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Symphony No. 2 / Sergei Rachmaninoff / Vasily Petrenko / Oslo Philharmonic
The Oslo Philharmonic with conductor Vasily Petrenko perform Sergei Rachmaninoff's Symphony No. 2 in Elbphilharmonie in Hamburg on 15th October 2019.
Produced by Elbphilharmonie Hamburg and the Oslo Philharmonic
Audio: NDR Kultur 2019
Licensed by Studio Hamburg Enterprises GmbH
¿Me vale la misa que se ve en la tele? ¿me puedo confesar por teléfono?"
Por: José María
Castillo
www.religiondigital.org / 23.04.2020
Con motivo de la
pandemia del virus, a medida que van pasando los días, van aumentando las
preocupaciones, en los ambientes clericales y eclesiásticos, por el hecho de la
creciente dificultad para que la gente acuda a las iglesias. Y en las iglesias,
los creyentes puedan rezar, oír misa, confesarse, practicar la religión en este
tiempo de tantas carencias y problemas. Se multiplican las dudas y las
preguntas: ¿me vale la misa que se ve en la tele? ¿me puedo confesar por
teléfono? Y así sucesivamente.
Sinceramente, a mí no me preocupa (ni me
interesa mucho) toda esta “casuística sacramental” que ha surgido con motivo de
la reclusión y el encierro que nos ha impuesto el coronavirus. Cuando, entre
los cristianos, nacieron los sacramentos, no existían los actuales medios de
comunicación. Además, hay sacramentos que no sé cómo se pueden celebrar a
distancia. Por ejemplo, la eucaristía, que originalmente fue una “cena
compartida”. ¿Cena alguien por el hecho de ver en la tele que otros cenan?
A mí me parece que el “enclaustramiento”, que
estamos soportando por causa de la pandemia del virus, no va a modificar mucho
la actual práctica sacramental de los cristianos. Cuando vayamos saliendo de la
situación actual, esperamos que todo seguirá como estaba.
En todo caso, lo más importante que se me
ocurre decir, en este momento, es que a todos nos vendría bien recordar (o
informarnos) de que fue precisamente en los primeros siglos, cuando las
prácticas sacramentales no estaban tan organizadas y reglamentadas como ahora,
ni siquiera se sabía cuántos eran los sacramentos, entonces precisamente fue
cuando el cristianismo floreció con más vigor y más pujanza. Este asunto –tan
determinante– está bien documentado y analizado.
Fue justamente cuando el imperio romano empezó
a debilitarse, en la llamada “época de angustia”, desde Marco Aurelio a
Constantino (161-306) (E. R. Dodds), entonces precisamente fue cuando el
cristianismo arraigó en lo más vivo de la población. No por la multiplicación y
exactitud de sus ceremonias. Eran tiempos en que los cristianos no tenían ni
templos. Y hasta les era impensable el simple hecho de enseñar la cruz. Porque,
en aquella cultura, decir que se creía en un “Dios crucificado”, era una
contradicción tan absurda, como si hoy dijéramos que ponemos nuestra fe en un
“dios ahorcado”.
Entonces, ¿qué es lo que impresionó tanto a la
gente, que aquella iglesia, en tan poco tiempo, atrajo a tantos adeptos? Una
agrupación de adeptos, que vivía un sentido comunitario tan fuerte, que unía a
los individuos y a las familias, más que por unos determinados ritos
religiosos, sobre todo por una forma común de vida, como acertadamente dejó
escrito Orígenes (Contra Cels., 1, 1), esto fue decisivo, incluso determinante.
Por eso la iglesia ofrecía todo lo necesario
para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas,
atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de
vida; tenía un fondo para los funerales de los pobres y un servicio para para
las épocas de epidemia (cf. Arístides, Apol. 15. 7-9; Harnack, Mission, I,
147-198). Pero más importante que estos beneficios materiales era el
“sentimiento de grupo”, que acogía sobre todo a los que vivían como
desarraigados en las grandes ciudades. Como bien ha escrito Dodds, “debieron
ser muchos los que experimentaron un profundo desamparo: los bárbaros
urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los
soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos
manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad
cristiana debía ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y
dar a su vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor
humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros” (o. c.,
178-179).
¿Una
Eucaristía sin Iglesia?
Termino y ésta es mi conclusión: no sé si los
templos se van a quedar vacíos; ni sé tampoco si habrá gente que tranquilice su
conciencia viendo una misa por la tele o se piense que Dios le perdona porque
habla con un cura mediante el móvil. Sinceramente, todo eso no me preocupa gran
cosa. Lo que, de verdad, me interesa y me preocupa es que, demasiados
responsables y dirigentes de la iglesia actual puedan dar la impresión de que
es más importante observar y someterse a la religión (con sus normas y
rituales) que ser fieles al proyecto de vida que nos propone el Evangelio.
Las lenguas indígenas son la clave para comprender quiénes somos realmente
Survival
International
www.cpalsocial.org
/ 17-04-2020
El Año Internacional de las Lenguas Indígenas,
el pasado 2019, es la celebración de la diversidad humana y un recordatorio del
ritmo a que está desapareciendo dicha diversidad. Con cada lengua que se
extingue perdemos una pieza fundamental del rompecabezas humano.
Las lenguas constituyen uno de los mayores
emblemas de la diversidad humana, pues revelan las sorprendentes diferencias
con las que los seres humanos sabemos percibir y relacionarnos con el mundo y
darle sentido. También son las exquisitas bibliotecas existentes, en las que
hallamos la historia colectiva, el conocimiento, la mitología y las
percepciones de todo un pueblo. Sin embargo, esta diversidad se está perdiendo
a un ritmo alarmante. Algunos expertos se atreven incluso a afirmar que el 90%
de las lenguas del mundo están en riesgo de extinción.
Pero ¿por qué preocupa la pérdida de lenguas
indígenas? Sigue leyendo para ver por qué las lenguas indígenas son
fundamentales para comprender el mundo en que vivimos, quiénes somos realmente
y de qué somos capaces los seres humanos…
Niños de la tribu kua, Kalahari, Bosuana. Que
los niños no hablen la lengua de sus padres es la causa fundamental de la
extinción de una lengua. © Forest Woodward / Survival, 2015
Las lenguas mueren porque la gente deja de
hablarlas debido a presiones sociales, cambios demográficos y fuerzas externas.
La colonización, y el capitalismo globalizado a que dio lugar posteriormente,
han sido tal vez la principal causa de la desaparición de lenguas en la
historia de la humanidad, y este legado sigue vivo y activo actualmente.
Survival International ha emprendido una
campaña contra las (internados) que contribuyen activamente a la muerte de
lenguas al enseñar a los niños indígenas en el dialecto dominante o el idioma
oficial del Estado y no en su lengua materna. Esta supresión cultural
sistemática es una amenaza para la vida de millones de niñas y niños, sus
familias, las comunidades indígenas y la supervivencia de lenguas en todo el
globo.
Aunque existen alrededor de 7.000 lenguas
habladas en la Tierra, más o menos la mitad de la población mundial habla 23
idiomas. Por otro lado, lo que significa que casi la mitad de la diversidad
lingüística actual del planeta está amenazada.
La zona lingüísticamente más diversa del
planeta es la isla de Nueva Guinea, dividida entre el Estado independiente de
y, que se halla bajo ocupación indonesia. En una extensión de 786.000 km² se
hablan unas mil lenguas. Compárese esto con Europa, ¡donde se hablan unas cien
lenguas en una zona de más de diez millones de km²!
Existe una estrecha correlación entre la
diversidad lingüística y la biodiversidad. Las lenguas están estrechamente
relacionadas con el entorno en que se hablan, de modo que en esas zonas existe
un conocimiento rico, detallado y técnico de la flora, la fauna y el hábitat de
las mismas.
Cuando los científicos “descubren” una nueva
especie, uno podría apostar hasta su último euro a que los indígenas que viven
en esa zona ya tienen un nombre para esa especie y un profundo conocimiento de
la misma. Estas lenguas son enciclopedias ecológicas y, puesto que en su mayor
parte no están escritas, cuando dejan de hablarse esa sabiduría y esa
comprensión únicas se pierden para siempre. La diversidad biológica y la
diversidad lingüística van de la mano; si una está amenazada, la otra también.
Alrededor de la mitad de las lenguas del mundo
carecen de forma escrita, pero esto no significa en modo alguno que carezcan de
cultura.
Las lenguas no escritas son ricas en
tradiciones orales; historias, canciones, poesía y rituales se transmiten de
una generación a otra y se mantienen notablemente coherentes y fiables en el
tiempo. Científicos hallan cada vez más pruebas de, transmitidos y preservados
de forma impresionante a través de cientos de generaciones.
Ningún
ser humano en la Tierra habla una lengua “primitiva”, porque tal cosa, sencillamente, no existe. Todos los idiomas tienen unas reglas
complejas y únicas de pronunciación, vocabulario y gramática que todos sus
hablantes conocen y comprenden intuitivamente.
De hecho, las lenguas indígenas suelen ser en general las más complejas, especializadas e idiosincráticas, sobre todo las que se hablan en zonas remotas por parte de pocos centenares de personas. A causa de esta singularidad, las lenguas más amenazadas son lógicamente las que más tienen que enseñarnos sobre la increíble amplitud y la variedad de la percepción y la experiencia humanas.
Algunas lenguas indígenas demuestran que la expresión
humana no se limita a la palabra hablada. Las más famosas son tal vez las lenguas de
tambor africanas, que permiten transmitir mensajes entre comunidades
a una velocidad de más de 160 kilómetros por hora.
No es como silbar la melodía de una canción,
sino que se silban palabras y frases con la misma flexibilidad que el habla
normal. Esto permite a la gente comunicarse efectivamente en terrenos
montañosos, en el mar o en un bosque tupido. Va muy bien para cazar, porque
suena como el trino de un ave y por tanto no ahuyenta a las presas.
El conocimiento, los puntos de vista y las
ideas contenidas en las lenguas indígenas tienen un valor inconmensurable para
la humanidad.
© Survival International
La lengua que hablas determina tu manera de
relacionarte con el mundo, pero no
limita tu capacidad de pensar y entender. Mientras que nosotros
ordenaríamos una secuencia de acontecimientos o imágenes de izquierda a
derecha, empezando por la izquierda y terminando en la derecha, como el curso
del sol a lo largo del día. Esto significa que el orden en que colocarían, por
ejemplo, una secuencia de fotos que muestran a una persona que envejece
cambiaría en función de la posición en que se hallen en un momento dado.
La mayoría de nosotros carecemos de esta
capacidad para orientarnos instintivamente entre este y oeste, de modo que
seríamos incapaces de colocar las fotos en el orden “correcto” para los
hablantes de esta lengua. Sin embargo, el hecho de que veamos el mundo de un
modo distinto no implica que no comprendamos su lógica.
Sea cual sea la lengua que se habla, las
personas son personas, incluidas algunas variantes como “tata”, “dada” y
“nana”. ¿Es esto una prueba de que existe alguna profunda relación histórica
entre todas las lenguas?
No. Lo que demuestra en realidad es que la boca
de todos los bebés tiene la misma estructura. Sonidos como “ma”, “pa”, “da”,
“ta” y “ga” son los más fáciles de pronunciar, de modo que son los primeros que
aprenden los bebés. Todos los progenitores cariñosos consideran que su hijo o
hija ha de dirigirse a ellos personalmente, de manera que “mamá” y “papá” pasan
a formar parte del vocabulario.
Las lenguas son la prueba de que todos los
seres humanos son básicamente parecidos, pero al mismo tiempo diversos,
innovadores y únicos de un modo fascinante. No solo revelan la deslumbrante
variedad de la cultura y la experiencia humanas, sino que también nos
proporcionan, mejor que ningún otro fenómeno, la noción de lo que significa ser
humanos, además de los límites y posibilidades de nuestras mentes.
Cosas que podríamos suponer que son comunes a
todos los humanos, como que el pasado está detrás y el futuro delante de
nosotros, que lo que sigue al 1 es el 2 y que el azul y el verde son colores
diferentes, resultan no
ser el caso para todo el mundo; otras lenguas lo hacen de modo
distinto. Incluso hay pruebas de que la lengua que
uno habla cambia realmente la estructura de su cerebro.
Se calcula que ya el 97% de las lenguas humanas
que han existido históricamente se han extinguido. Esto representa un vacío
enorme en nuestro conocimiento y nuestra comprensión de nosotros mismos como
seres humanos. Cuando muere una sola lengua, desaparece para siempre una pieza
fundamental del puzle humano.
A los niños wanniyala-aettos se les enseña la
lengua y religión de la población mayoritaria cingalesa. © Survival
International
La causa fundamental de la muerte de una lengua
se da cuando los niños dejan de hablar la lengua de sus progenitores. Esto
puede ocurrir por una serie de razones, pero un factor clave es cuando a los
niños se les hace sentir vergüenza por hablar la lengua de su familia. Survival
impulsa una campaña contra la “reprogramación” de niños indígenas en “Escuelas
Fábrica” (internados) de todo el mundo.
Además de acelerar la extinción de cientos de
lenguas indígenas, el trauma infligido a las víctimas y comunidades se
transmite de una generación a otra y todavía causa sufrimiento en la
actualidad.
Una mujer y su bebé se bañan en un arroyo cerca
de su comunidad. Sean cuales sean nuestras diferencias, la lengua demuestra que
los padres y madres de todo el mundo se relacionan con sus hijas e hijos de un
modo similar.
Agricultura: el camino a pasado mañana
Por: Guillermo Castro H.
17-04-2020
“los ecosistemas
sostienen las economías (y la salud);
pero las economías no
sustentan los ecosistemas”
Miguel Altieri y Clara
Nicholls
La crisis detonada por el COVID19 pude, debe,
ser encarada en dos planos. El más urgente consiste sin duda en proteger las
vidas humanas. El más importante, sin embargo, consiste en mirar al futuro más
allá de los males que encaramos hoy. Todos coinciden en que la pandemia
cambiará el mundo. Que eso sea para bien o para mal, depende en una medida
decisiva del grado de participación social bien informada en la formulación y
la toma de decisiones en una amplia diversidad de campos de la vida humana.
Uno de esos cambios es el de las relaciones
entre las sociedades y la producción de los alimentos que necesitan para
subsistir. Sobre esto, Miguel Altieri y Clara Nicholls nos advierten que la
pandemia de COVID 19 confirma lo estrecho de los vínculos entre “la salud
humana, animal, de las plantas y la ecológica”, y nos llama “a repensar nuestro
modo de desarrollo capitalista y a cuestionarnos las formas en que nos
relacionamos con la naturaleza.” Al respecto, proponen analizar el problema
desde la perspectiva de la agroecología, cuyo enfoque sistémico nos ayuda a
comprender cómo la forma en que son producidos nuestros alimentos puede
auspiciar el bienestar, o generar grandes riesgos y daños para la salud, como
lo hace la agricultura industrial.
Hoy, añaden, los monocultivos a gran escala
ocupan cerca del 80% de las 1,500 millones de hectáreas arables en el planeta,
carecen de diversidad ecológica, y son muy vulnerables a las plagas. El solo
control de esas plagas demanda alrededor de 2,300 millones de kilogramos de
pesticidas cada año, lo cual además ocasiona daños ambientales y en la salud pública
estimados en más de 10 mil millones de dólares al año solo en los Estados
Unidos. Esto, sin considerar los costos asociados a los efectos tóxicos agudos
y/o crónicos que causan los pesticidas a través de sus residuos en los
alimentos, ni los derivados del uso igualmente masivo de fertilizantes
artificiales.
Por su parte, la ganadería industrial
estabulada es muy vulnerable a la devastación por diferentes virus como la
gripe aviar y la influenza. Las prácticas en estas operaciones industriales con
miles de pollos, cerdos, vacas (confinamiento, exposición respiratoria a altas
concentraciones de amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc. que emanan de los
desechos que generan) “no solo tornan a los animales más susceptibles a las
infecciones virales, sino que pueden patrocinar las condiciones por las cuales
los patógenos pueden evolucionar a tipos más virulentos e infecciosos.” A esto
se agrega el uso “masivo e indiscriminado de productos antibióticos y
promotores de crecimiento”, contaminantes y costosos. Esto contribuye a crear
“condiciones de resistencia de cepas patógenas a los medicamentos contra súper
bacterias como Pseudomonas aeruginosa, Escherichia coli, Staphylococcus aureus ySalmonellas.”
La expansión constante de estas prácticas
productiva da lugar, además, al reemplazo de los agropaisajes biodiversos “por
grandes áreas de monocultivo que causan la deforestación”. Con ello, dicen,
“los patógenos previamente encajonados en hábitats naturales, se están extendiendo
a las comunidades agrícolas, ganaderas y humanas, debido a las perturbaciones
causadas por la agricultura industrial y sus agroquímicos e innovaciones
biotecnológicas.”
Todo esto ha ido haciendo cada vez más frágil
el sistema alimentario globalizado, incrementando la inseguridad alimentaria
sobre todo en los sectores más pobres de todas las sociedades del planeta y, en
particular, “para los países que importan más del 50% de los alimentos que
consumen sus poblaciones” y para “para las ciudades con más de cinco millones
de habitantes” que deben importar al menos “dos mil toneladas de alimentos por
día, los cuales además viajan en promedio unos 1,000 kilómetros.”
Ante este carácter “altamente insostenible y
vulnerable a factores externos” del sistema alimentario dominante, la
agroecología provee las bases para la transición hacia una agricultura que no
solo tiene capacidad de proporcionar a las familias rurales beneficios
sociales, económicos y ambientales significativos, sino que también tiene la
capacidad de alimentar a las masas urbanas de manera equitativa y sostenible.
Por lo mismo, dicen, urge “promover nuevos
sistemas alimentarios locales para garantizar la producción de alimentos
abundantes, saludables y asequibles para una creciente población humana
urbanizada.”
El sistema agroecológico, en efecto, trabaja
con la naturaleza y no contra ella. Así, “exhibe altos niveles de diversidad y
resiliencia al tiempo que ofrece rendimientos razonables, y funciones y
servicios ecosistémicos.” La agroecología, además, propone restaurar los
paisajes que rodean las fincas, lo que enriquece la matriz ecológica y sus
funciones como el control natural de plagas, la conservación de agua y del
suelo, la regulación climática, la regulación biológica, entre muchas otras.
Con esto […] también crea “rompe-fuegos ecológicos” que pueden ayudar a evitar
el “escape” de patógenos de sus hábitats.
Esta transformación tecnológica demanda
plantear el cambio social necesario para hacerla viable. La agroecología, en
este sentido, es también una ecología política, en cuanto requiere restaurar
las capacidades de producción de los pequeños agricultores,” promoviendo “un
aumento en los rendimientos agrícolas tradicionales y la mejora de la
agrobiodiversidad con efectos positivos sobre la seguridad alimentaria y la
integridad ambiental.” Y esto es tanto como decir que requiere crear sociedades
en las que los pequeños productores y las comunidades indígenas sean
efectivamente actores políticos por derecho propio.
Aquí se trata ante todo de establecer un
equilibrio nuevo y más sano en la organización de la producción de alimentos.
Hoy, los pequeños agricultores manejan solo el 30% de la tierra cultivable
mundial, pero producen “entre el 50% y el 70% de los alimentos que se consumen
en la mayoría de los países.” En estas circunstancias, la agroecología permitiría
“producir localmente gran parte de los alimentos necesarios para las
comunidades rurales y urbanas, particularmente en un mundo amenazado por el
cambio climático y otros disturbios, como las pandemias.”
Todo esto confirma una verdad elemental: si
deseamos una relación distinta con nuestro entorno natural, tendremos que crear
sociedades que organicen de manera diferente sus relaciones con ese entorno. Y
requiere plantear de manera nueva el papel de los pequeños productores
agropecuarios en la definición de nuestras políticas y estrategias de relación
con la naturaleza, y en la creación de las formas de organización productiva
que esa relación demande.
En esto, no somos nuevos. Ya nos había
advertido Martí que ser bueno “es el único modo de ser dichoso”, y ser culto
“el único modo de ser libre”, para advertirnos enseguida que. “en lo común de
la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.” Y a eso agrega
enseguida que “el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el
de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de
la naturaleza.”
La crisis de la gestión neoliberal de la
globalización, que destruye en un mismo proceso las condiciones sociales,
naturales y territoriales de producción en aras de la acumulación incesante de
ganancias, nos permite ver con mayor claridad el importante papel que ha de
desempeñar la agroecología (política) en el futuro de nuestra especie, donde la
prosperidad será ante todo el principal soporte de la solidaridad. En este
terreno, ya vamos sabiendo en qué dirección caminar.
"No quiero misas con público, son una aberración"
Por: Xabier Pikaza
www.religiondigital.org / 28.04.2020
He copiado algunos titulares últimos de RD
(27.4.20), que aparecen igualmente en la prensa de España, Italia o Argentina…:
“¿Cuándo
volverán las misas abiertas al público en España?... La Junta de Andalucía
propone que haya misas con público a partir de este domingo.” “Los funerales,
primer paso en la desescalada que permitirá la vuelta de las misas con público
en España... José A. Rosas: "Organizadores del 'Devolvednos la misa'
también lanzan campañas negras contra obispos españoles, argentinos o
brasileños". “Culto, sí, pero no así': misas como aspirinas y curas
convertidos en expendedurías de bendiciones desde los tejados... Los obispos italianos
acusan a Conte de "excluir arbitrariamente" las misas con público en
el desconfinamiento del país”.
Esos titulares me han producido gran rabia y
tristeza: Las “misas con público” son una aberración cristiana. Si lo
hubiéramos comentado con Jesús, si hubiéramos preguntado a Marcos o Mateo, a
Pablo o Juan, a Salomé, María de Nazaret o Magdalena, nos hubieran respondido:
Está loca esa gente; las misas no son un espectáculo de público, un partido de
fútbol, una corrida o teatro. Las misas las celebran todos en el ruedo, no hay
tendido para el público, no hay unos que hacen y otros miran, todos son “con‒celebrantes”,
cuadrilla de Jesús.
‒ “¿Y si viene y se junta mucha gente?” Habrá
que organizarlas en grupos, como en el caso de las “comidas” de Jesús, cuando
alguna vez venían unos 500. ¿Cómo? En grupos de cien o de cincuenta, o más
pequeños (cf. Mc 6, 39-41; cf. Mc 8,1-12).
‒ “¿Y si vienen curiosos a ver, escuchar, como
público?” ¡Aquí no hay curiosos! A la
misa no va nadie a escuchar, a ver el espectáculo; y si alguno viene de público
se le dice que aquel no es su sitio. Que se siente si quiere, pero que
comparta, que hay palabra y pan para todos que llegan, como dice cuidadosamente
San Pablo en 1 Cor 12-14.
--Una
misa a la que va la gente de público para ver, escuchar, mirar… no es
eucaristía cristiana, es otra cosa… más propia de paganos y del circo o del
fútbol teatro que del evangelio. Por eso debe terminar ese lenguaje de la
misa con público, y discutiendo sobre el número de gradas o la separación de los
curiosos…
‒ “¿Y en caso de virus, no habrá leyes
especiales misas...?” Las leyes sociales del ministro de turno o de la policía
serán las mismas que para otras reuniones de familia o grupo… No tiene que
haber diferencia. Si hay normas convenidas para tiempos de virus serán las
mismas en las misas y en otras celebraciones de familia: en espacio, en número,
con mascarilla o sin ellas, con niños civilizados etc.
‒ “Pero entonces se destruye la esencia de la
misa… que necesita más gente, con profesionales para cada grupo…” ¡Eso es una
simpleza! Las misas no se hacen o reparten con entrada, como espectáculo de
público, sino que se pueden y deben celebrar siempre que haya dos o tres
cristianos reunidos en nombre de Jesús.
‒ “El número es clave”, bastan ¡dos o tres! Así
dice con todo cuidado el evangelio de Mt 18, que ofrece la primera “legislación
sobre el tema”, la más importante de todas, por encima de todo posible Derecho
Canónico posterior: Allí donde están reunidos dos o tres en mi nombre allí
estoy yo, dice Jesús... Allí está él, la vida de Dios, como palabras, como amor
mutuo, como pan…
‒ “Pero esas misas de “dos o tres” (o de cinco
o de quince…) ¿son misas de verdad?” ¡Claro! Tan de verdad y mucho más que la
misa de un Papa solo en el Vaticano o la del obispo de Granada en su catedral…
Son más misas aún que las misas grandes del espectáculo, no necesitan permiso
de nadie, tienen el permiso (mandato) de Jesús…
‒ “Pero es que nos quitan la misa…” dicen
grupos de política más que de cristianismo en España, Argentina, México,
Colombia… ¡Esos que dicen así y protestan contra los políticos de turno, que
velan por la salud de la población, no quieren la misa de Jesús, ni se
interesan por el evangelio, sino que sólo quieren un tipo de poder social o
político, como han dicho muy bien los obispos de Argentina
Ciertamente,
el tema no es tan simple…
Junto a esa misa de la casa, la primera, la más
importante, de dos o tres (o cinco o quince) reunidos en cualquier casa o
lugar, como dice Jesús y como hacían Pablo y su gente, yo quiero también la
misa que se pueda celebrar en una iglesia más grande, como aquella en la que
participo normalmente con Mabel en San Morales (imagen), porque nos vemos, nos
saludamos, compartimos la fe, y es hermoso escuchar y concelebrar todos con Don
Juan Pedro, nuestro “párroco” (¡ojo, parroquia significa casa, comunidad de la
casa…!). Y espero que podamos hacerlo pronto.
Por eso es normal que mucha gente espere que se
puedan celebrar pronto misas públicas, aunque nunca para el público…, pues una
misa para el público no es misa, y por más teología que estudio no sé cómo
puede estar/ser allí Jesús. Quiero que pueda haber pronto misas más abiertas,
en las que participan más cristianos, todos concelebrantes (no para el
público…), quiero que se organicen bien, y para eso están las autoridades
sanitarias y los obispos… Pero sin olvidar que la primera misa no es esa de la
gran gente que puede venir, porque le cae de paso, sino la misa de los grupos
de comida y conversación de Mc 6, con unos 50 o 100 en cada corro (¡no más!) o
los más pequeños de Mt 18, con dos o tres, que pueden ser los padres y abuelos
con el niño, o los hermanos, o tres o cuatro cristianos del bloque de casas.
Reflexiones
posteriores
La misa
no es cosa de jerarquías, sino de creyentes
Dios no es jerarquía (poder sagrado) sino amor
expansivo y comunión gratuita: no se revela en un sistema sacral superior, sino
en el amor personal de quienes salen al encuentro de los excluidos y suscitan
ámbitos de diálogo afectivo y contemplativo. La autoridad de la iglesia se
identifica con el amor mutuo de los creyentes, fundado en la palabra de gracia
de los apóstoles de Jesús. Ciertamente, la iglesia es apostólica, pero no
clerical ni episcopal en el sentido posterior.
La iglesia no la forma la jerarquía, sino los
creyentes reunidos… Por eso, allí donde hay un grupo de cristianos reunidos se
puede y se debe celebrar la eucaristía. Ciertamente, la función de obispos y
presbíteros es muy importante, pero no para celebrar la eucaristía en
exclusiva, sino para coordinar la alabanza y vida de los diversos grupos
cristianos.
No hay una iglesia de jerarcas que celebran y
de público que asiste…
Jesús no ha querido establecer una nueva
estructura social, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento
de reino, que es fermento de vida y esperanza abierta a todos los pueblos de la
tierra. Es evidente que, si quiere perdurar, ese movimiento debe estructurarse,
con sus comunidades (iglesias) y sus instituciones de autoridad o ministerios,
que han de ser transparentes, para que exprese y expanda por ellas la gracia y
libertad del evangelio. Pero la iglesia se organizó de un modo romano,
convirtiéndose en sistema de poder junto al estado (o en contra del estado).
Pues bien, ese tiempo de poder clerical, con
unos que celebran y otros de público, está acabando y la iglesia ha de tornar a
lo que era: autoridad y comunión gratuita (de tipo afectivo, gozoso, liberado,
al servicio de los pobres). Por eso debe renunciar a sus ventajas anteriores,
no para resguardarse en la pura intimidad (una sacristía privada), sino para
actuar y expresarse más abiertamente, superando el mimetismo del poder
económico y civil, cultural y sacral, judicial y militar que han venido
uniéndose con ella.
No queremos defender sólo una iglesia
invisible, sino todo lo contrario, queremos una iglesia bien visible, presente
en todos los caminos de la vida, pero no en línea de poder, sino de animación,
no como estructura sacral objetivada, sino como unión gratuita de amor abierta
a todos. Pues bien, da la impresión de que la iglesia jerárquica (no el gran
pueblo de Dios que cree en Cristo) tiene miedo: no quiere perder lo que piensa
que tiene, desea aferrarse a privilegios (jurídicos, sacrales, culturales...) y
dice que lo hace para servicio de los pobres, aunque, en realidad está
queriendo mantenerse a sí misma. Por eso, es normal que haya un divorcio cada
vez mayor entre la jerarquía eclesial (eso que pudiéramos llamar el “aparato”)
y el conjunto de los fieles.
Ha
terminado un ciclo clerical de poder
Va a llegar una generación nueva de cristianos,
liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas
comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo, una
generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes en el sentido de
“celebradores separados”, por encima del público… Como saben la carta 1 de
Pedro y la carta a los Hebreos, todos los cristianos son sacerdotes,
celebrantes de Dios, no público que consume misas en el mercado mejor o peor de
la religión cristiana.
Según eso, la iglesia es comunidad de
celebrantes sacerdotes, de manera que sin que se juntan dos o tres (¡no los
diez que mandaba el orden judío de la sinagoga!) los cristianos pueden
celebrar. El texto de Mt 18 es taxativo. Los judíos de ley habían establecido
un número de diez (y encima machos, varones) para que hubiera celebración
judía. En contra de eso, los cristianos de Mateo, siguiendo a Jesús,
establecieron que bastaban dos o tres para celebrar, sin necesidad de que fueran
varones…
El modelo jerárquico ha pervivido en la visión
de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de
sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de
iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a
través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.
En contra de eso, debemos redescubrir el
misterio de Dios (es Infinito) y su revelación en los excluidos del sistema: el
huérfano-viuda-extranjero de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos
de Jesús, para acentuar, al mismo tiempo, la experiencia esencial de comunión,
que supera las gradaciones ontológicas.
Sólo allí donde Dios rompe el sistema y supera
la lógica de sometimiento sacral se podrá hablar de libertad y comunión
igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se
supere la lógica de jerarquización sacral se podrá volver a una misa sin
público, una misa en la que todos son celebrantes, empezando por los más
pobres, como dice de un modo radical la carta de Santiago, cuando pide que los
pobres se sienten en el primer asiento (es decir, en el del cura o el obispo).
Dos o
tres no uno sólo… Uno a solas puede orar, pero no "decir" misa…
La aberración de cierto cristianismo ha llegado
a tal límite que se dice que algunos curas celebran misas solitarias (ellos
solos) en el campanario de la iglesia, o en una iglesia vacía… Pues bien, por
mucho que digan algunos cánones, eso no es misa, es espectáculo de campanario o
rito vacío… Una misa de uno solo, por muy obispo que sea no es misa… Hacen
falta por lo menos dos o tres, como los de Emaús, como los de Mt 18… Dos o tres
que sean simplemente cristianos, es decir, que se sientan unidos a Jesús, que
conversen, que celebren, que den gracias y bendigan, que tomen en honor a Jesús
el pan y el vino o los equivalentes… Eso es misa, eso va a misa, como se dice
en mi tierra.
No hay
misa por televisión o a la carta…
No voy en modo alguno en contra de una misa de
televisión (sea del canal 13 o del 2, me da lo mismo). Pero lo que se “hace” en
televisión para un público no es misa, por más piadosa que sea, por más que la
diga el Papa. Y recuerdo que Mabel y yo hemos “compartido” con piedad esas
misas pascuales del papa televisivo este año 2020.
Pero oír por televisión la misa no es misa, es
otra cosa. Para que haya misa de verdad es necesario que estén allí dos o tres
reunidos, en el salón o cocina de la casa… Y que no se limiten a oír y ver…
sino que hablen, se hablen y quieran entre ellos, y que compartan el pan y el
vino o sus equivalentes, recordando así a Jesús. La misa verdadera es la de
ellos, los dos o quince reunidos en la habitación, dialogando, queriéndose,
comiendo juntos, no la de la televisión, que no está mal, pero que es otra
cosa.
Sólo así
puede volver el cristianismo…
Algunos se lamentan y hablan de la
descristianización de occidente. Pues bien, pienso que es hermoso y bueno que
haya sido así. No habíamos gozado la gratuidad, sino invertido con técnicas de
sistema o mercado. Ciertamente, muchísimas personas de la administración
eclesial han sido y son ejemplo de honradez personal y eficacia. Pero el
sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y
seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que
habíamos identificado con un tipo de administración cristiana. Por eso, es
bueno que ese sistema esté fallando, desde una perspectiva de evangelio: parece
normal que gran parte de los antiguos creyentes de este final del segundo milenio
estén dejando la estructura eclesial y no quieran ser cristianos en la forma
antigua.
Esto no lo digo yo, lo está diciendo con mucha
más fuerza que yo el Papa Francisco, siendo muy criticado por ello, en muchos
lugares. Este fallo de las instituciones sociales de la iglesia nos invita a
buscar y descubrir su verdad en su plano de gracia y comunión personal, pues
sólo así reciben su sentido los signos de la iglesia (oración contemplativa y
comunicación de fe, bautismo y perdón, matrimonio y eucaristía...). Lógicamente,
estos signos no se pueden realizar por sistema o encargo, sino que han de
vivirse en apertura hacia el misterio, en encuentro personal, libre y creador,
entre los humanos.
Planificar las experiencias eclesiales en forma
de mercado, buscando rentabilidad programada y dejando su gestión para una
instancia superior, esto es, para unos ministros cristianos que actúan como
administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros me
sustituyan en el amor del matrimonio o la experiencia familiar de comunión y
amistad. Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de
administración, en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero
la iglesia no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede
delegar en nadie la gestión de sus asuntos (oración y comunicación de fe,
encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben
cultivar la fe y amor de un modo autónomo, desde la raíz del evangelio.
El tiempo
de una burocracia clerical ha terminado
Esta situación había nacido de la misma riqueza
de una iglesia que se ha sentido heredera del orden imperial de Roma. Avanzando
en un camino que había sido iniciado, en plano político, jurídico y militar por
el imperio romano, ella ha creado una burocracia espléndida, capaz de operar de
una manera unitaria en asuntos religiosos, realizando funciones de anticipación
y suplencia jurídica y social, que pueden ser buenas, pero no cristianas, pues
usurpando la libertad y comunión dialogal de los creyentes.
Ese tiempo de anticipación y suplencia de la
iglesia clerical superior, por encima de los fieles (tomados como público) ha
terminado, porque no era bueno, y porque ya no es necesario. Ella había sido
modelo de organización y legalidad, incluso en plano de política. Gracias a
Dios, ese estadio ha pasado y el sistema global funciona perfectamente sin
ella. Por eso y, sobre todo, por fidelidad al evangelio, debe abandonar sus
mediaciones y poderes diplomático-administrativos, para ser lo que es:
portadora de gratuidad y encuentro personal, donde cada uno dice su palabra y
todos pueden comunicarse, sin intermediarios sacrales o sociales.
La misma dinámica de jerarquización y
sacralización, antes evocada, había propiciado el surgimiento de una buena
racionalidad sacral que conduce en el fondo al ateísmo práctico de las masas. Pero
esa situación ha terminado. No es que la iglesia se vuelva inoperante y quede
relegada a lo privado, como un hobby más entre los muchos de la gente, sino
todo lo contrario: ella debe salir del sistema para encontrar su lugar propio y
volverse significativa e importante, pero no en política, sino como experiencia
de gratuidad compartida.
Comunicación
cristiana
La iglesia es una comunidad comunicativa, sin
más tarea que el despliegue y apertura del diálogo de amor de Dios en Cristo a
todos los humanos. No hay verdad cristiana fuera de la comunión personal de
hombres y mujeres que creen en Jesús y expanden su fe-amor a los humanos. Amor
mutuo: eso es la verdad. Comunión afectiva y efectiva abierta a todos los
humanos: eso es iglesia. Un largo y hermoso camino se abre a los creyentes:
itinerario de comunicación, reto humano, invitación cristiana.
Madrugá
sin procesiones en Sevilla
El Dios de los cristianos no está fuera, sino
en la misma comunicación en la comunión de los creyentes, pues por Cristo se ha
hecho carne de vida, muerte, entrega y pascua, en el tejido de violencia de la
historia (para convertirlo en campo de diálogo humano). No podemos buscarle en
una trascendencia resguardada, sino en la misma acción comunicativa de amor
entre creyentes. Por eso, los ministerios cristianos son mediaciones
comunicativas: no expresan el poder de un dios en sí (principio superior y
separado, que se goza imponiendo su dictado), sino la comunicación de Dios en
Cristo; mediadores de esa comunicación quieren ser los ministros.
No
representación con (para el) público. 2020: Un año bueno
Los que quieren “misas con público” se están
equivocando de sitio. Que vayan al circo, al teatro, al fútbol o a los toros.
La misa se parece más a un baile donde bailan todos, todos… de forma que la
música les salga de dentro, sin necesidad de una orquesta fuera, por encima. Jesús
rechazó es tipo de teatro religioso, y precisamente los dueños del teatro le
condenaron a muerte, el teatro de Roma, el de un tipo de sacerdotes de templo.
Éste (tiempo del coronavirus, primavera 2020)
es un tiempo malo en otros sentidos, pero puede ser muy bueno para replantear
el cristianismo, pues Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos
nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los
hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de
oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos
cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes
buscan recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la
iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables
mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas,
carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no
orantes y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia...
Pues bien, este es un tiempo para que los
grupos de cristianos sin cura externo se animen a celebrar por sí mismos, desde
el evangelio. Los cristianos no son súbditos de un sistema sagrado, no son
públicos para un espectáculo u organización, sino valen y son por ellos mismos:
son dignos de amor, especialmente si están necesitados; son celebrantes de la
fiesta de Jesús, que está presente en cada uno y en la comunidad reunida. Jesús no dice: "Donde haya dos o tres
reunidos en mi nombre que vayan donde el obispo y le pida cura...sino que
celebren ellos mismo, que él. Jesús, está con ellos".
Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia,
en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento,
el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad:
nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido
de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que
el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la
dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el
cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo
a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los
expulsados del sistema… y así lo celebramos, reunidos en nombre de Jesús, con
su palabra, con su pan compartido.
Participación
en la liturgia en tiempos de coronavirus
Ante el
siglo XXI y XXII…
Se dijo hace un tiempo que el siglo XXI será
místico o no será, pues el sistema corre el riesgo de encerrarse y encerrarnos
en su cofre de violencia. Pues bien, más que místico en sentido abstracto,
pienso que este siglo XXI del coronavirus ha de ser un siglo de gratuidad y
comunión, de celebración compartida de la vida, de un modo directo. De lo
contrario, nuestra humanidad puede destruirse a sí misma.
Parecía en otro tiempo que podíamos vivir por
impulso biológico o deseo, dominados por una religión impositiva (temor al
infierno) e dirigidos por la búsqueda de un mejor futuro (cielo). Muchos
piensan que esos motivos son ya insuficientes. Necesitamos razones y
experiencias más hondas, sensaciones y esperanzas para amar de un modo
gratuito, pues de lo contrario el sistema acabará por destruirnos. Entre esas
sensaciones y esperanzas está, sin duda, el amor mutuo, directo, inmediato,
vinculado a la contemplación del misterio (sabernos amados, acogidos),
expresado en forma de acción de gracias (eucaristía) y de bendición (eulogía)…
en cada grupo, en cada casa…
Nos estamos jugando el futuro, nos estamos
jugando el cristianismo
El momento y tema es clave. Por un lado, se
extiende implacable un sistema económico y político (policial), sin resquicio
para la gratuidad y ternura, el perdón y reconciliación, imponiendo sobre todos
su "coraza de hierro" de ley necesaria. Por otro lado, aumentan las
divisiones sociales y el odio: choque entre colectivos nacionales, minorías y
mayorías, exilados y emigrantes... Crecen los grupos contrapuestos, la
violencia aumenta, muchos se sienten inseguros. En este contexto se vuelve cada
vez más necesaria una experiencia contagiosa y creadora de perdón y de la
comunión directa...
La iglesia actual, desde el Vaticano II hasta
el Papa Francisco, está hablando de crear comunidades, de una nueva
evangelización... pero no hace nada, casi nada... a pesar de los intentos del
Papa Francisco. Quizá muchos "jerarcas" no se dan cuenta, ellos
mantienen la esquizofrenia. Ellos son parte del problema. No se trata sólo de
que ellos cambien, tienen que cambiar las comunidades. Pero sin un cambio
radical de la jerarquía, sin una
destrucción de la jerarquía como poder sacral, para volver al evangelio, no hay
solución posible.
El momento es acuciante: nos estamos jugando el
futuro de la humanidad, no sólo por el coronavirus, sino por el virus más
fuerte del poder por el poder y de la soledad… Mirada en ese fondo, la disputa
sobre el ministro autorizado (si es todo cristiano, sólo un presbítero o la
comunidad) y las discusiones legales sobre el modelo legal de absolución
(individual o comunitaria) se vuelven secundarias, en la línea de los obsesivos
rituales. Todo perdón humano es signo y presencia del perdón de Dios en Cristo,
por encima de las leyes que impone el sistema; toda celebración cristiana de
dos o tres reunidos en nombre de Jesús, desde su Palabra, ante su Pan es
Eucaristía. Más que la manera jurídicamente válida de impartirlo de celebrar el
perdón y la mesa de amor de Jesús importa el perdón en cuanto tal, importa la
comunión.
Según el rito vigente (con su Código de Derecho
Canónico), para que esta celebración del perdón y de la vida, la eucaristía,
tenga valor "oficial" habrá un presbítero que avale y proclame el
perdón y las palabras de la misa. Pero eso es Derecho Canónico (del malo), no
es evangelio del bueno, el de Mt 18 donde se dicen: Allí donde os perdonáis (no
dice con cura o sin cura) yo os perdono; y allí donde os reunís dos o tres (no
dice con cura o sin cura) yo estoy con vosotros, como pan de vida, yo soy
eucaristía.
¿Y para
qué valen entonces los curas, los presbíteros y obispos, con los diáconos?
Para mucho, para muchísimo. Ahora es cuando
valen… Como en todo grupo social (por la misma identidad humana, antes que el
evangelio…), todo grupo necesita un tipo de liberados, animadores, no para
“usurpar” la autoridad de perdón y de eucaristía de los cristianos que se
reúnen en casas o aldeas, en grandes iglesias, en pisos de barrio, o tiempos de
coronavirus…, sino para animar a la gente. El poder del perdón o de la eucaristía
no lo tiene un cura ordenado, sino la comunidad de los cristianos que pueden y
deben reunirse por gracia de Dios y mandato de Jesús para perdonarse, para
celebrar la misa, y así lo hizo la iglesia primitiva a lo largo de dos siglos,
por lo menos. Pero es muy bueno que surgieran obispos y curas para animar ese
perdón y celebración de todos. Pues bien, tras 17 o 18 siglos de “suplencia
clerical”, vuelve ese tiempo primitivo, vuelve la misa sin público, bendito
sea.
Sólo ahora, los verdaderos curas y obispos
encontrarán su tarea más honda y más gratificante, no la de ser una especie de
“patronos sacrales”, sino la de actuar como delegados, animadores y testigos de
las comunidades. Conozco a muchísimos curas que así lo hacen, que lo están
haciendo de un modo cristiano, genial, en este tiempo de coronavirus. Ellos,
con las comunidades cristianas, son garantes del camino del evangelio. De ellos
seguiré tratando en este portal de RD.
Salud en tiempos de crisis
Por: Jorge L. Prosperi R.
www.laestrella.com.pa
/ 27-04-2020
La Rectoría del Ministerio de Salud constituye
la capacidad del Estado para tomar responsabilidad por la salud y el bienestar
de la población, al igual que para conducir el sistema de salud en su
totalidad. Esta capacidad del Minsa es fundamental para ejercer la llamada
gobernanza del sector salud. Adquiere especial relevancia en momentos como el
actual y requerirá del máximo respaldo por parte del Ejecutivo.
La función rectora implica tres dimensiones
indelegables: la primera es la dimensión de Conducción, la cual comprende la
capacidad de orientar a las instituciones del sector público y privado y
movilizar instituciones y grupos sociales en apoyo de la Política Nacional de
Salud. En este momento de crisis, el liderazgo del Minsa es evidente todos los
días en la planificación del quehacer de las instituciones para coordinar la
respuesta intersectorial para hacerle frente a la pandemia en el país, y en las
“ruedas de prensa” dirigidas por la ministra de Salud, con la presencia del
director de la CSS y otros ministros. La prueba de fuego vendrá cuando
superemos la pandemia y salgamos de la cuarentena. Habrá que mantener el
esfuerzo y el respaldo del Ejecutivo para mantener la coordinación
intersectorial que necesitamos.
No menos importantes son las llamadas Funciones
Esenciales de Salud Pública. No es el momento para analizar el desempeño de
esta capacidad, pero será obligatorio a medida que vayamos superando esta
crisis. Las instituciones del sector deben aprovechar la oportunidad para
buscar en conjunto el fortalecimiento de las competencias necesarias. Incluyen
entre otras: el ejercicio de la vigilancia de la salud pública, el control de
riesgos y daños en salud pública, la promoción de la salud, la participación de
los ciudadanos en la salud, la garantía y mejoramiento de la calidad de los
servicios de salud individuales y colectivos.
Finalmente, la Rectoría tiene la dimensión de Regulación
y Fiscalización. La he dejado para el final porque la considero la más
importante en estos tiempos de crisis. La función reguladora tiene como
propósito diseñar el marco normativo que protege y promueve la salud de la
población, así como garantizar su cumplimiento. La regulación y la vigilancia
de su aplicación son necesarias para garantizar el papel estatal de ordenar los
factores de producción y distribución de los recursos, bienes, servicios y
oportunidades de salud en función de principios de solidaridad y equidad. Si
dicha garantía no se ejerce, las leyes y normativas pierden efectividad, ya que
su función se reduce a ser declarativa.
A pesar de ello, existen tendencias a
restringirla en función de los intereses del mercado, lo cual cobra especial
relevancia en momentos en los que la demanda de insumos y equipos
médico-quirúrgicos crea oportunidades para hacer negocios con los recursos del
Estado. Por otro lado, no me sorprendería la resistencia de empresas y negocios
para cumplir con las medidas de distanciamiento social y bioseguridad, a medida
que vayamos levantando la cuarentena, y quieran volver a la situación previa a
la pandemia. El Minsa necesitará del efectivo respaldo del Ejecutivo, así como
de la población, para hacer cumplir estas normativas.
La existencia de individuos y empresas que se
resisten a cumplir con el marco normativo que protege y promueve la salud de la
población, ha sido identificada por Transparencia Internacional (TI) en América
Latina, al advertir que la corrupción puede aumentar en la región a partir de
las compras y contrataciones que realizan los Gobiernos para afrontar la
pandemia, y reclamó máxima publicidad de la información sobre esas
transacciones y activar las agencias nacionales antimonopolio para evitar
colusión entre actores económicos o prácticas que resulten en la especulación
de los precios.
Consciente de esta posibilidad, nuestro primer
mandatario ha reiterado que no permitirá irregularidades en las compras
públicas de insumos para enfrentar la crisis del COVID-19. Por su parte, la población
panameña ha estado pendiente, ejerciendo a través de las redes sociales, medios
y foros, su derecho de controlar la gestión de los funcionarios, denunciando el
posible uso de la pandemia para abusar de los ya de por sí limitados recursos
públicos. Le toca al Minsa aprovechar el respaldo institucional y ciudadano
para continuar ejerciendo con optimismo y confianza su función de fiscalización
y control.
El SUFRIMIENTO Y LA DESESPERANZA DEL PUEBLO PANAMEÑO POR LA PANDEMIA DEL COVID19.
Por:
Rev. Manning Maxie Suárez
El sufrimiento del pueblo
panameño por la pandemia del covid-19 me recuerda al sufrimiento de los hijos
de Israel en Egipto, al final vino la liberación de todo. La historia del sufrimiento del pueblo hebreo
en Egipto, es una historia que va más allá de los años 1,250 a.C. Pero el inicio de este sufrimiento
deshumanizante de este pueblo errante, se remonta a la historia de los hijos de
José (en hebreo: יוֹסֵף) hijo de Jacob y de Raquel, en el antiguo Egipto donde
el mismo José fue un esclavo de un funcionario egipcio llamado Potifar. La
historia se expresa con más detalles al final del libro del Génesis (c.50)
y el inicio del libro del Éxodo c.1 y 2.
En el escenario de la historia
del gran libertador Moisés, los mismos fueron esclavizados por un sistema monárquico
y déspota, duro e implacable con sus políticas hacía aquellos que ellos
consideraban como “no confiables” por el Faraón (Éx. 1,
9-10). Las razones políticas expresadas
en estos versículos llevó a endurecer su posición para con ellos: 1).- Endurecer
el trabajo, 2).- Trato cruel a toda la población (v.13), 3).- Asesinato de los
nacidos con sexo masculino (v. 16 y 22), 4).- Maltrato de la fuerza laboral
(c.2, 11), y así se sumaban las injusticias contra el pueblo hebrero.
Sin embargo, Dios (Yhwh), no
se olvidó de las promesas realizadas a los patriarcas de su pueblo Abraham, de
Isaac y de Jacob y llamó al libertador, a Moisés (Éx.3). y le dijo: “Claramente
he visto cómo sufre mi pueblo que está en Egipto”. (Éx.3,7b). Lo
que establece que Dios observa desde los cielos y juzga nuestras acciones aquí
en la tierra. Asigna a Moisés la gran
tarea de la liberación del pueblo hebreo de la opresión (Éx.3,10).
Sin embargo, el corazón del
ser humano, es duro y nuestra prepotencia no nos permite muchas veces ver la
verdad que Dios desea para nosotros. Los
hebreos tuvieron que sufrir con los egipcios, pruebas duras para lograr doblar
la voluntad del Faraón (Éx.3,20). 10 Plagas fueron enviadas para doblar la
voluntad de los mismos: I – La conversión
del agua en sangre (Éx. 7,14-24), II - La Invasión de las ranas (Éx. 8,1-15), III
– Los Piojos (Éx. 8,16-19), IV - Las Moscas (Éx. 8,20-32), V - La Peste del
ganado (Éx. 9,1-7), VI - La de las Úlceras (Éx. 9,8-12), VII - La de la Lluvia
de fuego y granizo (Éx. 9,13-35), VIII - La de las Langostas (Éx. 10,1-20) IX -
La de las Tinieblas (Éx. 10,21-29) y La de la Muerte de los primogénitos (Éx.
11,1-10; 12,29-36). Al final de todas
estas intervenciones de Dios en la historia de Egipto e Israel el resultado fue
la liberación del pueblo de la esclavitud por más de 430 años (Éx.12,40-42). Ese fue el inicio de la Pascua (Pésaj), un
día de alegría y gozo para el pueblo hebreo, un día de liberación.
La gran mayoría del pueblo
panameño es creyente en Dios, en el Dios de Jesucristo. La fe, que es don del
Espíritu Santo, nos permite no perder la esperanza de un mundo mejor, un mundo
con justicia y equidad que es lo que adolecemos hoy día en Panamá. Somos un
pueblo desigual y con muy poca justicia social.
Como pueblo creyente, podemos
aprender mucho de la experiencia del pueblo hebreo y del liderazgo de Moisés el
gran libertador de este pueblo.
La Pandemia del Covid-19 en
Panamá, así como las plagas de Egipto hace miles de años atrás, que han dejado
más de “430” muertos pero que seguramente serán muchos más. La plaga nos ha permitido
revalorizar nuestra relación con Dios, con el Mundo y con los hombres y mujeres
que lo habitan. Es hora de tomar
decisiones serias que impacten la vida de todos, no solo para Panamá sino para
el Mundo que nos rodea, y no seguir más con ese concepto de “MÁS DE LO MISMO”. Un “NO ROTUNDO” al pasado injusto, sin equidad
y un “SI ROTUNDO” con el Dios de la historia y de la Vida que nos puede ayudar
a construir un mundo más justo y equitativo.
¿Vamos a continuar con esas
prácticas viejas de corrupción y anti éticas?, ¿De tratos injustos a todos
nuestros conciudadanos y residentes extranjeros en el campo laboral?, ¿Vamos a
mantener este sistema económico injusto que ahoga a nuestras familias,
sacrificándolas? O vamos a tomar en serio la “NUEVA NORMALIDAD”, que debe ser
una vida más cónsona con la Vida como nos la dio Dios mismo a través de su hijo
Jesucristo y que nos permite sentirnos parte de un pueblo escogido y bendecido. Temas estos para la reflexión diaria.
Sacerdote.
Publicado en el Panamá América: https://www.panamaamerica.com.pa/opinion/el-sufrimiento-y-la-desesperanza-por-la-pandemia-de-la-covid-19-1166502
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