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Hace sólo unos
días aconteció un cambio geopolítico tectónico en Astana, Kazajstán, y sin
embargo la fuerte ondulación sísmica apenas ha sido registrada por los círculos
atlantistas.
En la cumbre anual
de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), fundada en 2001, India y
Pakistán fueron admitidos como miembros de pleno derecho, junto con Rusia,
China y cuatro naciones de Asia Central (Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán y
Tayikistán).
Así que ahora la
OCS no sólo es la organización política más grande –por área y población– en el
mundo; también une a cuatro potencias nucleares. El G-7 es irrelevante, la
última cumbre en Taormina lo dejó claro. La verdadera acción, aparte del G-20,
estará en los movimientos de la OCS.
Permanentemente
ridiculizada en Occidente desde hace una década y media como una mera tertulia,
la OCS, poco a poco, sigue avanzando. Como lo señalara el presidente de China,
Xi Jinping, de manera elegante; “ La OCS es un nuevo tipo de relaciones
internacionales que ofrece ganar a todos sus integrantes a través de la
cooperación".
La marca registrada
por la OCS es bastante sutil. Su énfasis inicial – en el mundo post- 11 de
Septiembre- fue luchar contra lo que los chinos califican como “los tres
males”; el terrorismo, el separatismo y el extremismo. Pekín y Moscú, al
principio estaban pensando en los talibanes de Afganistán (y sus conexiones con
Asia Central, especialmente a través del Movimiento Islámico de Uzbekistán
(IMU).) pero, ahora la OCS preocupada por el deterioro de la seguridad en
Afganistán llama a sus miembros a apoyar un proceso de “paz y reconciliación”.
A partir de este
momento la OCS se involucrará directamente en la búsqueda de una solución a la
“cuestión afgana” con la India y Pakistán a bordo – que trascenderá a los
fallidos “remedios” del Pentágono: más tropas.
Por cierto la OTAN,
desgraciadamente perdió la guerra en Afganistán. Los talibanes controlan al
menos el 60% del país. Y ahora se añade un supremo insulto predecible, el
Estado Khorasan Islámica (ISK) (rama del Daesh en Afganistán) acaba de
conquistar Tora Bora, el territorio que el Pentágono bombardeo cuando perseguía
a Osama bin Laden y a Ayman al- Zawahiri.
No nos
equivoquemos, habrá acción de la OCS en Afganistán. Y esta acción va a
consistir en llevar a los talibanes a la mesa de negociación. China se ha hecho
cargo de la presidencia de turno de la OCS y está dispuesta a mostrar
resultados prácticos en la próxima cumbre en junio de 2018.
Pisar
el acelerador, pagar en yuanes
La OCS ha
evolucionado de manera constante en términos de cooperación económica. El año
pasado Gu Xueming, jefe de la Academia China de Cooperación Económica del
Ministerio de Comercio, propuso crear un grupo de estudio que se encargara de
establecer de zonas de libre comercio en los países de la OCS.
Su propósito: una
mayor integración económica –ya en curso– para las pequeñas y medianas
empresas. La tendencia a la convergencia es inevitable, irá en paralelo a las
nuevas rutas de la seda –también conocida como el “cinturón” y el camino”
(BRI)- y la organización liderada por Rusia llamada Unión Económica de Eurasia
(UEE).
Así que no es de
extrañar en la reunión bilateral (en Astana) de Xi y el presidente Putin se
haya impulsado la fusión del BRI y la UEE. Y no estamos hablando sólo sobre el
trío BRI, UEE y OCS, también nos referimos al Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura (AIIb), al Banco de Desarrollo de los BRICS (NDB), al Fondo de
la Ruta de la Seda y a una amplia gama de mecanismos de cooperación
político-económica.
Las cosas se
mueven muy rápido y en todos los frentes. En una reciente conferencia “El
futuro de Asia” en Tokio, el supuestamente fiero primer ministro antichino,
Shinzo Abe anunció –sujeto a condiciones– que Japón está dispuesto a cooperar
con la BRI, por su “potencial para conectar este y el oeste, así como las
diversas regiones que se encuentran en medio". Entonces, un posible
acuerdo político entre China y Japón se sumaría el impulso del BRI, la EEU y la
OSC.
Por otra parte, tanto
de China como Rusia están de acuerdo en utilizar una vía rápida para admitir a
Irán como miembro de pleno derecho de la OCS.
Habrá que comparar
esta política inclusiva con las declaraciones del secretario de Estado “T.Rex”
Tillerson pidiendo un cambio de régimen en Irán.
Mientras la
integración de Eurasia se mueve inexorablemente a pasos agigantados, la
proverbial arrogancia atlantista no podría ser más evidente.
Desde que Moscú
decidió intervenir en la tragedia Siria el cambio en el tablero de juego ha
sido fundamental. Ningún analista en Occidente, aparte de Alastair Crooke
entendió que se trataba de una operación al estilo OCS; aunque Irán, Irak,
Siria y Hezbollah no son parte de la OCS, la forma en que se coordinan con
Rusia muestra con claridad que esta es una alternativa viable a las acciones
unilaterales del imperialismo “humanitario” y las aventuras militares, estilo
OTAN.
El dispositivo
“4+1” –Rusia, Irán, Irak, Siria y Hezbollah– cuenta con el respaldo sotto voce de China, dispuesta a
combatir luchar todas las formas de terrorismo yihadista salafista y al mismo
tiempo evitar el cambio de régimen en Damasco.
Con una política
exterior caótica, Donald Trump ha demostrado que es incapaz de coordinar
cualquier política, aparte del acoso a Irán. Por tanto para Rusia y China la
membresía de Irán en la OCS será clave.
Además Pekín
entiende –por su relación con Catar (su mayor proveedor de gas natural)- los
altos riesgos que se producirán, antes o después, que el emirato acepte el pago
de la energía en yuanes.
El eje Catar–Irán
es la razón principal que llevó a la Casa de Saud a negarse a una explotación
común de los yacimientos de gas más grandes del mundo (North Dome/South Pars)
que comparten en el Golfo Pérsico.
Doha se tomó su
tiempo para darse cuenta que, después del “4+1”, un gasoducto desde Catar a
Turquía a través de Arabia Saudí y Siria (para el mercado europeo) no se podrá
construir nunca. Ankara también lo sabe. Sin embargo podría construirse un
oleoducto Irán-Irak-Siria -con una posible ampliación a Turquía– con el gas de
Norte Dome/Sur de Pars.
Toda esta ecuación
revolucionaría de la producción de energía en el sudoeste de Asia, con un
considerable descenso de la hegemonía para los petrodólares de Arabia Saudí y
los Estados Unidos.
Imagínense que
Catar/Irán vende su gas a Europa en euros y no en dólares estadounidenses y que
los chinos paguen a Catar –y a Arabia Saudí– en yuanes por sus suministros de
energía.
No nos equivoquemos,
el futuro –inexorable– del comercio de la energía no será en petrodólares será
en yuanes, porque son convertibles en oro.
Viva
el nuevo Califato
Nunca será
suficiente destacar la importancia de la asociación estratégica entre Rusia y
China para coordinar sus políticas en la integración de Eurasia.
Durante los
primeros meses de 2017, en Moscú y en Pekín la hipótesis de trabajo fue que la
administración Trump estaba dispuesta a comprometer a Rusia como un socio para
nuevos proyectos de petróleo y gas en Eurasia. Era el modelo “kissingeriano” insinuado
por Trump. Su objetivo era debilitar la asociación estratégica entre Rusia y
China, mientras Washington aumentaría la presión sobre Pekín en múltiples
frentes.
Bueno, eso no
puede suceder por el momento teniendo en cuenta la maniática histeria
anti-Rusia para el consumo interno, en los Estados Unidos.
En consecuencia,
lo que queda de la política exterior de Trump es la GWOT (la guerra global
contra el terrorismo) y volver utilizar todos los medios necesarios para
impedir el aumento de la influencia iraní en el sudoeste de Asia. Esto implica
promover el poder geopolítico de la perniciosa Casa de Saud.
Eso explica el
entusiasmo de Trump (en twitter) por la “guerra relámpago” de la Casa de Saud
contra Catar, que en realidad es un movimiento en contra de Irán. Pekín por su
parte, observa de cerca y ha visto la acción contra Catar como lo que realmente
pretende, un intento de perturbar el avance de las nuevas rutas de la seda.
Al mismo tiempo
Pekín y Moscú se divierten por unas evidentes inconsistencias. El Pentágono no
parece inclinado a anexar Catar. La base aérea Al Udeid y el HQ de Centcom son
suficientes. El regente del Pentágono “Mad Dog” Mattis está más que encantado
por la venta de 12.000 millones de dólares en los F-15 al “patrocinador del
terrorismo”. Mientras Trump “apoya” a la Casa de Saud, Mattis “apoya” a Doha. Y
Tillerson se niega a tomar partido.
La CCG (una
embrionaria OTAN Árabe) podría estar muerta y enterrada a pesar de la patética
danza de la espada de Trump en Riad. Sin embargo Moscú y Pekín –y Teherán–
están plenamente conscientes de que estos contratiempos sólo exacerbarán el
“excepcionalismo” estadounidense (también conocido como la política del lodazal
del “Estado profundo”) que continuará para provocar estragos.
El Califato en
“Siria” ahora está muerto, especialmente si Rusia confirma que ha muerto su
creador. Es una pena, porque una Siria desestabilizada sería perfecta para
desestabilizar a Rusia desde el Cáucaso hasta Asia Central. La inteligencia
rusa nunca olvida que hay apenas 900 km de Alepo a Grozni.
Al igual que
Terminator, el “Estado profundo” de Estados Unidos está de regreso. Su sueño
húmedo sigue siendo crear las condiciones para la desestabilización de una
vasta extensión desde Levante hasta el sur de Asia, con posibles futuras olas
de terror hacia el norte y el este de Rusia y de China. El objetivo: impedir la
coordinación del BRI, la EEU y la OCS.
Agravando el
escenario el Pentágono se niega a abandonar Afganistán, una cabeza de puente
que causa estragos en Asia Central. ¿Qué podría salir mal? Después de todo,
ahora el Daesh se posiciona en Asia Central, no muy lejos de Xinjiang y el
corredor económico entre China y Pakistán (CPEC), un nodo clave para la ruta de
la seda.
Aún así, la guerra
relámpago de Arabia anti-Catar se está desenredando y en el mediano plazo puede
precipitar un cambio sísmico monumental, acelerando el ingreso de Irán y de
Turquía en la OCS, provocando un entente de Doha con Rusia e Irán y anticipando
un duro golpe a la hegemonía del petrodólar. Todo esto debe haber sido
discutido en detalle en Astana, en la cumbre de la OCS, en la bilateral
Putin-Xi.
El excepcionalismo
actúa cada vez más errático, todas las decisiones estratégicas claves descansan
en la relación Xi-Putin y lo saben. Por tanto lo indudable es que la OCS estará
obligada a involucrarse cada vez más en la protección de su gran proyecto para
el siglo XXI, la integración de Eurasia.