Maciek Wisniewski
www.jornada.com.mx / 300617
Al llegar a
Palestina a finales del siglo XIX cuando el sionismo apenas empezaba a
propagarse en Europa, dos rabinos vieneses enviados para comprobar la
viabilidad de la idea de Theodor Herzl de establecer allí un país para judíos,
mandan un telegrama a casa: La novia es muy guapa, pero ya está casada con otro
(A. Shlaim, The iron wall: Israel and the arab world, 2014, p. 4-5).
Esta historia –o
más bien una anécdota– tiene muchas versiones y ninguna fuente primaria. Su
sentido no obstante –deducible de algunos escritos de los pioneros de la
colonización sionista– apunta a dos hechos fundamentales:
a) que los líderes
y colonos judíos sabían de la existencia allí de una numerosa población local
[a la cual se tachó de extraña e invasora y que fue considerada un problema,
pero resoluble (sic)];
b) y que desde el
principio echaron a andar toda una máquina mitologizadora para tapar esta
realidad [y otras más]. Así según la narrativa oficial la novia (Palestina)
estaba siempre virgen, nunca ha querido a ningún otro y desde el año 70 después
de Cristo (la supuesta expulsión por los romanos) no hacía nada sino esperar el
retorno de su prometido (el pueblo judío).
A 135 años de la
primera colonia sionista en Palestina (1882), a 69 años de la fundación de
Israel (1948) y a 50 años de la ocupación de los territorios que quedaban
(1967) la máquina generadora de mitos opera con toda fuerza de su motor. Es
cierto que la historia está detrás de cualquier conflicto.
Pero para Ilan
Pappé esto es aún más cierto y más nefasto en caso del conflicto
israelo-palestino: allí sus falsificaciones propagadas principalmente por el
sionismo –y aceptadas ingenuamente por el mundo– sirven para perpetuar el
colonialismo y la opresión (Ten myths about Israel, 2017, p. 3). Pappé (1954), uno
de los nuevos historiadores israelíes –autoexiliado en Inglaterra– es conocido
por destapar la limpieza étnica de los palestinos en 1948 [Nakba] (The ethnic
cleansing of Palestine, 2006, 331pp.) y por ir desnudando el objetivo
fundacional del sionismo: tener a mayor cantidad de Palestina con la menor
cantidad de palestinos.
Los 10 mitos sobre
Israel que identifica y desmiente en su nuevo libro –que igual son mitos sobre
Palestina y algunos también se refieren al presente– fueron inventados para
tapar y/o facilitar aquel propósito:
1) “Palestina,
‘tierra sin gente’ y un ‘desierto’” [¡no!];
2) “Los, judíos,
‘gente sin tierra’” [o más bien como una peculiar mezcla de ideas religiosas,
imperiales y antisemitismo estuvo detrás de su replantación];
3) Sionismo=judaísmo
[una manipulación con fines coloniales y geopolíticos];
4) Sionismo, un
movimiento de liberación nacional [o más bien un proyecto colonial de colonos
(P. Wolfe) que trajo a su gente a vivir en vez de la población local destinada
a ser aniquilada y/o deshumanizada];
5) Los palestinos
se fueron voluntariamente en 1948 [o más bien como fueron expulsados (Plan
Dalet) a fin de asegurar la exclusividad demográfica judía];
6) La guerra de
1967 fue una lucha por supervivencia [o como ‘una fatal decisión egipcia’ (T.
Segev) fue fríamente aprovechada para corregir el error de 1948 y ocupar a
Cisjordania];
7) Israel es una
democracia [o más bien como el trato a los palestinos –ciudadanos israelíes,
refugiados y los de los territorios ocupados– lo desmiente y la palabra
etnocracia o apartheid queda mejor];
8) Los Acuerdos de
Oslo, el camino a la paz [o como el proceso de paz fue una charada israelí para
ahondar la colonización de Palestina];
9) Gaza es culpa
de Hamas [o como las periódicas operaciones israelíes allí no son una
autodefensa sino parte de un genocidio incremental (sic)]; y
10) La solución de
dos Estados, la única salida [o más bien como esta vía ya desde hace tiempo
está kaputt].
El rechazo a Oslo
(1993) y a la solución de dos Estados –los mitos 8 y 10– y la construcción de
un único Estado democrático para los palestinos y los israelíes son puntos
fundamentales para todo el análisis de Pappé. También los más controvertidos.
Incluso la izquierda israelí pro-palestina –como el veterano activista Uri
Avnery que de paso se opone a la versión de Pappé de lo ocurrido en 1948–
rechaza un solo Estado por inviable.
¿Pero cuál
solución es más inviable? Cuando Israel decía promover incansablemente la de 2
Estados mientras tanto optó por una táctica de hechos consumados a fin de
colonizar más tierra volviendo la construcción de un Estado palestino
prácticamente imposible.
También muchos
palestinos apuntan a esta realidad. Para Ghada Karmi, víctima de Nakba y colega
de Pappé de la Universidad de Exeter –autora de un importante libro que expone
el principal objetivo y dilema israelí en Palestina: “¿cómo ‘desaparecer’ a los
nativos y quedarse con la tierra?” y cuyo título alude a la anécdota inicial -Married
to another man, 2007, 315pp.–, hablar de dos Estados ya es un disparate.
Pero un disparate
conveniente: la solución de dos Estados significa sólo una cómoda partición (la
vieja demanda sionista); la de uno implicaría un arduo proceso de
democratización y descolonización interna de Israel. Bienvenidos de vuelta al
mito 4 y la negación del verdadero carácter colonial del sionismo una
estructura de desplazamiento y remplazamiento (Ten myths..., p. 89) que pone a
Israel al lado de Sudáfrica, Australia o las Américas.
En este sentido
esto no es una coincidencia: “De regreso al kibutz –habla un veterano argentino
de la guerra de 1967 disgustado con el anexionismo israelí– un soldado se
jactaba de haberle cortado las orejas a los guerrilleros [palestinos], y a mí
se me aparecía La Patagonia trágica
[José María Borrero, 1928], y los soldados que traían las orejas de los
aborígenes en la ‘conquista del Desierto’”.
Curiosamente la
Patagonia –otra falsa tierra sin gente– era considerada por Herzl como una
buena opción para la colonización judía. De hecho le gustaba mucho más que
Palestina (sic). Al final los mapuches se salvaron de la suerte de Gaza o
Cisjordania –Herzl abogaba igualmente por remover a los nativos de allí– aunque
lo que de por sí les toca en Argentina o Chile (despojo, encarcelamiento y
deshumanización, o sea: lo mismo...) difiere sólo en la intensidad.