky en este artículo, pero podemos establecer en sus trabajos un hilo de continuidad claro de la respuesta del marxismo revolucionario para la liberación de las mujeres (10).


Conclusiones

Como he intentado de demostrar, el marxismo dio profundos aportes, en el pensamiento, elaboración programática, política y de transformación concreta para la liberación de las mujeres. Desde su surgimiento fue parte de las oleadas revolucionarias alzando las banderas por la liberación de la mujer y por la destrucción de la sociedad de clases a la que ha sido sometida. Un juicio asertivo para con esta corriente no puede ignorar estos hechos, dentro del tan cacareado debate en el movimiento de mujeres “feminista”. Para elaborar una crítica debe haber un diálogo con la historia.

Desde la agrupación Pan y Rosas y la fracción trotskista por la reconstrucción de la IV internacional, buscamos hacer eco de estas experiencias a 100 años de la revolución rusa, a más de un siglo de lucha revolucionaria de la clase trabajadora. No lo hacemos por casualidad, esta es nuestra tradición insurrecta, la que queremos retomar para pensar la lucha revolucionaria en el siglo XXI. 


Notas Bibliográficas:

(1) Thompson, Edward Palmer, La formación de la clase obrera en Inglaterra, (Barcelona, Editorial Crítica, 1989) pp.19-93. 
(2) Contra esta concepción del socialismo, que tenía su origen en el carácter artesanal y campesino de gran parte de la producción de Francia a mediados del siglo XIX, Marx defendió la idea de que la liberación de la mujer pasaba por su integración al proceso social de producción y por la abolición, junto con la explotación de clase, de la esclavitud doméstica, a través de la socialización de las tareas domésticas y de la educación de los niños. 
(3) Andrea D’Atri, "La participación de las mujeres en la Comuna de París” La izquierda diario (2016) http://www.laizquierdadiario.cl/La-participacion-de-las-mujeres-en-la-Comuna-de-Paris (Consultado el 1 de octubre de 2017).
(4) Marx, Karl, and Friedrich Engels. La guerra civil en Francia. (Barcelona, España: Ediciones Europa-América, 1981) pág 25.
(5) Un ejemplo que destacó fue Vera Zasulich del grupo populista Narodnaia Volia, que mantuvo correspondencia con Marx durante la década de 1860. 
(6) Josefina L. Martinez, " Las mujeres y la Revolución que cambió la historia del siglo". La izquierda diario (2017)https://www.laizquierdadiario.cl/Las-mujeres-y-la-Revolucion-que-cambio-la-historia-del-mundo?id_rubrique=1201 . (Consultado el 1 de octubre de 2017).
(7) En este periodo Alejandra Kollontai elaboró varias de sus obras como “Los fundamentos sociales de la cuestión femenina” (1907), “Las relaciones sexuales y la lucha de clases” (1911), “El Día de la Mujer” (1913).
(8) Numero 15, febrero 2017, Soledad (Bengoechea y Maria Cruz Santos, "Las mujeres en la revolución Rusa", Viento Sur Numero 15 (2017): página 3.
 (9) Rodrigo López, Pablo Herón, " La despenalización de la homosexualidad en la URSS: un hito en la historia de la liberación sexual". La izquierda diario (2017) https://www.izquierdadiario.es/La-despenalizacion-de-la-homosexualidad-en-la-URSS-un-hito-en-la-historia-de-la-liberacion-sexual (Consultado el 1 de octubre de 2017).
(10) Wendy Goldman menciona que la reversión ideológica de 1930 fue esencialmente política y no una necesidad económica. (Bengoechea y Maria Cruz Santos, "Las mujeres en la revolución rusa", Viento Sur Numero 15 (2017): página 4.



Un estudio sobre la duplicidad británica


Cien años han pasado desde que este documento cambió el curso de la historia y sin embargo, Gran Bretaña sigue sin admitir la negación de Israel del derecho palestino a la autodeterminación nacional ni su propia complicidad.

La Declaración Balfour, emitida el 2 de noviembre de 1917, fue un breve documento que cambió el curso de la historia. En ella el gobierno británico se comprometía a apoyar el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina siempre que no se hiciera nada “para perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”.

En aquel momento los judíos constituían el 10% de la población de Palestina: 60.000 judíos y poco más de 600.000 árabes. No obstante, Gran Bretaña decidió reconocer el derecho a la autodeterminación nacional de la pequeña minoría y negárselo rotundamente a la mayoría indiscutible. En palabras del escritor judío Arthur Koestler: aquí hubo una nación que prometió a otra nación la tierra de una tercera nación.

Algunos informes coetáneos presentaron la Declaración Balfour como un gesto desinteresado e incluso como un noble proyecto cristiano para ayudar a que un pueblo antiguo reconstruyese su vida nacional en su patria ancestral. Tales argumentos emanaban del romanticismo bíblico de algunos funcionarios británicos y de sus simpatías hacia los judíos ante la difícil situación que afrontaban en Europa oriental.

Los estudios posteriores establecen que el principal motivo para emitir la declaración fue el frío cálculo de los intereses imperiales británicos. Se creyó, erróneamente, que una alianza con el movimiento sionista en Palestina serviría mejor a los intereses de Gran Bretaña.

Palestina controlaba las líneas de comunicaciones del Imperio Británico al Lejano Oriente. Francia, el principal aliado de Gran Bretaña en la guerra contra Alemania, también era un rival influyente en Palestina. Bajo el acuerdo secreto de Sykes-Picot de 1916, los dos países habían dividido Oriente Próximo en zonas de influencia pero acordando una administración internacional para Palestina. Al ayudar a los sionistas a apoderarse de Palestina, los británicos esperaban asegurar su presencia dominante en la zona y excluir a los franceses. Los franceses llamaron a los británicos “Pérfida Albión”. La Declaración Balfour constituyó un ejemplo primordial de esa traición permanente.

Las principales víctimas de Balfour

Sin embargo, las principales víctimas de la Declaración Balfour no fueron los franceses sino los árabes de Palestina. La declaración fue un típico documento colonial europeo improvisado por un pequeño grupo de hombres con una mentalidad absolutamente colonial. Se formuló con un desprecio absoluto hacia los derechos políticos de la mayoría de la población indígena.

El secretario de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, no hizo ningún esfuerzo por disimular su desprecio hacia los árabes. En 1922 escribía:

El sionismo, sea correcto o incorrecto, bueno o malo, está arraigado en tradiciones milenarias, en necesidades actuales y en futuras esperanzas de trascendencia mucho más profunda que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa tierra antigua. Difícilmente podría hallarse un ejemplo más sorprendente de lo que Edward Said llamó “la epistemología moral del imperialismo”.

Balfour no era más que un lánguido aristócrata inglés. La verdadera fuerza motriz de la declaración no fue Balfour sino David Lloyd George, el exaltado radical galés que dirigía el gobierno (1916-1922). En política exterior, Lloyd George era un imperialista británico pasado de moda y un acaparador de territorios. Sin embargo, su apoyo al sionismo no se fundamentaba en un análisis sólido de los intereses británicos sino en la ignorancia: admiraba a los judíos pero también los temía, y no comprendió que los sionistas eran una minoría dentro de una minoría.

Al alinear a Gran Bretaña con el movimiento sionista Lloyd George actuó desde la perspectiva errónea –y antisemita– según la cual los judíos eran extraordinariamente influyentes y hacían girar las ruedas de la historia. En realidad, el pueblo judío estaba indefenso y sin otra influencia que no fuera la del mito del poder clandestino.

En resumen, el apoyo británico al sionismo durante la guerra estaba enraizado en una arrogante actitud colonial hacia los árabes y en una concepción equivocada sobre el poder internacional de los judíos.

Una doble obligación

Gran Bretaña agravó su primer error al incluir los términos de la Declaración Balfour en el Mandato de la Liga de Naciones para Palestina. Lo que había sido una mera promesa de una gran potencia a un aliado menor se convirtió en un instrumento internacional jurídicamente vinculante.
Para ser más precisos, Gran Bretaña en tanto que potencia mandataria, asumió una doble obligación: ayudar a los judíos a construir un hogar nacional en toda la Palestina del Mandato y, al mismo tiempo, proteger los derechos civiles y religiosos de los árabes. Gran Bretaña cumplió la primera obligación pero rechazó honrar lo irrisorio de esa segunda parte.

Que Gran Bretaña fue culpable de duplicidad y de dobles tratos es incuestionable. Por lo tanto, la verdadera pregunta es: ¿consiguió Gran Bretaña alguna recompensa concreta con esa política inmoral? Mi respuesta a esa pregunta es que no.

La Declaración Balfour fue un pesado fardo para Gran Bretaña desde el comienzo del Mandato hasta que alcanzó su infame final en mayo de 1948.

Los sionistas se quejaron de que todo lo que Gran Bretaña hizo por ellos en el período de entreguerras no estuvo a la altura de lo prometido inicialmente. Argumentaron que la declaración implicaba el apoyo a un Estado judío independiente; los funcionarios británicos replicaron que solo habían prometido un hogar nacional, que no es lo mismo que un Estado. Entretanto, lo que Gran Bretaña provocó fue el resentimiento no solo de los palestinos sino de millones de árabes y musulmanes de todo el mundo.

En su obra clásica Britain's Moment in the Middle East [El momento de Gran Bretaña en Oriente Próximo], Elizabeth Monroe ofrece un juicio equilibrado sobre este episodio. “Calculada únicamente por los intereses británicos”, escribe Monroe, “[la Declaración Balfour] constituye uno de los mayores errores en nuestra historia imperial”.
En retrospectiva, la Declaración Balfour parecería un error estratégico colosal. El resultado final fue que permitió que los sionistas tomaran el poder en Palestina, una toma de poder que se ha mantenido hasta nuestros días en forma de expansión de asentamientos ilegales pero incesantes en Cisjordania y a expensas de los palestinos.

Mentalidad arraigada

Ante esta conmemoración histórica, uno podría esperar que los dirigentes británicos agachasen con vergüenza la cabeza y rechazaran este tóxico legado de su pasado colonialista. Pero los últimos tres primeros ministros británicos de los dos principales partidos políticos, Tony Blair, Gordon Brown y David Cameron, han mostrado un firme apoyo a Israel y una absoluta indiferencia hacia los derechos de los palestinos.

Theresa May, la actual primera ministra, es una de las dirigentes más pro-israelíes de Europa. En un discurso pronunciado en diciembre de 2016 ante los Amigos Conservadores de Israel, que incluye a más del 80% de los diputados tories y a todo el gabinete, elogió a Israel como “un país extraordinario” y “un faro de tolerancia”. Echando sal en las heridas palestinas, calificó la Declaración Balfour como “una de las más importantes de la historia” y prometió celebrarla en el aniversario.

Una petición firmada por 13.637 personas, incluido quien esto escribe, ha solicitado al gobierno que pida disculpas por la Declaración Balfour. El gobierno ha respondido en los siguientes términos:

La Declaración Balfour es una declaración histórica por la que el Gobierno de Su Majestad no tiene intención de disculparse. Estamos orgullosos de nuestro papel en la creación del Estado de Israel.

La declaración se escribió en un mundo de potencias imperiales rivales, en medio de la Primera Guerra Mundial y en el ocaso del Imperio Otomano. En ese contexto, establecer una patria para el pueblo judío en la tierra en la que tenían vínculos históricos y religiosos tan fuertes fue lo correcto y moral, especialmente ante el trasfondo de siglos de persecución.

Mucho ha sucedido desde 1917. Reconocemos que la declaración debería haber exigido la protección de los derechos políticos de las comunidades no judías en Palestina, en particular su derecho a la autodeterminación. Sin embargo, lo importante ahora es mirar hacia adelante y establecer la seguridad y la justicia tanto para los israelíes como para los palestinos a través de una paz duradera.

Aunque haya pasado un siglo parece que la mentalidad colonial sigue profundamente arraigada en la elite política británica. Los líderes británicos contemporáneos, como sus predecesores de la Primera Guerra Mundial, todavía se refieren a los árabes como “las comunidades no judías en Palestina”.

Es cierto que el gobierno reconoce que la declaración debería haber protegido los derechos políticos de los árabes de Palestina. Pero no admite la obstinada negación de Israel al derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino, ni la propia complicidad de Gran Bretaña en esta negación permanente. Los gobernantes de Gran Bretaña, al igual que los reyes Borbones de Francia, no han aprendido nada en los 100 años transcurridos.

Avi Shlaim es profesor emérito de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oxford y autor de The Iron Wall: Israel and the Arab World (2014) y Palestine: Reappraisals, Revisions, Refutations (2009).


"La geopolítica bergogliana consiste en no dar apoyos teológicos al poder para que pueda imponerse"

Antonio Spadaro

El miércoles 24 de mayo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump,[1] acudió a visitar al Papa Francisco en el Vaticano. El encuentro duró cerca de treinta minutos y tuvo lugar a las 8:30 horas de la mañana con el fin de permitir que el pontífice se desplazara a la plaza de San Pedro para la audiencia general.

Por ese motivo, el presidente accedió al Vaticano por la puerta del Perugino, una entrada secundaria situada junto al edificio de la casa Santa Marta.

Se trataba de un encuentro organizado en el marco de un viaje que llevó a Donald Trump en primer lugar a Arabia Saudita, donde se encontró con los líderes del mundo islámico sunita y donde vendió armamento por valor de 110.000 millones de dólares. Después, su viaje prosiguió por Israel y Palestina. Se encontró con el primer ministro de Israel, Benyamín Netanyahu, y con el presidente palestino, Mahmud Abás.

Trump es el primer presidente estadounidense en ejercicio que ha visitado el Muro de los Lamentos: sus predecesores habían evitado hasta ahora esta etapa en razón de su significado político. En efecto, el muro se encuentra en la parte oriental de Jerusalén, ocupada por Israel en la Guerra de los Seis Días en 1967[2] y reivindicada por los palestinos como capital de su estado. A continuación, el presidente visitó el museo de Yad Vashem.

Por tanto, Roma fue la cuarta etapa de su itinerario, después de Riad, Jerusalén y Belén. El viaje prosiguió por Bruselas y, finalmente, por Taormina, para participar en el encuentro del G7, el foro político de los siete gobiernos más poderosos de la Tierra desde el punto de vista económico: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá (Rusia está suspendida en la actualidad).

La historia del mundo no es una película de Hollywood

El encuentro entre el Papa y el presidente fue un acontecimiento importante y, de alguna manera, necesario. La visita de Trump durante su viaje al G7 implicaba también, casi de forma natural, la reunión con Francisco. No obstante, era un encuentro bastante imprevisible en comparación con los inmediatos precedentes en el viaje del presidente: no comportaba intereses específicos ni intercambios comerciales de índole alguna que implicaran eventos formales concordados. Y esto lo convirtió, en efecto, en un momento muy franco.

La visita resultó significativa para el papel que Estados Unidos despliega en el tablero de ajedrez internacional. Lo había sido la de Barack Obama, y lo fue la de Donald Trump.

Frente a esta cita, el sentimiento predominante en algunos ambientes de los medios fue de interés, unido a una cierta curiosidad a causa de la "contraposición" entre el Papa y el presidente, dada a menudo por obvia sin más. Pero el pontífice no es un ideólogo ni piensa en blanco y negro. Al responder a una pregunta que le plantearon en la conferencia de prensa durante el viaje de regreso de Fátima el 13 de mayo, Francisco hizo referencia al encuentro con el presidente y dijo: "Yo no juzgo nunca a una persona sin haberla escuchado. Creo que no debo hacerlo. Cuando hablemos saldrán las cosas: yo diré lo que pienso, él dirá lo que piensa. Pero nunca, nunca he querido juzgar sin escuchar a la persona".

Francisco es también muy realista: sabe que la situación del mundo en este momento pasa por una seria crisis. Y los que a menudo están en peligro son los más débiles. Crecen los nacionalismos, los populismos, la pobreza, los "muros". Por tanto, Francisco, el Papa de los puentes, quiere hablar con cualquier jefe de Estado que se lo pida porque sabe que en las crisis no hay "buenos" y "malos" absolutos. Para él, la historia del mundo no es una película de Hollywood: no llegan los "nuestros" a salvarnos de "ellos". Sabe que siempre y de todas maneras hay en danza juegos de intereses. Por eso no entra en redes de alianzas ya constituidas y mantiene las debidas relaciones entre la dimensión política y los valores espirituales.


El Papa no se casa nunca con mecanismos interpretativos rígidos para encarar las situaciones y las crisis internacionales. Por lo tanto, en los años del pontificado de Francisco la acción de la Santa Sede en el mundo lleva la marca de un diálogo de 360 grados con los protagonistas de la escena internacional: desde Trump hasta Putin, desde Maduro hasta Rouhaní, desde Castro hasta los líderes colombianos, etc. Para Francisco, la misericordia se delinea a nivel político en una fluida libertad de movimiento. Todo esto desencadena lógicas imprevisibles, propias de una visión poliédrica, o sea, una visión que considera las cosas en su complejidad. Si acaso, encuentra socios justo en aquellos que representan una discontinuidad respecto del pensamiento único y en aquellos que están dispuestos a "jugar" el partido de la política fuera del campo y de las convenciones, como outsiders, hallando soluciones para el bien común.

En lo sustancial, la actitud del Papa consiste en no asumir posiciones a priori, sino en encontrarse con los jugadores más importantes en el campo mismo para razonar juntos, así como para proponer a todos un bien mayor y ejercitar el soft power, que es el rasgo específico de su política internacional. Y esto fue lo que ocurrió en la cita con el presidente estadounidense.

Las puertas abiertas pueden hallarse siempre, y en el diálogo Francisco tiende a partir de lo que se comparte con el interlocutor. Se trata de una actitud que forma parte asimismo de la tradición de los jesuitas: es el principio del denominado praesupponendum (Ejercicios espirituales, n° 22), clave del pensamiento y de la actitud de Bergoglio desde siempre. Este principio afirma de manera sustancial que hay que estar más dispuesto a salvar una afirmación del interlocutor que a condenarla. Si no se la puede salvar, se procura saber en qué sentido la entiende el otro, permaneciendo en disposición de corregirla con delicadeza. Si ello no bastara, se deben intentar todas las vías posibles: diálogo a ultranza.

El Papa lo confirmó en sus declaraciones durante el vuelo de regreso de Fátima: "Siempre hay puertas que no están cerradas. Hay que buscar las puertas que al menos están un poco abiertas, para entrar y hablar sobre ideas comunes y avanzar. Paso a paso". Aun así, el encuentro no responde nunca a una estrategia o a una táctica simplemente. Al periodista que le preguntaba si esperaba que Trump fuese a suavizar sus decisiones, Francisco le respondió: "Este es un cálculo político que no me permito hacer".

Los valores y el intercambio de regalos

Durante el tradicional intercambio de presentes, el Papa le regaló al presidente un bajorrelieve en bronce que representa un olivo que con sus ramas mantiene unidas dos franjas de tierra separadas. "Hay una fractura", dijo, "que significa la división de la guerra. Esta imagen representa mi deseo de paz. Se lo regalo para que usted sea instrumento de paz". El presidente Trump, por su parte, regaló al Papa una colección de escritos de Martin Luther King. ¿Por qué estas elecciones?

Estados Unidos es un país portador de grandes valores como la libertad, la identidad y la igualdad, vividos a lo largo del tiempo de manera muy tensa, tal vez también contradictoria. El Papa es consciente de los valores espirituales y éticos que han plasmado la historia del pueblo estadounidense, encarnados por personas como el célebre pastor de Atlanta, activista de los derechos humanos. Ello mismo se ha inferido muy bien durante su viaje a Estados Unidos cuando, dirigiéndose al Congreso, habló de "valores fundantes que vivirán para siempre en el espíritu del pueblo estadounidense". Estos valores han permitido "construir un futuro de libertad" que "exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad".

Sin duda, el tema que más le importa a Francisco es el de las graves crisis humanitarias, que exigen respuestas políticas con amplitud de miras. En esta visita el pontífice expresó una vez más y con franqueza la importancia de preservar esos grandes valores del pueblo estadounidense y, de una manera particular, la preocupación por la justicia, la atención específica a los pobres, excluidos y necesitados. Recordemos que ya lo había hecho en el telegrama de felicitación por la asunción del mando de Trump como 45º presidente de la nación [3] Pero en esta ocasión, el encuentro cara a cara tuvo un valor diferente, más profundo y también más franco.

El presidente Trump certificó con su propio regalo dicha acentuación. Y el Papa intercambió con él una edición especial de sus exhortaciones apostólicas Evangelii gaudium y Amoris laetitia, de su encíclica Laudato si' y del Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017. Con independencia del modo en que se quiera entender el regalo de estos textos oficiales, en ellos se cifran mensajes muy fuertes, coincidentes con el sentido profundo de este pontificado; dos en particular: la paz, tal como la entiende Francisco, fundada en la justicia social, y la protección de la creación, que implica toda una serie de compromisos que hoy corren el peligro de ser puestos en discusión, también por el gobierno estadounidense.

El mensaje del Papa Francisco sobre la paz es también un mensaje político. "Paz" significa actuar sobre los cuadrantes más delicados de la política internacional en nombre de los "descartados" y de los más débiles. Muchos conflictos armados tienen su raíz en los temas sociales. Para Francisco, exhortar a la paz significa continuar en el surco trazado por Juan XXIII en el radiomensaje del 25 de octubre de 1962: "Promover, favorecer y aceptar los diálogos a todos los niveles y en cualquier tiempo es una regla de sabiduría y de prudencia que atrae la bendición del Cielo y de la tierra".

Por tanto, en este caso se trata de una invitación dirigida al presidente Trump para que preste mucha atención al modo en que se mueve en el tablero de ajedrez internacional. Por ejemplo, una ingente venta de armas puede exhibirse como una medida para contribuir a la paz, pero es evidente que nos encontramos lejos de la intención del Papa. No es posible promover la paz declinándola solo con la "seguridad". En efecto, esta sería solo una acción disuasoria incapaz de resolver las fuentes de los conflictos. Por el contrario, siempre debe identificarse la raíz de la injusticia social que los hace surgir. "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz", dijo Pablo VI [4], frase que ha sido retomada a menudo por Francisco.

El comunicado final de la Oficina de Prensa, que resume el sentido del encuentro entre el Papa y el presidente, habla de promoción de la paz en el mundo y cita también las vías maestras para conseguirla, que son "la negociación política y el diálogo interreligioso".

En lo concreto, sin embargo, es muy difícil realizar diálogo y negociación en Oriente Próximo excluyendo por completo o demonizando a uno o más de los actores del conflicto. Sigue siendo, pues, un auténtico interrogante comprender la actitud de los Estados Unidos de Trump hacia el Irán del presidente Hasán Rouhaní, tal como se ha hecho explícito en las etapas precedentes del presidente estadounidense. Más aún: sigue resultando inquietante la idea de la exasperación de una lucha interna en el seno del islam entre sunitas y chiitas.

Recordemos, entre otras cosas que, al igual que ocurrió con Trump, también el presidente iraní fue recibido por el Papa, el 26 de enero de 2016. La Oficina de Prensa vaticana comunicó que en aquella circunstancia "se puso de relieve el importante papel que Irán está llamado a desempeñar junto a los demás países de la región para promover soluciones políticas adecuadas a las problemáticas que afligen al Oriente Próximo, contrarrestando la difusión del terrorismo y el tráfico de armas".

Política y religión sin tentaciones

En el mencionado encuentro con Rouhaní se recordó "la importancia del diálogo interreligioso y la responsabilidad de las comunidades religiosas en la promoción de la reconciliación, de la tolerancia y de la paz". El elemento religioso no debe confundirse nunca con el político. Hay quienes creen que el presidente Trump, al visitar primero a los líderes políticos de Arabia Saudita, Israel y Palestina, habló también a los jefes de las otras dos grandes religiones monoteístas, el islam y el judaísmo. En realidad, ello es fruto de una simplificación que nivela lo religioso con lo político. Pero no: Trump se encontró con líderes políticos de diversos Estados. Confundir poder espiritual y poder temporal significa poner el primero al servicio del segundo.

Este es el trasfondo inmediato de la visita del presidente estadounidense al Papa, que escapa a toda lógica que pudiéramos denominar "constantiniana". Con Francisco va concluyendo el proceso iniciado precisamente en tiempos del emperador Constantino, en el que se establece una ligazón orgánica entre cultura, política, instituciones e Iglesia [5]. Un rasgo claro de la geopolítica bergogliana consiste en no dar apoyos teológicos al poder para que pueda imponerse o para encontrar un enemigo al que combatir. La espiritualidad no puede ligarse a gobiernos o pactos militares: está al servicio de todos los hombres. Las religiones no pueden ver a unos como enemigos jurados y a otros como amigos eternos.

La tentación de proyectar la divinidad sobre el poder político, que se reviste de ella para sus propios fines, es transversal. También en los pactos del mundo católico retorna a veces una tentación semejante. Pero la fe no tiene necesidad de un apoyo en el poder. Si se siguiera este camino, al final la religión se convertiría en la garantía de los grupos dominantes. Justo eso es lo que Francisco teme y no quiere. Es difícil que las alianzas políticas que piden legitimación a las religiones sepan respetarlas como pulmones espirituales de la humanidad. Por tanto, este ha sido otro asunto implícito en el encuentro ocurrido el 24 de mayo.

Francisco se ha enfrentado con dos presidencias estadounidenses: primero, la de Obama, y hoy, la de Trump. El Papa no escoge entre gobiernos elegidos de forma legítima ni pone muros: lo ha dicho varias veces. Por el contrario, confronta las opciones realizadas, sobre las que nunca ha faltado su juicio. Pero el encuentro fue el primer e indispensable paso de un diálogo abierto, sin puertas cerradas.

Y el diálogo parte de los temas comunes, de los pasos en los que se reconoce un posible camino ya iniciado en común. Este es el sentido del comunicado de prensa al final de la visita del presidente Trump, que puso de manifiesto "el común compromiso a favor de la vida y de la libertad religiosa y de conciencia". Al mismo tiempo, se ha identificado el vasto campo en el que, por el contrario, se desea "una serena colaboración entre el Estado y la Iglesia católica en Estados Unidos", es decir, "el servicio a las poblaciones en los ámbitos de la salud, de la educación y de la asistencia a los inmigrantes". El espacio para un camino positivo está abierto a la buena voluntad.

[1] A propósito del presidente Trump, véanse también T. J. Reese, "L'elezione di Donald Trump", La Civiltà Cattolica I (2017), pp. 54-66; G. Sale, "El "Muslim Ban". Donald Trump y la Magistratura estadounidense", La Civiltà Cattolica Iberoamericana 3, abril de 2017, pp. 21-35; íd., "La politica estera di Donald Trump", La Civiltà Cattolica II (2017), pp. 158-171.
[2] Véase también G. Sale, "A cincuenta años de la Guerra de los Seis Días", La Civiltà Cattolica 6, julio de 2017, pp. 49-61.
[3] Escribió Francisco para esa ocasión: "Le envío mis cordiales augurios asegurándole que rezaré al Dios Altísimo para que le regale sabiduría y fuerza en el ejercicio de su elevada función". Y prosiguió: "En un tiempo en que nuestra familia humana está atormentada por graves crisis humanitarias que exigen respuestas políticas unidas y con amplitud de miras, ruego para que sus decisiones estén guiadas por los ricos valores espirituales y éticos que han plasmado la historia del pueblo estadounidense y el compromiso de la nación por el avance de la dignidad humana y de la libertad en todo el mundo. [...] Que, bajo su conducción -continuaba el Papa-, la estatura de Estados Unidos pueda seguir midiéndose sobre todo por su preocupación por los pobres, los excluidos y los necesitados, que, como Lázaro, esperan frente a nuestra puerta". El mensaje del Papa a Donald Trump terminaba con la invocación a Dios para que "dé su bendición de paz, concordia y prosperidad material y espiritual" al nuevo presidente, a su familia y a todo el pueblo estadounidense.
[4] Pablo VI, Carta encíclica Populorum progressio, del 26 de marzo de 1967, n.o 87.
[5] En el año 590, bajo el pontificado de Gregorio Magno (ca. 540-604), la Iglesia comenzó a asumir el papel de custodia del Imperio romano de Occidente, con lo cual aquella se procuró un nuevo objetivo. León III (750-816) coronó a Carlomagno emperador.